Es
uno de los libros más importantes de la Biblia porque explica ampliamente el
plan de salvación de Dios para judíos y gentiles (1:16, 17). En Romanos Pablo
enseñó sistemáticamente las grandes doctrinas del cristianismo.
El alcance o la
intención del apóstol al escribir a los Romanos parece haber sido contestar al
incrédulo y enseñar al judío creyente; confirmar al cristiano y convertir al
gentil idólatra; y mostrar al convertido gentil como igual al judío en cuanto a
su condición religiosa, y a su rango en el favor divino.
Estos diversos
designios se tratan oponiéndose al judío infiel o incrédulo, o discutiendo con
él en favor del cristiano o del creyente gentil. Establece claramente que la
manera en que Dios acepta al pecador, o lo justifica ante sus ojos, es sólo por
gracia por medio de la fe en la justicia de Cristo, sin acepción de naciones.
Esta doctrina es
aclarada a partir de las objeciones planteadas por los cristianos judaizantes
que favorecían las condiciones de la aceptación con Dios por medio de una
mezcla de la ley y el evangelio, excluyendo a los gentiles de toda
participación en las bendiciones de la salvación efectuada por el Mesías. En la
conclusión, pone aún más en vigencia la santidad por medio de exhortaciones
prácticas.
BOSQUEJO SUGERIDO DE
ROMANOS
Introducción (1.1–17)
A. Saludo
(1.1–7)
B. Explicación
(1.8–17)
I. Pecado
(1.18–3.20: Justicia necesitada)
A. Los gentiles
bajo pecado (1.18–32)
B. Los judíos
bajo pecado (2.1–3.8)
C. El mundo
entero bajo pecado (3.9–20)
II. Salvación
(3.21–5.21: Justicia imputada)
A.
Justificación explicada (3.21–31)
B.
Justificación expresada: el ejemplo de Abraham (4.1–25)
C. Justificación
experimentada (5.1–21)
III.
Santificación (6.1–8.39: Justicia impartida)
A. Nuestra
nueva posición en Cristo (6.1–23)
B. Nuestro
nuevo problema en la carne (7.1–25)
C. Nuestro
nuevo poder en el Espíritu (8.1–39)
IV. Soberanía
(9.1–11.36: Justicia rechazada)
A. La elección
pasada de Israel (9.1–33)
B. El rechazo
presente de Israel (10.1–21)
C. La redención
futura de Israel (11.1–36)
V. Servicio
(12.1–15.13: Justicia practicada)
A. Consagración
a Dios (12.1–21)
B. Sujeción a
la autoridad (13.1–14)
C.
Consideración por el débil (14.1–15.13)
VI. Conclusión
(15.14–16.27)
A. Fidelidad de
Pablo en el ministerio (15.14–21)
B. El futuro de
Pablo en el ministerio (15.22–33)
C. Los amigos
de Pablo en el ministerio (16.1–23)
D. Bendición
final (16.24–27)
NOTAS
PRELIMINARES A ROMANOS
I.
IMPORTANCIA
Mientras que toda la Escritura es
inspirada por Dios y útil, hay algunas partes de la Biblia que contienen más
verdad doctrinal que otras. Desde luego, lo que Pablo nos dice en Romanos es de
mucho más valor práctico para nosotros que algunas de las listas del libro de
Números. San Agustín se convirtió por medio de la lectura de Romanos. Martín
Lutero inició la Reforma basado en Romanos 1.17: «Mas el justo por la fe
vivirá».
Juan Wesley, fundador del
metodismo, se convirtió mientras escuchaba a alguien que leía del comentario de
Lutero sobre Romanos. Si hay algún libro que cada cristiano debe comprender, es
esta epístola. ¿Por qué?
(1) Presenta verdad doctrinal:
justificación, santificación, adopción, juicio e identificación con Cristo.
(2) Presenta verdad dispensacional en
los capítulos 9–11, mostrando la relación entre Israel y la Iglesia en el
eterno plan de Dios.
(3) Presenta verdad práctica,
enseñando el secreto de la victoria cristiana sobre la carne, los deberes que tienen
los cristianos los unos con los otros y su relación al gobierno.
Romanos es una gran exposición de
la fe. Es la más completa y lógica presentación de la verdad cristiana en todo
el NT. Mientras que algunos temas (tales como el sacerdocio de Cristo y la
venida del Señor) no se tratan en detalle, se mencionan y relacionan con otras
grandes doctrinas de la fe.
Si una persona que estudia la
Biblia desea dominar un solo libro de la Biblia, ¡que sea Romanos!
Una comprensión de este libro es
la clave para entender la Palabra de Dios entera.
II. TRASFONDO
Romanos fue escrito por Pablo
durante su visita de tres meses a Corinto (Hch 20.1–3). En Romanos 16.23 Pablo
indica que estaba con Gayo y Erasto, ambos estaban asociados con Corinto (1 Co
1.14; 2 Ti 4.20). Tal vez la carta la llevó Febes (16.1), quien vivía en
Cencrea, el puerto marítimo que servía a Corinto (Hch 18.18). Aquila y
Priscila, amigos de Pablo, eran oriundos de Roma (Hch 18.2) y por el saludo a
ellos en Romanos 16.3 descubrimos que habían regresado a Roma.
¿Cómo surgieron los grupos de
creyentes en Roma? Nótese que Pablo no dirige esta carta a «la iglesia en
Roma». Sino más bien «a todos los que estáis en Roma» (1.7). Cuando se lee el
capítulo 16 no se puede menos que notar los diferentes grupos de creyentes, lo
cual sugiere que tal vez no había una sola iglesia local (16.5, 10–11, 14–15).
Una tradición, sin fundamento histórico ni escriturario, dice que el ministerio
en Roma lo fundó Pedro. Se afirma que vivió en Roma veinticinco años, pero esto
no se puede probar. Si Pedro empezó la obra en Roma, es de esperarse que
hubiera habido una iglesia organizada en lugar de grupos esparcidos de
creyentes. Pablo saluda a muchos amigos en el capítulo 16, pero no a Pedro, y
sin embargo, en sus otras cartas, siempre envía saludos a los líderes
espirituales.
Si Pedro hubiera estado
ministrando en alguna parte de Roma, Pablo, desde luego, lo hubiera mencionado
en algún punto de sus epístolas de la prisión (Efesios, Filipenses, Colosenses,
Filemón, 2 Timoteo). El argumento más contundente en contra de la opinión de
que Pedro fue el fundador de la obra en Roma es Romanos 15.20, donde Pablo
afirma que no edificó sobre el fundamento de ningún otro hombre. Pablo anhelaba
visitar a Roma para ministrar a los santos allí (1.13; 15.22–24, 28, 29; Hch
19.21; 23.11); pero no hubiera hecho planes si otro apóstol ya hubiera empezado
la obra allí.
¿Cómo, entonces, llegó el
evangelio a Roma? Hechos 2.10 indica que había gente de Roma en Pentecostés.
Priscila y Aquila eran judíos romanos que conocieron el evangelio. Nótese que
los nombres en el capítulo 16 son todos gentiles, indicando que cristianos
gentiles de otras ciudades habían llegado a Roma y llevado el evangelio. A lo
mejor estas personas se convirtieron con Pablo en alguna de las otras iglesias.
Roma era el gran centro del mundo en ese día y no es improbable que miles de peregrinos
acudieran por las carreteras romanas a la ciudad imperial. Romanos 1.13–15,
11.13 y 15.14–16 indican que la mayoría de los creyentes que recibieron la
carta eran gentiles. Naturalmente, siempre había un elemento judío en la
comunidad cristiana, de la misma forma que muchos gentiles habían sido prosélitos
judíos.
III. RAZONES
PARA ESCRIBIR
Pablo estaba a punto de concluir
su trabajo en Asia (15.19) e ir a Jerusalén con su ofrenda de amor de las
iglesias de Asia (15.25–26). Su corazón siempre había sentido un peso por
predicar en Roma y esta larga carta era su manera de preparar a los cristianos
para su venida. En su estancia en Corinto (Hch 20.1–3) también escribió su
carta a los Gálatas, procurando responder a los judaizantes que estaban
confundiendo a las iglesias de Galacia. Pablo tal vez quería advertir y enseñar
a los cristianos en Roma, por si acaso estos judaizantes llegaban antes que él
y trastornaban sus planes. Nótese que en Romanos 3.8 menciona las acusaciones
falsas que ciertos hombres hicieron en su contra. Las razones de Pablo para la
carta se pueden resumir como sigue:
(1) Preparar a los cristianos para su
planeada visita y explicar por qué no los había visitado antes (1.8–15;
15.23–29).
(2) Instruirles en las doctrinas básicas
de la fe cristiana, para que los falsos maestros no los confundiera.
(3) Explicar la relación entre Israel
y la Iglesia, para que los judaizantes no los descarriaran con sus doctrinas.
(4) Enseñar a los cristianos sus
deberes mutuos y hacia el estado.
(5) Responder a cualquier calumnia
contra Pablo (3.8).
IV. POSICIÓN
EN LA BIBLIA
Romanos es la primera de tres
cartas en el NT basadas en un solo versículo de las Escrituras: Habacuc 2.4:
«Mas el justo por su fe vivirá». Este versículo se halla en Romanos 1.17 (el
tema de Romanos es el justo), Gálatas 3.11 (el tema de Gálatas es cómo debe
vivir el justo) y Hebreos 10.38 (el tema de Hebreos es vivir por fe).
Romanos es la primera epístola del
NT. Usted notará que la pauta en las cartas del NT es 2 Timoteo 3.16: «Toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para[...]»:
Enseñar: Romanos (el gran libro
doctrinal) Redargüir: 1 y 2 Corintios (Pablo redarguye y reprende el pecado) Corregir:
Gálatas (Pablo corrige la enseñanza falsa)
Instruir en justicia: Efesios y
las cartas restantes de Pablo (enseña la vida santa basada en la doctrina
cristiana)
V. TEMA
El tema básico de Pablo es la
justicia de Dios. La palabra «justo» en una u otra forma se usa más de cuarenta
veces en estos capítulos. En los capítulos 1–3 presenta la necesidad de la
justicia; en 3–8 la provisión de Dios de justicia en Cristo; en 9–11, cómo
Israel rechazó la justicia de Dios; y en 12–16, cómo se debe llevar la justicia
a la práctica diaria.
AUTOR
Y FECHA
No hay dudas razonables hoy
día en cuanto a la autenticidad de Romanos. Aun los críticos más escépticos la
incluyen entre las cuatro «epístolas columnares» (con Gál. y 1 y 2 Co) escritas
indiscutiblemente por Pablo. Hay pruebas de que otros autores cristianos dentro
del mismo siglo I la citaron en sus obras, e Ireneo (siglo II) la cita como
paulina.
Todas las listas canónicas
la incluyen. Además, esta fuerte prueba externa está corroborada por el
testimonio interno de la carta misma.
Al escribir, PABLO considera terminado su
quehacer en el Oriente (15.23–27) y quiere continuarlo entre los gentiles de
Occidente; pero antes proyecta un viaje a Jerusalén, para llevar la colecta
hecha en Macedonia y Acaya (15.25ss; cf. 1 Co 16.1–14; 2 Co 8.1–9.15; Hch 19.21).
De esto se deduce que Romanos fue escrito durante el tercer viaje misional; y
decir que data de a principios del año 58 concuerda bastante con los
documentos.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Rom: 10. 4. El
Señor De Nuestra Justicia.
1
I. SALUDO (1.1–7)
Las trece cartas de Pablo empiezan
con el nombre del apóstol. Se acostumbraba en esos días empezar una carta con
el nombre y los saludos personales del que escribía, en lugar de colocarlos al final
como lo hacemos hoy. Pablo se identifica como un siervo y un apóstol y da toda
la gloria a Dios al decir que fue llamado por la gracia de Dios (v. 5) y
separado para este maravilloso ministerio (Véanse Hch 13.1–3).
De inmediato afirma que su
ministerio es el evangelio, al cual llama «el evangelio de Dios» (v. 1), «el
evangelio de su Hijo» (v. 9) y «el evangelio de Cristo» (v. 16). Afirma que sus
«buenas noticias» no son algo nuevo que ha inventado, sino que el AT prometía
la venida, muerte y resurrección de Cristo.
(Véanse 1 Co 15.1–4, en donde las
«Escrituras» obviamente significan los escritos del AT, puesto que el NT apenas
se empezaba a escribir.) Al relacionar el evangelio con el AT, Pablo apelaba a
los creyentes judíos que leían su carta.
El evangelio tiene que ver con
Cristo: según la carne, un judío (v. 3), pero de acuerdo al poder de Dios
mediante la resurrección, probó ser el mismo Hijo de Dios (v. 4). Esto
demuestra la humanidad y deidad del Dios-Hombre que es el único que puede ser
nuestro Mediador. ¿Cuál es el propósito de este evangelio que le costó a Cristo
su vida? El versículo 5 nos lo dice: traer a todas las naciones a la obediencia
de la fe. Cuando una persona verdaderamente confía en Cristo, le obedecerá.
En los versículos 6–7 Pablo
describe a sus lectores, los santos en Roma. Ellos también son «llamados» por
Cristo, no a ser apóstoles, sino a ser santos. Nótese que un santo es un
creyente vivo en Cristo Jesús. ¡Sólo Dios puede hacer de un pecador un santo!
También son «amados de Dios», incluso viviendo en la perversa ciudad de Roma.
Qué maravilloso que Dios nos llame «amados», así como llamó a su Hijo (Mt
3.17). Jesús afirma que el Padre nos ama como el Padre le ama a Él (Jn 17.23).
En este breve saludo Pablo
identifica:
(1) al escritor,
él mismo;
(2) los que
recibieron la carta, los santos en Roma (no los inconversos);
(3) el tema:
Cristo y el evangelio de salvación.
II.
EXPLICACIÓN (1.8–17)
Pablo ahora da una doble
explicación de:
(1) por qué
escribe (vv. 8–15); y:
(2) acerca de
qué escribe (vv. 16–17).
Por muchos tiempo Pablo deseó visitar
a los santos en Roma. Su testimonio se había esparcido por todo el Imperio
Romano (v. 8; y Véanse 1 Ts 1.5–10) y Pablo anhelaba fervientemente visitarlos
por tres razones:
(1) para establecerlos en la fe, v.
11;
(2) para que fueran una bendición para
él, v. 12; y:
(3) para tener entre ellos «algún
fruto», o sea, ganar a otros gentiles para el Señor, v. 13.
Téngase presente que Pablo era el
mensajero escogido de Dios a los gentiles y, por cierto, ¡sentía el peso de una
responsabilidad hacia los santos (y pecadores) en la capital del imperio.
Explica que se le había estorbado en su deseo de visitarlos antes, no por
Satanás (Véanse 1 Ts 2.18), sino por sus muchas oportunidades de ministrar en
otras partes (Ro 15.19–23). Ahora que el trabajo había concluido en esas áreas,
podía visitar Roma. Nótese las fuerzas motivadoras en la vida de Pablo (vv.
14–16): «Soy deudor pronto estoy[...] no me avergüenzo». Deberíamos imitar el
ejemplo del apóstol.
En los versículos 16–17 tenemos el
tema de la carta: el evangelio de Cristo revela la justicia de Dios, una
justicia basada en la fe y no en las obras, y disponible para todos, no sólo
para los judíos.
Pablo explica en Romanos cómo Dios
puede ser a la vez «el justo y el que justifica», esto es, cómo Él puede hacer
justos a los pecadores y todavía mantener firme su santa ley. Pablo cita a
Habacuc 2.4 (Véanse las notas introductorias): «El justo por su fe vivirá».
III. CONDENACIÓN (1.18–32)
Ahora empezamos la primera sección
de la carta, la cual trata del pecado (1.18–3.20; Véanse el bosquejo). En estos
versículos finales del capítulo 1 Pablo explica cómo los gentiles penetraron en
las terribles tinieblas que los rodean y cómo la ira de Dios se ha revelado en
su contra. Nótese los pasos decadentes en la historia de los gentiles.
A. CONOCIERON A DIOS (VV. 18–20).
Dios les había dado una revelación
doble de sí mismo: «les es» (conciencia) y «se lo» (creación), v. 19. El hombre
no empezó con ignorancia y gradualmente creció hasta la inteligencia; empezó
con una brillante revelación del poder y sabiduría de Dios y le dio las
espaldas. Dios se reveló desde el mismo momento de la creación, de modo que los
que nunca han oído el evangelio de todas maneras no tienen excusa. (En el cap.
2 se analizará cómo Dios juzga a tales personas.)
B. NO LE GLORIFICARON COMO A DIOS (VV. 21–23).
Los pensamientos vanos y el
razonamiento necio hizo que los hombres se alejaran de la verdad y se volvieran
a las mentiras. Vemos la indiferencia conduciendo a la ingratitud, resultando
en ignorancia.
La gente de hoy se postra ante los
filósofos griegos y romanos, y honra más su palabra que la Palabra de Dios;
pero Pablo llama a todas estas filosofías «imaginación de hombres» y «tiempos
de ignorancia» (Hch 17.30). El próximo paso fue la idolatría, honrando a la
criatura (incluyendo al hombre) antes que al Creador.
C. CAMBIARON LA VERDAD DE DIOS (VV. 24–25).
Esta palabra cambiaron indica
precisamente eso. ¡Reemplazaron la verdad de Dios con la mentira de Satanás!
¿Qué es la mentira de Satanás? Adorar a la criatura y no al Creador; adorar al
hombre en lugar de adorar a Dios; adorar las cosas antes que a Cristo. Satanás
tentó a Cristo para que hiciera esto (Mt 4.8–11). Nótese que en Romanos 1.18
los gentiles «detienen con injusticia la verdad» y ahora «cambiaron la verdad»
por una mentira. Cuando se cree y obedece la verdad, ella nos hace libres (Jn 8.31–32);
cuando se rechaza y desobedece la verdad, nos hace esclavos.
D. RECHAZARON EL CONOCIMIENTO DE DIOS (VV. 26–32).
Estas personas comenzaron con un
claro conocimiento de Dios (vv. 19, 21) y su juicio en contra del pecado (v.
32); pero ahora llegaron al más bajo nivel de su caída: ¡ni siquiera querían el
conocimiento de Dios! «Dijo el necio en su corazón: No hay Dios» (Sal 14.1).
Es triste ver los trágicos
resultados de esta decadencia. Los evolucionistas quieren hacernos creer que
los seres humanos hemos «evolucionado» desde formas primitivas, ignorantes y
como bestias, a la criatura maravillosa que somos hoy. Pablo dice precisamente
lo opuesto: el hombre empezó como la más superior de las criaturas de Dios,
pero ¡él mismo se hizo bestia! Nótese los tres juicios de Dios:
• Dios los entregó a la inmundicia
e idolatría, vv. 24–25.
• Dios los entregó a pasiones
vergonzosas, vv. 26–27.
• Dios los entregó a una mente
reprobada, vv. 28.
¡Dios los abandonó! Esta es la
revelación de la ira de Dios (v. 18). Los pecados que se mencionan aquí son
demasiado viles para definir o hablar de ellos, sin embargo, hoy en día se
practican alrededor del mundo con la aprobación de la sociedad. La gente sabe
que el pecado será juzgado, no obstante, se deleitan en él de todas maneras. Si
no fuera por el evangelio de Cristo, estaríamos nosotros mismos en esa
esclavitud del pecado. «Gracias a Dios por su don inefable» (2 Co 9.15).
2
De 2.1 a 3.8 Pablo enfoca su
reflector sobre los de su pueblo, los judíos, y muestra que están igualmente
condenados como pecadores ante Dios. En 1.20 afirma que los gentiles no tienen
excusa, y en 2.1 afirma lo mismo para los judíos. ¡Estas noticias caen como un
trueno a los privilegiados judíos!
De seguro que Dios los iba a
tratar, pensaban, ¡de forma diferente a la que usa para tratar a los gentiles!
No, afirma Pablo; los judíos están
bajo la condenación e ira de Dios porque los principios divinos del juicio son
justos. En este capítulo destaca tres principios divinos de juicio que prueban
que los judíos están tan condenados como los gentiles.
I. EL JUICIO ES DE ACUERDO A LA VERDAD DE DIOS
(2.1–5)
Mientras el judío leía la
acusación de Pablo a los «gentiles» en el primer capítulo, debe haber sonreído
y dicho: «¡Se lo merecen!» su actitud sería la del fariseo de Lucas 18.9–14:
«Te doy gracias que no soy como los otros hombres». Pero Pablo le devuelve al
judío el mismo juicio que este hacía con el gentil: «Tú haces lo mismo que
hacen los gentiles, ¡de modo que eres igualmente culpable!» El juicio divino de
los hombres no es conforme a rumores, chismes, nuestras opiniones, ni a la evaluación
humana; es «según verdad» (v. 2). Alguien ha dicho: «Detestamos nuestras
faltas, especialmente cuando las vemos en otros». Qué fácil es para las
personas en la actualidad, como en los días de Pablo, condenar a otros, y sin
embargo tener los mismos pecados en sus vidas.
Pero el judío podía haber
argumentado: «¡De seguro que Dios no nos va a juzgar con la misma verdad que
aplica a los gentiles! Porque, ¡vea cuán bueno ha sido Dios con Israel!» Pero
ignoraban el propósito que Dios tenía en mente cuando derramaba su bondad sobre
Israel y esperaba con tanta paciencia a que su pueblo obedeciera: Se suponía
que su bondad los llevaría al arrepentimiento. En lugar de eso, endurecieron
sus corazones y así almacenaron más ira para aquel día cuando Cristo juzgará a
los perdidos (Ap 20). ¿No ha oído usted a los pecadores perdidos de hoy decir:
«Estoy seguro de que Dios no me va a mandar al infierno. Porque Él ha hecho
tantas cosas buenas para mí»? Ni siquiera se dan cuenta de que la bondad de
Dios es la preparación para su gracia; y en lugar de humillarse, endurecen sus
corazones y cometen más pecados, pensando que Dios los ama demasiado como para
condenarlos.
Estas dos mismas «excusas» que los
judíos usaban en días de Pablo se oyen todavía hoy: (1) «Yo soy mejor que
otros, de modo que no necesito a Cristo»; (2) «Dios ha sido bueno conmigo y de
ninguna manera me condenará». Pero el juicio final de Dios no será según las
opiniones ni evaluaciones de los hombres; será según la verdad.
II. EL JUICIO ES DE ACUERDO A LAS OBRAS DE LA
PERSONA (2.6–16)
Los judíos pensaban que tenían la
más alta «posición» entre el pueblo de Dios, sin darse cuenta que una cosa es
ser un oidor de la ley y otra muy distinta un hacedor (v. 13). Tenga presente
que estos versículos no nos dicen cómo ser salvos. Describen cómo juzga Dios a
la humanidad de acuerdo a las obras que haya hecho. Los versículos 7–8 no
hablan respecto a las acciones ocasionales de una persona, sino al propósito
total y dirección general de su vida, la «elección de la vida», según William
Newell lo describe. La gente no alcanza la vida eterna por buscarla
pacientemente; pero si la buscan toda su vida, la hallarán en Cristo.
«Cada uno» (v. 6), «todo ser
humano» (v. 9), «todo el que» (v. 10): tres frases que muestran que Dios no
hace acepción de personas sino que juzga a la humanidad en base a cómo han
vivido. Uno pudiera preguntar: «Pero, ¿es Dios justo al juzgar así a los
hombres? Después de todo, los judíos habían tenido la ley y los gentiles no».
Sí; Dios es justo, conforme lo explican los versículos 12–15. Dios juzgará a
las personas según la luz que han recibido. Pero nunca piense que los gentiles
(que no conocían directamente de Moisés) vivían alejados de la ley; porque la
ley moral de Dios estaba escrita en sus corazones (Véanse 1.19).
Daniel Crawford, veterano
misionero en Africa, salió de las selvas y dijo: «Los paganos están pecando
contra un torrente de luz». «Es una de las cosas más evidentes en las Escrituras»,
escribe el Dr. Roy Laurin, «que los hombres serán juzgados de acuerdo al
conocimiento de Dios que posean y nunca de acuerdo a algún standard más alto
que no posean». Los judíos oían la ley, pero rehusaban hacerla, y por eso serán
juzgados con más severidad. Lo mismo ocurrirá con los pecadores de hoy que oyen
la Palabra de Dios, pero no quieren hacerle caso.
III. EL
JUICIO ES DE CUERDO AL EVANGELIO DE CRISTO (2.17–29)
Ya Pablo ha mencionado dos veces
el «día del juicio» (vv. 5, 16). Ahora afirma que este juicio será del corazón,
cuando Dios revelará todos los secretos. Cristo será el Juez y la cuestión va a
ser: «¿Qué hiciste con el evangelio de Cristo?»
Los judíos se jactaban de sus
privilegios raciales y religiosos. Debido a que Dios les había dado su Palabra
conocían su voluntad y tenían un mejor sentido de lo valores. Miraban a los
gentiles como ciegos, en la oscuridad, como ignorantes y como niños (vv.
19–20). Los judíos se consideraban como los exclusivos favoritos de Dios; pero
lo que no lograron ver fue que estos privilegios les obligaban a vivir en santidad.
Desobedecían la misma ley que predicaban a los gentiles. El resultado fue que incluso
los «perversos gentiles» ¡blasfemaban el nombre de Dios debido al pecado de los
judíos! Pablo tal vez se esté refiriendo a Isaías 52.5, Ezequiel 36.21–22, o a
las palabras de Natán a David en 2 Samuel 12.14.
Si algún pueblo tenía «religión»,
ese era el judío; sin embargo, su religión era una cuestión de ceremonia
externa y no interna. Se jactaban de su rito de la circuncisión, una ceremonia
que los identificaba con el Dios viviente; y sin embargo, ¿de qué sirve un rito
físico si no hay obediencia a la Palabra de Dios? Pablo avanza incluso al punto
de decir que el gentil incircunciso que obedecía la Palabra de Dios era mejor
que el judío circunciso que la desobedecía (v. 27), y que el judío circunciso que
desobedecía a Dios era considerado «incircunciso». Un verdadero judío es el que
tiene fe interna, cuyo corazón se ha transformado, y no sólo aquel que sigue
las ceremonias externas en la carne. El versículo 27 afirma con audacia que los
gentiles que, aun siendo incircuncisos, por naturaleza cumplen la ley, ¡van a
juzgar a los judíos que quebrantan las normas de Dios!
El evangelio de Cristo exige un
cambio interno: «Es necesario nacer de nuevo» (Jn 3.7). No es la obediencia a
un sistema religioso lo que le permite a uno pasar la prueba cuando Cristo
juzga los secretos de los corazones de los hombres, sino el evangelio de Cristo
que es poder de Dios para salvación, tanto para el judío como para el gentil
(Ro 1.16). Si una persona nunca ha creído en el evangelio y recibido a Cristo,
ya está condenada. Los judíos, con toda su religión y legalismo estaban (y
están) igualmente bajo pecado como los gentiles, y mucho más debido a que se
les concedió mayores privilegios y oportunidades de conocer la verdad.
¿Cuántos van camino al infierno
porque piensan que Dios les va a juzgar según su opinión, status o religión?
Dios no juzga de acuerdo a estos principios, sino según la verdad, de acuerdo a
nuestras obras y de acuerdo al evangelio de Cristo. De este modo, en el
capítulo 1 Pablo prueba que los gentiles no tienen excusa, y aquí en el
capítulo 2, que los judíos no tienen excusa. En el capítulo 3 demostrará que el
mundo entero está bajo pecado y condenación, necesitando con desesperación la
gracia de Dios.
3
Este capítulo establece el puente
entre la sección 1: «pecado», y la sección 2: «salvación». En la primera
sección (vv. 1–20) Pablo analiza la condenación y concluye que el mundo entero,
judíos y gentiles por igual, están bajo pecado. En la última sección (vv.
21–31) presenta el tema de la justificación por fe, lo cual será su tema por
los próximos dos capítulos.
Es más, el capítulo 3 es en
realidad el semillero para el resto del libro. En los versículos 1–4 trata de la
incredulidad de Israel y este es su tema en los capítulos 9–11. En el versículo
8 menciona la cuestión de vivir en el pecado y este es lo que analiza en los
capítulos 6–8. (Nótese que 3.8 se relaciona muy de cerca con 6.1.) El versículo
21 trae a colación la justificación por fe, que es su tema para los capítulos 4–5.
Finalmente, en el versículo 31 menciona el establecimiento y obediencia a la
ley, tema que presenta en los capítulos 12–16 (nótese 13.8–14).
I. LAS MALAS NOTICIAS: CONDENACIÓN BAJO PECADO
(3.1–20)
En esta sección Pablo pregunta y
responde a cuatro interrogantes importantes:
A. ¿HAY ALGUNA VENTAJA EN SER JUDÍO, SI LOS JUDÍOS ESTÁN CONDENADOS?
(VV. 1–2).
La respuesta es «sí», porque a los
judíos se les dio los oráculos de Dios, su voluntad revelada en su Palabra. Si
Israel hubiera creído y obedecido la Palabra, la nación hubiera recibido a
Cristo y se hubiera salvado. Entonces, a través de ellos, Dios hubiera
esparcido la bendición al mundo entero. Nosotros hoy, desde luego, somos
privilegiados al tener la Palabra de Dios. Ojalá que nunca la demos por sentado.
B. ¿HA DEROGADO LA PALABRA DE DIOS LA INCREDULIDAD DE ISRAEL? (VV.
3–4).
Por supuesto que no. La
incredulidad nunca podría anular la fidelidad de Dios (v. 3). Dios es veraz, aun
cuando todo hombre es mentiroso. Aquí Pablo cita el Salmo 51.4, donde el rey
David admite sin rodeos su pecado y la justicia de Dios al juzgarle. Aun
reconociendo sus pecados David declaró la rectitud y justicia de Dios y la
verdad de su Palabra.
C. ENTONCES, ¿POR QUÉ NO PECAR MÁS Y GLORIFICAR ASÍ MÁS A DIOS? (VV.
5–8).
«Después de todo, si se honra a
Dios al juzgar mi pecado, ¡en realidad estoy haciéndole un favor al pecar! En
lugar de juzgarme, ¡Él debería dejarme pecar más para que pudiera ser
glorificado más! ¡De ninguna manera es justo al juzgarme!» Pablo rápidamente
desbarata este argumento en pro del pecado al destacar, en el versículo 6, que
tal posición significaría que Dios nunca juzgaría al mundo, e incluso Abraham
lo reconoció como el «Juez del mundo» (Gn 18.25). Pablo no explica cómo juzga
Dios el pecado y se glorifica en ello; simplemente afirma que toda la verdad y
la justicia caería si Dios hiciera lo que tales personas afirman. Los enemigos
judíos de Pablo mintieron acerca de él y dijeron que enseñaba esta misma
doctrina: «Hagamos males para que vengan bienes» (v. 8). Véanse también 6.1,
15.
Esta afirmación es tan contraria a
toda razón y toda Escritura que Pablo la desecha diciendo que «quienes dicen
esto merecen la condenación».
D. ENTONCES, ¿ES MEJOR EL JUDÍO QUE EL GENTIL? (VV. 9–18).
No, ni tampoco el gentil es mejor
o peor que el judío; porque ambos son pecadores y están bajo la terrible
condenación de Dios. «No hay diferencia» es el gran mensaje de Romanos: no hay
diferencia ni en cuanto al pecado (3.22–23) ni a la salvación (10.12–13). Dios
ha considerado bajo pecado tanto al judío como al gentil, para poder, en su
gracia, tener misericordia de todos (11.32).
Pablo ahora prueba que el mundo es
culpable al describir la total pecaminosidad de la humanidad.
En los versículos 10–12 comenta
sobre su carácter pecaminoso y se refiere al Salmo 14.1–3. En los versículos
13–18 nos recuerda de la conducta de la humanidad, al citar los Salmos 5.9;
140.3; 10.7 y 36.1 y también a Isaías 59.7, 8. Por favor, lea con cuidado estos
versículos y su escenario. Su veredicto final se da en los versículos 19–20: el
mundo entero es culpable ante Dios. La ley que los judíos pensaban que les
salvaría, sólo les condenaba; porque la ley da en conocimiento del pecado.
II. LAS BUENAS
NUEVAS: JUSTIFICACIÓN POR FE (3.21–31)
A. APARTE DE LA LEY (V. 21).
El versículo 21 se puede
parafrasear: «Pero ahora, en esta edad de gracia, una justicia (una nueva clase
de justicia) se ha revelado, pero no una que depende de la ley». La gente hoy quiere
justicia por la ley y por obras, pero Pablo ya ha probado que la ley condena y
nunca puede salvar. Esta gracia-justicia fue, sin embargo, vista en el AT.
Abraham, por ejemplo, fue declarado justo debido a su fe (Gn 15.6).
Habacuc 2.4 dice: «El justo por su
fe vivirá». Léase Romanos 9.30–33 y vea por qué Israel fracasó en esta justicia
por fe.
B. DISPONIBLE POR MEDIO DE CRISTO (VV. 22–26).
Nótese cuán a menudo Pablo usa la
palabra «fe». El versículo 23 puede leerse: «Por cuanto todos pecaron [de una vez
por todas en Adán] y están constantemente destituidos de la gloria de Dios».
Entonces Pablo introduce varios
términos importantes:
Justificados: Declarados Justos A Los Ojos De Dios Por
Medio De Los Méritos De Cristo, Seguros En Nuestra Posición En Cristo Ante El
Trono De Dios. Justificación Es La Justicia De Dios Imputada, Puesta En Nuestra
Cuenta. Santificación Es La Justicia Impartida, O Vivida En Nuestras Vidas
Diarias.
Redención: Liberación Del Pecado Y Sus Castigos,
Mediante El Pago De Un Precio. El Precio Fue La Sangre De Cristo En La Cruz.
Propiciación: El Sacrificio De Cristo Satisfizo La
Santa Ley De Dios, Lo Cual Hizo Posible Que Perdonara A Los Pecadores Y Seguir
Siendo Justo En Sí Mismo. La Justicia De Dios Quedó Satisfecha; Ahora Puede Mirar
Con Bondad Y Gracia A Un Mundo Perdido.
«¡Justificados gratuitamente por
su gracia!» (v. 24). ¡Qué emocionante declaración! No por obras, buenas
intenciones, regalos u oraciones, sino gratuitamente por su gracia sola. Es en
esta carta que Pablo explica cómo Dios puede ser a la vez «el justo, y el que
justifica» (v. 26), y la respuesta es la cruz. Cuando Jesús murió, llevó
nuestros pecados en su propio cuerpo (1 P 2.24) y pagó así el precio que exigía
la ley de Dios. ¡Pero resucitó! De este modo, ¡vive y puede salvar a todo el
que cree!
El versículo 25 enseña que en las
edades antes de la plena revelación del evangelio de Cristo, Dios parecía ser
injusto al «pasar por alto» los pecados de la humanidad y perdonar a personas
tales como Noé, Abraham y Enoc. Cierto, Él descargó ira en algunos casos; pero
generaciones de pecadores parecían escapar a su juicio. ¿Cómo podía Dios hacer
esto? Debido a que sabía que en la cruz Él daría una exhibición completa de su
ira contra el pecado, y sin embargo por medio de la muerte de Cristo proveería
una redención por los pecados que habían sido meramente «cubiertos» por la
sangre de los toros y machos cabríos (Heb 9–10).
C. ACEPTADOS POR FE (VV. 27–31)
«¡Esta es la conclusión de todo el
asunto!» El judío no tiene nada de qué jactarse, debido a que todos los
pecadores son justificados por fe y no por las obras de la ley. Si la
justificación es por la ley, Dios es un Dios de los judíos solamente, porque
Israel era el único que tenía la ley. Pero Dios es también el Dios de los
gentiles. Por consiguiente, tanto judíos como gentiles se salvan de la misma manera:
por fe. Y este simple medio de salvación no anula la ley, porque la ley exigía
la muerte por el pecado y Cristo murió por nuestros pecados. De este modo, el
evangelio establece la ley. La ley de Dios revela mi necesidad de gracia y la
gracia de Dios me permite obedecer la ley.
4
Procure dominar este capítulo,
¡sea como sea! Explica cómo Dios justifica (declara justo) a los impíos mediante
la muerte y la resurrección de Jesucristo. «Salvación» es un término amplio e
incluye todo lo que Dios hace por el creyente en Cristo: «justificación» es un
término legal que describe nuestra perfecta posición ante Dios en la justicia
de Cristo. En este capítulo Pablo usa el ejemplo de Abraham para ilustrar tres
grandes hechos respecto a la justificación por fe.
I. LA JUSTIFICACIÓN ES POR FE, NO POR OBRAS (4.1–8)
Todos los judíos reverenciaban al
«padre Abraham» y por Génesis 15.6 sabemos que Abraham fue justificado ante
Dios. La aceptación de Abraham por Dios era tan cierta que se referían al cielo
como «el seno de Abraham». Sabiendo esto, Pablo apunta a Abraham y pregunta:
«¿Cómo fue Abraham, nuestro padre en la carne, justificado?» ¿Por sus obras?
No, porque entonces pudiera haberse gloriado de sus éxitos y no tenemos ningún
registro de tal acción en el AT. ¿Qué dice la Escritura? «Abraham creyó a Dios»
(Véanse Gn 15.1–6.) El don de la justicia vino, no por obras, sino por la fe en
la Palabra revelada de Dios.
Nótese que en su argumento Pablo
usa las palabras «considerar», «imputar» y «contar» (vv. 3–6, 8–11; 22–24).
Todas significan lo mismo: poner a cuenta de una persona. La justificación
significa justicia imputada (puesta a nuestra cuenta) y nos da el derecho de
estar ante Dios. Santificación significa justicia impartida (hecha parte de
nuestra vida) y nos da una posición correcta ante los hombres, de modo que
crean que somos cristianos. Ambas cosas son parte de la salvación, como argumenta
Santiago 2.14–26. ¿De qué sirve decir que tengo fe en Dios si mi vida no revela
fidelidad a Él?
La salvación es o bien una
recompensa por obras, o un regalo mediante la gracia; no puede ser ambas cosas.
El versículo 5 afirma que Dios justifica al impío (no al justo) por fe y no por
obras. Los judíos pensaban que Dios se basaba en las obras para justificar a
los religiosos; sin embargo, Pablo ha demostrado que el «padre Abraham» se
salvó sólo por fe. Luego Pablo se refiere a David y cita el Salmo 32.1–2,
demostrando que el gran rey de Israel enseñó la justificación por la fe, aparte
de las obras. Dios no imputa el pecado a nuestra cuenta, porque eso se cargó a
la cuenta de Cristo (2 Co 5.21 y Véanse Flm 18). Antes bien, ¡Él imputa la
justicia de Cristo a nuestra cuenta puramente sobre la base de la gracia! ¡Qué
maravillosa salvación tenemos!
II. LA JUSTIFICACIÓN ES POR GRACIA, NO POR LA LEY
(4.9–17)
Ahora surge una importante
pregunta: «Si la salvación es por fe, ¿qué sucede con la ley? ¿Qué hay con el
pacto que Dios hizo con Abraham? Pablo responde señalando que la fe de Abraham
y su salvación data de ¡catorce años antes de ser circuncidado! La circuncisión
fue el sello del pacto, el rito que hacía del niño judío una parte del sistema
de la ley. Sin embargo Abraham, el «padre» de los judíos, ¡fue en efecto un
gentil (o sea, incircunciso) cuando fue salvado! La circuncisión fue sólo una señal
externa de una relación espiritual, como lo es el bautismo hoy. Ninguna
ceremonia física puede producir cambios espirituales; no obstante, los judíos
de los días de Pablo (como muchos «religiosos» de hoy) confiaban en las
ceremonias (las señales externas) e ignoraban la fe salvadora que se les demandaba.
Abraham es verdaderamente el «padre» de todos los creyentes, todos los que
pertenecen a la «familia de la fe» (Véanse Gl 3.7, 29). Como Pablo destacó en
Romanos 2.27–29, no todos los «judíos» son en realidad «el Israel de Dios».
En los versículos 13–17 Pablo
contrasta la ley y la gracia, así como en los versículos 1–8 contrastó la fe y
las obras. La palabra clave aquí es «promesa» (vv. 13, 14, 16). La promesa de
Dios a Abraham de que sería «heredero del mundo» (v. 13: indicando el glorioso
reino bajo el gobierno de la Simiente Prometida: Cristo) no se dio en conexión
con la ley o la circuncisión, sino por la sola gracia de Dios.
Léase de nuevo Génesis 15 y nótese
cómo Abraham estaba «al final de su cuerda» cuando Dios intervino y le dio su
promesa de gracia. ¡Todo lo que tenía que hacer era creer a Dios! La ley nunca
fue dada para salvar a nadie; la ley nada más trae ira y revela el pecado.
Anula por completo la gracia, así como las obras abrogarían la fe; las dos
cosas no pueden existir juntas (vv. 14–15). ¿Cómo podía
Abraham salvarse por una ley que
aún no se había dado? Pablo concluye en el versículo 16 que la justificación
viene por gracia, por medio de la fe; y así todas las personas, judíos o
gentiles, pueden ser salvos. Abraham no sólo es el padre de los judíos, sino
que es el «padre de todos nosotros», todos los que seguimos en sus pasos de fe.
(Léase Gl 3.)
III. LA JUSTIFICACIÓN ES
POR EL PODER DE LA RESURRECCIÓN, NO POR ESFUERZO HUMANO (4.18–25)
La primera sección (vv. 1–8)
contrastó la fe y las obras; la segunda (vv. 9–17) la ley y la gracia; y ahora
la tercera (vv. 18–25) contrasta la vida y la muerte. Nótese que Pablo, en el
versículo 17, identifica a Dios como el que «da vida a los muertos». Abraham y
Sara estaban «muertos», ya que sus cuerpos habían pasado con mucho la edad de
procrear (Véanse Heb 11.11, 12). ¿Cómo podrían dos personas, una de noventa años
de edad y la otra con más de cien, esperanzarse con tener un hijo? Pero cuando
la carne está muerta, ¡el poder de la resurrección del Espíritu puede obrar!
Debemos asombrarnos de la fe de
Abraham. Todo lo que tenía era la promesa de Dios de que sería el padre de
muchas naciones; sin embargo, creyó la promesa, dio la gloria a Dios y recibió
la bendición. Qué perfecta ilustración del milagro de la salvación. En tanto y
en cuanto la gente dependa de la carne y sienta que todavía tiene suficiente
fuerza como para agradar a Dios, nunca será justificada. Pero cuando llegamos
al final de nuestros recursos, admitimos que estamos muertos y cesamos de
bregar con nuestros esfuerzos, Dios puede «darnos vida de entre los muertos» y
una nueva vida y una perfecta posición delante de Él. Fue la simple fe de
Abraham a la Palabra de Dios lo que le justificó y así es como los pecadores
son justificados hoy.
Pero tal vez Abraham era alguien
importante. El versículo 24 dice que no; Dios escribió esa declaración en su
Palabra por causa nuestra, no por Abraham. Somos salvos de la misma manera que
él se salvó: por fe. Nótese cuán importante es en Romanos la palabra «creer»:
aparece en 1.16; 3.22, 26; 4.3, 24; 5.1; 10.4, 9–10; etc. Cuando un pecador
cree la promesa de Dios en la Palabra, el mismo poder de resurrección entra en
su vida y llega a ser cristiano, un hijo de Dios, así como Abraham lo fue.
Debemos confesar que estamos
muertos y creer que Cristo está vivo y nos salvará.
El versículo 25 explica la base
para la justificación: la muerte y resurrección de Cristo. Pablo entrará en
detalle en este asunto en el capítulo 5. El versículo dice: «El cual [Jesús
nuestro Señor] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para
nuestra justificación». El hecho de que Él murió prueba que fuimos pecadores;
el hecho de que Dios le levantó de los muertos prueba que hemos sido
justificados por su sangre. Esto pone de manifiesto de nuevo que la
justificación es asunto del poder de la resurrección y no del débil esfuerzo humano.
5
Este capítulo es una explicación
de la última palabra del capítulo 4: justificación. Un claro entendimiento del
argumento de Pablo es esencial para captar el significado de la justificación
por fe.
I. LA BENDICIÓN DE LA JUSTIFICACIÓN (5.1–11)
Tenga presente que la
justificación es la declaración de Dios de que el pecador que cree es justo en Cristo.
Es justicia imputada, puesta a nuestra cuenta. Santificación es justicia
impartida, puesta en práctica en y a través de nuestras vidas por el Espíritu.
Justificación es nuestra posición delante de Dios; santificación es nuestro
estado aquí en la tierra delante de otros. La justificación nunca cambia; la santificación
sí. Nótese las bendiciones que tenemos en la justificación.
A. TENEMOS PAZ (V. 1).
Hubo un tiempo en que éramos
enemigos (v. 10); pero ahora en Cristo tenemos paz con Dios. Paz con Dios
significa que nuestro problema con el pecado ha quedado resuelto por la sangre
de Cristo. Dios es nuestro Padre, no nuestro Juez.
B. TENEMOS ENTRADA A DIOS (V. 2A).
Antes de nuestra salvación
estábamos «en Adán» y condenados; pero ahora en Cristo tenemos una perfecta
posición delante de Dios y podemos entrar a su presencia (Heb 10.19–25).
C. TENEMOS ESPERANZA (V. 2B).
Literalmente «nos enorgullecemos
en la esperanza de la gloria de Dios». Lea Efesios 2.11, 12 y note que el
inconverso está «sin esperanza». No podemos ufanarnos en las buenas obras que
traen salvación (Ef 2.8–9), pero sí podemos hacerlo en la maravillosa salvación
que Dios nos ha dado en Cristo.
D. TENEMOS CONFIANZA DIARIAMENTE (VV. 3–4).
«También nos gloriamos en las
tribulaciones». El verdadero cristiano no sólo tiene una esperanza para el
futuro, sino que tiene confianza en las presentes aflicciones de la vida. La
«fórmula» es como sigue: la prueba más Cristo igual a paciencia; paciencia más
Cristo es igual a prueba [experiencia]; prueba más Cristo igual a esperanza.
Nótese que no nos gloriamos en las tribulaciones o respecto a las pruebas; sino
en las pruebas. Compárese Mateo 13.21; 1 Tesalonicenses 1.4–6; y Santiago 1.3.
E. EXPERIMENTAMOS EL AMOR DE DIOS (VV. 5–11).
Por el Espíritu Dios derrama su
amor en nosotros y a través de nosotros. Dios reveló su amor en la cruz cuando
Cristo murió por los que estaban «débiles», que eran «indignos», «pecadores» y «enemigos»,
probando así su gran amor. El argumento de Pablo es este: si Dios hizo todo eso
por nosotros mientras todavía éramos sus enemigos, ¡cuánto más hará ahora que
somos sus hijos! Somos salvos por la muerte de Cristo (v. 9), pero somos también
salvos por su vida (v. 10), según «el poder de su resurrección» (Flp 3.10) que
opera en nuestras vidas. Hemos recibido «reconciliación» (v. 11) y ahora
experimentamos el amor de Dios.
II. LA BASE
DE LA JUSTIFICACIÓN (5.12–21)
Esta es una sección compleja, de
modo que léala varias veces y use una traducción moderna. Pablo explica aquí
cómo todos los hombres son pecadores y cómo la muerte de un hombre puede dar a
un pecador impío una correcta posición delante de Dios.
Por favor, note antes que todo, la
repetición de la palabra «un» o «uno» (vv. 12, 15–19: once veces). Nótese
también el uso de la palabra «reinar» en los versículos 14, 17 y 21. El
pensamiento clave aquí es que cuando Dios mira a la raza humana, sólo ve a dos
hombres: Adán y Cristo. Todo ser humano, o está «en Adán» y está perdido, o
está «en Cristo» y es salvado; no hay términos medios. El versículo 14 afirma
que Adán es un tipo (figura) de Cristo; él es el «primer Adán» y Cristo el
«postrer Adán» (1 Co 15.45).Podemos contrastar a los dos Adanes como sigue:
(1) El primer Adán se hizo de tierra,
pero el postrer Adán (Cristo) vino del cielo (1 Co 15.47).
(2) El primer Adán fue el rey de la antigua
creación <%-3>(Gn 1.26–27),<%0> en tanto que el postrer Adán es el
Rey Sacerdote sobre la nueva creación <%-3>(2 Co 5.17).
(3) <%0> Al primer Adán lo
probaron en un jardín perfecto y desobedeció a Dios, mientras que al postrer
Adán lo probaron en un terrible desierto y obedeció a Dios; y en el huerto del
Getsemaní sometió su voluntad a Dios.
(4) La desobediencia del primer Adán
trajo pecado, condenación y muerte a la raza humana, pero la obediencia del
postrer Adán trajo justicia, salvación y vida a todo el que cree.
(5) Mediante el primer Adán la muerte
y el pecado reinan en este mundo (vv. 14, 17, 21); pero a través del postrer
Adán reina la gracia (v. 21) y los creyentes pueden «reinar en vida» (v. 17).
El AT es el «libro de la
generación de Adán» (Gn 5.1–2) y concluye con la palabra «maldición» (Mal 4.6).
El NT es el «libro de la generación de Jesucristo» (Mt 1.1) y concluye con «no
habrá más maldición» (Ap 22.3). El paraíso de Génesis que Adán perdió se
restaura en Apocalipsis mediante la cruz de Cristo.
Lo que Pablo enseña aquí es la
unidad de la raza humana en Adán (Véanse Hch 17.26). Cuando dice en el
versículo 12 que «todos han pecado» significa que todos pecamos en Adán cuando
él pecó. Nos identificamos con él como la «cabeza» de la raza humana y su
pecado es el nuestro, su muerte es la nuestra. El argumento de Pablo en los
versículos 12–14 es como sigue: Todos sabemos que un hombre muere si desobedece
la ley de Dios. Pero no había ley desde Adán hasta Moisés, ¡y sin embargo los hombres
murieron! Sabemos que Adán murió debido a que desobedeció una ley divina; pero
las generaciones desde Adán hasta Moisés no tenían tal ley para desobedecer.
Entonces, la muerte debe ser por otra causa y esa es el pecado de Adán. Debido
a que nacemos «en Adán», heredamos su pecado y condenación. Pero en su gracia
Dios ha dado un «postrer Adán», una nueva «Cabeza» que, «por su vida y muerte»,
ha deshecho todo lo que Adán hizo en su pecado. Pablo ahora presenta varios
contrastes entre la salvación y el pecado:
Vv. 15–16, ofensa vs. regalo
gratuito: La ofensa de Adán trajo condenación y muerte, mientras que el regalo
de la gracia de Dios trae justificación y vida.
V. 17, muerte vs. vida: La muerte
reinó debido a Adán, pero ahora los creyentes reinan en vida (ya no en el
futuro) por Cristo, ¡y tienen vida abundante!
V. 18, condenación vs.
justificación: El pecado de Adán hundió a la raza humana en condenación; la muerte
de Cristo trae una posición correcta delante de Dios. Adán se escondió de Dios;
¡en Cristo tenemos entrada libre a Dios!
V. 19, desobediencia vs.
obediencia: Adán desobedeció a Dios y nos hizo a todos pecadores; Cristo
obedeció a Dios y, por medio de la
fe en Él, somos hechos justos.
V. 20, ley vs. gracia: Dios no dio
la ley para salvar a la humanidad, sino para revelar el pecado.
Pero, cuando Cristo murió, la
superabundante gracia satisfizo las exigencias de la ley, y entonces suplió lo
que esta no podía suplir: salvación del pecado.
La transacción completa se resume
en el versículo 20: en la nueva creación (2 Co 5.17, estando «en Cristo») ya no
reina el pecado, ¡reina la gracia! No reina la muerte, ¡reina la vida! ¡Y
nosotros reinamos en vida! «Cristo[...] nos ha hecho reyes y sacerdotes para
Dios» (Ap 1.5–6).
Ahora, la pregunta importante es:
¿Estoy «en Adán» o «en Cristo»? Si estoy «en Adán», el pecado y la muerte
reinan en mi vida y estoy bajo condenación. Si estoy «en Cristo», la gracia
reina, puedo reinar en vida por medio de Cristo y el pecado ya no me tiene en
esclavitud (el tema del capítulo 6). En 5.6–11 Pablo enseña la sustitución:
Cristo murió por nosotros en la cruz. Pero en 5.12–21 avanza más y enseña la
identificación: los creyentes están en Cristo y pueden vivir en victoria sobre
el pecado. ¡Aleluya, qué Salvador!
NOTAS
INTRODUCTORIAS A ROMANOS 6–8
La iglesia de hoy necesita
desesperadamente enfatizar la santidad práctica en la vida del creyente.
Todo cristiano (si en verdad ha
nacido de nuevo) vive según se describe en Romanos 5; pero en los capítulos 6
al 8 de Romanos se describe muy poco progreso en los cristianos. Es esencial
que comprendamos el significado de esta sección sobre la santificación. No sólo
que la comprendamos, sino que la vivamos.
DEFINICIÓN
Santificar quiere decir «apartar,
separar». En esencia, no dice nada en cuanto a la naturaleza de algo, sólo su
posición en referencia a Dios. El tabernáculo y su mobiliario fueron
santificados, apartados para el uso exclusivo de Dios.
La lana, la tela, el metal y otros
materiales no eran «santos» en sí mismos, sino que fueron apartados para Dios.
En Juan 17.19 Jesús dice que Él se santifica a sí mismo. Por cierto, el Santo Hijo
de Dios no tiene necesidad de ser hecho «más santo» que lo que era. Lo que
quiere decir es simplemente que Él se había apartado a sí mismo para servir a
Dios y, por medio de su acto de salvación, pudo apartar a los creyentes para la
gloria de Dios.
En las Escrituras la santificación
es triple:
(1) posicional: el cristiano es
sacado del mundo y sentado con Cristo (Jn. 17.16);
(2) práctica: el creyente tiene
victoria día tras día sobre el pecado y crece en santidad y en semejanza a
Cristo;
(3) perfecta: «Seremos como Él es
porque le veremos como Él es» (1 Jn 3.1, 2).
A menos que conservemos el mensaje
de Romanos 6 separado del de Romanos 7, confundiremos el mensaje de Pablo y
perderemos una gran bendición. Esta tabla explica la diferencia entre el mensaje
de Romanos 6 y el de Romanos 7.
6 y 7
1. ¿Continuaremos en pecado para 1.
¿Qué podemos hacer sino pecar cuando nuestra misma que la gracia abunde?
naturaleza es tan pecadora?
2. Esclavitud al cuerpo de pecado.
2. Esclavitud a la ley.
3. Estamos muertos al pecado. 3.
Estamos muertos a la ley.
4. Analogía del siervo y el amo. 4.
Analogía de esposa y esposo.
5. El problema de evitar el mal cuando
tenemos naturalezas pecadoras.
5. El problema de hacer el bien
cuando tenemos naturalezas pecaminosas.
6. El problema es resuelto al saber que
hemos muerto al pecado,, considerarnos muertos a la ley y al presentarnos al
Espíritu.
6. El
problema es resuelto al saber que hemos muerto a la ley,, admitimos que no
podemos agradar a Dios por nosotros mismos y al presentarnos al Espíritu que
mora en nosotros.
Romanos 7 presenta un problema
mucho más profundo que el capítulo 6. Todo cristiano se da cuenta del problema
del capítulo 6: que su naturaleza pecaminosa le arrastra y trata de
esclavizarlo.
Pero pocos cristianos han
participado en las experiencias del capítulo 7, darse cuenta con humildad de que
somos incapaces, incluso de hacer algo bueno. Muchos cristianos viven bajo la
ley: tienen un conjunto de reglas y regulaciones que obedecen religiosamente en
la energía de la carne y le llaman «vivir una vida cristiana dedicada». ¡Qué
lejos de la verdad! Solamente cuando el Espíritu Santo dirige nuestras vidas
desde adentro y obedecemos de corazón hay vida cristiana que honra a Dios.
La carne disfruta de ser
«religiosa», tratando de obedecer leyes, reglas y códigos. La cosa más engañosa
acerca de la carne es que puede parecer tan santificada, tan espiritual, cuando
en realidad la carne está en guerra contra Dios. Romanos 6, entonces, se
refiere a la carne que genera el mal; el capítulo 7 analiza la carne que
mediante la ley trata de generar el «bien».
Romanos 5 es importante en esta
consideración también, a pesar de que en nuestro bosquejo colocamos este
capítulo bajo el encabezamiento «salvación».
Nótese los contrastes:
ROMANOS 5
ROMANOS 6 Y 7
1. Cristo murió
por nosotros 1. Morimos con Cristo
2. Sustitución
2. Identificación
3. Cristo murió
por los pecados 3. Cristo murió al pecado
4. Pagó la pena
del pecado 4. Rompió el poder del pecado
5.
Justificación 5. Santificación
6. Justicia
imputada 6. Justicia impartida
La carne: Esta frase no quiere
decir el cuerpo en sí mismo, sino más bien la naturaleza del hombre alejado de
la influencia y del poder de Dios. Otros términos que se usan para la carne
son: el viejo hombre, el cuerpo de pecado y el yo. Es difícil para la gente
refinada (incluso cristianos) admitir que en nosotros no hay nada bueno. Todo
lo que la Biblia dice respecto a la carne es negativo y hasta que los creyentes
no admitan que no pueden controlar la carne, ni cambiarla, ni limpiarla, ni
conquistarla, nunca entrarán en la vida y en la libertad de Romanos 6–8. Pablo,
el «preeminente fariseo» (Véanse Flp 3) tuvo que admitir en Romanos 7 que
incluso su carne ¡no se sujetaba a las leyes de Dios! Tal vez no hubiera
cometido actos externamente groseros de pecado, pero sin duda albergaba
actitudes internas que eran contrarias a la voluntad de Dios. La ley de Dios es
santa y buena, pero aun una ley santa nunca podrá controlar la carne pecadora.
Esta verdad viene como un choque
incluso a creyentes bien enseñados: la vida cristiana no se vive en la energía
de la carne, intentando «hacer buenas obras» para Dios. Ningún creyente en la
tierra puede jamás hacer nada en la carne que pueda agradar a Dios. Debemos
admitir que «la carne para nada aprovecha» (Jn 6.63) y presentarnos al Espíritu
antes de que podamos oír a Dios decir de nuestras vidas: «Estoy complacido».
¡Qué tragedia vivir bajo la esclavitud de leyes, resoluciones y reglas, cuando
hemos sido llamados a la gloriosa libertad por medio del Espíritu!
Nuestra responsabilidad: La vida
cristiana no es algo pasivo, en lo cual meramente «morimos» y dejamos que Dios
haga todo por nosotros. Las tres palabras clave del capítulo 6 son conocer,
considerar y presentar. Debemos conocer nuestra posición espiritual y
privilegios en Cristo, y esto quiere decir dedicar tiempo a la Palabra de Dios.
Debemos considerar que lo que Dios dice respecto a nosotros en la Biblia es
verdad en nuestras vidas y esto significa mostrar una fe que nace del Espíritu.
Finalmente, debemos presentar todo al Espíritu, no sólo en ocasiones, sino
siempre. Esto es «andar en el Espíritu».
La vieja naturaleza es fuerte para
hacer el mal y, sin embargo, «la carne es débil» (Mt 26.41) cuando se trata de
hacer alguna cosa espiritual. Debemos alimentar la nueva naturaleza con leche, carne,
pan y miel de la Palabra de Dios, y debemos considerarnos muertos al pecado.
¿Para qué alimentar a un cadáver? No obstante, muchos cristianos alimentan su
vieja naturaleza con las cáscaras del mundo, mientras que la nueva naturaleza
se muere de hambre por el maná de Dios y por la comunión con Él en la oración.
Dios ya ha hecho su parte; nuestras responsabilidades son claras: saber, considerar,
presentar.
6
Avanzamos ahora a la tercera
sección de Romanos: «Santificación» (caps. 6–8). Estos tres capítulos pertenecen
el uno al otro, y no se deben estudiar independientemente, de modo que será
sabio que lea los tres capítulos con cuidado. Note que el capítulo 6 se refiere
a que el creyente está muerto al pecado; el capítulo 7 explica que el creyente
está muerto a la ley; y el 8 analiza que el creyente está vivo en la victoria
que el Espíritu da. Estos tres capítulos son una explicación de la pequeña
frasecita en 5.17 «reinarán en vida». El capítulo 6 nos dice cómo el pecado ya
no reina sobre nosotros (6.12); el capítulo 7 explica cómo la ley ya no reina
más sobre nosotros (7.1); y el capítulo 8 explica cómo la morada del Espíritu
nos da vida y libertad (8.2–4).
El creyente enfrenta dos
problemas:
(1) ¿cómo puedo obtener la victoria
sobre la vieja naturaleza (la carne, el cuerpo de pecado)? Y:
(2) ¿cómo puedo vivir de manera que
agrade a Dios?
El capítulo 6 responde la primera
pregunta: obtenemos la victoria sobre la vieja naturaleza al darnos cuenta de
que hemos sido crucificados con Cristo. Pero la segunda pregunta es más
compleja; porque, ¿cómo puedo agradar a Dios cuando todo lo que haga, incluso
las «buenas cosas», están manchadas por la vieja naturaleza? El pecado no es
simplemente una acción externa; también involucra actitudes y disposiciones
internas. El capítulo 7 contesta a este problema (junto con el capítulo 8) al
mostrar que el cristiano está muerto a la ley y que el Espíritu cumple la
justicia de la ley en nosotros (8.4).
El secreto de la victoria sobre la
carne se halla en nuestra obediencia a estas tres instrucciones: saber,
considerar y presentar.
I. SABER (6.1–10)
Nótese cuán a menudo Pablo usa la
palabra «saber» en este capítulo (vv. 3, 6, 9, 16). Satanás quiere mantenernos
en oscuridad en lo que se refiere a las verdades espirituales que debemos
conocer y por eso muchos cristianos viven por debajo de su condición
privilegiada. «Si la gracia de Dios abunda cuando hay pecado (5.20)», pudiera
decir una persona, «el cristiano ¡debería vivir en pecado para conocer más de
la gracia de Dios!» Pablo muestra, sin embargo, que esto es imposible debido a
que el verdadero cristiano está muerto al pecado. Esta es la maravillosa verdad
de nuestra identificación con Cristo. No sólo que Cristo murió por nosotros,
sino que nosotros morimos con Él. Cuando el Espíritu nos bautizó en el cuerpo
de Cristo, fuimos sepultado con Él y resucitados a una vida nueva.
Los versículos 3–4 no se refieren
al bautismo en agua, sino a la operación del Espíritu al ponernos «en Cristo»
como miembros de su cuerpo. (Esta operación se ilustra con el bautismo en
agua.) Cuando Cristo murió, morimos con Él; cuando Él resucitó, resucitamos con
Él a una vida nueva. Esta es nuestra nueva posición en Cristo. Él no sólo murió
por el pecado, sino que murió al pecado (6.10). O sea, rompió el poder del
pecado y destruyó la vieja naturaleza (6.6). La vieja naturaleza aún está allí,
esto lo sabemos; pero la cruz de Cristo la ha despojado de su poder, porque
morimos con Cristo a todo lo que pertenece a la vida vieja.
El pecado y la vieja naturaleza
son amos inflexibles. El inconverso es esclavo del pecado (Ef 2.1–3), pero aun
muchos cristianos todavía sirven al pecado a pesar de que Cristo rompió su esclavitud.
Los que leen Romanos 5 descubren que Cristo murió por sus pecados y le reciben
en sus corazones; pero no se apropian de las palabras de Romanos 6 y no
descubren la gloriosa libertad que tienen en Cristo. Lea Romanos 6.1–10 de
nuevo y analice por usted mismo que el creyente está muerto al pecado (v. 2);
la vieja naturaleza ha sido crucificada (v. 6); el creyente ha sido libertado
del pecado (v. 7). La vieja naturaleza ya no puede reinar más en el cristiano
que conoce la verdad, la confiesa, considera y se presenta al Señor.
II. CONSIDERAR (6.11)
No es suficiente saber nuestra
nueva posición en Cristo; debemos, por fe, considerar que es verdad en nuestras
vidas. Considerar es simplemente ese paso de fe que afirma: «Lo que Dios dice
respecto a mí en la Biblia es cierto ahora en mi vida. Estoy crucificado con
Cristo». Considerar es la fe en acción que descansa en la Palabra de Dios a
pesar de las circunstancias y emociones o sentimientos. Dios no nos dice que
nos crucifiquemos, sino más bien que creamos que hemos sido crucificados y que
«el viejo hombre» ha muerto. La crucifixión es una muerte que no se la puede
aplicar usted mismo; debe ser crucificado por otro. Considerar es ese paso de
fe que cree la Palabra de Dios y actúa en consecuencia.
III. PRESENTAR (6.12–23)
Si los creyentes verdaderamente se
consideran muertos al pecado, demostrarán su fe al presentarse ante Dios. Este
es el tercer paso en el proceso de obtener la victoria sobre la vieja
naturaleza, la carne.
Nótese el severo «no reine, pues» del
versículo 12. Este sometimiento es un acto de nuestra voluntad, un paso de
obediencia al Señor. No es suficiente saber esta maravillosa doctrina, o
incluso considerarla; debemos dar el paso final de presentar nuestros miembros
a Cristo.
En los versículos 16–23 Pablo da
el ejemplo del amo y del criado. Nadie puede servir a dos señores.
Antes de ser salvos nos sometíamos
al pecado y éramos siervos del pecado. Por consiguiente, recibimos la «paga»
del pecado: la muerte (v. 23). Pero ahora, que hemos aceptado a Cristo como Salvador,
somos libres del pecado; o sea, nuestra nueva posición en Cristo nos da un
nuevo Amo y Señor, tanto como una nueva naturaleza. ¡Ahora somos siervos de la
justicia, en lugar de ser siervos del pecado! Al presentar nuestros miembros a
Cristo como sus «herramientas» o «instrumentos» (v. 13), Él viene a controlar
nuestras vidas y llevamos fruto en santidad (v. 22).
El cristiano que deliberadamente
se presenta al pecado cometerá pecado y cosechará tristeza. ¿Por qué debe el
pecado ser nuestro señor cuando hemos muerto al pecado? ¿Por qué obedecer a un
señor que ya Cristo derrotó? Los cristianos que pecan a propósito son personas
que se han presentado a sí mismos a la vieja naturaleza en lugar de presentarse
al Espíritu Santo. Viven por debajo de su posición exaltada en Cristo. Viven
como esclavos cuando podían regir como reyes.
Es importante que tengamos estos
tres pasos en orden. No podemos someternos a Dios y obtener la victoria sobre
la carne, a menos que primero nos consideremos muertos al pecado y vivos en
Cristo.
Pero no podemos reconocernos
muertos a menos que sepamos nuestra posición en Cristo. Satanás no quiere que
vivamos en nuestra elevada posición en Jesucristo, de modo que trata de
confundirnos respecto a nuestra victoria en el Hijo de Dios. No es suficiente
saber que Cristo murió por nosotros; debemos también saber que morimos en
Cristo. No es suficiente saber que tenemos una nueva naturaleza interna;
debemos también saber que la vieja naturaleza fue derrotada en la cruz. Saber, considerar,
presentar: estos tres pasos conducen a la victoria diaria sobre la carne. Estos
tres pasos conducen al trono donde Cristo es exaltado y donde «reinaremos en
vida» con Él, siervos de la justicia y no esclavos del pecado. Disfrutamos de
vida y verdadera libertad en Él.
Tenga presente que estos pasos
deben representar una actitud diaria de vida. No son «medidas de emergencia»
que se usan al enfrentar alguna tentación especial. Los creyentes que cada día
dedican tiempo a la Palabra de Dios conocerán su posición en Cristo. Tendrán la
fe para considerarse muertos al pecado y podrán presentarse y someterse al
Espíritu que mora en ellos, obteniendo victoria. La respuesta al problema del
pecado no es simplemente determinación, disciplina, reforma, legislación, ni ningún
otro esfuerzo humano. La victoria viene por medio de la crucifixión y
resurrección.
7
Este capítulo es muy mal
entendido, pero no obstante es muy importante. ¡Muchos que lo estudian no pueden
entender por qué Pablo se refiere a la victoria en el capítulo 6 y luego en el
7 habla de la derrota! Opinan que debería inmediatamente avanzar de la victoria
del capítulo 6 a las grandes bendiciones del capítulo 8, pero lo que sabía el
escritor inspirado era mejor. El capítulo 7 analiza una cuestión vital en la
vida cristiana; la relación del creyente con la ley de Dios. Romanos 6 explica
que los creyentes están muertos al pecado porque están identificados con Cristo
en su muerte y resurrección. Responde la pregunta: «¿Perseveraremos en pecado?»
(6.1). Pero nótese que Pablo hace una segunda pregunta en 6.15: «¿Qué, pues?
¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?» En el capítulo
7 responde a esta pregunta y explica que los creyentes están muertos a la ley
así como lo están al pecado (7.4).
¿Qué quiere decir Pablo en 6.14
cuando afirma que «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia»?
Estar «bajo la ley» quiere decir
que debemos hacer algo por Dios; estar «bajo la gracia» quiere decir que Dios
hace algo por nosotros. Demasiados cristianos están agobiados por reglas y
regulaciones religiosas y buenas resoluciones, sin darse cuenta de que es
imposible hallar santidad mediante sus propios esfuerzos. ¡Qué trágico es ver
cristianos viviendo «bajo la ley», luchando por agradar a Dios, cuando la nueva
posición que tienen en Cristo y el nuevo poder en el Espíritu (8.3–4) hacen
posible disfrutar la victoria y la bendición por gracia. Pablo lo explica en el
capítulo 7 al darnos una serie de «dúos».
I. DOS ESPOSOS (7.1–6)
La relación matrimonial ilustra
nuestra relación con la ley. (Tenga presente que cuando Pablo habla de «la ley»
no se refiere sólo a la Ley de Moisés, sino también a cualquier clase de
legislación que el creyente usa para reducir el pecado y conseguir santidad.)
Los dos esposos son la ley y el Señor Jesucristo.
Cuando una mujer se casa con un
hombre, está ligada a ese hombre hasta que él muere. Entonces ella es libre
para casarse de nuevo. Antes de conocer a Cristo estábamos atados a la ley y
condenados por ella. La ley, sin embargo, no «murió» cuando fuimos salvados; en
lugar de eso, nosotros morimos en Cristo. Ya no estamos «casados» a un sistema
de regulaciones; estamos «casados» a Cristo Jesús y ya la ley no tiene control
sobre nosotros. Lea el versículo 4 varias veces y absorba su maravilloso mensaje.
Nuestro antiguo «marido» no tiene control sobre nosotros: estamos en una nueva
relación maravillosa por medio de Cristo y en Cristo. Cuando estábamos perdidos
la ley acicateaba «las pasiones pecaminosas» de nuestra vieja naturaleza y esto
producía muerte (v. 5). Pero ahora estamos libres de la ley y podemos servir a
Cristo en el nuevo régimen del Espíritu, no en el antiguo de la letra (v. 6).
El versículo 6 no sugiere que el
cristiano no tiene la obligación de servir a Dios. En realidad, nuestras
obligaciones ahora son mayores puesto que conocemos a Cristo y pertenecemos a
la familia de Dios. Las exigencias son mucho más severas que bajo la Ley
Mosaica. Por ejemplo, el Sermón del Monte va más allá de las acciones externas
para analizar las actitudes internas. La Ley de Moisés decretaba que los
homicidas eran culpables, pero Jesús dijo que el odio equivalía al homicidio.
Pero Romanos 7.6 enseña que nuestra motivación para obedecer es diferente: no
obedecemos mecánicamente a un conjunto de reglas, sino que con todo amor, del
corazón, obedecemos al Espíritu de Dios que cumple y completa la justicia de la
ley en nosotros (8.4). Un pianista principiante puede tocar una pieza «al pie
de la letra» y sin embargo no captar aún su espíritu interno de la manera que
un músico experimentado lo haría. Nuestra obediencia a Dios no es la del
esclavo que teme al amo, sino la de la novia que con amor complace al novio.
II. DOS DESCUBRIMIENTOS (7.7–14)
Entonces, ¿por qué Dios estableció
la ley si no santifica? ¿Qué propósitos tenía en mente? Pues bien, Pablo hizo
dos descubrimientos que contestan esta pregunta:
(1) La ley en sí
misma es espiritual, pero:
(2) el creyente
es carnal, vendido al pecado.
¡Qué humillante descubrimiento fue
para el orgulloso fariseo que su naturaleza no era espiritual e incapaz de
obedecer la ley de Dios! La ley revela el pecado (v. 7), porque al leerla, las
mismas cosas que condena aparecen en nuestras vidas. La ley despierta el pecado
(v. 8) y el pecado se agita en nuestra naturaleza. La ley mata al pecador y lo
engaña (vv. 9–11), haciendo que se dé cuenta de que es demasiado débil para
satisfacer las normas de Dios. Por último, la ley revela la pecaminosidad del
pecado (v. 13), no sólo nuestras acciones externas, sino especialmente nuestras
actitudes internas. El creyente no puede santificarse mediante la ley no porque
esta no sea santa y buena, sino porque nuestra naturaleza es tan pecaminosa que
la ley no la puede cambiar o controlar. Es un día maravilloso en la vida del
cristiano cuando descubre que «la vieja naturaleza no conoce la ley, y la nueva
naturaleza no necesita de la ley».
III. DOS PRINCIPIOS (7.15–25)
Después de su experiencia de
derrota con la ley, Pablo concluyó que hay dos principios (o «leyes») que
operan en la vida del creyente:
(1) la ley del
pecado y de la muerte, y:
(2) la ley del
Espíritu de vida en Cristo (Véanse 8.2).
Pablo se refiere, entonces, a la
presencia de dos naturalezas en el hijo de Dios. La salvación no significa que
Dios cambia la vieja naturaleza, la limpia o la transforma. ¡La vieja naturaleza
del creyente es simplemente tan perversa y opuesta al Espíritu hoy como en el
día en que fue salvado! La salvación quiere decir que Dios le da al creyente
una nueva naturaleza y crucifica la antigua. El cristiano todavía tiene la
capacidad de pecar, pero ahora tiene un apetito por la santidad. La dinámica
para el pecado aún está allí, pero no tiene el deseo.
La ley del pecado y de la muerte
es simplemente la operación de la vieja naturaleza, de modo que cuando el
creyente quiere hacer lo bueno, el mal está presente. Incluso, las «buenas
cosas» que hacemos están manchadas por el mal (Véanse v. 21). Es aquí donde
usted ve la diferencia entre la victoria del capítulo 6 y la del capítulo 7; en
el capítulo 6 el creyente gana la victoria sobre las cosas malas de la carne, o
sea, deja de hacer deliberadamente el mal; pero en el capítulo 7 triunfa sobre
las «cosas buenas» que la carne haría en obediencia a la ley. Mas Dios no
acepta la carne, porque en nuestra carne no hay nada bueno. «La carne para nada
aprovecha» (Jn 6.63). Sin embargo, cuántos cristianos establecen leyes para sus
vidas y tratan de disciplinar la carne para que obedezca, cuando Dios
llanamente dice: «Los designios de la carne [la vieja naturaleza]... no se
sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (8.7).
La ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús contrarresta la ley del pecado y de la muerte. No es al someternos
a las leyes externas que crecemos en santidad y servimos a Dios aceptablemente,
sino al someternos al Espíritu de Dios que mora en nosotros. Esta ley (o
principio) se elabora en el capítulo 8, en los primeros diecisiete versículos
en especial. No podemos cumplir con la justicia de la ley con nuestra fuerza;
el Espíritu la cumple en nosotros con su poder (8.3–4).
¿Cuál es la aplicación práctica de
todo esto? Simplemente esto: En nuestra nueva posición delante de Dios, como
muertos a la ley, no se espera que obedezcamos a Dios mediante nuestras
fuerzas. Dios no nos ha esclavizado bajo una «ley cristiana» que debamos
obedecer para ser santos. Más bien, nos ha dado su Espíritu Santo que nos
capacita para cumplir las exigencias de la santidad de Dios. Los cristianos
pueden tener la victoria del capítulo 6 y dejar de estar bajo la esclavitud del
cuerpo de carne, pero hay más que eso en la vida cristiana. ¿No deberíamos
producir fruto para Dios? ¡Ciertamente!
Pero desde el momento en que
empezamos a obrar con nuestra fuerza descubrimos que somos un fracaso; y,
triste es decirlo, pero muchos cristianos bien intencionados se detienen allí
mismo y se convierten en víctimas espirituales. Más bien debemos aceptar las
verdades de Romanos 7: que en realidad somos un fracaso, que la ley es buena
pero que somos carnales y luego permitir que el Espíritu obre la voluntad de
Dios en nuestra vida. Que Dios nos capacite para considerarnos muertos al
pecado (cap. 6) y a la ley (cap. 7), para que podamos, por medio del Espíritu,
disfrutar de la bendita libertad de los hijos de Dios y glorificar a Dios
viviendo en santidad.
8
Este capítulo es el clímax de la
sección sobre la «santificación» (caps. 6–8) y responde las preguntas que
surgieron respecto a la ley y a la carne. El Espíritu Santo domina todo el
capítulo, porque a través del Espíritu morando en nosotros podemos vencer la
carne y tener una vida cristiana fructífera. El capítulo puede resumirse en
tres frases: ninguna condenación, ninguna obligación y ninguna separación.
I. NINGUNA CONDENACIÓN: EL ESPÍRITU Y LA LEY
(8.1–4)
Estos versículos, en realidad,
constituyen la conclusión del argumento del capítulo 7. Tenga presente que aquí
Pablo no analiza la salvación, sino el problema de cómo el creyente puede
alguna vez hacer algo bueno cuando tiene una naturaleza tan pecadora. ¿Cómo
puede un Dios santo aceptar alguna cosa que hacemos cuando no tenemos «nada
bueno» morando en nosotros? ¡Tal parece que tendría que condenar todo
pensamiento y obra! Pero no hay «ninguna condenación» puesto que el Espíritu
Santo que mora en nosotros cumple la justicia de la ley. La ley no puede
condenarnos porque estamos muertos a ella. Dios no puede condenarnos, porque el
Espíritu Santo capacita al creyente «a andar en el Espíritu» y por consiguiente
a satisfacer las exigencias santas de Dios.
Es un día glorioso en la vida del
cristiano cuando se da cuenta de que los hijos de Dios no están bajo la ley, de
que Dios no espera que hagan «buenas obras» en el poder de su vieja naturaleza.
Cuando el cristiano comprende que «no hay ninguna condenación», se percata de
que el Espíritu que mora en él agrada a Dios y lo ayuda a agradarle. ¡Qué
gloriosa salvación tenemos! «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo
nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud», advierte Pablo
en Gálatas 5.1.
II. NINGUNA OBLIGACIÓN: EL ESPÍRITU Y LA CARNE
(8.5–17)
El creyente puede tener dos
«disposiciones» (mente, designios): puede inclinarse hacia las cosas de la
carne y ser un cristiano carnal, en enemistad con Dios; o puede inclinarse
hacia las cosas del Espíritu, ser un cristiano espiritual y disfrutar gozo y
paz. La mente carnal no puede agradar a Dios; sólo el Espíritu obrando en
nosotros y a través de nosotros puede agradar a Dios.
El cristiano no tiene ninguna
obligación con la carne: «Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne,
para que vivamos conforme a la carne» (v. 12). Nuestra obligación es hacia el
Espíritu Santo.
Fue el Espíritu el que nos
convenció y nos mostró nuestra necesidad del Salvador. Fue el Espíritu el que
impartió la fe salvadora, implantó la nueva naturaleza en nosotros y nos da
testimonio cada día de que somos hijos de Dios. ¡Qué gran deuda tenemos con el
Espíritu! Cristo nos amó tanto que murió por nosotros; el Espíritu nos ama
tanto que vive en nosotros. A diario soporta nuestra carnalidad y egoísmo;
todos los días nuestro pecado lo contrista; y sin embargo nos ama y permanece
en nosotros como el sello de Dios y las «arras» («garantía», 2 Co 1.22) de las
bendiciones que nos esperan en la eternidad. Si alguien no tiene el Espíritu
morando en él, no es un hijo de Dios.
Al Espíritu Santo se le llama «el
Espíritu de adopción» (v. 15). Vivir en la carne o bajo la ley (y ponerse bajo
la ley es inclinarse a vivir en la carne) conduce a la servidumbre; pero el
Espíritu conduce a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Libertad para el
creyente jamás significa hacer lo que se le antoje, ¡porque esa es la peor
clase de esclavitud! Más bien la libertad cristiana en el Espíritu es libertad
de la ley y de la carne, para que podamos agradar a Dios y llegar a ser lo que
Él quiere que lleguemos a ser. «Adopción» en el NT no significa lo que
típicamente denota hoy en día, recibir a un niño dentro de una familia como
miembro legal de ella. El significado literal de la palabra griega es «colocar
como hijo», tomar a un menor (bien sea en la familia o afuera) y hacerlo el
legítimo heredero.
Cada creyente es un hijo de Dios
por nacimiento y heredero de Dios por adopción. Es más, somos coherederos con
Cristo, de modo que Él no puede recibir su herencia en gloria hasta que
nosotros estemos allí para compartirla con Él. Gracias a Dios el creyente no
tiene obligación a la carne, para alimentarla, agradarla y obedecerla. En lugar
de eso, debemos «hacer morir» las obras de la carne por el poder del Espíritu
(v. 13, Véanse Col 3.9) y permitir que el Espíritu dirija nuestras vidas
diarias.
III. NINGUNA SEPARACIÓN: EL ESPÍRITU Y EL
SUFRIMIENTO (8.18–39)
Aunque ahora los creyentes
soportan el sufrimiento, disfrutarán de la gloria cuando Cristo regrese.
Es más, la creación entera (vv.
19–21) gime bajo la esclavitud del pecado, gracias a la desobediencia de Adán.
Cuando Cristo finalmente aprese a Satanás, libertará a la creación completa de
su esclavitud, y toda la naturaleza disfrutará con nosotros de «la libertad gloriosa
de los hijos de Dios» (v. 21). ¡Qué maravillosa salvación tenemos; libre de la
pena del pecado debido a que Cristo murió por nosotros (cap. 5); libre del
poder del pecado porque morimos con Cristo a la carne (cap. 6) y a la ley (cap.
7); y algún día seremos libres de la misma presencia del pecado cuando la
naturaleza sea librada de su esclavitud.
Tenemos el Espíritu de adopción,
pero estamos «esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (v. 23).
El alma ha sido redimida, pero no el cuerpo. Esperamos en esperanza, sin
embargo, debido a que el Espíritu Santo nos es dado como «las primicias» de la
liberación que Dios tiene para nosotros en el futuro. Incluso si morimos, el
Espíritu, quien nos ha sellado para el día de la redención (Ef 1.13–14),
vivificará nuestros cuerpos (v. 11).
Nótese los tres «gemidos» en los
versículos 22–26:
(1) toda la
creación gime, v. 22;
(2) el creyente gime
esperando la venida de Cristo, v. 23; y:
(3) el Espíritu
gime al interceder por nosotros, v. 26.
Nótese en Juan 11 cuando Jesús
«gimió» al visitar la tumba de Lázaro. Cómo se preocupa Dios por la esclavitud
de la creación. Qué precio pagó Cristo para librarnos. Pablo destaca que
mientras soportamos estos sufrimientos en esperanza tenemos el privilegio de orar
en el Espíritu. Tal vez mucha de nuestra oración es en la carne: oraciones
largas, hermosas, «pías», que glorifican al hombre y dan nauseas a Dios (Is
1.11–18). ¡Pablo indica que la mayoría de la oración espiritual puede ser un
gemido sin palabras que brota del corazón! «Suspiros demasiado profundos para las
palabras» es una manera en que una versión traduce el versículo 26. El Espíritu
intercede por nosotros, el Padre escudriña nuestros corazones y sabe lo que el
Espíritu desea, y esto es lo que nos concede.
El Espíritu siempre ora de acuerdo
a la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios? Que los creyentes sean
conformados a la imagen de Cristo (v. 29). Podemos reclamar la promesa del
versículo 28 debido al propósito del versículo 29. Nótese que todos los verbos
en el versículo 30 están en tiempo pasado: llamó, justificó y glorificó al
creyente. ¿Por qué desmayar bajo los sufrimientos de este mundo cuando ya hemos
sido glorificados? Simplemente esperamos la revelación de esta gloria en la
venida de Cristo.
Pablo concluye haciendo cinco
preguntas (vv. 32–35) y respondiéndolas claramente. No hay necesidad de
inquietarse por lo que Dios hará, porque Dios es por nosotros y no contra
nosotros. La prueba es que dio lo mejor que tenía en la cruz. Con toda seguridad
que nos dará libremente cualquier otra cosa que necesitemos. ¿Puede alguien
acusarnos por el pecado? ¡No! Hemos sido justificados y esta posición delante
de Dios nunca cambia. ¿Puede alguien condenarnos? ¡No! Cristo murió por nosotros
y vive ahora como nuestro Abogado a la diestra de Dios. ¿Puede alguien
separarnos del amor de Dios? ¡No! Ni siquiera el mismo diablo («principados»,
«potestades», v. 38).
¡Ninguna condenación, ninguna
obligación, ninguna separación! «Antes, en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó» (v. 37).
9
Los próximos tres capítulos se
refieren a la historia espiritual de Israel: pasada (cap. 9), presente (cap. 10)
y futura (cap. 11). El propósito de Pablo es explicar cómo Dios pudo poner a un
lado a su pueblo escogido y salvar a los gentiles, y cómo Él restaurará a la
nación en algún tiempo futuro.
I. LA ELECCIÓN DE ISRAEL DESCRITA (9.1–13)
A. LAS BENDICIONES DE LA ELECCIÓN (VV. 1–5).
No podemos sino admirar el peso de
la responsabilidad que sentía Pablo por Israel. Sus palabras nos recuerdan a
Moisés en Éxodo 32.31, 32. ¿Tenemos esa carga por las almas perdidas? Cristo
nos amó tanto que se hizo maldición por nosotros.
(1) LA ADOPCIÓN: escogidos
por Dios debido a su amor (Véanse Is 43.20–21).
(2) LA GLORIA: la presencia de Dios en el tabernáculo (Éx 24.16,
17).
(3) LOS PACTOS: Dios,
mediante Abraham, Moisés y David, dio pactos inmutables a su pueblo Israel.
(4) LA PROMULGACIÓN DE LA LEY: Dios nunca se relacionó así con los gentiles.
Israel oyó la voz de Dios y recibió sus leyes para el gobierno de sus vidas.
(5) EL CULTO: el servicio
sacerdotal en el tabernáculo era un privilegio del Señor.
(6) LAS PROMESAS: muchas
promesas del AT se han cumplido y muchas aún no se han cumplido para los judíos.
(7) LOS PATRIARCAS: Abraham,
Isaac y Jacob y sus doce hijos forman el cimiento de la nación.
(8) EL MESÍAS: Cristo fue un
judío, de la tribu de Judá, nacido según la ley.
Nótese en el versículo 5 que Pablo
llama a Cristo: «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos».
Ninguna otra nación tuvo estas
maravillosas bendiciones; sin embargo, Israel las dio por sentado y a fin de
cuentas rechazó la justicia de Dios. El cristiano hoy también pertenece a los
elegidos de Dios y tiene similares bendiciones de las cuales disfrutar:
adopción (Ef 1.5); gloria (Ef 1.6–7); el nuevo pacto en la sangre de Cristo
(Heb 9.10); la ley escrita en el corazón (2 Co 3; Heb 10.16–17); servicio sacerdotal
mediante Cristo (1 P 1.4); y tenemos a Abraham como padre de los que creen (Gl
3.7): todo porque tenemos a Cristo.
B. LA BASE DE LA ELECCIÓN (VV. 6–13).
En la elección Dios ejerce su
voluntad soberana para lograr su plan perfecto. Tenga presente que la elección
de que se habla en Romanos 9–11 es nacional y no individual. Aplicar todas las
verdades de estos capítulos a la salvación, o a la seguridad del creyente
individual, es errar su mensaje por completo. Es más, Pablo cuidadosamente
destaca que está hablando a los judíos y a los gentiles como pueblos, no como
pecadores individuales.
(1) ABRAHAM: Fue escogido
como el padre de la nación hebrea, pero Pablo afirma que no todos los israelitas
son verdaderos hijos de Israel. (Véanse también 2.25–29.) Abraham tuvo muchos
hijos (Gn 25.1–6), pero solamente uno escogido: Isaac, quien fue el hijo de la
promesa por fe.
(2) ISAAC: Fue el hijo
de la promesa por fe (Véanse Gl 4.21–31), mientras que Ismael fue el hijo de la
carne por medio de las obras. La verdadera «simiente de Abraham» son los
creyentes y no sólo los que tienen sangre judía en sus venas.
(3) JACOB: Dios pasó por
alto a Esaú, el primogénito, y escogió a Jacob, y tomó su decisión incluso
antes de que los niños nacieran. ¿Por qué? Para mostrar que el propósito de
Dios al elegir a su nación se cumpliría.
Esaú decidió rebelarse contra
Dios, pero los propósitos de Dios no dependen de las decisiones del hombre. No
podemos explicar la relación entre las elecciones del hombre y los propósitos
de Dios, pero sabemos que ambas cosas son verdaderas y se enseñan en la Palabra
de Dios.
II. LA ELECCIÓN DE ISRAEL DEFENDIDA (9.14–33)
La doctrina de la elección
nacional de Israel levanta varias preguntas teológicas cruciales:
A. ¿ES DIOS INJUSTO? (VV. 14–18).
¡Por supuesto que no! Porque la
elección no tiene nada que ver con la justicia, sino más bien con la gracia.
«¡Dios es injusto si escoge a uno e ignora a otro!», dicen a menudo los
ignorantes. Pero el propósito de Dios va más allá de la justicia; ¡porque si
Dios hiciera nada más lo que es justo, tuviera que condenarnos a todos nosotros!
Pablo usa a Moisés (Éx 33.19) y a Faraón (Éx 9.16) como prueba de que Dios
puede hacer lo que desee al dispensar su gracia y misericordia. Nadie merece la
misericordia de Dios y nadie puede condenarlo por su elección de Israel o por
haber pasado por alto a otras naciones.
B. ¿POR QUÉ DIOS ENCUENTRA FALTAS SI NADIE PUEDE RESISTIR SU VOLUNTAD?
(VV. 19–29).
Pablo replica con una parábola
sobre el alfarero, posiblemente tomada prestada de Jeremías 18.1–6. Dios es el
Alfarero y las naciones del mundo (y sus líderes) son las vasijas. Algunas son
vasijas de ira que Dios pacientemente soporta hasta el tiempo de su destrucción
(Gn 15.16). Otros son vasijas de misericordia que revelan su gloria. Pablo
entonces cita a Oseas 2.23 y 1.10 para mostrar que Dios prometió llamar un
«pueblo» de entre los gentiles, un pueblo que sería llamado «hijos del Dios viviente».
Esta es la Iglesia (Véanse 1 P 2.9–10). También cita Isaías 10.22, 23,
mostrando que un remanente de judíos también se salvaría (Véanse Is 1.9). En
otras palabras, el propósito de Dios en la elección hace posible que tanto
judíos como gentiles sean salvos por gracia. Ni el judío ni el gentil podrían
ser salvos de ninguna otra manera que por la gracia de Dios.
C. ¿QUÉ DIREMOS RESPECTO A LOS GENTILES? (VV. 30–33).
Aquí está la paradoja de la
historia: los judíos trataron de ser justos y fueron rechazados; los gentiles,
que no tuvieron los privilegios de los judíos, ¡fueron recibidos! La razón es
que los judíos trataron de alcanzar justicia por medio de las obras, mientras
que los gentiles recibieron la justicia por la fe y mediante la gracia de Dios.
Los judíos tropezaron por el Mesías crucificado (véanse Is 8.14; 28.16; Mt
21.42; 1 Co 1.23; 1 P 2.6–8). Querían un Mesías que guiaría a la nación a la
libertad y gloria políticas; no podían creer en un Cristo crucificado.
El propósito de Pablo en este
capítulo es explicar la posición de Israel en el plan de Dios. Israel era una
nación elegida que se le había dado privilegios como a ninguna otra; y sin
embargo, había fallado miserablemente al no seguir el programa de Dios para
bendecir a todo el mundo. El capítulo entero exalta la gracia soberana de Dios
sin minimizar la responsabilidad del hombre para tomar las decisiones
correctas. La Palabra de Dios prevalecerá independientemente de la
desobediencia humana; pero los pecadores desobedientes se quedarán sin la
bendición. Ninguna mente humana puede siquiera imaginar o explicar la sabiduría
de Dios (Véanse 11.33–36), pero esto sabemos: sin la gracia soberana de Dios,
no habría salvación.
10
En este capítulo Pablo explica por
qué Israel, como nación, está en su presente condición espiritual.
I. LA RAZÓN PARA EL RECHAZO (10.1–13)
La palabra clave en este capítulo
es «justicia». Los judíos querían justicia, pero trataban de obtenerla de la
manera equivocada. Como los fariseos descritos en Mateo 23.15, los judíos
gastaban su energía tratando de alcanzar una posición correcta ante Dios, pero
hacían sus obras en ignorancia. «La gente religiosa» de hoy no es diferente;
piensa que Dios los aceptará por sus buenas obras.
La Biblia habla de dos clases de
justicia: «justicia por obras», que viene al obedecer la ley; y «justicia por
fe», que es el don de Dios a aquellos que confían en su Hijo. Los judíos no
querían someterse a la justicia por fe; su orgullo racial y religioso los
alejaba de la simple fe y los arrastraba a la religión ciega. Rechazaron a
Cristo y se aferraron a la ley, sin darse cuenta de que Cristo era precisamente
Aquel para el que la ley había preparado el camino, y que Él mismo culminó en
la cruz el reinado de la ley. La Ley Mosaica ya no es más la base que Dios usa
para relacionarse con la humanidad; su relación con nosotros es en la cruz,
donde Cristo murió por el mundo. La justicia por la fe se describe en Levítico
18.5; la justicia por la fe se describe en Deuteronomio 30.12–14.
El pasaje de Deuteronomio se usa
para mostrar que la Palabra de Dios está siempre a disposición del pecador y
que Cristo está cerca de él y listo para salvarlo. Los versículos 6–8 son una
buena ilustración de cómo Pablo usa pasajes del AT para trasmitir verdades del
NT. En Deuteronomio 30.11–14 Moisés le advirtió al pueblo en contra de la
desobediencia a la Palabra de Dios. Para que no arguyeran que la ley estaba
lejos de ellos (aplicado especialmente al tiempo de la dispersión de Israel entre
las naciones, Dt 30.1–5), Moisés les recordó que no tenían que ir al cielo ni
atravesar el mar para hallar la Palabra de Dios: estaba en sus labios y en sus
corazones. Pablo aplicó esto a Cristo, el Verbo (Jn 1.1), y destacó que Israel
no necesitaba subir al cielo para traer a Cristo, ni bajar al abismo para hacerlo
subir, debido a que la Palabra de salvación estaba cerca a ellos para que
pudieran creer y ser salvos. La salvación viene cuando los pecadores confiesan
que «Jesús es Señor [Todopoderoso Dios]» y creen en el corazón que Cristo está
vivo de entre los muertos. Lo que se cree en el corazón se confiesa con la
boca. Algunos de los judíos en los días de Jesús no le confesaban con franqueza
(Jn 12.42–43). Cuando el pecador recibe a Cristo por fe y le confiesa
abiertamente, demostrando así su fe, recibe el don de la justicia.
En el versículo 11 Pablo cita de
nuevo a Isaías 28.16 (Véanse Ro 9.33): «Todo aquel que en Él creyere, no será
avergonzado». Al judío no le gustaba el término «todo aquel», puesto que se
creían el único «pueblo escogido». Pero en el versículo 13 Pablo cita a Joel
2.32 para demostrar que: ¡cualquiera que invoque a Cristo es salvo, y no
solamente el judío!
II. EL REMEDIO PARA EL RECHAZO (10.14–17)
La secuencia aquí es como sigue:
(1) se envían a
los mensajeros; (2) declaran la Palabra;
(3) los pecadores
oyen la Palabra;
(4) los
pecadores creen a la Palabra;
(5) invocan a
Cristo;
(6) ¡son
salvados!
El argumento aquí es simplemente
que los pecadores no pueden salvarse sin la Palabra de Dios, porque «la fe es
por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (v. 17). En el versículo 15 Pablo
se refiere a Isaías 52.7, un versículo que tendrá su cumplimiento total en el
día en que Israel sea establecida en su reino.
¡Piense en el gozo que Israel
tendrá cuando las noticias vengan de que su Mesías reina! Pablo aplica este
pasaje a la proclamación del evangelio de la paz (paz con Dios y paz entre el
judío y el gentil, Ef 2.13–17) al Israel que hoy está perdido. A menudo usamos
Romanos 10.14, 15 como la base para nuestra acción de enviar misioneros a las
naciones gentiles y por cierto que esta aplicación es válida; pero el
significado básico aquí es la proclamación del evangelio a Israel hoy. Llevamos
el evangelio a los judíos, no debido a Romanos 1.16 («al judío primeramente»),
sino debido a Romanos 10.14, 15. Si sentimos la carga que sentía Pablo por el
pueblo de Israel desearemos llevarle el evangelio. El testigo que lleva el
evangelio a los perdidos (sean judíos o gentiles), ciertamente tiene «hermosos
pies» a los ojos de Dios.
¿Cuál es la actitud de Israel hoy?
La de Isaías 53.1: «¿Quién ha creído a nuestro anuncio?» Así como Israel se
alejó en incredulidad en el día de Cristo (Jn 12.37–38) y durante el tiempo de
testimonio de los apóstoles, en Hechos 1–7, así la nación hoy está afincada en
la incredulidad. En el versículo 18 Pablo cita el Salmo 19.4 para mostrar que
la Palabra de Dios, incluso por medio de la naturaleza, ha llegado al mundo
entero; Israel no tiene excusa.
III. EL RESULTADO DEL RECHAZO (10.18–21)
El resultado del rechazo de Israel
es que Dios se ha vuelto a los gentiles y ahora está tomando de entre ellos un
pueblo para su nombre (Véanse Hch 15). Pero aun esto no debe sorprender a los
judíos, porque en Deuteronomio 32.21 Dios prometió usar otras naciones para
provocar a celos a Israel y en Isaías 65.1, 2 Dios anunció que Israel sería
desobediente, pero que los gentiles le hallarían a Él y su salvación.
Tenga presente que el AT en efecto
prometía la salvación de los gentiles; pero en ninguna parte enseña que los
judíos y los gentiles serían parte del mismo plan, ni que los creyentes de
ambas razas serían uno en Cristo. El programa que da el AT es que los gentiles
se salvarían mediante el ascenso de Israel, o sea, su establecimiento como
reino. ¡Pero Israel cayó! ¿Qué haría entonces Dios con los gentiles? Pablo
destaca en Romanos 9–11 que la misericordia se extendió a los gentiles a través
de la caída de Israel (Véanse 11.11). Dios entregó a todas las personas, judíos
y gentiles, a la incredulidad; así:
Él podía tener misericordia de
todos mediante la gracia que se hizo posible en el Calvario (11.32).
El versículo 21 ciertamente indica
la actitud de Dios hacia Israel, incluso hoy. Aunque se ha desechado a la
nación en ceguera e incredulidad (2 Co 3.15–4:6; Ro 11.25), Dios busca
ardientemente tanto al judío no salvo como al gentil perdido. Sin duda, muchos
judíos que oyen hoy la Palabra de Dios confiarán en Cristo después del
Arrebatamiento de la Iglesia y del inicio del período de la tribulación. En
lugar de criticar a los judíos por su ceguera espiritual debemos agradecer a
Dios de que nos dio la Biblia y el Salvador, y que incluso por medio de la
caída de ellos, ¡la salvación se puso a disposición de los gentiles!
Antes de dejar este capítulo note
varios puntos prácticos:
(1) La salvación no es difícil: «Todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (v. 13).
(2) Es importante proclamar la
Palabra de Dios a los pecadores perdidos. Es la Palabra la que convence, da fe,
conduce a Cristo.
(3) Hay sólo dos «religiones» en el
mundo: justicia por obras y justicia por fe. Nadie puede cumplir la primera,
pero todos podemos responder a la segunda.
11
Este capítulo analiza el futuro de
Israel y responde a la pregunta: «¿Ha desechado Dios permanentemente a su
pueblo, o hay un futuro para Israel?» Pablo dice que la respuesta es «¡sí!» y presenta
varias pruebas.
I. LA PRUEBA PERSONAL (11.1)
«Yo soy israelita», afirma Pablo,
«y mi salvación es prueba de que Dios no se ha dado por vencido en cuanto a
Israel». En 1 Timoteo 1.16 Pablo afirma que su conversión (relatada tres veces
en Hechos) debía ser un modelo para otros creyentes judíos. De ninguna manera
es un modelo para la conversión del gentil hoy, porque ningún pecador perdido
ve al Cristo glorificado, ni le oye hablar, ni queda ciego por tres días. Pero
la experiencia de Pablo es un cuadro de cómo el pueblo de Israel se convertirá
en la venida de Cristo en gloria. Como Pablo, estarán en rebelión e
incredulidad. Verán al que traspasaron (Zac 12.10; Ap 1.7) y se arrepentirán y
se salvarán. En 1 Corintios 15.8 Pablo dice que «nació fuera de tiempo»; esto
es, como judío, vio a Cristo y fue salvado mucho antes de que su pueblo haya
tenido la misma experiencia.
II. LA PRUEBA HISTÓRICA (11.2–10)
Pablo retrocede a 1 de Reyes para
mostrar que Dios siempre ha tenido un remanente fiel, incluso en los tiempos de
la más grande incredulidad. A decir verdad, como leemos en la historia del AT,
no podemos sino quedar impresionados ante el hecho de que fue siempre el
remanente al cual Dios usó y bendijo. Por ejemplo, Véanse Isaías 1.9. Es una
enseñanza básica de la Palabra que la mayoría cae de la fe y no se puede
transformar, de modo que Dios debe tomar el remanente y empezar de nuevo. El versículo
5 afirma que Dios tiene un remanente según la gracia, o sea, en el cuerpo, que
es la Iglesia. A pesar de que no son muchos, hay judíos en el cuerpo, aunque,
por supuesto, todas las distinciones nacionales son eliminadas en Cristo. Pero
si Dios está salvando judíos en esta era de la Iglesia cuando Israel está
ciego, ¿cuánto más hará en la era venidera cuando Israel venga de nuevo a la
escena? Dios nunca ha olvidado a su pueblo; este es el testimonio de la
historia.
Necesitamos recordar que durante
esta edad de la Iglesia Dios no se relaciona con la nación de Israel como tal.
De acuerdo a Efesios 2.14–17 y Gálatas 3.28, somos uno en Cristo. Ningún grupo
judío puede afirmar ser el remanente elegido de Dios. En los versículos 8–10
Pablo muestra que este «enceguecimiento» de Israel como nación fue profetizado
en Isaías 29.10 y Deuteronomio 29.4.
(Compárense Mt 13.14, 15 e Is 6.9,
10.) En los versículos 9–10 hace referencia al Salmo 69.22, donde Dios promete
tornar las bendiciones de Israel en maldiciones debido a que rechazaron su
Palabra.
III. LA PRUEBA DISPENSACIONAL (11.11–24)
En estos versículos Pablo habla de
los judíos y gentiles, no de pecadores o santos como individuos.
En esta sección prueba que Dios
tiene un propósito dispensacional detrás de la caída de Israel; es decir, la
salvación de los gentiles. Mediante la caída de Israel Dios pudo entregar a la
gente a la desobediencia y ¡así tener misericordia de todos! Los gentiles no
tienen que convertirse en judíos para ser cristianos.
Pablo arguye que si la caída de
Israel ha traído tal bendición al mundo, ¡cuánto mayor será la bendición cuando
Israel sea restaurada de nuevo! La restauración de Israel traerá resurrección
al mundo (v. 15). En otras palabras, Pablo estaba seguro de que había un futuro
para Israel como nación. La enseñanza de que la Iglesia de hoy es el Israel de
Dios, y que las promesas del reino del AT se cumplen ahora en la Iglesia de una
«manera espiritual» no es bíblica. Pablo mira el día cuando Israel será recibida
en plenitud de bendición como nación.
La parábola del olivo se debe
examinar con cuidado. Pablo no habla acerca de la salvación de cristianos como
individuos, sino de la posición de judíos y gentiles, como pueblos, en el
programa de Dios. Israel es el olivo que no llevó fruto para Dios. Dios
entonces cortó algunas de las ramas y las injertó en el árbol de los gentiles,
«olivo silvestre». Esto se hizo «contra naturaleza» (v. 24), porque lo práctico
es injertar la buena rama en el tronco más débil; pero Dios injertó a los
débiles gentiles en el buen tronco de los privilegios religiosos de Israel.
Este acto muestra la bondad y severidad de Dios: Su bondad al salvar a los
gentiles, su severidad al cortar a la rebelde Israel.
Pero los gentiles no deben jactarse
porque ahora tienen el lugar de Israel en privilegio espiritual, ¡porque Dios
puede cortarlos a ellos también! Y hará precisamente eso al final de esta edad,
cuando las naciones gentiles se unan en una coalición mundial que niegue la
Palabra y al Hijo de Dios. Entonces, Él sacará fuera a la verdadera Iglesia,
juzgará a las naciones gentiles, purgará a Israel y establecerá su prometido
reino para Israel.
Recuerde de nuevo que el tema del
capítulo 11 es nacional y no personal. Dios nunca «cortará» de su salvación a
los verdaderos creyentes, porque no hay separación entre Cristo y su pueblo (Ro
8.35–39). La Iglesia de hoy está formada principalmente de gentiles, y nosotros
los gentiles nos beneficiamos de la herencia espiritual de Israel (la rica
savia del olivo). En un sentido espiritual somos hijos de Abraham, quien es el
«padre» de todos los que creen (Gl 3.26–29).
IV. LA PRUEBA ESCRITURAL (11.25–36)
Pablo ha usado el AT a menudo en
estos tres capítulos, pero en esta sección <%-2>acude a Isaías 59.20–21,
27.9 y al Salm<%-4>o 14.7 para mostrar que el AT prometía un Libertador
que vendría y limpiaría y restauraría a Israel. Afirma el «misterio» de la
ceguera de Israel, misterio siendo una verdad oculta en las edades pasadas,
pero ahora revelada en su plenitud en el NT. «La plenitud de los gentiles» (v.
25) se refiere al número de gentiles que serán salvos durante esta edad de la
Iglesia. Cuando el cuerpo de Cristo quede completo, lo arrebatará en el aire; y
entonces empezará la tribulación de siete años aquí en la tierra, «el tiempo de
la tribulación de Jacob» (Jer 30.7).
Al final de ese período vendrá el
Libertador y el remanente creyente entrará en su reino. «Todo Israel» no
significa hasta el último judío; más bien significa que la nación de Israel en
ese día será toda salva; será una nación redimida, regenerada. En el versículo
27 se cita el pacto prometido de Dios (Jer 31.31–34). Este «nuevo pacto» se aplicará
a Israel cuando confíe en Cristo como su Redentor y se vuelva de sus pecados.
Aunque los judíos parecen ser hoy como enemigos de Dios, todavía son amados a
la vista de Dios debido a los pactos que hizo con sus padres. Los hombres
pueden cambiar, pero Dios no puede cambiar ni revocar sus promesas (v. 29).
En el párrafo final (vv. 30–32)
Pablo explica que los gentiles rechazaron en un tiempo a Dios (Ro 1.18) y que
sin embargo ahora se están salvando por fe; de modo que hoy los judíos están en
incredulidad, pero que un día recibirán misericordia. Dios ha entregado tanto a
judíos como a gentiles a incredulidad y pecado, para poder salvar a ambos por
gracia (v. 32).
Después de repasar el plan sabio y
de gracia de Dios, tanto para judíos como gentiles, ¡no es de sorprenderse que
Pablo irrumpa en un himno de alabanza al Señor! (vv. 33–36).
12
Este capítulo empieza la sección
final de Romanos: «Servicio» (caps. 12–16). Pablo nos dice cómo poner en
práctica lo aprendido; y en este capítulo el apóstol nos da cuatro cuadros del
cristiano y nos recuerda nuestros deberes espirituales.
I. UN SACRIFICIO SOBRE EL ALTAR (12.1–2)
El verdadero servicio y vivir
cristiano debe empezar con la dedicación personal al Señor. El cristiano que
falla en su vida es el primero que lo hace en el altar, no quiere rendirse por
completo a Cristo. El rey Saúl falló en el altar (1 S 13.8; 15.10) y le costó
su reino.
El motivo de la dedicación es el
amor; Pablo no dice «les ordeno», sino «les ruego, debido a lo que Dios ya ha
hecho por ustedes». No servimos a Cristo para recibir sus misericordias, sino
debido a que ya las tenemos (3.21–8.39). Le servimos por amor y agradecimiento.
La verdadera dedicación es
presentar el cuerpo, la mente y la voluntad a Dios, día tras día. Es someterle
el cuerpo, tener la mente renovada por la Palabra y rendirle la voluntad por
medio de la oración y la obediencia, cada día. Todo cristiano es o bien alguien
que se conforma, viviendo por y como el mundo, o alguien transformado, que
llega a ser cada vez más semejante a Cristo. (La palabra griega «transformaos»
es la misma que se traduce «transfigurarse» en Mt 17.2.) Segunda de Corintios 3.18
nos dice que somos transformados (transfigurados) en la medida en que le
permitimos al Espíritu revelar a Cristo por medio de la Palabra. Esto es
posible sólo cuando el creyente se entrega a Dios de modo que pueda conocer la
voluntad de Él para su vida. Dios no tiene tres voluntades (buena, agradable y
perfecta) para los creyentes de la manera en que hay tres opciones para la
mercadería en los catálogos de compra por correos («bueno, mejor, excelente»).
Antes bien, crecemos en nuestro aprecio de la voluntad de Dios.
Algunos cristianos obedecen a Dios
debido a que saben que es bueno para ellos y temen el castigo. Otros obedecen
porque hallan aceptable la voluntad de Dios. Pero la devoción más profunda es
la de quienes aman la voluntad de Dios y la hallan perfecta. Como sacerdotes,
debemos presentar «sacrificios espirituales» a Dios (1 P 2.5) y el primer sacrificio
que quiere cada día es nuestro cuerpo, mente y voluntad en total rendición a
Él.
II. UN MIEMBRO DEL CUERPO (12.3–8)
En 1 Corintios 12 hallamos la
misma verdad de que se habla en estos versículos, que el creyente es bautizado
por el Espíritu en el cuerpo y le es dado un don (o dones) para usarlos para el
beneficio de toda la iglesia. Hay un «cuerpo universal» formado por todos los
creyentes en Cristo desde Pentecostés hasta el Rapto; pero también hay el
cuerpo local, por medio del cual cada creyente ministra al Señor.
La mayoría de las 112 referencias
en el NT a la iglesia se refieren a una congregación local de creyentes.
El culto y servicio en el cuerpo
local empieza con la entrega personal (vv. 1–2), y luego con una evaluación
sincera de los dones espirituales que el creyente posee (v. 3). Pablo no nos
dice que no pensemos en nosotros mismos de ninguna manera, sino que no debemos
pensar más alto de lo que nuestros dones espirituales garantizan. Si un hombre
es llamado para ser pastor, Dios se lo revelará cuando use sus dones en la
iglesia. Nuestros dones difieren, pero todos proceden del Espíritu y deben usarse
para la gloria de Cristo. Así como somos salvos «por gracia, por medio de la
fe» (Ef 2.8, 9), debemos ejercer nuestros dones espirituales «conforme a la medida
de la fe» (v. 3) y «según la gracia que nos es dada» (v. 6).
Pablo hace una lista de siete
ministerios:
(1) PROFECÍA, que se define
en 1 Corintios 14.3;
(2) SERVICIO, que
literalmente quiere decir «diaconar» (servir) y puede referirse a ese oficio;
(3)
ENSEÑANZA, de acuerdo a 2 Timoteo 2.1–2, una responsabilidad
importante;
(4)
EXHORTACIÓN, que significa estimular a las personas a servir y
ser fieles al Señor;
(5) EL QUE REPARTE, lo cual debe hacerse con
sinceridad de corazón y por motivos puros (Véanse Hch 5);
(6) EL QUE
PRESIDE, se refiere al gobierno en la iglesia local (1 Ti
3.4, 12);
(7) EL QUE
HACE MISERICORDIA, compartir con los que tienen necesidad.
Efesios 4.7–12 describe a las
personas dotadas que Dios ha dado a la iglesia; Romanos 12 y 1 Corintios 12
describen los dones que el Espíritu ha dado a los creyentes en el cuerpo local.
Es peligroso tratar de servir al Señor con dones que no ha dado; y es también trágico
negarse a usar un don para su gloria (2 Ti 1.6). Los doce hombres que se
mencionan en Hechos 19.1–7 ignoraban al Espíritu y sus dones; los siete hombres
en Hechos 19.13–16 intentaron falsificar los dones que no poseían.
III. UN MIEMBRO DE LA FAMILIA (12.9–13)
Cada creyente tiene su servicio
espiritual que realizar, pero los versículos 9–13 nos dicen cómo debe
comportarse cada cristiano en la familia de Dios. El amor debe ser sincero y
sin fingimiento (Véanse 1 Jn 3.18). Debemos aborrecer el mal y seguir el bien (Véanse
Sal 97.10). El amor debe conducir a la bondad y a la humildad, fidelidad en los
negocios, fervor en las cosas espirituales («fervientes» aquí significa
«hirviendo, brillando con poder»). Nótese cómo las características que se
mencionan en esta sección están en paralelo con el fruto del Espíritu que Pablo
describe en Gálatas 5.22, 23.
Los cristianos en la iglesia local
deben cuidarse los unos a los otros y compartir los unos con los otros. Nótese
cómo la oración del versículo 12 es seguida del cuidado en el versículo 13.
«Practicando la hospitalidad» en el griego significa literalmente «procurando o
persiguiendo la hospitalidad», ¡yendo tras la gente! Primera de Pedro 4.9 nos
dice que dejemos de quejarnos cuando abrimos nuestros hogares a otras personas.
La hospitalidad que no es espiritual se describe en Proverbios 23.6–8. Véanse también
Lucas 14.12–14; 1 Timoteo 3.2 y 5.10; Hebreos 13.2; 3 Juan 5–8.
IV. UN SOLDADO EN LA BATALLA (12.14–21)
Los cristianos tienen tanto
batallas como bendiciones, y Pablo nos instruye sobre cómo enfrentar a quienes
se oponen a la Palabra. Debemos bendecirles (Mt 5.10–12) y no maldecirles. Por
supuesto, ningún creyente debe meterse en problemas por una manera mala de
vivir (1 P 2.11–25). Debemos tener simpatía (v. 15) y humildad (v. 16), porque
el egoísmo y el orgullo generan mala voluntad. Los cristianos nunca deben
«desquitarse» de sus oponentes; más bien deben esperar a que Dios «pague» (v. 19),
bien sea en esta vida o en el juicio futuro.
«Procurad lo bueno delante de los
hombres» (v. 17) sugiere que el cristiano vive en una «casa de cristal» y que
debe estar consciente de que otros lo escudriñan. «¡Voy a disfrutar mi vida!»,
es una actitud pecaminosa para un creyente, a la luz de Romanos 14.7–8. La gente
nos observa y en tanto como nos sea posible, debemos vivir en paz con todas las
personas. Por supuesto, no podemos hacer compromisos con el pecado ni tener una
actitud de «paz a cualquier costo». La actitud y espíritu de Mateo 5.38–48 nos
ayudará a ser «pacificadores» (Mt 5.9).
En los versículos 19–21 Pablo se
refiere a Proverbios 25.21, 22 y a Deuteronomio 32.35. (Véanse también Heb
10.30.) El principio indicado aquí es que el creyente se ha entregado al Señor
(12.1–2) y por consiguiente el Señor debe cuidar de él y ayudarle a librar sus
batallas. Necesitamos sabiduría espiritual (Stg 1.5) cuando se trata de lidiar
con los enemigos de la cruz, para que no demos mal testimonio por un lado, o
rebajemos el evangelio, por el otro. Pablo usó de la ley romana en tres ocasiones
para protegerse a sí mismo y al testimonio del evangelio (véanse Hch 16.35–40;
22.24–29; 25.10–12), sin embargo, estaba dispuesto a hacerse a todos de todo
con tal de ganar a algunos para Cristo. Si practicamos Romanos 12.1, 2
diariamente, podemos estar seguros de que Él nos dirigirá a obedecer el resto
del capítulo.
13
Los cristianos han sido llamados a
apartarse del mundo (Jn 15.18; 17.14), pero todavía tienen responsabilidad
hacia el Estado. El mejor ciudadano debe ser el cristiano. Aunque la iglesia no
debe involucrarse en partidos políticos, los creyentes como individuos
ciertamente deben usar los privilegios que Dios les ha dado como ciudadanos,
para vigilar que se elijan los mejores líderes y que se emitan las mejores
leyes o se apliquen con justicia. Cuando pensamos en líderes piadosos como
José, Daniel y Ester que pudieron ejercer ministerios espirituales en gobiernos
paganos, podemos ver lo que el Espíritu puede hacer mediante el creyente
consagrado. En este capítulo Pablo nos da cuatro motivos para obedecer al
gobierno humano.
I. POR CAUSA DE LA IRA (13.1–4)
Las «autoridades superiores» (v.
1) son los gobernantes y funcionarios del gobierno, aun si no son cristianos.
Agradecemos a Dios de que el evangelio puede alcanzar a funcionarios del
gobierno, como Erasto, el tesorero municipal (Ro 16.23) y algunos de los
oficiales de Nerón (Flp 4.22). Pero debemos reconocer que incluso un
funcionario inconverso del gobierno es un ministro de Dios. Si no podemos respetar
a la persona, debemos respetar el cargo ordenado por Dios.
Los gobernantes son terror para
los malos, no para los buenos; de modo que los que viven como cristianos
consistentes no tienen necesidad de temer. (Por supuesto, donde el gobierno se
opone abiertamente a Cristo, el principio a seguirse es Hechos 5.29.) Tenga
presente que Dios ordenó el gobierno humano, incluyendo la pena capital,
después del diluvio (Véanse Gn 8.20–9.7). La iglesia no debe llevar la espada;
el gobierno lo hace. Dios ha establecido tres instituciones en la tierra: el
hogar (Gn 2), la iglesia (Hch 2) y el gobierno humano (Gn 9). Sus funciones no
deben superponerse; cuando así ocurre, hay confusión y problemas.
II. POR CAUSA DE LA CONCIENCIA (13.5–7)
El temor es quizás el motivo más
bajo de la obediencia cristiana; una conciencia dirigida por el Espíritu nos
eleva a un nivel más alto. El cristiano debe experimentar al Espíritu
testificando a su conciencia (Ro 9.1); y si desobedecemos al Señor, lo sabemos
cuando el Espíritu convence a nuestras conciencias. Algunas personas tienen una
mala conciencia que no es confiable. El cristiano obediente debe tener una
buena conciencia (1 Ti 1.5). Estar siempre desobedeciendo y rechazando el
testimonio del Espíritu conduce a una conciencia corrompida (Tit 1.15), una
conciencia cauterizada (encallecida) (1 Ti 4.2), y finalmente a una conciencia
desechada (1 Ti 1.19).
Pablo nos amonesta a pagar los
impuestos (tributos), las contribuciones (en las cosas materiales) y dar el
honor adecuado a todos los oficiales. Véanse 1 Pedro 2.17.
III. POR CAUSA DEL AMOR (13.8–10)
Ahora Pablo ensancha el círculo
para incluir no sólo a los oficiales del gobierno, sino también a nuestro
prójimo. Téngase presente que la definición del NT de un prójimo no se limita a
un vecino ni a los que viven en determinado lugar geográfico. En Lucas 10.29 el
experto en la ley preguntó: «¿Quién es mi prójimo?» En la parábola del buen
samaritano (Lc 10.30–36) Jesús cambió la pregunta a: «¿Cuál de estos tres fue
el prójimo para aquel?» La cuestión no es «¿quién es mi prójimo?», sino, «¿a
quién puedo ser un prójimo para la gloria de Cristo?» No es cuestión de ley,
sino de amor y esto es de lo que Pablo analiza aquí.
Mientras el creyente vive bajo la
ley de la tierra, también lo hace bajo una ley mucho más alta como ciudadano
del cielo: la ley del amor. Es más, el amor es el cumplimiento de la ley,
porque el amor de corazón nos capacita para obedecer lo que esta exige. Un
esposo no trabaja todo el día debido a que la ley le ordena que sostenga a su
familia, sino debido a que los ama. Donde hay amor, no habrá homicidios, ni
deshonestidad, ni robos, ni ninguna otra clase de egoísmos.
Nótese que Pablo no dice nada
respecto al Shabat; la ley del día de reposo era realmente una parte del código
ceremonial judío y nunca se aplicó a los gentiles o a la Iglesia. Nueve de los
Diez Mandamientos se repiten en las epístolas para que los cristianos los
obedezcan, pero el mandamiento respecto al Shabat no se repite.
Con frecuencia es difícil amar a
quienes rechazan el evangelio y ridiculizan nuestro testimonio cristiano, pero
este amor puede venir del Espíritu (Ro 5.5) y alcanzarlos. «El amor nunca deja
de ser» (1 Co 13.8). A la mayoría de las personas se gana más con el amor que
con las argumentaciones. El cristiano que anda en amor es el mejor ciudadano y
el que mejor testifica.
IV. POR CAUSA DEL SALVADOR (13.11–14)
En estos versículos llegamos al
pináculo de los motivos: del temor a la conciencia, al amor, a la consagración
a Cristo: «Nuestra salvación» está más cerca, en el sentido de que está más
cerca que nunca antes la venida de Cristo por su Iglesia. Por «salvación» Pablo
quiere decir la bendición total que tendremos cuando Cristo venga, incluyendo
nuevos cuerpos y un nuevo hogar.
Los cristianos pertenecen a la
luz, no a las tinieblas. Deben estar despiertos y alertas, comportándose como
los que han visto la luz del evangelio (2 Co 4). Todavía más, ¡ningún creyente quiere
ser hallado en pecado cuando Cristo vuelva! «El día se acerca» (Véanse Heb
10.25.)
Pablo hace aquí una lista de
pecados que nunca deberían nombrarse entre los santos. Nótese que la embriaguez
y la inmoralidad con frecuencia van juntos, y resultan en peleas y división.
¡Cuántos hogares se han destrozado debido al licor! El versículo 14 nos da la
doble responsabilidad del creyente: positivamente, «vestirse del Señor
Jesucristo», o sea, hacer de Cristo el Señor de su vida diaria; negativamente,
«no proveer para los deseos de la carne», esto es, evitar a conciencia lo que
lo tienta al pecado. Es incorrecto que los cristianos «planeen el pecado».
Vance Havner dijo que cuando David dejó el campo de batalla y regresó a
Jerusalén, «estaba haciendo arreglos para pecar». A la luz de la venida de
Cristo que se acerca, es nuestra responsabilidad tener vidas sobrias, espirituales
y limpias.
Los últimos días serán de impiedad
(véanse 2 Ti 3 y 1 Jn 3.4). Será cada vez más difícil para los cristianos
consagrados mantener su testimonio. Los gobiernos rechazarán cada vez más a la
Biblia y a Cristo, hasta que el postrer hombre de pecado convierta al mundo en
un gran sistema satánico que se oponga a la verdad. Lea 2 Timoteo 3.12–4.5 para
ver lo que Dios espera de nosotros en estos últimos días.
14
Romanos 14.1–15.7 se refiere al
problema de las cosas cuestionables en la vida cristiana, y qué hacer cuando
los cristianos sinceros están en desacuerdo respecto a prácticas personales.
Pablo reconoce que en cada iglesia local hay tanto cristianos maduros («los que
somos fuertes», 15.1) como inmaduros («el débil en la fe», 14.1) y que estos dos
grupos pueden estar en desacuerdo sobre cómo debe vivir el cristiano. Los
cristianos judíos tal vez querían aferrarse a los días santos especiales y a
las leyes dietéticas del AT, en tanto que los creyentes gentiles quizás
convertían su libertad cristiana en libertinaje y ofendían a sus hermanos
judíos. Muchos cristianos tienen la falsa noción de que el legalismo extremo
(observar días y dietas) muestra una fe fuerte, pero Pablo indica que ¡la
verdad es precisamente lo opuesto! Es el cristiano maduro en la fe el que
reconoce las verdades que se hallan en Colosenses 2.18–23.
En la iglesia de hoy tenemos
diferencias en cuanto a cómo considerar tales cosas como las diversiones
mundanas y Pablo nos dice cómo enfrentar y resolver tales diferencias. No da
una lista de reglas; más bien asienta seis principios básicos que pueden
aplicarse a todos los cristianos y a todas las etapas del crecimiento. Podemos
indicar estos principios en forma de preguntas y probar con ellos nuestras
vidas.
I. ¿ESTOY PLENAMENTE CONVENCIDO? (14.1–5)
Los cristianos no deben actuar por
mera emoción, sino por convicción interna resuelta y firme que son el resultado
de la oración y estudio diligente de la Palabra. No habría serios desacuerdos
si todos los cristianos actuaran por convicción. Alguien ha dicho que opiniones
es lo que sostenemos, mientras que convicciones son las que nos sostienen. El
cristiano más fuerte no debe menospreciar al más débil por su inmadurez; ni
tampoco el débil debe juzgar a sus hermanos más maduros por su libertad. Dios los
ha recibido a ambos en Jesucristo y nosotros debemos recibirnos los unos a los
otros. Nuestras vidas deben ser dirigidas por Él, no por las ideas ni juicios
de la gente. Los cristianos maduros saben por qué se comportan como lo hacen y
estas convicciones controlan sus vidas.
II. ¿HAGO ESTO PARA EL SEÑOR? (14.6–9)
«¡Yo vivo mi vida!» es una
afirmación que ningún cristiano debería hacer, porque pertenecemos al Señor,
sea que vivamos o muramos. Él es el Señor y debemos vivir para agradarle. Muy a
menudo el cristiano que tiene prácticas cuestionables en su vida no puede decir
con sinceridad que estas prácticas las hace «para el Señor»; porque en realidad
las hace para el placer egoísta y no para honrar al Señor.
El Señor aceptará a los cristianos
que observan días especiales para Él y no debemos juzgarlos. Eso es algo entre
ellos y el Señor.
III. ¿PASARÁ ESTO LA PRUEBA EN EL TRIBUNAL DE
CRISTO? (14.10–12)
No tenemos derecho a juzgar a
nuestros hermanos, porque todas nuestras obras serán juzgadas en el tribunal de
Cristo, no en el juicio ante el gran trono blanco de Apocalipsis 20.11–15, sino
en el juicio de las obras de los cristianos después del Arrebatamiento de la
Iglesia (2 Co 5.10; 1 Co 3.10). No tenemos que dar cuenta de la vida de nuestro
hermano, de modo que no tenemos ningún derecho de condenarle hoy. Sin duda que
todos queremos tener vidas que resistan la prueba de fuego ante Cristo, vidas
que reciban recompensas para su gloria.
IV. ¿SOY LA CAUSA DE QUE OTROS TROPIECEN?
(14.13–21)
Hay una cosa que debemos juzgar: a
nosotros mismos, de manera que veamos si estamos abusando de nuestra libertad
cristiana y haciendo que otros tropiecen. Es cierto que nada es inmundo en sí mismo,
pero hay algunas prácticas y hábitos que otros consideran inmundos. Por
consiguiente, si deliberadamente hacemos algo que es causa de que nuestros
hermanos tropiecen, no estamos viviendo de acuerdo a la regla del amor.
Es algo serio ser la causa de que
otra persona tropiece y caiga en pecado. Nótese las palabras de Cristo en
Marcos 9.33–50, donde «ofender» significa «hacer tropezar». El creyente que se
aferra a su práctica cuestionable y hace que otro cristiano caiga en su andar
con Dios, está ciego al precio que Jesús pagó en la cruz. Nuestro bien no debe
producir malos comentarios. Después de todo, la vida cristiana no es asunto de
comer o beber (o cualquier otra práctica), sino de justicia, paz y gozo, todo
lo cual viene del Espíritu.
Nuestro objetivo no debe ser auto-complacernos,
sino edificar a otros cristianos en amor. Primera de Corintios 10.23 afirma que
todas las cosas son lícitas para el creyente (porque no vivimos bajo la ley),
pero no todo nos edifica ni nos ayuda a edificar a otros. Véanse también 1
Corintios 8. «Destruir» en Romanos 14.15 y 20 significa «derribar». ¡Qué
egoísta es que un cristiano derribe la vida espiritual de otro debido a su
egoísmo! Sus prácticas pueden ser lícitas, pero no están acorde a la ley del
amor.
V. ¿HAGO ESTO POR FE? (14.22–23)
La palabra griega para «fe» en el
versículo 22 significa casi lo mismo que «convicción», porque nuestras
convicciones nacen de la fe en la Palabra de Dios. Estos dos versículos colocan
el principio de que la vida cristiana es algo entre el creyente y su Señor, y
que el creyente debe siempre asegurarse de que está en buena relación con Él.
Si hay dudas en cuanto a alguna de sus prácticas, no puede disfrutar de gozo y
paz. «Condenado» en el versículo 23 no tiene nada que ver con el castigo
eterno. Quiere decir que el cristiano que participa en alguna práctica con
dudas en su mente, por su misma actitud se Auto-condena y también a esas
prácticas. Cualquier cosa que hagamos que no es de fe, es pecado, porque el
cristiano vive por fe. «La fe viene[...] por la Palabra de Dios», dice Romanos
10.17; de modo que cualquier cosa que hago y que no puedo respaldar con la
Palabra de Dios, es pecado, debido a que no puedo hacerla por fe.
«¡Si es dudoso, es sucio!», es una
buena norma a seguir. Nadie bebería leche o agua que quizás esté contaminada;
ni aceptaría alimento que pudiera estar envenenado. Sin embargo, muchos
cristianos participan en prácticas que incluso el mundo cuestiona. Nunca
enfrentan el hecho de que cualquier cosa dudosa no es de fe y, por
consiguiente, es pecado.
VI. ¿AGRADO A OTROS O A MÍ MISMO? (15.1–7)
Estos versículos encajan mejor en
el bosquejo del capítulo 14 El fuerte debe sobrellevar las debilidades de los
cristianos inmaduros y mientras lo hace, que trate de edificarlos en la fe.
Debemos seguir el ejemplo de Cristo y procurar agradar a otros, no a nosotros
mismos (Sal 69.9). ¿Se aplica este versículo del AT al cristiano del NT? Por
supuesto que sí, porque Dios nos dio el AT para enseñarnos, para que de las
promesas de Dios recibiéramos paciencia, consolación y esperanza. Debemos ser unánimes,
y lo seremos si todos los creyentes procuran ayudar a otros a crecer en el
Señor. La conclusión final del apóstol Pablo en el versículo 7 es: recíbanse
unos a otros, porque Cristo los ha recibido a ustedes. Esto dará la gloria a
Dios.
Las iglesias locales tienen el
derecho a establecer normas, pero no más allá de lo que el mundo enseña.
Debemos permitir, en amor, lugar para las diferencias entre cristianos y no
usar esas diferencias como oportunidades para dividirnos.
15
Este capítulo concierne a los judíos
y gentiles en la Iglesia, y revela tres ministerios diferentes que debemos
reconocer y comprender:
I. EL MINISTERIO DE CRISTO AL JUDÍO Y AL GENTIL
(15.8–13)
El que estudia la Biblia y no
reconoce el ministerio doble de Cristo, primero al judío y después al gentil,
nunca usará correctamente la Palabra de verdad. Cuando Cristo nació, su venida
se anunció a la nación judía y se relacionó con las promesas del AT. Como
indica con claridad el versículo 8, Cristo fue primero un ministro para los
judíos con el propósito de confirmar los pactos y promesas del AT.
Véanse Lucas 1.30–33, 46–55,
67–80. Estos judíos llenos del Espíritu sabían que Cristo había venido a librarlos
de los gentiles y a establecer el reino prometido.
Pero, ¿qué ocurrió? El pueblo de
Israel rechazó a su Rey en tres ocasiones:
(1) cuando permitieron que Herodes
asesinara al mensajero del Rey, Juan el Bautista;
(2) cuando pidieron que mataran a Cristo;
(3) cuando mataron a Esteban.
Tanto en los Evangelios como en
Hechos, el evangelio se entregó «al judío primeramente». Si Israel hubiera
recibido a Cristo, se hubiera establecido el reino y las bendiciones hubieran
fluido a los gentiles a través de un Israel convertido. Pablo ya ha mostrado en
Romanos 9–11 que mediante la caída de Israel (no su ascenso a la gloria) el
evangelio de la gracia de Dios ha ido ahora a los gentiles. Hay un modelo de
progreso en los versículos 9–11; los gentiles oyen la Palabra (Sal 18.49); los
gentiles se regocijan junto a los judíos (Dt 32.43); todos los gentiles alaban
a Dios (Sal 117.1); y los gentiles confían en Cristo y disfrutan de su reino
(Is 11.10). Estos versículos casi resumen la historia espiritual de Israel: el
versículo 9 (Véanse Hch 10–14), cuando los judíos testificaron a los gentiles;
el versículo 10 (Véanse Hch 15–28), cuando los judíos y gentiles participaron juntos
en el testimonio de la Iglesia; el versículo 11 (Hch 28), cuando Israel
finalmente fue desechado y se les dio a los gentiles un lugar prominente en el
programa de Dios (conforme se describe en las cartas de Pablo a los Efesios y
Colosenses); y el versículo 12, el reino futuro, compartido con los gentiles.
El tema de la alabanza de los
gentiles es Cristo. Hablando de ese día futuro cuando el Rey establezca su
reino, el versículo 12 dice: «Los gentiles esperarán en Él». Pablo entonces
inicia el tema de la «esperanza» en la oración del versículo 13. No tenemos que
esperar para tener gozo, paz y esperanza; el Espíritu puede darnos esas
bendiciones ahora.
II. EL MINISTERIO DE PABLO AL JUDÍO Y AL GENTIL
(15.14–22)
Pablo anhela recalcar que es el
apóstol de los gentiles. Fallar en ver el lugar especial del ministerio de
Pablo en el programa de Dios traerá confusión al estudio de la Biblia que uno
realiza. En el versículo 16 Pablo se describe como un sacerdote del NT,
ofreciendo a los gentiles a Dios como su sacrificio de alabanza. Cada vez que
ganamos un alma para Cristo, es ofrecer otro sacrificio para su gloria.
Su ministerio especial involucraba
un mensaje único (el evangelio de la gracia de Dios, v. 16), milagros
extraordinarios (vv. 18–19) y un método específico (v. 20, yendo donde Cristo
no había sido predicado). Pablo era un pionero; no mezclaba la ley y la gracia,
la fe y las obras, ni Israel y la Iglesia, de la manera en que algunos maestros
lo hacen hoy. Sabemos que los judíos piden señales (1 Co 1.22), pero Dios
también dio milagros para los gentiles (en Éfeso, por ejemplo, Véanse Hch
19.11, 12). No debemos pensar, entonces, que debido a que hay milagros
registrados después de Hechos 7 (el rechazo final de Israel) que Dios todavía
se está relacionando con la nación de Israel.
A Pablo se le impidió ir a Roma,
no por Satanás, sino por las exigencias del ministerio en tantos lugares donde
el evangelio no se había predicado. Ahora que había abarcado todo el territorio
posible, estaba listo para visitar a Roma. El hecho de que Pablo estaba
dispuesto a predicar en Roma indica que ningún otro apóstol había estado allí
(Pedro, por ejemplo); porque su norma era ir a lugares donde no se había predicado
el evangelio.
III. EL MINISTERIO DE LAS IGLESIAS GENTILES A LOS
JUDÍOS (15.23–33)
Pablo deseaba ir a España; si
estuvo allí o no alguna vez, la Biblia no lo dice. La tradición dice que sí. En
cualquier caso, en el momento que escribió esta carta estaba participando en
llevar la ofrenda de auxilio a los judíos empobrecidos de Palestina,
contribución de las iglesias gentiles que él había fundado. Véanse los detalles
en 1 Corintios 16 y 2 Corintios 8–9. Pablo da varias razones para esta ofrenda:
(1) OBLIGACIÓN
ESPIRITUAL, v. 27. Puesto que los gentiles habían recibido todas
sus bendiciones espirituales a través de los judíos, debían retribuirles
materialmente en alguna medida. Los cristianos de hoy necesitan tener presente
que los gentiles son deudores a los judíos.
(2) AMOR
PERSONAL, v. 29. Pablo sentía un gran peso en su corazón por
los judíos y al traerles la ofrenda les expresaba su amor.
(3) UNIDAD
CRISTIANA, v. 31. Algunos de los creyentes judíos (recuérdese
Hch 15) no estaban contentos con la entrada de los gentiles al redil.
Esta ofrenda ayudaría a curar la
brecha que algunos causaron al decir que los gentiles tenían que convertirse
primero en judíos antes de que llegaran a ser cristianos.
En este pasaje surge la cuestión
de la responsabilidad que los cristianos gentiles tienen hacia los judíos hoy.
Por cierto que el programa de «al judío primeramente» (1.16) fue válido durante
el período de los Evangelios y Hechos 1–7, pero ya no se aplica hoy. Nuestra
obligación hacia los judíos brota de la Gran Comisión, la gracia de Dios, quien
nos escogió y nos ha injertado en el olivo (Ro 11.20), y la pura lógica de
Romanos 10.11–17. En cuanto a condenación se refiere, no hay diferencia entre
judío y gentil. En cuanto a salvación, tampoco hay diferencia. Pero Israel es
todavía la nación escogida de Dios, a pesar de que fue puesta a un lado y
cegada temporalmente; Israel es amada por causa de los padres (Ro 11.28).
Ningún cristiano debía ser culpable de albergar prácticas o sentimientos
antijudíos.
Más bien, debemos procurar
testificarles y ganarles para Cristo. Como nación, Israel ha sido cegada; pero
los judíos como individuos pueden hallar a Cristo conforme el Espíritu les abre
los ojos.
Nótese en el versículo 31 que
Pablo veía venir problemas con los judíos incrédulos, ¡y el problema surgió!
Repase Hechos 21.15 y note cómo trataron a Pablo los judíos no salvos.
Este capítulo enfatiza una vez más
la importancia de distinguir entre el judío, el gentil y la Iglesia (1 Co
10.32). Es más, las últimas palabras de Pablo en Romanos (16.25–27) se refieren
al gran misterio de la Iglesia, el cual Pablo iba a revelar mediante su
mensaje. ¡Ojalá nunca fallemos en ser administradores de sus misterios!
16
Este capítulo tal vez parezca
aburrido, pero está lleno de sorpresas. Al leer la lista de nombres no podemos
menos que quedar impresionados ante el amor y el interés de Pablo por ellos.
Sin duda alguna muchas de estas personas se convirtieron por su ministerio y
habían llegado a Roma de una manera u otra; Pablo nunca había visitado Roma y
seguro que no había conocido a estos santos en otras ciudades. Como su Maestro,
Pablo conocía a las ovejas por nombre y se interesaba por cada una.
I. ALGUNOS SANTOS A LOS CUALES SALUDAR (16.1–16)
Parece ser que los creyentes en
Roma no se reunían en alguna asamblea general, sino que eran miembros de varios
grupos en los hogares. Note los versículos 5, 10, 11 y 15. No había una
«iglesia en Roma» en el sentido organizado (compárese Flp 1.1). Roma era una
ciudad grande y es posible que algunas de las asambleas las componían
principalmente creyentes judíos.
Es evidente de que Febe era una
diaconisa que se dirigía a Roma, y por consiguiente la portadora de la
epístola. «Que la recibáis, y que la ayudéis» (v. 2) son buenas admoniciones
para los cristianos de hoy. Algunos eruditos sugieren que iba a Roma en busca
de ayuda para algún problema legal y que Pablo le pedía a los santos que la
ayudaran en ese problema especial.
¡Hallamos a Priscila y a Aquila de
nuevo! ¡Qué amigos queridos fueron para Pablo! Repase Hechos 18.2–28, 1
Corintios 16.19 y 2 Timoteo 4.19. El incidente en el cual estos dos santos
arriesgaron su vida por Pablo no se registra en el NT, pero, ¡qué deuda tiene
la Iglesia con ellos por haberle salvado la vida! Salieron de Roma debido a la
persecución, conocieron a Pablo en Corinto y ahora, al regresar a Roma,
constituyen una iglesia en su casa. ¡Qué maravillosos son los caminos del Señor
y las sendas de su providencia!
Nueve mujeres se mencionan en este
capítulo: Febe, v. 1; Priscila, v. 3; María, v. 6; Trifena, v. 12; Trifosa, v.
12; Pérsida, v. 12; la madre de Rufo, v. 13; Julia, v. 15; y la hermana de
Nereo, v. 15.
Algunos críticos han acusado a
Pablo de estar en contra de las mujeres, pero ningún hombre hizo más por
emancipar a las mujeres de la servidumbre pagana y dignificarlas de la manera
que Dios intentó desde el principio. Pablo enseña que las mujeres tienen un
lugar especial e importante en el ministerio de la iglesia local.
En varios versículos Pablo
menciona a sus «parientes» (vv. 7, 11, 21). Esto no necesariamente significa
parientes de sangre, sino más bien compatriotas judíos, quizás de la tribu de
Benjamín.
El versículo 7 menciona a dos
hombres que habían sido salvados antes que Pablo y que también fueron notables
entre los apóstoles. No eran apóstoles, sino que tenían muy alta reputación
entre los apóstoles.
Rufo es un hombre interesante (v.
13). Marcos 15.21 indica que el Simón que llevó la cruz fue el padre de
Alejandro y de Rufo, como si estos dos hombres fueran bien conocidos entre las
iglesias en el tiempo en que Marcos escribió su Evangelio. Es posible que Simón
fuera en realidad el padre de Rufo, el del versículo 13, y que también ganó a
su madre para el Señor. Si él y su familia se quedaron en Jerusalén, es posible
que tuvieron a Pablo en su casa y que este «adoptó» a la madre de Rufo como si fuera
la suya propia.
II. ALGUNOS PECADORES A LOS QUE SE DEBE EVITAR
(16.17–20)
Esta advertencia suena extraña en
un capítulo lleno de saludos, pero Pablo conocía los peligros en las iglesias y
quería advertir a los santos. Desde luego que nosotros, como cristianos,
debemos amar y perdonarnos unos a otros; pero se debe enfrentar los pecados en
contra del cuerpo de la Iglesia de acuerdo a la disciplina bíblica. Los
cristianos que causan problemas debido a sus deseos egoístas (usualmente
orgullo, quieren decirle a todos lo que tienen que hacer), no se deben recibir
en la iglesia local. «Fijarse» significa «vigilar; tener los ojos abiertos
sobre ellos». Es correcto que la iglesia tenga un ojo sobre los «trota-iglesias»
que van de iglesia en iglesia causando problemas y divisiones. Estas personas
son seductoras al hablar y saben cómo engañar a los ingenuos, pero el santo con
discernimiento verá a través de sus disfraces. ¡Conquiste a Satanás, no permita
que él lo conquiste a usted!
III. ALGUNOS SIERVOS A QUIENES HONRAR (16.21–24)
¡Qué grandiosa lista de veteranos!
En estos versículos hallamos a Timoteo, el hijo de Pablo en la fe y siervo del
Señor (Flp 2.19–22) y Lucio, quien estuvo asociado con Pablo en los primeros
días en Antioquía (Hch 13.1). (No es probable que esta persona sea Lucas.)
Jasón viajó con Pablo desde Tesalónica (Hch 17.5–9); Sosípater era de Berea
(Hch 20.4). Pablo amaba a estos compañeros y no podía haber ministrado sin
ellos. No todos pueden ser un Pablo, pero todos podemos ayudar a otros a servir
a Cristo más eficazmente.
Tercio era el amanuense
(secretario) al que Pablo dictó la carta, según el Espíritu le dirigió. Es probable
que era romano, conocido por los creyentes que recibieron la carta. Gayo tal
vez sea la misma persona mencionada en Hechos 19.29; o tal vez Gayo de Derbe
(Hch 20.4). Es con toda seguridad el Gayo de 1 Corintios 1.14; uno de los hombres
que Pablo bautizó durante su ministerio en Corinto. Pablo estaba allí cuando
escribió a los romanos, de modo que esto pudiera significar que estaba alojado
en la casa de Gayo. Vea cómo el Señor usa muchas personas para darnos su
Palabra: ¡un apóstol inspirado, un fiel secretario y huésped cristiano amigable
y una mujer sacrificada!
Erasto era el tesorero municipal,
lo cual muestra que el evangelio había alcanzado a las familias de funcionarios
del gobierno de la ciudad. (Véanse Flp 4.22.) Tal vez sea el mismo que se
menciona en 2 Timoteo 4.20. «Y el hermano Cuarto». ¡Ningún santo es demasiado
insignificante como para que Pablo no lo mencione! Lea 1 Tesalonicenses 5.12,
13 y vea cómo este pensamiento se aplica allí.
Pablo siempre firmaba sus cartas, con
su «firma de gracia» (2 Ts 3.17–18), y así lo hace aquí en el versículo 24. Es
probable que lo hizo para añadir personalmente esta gran doxología que enfatiza
el misterio de la Iglesia. Los profetas que menciona en el versículo 27 son los
del NT, mediante los cuales Dios reveló las verdades de la Iglesia y el
evangelio de la gracia. Véanse Hechos 13.1, 15.32, 21.10; 1 Corintios 12.28–29,
14.29–32, Efesios 2.20, 3.5 y 4.11.
Así queda completa la carta a los
Romanos. Si la comprendemos y la aplicamos, el versículo 27 será verdad: «Al
único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre».