ROMANOS

Es uno de los libros más importantes de la Biblia porque explica ampliamente el plan de salvación de Dios para judíos y gentiles (1:16, 17). En Romanos Pablo enseñó sistemáticamente las grandes doctrinas del cristianismo.
El alcance o la intención del apóstol al escribir a los Romanos parece haber sido contestar al incrédulo y enseñar al judío creyente; confirmar al cristiano y convertir al gentil idólatra; y mostrar al convertido gentil como igual al judío en cuanto a su condición religiosa, y a su rango en el favor divino.
Estos diversos designios se tratan oponiéndose al judío infiel o incrédulo, o discutiendo con él en favor del cristiano o del creyente gentil. Establece claramente que la manera en que Dios acepta al pecador, o lo justifica ante sus ojos, es sólo por gracia por medio de la fe en la justicia de Cristo, sin acepción de naciones.
Esta doctrina es aclarada a partir de las objeciones planteadas por los cristianos judaizantes que favorecían las condiciones de la aceptación con Dios por medio de una mezcla de la ley y el evangelio, excluyendo a los gentiles de toda participación en las bendiciones de la salvación efectuada por el Mesías. En la conclusión, pone aún más en vigencia la santidad por medio de exhortaciones prácticas.
BOSQUEJO SUGERIDO DE ROMANOS
Introducción (1.1–17)
A. Saludo (1.1–7)
B. Explicación (1.8–17)
I. Pecado (1.18–3.20: Justicia necesitada)
A. Los gentiles bajo pecado (1.18–32)
B. Los judíos bajo pecado (2.1–3.8)
C. El mundo entero bajo pecado (3.9–20)
II. Salvación (3.21–5.21: Justicia imputada)
A. Justificación explicada (3.21–31)
B. Justificación expresada: el ejemplo de Abraham (4.1–25)
C. Justificación experimentada (5.1–21)
III. Santificación (6.1–8.39: Justicia impartida)
A. Nuestra nueva posición en Cristo (6.1–23)
B. Nuestro nuevo problema en la carne (7.1–25)
C. Nuestro nuevo poder en el Espíritu (8.1–39)
IV. Soberanía (9.1–11.36: Justicia rechazada)
A. La elección pasada de Israel (9.1–33)
B. El rechazo presente de Israel (10.1–21)
C. La redención futura de Israel (11.1–36)
V. Servicio (12.1–15.13: Justicia practicada)
A. Consagración a Dios (12.1–21)
B. Sujeción a la autoridad (13.1–14)
C. Consideración por el débil (14.1–15.13)
VI. Conclusión (15.14–16.27)
A. Fidelidad de Pablo en el ministerio (15.14–21)
B. El futuro de Pablo en el ministerio (15.22–33)
C. Los amigos de Pablo en el ministerio (16.1–23)
D. Bendición final (16.24–27)
NOTAS PRELIMINARES A ROMANOS
I. IMPORTANCIA
Mientras que toda la Escritura es inspirada por Dios y útil, hay algunas partes de la Biblia que contienen más verdad doctrinal que otras. Desde luego, lo que Pablo nos dice en Romanos es de mucho más valor práctico para nosotros que algunas de las listas del libro de Números. San Agustín se convirtió por medio de la lectura de Romanos. Martín Lutero inició la Reforma basado en Romanos 1.17: «Mas el justo por la fe vivirá».
Juan Wesley, fundador del metodismo, se convirtió mientras escuchaba a alguien que leía del comentario de Lutero sobre Romanos. Si hay algún libro que cada cristiano debe comprender, es esta epístola. ¿Por qué?
(1) Presenta verdad doctrinal: justificación, santificación, adopción, juicio e identificación con Cristo.
(2) Presenta verdad dispensacional en los capítulos 9–11, mostrando la relación entre Israel y la Iglesia en el eterno plan de Dios.
(3) Presenta verdad práctica, enseñando el secreto de la victoria cristiana sobre la carne, los deberes que tienen los cristianos los unos con los otros y su relación al gobierno.
Romanos es una gran exposición de la fe. Es la más completa y lógica presentación de la verdad cristiana en todo el NT. Mientras que algunos temas (tales como el sacerdocio de Cristo y la venida del Señor) no se tratan en detalle, se mencionan y relacionan con otras grandes doctrinas de la fe.
Si una persona que estudia la Biblia desea dominar un solo libro de la Biblia, ¡que sea Romanos!
Una comprensión de este libro es la clave para entender la Palabra de Dios entera.
II. TRASFONDO
Romanos fue escrito por Pablo durante su visita de tres meses a Corinto (Hch 20.1–3). En Romanos 16.23 Pablo indica que estaba con Gayo y Erasto, ambos estaban asociados con Corinto (1 Co 1.14; 2 Ti 4.20). Tal vez la carta la llevó Febes (16.1), quien vivía en Cencrea, el puerto marítimo que servía a Corinto (Hch 18.18). Aquila y Priscila, amigos de Pablo, eran oriundos de Roma (Hch 18.2) y por el saludo a ellos en Romanos 16.3 descubrimos que habían regresado a Roma.
¿Cómo surgieron los grupos de creyentes en Roma? Nótese que Pablo no dirige esta carta a «la iglesia en Roma». Sino más bien «a todos los que estáis en Roma» (1.7). Cuando se lee el capítulo 16 no se puede menos que notar los diferentes grupos de creyentes, lo cual sugiere que tal vez no había una sola iglesia local (16.5, 10–11, 14–15). Una tradición, sin fundamento histórico ni escriturario, dice que el ministerio en Roma lo fundó Pedro. Se afirma que vivió en Roma veinticinco años, pero esto no se puede probar. Si Pedro empezó la obra en Roma, es de esperarse que hubiera habido una iglesia organizada en lugar de grupos esparcidos de creyentes. Pablo saluda a muchos amigos en el capítulo 16, pero no a Pedro, y sin embargo, en sus otras cartas, siempre envía saludos a los líderes espirituales.
Si Pedro hubiera estado ministrando en alguna parte de Roma, Pablo, desde luego, lo hubiera mencionado en algún punto de sus epístolas de la prisión (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón, 2 Timoteo). El argumento más contundente en contra de la opinión de que Pedro fue el fundador de la obra en Roma es Romanos 15.20, donde Pablo afirma que no edificó sobre el fundamento de ningún otro hombre. Pablo anhelaba visitar a Roma para ministrar a los santos allí (1.13; 15.22–24, 28, 29; Hch 19.21; 23.11); pero no hubiera hecho planes si otro apóstol ya hubiera empezado la obra allí.
¿Cómo, entonces, llegó el evangelio a Roma? Hechos 2.10 indica que había gente de Roma en Pentecostés. Priscila y Aquila eran judíos romanos que conocieron el evangelio. Nótese que los nombres en el capítulo 16 son todos gentiles, indicando que cristianos gentiles de otras ciudades habían llegado a Roma y llevado el evangelio. A lo mejor estas personas se convirtieron con Pablo en alguna de las otras iglesias. Roma era el gran centro del mundo en ese día y no es improbable que miles de peregrinos acudieran por las carreteras romanas a la ciudad imperial. Romanos 1.13–15, 11.13 y 15.14–16 indican que la mayoría de los creyentes que recibieron la carta eran gentiles. Naturalmente, siempre había un elemento judío en la comunidad cristiana, de la misma forma que muchos gentiles habían sido prosélitos judíos.
III. RAZONES PARA ESCRIBIR
Pablo estaba a punto de concluir su trabajo en Asia (15.19) e ir a Jerusalén con su ofrenda de amor de las iglesias de Asia (15.25–26). Su corazón siempre había sentido un peso por predicar en Roma y esta larga carta era su manera de preparar a los cristianos para su venida. En su estancia en Corinto (Hch 20.1–3) también escribió su carta a los Gálatas, procurando responder a los judaizantes que estaban confundiendo a las iglesias de Galacia. Pablo tal vez quería advertir y enseñar a los cristianos en Roma, por si acaso estos judaizantes llegaban antes que él y trastornaban sus planes. Nótese que en Romanos 3.8 menciona las acusaciones falsas que ciertos hombres hicieron en su contra. Las razones de Pablo para la carta se pueden resumir como sigue:
(1) Preparar a los cristianos para su planeada visita y explicar por qué no los había visitado antes (1.8–15; 15.23–29).
(2) Instruirles en las doctrinas básicas de la fe cristiana, para que los falsos maestros no los confundiera.
(3) Explicar la relación entre Israel y la Iglesia, para que los judaizantes no los descarriaran con sus doctrinas.
(4) Enseñar a los cristianos sus deberes mutuos y hacia el estado.
(5) Responder a cualquier calumnia contra Pablo (3.8).
IV. POSICIÓN EN LA BIBLIA
Romanos es la primera de tres cartas en el NT basadas en un solo versículo de las Escrituras: Habacuc 2.4: «Mas el justo por su fe vivirá». Este versículo se halla en Romanos 1.17 (el tema de Romanos es el justo), Gálatas 3.11 (el tema de Gálatas es cómo debe vivir el justo) y Hebreos 10.38 (el tema de Hebreos es vivir por fe).
Romanos es la primera epístola del NT. Usted notará que la pauta en las cartas del NT es 2 Timoteo 3.16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para[...]»:
Enseñar: Romanos (el gran libro doctrinal) Redargüir: 1 y 2 Corintios (Pablo redarguye y reprende el pecado) Corregir: Gálatas (Pablo corrige la enseñanza falsa)
Instruir en justicia: Efesios y las cartas restantes de Pablo (enseña la vida santa basada en la doctrina cristiana)
V. TEMA
El tema básico de Pablo es la justicia de Dios. La palabra «justo» en una u otra forma se usa más de cuarenta veces en estos capítulos. En los capítulos 1–3 presenta la necesidad de la justicia; en 3–8 la provisión de Dios de justicia en Cristo; en 9–11, cómo Israel rechazó la justicia de Dios; y en 12–16, cómo se debe llevar la justicia a la práctica diaria.
AUTOR Y FECHA
No hay dudas razonables hoy día en cuanto a la autenticidad de Romanos. Aun los críticos más escépticos la incluyen entre las cuatro «epístolas columnares» (con Gál. y 1 y 2 Co) escritas indiscutiblemente por Pablo. Hay pruebas de que otros autores cristianos dentro del mismo siglo I la citaron en sus obras, e Ireneo (siglo II) la cita como paulina.
Todas las listas canónicas la incluyen. Además, esta fuerte prueba externa está corroborada por el testimonio interno de la carta misma.
Al escribir, PABLO considera terminado su quehacer en el Oriente (15.23–27) y quiere continuarlo entre los gentiles de Occidente; pero antes proyecta un viaje a Jerusalén, para llevar la colecta hecha en Macedonia y Acaya (15.25ss; cf. 1 Co 16.1–14; 2 Co 8.1–9.15; Hch 19.21). De esto se deduce que Romanos fue escrito durante el tercer viaje misional; y decir que data de a principios del año 58 concuerda bastante con los documentos.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Rom: 10. 4. El Señor De Nuestra Justicia.

1

I. SALUDO (1.1–7)
Las trece cartas de Pablo empiezan con el nombre del apóstol. Se acostumbraba en esos días empezar una carta con el nombre y los saludos personales del que escribía, en lugar de colocarlos al final como lo hacemos hoy. Pablo se identifica como un siervo y un apóstol y da toda la gloria a Dios al decir que fue llamado por la gracia de Dios (v. 5) y separado para este maravilloso ministerio (Véanse Hch 13.1–3).
De inmediato afirma que su ministerio es el evangelio, al cual llama «el evangelio de Dios» (v. 1), «el evangelio de su Hijo» (v. 9) y «el evangelio de Cristo» (v. 16). Afirma que sus «buenas noticias» no son algo nuevo que ha inventado, sino que el AT prometía la venida, muerte y resurrección de Cristo.
(Véanse 1 Co 15.1–4, en donde las «Escrituras» obviamente significan los escritos del AT, puesto que el NT apenas se empezaba a escribir.) Al relacionar el evangelio con el AT, Pablo apelaba a los creyentes judíos que leían su carta.
El evangelio tiene que ver con Cristo: según la carne, un judío (v. 3), pero de acuerdo al poder de Dios mediante la resurrección, probó ser el mismo Hijo de Dios (v. 4). Esto demuestra la humanidad y deidad del Dios-Hombre que es el único que puede ser nuestro Mediador. ¿Cuál es el propósito de este evangelio que le costó a Cristo su vida? El versículo 5 nos lo dice: traer a todas las naciones a la obediencia de la fe. Cuando una persona verdaderamente confía en Cristo, le obedecerá.
En los versículos 6–7 Pablo describe a sus lectores, los santos en Roma. Ellos también son «llamados» por Cristo, no a ser apóstoles, sino a ser santos. Nótese que un santo es un creyente vivo en Cristo Jesús. ¡Sólo Dios puede hacer de un pecador un santo! También son «amados de Dios», incluso viviendo en la perversa ciudad de Roma. Qué maravilloso que Dios nos llame «amados», así como llamó a su Hijo (Mt 3.17). Jesús afirma que el Padre nos ama como el Padre le ama a Él (Jn 17.23).
En este breve saludo Pablo identifica:
(1) al escritor, él mismo;
(2) los que recibieron la carta, los santos en Roma (no los inconversos);
(3) el tema: Cristo y el evangelio de salvación.
II. EXPLICACIÓN (1.8–17)
Pablo ahora da una doble explicación de:
(1) por qué escribe (vv. 8–15); y:
(2) acerca de qué escribe (vv. 16–17).
Por muchos tiempo Pablo deseó visitar a los santos en Roma. Su testimonio se había esparcido por todo el Imperio Romano (v. 8; y Véanse 1 Ts 1.5–10) y Pablo anhelaba fervientemente visitarlos por tres razones:
(1) para establecerlos en la fe, v. 11;
(2) para que fueran una bendición para él, v. 12; y:
(3) para tener entre ellos «algún fruto», o sea, ganar a otros gentiles para el Señor, v. 13.
Téngase presente que Pablo era el mensajero escogido de Dios a los gentiles y, por cierto, ¡sentía el peso de una responsabilidad hacia los santos (y pecadores) en la capital del imperio. Explica que se le había estorbado en su deseo de visitarlos antes, no por Satanás (Véanse 1 Ts 2.18), sino por sus muchas oportunidades de ministrar en otras partes (Ro 15.19–23). Ahora que el trabajo había concluido en esas áreas, podía visitar Roma. Nótese las fuerzas motivadoras en la vida de Pablo (vv. 14–16): «Soy deudor pronto estoy[...] no me avergüenzo». Deberíamos imitar el ejemplo del apóstol.
En los versículos 16–17 tenemos el tema de la carta: el evangelio de Cristo revela la justicia de Dios, una justicia basada en la fe y no en las obras, y disponible para todos, no sólo para los judíos.
Pablo explica en Romanos cómo Dios puede ser a la vez «el justo y el que justifica», esto es, cómo Él puede hacer justos a los pecadores y todavía mantener firme su santa ley. Pablo cita a Habacuc 2.4 (Véanse las notas introductorias): «El justo por su fe vivirá».

III. CONDENACIÓN (1.18–32)

Ahora empezamos la primera sección de la carta, la cual trata del pecado (1.18–3.20; Véanse el bosquejo). En estos versículos finales del capítulo 1 Pablo explica cómo los gentiles penetraron en las terribles tinieblas que los rodean y cómo la ira de Dios se ha revelado en su contra. Nótese los pasos decadentes en la historia de los gentiles.
A. CONOCIERON A DIOS (VV. 18–20).
Dios les había dado una revelación doble de sí mismo: «les es» (conciencia) y «se lo» (creación), v. 19. El hombre no empezó con ignorancia y gradualmente creció hasta la inteligencia; empezó con una brillante revelación del poder y sabiduría de Dios y le dio las espaldas. Dios se reveló desde el mismo momento de la creación, de modo que los que nunca han oído el evangelio de todas maneras no tienen excusa. (En el cap. 2 se analizará cómo Dios juzga a tales personas.)
B. NO LE GLORIFICARON COMO A DIOS (VV. 21–23).
Los pensamientos vanos y el razonamiento necio hizo que los hombres se alejaran de la verdad y se volvieran a las mentiras. Vemos la indiferencia conduciendo a la ingratitud, resultando en ignorancia.
La gente de hoy se postra ante los filósofos griegos y romanos, y honra más su palabra que la Palabra de Dios; pero Pablo llama a todas estas filosofías «imaginación de hombres» y «tiempos de ignorancia» (Hch 17.30). El próximo paso fue la idolatría, honrando a la criatura (incluyendo al hombre) antes que al Creador.
C. CAMBIARON LA VERDAD DE DIOS (VV. 24–25).
Esta palabra cambiaron indica precisamente eso. ¡Reemplazaron la verdad de Dios con la mentira de Satanás! ¿Qué es la mentira de Satanás? Adorar a la criatura y no al Creador; adorar al hombre en lugar de adorar a Dios; adorar las cosas antes que a Cristo. Satanás tentó a Cristo para que hiciera esto (Mt 4.8–11). Nótese que en Romanos 1.18 los gentiles «detienen con injusticia la verdad» y ahora «cambiaron la verdad» por una mentira. Cuando se cree y obedece la verdad, ella nos hace libres (Jn 8.31–32); cuando se rechaza y desobedece la verdad, nos hace esclavos.
D. RECHAZARON EL CONOCIMIENTO DE DIOS (VV. 26–32).
Estas personas comenzaron con un claro conocimiento de Dios (vv. 19, 21) y su juicio en contra del pecado (v. 32); pero ahora llegaron al más bajo nivel de su caída: ¡ni siquiera querían el conocimiento de Dios! «Dijo el necio en su corazón: No hay Dios» (Sal 14.1).
Es triste ver los trágicos resultados de esta decadencia. Los evolucionistas quieren hacernos creer que los seres humanos hemos «evolucionado» desde formas primitivas, ignorantes y como bestias, a la criatura maravillosa que somos hoy. Pablo dice precisamente lo opuesto: el hombre empezó como la más superior de las criaturas de Dios, pero ¡él mismo se hizo bestia! Nótese los tres juicios de Dios:
• Dios los entregó a la inmundicia e idolatría, vv. 24–25.
• Dios los entregó a pasiones vergonzosas, vv. 26–27.
• Dios los entregó a una mente reprobada, vv. 28.
¡Dios los abandonó! Esta es la revelación de la ira de Dios (v. 18). Los pecados que se mencionan aquí son demasiado viles para definir o hablar de ellos, sin embargo, hoy en día se practican alrededor del mundo con la aprobación de la sociedad. La gente sabe que el pecado será juzgado, no obstante, se deleitan en él de todas maneras. Si no fuera por el evangelio de Cristo, estaríamos nosotros mismos en esa esclavitud del pecado. «Gracias a Dios por su don inefable» (2 Co 9.15).

2

De 2.1 a 3.8 Pablo enfoca su reflector sobre los de su pueblo, los judíos, y muestra que están igualmente condenados como pecadores ante Dios. En 1.20 afirma que los gentiles no tienen excusa, y en 2.1 afirma lo mismo para los judíos. ¡Estas noticias caen como un trueno a los privilegiados judíos!
De seguro que Dios los iba a tratar, pensaban, ¡de forma diferente a la que usa para tratar a los gentiles!
No, afirma Pablo; los judíos están bajo la condenación e ira de Dios porque los principios divinos del juicio son justos. En este capítulo destaca tres principios divinos de juicio que prueban que los judíos están tan condenados como los gentiles.

I. EL JUICIO ES DE ACUERDO A LA VERDAD DE DIOS (2.1–5)

Mientras el judío leía la acusación de Pablo a los «gentiles» en el primer capítulo, debe haber sonreído y dicho: «¡Se lo merecen!» su actitud sería la del fariseo de Lucas 18.9–14: «Te doy gracias que no soy como los otros hombres». Pero Pablo le devuelve al judío el mismo juicio que este hacía con el gentil: «Tú haces lo mismo que hacen los gentiles, ¡de modo que eres igualmente culpable!» El juicio divino de los hombres no es conforme a rumores, chismes, nuestras opiniones, ni a la evaluación humana; es «según verdad» (v. 2). Alguien ha dicho: «Detestamos nuestras faltas, especialmente cuando las vemos en otros». Qué fácil es para las personas en la actualidad, como en los días de Pablo, condenar a otros, y sin embargo tener los mismos pecados en sus vidas.
Pero el judío podía haber argumentado: «¡De seguro que Dios no nos va a juzgar con la misma verdad que aplica a los gentiles! Porque, ¡vea cuán bueno ha sido Dios con Israel!» Pero ignoraban el propósito que Dios tenía en mente cuando derramaba su bondad sobre Israel y esperaba con tanta paciencia a que su pueblo obedeciera: Se suponía que su bondad los llevaría al arrepentimiento. En lugar de eso, endurecieron sus corazones y así almacenaron más ira para aquel día cuando Cristo juzgará a los perdidos (Ap 20). ¿No ha oído usted a los pecadores perdidos de hoy decir: «Estoy seguro de que Dios no me va a mandar al infierno. Porque Él ha hecho tantas cosas buenas para mí»? Ni siquiera se dan cuenta de que la bondad de Dios es la preparación para su gracia; y en lugar de humillarse, endurecen sus corazones y cometen más pecados, pensando que Dios los ama demasiado como para condenarlos.
Estas dos mismas «excusas» que los judíos usaban en días de Pablo se oyen todavía hoy: (1) «Yo soy mejor que otros, de modo que no necesito a Cristo»; (2) «Dios ha sido bueno conmigo y de ninguna manera me condenará». Pero el juicio final de Dios no será según las opiniones ni evaluaciones de los hombres; será según la verdad.

II. EL JUICIO ES DE ACUERDO A LAS OBRAS DE LA PERSONA (2.6–16)

Los judíos pensaban que tenían la más alta «posición» entre el pueblo de Dios, sin darse cuenta que una cosa es ser un oidor de la ley y otra muy distinta un hacedor (v. 13). Tenga presente que estos versículos no nos dicen cómo ser salvos. Describen cómo juzga Dios a la humanidad de acuerdo a las obras que haya hecho. Los versículos 7–8 no hablan respecto a las acciones ocasionales de una persona, sino al propósito total y dirección general de su vida, la «elección de la vida», según William Newell lo describe. La gente no alcanza la vida eterna por buscarla pacientemente; pero si la buscan toda su vida, la hallarán en Cristo.
«Cada uno» (v. 6), «todo ser humano» (v. 9), «todo el que» (v. 10): tres frases que muestran que Dios no hace acepción de personas sino que juzga a la humanidad en base a cómo han vivido. Uno pudiera preguntar: «Pero, ¿es Dios justo al juzgar así a los hombres? Después de todo, los judíos habían tenido la ley y los gentiles no». Sí; Dios es justo, conforme lo explican los versículos 12–15. Dios juzgará a las personas según la luz que han recibido. Pero nunca piense que los gentiles (que no conocían directamente de Moisés) vivían alejados de la ley; porque la ley moral de Dios estaba escrita en sus corazones (Véanse 1.19).
Daniel Crawford, veterano misionero en Africa, salió de las selvas y dijo: «Los paganos están pecando contra un torrente de luz». «Es una de las cosas más evidentes en las Escrituras», escribe el Dr. Roy Laurin, «que los hombres serán juzgados de acuerdo al conocimiento de Dios que posean y nunca de acuerdo a algún standard más alto que no posean». Los judíos oían la ley, pero rehusaban hacerla, y por eso serán juzgados con más severidad. Lo mismo ocurrirá con los pecadores de hoy que oyen la Palabra de Dios, pero no quieren hacerle caso.
III. EL JUICIO ES DE CUERDO AL EVANGELIO DE CRISTO (2.17–29)
Ya Pablo ha mencionado dos veces el «día del juicio» (vv. 5, 16). Ahora afirma que este juicio será del corazón, cuando Dios revelará todos los secretos. Cristo será el Juez y la cuestión va a ser: «¿Qué hiciste con el evangelio de Cristo?»
Los judíos se jactaban de sus privilegios raciales y religiosos. Debido a que Dios les había dado su Palabra conocían su voluntad y tenían un mejor sentido de lo valores. Miraban a los gentiles como ciegos, en la oscuridad, como ignorantes y como niños (vv. 19–20). Los judíos se consideraban como los exclusivos favoritos de Dios; pero lo que no lograron ver fue que estos privilegios les obligaban a vivir en santidad. Desobedecían la misma ley que predicaban a los gentiles. El resultado fue que incluso los «perversos gentiles» ¡blasfemaban el nombre de Dios debido al pecado de los judíos! Pablo tal vez se esté refiriendo a Isaías 52.5, Ezequiel 36.21–22, o a las palabras de Natán a David en 2 Samuel 12.14.
Si algún pueblo tenía «religión», ese era el judío; sin embargo, su religión era una cuestión de ceremonia externa y no interna. Se jactaban de su rito de la circuncisión, una ceremonia que los identificaba con el Dios viviente; y sin embargo, ¿de qué sirve un rito físico si no hay obediencia a la Palabra de Dios? Pablo avanza incluso al punto de decir que el gentil incircunciso que obedecía la Palabra de Dios era mejor que el judío circunciso que la desobedecía (v. 27), y que el judío circunciso que desobedecía a Dios era considerado «incircunciso». Un verdadero judío es el que tiene fe interna, cuyo corazón se ha transformado, y no sólo aquel que sigue las ceremonias externas en la carne. El versículo 27 afirma con audacia que los gentiles que, aun siendo incircuncisos, por naturaleza cumplen la ley, ¡van a juzgar a los judíos que quebrantan las normas de Dios!
El evangelio de Cristo exige un cambio interno: «Es necesario nacer de nuevo» (Jn 3.7). No es la obediencia a un sistema religioso lo que le permite a uno pasar la prueba cuando Cristo juzga los secretos de los corazones de los hombres, sino el evangelio de Cristo que es poder de Dios para salvación, tanto para el judío como para el gentil (Ro 1.16). Si una persona nunca ha creído en el evangelio y recibido a Cristo, ya está condenada. Los judíos, con toda su religión y legalismo estaban (y están) igualmente bajo pecado como los gentiles, y mucho más debido a que se les concedió mayores privilegios y oportunidades de conocer la verdad.
¿Cuántos van camino al infierno porque piensan que Dios les va a juzgar según su opinión, status o religión? Dios no juzga de acuerdo a estos principios, sino según la verdad, de acuerdo a nuestras obras y de acuerdo al evangelio de Cristo. De este modo, en el capítulo 1 Pablo prueba que los gentiles no tienen excusa, y aquí en el capítulo 2, que los judíos no tienen excusa. En el capítulo 3 demostrará que el mundo entero está bajo pecado y condenación, necesitando con desesperación la gracia de Dios.

3

Este capítulo establece el puente entre la sección 1: «pecado», y la sección 2: «salvación». En la primera sección (vv. 1–20) Pablo analiza la condenación y concluye que el mundo entero, judíos y gentiles por igual, están bajo pecado. En la última sección (vv. 21–31) presenta el tema de la justificación por fe, lo cual será su tema por los próximos dos capítulos.
Es más, el capítulo 3 es en realidad el semillero para el resto del libro. En los versículos 1–4 trata de la incredulidad de Israel y este es su tema en los capítulos 9–11. En el versículo 8 menciona la cuestión de vivir en el pecado y este es lo que analiza en los capítulos 6–8. (Nótese que 3.8 se relaciona muy de cerca con 6.1.) El versículo 21 trae a colación la justificación por fe, que es su tema para los capítulos 4–5. Finalmente, en el versículo 31 menciona el establecimiento y obediencia a la ley, tema que presenta en los capítulos 12–16 (nótese 13.8–14).

I. LAS MALAS NOTICIAS: CONDENACIÓN BAJO PECADO (3.1–20)

En esta sección Pablo pregunta y responde a cuatro interrogantes importantes:
A. ¿HAY ALGUNA VENTAJA EN SER JUDÍO, SI LOS JUDÍOS ESTÁN CONDENADOS? (VV. 1–2).
La respuesta es «sí», porque a los judíos se les dio los oráculos de Dios, su voluntad revelada en su Palabra. Si Israel hubiera creído y obedecido la Palabra, la nación hubiera recibido a Cristo y se hubiera salvado. Entonces, a través de ellos, Dios hubiera esparcido la bendición al mundo entero. Nosotros hoy, desde luego, somos privilegiados al tener la Palabra de Dios. Ojalá que nunca la demos por sentado.
B. ¿HA DEROGADO LA PALABRA DE DIOS LA INCREDULIDAD DE ISRAEL? (VV. 3–4).
Por supuesto que no. La incredulidad nunca podría anular la fidelidad de Dios (v. 3). Dios es veraz, aun cuando todo hombre es mentiroso. Aquí Pablo cita el Salmo 51.4, donde el rey David admite sin rodeos su pecado y la justicia de Dios al juzgarle. Aun reconociendo sus pecados David declaró la rectitud y justicia de Dios y la verdad de su Palabra.
C. ENTONCES, ¿POR QUÉ NO PECAR MÁS Y GLORIFICAR ASÍ MÁS A DIOS? (VV. 5–8).
«Después de todo, si se honra a Dios al juzgar mi pecado, ¡en realidad estoy haciéndole un favor al pecar! En lugar de juzgarme, ¡Él debería dejarme pecar más para que pudiera ser glorificado más! ¡De ninguna manera es justo al juzgarme!» Pablo rápidamente desbarata este argumento en pro del pecado al destacar, en el versículo 6, que tal posición significaría que Dios nunca juzgaría al mundo, e incluso Abraham lo reconoció como el «Juez del mundo» (Gn 18.25). Pablo no explica cómo juzga Dios el pecado y se glorifica en ello; simplemente afirma que toda la verdad y la justicia caería si Dios hiciera lo que tales personas afirman. Los enemigos judíos de Pablo mintieron acerca de él y dijeron que enseñaba esta misma doctrina: «Hagamos males para que vengan bienes» (v. 8). Véanse también 6.1, 15.
Esta afirmación es tan contraria a toda razón y toda Escritura que Pablo la desecha diciendo que «quienes dicen esto merecen la condenación».
D. ENTONCES, ¿ES MEJOR EL JUDÍO QUE EL GENTIL? (VV. 9–18).
No, ni tampoco el gentil es mejor o peor que el judío; porque ambos son pecadores y están bajo la terrible condenación de Dios. «No hay diferencia» es el gran mensaje de Romanos: no hay diferencia ni en cuanto al pecado (3.22–23) ni a la salvación (10.12–13). Dios ha considerado bajo pecado tanto al judío como al gentil, para poder, en su gracia, tener misericordia de todos (11.32).
Pablo ahora prueba que el mundo es culpable al describir la total pecaminosidad de la humanidad.
En los versículos 10–12 comenta sobre su carácter pecaminoso y se refiere al Salmo 14.1–3. En los versículos 13–18 nos recuerda de la conducta de la humanidad, al citar los Salmos 5.9; 140.3; 10.7 y 36.1 y también a Isaías 59.7, 8. Por favor, lea con cuidado estos versículos y su escenario. Su veredicto final se da en los versículos 19–20: el mundo entero es culpable ante Dios. La ley que los judíos pensaban que les salvaría, sólo les condenaba; porque la ley da en conocimiento del pecado.
II. LAS BUENAS NUEVAS: JUSTIFICACIÓN POR FE (3.21–31)
A. APARTE DE LA LEY (V. 21).
El versículo 21 se puede parafrasear: «Pero ahora, en esta edad de gracia, una justicia (una nueva clase de justicia) se ha revelado, pero no una que depende de la ley». La gente hoy quiere justicia por la ley y por obras, pero Pablo ya ha probado que la ley condena y nunca puede salvar. Esta gracia-justicia fue, sin embargo, vista en el AT. Abraham, por ejemplo, fue declarado justo debido a su fe (Gn 15.6).
Habacuc 2.4 dice: «El justo por su fe vivirá». Léase Romanos 9.30–33 y vea por qué Israel fracasó en esta justicia por fe.
B. DISPONIBLE POR MEDIO DE CRISTO (VV. 22–26).
Nótese cuán a menudo Pablo usa la palabra «fe». El versículo 23 puede leerse: «Por cuanto todos pecaron [de una vez por todas en Adán] y están constantemente destituidos de la gloria de Dios».
Entonces Pablo introduce varios términos importantes:
Justificados: Declarados Justos A Los Ojos De Dios Por Medio De Los Méritos De Cristo, Seguros En Nuestra Posición En Cristo Ante El Trono De Dios. Justificación Es La Justicia De Dios Imputada, Puesta En Nuestra Cuenta. Santificación Es La Justicia Impartida, O Vivida En Nuestras Vidas Diarias.
Redención: Liberación Del Pecado Y Sus Castigos, Mediante El Pago De Un Precio. El Precio Fue La Sangre De Cristo En La Cruz.
Propiciación: El Sacrificio De Cristo Satisfizo La Santa Ley De Dios, Lo Cual Hizo Posible Que Perdonara A Los Pecadores Y Seguir Siendo Justo En Sí Mismo. La Justicia De Dios Quedó Satisfecha; Ahora Puede Mirar Con Bondad Y Gracia A Un Mundo Perdido.
«¡Justificados gratuitamente por su gracia!» (v. 24). ¡Qué emocionante declaración! No por obras, buenas intenciones, regalos u oraciones, sino gratuitamente por su gracia sola. Es en esta carta que Pablo explica cómo Dios puede ser a la vez «el justo, y el que justifica» (v. 26), y la respuesta es la cruz. Cuando Jesús murió, llevó nuestros pecados en su propio cuerpo (1 P 2.24) y pagó así el precio que exigía la ley de Dios. ¡Pero resucitó! De este modo, ¡vive y puede salvar a todo el que cree!
El versículo 25 enseña que en las edades antes de la plena revelación del evangelio de Cristo, Dios parecía ser injusto al «pasar por alto» los pecados de la humanidad y perdonar a personas tales como Noé, Abraham y Enoc. Cierto, Él descargó ira en algunos casos; pero generaciones de pecadores parecían escapar a su juicio. ¿Cómo podía Dios hacer esto? Debido a que sabía que en la cruz Él daría una exhibición completa de su ira contra el pecado, y sin embargo por medio de la muerte de Cristo proveería una redención por los pecados que habían sido meramente «cubiertos» por la sangre de los toros y machos cabríos (Heb 9–10).
C. ACEPTADOS POR FE (VV. 27–31)
«¡Esta es la conclusión de todo el asunto!» El judío no tiene nada de qué jactarse, debido a que todos los pecadores son justificados por fe y no por las obras de la ley. Si la justificación es por la ley, Dios es un Dios de los judíos solamente, porque Israel era el único que tenía la ley. Pero Dios es también el Dios de los gentiles. Por consiguiente, tanto judíos como gentiles se salvan de la misma manera: por fe. Y este simple medio de salvación no anula la ley, porque la ley exigía la muerte por el pecado y Cristo murió por nuestros pecados. De este modo, el evangelio establece la ley. La ley de Dios revela mi necesidad de gracia y la gracia de Dios me permite obedecer la ley.

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Procure dominar este capítulo, ¡sea como sea! Explica cómo Dios justifica (declara justo) a los impíos mediante la muerte y la resurrección de Jesucristo. «Salvación» es un término amplio e incluye todo lo que Dios hace por el creyente en Cristo: «justificación» es un término legal que describe nuestra perfecta posición ante Dios en la justicia de Cristo. En este capítulo Pablo usa el ejemplo de Abraham para ilustrar tres grandes hechos respecto a la justificación por fe.

I. LA JUSTIFICACIÓN ES POR FE, NO POR OBRAS (4.1–8)

Todos los judíos reverenciaban al «padre Abraham» y por Génesis 15.6 sabemos que Abraham fue justificado ante Dios. La aceptación de Abraham por Dios era tan cierta que se referían al cielo como «el seno de Abraham». Sabiendo esto, Pablo apunta a Abraham y pregunta: «¿Cómo fue Abraham, nuestro padre en la carne, justificado?» ¿Por sus obras? No, porque entonces pudiera haberse gloriado de sus éxitos y no tenemos ningún registro de tal acción en el AT. ¿Qué dice la Escritura? «Abraham creyó a Dios» (Véanse Gn 15.1–6.) El don de la justicia vino, no por obras, sino por la fe en la Palabra revelada de Dios.
Nótese que en su argumento Pablo usa las palabras «considerar», «imputar» y «contar» (vv. 3–6, 8–11; 22–24). Todas significan lo mismo: poner a cuenta de una persona. La justificación significa justicia imputada (puesta a nuestra cuenta) y nos da el derecho de estar ante Dios. Santificación significa justicia impartida (hecha parte de nuestra vida) y nos da una posición correcta ante los hombres, de modo que crean que somos cristianos. Ambas cosas son parte de la salvación, como argumenta Santiago 2.14–26. ¿De qué sirve decir que tengo fe en Dios si mi vida no revela fidelidad a Él?
La salvación es o bien una recompensa por obras, o un regalo mediante la gracia; no puede ser ambas cosas. El versículo 5 afirma que Dios justifica al impío (no al justo) por fe y no por obras. Los judíos pensaban que Dios se basaba en las obras para justificar a los religiosos; sin embargo, Pablo ha demostrado que el «padre Abraham» se salvó sólo por fe. Luego Pablo se refiere a David y cita el Salmo 32.1–2, demostrando que el gran rey de Israel enseñó la justificación por la fe, aparte de las obras. Dios no imputa el pecado a nuestra cuenta, porque eso se cargó a la cuenta de Cristo (2 Co 5.21 y Véanse Flm 18). Antes bien, ¡Él imputa la justicia de Cristo a nuestra cuenta puramente sobre la base de la gracia! ¡Qué maravillosa salvación tenemos!

II. LA JUSTIFICACIÓN ES POR GRACIA, NO POR LA LEY (4.9–17)

Ahora surge una importante pregunta: «Si la salvación es por fe, ¿qué sucede con la ley? ¿Qué hay con el pacto que Dios hizo con Abraham? Pablo responde señalando que la fe de Abraham y su salvación data de ¡catorce años antes de ser circuncidado! La circuncisión fue el sello del pacto, el rito que hacía del niño judío una parte del sistema de la ley. Sin embargo Abraham, el «padre» de los judíos, ¡fue en efecto un gentil (o sea, incircunciso) cuando fue salvado! La circuncisión fue sólo una señal externa de una relación espiritual, como lo es el bautismo hoy. Ninguna ceremonia física puede producir cambios espirituales; no obstante, los judíos de los días de Pablo (como muchos «religiosos» de hoy) confiaban en las ceremonias (las señales externas) e ignoraban la fe salvadora que se les demandaba. Abraham es verdaderamente el «padre» de todos los creyentes, todos los que pertenecen a la «familia de la fe» (Véanse Gl 3.7, 29). Como Pablo destacó en Romanos 2.27–29, no todos los «judíos» son en realidad «el Israel de Dios».
En los versículos 13–17 Pablo contrasta la ley y la gracia, así como en los versículos 1–8 contrastó la fe y las obras. La palabra clave aquí es «promesa» (vv. 13, 14, 16). La promesa de Dios a Abraham de que sería «heredero del mundo» (v. 13: indicando el glorioso reino bajo el gobierno de la Simiente Prometida: Cristo) no se dio en conexión con la ley o la circuncisión, sino por la sola gracia de Dios.
Léase de nuevo Génesis 15 y nótese cómo Abraham estaba «al final de su cuerda» cuando Dios intervino y le dio su promesa de gracia. ¡Todo lo que tenía que hacer era creer a Dios! La ley nunca fue dada para salvar a nadie; la ley nada más trae ira y revela el pecado. Anula por completo la gracia, así como las obras abrogarían la fe; las dos cosas no pueden existir juntas (vv. 14–15). ¿Cómo podía
Abraham salvarse por una ley que aún no se había dado? Pablo concluye en el versículo 16 que la justificación viene por gracia, por medio de la fe; y así todas las personas, judíos o gentiles, pueden ser salvos. Abraham no sólo es el padre de los judíos, sino que es el «padre de todos nosotros», todos los que seguimos en sus pasos de fe. (Léase Gl 3.)

III. LA JUSTIFICACIÓN ES POR EL PODER DE LA RESURRECCIÓN, NO POR ESFUERZO HUMANO (4.18–25)

La primera sección (vv. 1–8) contrastó la fe y las obras; la segunda (vv. 9–17) la ley y la gracia; y ahora la tercera (vv. 18–25) contrasta la vida y la muerte. Nótese que Pablo, en el versículo 17, identifica a Dios como el que «da vida a los muertos». Abraham y Sara estaban «muertos», ya que sus cuerpos habían pasado con mucho la edad de procrear (Véanse Heb 11.11, 12). ¿Cómo podrían dos personas, una de noventa años de edad y la otra con más de cien, esperanzarse con tener un hijo? Pero cuando la carne está muerta, ¡el poder de la resurrección del Espíritu puede obrar!
Debemos asombrarnos de la fe de Abraham. Todo lo que tenía era la promesa de Dios de que sería el padre de muchas naciones; sin embargo, creyó la promesa, dio la gloria a Dios y recibió la bendición. Qué perfecta ilustración del milagro de la salvación. En tanto y en cuanto la gente dependa de la carne y sienta que todavía tiene suficiente fuerza como para agradar a Dios, nunca será justificada. Pero cuando llegamos al final de nuestros recursos, admitimos que estamos muertos y cesamos de bregar con nuestros esfuerzos, Dios puede «darnos vida de entre los muertos» y una nueva vida y una perfecta posición delante de Él. Fue la simple fe de Abraham a la Palabra de Dios lo que le justificó y así es como los pecadores son justificados hoy.
Pero tal vez Abraham era alguien importante. El versículo 24 dice que no; Dios escribió esa declaración en su Palabra por causa nuestra, no por Abraham. Somos salvos de la misma manera que él se salvó: por fe. Nótese cuán importante es en Romanos la palabra «creer»: aparece en 1.16; 3.22, 26; 4.3, 24; 5.1; 10.4, 9–10; etc. Cuando un pecador cree la promesa de Dios en la Palabra, el mismo poder de resurrección entra en su vida y llega a ser cristiano, un hijo de Dios, así como Abraham lo fue.
Debemos confesar que estamos muertos y creer que Cristo está vivo y nos salvará.
El versículo 25 explica la base para la justificación: la muerte y resurrección de Cristo. Pablo entrará en detalle en este asunto en el capítulo 5. El versículo dice: «El cual [Jesús nuestro Señor] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación». El hecho de que Él murió prueba que fuimos pecadores; el hecho de que Dios le levantó de los muertos prueba que hemos sido justificados por su sangre. Esto pone de manifiesto de nuevo que la justificación es asunto del poder de la resurrección y no del débil esfuerzo humano.

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Este capítulo es una explicación de la última palabra del capítulo 4: justificación. Un claro entendimiento del argumento de Pablo es esencial para captar el significado de la justificación por fe.

I. LA BENDICIÓN DE LA JUSTIFICACIÓN (5.1–11)

Tenga presente que la justificación es la declaración de Dios de que el pecador que cree es justo en Cristo. Es justicia imputada, puesta a nuestra cuenta. Santificación es justicia impartida, puesta en práctica en y a través de nuestras vidas por el Espíritu. Justificación es nuestra posición delante de Dios; santificación es nuestro estado aquí en la tierra delante de otros. La justificación nunca cambia; la santificación sí. Nótese las bendiciones que tenemos en la justificación.
A. TENEMOS PAZ (V. 1).
Hubo un tiempo en que éramos enemigos (v. 10); pero ahora en Cristo tenemos paz con Dios. Paz con Dios significa que nuestro problema con el pecado ha quedado resuelto por la sangre de Cristo. Dios es nuestro Padre, no nuestro Juez.
B. TENEMOS ENTRADA A DIOS (V. 2A).
Antes de nuestra salvación estábamos «en Adán» y condenados; pero ahora en Cristo tenemos una perfecta posición delante de Dios y podemos entrar a su presencia (Heb 10.19–25).
C. TENEMOS ESPERANZA (V. 2B).
Literalmente «nos enorgullecemos en la esperanza de la gloria de Dios». Lea Efesios 2.11, 12 y note que el inconverso está «sin esperanza». No podemos ufanarnos en las buenas obras que traen salvación (Ef 2.8–9), pero sí podemos hacerlo en la maravillosa salvación que Dios nos ha dado en Cristo.
D. TENEMOS CONFIANZA DIARIAMENTE (VV. 3–4).
«También nos gloriamos en las tribulaciones». El verdadero cristiano no sólo tiene una esperanza para el futuro, sino que tiene confianza en las presentes aflicciones de la vida. La «fórmula» es como sigue: la prueba más Cristo igual a paciencia; paciencia más Cristo es igual a prueba [experiencia]; prueba más Cristo igual a esperanza. Nótese que no nos gloriamos en las tribulaciones o respecto a las pruebas; sino en las pruebas. Compárese Mateo 13.21; 1 Tesalonicenses 1.4–6; y Santiago 1.3.
E. EXPERIMENTAMOS EL AMOR DE DIOS (VV. 5–11).
Por el Espíritu Dios derrama su amor en nosotros y a través de nosotros. Dios reveló su amor en la cruz cuando Cristo murió por los que estaban «débiles», que eran «indignos», «pecadores» y «enemigos», probando así su gran amor. El argumento de Pablo es este: si Dios hizo todo eso por nosotros mientras todavía éramos sus enemigos, ¡cuánto más hará ahora que somos sus hijos! Somos salvos por la muerte de Cristo (v. 9), pero somos también salvos por su vida (v. 10), según «el poder de su resurrección» (Flp 3.10) que opera en nuestras vidas. Hemos recibido «reconciliación» (v. 11) y ahora experimentamos el amor de Dios.
II. LA BASE DE LA JUSTIFICACIÓN (5.12–21)
Esta es una sección compleja, de modo que léala varias veces y use una traducción moderna. Pablo explica aquí cómo todos los hombres son pecadores y cómo la muerte de un hombre puede dar a un pecador impío una correcta posición delante de Dios.
Por favor, note antes que todo, la repetición de la palabra «un» o «uno» (vv. 12, 15–19: once veces). Nótese también el uso de la palabra «reinar» en los versículos 14, 17 y 21. El pensamiento clave aquí es que cuando Dios mira a la raza humana, sólo ve a dos hombres: Adán y Cristo. Todo ser humano, o está «en Adán» y está perdido, o está «en Cristo» y es salvado; no hay términos medios. El versículo 14 afirma que Adán es un tipo (figura) de Cristo; él es el «primer Adán» y Cristo el «postrer Adán» (1 Co 15.45).Podemos contrastar a los dos Adanes como sigue:
(1) El primer Adán se hizo de tierra, pero el postrer Adán (Cristo) vino del cielo (1 Co 15.47).
(2) El primer Adán fue el rey de la antigua creación <%-3>(Gn 1.26–27),<%0> en tanto que el postrer Adán es el Rey Sacerdote sobre la nueva creación <%-3>(2 Co 5.17).
(3) <%0> Al primer Adán lo probaron en un jardín perfecto y desobedeció a Dios, mientras que al postrer Adán lo probaron en un terrible desierto y obedeció a Dios; y en el huerto del Getsemaní sometió su voluntad a Dios.
(4) La desobediencia del primer Adán trajo pecado, condenación y muerte a la raza humana, pero la obediencia del postrer Adán trajo justicia, salvación y vida a todo el que cree.
(5) Mediante el primer Adán la muerte y el pecado reinan en este mundo (vv. 14, 17, 21); pero a través del postrer Adán reina la gracia (v. 21) y los creyentes pueden «reinar en vida» (v. 17).
El AT es el «libro de la generación de Adán» (Gn 5.1–2) y concluye con la palabra «maldición» (Mal 4.6). El NT es el «libro de la generación de Jesucristo» (Mt 1.1) y concluye con «no habrá más maldición» (Ap 22.3). El paraíso de Génesis que Adán perdió se restaura en Apocalipsis mediante la cruz de Cristo.
Lo que Pablo enseña aquí es la unidad de la raza humana en Adán (Véanse Hch 17.26). Cuando dice en el versículo 12 que «todos han pecado» significa que todos pecamos en Adán cuando él pecó. Nos identificamos con él como la «cabeza» de la raza humana y su pecado es el nuestro, su muerte es la nuestra. El argumento de Pablo en los versículos 12–14 es como sigue: Todos sabemos que un hombre muere si desobedece la ley de Dios. Pero no había ley desde Adán hasta Moisés, ¡y sin embargo los hombres murieron! Sabemos que Adán murió debido a que desobedeció una ley divina; pero las generaciones desde Adán hasta Moisés no tenían tal ley para desobedecer. Entonces, la muerte debe ser por otra causa y esa es el pecado de Adán. Debido a que nacemos «en Adán», heredamos su pecado y condenación. Pero en su gracia Dios ha dado un «postrer Adán», una nueva «Cabeza» que, «por su vida y muerte», ha deshecho todo lo que Adán hizo en su pecado. Pablo ahora presenta varios contrastes entre la salvación y el pecado:
Vv. 15–16, ofensa vs. regalo gratuito: La ofensa de Adán trajo condenación y muerte, mientras que el regalo de la gracia de Dios trae justificación y vida.
V. 17, muerte vs. vida: La muerte reinó debido a Adán, pero ahora los creyentes reinan en vida (ya no en el futuro) por Cristo, ¡y tienen vida abundante!
V. 18, condenación vs. justificación: El pecado de Adán hundió a la raza humana en condenación; la muerte de Cristo trae una posición correcta delante de Dios. Adán se escondió de Dios; ¡en Cristo tenemos entrada libre a Dios!
V. 19, desobediencia vs. obediencia: Adán desobedeció a Dios y nos hizo a todos pecadores; Cristo
obedeció a Dios y, por medio de la fe en Él, somos hechos justos.
V. 20, ley vs. gracia: Dios no dio la ley para salvar a la humanidad, sino para revelar el pecado.
Pero, cuando Cristo murió, la superabundante gracia satisfizo las exigencias de la ley, y entonces suplió lo que esta no podía suplir: salvación del pecado.
La transacción completa se resume en el versículo 20: en la nueva creación (2 Co 5.17, estando «en Cristo») ya no reina el pecado, ¡reina la gracia! No reina la muerte, ¡reina la vida! ¡Y nosotros reinamos en vida! «Cristo[...] nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios» (Ap 1.5–6).
Ahora, la pregunta importante es: ¿Estoy «en Adán» o «en Cristo»? Si estoy «en Adán», el pecado y la muerte reinan en mi vida y estoy bajo condenación. Si estoy «en Cristo», la gracia reina, puedo reinar en vida por medio de Cristo y el pecado ya no me tiene en esclavitud (el tema del capítulo 6). En 5.6–11 Pablo enseña la sustitución: Cristo murió por nosotros en la cruz. Pero en 5.12–21 avanza más y enseña la identificación: los creyentes están en Cristo y pueden vivir en victoria sobre el pecado. ¡Aleluya, qué Salvador!
NOTAS INTRODUCTORIAS A ROMANOS 6–8
La iglesia de hoy necesita desesperadamente enfatizar la santidad práctica en la vida del creyente.
Todo cristiano (si en verdad ha nacido de nuevo) vive según se describe en Romanos 5; pero en los capítulos 6 al 8 de Romanos se describe muy poco progreso en los cristianos. Es esencial que comprendamos el significado de esta sección sobre la santificación. No sólo que la comprendamos, sino que la vivamos.
DEFINICIÓN
Santificar quiere decir «apartar, separar». En esencia, no dice nada en cuanto a la naturaleza de algo, sólo su posición en referencia a Dios. El tabernáculo y su mobiliario fueron santificados, apartados para el uso exclusivo de Dios.
La lana, la tela, el metal y otros materiales no eran «santos» en sí mismos, sino que fueron apartados para Dios. En Juan 17.19 Jesús dice que Él se santifica a sí mismo. Por cierto, el Santo Hijo de Dios no tiene necesidad de ser hecho «más santo» que lo que era. Lo que quiere decir es simplemente que Él se había apartado a sí mismo para servir a Dios y, por medio de su acto de salvación, pudo apartar a los creyentes para la gloria de Dios.
En las Escrituras la santificación es triple:
(1) posicional: el cristiano es sacado del mundo y sentado con Cristo (Jn. 17.16);
(2) práctica: el creyente tiene victoria día tras día sobre el pecado y crece en santidad y en semejanza a Cristo;
(3) perfecta: «Seremos como Él es porque le veremos como Él es» (1 Jn 3.1, 2).
A menos que conservemos el mensaje de Romanos 6 separado del de Romanos 7, confundiremos el mensaje de Pablo y perderemos una gran bendición. Esta tabla explica la diferencia entre el mensaje de Romanos 6 y el de Romanos 7.

6 y 7

1. ¿Continuaremos en pecado para 1. ¿Qué podemos hacer sino pecar cuando nuestra misma que la gracia abunde? naturaleza es tan pecadora?
2. Esclavitud al cuerpo de pecado. 2. Esclavitud a la ley.
3. Estamos muertos al pecado. 3. Estamos muertos a la ley.
4. Analogía del siervo y el amo. 4. Analogía de esposa y esposo.
5. El problema de evitar el mal cuando tenemos naturalezas pecadoras.
5. El problema de hacer el bien cuando tenemos naturalezas pecaminosas.
6. El problema es resuelto al saber que hemos muerto al pecado,, considerarnos muertos a la ley y al presentarnos al Espíritu.
6. El problema es resuelto al saber que hemos muerto a la ley,, admitimos que no podemos agradar a Dios por nosotros mismos y al presentarnos al Espíritu que mora en nosotros.
Romanos 7 presenta un problema mucho más profundo que el capítulo 6. Todo cristiano se da cuenta del problema del capítulo 6: que su naturaleza pecaminosa le arrastra y trata de esclavizarlo.
Pero pocos cristianos han participado en las experiencias del capítulo 7, darse cuenta con humildad de que somos incapaces, incluso de hacer algo bueno. Muchos cristianos viven bajo la ley: tienen un conjunto de reglas y regulaciones que obedecen religiosamente en la energía de la carne y le llaman «vivir una vida cristiana dedicada». ¡Qué lejos de la verdad! Solamente cuando el Espíritu Santo dirige nuestras vidas desde adentro y obedecemos de corazón hay vida cristiana que honra a Dios.
La carne disfruta de ser «religiosa», tratando de obedecer leyes, reglas y códigos. La cosa más engañosa acerca de la carne es que puede parecer tan santificada, tan espiritual, cuando en realidad la carne está en guerra contra Dios. Romanos 6, entonces, se refiere a la carne que genera el mal; el capítulo 7 analiza la carne que mediante la ley trata de generar el «bien».
Romanos 5 es importante en esta consideración también, a pesar de que en nuestro bosquejo colocamos este capítulo bajo el encabezamiento «salvación».
Nótese los contrastes:
ROMANOS 5 ROMANOS 6 Y 7
1. Cristo murió por nosotros 1. Morimos con Cristo
2. Sustitución 2. Identificación
3. Cristo murió por los pecados 3. Cristo murió al pecado
4. Pagó la pena del pecado 4. Rompió el poder del pecado
5. Justificación 5. Santificación
6. Justicia imputada 6. Justicia impartida
La carne: Esta frase no quiere decir el cuerpo en sí mismo, sino más bien la naturaleza del hombre alejado de la influencia y del poder de Dios. Otros términos que se usan para la carne son: el viejo hombre, el cuerpo de pecado y el yo. Es difícil para la gente refinada (incluso cristianos) admitir que en nosotros no hay nada bueno. Todo lo que la Biblia dice respecto a la carne es negativo y hasta que los creyentes no admitan que no pueden controlar la carne, ni cambiarla, ni limpiarla, ni conquistarla, nunca entrarán en la vida y en la libertad de Romanos 6–8. Pablo, el «preeminente fariseo» (Véanse Flp 3) tuvo que admitir en Romanos 7 que incluso su carne ¡no se sujetaba a las leyes de Dios! Tal vez no hubiera cometido actos externamente groseros de pecado, pero sin duda albergaba actitudes internas que eran contrarias a la voluntad de Dios. La ley de Dios es santa y buena, pero aun una ley santa nunca podrá controlar la carne pecadora.
Esta verdad viene como un choque incluso a creyentes bien enseñados: la vida cristiana no se vive en la energía de la carne, intentando «hacer buenas obras» para Dios. Ningún creyente en la tierra puede jamás hacer nada en la carne que pueda agradar a Dios. Debemos admitir que «la carne para nada aprovecha» (Jn 6.63) y presentarnos al Espíritu antes de que podamos oír a Dios decir de nuestras vidas: «Estoy complacido». ¡Qué tragedia vivir bajo la esclavitud de leyes, resoluciones y reglas, cuando hemos sido llamados a la gloriosa libertad por medio del Espíritu!
Nuestra responsabilidad: La vida cristiana no es algo pasivo, en lo cual meramente «morimos» y dejamos que Dios haga todo por nosotros. Las tres palabras clave del capítulo 6 son conocer, considerar y presentar. Debemos conocer nuestra posición espiritual y privilegios en Cristo, y esto quiere decir dedicar tiempo a la Palabra de Dios. Debemos considerar que lo que Dios dice respecto a nosotros en la Biblia es verdad en nuestras vidas y esto significa mostrar una fe que nace del Espíritu. Finalmente, debemos presentar todo al Espíritu, no sólo en ocasiones, sino siempre. Esto es «andar en el Espíritu».
La vieja naturaleza es fuerte para hacer el mal y, sin embargo, «la carne es débil» (Mt 26.41) cuando se trata de hacer alguna cosa espiritual. Debemos alimentar la nueva naturaleza con leche, carne, pan y miel de la Palabra de Dios, y debemos considerarnos muertos al pecado. ¿Para qué alimentar a un cadáver? No obstante, muchos cristianos alimentan su vieja naturaleza con las cáscaras del mundo, mientras que la nueva naturaleza se muere de hambre por el maná de Dios y por la comunión con Él en la oración. Dios ya ha hecho su parte; nuestras responsabilidades son claras: saber, considerar, presentar.

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Avanzamos ahora a la tercera sección de Romanos: «Santificación» (caps. 6–8). Estos tres capítulos pertenecen el uno al otro, y no se deben estudiar independientemente, de modo que será sabio que lea los tres capítulos con cuidado. Note que el capítulo 6 se refiere a que el creyente está muerto al pecado; el capítulo 7 explica que el creyente está muerto a la ley; y el 8 analiza que el creyente está vivo en la victoria que el Espíritu da. Estos tres capítulos son una explicación de la pequeña frasecita en 5.17 «reinarán en vida». El capítulo 6 nos dice cómo el pecado ya no reina sobre nosotros (6.12); el capítulo 7 explica cómo la ley ya no reina más sobre nosotros (7.1); y el capítulo 8 explica cómo la morada del Espíritu nos da vida y libertad (8.2–4).
El creyente enfrenta dos problemas:
(1) ¿cómo puedo obtener la victoria sobre la vieja naturaleza (la carne, el cuerpo de pecado)? Y:
(2) ¿cómo puedo vivir de manera que agrade a Dios?
El capítulo 6 responde la primera pregunta: obtenemos la victoria sobre la vieja naturaleza al darnos cuenta de que hemos sido crucificados con Cristo. Pero la segunda pregunta es más compleja; porque, ¿cómo puedo agradar a Dios cuando todo lo que haga, incluso las «buenas cosas», están manchadas por la vieja naturaleza? El pecado no es simplemente una acción externa; también involucra actitudes y disposiciones internas. El capítulo 7 contesta a este problema (junto con el capítulo 8) al mostrar que el cristiano está muerto a la ley y que el Espíritu cumple la justicia de la ley en nosotros (8.4).
El secreto de la victoria sobre la carne se halla en nuestra obediencia a estas tres instrucciones: saber, considerar y presentar.

I. SABER (6.1–10)

Nótese cuán a menudo Pablo usa la palabra «saber» en este capítulo (vv. 3, 6, 9, 16). Satanás quiere mantenernos en oscuridad en lo que se refiere a las verdades espirituales que debemos conocer y por eso muchos cristianos viven por debajo de su condición privilegiada. «Si la gracia de Dios abunda cuando hay pecado (5.20)», pudiera decir una persona, «el cristiano ¡debería vivir en pecado para conocer más de la gracia de Dios!» Pablo muestra, sin embargo, que esto es imposible debido a que el verdadero cristiano está muerto al pecado. Esta es la maravillosa verdad de nuestra identificación con Cristo. No sólo que Cristo murió por nosotros, sino que nosotros morimos con Él. Cuando el Espíritu nos bautizó en el cuerpo de Cristo, fuimos sepultado con Él y resucitados a una vida nueva.
Los versículos 3–4 no se refieren al bautismo en agua, sino a la operación del Espíritu al ponernos «en Cristo» como miembros de su cuerpo. (Esta operación se ilustra con el bautismo en agua.) Cuando Cristo murió, morimos con Él; cuando Él resucitó, resucitamos con Él a una vida nueva. Esta es nuestra nueva posición en Cristo. Él no sólo murió por el pecado, sino que murió al pecado (6.10). O sea, rompió el poder del pecado y destruyó la vieja naturaleza (6.6). La vieja naturaleza aún está allí, esto lo sabemos; pero la cruz de Cristo la ha despojado de su poder, porque morimos con Cristo a todo lo que pertenece a la vida vieja.
El pecado y la vieja naturaleza son amos inflexibles. El inconverso es esclavo del pecado (Ef 2.1–3), pero aun muchos cristianos todavía sirven al pecado a pesar de que Cristo rompió su esclavitud. Los que leen Romanos 5 descubren que Cristo murió por sus pecados y le reciben en sus corazones; pero no se apropian de las palabras de Romanos 6 y no descubren la gloriosa libertad que tienen en Cristo. Lea Romanos 6.1–10 de nuevo y analice por usted mismo que el creyente está muerto al pecado (v. 2); la vieja naturaleza ha sido crucificada (v. 6); el creyente ha sido libertado del pecado (v. 7). La vieja naturaleza ya no puede reinar más en el cristiano que conoce la verdad, la confiesa, considera y se presenta al Señor.

II. CONSIDERAR (6.11)

No es suficiente saber nuestra nueva posición en Cristo; debemos, por fe, considerar que es verdad en nuestras vidas. Considerar es simplemente ese paso de fe que afirma: «Lo que Dios dice respecto a mí en la Biblia es cierto ahora en mi vida. Estoy crucificado con Cristo». Considerar es la fe en acción que descansa en la Palabra de Dios a pesar de las circunstancias y emociones o sentimientos. Dios no nos dice que nos crucifiquemos, sino más bien que creamos que hemos sido crucificados y que «el viejo hombre» ha muerto. La crucifixión es una muerte que no se la puede aplicar usted mismo; debe ser crucificado por otro. Considerar es ese paso de fe que cree la Palabra de Dios y actúa en consecuencia.

III. PRESENTAR (6.12–23)

Si los creyentes verdaderamente se consideran muertos al pecado, demostrarán su fe al presentarse ante Dios. Este es el tercer paso en el proceso de obtener la victoria sobre la vieja naturaleza, la carne.
Nótese el severo «no reine, pues» del versículo 12. Este sometimiento es un acto de nuestra voluntad, un paso de obediencia al Señor. No es suficiente saber esta maravillosa doctrina, o incluso considerarla; debemos dar el paso final de presentar nuestros miembros a Cristo.
En los versículos 16–23 Pablo da el ejemplo del amo y del criado. Nadie puede servir a dos señores.
Antes de ser salvos nos sometíamos al pecado y éramos siervos del pecado. Por consiguiente, recibimos la «paga» del pecado: la muerte (v. 23). Pero ahora, que hemos aceptado a Cristo como Salvador, somos libres del pecado; o sea, nuestra nueva posición en Cristo nos da un nuevo Amo y Señor, tanto como una nueva naturaleza. ¡Ahora somos siervos de la justicia, en lugar de ser siervos del pecado! Al presentar nuestros miembros a Cristo como sus «herramientas» o «instrumentos» (v. 13), Él viene a controlar nuestras vidas y llevamos fruto en santidad (v. 22).
El cristiano que deliberadamente se presenta al pecado cometerá pecado y cosechará tristeza. ¿Por qué debe el pecado ser nuestro señor cuando hemos muerto al pecado? ¿Por qué obedecer a un señor que ya Cristo derrotó? Los cristianos que pecan a propósito son personas que se han presentado a sí mismos a la vieja naturaleza en lugar de presentarse al Espíritu Santo. Viven por debajo de su posición exaltada en Cristo. Viven como esclavos cuando podían regir como reyes.
Es importante que tengamos estos tres pasos en orden. No podemos someternos a Dios y obtener la victoria sobre la carne, a menos que primero nos consideremos muertos al pecado y vivos en Cristo.
Pero no podemos reconocernos muertos a menos que sepamos nuestra posición en Cristo. Satanás no quiere que vivamos en nuestra elevada posición en Jesucristo, de modo que trata de confundirnos respecto a nuestra victoria en el Hijo de Dios. No es suficiente saber que Cristo murió por nosotros; debemos también saber que morimos en Cristo. No es suficiente saber que tenemos una nueva naturaleza interna; debemos también saber que la vieja naturaleza fue derrotada en la cruz. Saber, considerar, presentar: estos tres pasos conducen a la victoria diaria sobre la carne. Estos tres pasos conducen al trono donde Cristo es exaltado y donde «reinaremos en vida» con Él, siervos de la justicia y no esclavos del pecado. Disfrutamos de vida y verdadera libertad en Él.
Tenga presente que estos pasos deben representar una actitud diaria de vida. No son «medidas de emergencia» que se usan al enfrentar alguna tentación especial. Los creyentes que cada día dedican tiempo a la Palabra de Dios conocerán su posición en Cristo. Tendrán la fe para considerarse muertos al pecado y podrán presentarse y someterse al Espíritu que mora en ellos, obteniendo victoria. La respuesta al problema del pecado no es simplemente determinación, disciplina, reforma, legislación, ni ningún otro esfuerzo humano. La victoria viene por medio de la crucifixión y resurrección.

7

Este capítulo es muy mal entendido, pero no obstante es muy importante. ¡Muchos que lo estudian no pueden entender por qué Pablo se refiere a la victoria en el capítulo 6 y luego en el 7 habla de la derrota! Opinan que debería inmediatamente avanzar de la victoria del capítulo 6 a las grandes bendiciones del capítulo 8, pero lo que sabía el escritor inspirado era mejor. El capítulo 7 analiza una cuestión vital en la vida cristiana; la relación del creyente con la ley de Dios. Romanos 6 explica que los creyentes están muertos al pecado porque están identificados con Cristo en su muerte y resurrección. Responde la pregunta: «¿Perseveraremos en pecado?» (6.1). Pero nótese que Pablo hace una segunda pregunta en 6.15: «¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?» En el capítulo 7 responde a esta pregunta y explica que los creyentes están muertos a la ley así como lo están al pecado (7.4).
¿Qué quiere decir Pablo en 6.14 cuando afirma que «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia»?
Estar «bajo la ley» quiere decir que debemos hacer algo por Dios; estar «bajo la gracia» quiere decir que Dios hace algo por nosotros. Demasiados cristianos están agobiados por reglas y regulaciones religiosas y buenas resoluciones, sin darse cuenta de que es imposible hallar santidad mediante sus propios esfuerzos. ¡Qué trágico es ver cristianos viviendo «bajo la ley», luchando por agradar a Dios, cuando la nueva posición que tienen en Cristo y el nuevo poder en el Espíritu (8.3–4) hacen posible disfrutar la victoria y la bendición por gracia. Pablo lo explica en el capítulo 7 al darnos una serie de «dúos».

I. DOS ESPOSOS (7.1–6)

La relación matrimonial ilustra nuestra relación con la ley. (Tenga presente que cuando Pablo habla de «la ley» no se refiere sólo a la Ley de Moisés, sino también a cualquier clase de legislación que el creyente usa para reducir el pecado y conseguir santidad.) Los dos esposos son la ley y el Señor Jesucristo.
Cuando una mujer se casa con un hombre, está ligada a ese hombre hasta que él muere. Entonces ella es libre para casarse de nuevo. Antes de conocer a Cristo estábamos atados a la ley y condenados por ella. La ley, sin embargo, no «murió» cuando fuimos salvados; en lugar de eso, nosotros morimos en Cristo. Ya no estamos «casados» a un sistema de regulaciones; estamos «casados» a Cristo Jesús y ya la ley no tiene control sobre nosotros. Lea el versículo 4 varias veces y absorba su maravilloso mensaje. Nuestro antiguo «marido» no tiene control sobre nosotros: estamos en una nueva relación maravillosa por medio de Cristo y en Cristo. Cuando estábamos perdidos la ley acicateaba «las pasiones pecaminosas» de nuestra vieja naturaleza y esto producía muerte (v. 5). Pero ahora estamos libres de la ley y podemos servir a Cristo en el nuevo régimen del Espíritu, no en el antiguo de la letra (v. 6).
El versículo 6 no sugiere que el cristiano no tiene la obligación de servir a Dios. En realidad, nuestras obligaciones ahora son mayores puesto que conocemos a Cristo y pertenecemos a la familia de Dios. Las exigencias son mucho más severas que bajo la Ley Mosaica. Por ejemplo, el Sermón del Monte va más allá de las acciones externas para analizar las actitudes internas. La Ley de Moisés decretaba que los homicidas eran culpables, pero Jesús dijo que el odio equivalía al homicidio. Pero Romanos 7.6 enseña que nuestra motivación para obedecer es diferente: no obedecemos mecánicamente a un conjunto de reglas, sino que con todo amor, del corazón, obedecemos al Espíritu de Dios que cumple y completa la justicia de la ley en nosotros (8.4). Un pianista principiante puede tocar una pieza «al pie de la letra» y sin embargo no captar aún su espíritu interno de la manera que un músico experimentado lo haría. Nuestra obediencia a Dios no es la del esclavo que teme al amo, sino la de la novia que con amor complace al novio.

II. DOS DESCUBRIMIENTOS (7.7–14)

Entonces, ¿por qué Dios estableció la ley si no santifica? ¿Qué propósitos tenía en mente? Pues bien, Pablo hizo dos descubrimientos que contestan esta pregunta:
(1) La ley en sí misma es espiritual, pero:
(2) el creyente es carnal, vendido al pecado.
¡Qué humillante descubrimiento fue para el orgulloso fariseo que su naturaleza no era espiritual e incapaz de obedecer la ley de Dios! La ley revela el pecado (v. 7), porque al leerla, las mismas cosas que condena aparecen en nuestras vidas. La ley despierta el pecado (v. 8) y el pecado se agita en nuestra naturaleza. La ley mata al pecador y lo engaña (vv. 9–11), haciendo que se dé cuenta de que es demasiado débil para satisfacer las normas de Dios. Por último, la ley revela la pecaminosidad del pecado (v. 13), no sólo nuestras acciones externas, sino especialmente nuestras actitudes internas. El creyente no puede santificarse mediante la ley no porque esta no sea santa y buena, sino porque nuestra naturaleza es tan pecaminosa que la ley no la puede cambiar o controlar. Es un día maravilloso en la vida del cristiano cuando descubre que «la vieja naturaleza no conoce la ley, y la nueva naturaleza no necesita de la ley».

III. DOS PRINCIPIOS (7.15–25)

Después de su experiencia de derrota con la ley, Pablo concluyó que hay dos principios (o «leyes») que operan en la vida del creyente:
(1) la ley del pecado y de la muerte, y:
(2) la ley del Espíritu de vida en Cristo (Véanse 8.2).
Pablo se refiere, entonces, a la presencia de dos naturalezas en el hijo de Dios. La salvación no significa que Dios cambia la vieja naturaleza, la limpia o la transforma. ¡La vieja naturaleza del creyente es simplemente tan perversa y opuesta al Espíritu hoy como en el día en que fue salvado! La salvación quiere decir que Dios le da al creyente una nueva naturaleza y crucifica la antigua. El cristiano todavía tiene la capacidad de pecar, pero ahora tiene un apetito por la santidad. La dinámica para el pecado aún está allí, pero no tiene el deseo.
La ley del pecado y de la muerte es simplemente la operación de la vieja naturaleza, de modo que cuando el creyente quiere hacer lo bueno, el mal está presente. Incluso, las «buenas cosas» que hacemos están manchadas por el mal (Véanse v. 21). Es aquí donde usted ve la diferencia entre la victoria del capítulo 6 y la del capítulo 7; en el capítulo 6 el creyente gana la victoria sobre las cosas malas de la carne, o sea, deja de hacer deliberadamente el mal; pero en el capítulo 7 triunfa sobre las «cosas buenas» que la carne haría en obediencia a la ley. Mas Dios no acepta la carne, porque en nuestra carne no hay nada bueno. «La carne para nada aprovecha» (Jn 6.63). Sin embargo, cuántos cristianos establecen leyes para sus vidas y tratan de disciplinar la carne para que obedezca, cuando Dios llanamente dice: «Los designios de la carne [la vieja naturaleza]... no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (8.7).
La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús contrarresta la ley del pecado y de la muerte. No es al someternos a las leyes externas que crecemos en santidad y servimos a Dios aceptablemente, sino al someternos al Espíritu de Dios que mora en nosotros. Esta ley (o principio) se elabora en el capítulo 8, en los primeros diecisiete versículos en especial. No podemos cumplir con la justicia de la ley con nuestra fuerza; el Espíritu la cumple en nosotros con su poder (8.3–4).
¿Cuál es la aplicación práctica de todo esto? Simplemente esto: En nuestra nueva posición delante de Dios, como muertos a la ley, no se espera que obedezcamos a Dios mediante nuestras fuerzas. Dios no nos ha esclavizado bajo una «ley cristiana» que debamos obedecer para ser santos. Más bien, nos ha dado su Espíritu Santo que nos capacita para cumplir las exigencias de la santidad de Dios. Los cristianos pueden tener la victoria del capítulo 6 y dejar de estar bajo la esclavitud del cuerpo de carne, pero hay más que eso en la vida cristiana. ¿No deberíamos producir fruto para Dios? ¡Ciertamente!
Pero desde el momento en que empezamos a obrar con nuestra fuerza descubrimos que somos un fracaso; y, triste es decirlo, pero muchos cristianos bien intencionados se detienen allí mismo y se convierten en víctimas espirituales. Más bien debemos aceptar las verdades de Romanos 7: que en realidad somos un fracaso, que la ley es buena pero que somos carnales y luego permitir que el Espíritu obre la voluntad de Dios en nuestra vida. Que Dios nos capacite para considerarnos muertos al pecado (cap. 6) y a la ley (cap. 7), para que podamos, por medio del Espíritu, disfrutar de la bendita libertad de los hijos de Dios y glorificar a Dios viviendo en santidad.

8

Este capítulo es el clímax de la sección sobre la «santificación» (caps. 6–8) y responde las preguntas que surgieron respecto a la ley y a la carne. El Espíritu Santo domina todo el capítulo, porque a través del Espíritu morando en nosotros podemos vencer la carne y tener una vida cristiana fructífera. El capítulo puede resumirse en tres frases: ninguna condenación, ninguna obligación y ninguna separación.

I. NINGUNA CONDENACIÓN: EL ESPÍRITU Y LA LEY (8.1–4)

Estos versículos, en realidad, constituyen la conclusión del argumento del capítulo 7. Tenga presente que aquí Pablo no analiza la salvación, sino el problema de cómo el creyente puede alguna vez hacer algo bueno cuando tiene una naturaleza tan pecadora. ¿Cómo puede un Dios santo aceptar alguna cosa que hacemos cuando no tenemos «nada bueno» morando en nosotros? ¡Tal parece que tendría que condenar todo pensamiento y obra! Pero no hay «ninguna condenación» puesto que el Espíritu Santo que mora en nosotros cumple la justicia de la ley. La ley no puede condenarnos porque estamos muertos a ella. Dios no puede condenarnos, porque el Espíritu Santo capacita al creyente «a andar en el Espíritu» y por consiguiente a satisfacer las exigencias santas de Dios.
Es un día glorioso en la vida del cristiano cuando se da cuenta de que los hijos de Dios no están bajo la ley, de que Dios no espera que hagan «buenas obras» en el poder de su vieja naturaleza. Cuando el cristiano comprende que «no hay ninguna condenación», se percata de que el Espíritu que mora en él agrada a Dios y lo ayuda a agradarle. ¡Qué gloriosa salvación tenemos! «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud», advierte Pablo en Gálatas 5.1.

II. NINGUNA OBLIGACIÓN: EL ESPÍRITU Y LA CARNE (8.5–17)

El creyente puede tener dos «disposiciones» (mente, designios): puede inclinarse hacia las cosas de la carne y ser un cristiano carnal, en enemistad con Dios; o puede inclinarse hacia las cosas del Espíritu, ser un cristiano espiritual y disfrutar gozo y paz. La mente carnal no puede agradar a Dios; sólo el Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros puede agradar a Dios.
El cristiano no tiene ninguna obligación con la carne: «Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne» (v. 12). Nuestra obligación es hacia el Espíritu Santo.
Fue el Espíritu el que nos convenció y nos mostró nuestra necesidad del Salvador. Fue el Espíritu el que impartió la fe salvadora, implantó la nueva naturaleza en nosotros y nos da testimonio cada día de que somos hijos de Dios. ¡Qué gran deuda tenemos con el Espíritu! Cristo nos amó tanto que murió por nosotros; el Espíritu nos ama tanto que vive en nosotros. A diario soporta nuestra carnalidad y egoísmo; todos los días nuestro pecado lo contrista; y sin embargo nos ama y permanece en nosotros como el sello de Dios y las «arras» («garantía», 2 Co 1.22) de las bendiciones que nos esperan en la eternidad. Si alguien no tiene el Espíritu morando en él, no es un hijo de Dios.
Al Espíritu Santo se le llama «el Espíritu de adopción» (v. 15). Vivir en la carne o bajo la ley (y ponerse bajo la ley es inclinarse a vivir en la carne) conduce a la servidumbre; pero el Espíritu conduce a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Libertad para el creyente jamás significa hacer lo que se le antoje, ¡porque esa es la peor clase de esclavitud! Más bien la libertad cristiana en el Espíritu es libertad de la ley y de la carne, para que podamos agradar a Dios y llegar a ser lo que Él quiere que lleguemos a ser. «Adopción» en el NT no significa lo que típicamente denota hoy en día, recibir a un niño dentro de una familia como miembro legal de ella. El significado literal de la palabra griega es «colocar como hijo», tomar a un menor (bien sea en la familia o afuera) y hacerlo el legítimo heredero.
Cada creyente es un hijo de Dios por nacimiento y heredero de Dios por adopción. Es más, somos coherederos con Cristo, de modo que Él no puede recibir su herencia en gloria hasta que nosotros estemos allí para compartirla con Él. Gracias a Dios el creyente no tiene obligación a la carne, para alimentarla, agradarla y obedecerla. En lugar de eso, debemos «hacer morir» las obras de la carne por el poder del Espíritu (v. 13, Véanse Col 3.9) y permitir que el Espíritu dirija nuestras vidas diarias.

III. NINGUNA SEPARACIÓN: EL ESPÍRITU Y EL SUFRIMIENTO (8.18–39)

Aunque ahora los creyentes soportan el sufrimiento, disfrutarán de la gloria cuando Cristo regrese.
Es más, la creación entera (vv. 19–21) gime bajo la esclavitud del pecado, gracias a la desobediencia de Adán. Cuando Cristo finalmente aprese a Satanás, libertará a la creación completa de su esclavitud, y toda la naturaleza disfrutará con nosotros de «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (v. 21). ¡Qué maravillosa salvación tenemos; libre de la pena del pecado debido a que Cristo murió por nosotros (cap. 5); libre del poder del pecado porque morimos con Cristo a la carne (cap. 6) y a la ley (cap. 7); y algún día seremos libres de la misma presencia del pecado cuando la naturaleza sea librada de su esclavitud.
Tenemos el Espíritu de adopción, pero estamos «esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (v. 23). El alma ha sido redimida, pero no el cuerpo. Esperamos en esperanza, sin embargo, debido a que el Espíritu Santo nos es dado como «las primicias» de la liberación que Dios tiene para nosotros en el futuro. Incluso si morimos, el Espíritu, quien nos ha sellado para el día de la redención (Ef 1.13–14), vivificará nuestros cuerpos (v. 11).
Nótese los tres «gemidos» en los versículos 22–26:
(1) toda la creación gime, v. 22;
(2) el creyente gime esperando la venida de Cristo, v. 23; y:
(3) el Espíritu gime al interceder por nosotros, v. 26.
Nótese en Juan 11 cuando Jesús «gimió» al visitar la tumba de Lázaro. Cómo se preocupa Dios por la esclavitud de la creación. Qué precio pagó Cristo para librarnos. Pablo destaca que mientras soportamos estos sufrimientos en esperanza tenemos el privilegio de orar en el Espíritu. Tal vez mucha de nuestra oración es en la carne: oraciones largas, hermosas, «pías», que glorifican al hombre y dan nauseas a Dios (Is 1.11–18). ¡Pablo indica que la mayoría de la oración espiritual puede ser un gemido sin palabras que brota del corazón! «Suspiros demasiado profundos para las palabras» es una manera en que una versión traduce el versículo 26. El Espíritu intercede por nosotros, el Padre escudriña nuestros corazones y sabe lo que el Espíritu desea, y esto es lo que nos concede.
El Espíritu siempre ora de acuerdo a la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios? Que los creyentes sean conformados a la imagen de Cristo (v. 29). Podemos reclamar la promesa del versículo 28 debido al propósito del versículo 29. Nótese que todos los verbos en el versículo 30 están en tiempo pasado: llamó, justificó y glorificó al creyente. ¿Por qué desmayar bajo los sufrimientos de este mundo cuando ya hemos sido glorificados? Simplemente esperamos la revelación de esta gloria en la venida de Cristo.
Pablo concluye haciendo cinco preguntas (vv. 32–35) y respondiéndolas claramente. No hay necesidad de inquietarse por lo que Dios hará, porque Dios es por nosotros y no contra nosotros. La prueba es que dio lo mejor que tenía en la cruz. Con toda seguridad que nos dará libremente cualquier otra cosa que necesitemos. ¿Puede alguien acusarnos por el pecado? ¡No! Hemos sido justificados y esta posición delante de Dios nunca cambia. ¿Puede alguien condenarnos? ¡No! Cristo murió por nosotros y vive ahora como nuestro Abogado a la diestra de Dios. ¿Puede alguien separarnos del amor de Dios? ¡No! Ni siquiera el mismo diablo («principados», «potestades», v. 38).
¡Ninguna condenación, ninguna obligación, ninguna separación! «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (v. 37).

9

Los próximos tres capítulos se refieren a la historia espiritual de Israel: pasada (cap. 9), presente (cap. 10) y futura (cap. 11). El propósito de Pablo es explicar cómo Dios pudo poner a un lado a su pueblo escogido y salvar a los gentiles, y cómo Él restaurará a la nación en algún tiempo futuro.

I. LA ELECCIÓN DE ISRAEL DESCRITA (9.1–13)

A. LAS BENDICIONES DE LA ELECCIÓN (VV. 1–5).
No podemos sino admirar el peso de la responsabilidad que sentía Pablo por Israel. Sus palabras nos recuerdan a Moisés en Éxodo 32.31, 32. ¿Tenemos esa carga por las almas perdidas? Cristo nos amó tanto que se hizo maldición por nosotros.
(1) LA ADOPCIÓN: escogidos por Dios debido a su amor (Véanse Is 43.20–21).
(2) LA GLORIA: la presencia de Dios en el tabernáculo (Éx 24.16, 17).
(3) LOS PACTOS: Dios, mediante Abraham, Moisés y David, dio pactos inmutables a su pueblo Israel.
(4) LA PROMULGACIÓN DE LA LEY: Dios nunca se relacionó así con los gentiles. Israel oyó la voz de Dios y recibió sus leyes para el gobierno de sus vidas.
(5) EL CULTO: el servicio sacerdotal en el tabernáculo era un privilegio del Señor.
(6) LAS PROMESAS: muchas promesas del AT se han cumplido y muchas aún no se han cumplido para los judíos.
(7) LOS PATRIARCAS: Abraham, Isaac y Jacob y sus doce hijos forman el cimiento de la nación.
(8) EL MESÍAS: Cristo fue un judío, de la tribu de Judá, nacido según la ley.
Nótese en el versículo 5 que Pablo llama a Cristo: «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos».
Ninguna otra nación tuvo estas maravillosas bendiciones; sin embargo, Israel las dio por sentado y a fin de cuentas rechazó la justicia de Dios. El cristiano hoy también pertenece a los elegidos de Dios y tiene similares bendiciones de las cuales disfrutar: adopción (Ef 1.5); gloria (Ef 1.6–7); el nuevo pacto en la sangre de Cristo (Heb 9.10); la ley escrita en el corazón (2 Co 3; Heb 10.16–17); servicio sacerdotal mediante Cristo (1 P 1.4); y tenemos a Abraham como padre de los que creen (Gl 3.7): todo porque tenemos a Cristo.
B. LA BASE DE LA ELECCIÓN (VV. 6–13).
En la elección Dios ejerce su voluntad soberana para lograr su plan perfecto. Tenga presente que la elección de que se habla en Romanos 9–11 es nacional y no individual. Aplicar todas las verdades de estos capítulos a la salvación, o a la seguridad del creyente individual, es errar su mensaje por completo. Es más, Pablo cuidadosamente destaca que está hablando a los judíos y a los gentiles como pueblos, no como pecadores individuales.
(1) ABRAHAM: Fue escogido como el padre de la nación hebrea, pero Pablo afirma que no todos los israelitas son verdaderos hijos de Israel. (Véanse también 2.25–29.) Abraham tuvo muchos hijos (Gn 25.1–6), pero solamente uno escogido: Isaac, quien fue el hijo de la promesa por fe.
(2) ISAAC: Fue el hijo de la promesa por fe (Véanse Gl 4.21–31), mientras que Ismael fue el hijo de la carne por medio de las obras. La verdadera «simiente de Abraham» son los creyentes y no sólo los que tienen sangre judía en sus venas.
(3) JACOB: Dios pasó por alto a Esaú, el primogénito, y escogió a Jacob, y tomó su decisión incluso antes de que los niños nacieran. ¿Por qué? Para mostrar que el propósito de Dios al elegir a su nación se cumpliría.
Esaú decidió rebelarse contra Dios, pero los propósitos de Dios no dependen de las decisiones del hombre. No podemos explicar la relación entre las elecciones del hombre y los propósitos de Dios, pero sabemos que ambas cosas son verdaderas y se enseñan en la Palabra de Dios.

II. LA ELECCIÓN DE ISRAEL DEFENDIDA (9.14–33)

La doctrina de la elección nacional de Israel levanta varias preguntas teológicas cruciales:
A. ¿ES DIOS INJUSTO? (VV. 14–18).
¡Por supuesto que no! Porque la elección no tiene nada que ver con la justicia, sino más bien con la gracia. «¡Dios es injusto si escoge a uno e ignora a otro!», dicen a menudo los ignorantes. Pero el propósito de Dios va más allá de la justicia; ¡porque si Dios hiciera nada más lo que es justo, tuviera que condenarnos a todos nosotros! Pablo usa a Moisés (Éx 33.19) y a Faraón (Éx 9.16) como prueba de que Dios puede hacer lo que desee al dispensar su gracia y misericordia. Nadie merece la misericordia de Dios y nadie puede condenarlo por su elección de Israel o por haber pasado por alto a otras naciones.
B. ¿POR QUÉ DIOS ENCUENTRA FALTAS SI NADIE PUEDE RESISTIR SU VOLUNTAD? (VV. 19–29).
Pablo replica con una parábola sobre el alfarero, posiblemente tomada prestada de Jeremías 18.1–6. Dios es el Alfarero y las naciones del mundo (y sus líderes) son las vasijas. Algunas son vasijas de ira que Dios pacientemente soporta hasta el tiempo de su destrucción (Gn 15.16). Otros son vasijas de misericordia que revelan su gloria. Pablo entonces cita a Oseas 2.23 y 1.10 para mostrar que Dios prometió llamar un «pueblo» de entre los gentiles, un pueblo que sería llamado «hijos del Dios viviente». Esta es la Iglesia (Véanse 1 P 2.9–10). También cita Isaías 10.22, 23, mostrando que un remanente de judíos también se salvaría (Véanse Is 1.9). En otras palabras, el propósito de Dios en la elección hace posible que tanto judíos como gentiles sean salvos por gracia. Ni el judío ni el gentil podrían ser salvos de ninguna otra manera que por la gracia de Dios.
C. ¿QUÉ DIREMOS RESPECTO A LOS GENTILES? (VV. 30–33).
Aquí está la paradoja de la historia: los judíos trataron de ser justos y fueron rechazados; los gentiles, que no tuvieron los privilegios de los judíos, ¡fueron recibidos! La razón es que los judíos trataron de alcanzar justicia por medio de las obras, mientras que los gentiles recibieron la justicia por la fe y mediante la gracia de Dios. Los judíos tropezaron por el Mesías crucificado (véanse Is 8.14; 28.16; Mt 21.42; 1 Co 1.23; 1 P 2.6–8). Querían un Mesías que guiaría a la nación a la libertad y gloria políticas; no podían creer en un Cristo crucificado.
El propósito de Pablo en este capítulo es explicar la posición de Israel en el plan de Dios. Israel era una nación elegida que se le había dado privilegios como a ninguna otra; y sin embargo, había fallado miserablemente al no seguir el programa de Dios para bendecir a todo el mundo. El capítulo entero exalta la gracia soberana de Dios sin minimizar la responsabilidad del hombre para tomar las decisiones correctas. La Palabra de Dios prevalecerá independientemente de la desobediencia humana; pero los pecadores desobedientes se quedarán sin la bendición. Ninguna mente humana puede siquiera imaginar o explicar la sabiduría de Dios (Véanse 11.33–36), pero esto sabemos: sin la gracia soberana de Dios, no habría salvación.

10

En este capítulo Pablo explica por qué Israel, como nación, está en su presente condición espiritual.

I. LA RAZÓN PARA EL RECHAZO (10.1–13)

La palabra clave en este capítulo es «justicia». Los judíos querían justicia, pero trataban de obtenerla de la manera equivocada. Como los fariseos descritos en Mateo 23.15, los judíos gastaban su energía tratando de alcanzar una posición correcta ante Dios, pero hacían sus obras en ignorancia. «La gente religiosa» de hoy no es diferente; piensa que Dios los aceptará por sus buenas obras.
La Biblia habla de dos clases de justicia: «justicia por obras», que viene al obedecer la ley; y «justicia por fe», que es el don de Dios a aquellos que confían en su Hijo. Los judíos no querían someterse a la justicia por fe; su orgullo racial y religioso los alejaba de la simple fe y los arrastraba a la religión ciega. Rechazaron a Cristo y se aferraron a la ley, sin darse cuenta de que Cristo era precisamente Aquel para el que la ley había preparado el camino, y que Él mismo culminó en la cruz el reinado de la ley. La Ley Mosaica ya no es más la base que Dios usa para relacionarse con la humanidad; su relación con nosotros es en la cruz, donde Cristo murió por el mundo. La justicia por la fe se describe en Levítico 18.5; la justicia por la fe se describe en Deuteronomio 30.12–14.
El pasaje de Deuteronomio se usa para mostrar que la Palabra de Dios está siempre a disposición del pecador y que Cristo está cerca de él y listo para salvarlo. Los versículos 6–8 son una buena ilustración de cómo Pablo usa pasajes del AT para trasmitir verdades del NT. En Deuteronomio 30.11–14 Moisés le advirtió al pueblo en contra de la desobediencia a la Palabra de Dios. Para que no arguyeran que la ley estaba lejos de ellos (aplicado especialmente al tiempo de la dispersión de Israel entre las naciones, Dt 30.1–5), Moisés les recordó que no tenían que ir al cielo ni atravesar el mar para hallar la Palabra de Dios: estaba en sus labios y en sus corazones. Pablo aplicó esto a Cristo, el Verbo (Jn 1.1), y destacó que Israel no necesitaba subir al cielo para traer a Cristo, ni bajar al abismo para hacerlo subir, debido a que la Palabra de salvación estaba cerca a ellos para que pudieran creer y ser salvos. La salvación viene cuando los pecadores confiesan que «Jesús es Señor [Todopoderoso Dios]» y creen en el corazón que Cristo está vivo de entre los muertos. Lo que se cree en el corazón se confiesa con la boca. Algunos de los judíos en los días de Jesús no le confesaban con franqueza (Jn 12.42–43). Cuando el pecador recibe a Cristo por fe y le confiesa abiertamente, demostrando así su fe, recibe el don de la justicia.
En el versículo 11 Pablo cita de nuevo a Isaías 28.16 (Véanse Ro 9.33): «Todo aquel que en Él creyere, no será avergonzado». Al judío no le gustaba el término «todo aquel», puesto que se creían el único «pueblo escogido». Pero en el versículo 13 Pablo cita a Joel 2.32 para demostrar que: ¡cualquiera que invoque a Cristo es salvo, y no solamente el judío!

II. EL REMEDIO PARA EL RECHAZO (10.14–17)

La secuencia aquí es como sigue:
(1) se envían a los mensajeros; (2) declaran la Palabra;
(3) los pecadores oyen la Palabra;
(4) los pecadores creen a la Palabra;
(5) invocan a Cristo;
(6) ¡son salvados!
El argumento aquí es simplemente que los pecadores no pueden salvarse sin la Palabra de Dios, porque «la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (v. 17). En el versículo 15 Pablo se refiere a Isaías 52.7, un versículo que tendrá su cumplimiento total en el día en que Israel sea establecida en su reino.
¡Piense en el gozo que Israel tendrá cuando las noticias vengan de que su Mesías reina! Pablo aplica este pasaje a la proclamación del evangelio de la paz (paz con Dios y paz entre el judío y el gentil, Ef 2.13–17) al Israel que hoy está perdido. A menudo usamos Romanos 10.14, 15 como la base para nuestra acción de enviar misioneros a las naciones gentiles y por cierto que esta aplicación es válida; pero el significado básico aquí es la proclamación del evangelio a Israel hoy. Llevamos el evangelio a los judíos, no debido a Romanos 1.16 («al judío primeramente»), sino debido a Romanos 10.14, 15. Si sentimos la carga que sentía Pablo por el pueblo de Israel desearemos llevarle el evangelio. El testigo que lleva el evangelio a los perdidos (sean judíos o gentiles), ciertamente tiene «hermosos pies» a los ojos de Dios.
¿Cuál es la actitud de Israel hoy? La de Isaías 53.1: «¿Quién ha creído a nuestro anuncio?» Así como Israel se alejó en incredulidad en el día de Cristo (Jn 12.37–38) y durante el tiempo de testimonio de los apóstoles, en Hechos 1–7, así la nación hoy está afincada en la incredulidad. En el versículo 18 Pablo cita el Salmo 19.4 para mostrar que la Palabra de Dios, incluso por medio de la naturaleza, ha llegado al mundo entero; Israel no tiene excusa.

III. EL RESULTADO DEL RECHAZO (10.18–21)

El resultado del rechazo de Israel es que Dios se ha vuelto a los gentiles y ahora está tomando de entre ellos un pueblo para su nombre (Véanse Hch 15). Pero aun esto no debe sorprender a los judíos, porque en Deuteronomio 32.21 Dios prometió usar otras naciones para provocar a celos a Israel y en Isaías 65.1, 2 Dios anunció que Israel sería desobediente, pero que los gentiles le hallarían a Él y su salvación.
Tenga presente que el AT en efecto prometía la salvación de los gentiles; pero en ninguna parte enseña que los judíos y los gentiles serían parte del mismo plan, ni que los creyentes de ambas razas serían uno en Cristo. El programa que da el AT es que los gentiles se salvarían mediante el ascenso de Israel, o sea, su establecimiento como reino. ¡Pero Israel cayó! ¿Qué haría entonces Dios con los gentiles? Pablo destaca en Romanos 9–11 que la misericordia se extendió a los gentiles a través de la caída de Israel (Véanse 11.11). Dios entregó a todas las personas, judíos y gentiles, a la incredulidad; así:
Él podía tener misericordia de todos mediante la gracia que se hizo posible en el Calvario (11.32).
El versículo 21 ciertamente indica la actitud de Dios hacia Israel, incluso hoy. Aunque se ha desechado a la nación en ceguera e incredulidad (2 Co 3.15–4:6; Ro 11.25), Dios busca ardientemente tanto al judío no salvo como al gentil perdido. Sin duda, muchos judíos que oyen hoy la Palabra de Dios confiarán en Cristo después del Arrebatamiento de la Iglesia y del inicio del período de la tribulación. En lugar de criticar a los judíos por su ceguera espiritual debemos agradecer a Dios de que nos dio la Biblia y el Salvador, y que incluso por medio de la caída de ellos, ¡la salvación se puso a disposición de los gentiles!
Antes de dejar este capítulo note varios puntos prácticos:
(1) La salvación no es difícil: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (v. 13).
(2) Es importante proclamar la Palabra de Dios a los pecadores perdidos. Es la Palabra la que convence, da fe, conduce a Cristo.
(3) Hay sólo dos «religiones» en el mundo: justicia por obras y justicia por fe. Nadie puede cumplir la primera, pero todos podemos responder a la segunda.

11

Este capítulo analiza el futuro de Israel y responde a la pregunta: «¿Ha desechado Dios permanentemente a su pueblo, o hay un futuro para Israel?» Pablo dice que la respuesta es «¡sí!» y presenta varias pruebas.

I. LA PRUEBA PERSONAL (11.1)

«Yo soy israelita», afirma Pablo, «y mi salvación es prueba de que Dios no se ha dado por vencido en cuanto a Israel». En 1 Timoteo 1.16 Pablo afirma que su conversión (relatada tres veces en Hechos) debía ser un modelo para otros creyentes judíos. De ninguna manera es un modelo para la conversión del gentil hoy, porque ningún pecador perdido ve al Cristo glorificado, ni le oye hablar, ni queda ciego por tres días. Pero la experiencia de Pablo es un cuadro de cómo el pueblo de Israel se convertirá en la venida de Cristo en gloria. Como Pablo, estarán en rebelión e incredulidad. Verán al que traspasaron (Zac 12.10; Ap 1.7) y se arrepentirán y se salvarán. En 1 Corintios 15.8 Pablo dice que «nació fuera de tiempo»; esto es, como judío, vio a Cristo y fue salvado mucho antes de que su pueblo haya tenido la misma experiencia.

II. LA PRUEBA HISTÓRICA (11.2–10)

Pablo retrocede a 1 de Reyes para mostrar que Dios siempre ha tenido un remanente fiel, incluso en los tiempos de la más grande incredulidad. A decir verdad, como leemos en la historia del AT, no podemos sino quedar impresionados ante el hecho de que fue siempre el remanente al cual Dios usó y bendijo. Por ejemplo, Véanse Isaías 1.9. Es una enseñanza básica de la Palabra que la mayoría cae de la fe y no se puede transformar, de modo que Dios debe tomar el remanente y empezar de nuevo. El versículo 5 afirma que Dios tiene un remanente según la gracia, o sea, en el cuerpo, que es la Iglesia. A pesar de que no son muchos, hay judíos en el cuerpo, aunque, por supuesto, todas las distinciones nacionales son eliminadas en Cristo. Pero si Dios está salvando judíos en esta era de la Iglesia cuando Israel está ciego, ¿cuánto más hará en la era venidera cuando Israel venga de nuevo a la escena? Dios nunca ha olvidado a su pueblo; este es el testimonio de la historia.
Necesitamos recordar que durante esta edad de la Iglesia Dios no se relaciona con la nación de Israel como tal. De acuerdo a Efesios 2.14–17 y Gálatas 3.28, somos uno en Cristo. Ningún grupo judío puede afirmar ser el remanente elegido de Dios. En los versículos 8–10 Pablo muestra que este «enceguecimiento» de Israel como nación fue profetizado en Isaías 29.10 y Deuteronomio 29.4.
(Compárense Mt 13.14, 15 e Is 6.9, 10.) En los versículos 9–10 hace referencia al Salmo 69.22, donde Dios promete tornar las bendiciones de Israel en maldiciones debido a que rechazaron su Palabra.

III. LA PRUEBA DISPENSACIONAL (11.11–24)

En estos versículos Pablo habla de los judíos y gentiles, no de pecadores o santos como individuos.
En esta sección prueba que Dios tiene un propósito dispensacional detrás de la caída de Israel; es decir, la salvación de los gentiles. Mediante la caída de Israel Dios pudo entregar a la gente a la desobediencia y ¡así tener misericordia de todos! Los gentiles no tienen que convertirse en judíos para ser cristianos.
Pablo arguye que si la caída de Israel ha traído tal bendición al mundo, ¡cuánto mayor será la bendición cuando Israel sea restaurada de nuevo! La restauración de Israel traerá resurrección al mundo (v. 15). En otras palabras, Pablo estaba seguro de que había un futuro para Israel como nación. La enseñanza de que la Iglesia de hoy es el Israel de Dios, y que las promesas del reino del AT se cumplen ahora en la Iglesia de una «manera espiritual» no es bíblica. Pablo mira el día cuando Israel será recibida en plenitud de bendición como nación.
La parábola del olivo se debe examinar con cuidado. Pablo no habla acerca de la salvación de cristianos como individuos, sino de la posición de judíos y gentiles, como pueblos, en el programa de Dios. Israel es el olivo que no llevó fruto para Dios. Dios entonces cortó algunas de las ramas y las injertó en el árbol de los gentiles, «olivo silvestre». Esto se hizo «contra naturaleza» (v. 24), porque lo práctico es injertar la buena rama en el tronco más débil; pero Dios injertó a los débiles gentiles en el buen tronco de los privilegios religiosos de Israel. Este acto muestra la bondad y severidad de Dios: Su bondad al salvar a los gentiles, su severidad al cortar a la rebelde Israel.
Pero los gentiles no deben jactarse porque ahora tienen el lugar de Israel en privilegio espiritual, ¡porque Dios puede cortarlos a ellos también! Y hará precisamente eso al final de esta edad, cuando las naciones gentiles se unan en una coalición mundial que niegue la Palabra y al Hijo de Dios. Entonces, Él sacará fuera a la verdadera Iglesia, juzgará a las naciones gentiles, purgará a Israel y establecerá su prometido reino para Israel.
Recuerde de nuevo que el tema del capítulo 11 es nacional y no personal. Dios nunca «cortará» de su salvación a los verdaderos creyentes, porque no hay separación entre Cristo y su pueblo (Ro 8.35–39). La Iglesia de hoy está formada principalmente de gentiles, y nosotros los gentiles nos beneficiamos de la herencia espiritual de Israel (la rica savia del olivo). En un sentido espiritual somos hijos de Abraham, quien es el «padre» de todos los que creen (Gl 3.26–29).

IV. LA PRUEBA ESCRITURAL (11.25–36)

Pablo ha usado el AT a menudo en estos tres capítulos, pero en esta sección <%-2>acude a Isaías 59.20–21, 27.9 y al Salm<%-4>o 14.7 para mostrar que el AT prometía un Libertador que vendría y limpiaría y restauraría a Israel. Afirma el «misterio» de la ceguera de Israel, misterio siendo una verdad oculta en las edades pasadas, pero ahora revelada en su plenitud en el NT. «La plenitud de los gentiles» (v. 25) se refiere al número de gentiles que serán salvos durante esta edad de la Iglesia. Cuando el cuerpo de Cristo quede completo, lo arrebatará en el aire; y entonces empezará la tribulación de siete años aquí en la tierra, «el tiempo de la tribulación de Jacob» (Jer 30.7).
Al final de ese período vendrá el Libertador y el remanente creyente entrará en su reino. «Todo Israel» no significa hasta el último judío; más bien significa que la nación de Israel en ese día será toda salva; será una nación redimida, regenerada. En el versículo 27 se cita el pacto prometido de Dios (Jer 31.31–34). Este «nuevo pacto» se aplicará a Israel cuando confíe en Cristo como su Redentor y se vuelva de sus pecados. Aunque los judíos parecen ser hoy como enemigos de Dios, todavía son amados a la vista de Dios debido a los pactos que hizo con sus padres. Los hombres pueden cambiar, pero Dios no puede cambiar ni revocar sus promesas (v. 29).
En el párrafo final (vv. 30–32) Pablo explica que los gentiles rechazaron en un tiempo a Dios (Ro 1.18) y que sin embargo ahora se están salvando por fe; de modo que hoy los judíos están en incredulidad, pero que un día recibirán misericordia. Dios ha entregado tanto a judíos como a gentiles a incredulidad y pecado, para poder salvar a ambos por gracia (v. 32).
Después de repasar el plan sabio y de gracia de Dios, tanto para judíos como gentiles, ¡no es de sorprenderse que Pablo irrumpa en un himno de alabanza al Señor! (vv. 33–36).

12

Este capítulo empieza la sección final de Romanos: «Servicio» (caps. 12–16). Pablo nos dice cómo poner en práctica lo aprendido; y en este capítulo el apóstol nos da cuatro cuadros del cristiano y nos recuerda nuestros deberes espirituales.

I. UN SACRIFICIO SOBRE EL ALTAR (12.1–2)

El verdadero servicio y vivir cristiano debe empezar con la dedicación personal al Señor. El cristiano que falla en su vida es el primero que lo hace en el altar, no quiere rendirse por completo a Cristo. El rey Saúl falló en el altar (1 S 13.8; 15.10) y le costó su reino.
El motivo de la dedicación es el amor; Pablo no dice «les ordeno», sino «les ruego, debido a lo que Dios ya ha hecho por ustedes». No servimos a Cristo para recibir sus misericordias, sino debido a que ya las tenemos (3.21–8.39). Le servimos por amor y agradecimiento.
La verdadera dedicación es presentar el cuerpo, la mente y la voluntad a Dios, día tras día. Es someterle el cuerpo, tener la mente renovada por la Palabra y rendirle la voluntad por medio de la oración y la obediencia, cada día. Todo cristiano es o bien alguien que se conforma, viviendo por y como el mundo, o alguien transformado, que llega a ser cada vez más semejante a Cristo. (La palabra griega «transformaos» es la misma que se traduce «transfigurarse» en Mt 17.2.) Segunda de Corintios 3.18 nos dice que somos transformados (transfigurados) en la medida en que le permitimos al Espíritu revelar a Cristo por medio de la Palabra. Esto es posible sólo cuando el creyente se entrega a Dios de modo que pueda conocer la voluntad de Él para su vida. Dios no tiene tres voluntades (buena, agradable y perfecta) para los creyentes de la manera en que hay tres opciones para la mercadería en los catálogos de compra por correos («bueno, mejor, excelente»). Antes bien, crecemos en nuestro aprecio de la voluntad de Dios.
Algunos cristianos obedecen a Dios debido a que saben que es bueno para ellos y temen el castigo. Otros obedecen porque hallan aceptable la voluntad de Dios. Pero la devoción más profunda es la de quienes aman la voluntad de Dios y la hallan perfecta. Como sacerdotes, debemos presentar «sacrificios espirituales» a Dios (1 P 2.5) y el primer sacrificio que quiere cada día es nuestro cuerpo, mente y voluntad en total rendición a Él.

II. UN MIEMBRO DEL CUERPO (12.3–8)

En 1 Corintios 12 hallamos la misma verdad de que se habla en estos versículos, que el creyente es bautizado por el Espíritu en el cuerpo y le es dado un don (o dones) para usarlos para el beneficio de toda la iglesia. Hay un «cuerpo universal» formado por todos los creyentes en Cristo desde Pentecostés hasta el Rapto; pero también hay el cuerpo local, por medio del cual cada creyente ministra al Señor.
La mayoría de las 112 referencias en el NT a la iglesia se refieren a una congregación local de creyentes.
El culto y servicio en el cuerpo local empieza con la entrega personal (vv. 1–2), y luego con una evaluación sincera de los dones espirituales que el creyente posee (v. 3). Pablo no nos dice que no pensemos en nosotros mismos de ninguna manera, sino que no debemos pensar más alto de lo que nuestros dones espirituales garantizan. Si un hombre es llamado para ser pastor, Dios se lo revelará cuando use sus dones en la iglesia. Nuestros dones difieren, pero todos proceden del Espíritu y deben usarse para la gloria de Cristo. Así como somos salvos «por gracia, por medio de la fe» (Ef 2.8, 9), debemos ejercer nuestros dones espirituales «conforme a la medida de la fe» (v. 3) y «según la gracia que nos es dada» (v. 6).
Pablo hace una lista de siete ministerios:
(1) PROFECÍA, que se define en 1 Corintios 14.3;
(2) SERVICIO, que literalmente quiere decir «diaconar» (servir) y puede referirse a ese oficio;
(3) ENSEÑANZA, de acuerdo a 2 Timoteo 2.1–2, una responsabilidad importante;
(4) EXHORTACIÓN, que significa estimular a las personas a servir y ser fieles al Señor;
(5) EL QUE REPARTE, lo cual debe hacerse con sinceridad de corazón y por motivos puros (Véanse Hch 5);
(6) EL QUE PRESIDE, se refiere al gobierno en la iglesia local (1 Ti 3.4, 12);
(7) EL QUE HACE MISERICORDIA, compartir con los que tienen necesidad.
Efesios 4.7–12 describe a las personas dotadas que Dios ha dado a la iglesia; Romanos 12 y 1 Corintios 12 describen los dones que el Espíritu ha dado a los creyentes en el cuerpo local. Es peligroso tratar de servir al Señor con dones que no ha dado; y es también trágico negarse a usar un don para su gloria (2 Ti 1.6). Los doce hombres que se mencionan en Hechos 19.1–7 ignoraban al Espíritu y sus dones; los siete hombres en Hechos 19.13–16 intentaron falsificar los dones que no poseían.

III. UN MIEMBRO DE LA FAMILIA (12.9–13)

Cada creyente tiene su servicio espiritual que realizar, pero los versículos 9–13 nos dicen cómo debe comportarse cada cristiano en la familia de Dios. El amor debe ser sincero y sin fingimiento (Véanse 1 Jn 3.18). Debemos aborrecer el mal y seguir el bien (Véanse Sal 97.10). El amor debe conducir a la bondad y a la humildad, fidelidad en los negocios, fervor en las cosas espirituales («fervientes» aquí significa «hirviendo, brillando con poder»). Nótese cómo las características que se mencionan en esta sección están en paralelo con el fruto del Espíritu que Pablo describe en Gálatas 5.22, 23.
Los cristianos en la iglesia local deben cuidarse los unos a los otros y compartir los unos con los otros. Nótese cómo la oración del versículo 12 es seguida del cuidado en el versículo 13. «Practicando la hospitalidad» en el griego significa literalmente «procurando o persiguiendo la hospitalidad», ¡yendo tras la gente! Primera de Pedro 4.9 nos dice que dejemos de quejarnos cuando abrimos nuestros hogares a otras personas. La hospitalidad que no es espiritual se describe en Proverbios 23.6–8. Véanse también Lucas 14.12–14; 1 Timoteo 3.2 y 5.10; Hebreos 13.2; 3 Juan 5–8.

IV. UN SOLDADO EN LA BATALLA (12.14–21)

Los cristianos tienen tanto batallas como bendiciones, y Pablo nos instruye sobre cómo enfrentar a quienes se oponen a la Palabra. Debemos bendecirles (Mt 5.10–12) y no maldecirles. Por supuesto, ningún creyente debe meterse en problemas por una manera mala de vivir (1 P 2.11–25). Debemos tener simpatía (v. 15) y humildad (v. 16), porque el egoísmo y el orgullo generan mala voluntad. Los cristianos nunca deben «desquitarse» de sus oponentes; más bien deben esperar a que Dios «pague» (v. 19), bien sea en esta vida o en el juicio futuro.
«Procurad lo bueno delante de los hombres» (v. 17) sugiere que el cristiano vive en una «casa de cristal» y que debe estar consciente de que otros lo escudriñan. «¡Voy a disfrutar mi vida!», es una actitud pecaminosa para un creyente, a la luz de Romanos 14.7–8. La gente nos observa y en tanto como nos sea posible, debemos vivir en paz con todas las personas. Por supuesto, no podemos hacer compromisos con el pecado ni tener una actitud de «paz a cualquier costo». La actitud y espíritu de Mateo 5.38–48 nos ayudará a ser «pacificadores» (Mt 5.9).
En los versículos 19–21 Pablo se refiere a Proverbios 25.21, 22 y a Deuteronomio 32.35. (Véanse también Heb 10.30.) El principio indicado aquí es que el creyente se ha entregado al Señor (12.1–2) y por consiguiente el Señor debe cuidar de él y ayudarle a librar sus batallas. Necesitamos sabiduría espiritual (Stg 1.5) cuando se trata de lidiar con los enemigos de la cruz, para que no demos mal testimonio por un lado, o rebajemos el evangelio, por el otro. Pablo usó de la ley romana en tres ocasiones para protegerse a sí mismo y al testimonio del evangelio (véanse Hch 16.35–40; 22.24–29; 25.10–12), sin embargo, estaba dispuesto a hacerse a todos de todo con tal de ganar a algunos para Cristo. Si practicamos Romanos 12.1, 2 diariamente, podemos estar seguros de que Él nos dirigirá a obedecer el resto del capítulo.

13

Los cristianos han sido llamados a apartarse del mundo (Jn 15.18; 17.14), pero todavía tienen responsabilidad hacia el Estado. El mejor ciudadano debe ser el cristiano. Aunque la iglesia no debe involucrarse en partidos políticos, los creyentes como individuos ciertamente deben usar los privilegios que Dios les ha dado como ciudadanos, para vigilar que se elijan los mejores líderes y que se emitan las mejores leyes o se apliquen con justicia. Cuando pensamos en líderes piadosos como José, Daniel y Ester que pudieron ejercer ministerios espirituales en gobiernos paganos, podemos ver lo que el Espíritu puede hacer mediante el creyente consagrado. En este capítulo Pablo nos da cuatro motivos para obedecer al gobierno humano.

I. POR CAUSA DE LA IRA (13.1–4)

Las «autoridades superiores» (v. 1) son los gobernantes y funcionarios del gobierno, aun si no son cristianos. Agradecemos a Dios de que el evangelio puede alcanzar a funcionarios del gobierno, como Erasto, el tesorero municipal (Ro 16.23) y algunos de los oficiales de Nerón (Flp 4.22). Pero debemos reconocer que incluso un funcionario inconverso del gobierno es un ministro de Dios. Si no podemos respetar a la persona, debemos respetar el cargo ordenado por Dios.
Los gobernantes son terror para los malos, no para los buenos; de modo que los que viven como cristianos consistentes no tienen necesidad de temer. (Por supuesto, donde el gobierno se opone abiertamente a Cristo, el principio a seguirse es Hechos 5.29.) Tenga presente que Dios ordenó el gobierno humano, incluyendo la pena capital, después del diluvio (Véanse Gn 8.20–9.7). La iglesia no debe llevar la espada; el gobierno lo hace. Dios ha establecido tres instituciones en la tierra: el hogar (Gn 2), la iglesia (Hch 2) y el gobierno humano (Gn 9). Sus funciones no deben superponerse; cuando así ocurre, hay confusión y problemas.

II. POR CAUSA DE LA CONCIENCIA (13.5–7)

El temor es quizás el motivo más bajo de la obediencia cristiana; una conciencia dirigida por el Espíritu nos eleva a un nivel más alto. El cristiano debe experimentar al Espíritu testificando a su conciencia (Ro 9.1); y si desobedecemos al Señor, lo sabemos cuando el Espíritu convence a nuestras conciencias. Algunas personas tienen una mala conciencia que no es confiable. El cristiano obediente debe tener una buena conciencia (1 Ti 1.5). Estar siempre desobedeciendo y rechazando el testimonio del Espíritu conduce a una conciencia corrompida (Tit 1.15), una conciencia cauterizada (encallecida) (1 Ti 4.2), y finalmente a una conciencia desechada (1 Ti 1.19).
Pablo nos amonesta a pagar los impuestos (tributos), las contribuciones (en las cosas materiales) y dar el honor adecuado a todos los oficiales. Véanse 1 Pedro 2.17.

III. POR CAUSA DEL AMOR (13.8–10)

Ahora Pablo ensancha el círculo para incluir no sólo a los oficiales del gobierno, sino también a nuestro prójimo. Téngase presente que la definición del NT de un prójimo no se limita a un vecino ni a los que viven en determinado lugar geográfico. En Lucas 10.29 el experto en la ley preguntó: «¿Quién es mi prójimo?» En la parábola del buen samaritano (Lc 10.30–36) Jesús cambió la pregunta a: «¿Cuál de estos tres fue el prójimo para aquel?» La cuestión no es «¿quién es mi prójimo?», sino, «¿a quién puedo ser un prójimo para la gloria de Cristo?» No es cuestión de ley, sino de amor y esto es de lo que Pablo analiza aquí.
Mientras el creyente vive bajo la ley de la tierra, también lo hace bajo una ley mucho más alta como ciudadano del cielo: la ley del amor. Es más, el amor es el cumplimiento de la ley, porque el amor de corazón nos capacita para obedecer lo que esta exige. Un esposo no trabaja todo el día debido a que la ley le ordena que sostenga a su familia, sino debido a que los ama. Donde hay amor, no habrá homicidios, ni deshonestidad, ni robos, ni ninguna otra clase de egoísmos.
Nótese que Pablo no dice nada respecto al Shabat; la ley del día de reposo era realmente una parte del código ceremonial judío y nunca se aplicó a los gentiles o a la Iglesia. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en las epístolas para que los cristianos los obedezcan, pero el mandamiento respecto al Shabat no se repite.
Con frecuencia es difícil amar a quienes rechazan el evangelio y ridiculizan nuestro testimonio cristiano, pero este amor puede venir del Espíritu (Ro 5.5) y alcanzarlos. «El amor nunca deja de ser» (1 Co 13.8). A la mayoría de las personas se gana más con el amor que con las argumentaciones. El cristiano que anda en amor es el mejor ciudadano y el que mejor testifica.

IV. POR CAUSA DEL SALVADOR (13.11–14)

En estos versículos llegamos al pináculo de los motivos: del temor a la conciencia, al amor, a la consagración a Cristo: «Nuestra salvación» está más cerca, en el sentido de que está más cerca que nunca antes la venida de Cristo por su Iglesia. Por «salvación» Pablo quiere decir la bendición total que tendremos cuando Cristo venga, incluyendo nuevos cuerpos y un nuevo hogar.
Los cristianos pertenecen a la luz, no a las tinieblas. Deben estar despiertos y alertas, comportándose como los que han visto la luz del evangelio (2 Co 4). Todavía más, ¡ningún creyente quiere ser hallado en pecado cuando Cristo vuelva! «El día se acerca» (Véanse Heb 10.25.)
Pablo hace aquí una lista de pecados que nunca deberían nombrarse entre los santos. Nótese que la embriaguez y la inmoralidad con frecuencia van juntos, y resultan en peleas y división. ¡Cuántos hogares se han destrozado debido al licor! El versículo 14 nos da la doble responsabilidad del creyente: positivamente, «vestirse del Señor Jesucristo», o sea, hacer de Cristo el Señor de su vida diaria; negativamente, «no proveer para los deseos de la carne», esto es, evitar a conciencia lo que lo tienta al pecado. Es incorrecto que los cristianos «planeen el pecado». Vance Havner dijo que cuando David dejó el campo de batalla y regresó a Jerusalén, «estaba haciendo arreglos para pecar». A la luz de la venida de Cristo que se acerca, es nuestra responsabilidad tener vidas sobrias, espirituales y limpias.
Los últimos días serán de impiedad (véanse 2 Ti 3 y 1 Jn 3.4). Será cada vez más difícil para los cristianos consagrados mantener su testimonio. Los gobiernos rechazarán cada vez más a la Biblia y a Cristo, hasta que el postrer hombre de pecado convierta al mundo en un gran sistema satánico que se oponga a la verdad. Lea 2 Timoteo 3.12–4.5 para ver lo que Dios espera de nosotros en estos últimos días.

14

Romanos 14.1–15.7 se refiere al problema de las cosas cuestionables en la vida cristiana, y qué hacer cuando los cristianos sinceros están en desacuerdo respecto a prácticas personales. Pablo reconoce que en cada iglesia local hay tanto cristianos maduros («los que somos fuertes», 15.1) como inmaduros («el débil en la fe», 14.1) y que estos dos grupos pueden estar en desacuerdo sobre cómo debe vivir el cristiano. Los cristianos judíos tal vez querían aferrarse a los días santos especiales y a las leyes dietéticas del AT, en tanto que los creyentes gentiles quizás convertían su libertad cristiana en libertinaje y ofendían a sus hermanos judíos. Muchos cristianos tienen la falsa noción de que el legalismo extremo (observar días y dietas) muestra una fe fuerte, pero Pablo indica que ¡la verdad es precisamente lo opuesto! Es el cristiano maduro en la fe el que reconoce las verdades que se hallan en Colosenses 2.18–23.
En la iglesia de hoy tenemos diferencias en cuanto a cómo considerar tales cosas como las diversiones mundanas y Pablo nos dice cómo enfrentar y resolver tales diferencias. No da una lista de reglas; más bien asienta seis principios básicos que pueden aplicarse a todos los cristianos y a todas las etapas del crecimiento. Podemos indicar estos principios en forma de preguntas y probar con ellos nuestras vidas.

I. ¿ESTOY PLENAMENTE CONVENCIDO? (14.1–5)

Los cristianos no deben actuar por mera emoción, sino por convicción interna resuelta y firme que son el resultado de la oración y estudio diligente de la Palabra. No habría serios desacuerdos si todos los cristianos actuaran por convicción. Alguien ha dicho que opiniones es lo que sostenemos, mientras que convicciones son las que nos sostienen. El cristiano más fuerte no debe menospreciar al más débil por su inmadurez; ni tampoco el débil debe juzgar a sus hermanos más maduros por su libertad. Dios los ha recibido a ambos en Jesucristo y nosotros debemos recibirnos los unos a los otros. Nuestras vidas deben ser dirigidas por Él, no por las ideas ni juicios de la gente. Los cristianos maduros saben por qué se comportan como lo hacen y estas convicciones controlan sus vidas.

II. ¿HAGO ESTO PARA EL SEÑOR? (14.6–9)

«¡Yo vivo mi vida!» es una afirmación que ningún cristiano debería hacer, porque pertenecemos al Señor, sea que vivamos o muramos. Él es el Señor y debemos vivir para agradarle. Muy a menudo el cristiano que tiene prácticas cuestionables en su vida no puede decir con sinceridad que estas prácticas las hace «para el Señor»; porque en realidad las hace para el placer egoísta y no para honrar al Señor.
El Señor aceptará a los cristianos que observan días especiales para Él y no debemos juzgarlos. Eso es algo entre ellos y el Señor.

III. ¿PASARÁ ESTO LA PRUEBA EN EL TRIBUNAL DE CRISTO? (14.10–12)

No tenemos derecho a juzgar a nuestros hermanos, porque todas nuestras obras serán juzgadas en el tribunal de Cristo, no en el juicio ante el gran trono blanco de Apocalipsis 20.11–15, sino en el juicio de las obras de los cristianos después del Arrebatamiento de la Iglesia (2 Co 5.10; 1 Co 3.10). No tenemos que dar cuenta de la vida de nuestro hermano, de modo que no tenemos ningún derecho de condenarle hoy. Sin duda que todos queremos tener vidas que resistan la prueba de fuego ante Cristo, vidas que reciban recompensas para su gloria.

IV. ¿SOY LA CAUSA DE QUE OTROS TROPIECEN? (14.13–21)

Hay una cosa que debemos juzgar: a nosotros mismos, de manera que veamos si estamos abusando de nuestra libertad cristiana y haciendo que otros tropiecen. Es cierto que nada es inmundo en sí mismo, pero hay algunas prácticas y hábitos que otros consideran inmundos. Por consiguiente, si deliberadamente hacemos algo que es causa de que nuestros hermanos tropiecen, no estamos viviendo de acuerdo a la regla del amor.
Es algo serio ser la causa de que otra persona tropiece y caiga en pecado. Nótese las palabras de Cristo en Marcos 9.33–50, donde «ofender» significa «hacer tropezar». El creyente que se aferra a su práctica cuestionable y hace que otro cristiano caiga en su andar con Dios, está ciego al precio que Jesús pagó en la cruz. Nuestro bien no debe producir malos comentarios. Después de todo, la vida cristiana no es asunto de comer o beber (o cualquier otra práctica), sino de justicia, paz y gozo, todo lo cual viene del Espíritu.
Nuestro objetivo no debe ser auto-complacernos, sino edificar a otros cristianos en amor. Primera de Corintios 10.23 afirma que todas las cosas son lícitas para el creyente (porque no vivimos bajo la ley), pero no todo nos edifica ni nos ayuda a edificar a otros. Véanse también 1 Corintios 8. «Destruir» en Romanos 14.15 y 20 significa «derribar». ¡Qué egoísta es que un cristiano derribe la vida espiritual de otro debido a su egoísmo! Sus prácticas pueden ser lícitas, pero no están acorde a la ley del amor.

V. ¿HAGO ESTO POR FE? (14.22–23)

La palabra griega para «fe» en el versículo 22 significa casi lo mismo que «convicción», porque nuestras convicciones nacen de la fe en la Palabra de Dios. Estos dos versículos colocan el principio de que la vida cristiana es algo entre el creyente y su Señor, y que el creyente debe siempre asegurarse de que está en buena relación con Él. Si hay dudas en cuanto a alguna de sus prácticas, no puede disfrutar de gozo y paz. «Condenado» en el versículo 23 no tiene nada que ver con el castigo eterno. Quiere decir que el cristiano que participa en alguna práctica con dudas en su mente, por su misma actitud se Auto-condena y también a esas prácticas. Cualquier cosa que hagamos que no es de fe, es pecado, porque el cristiano vive por fe. «La fe viene[...] por la Palabra de Dios», dice Romanos 10.17; de modo que cualquier cosa que hago y que no puedo respaldar con la Palabra de Dios, es pecado, debido a que no puedo hacerla por fe.
«¡Si es dudoso, es sucio!», es una buena norma a seguir. Nadie bebería leche o agua que quizás esté contaminada; ni aceptaría alimento que pudiera estar envenenado. Sin embargo, muchos cristianos participan en prácticas que incluso el mundo cuestiona. Nunca enfrentan el hecho de que cualquier cosa dudosa no es de fe y, por consiguiente, es pecado.

VI. ¿AGRADO A OTROS O A MÍ MISMO? (15.1–7)

Estos versículos encajan mejor en el bosquejo del capítulo 14 El fuerte debe sobrellevar las debilidades de los cristianos inmaduros y mientras lo hace, que trate de edificarlos en la fe. Debemos seguir el ejemplo de Cristo y procurar agradar a otros, no a nosotros mismos (Sal 69.9). ¿Se aplica este versículo del AT al cristiano del NT? Por supuesto que sí, porque Dios nos dio el AT para enseñarnos, para que de las promesas de Dios recibiéramos paciencia, consolación y esperanza. Debemos ser unánimes, y lo seremos si todos los creyentes procuran ayudar a otros a crecer en el Señor. La conclusión final del apóstol Pablo en el versículo 7 es: recíbanse unos a otros, porque Cristo los ha recibido a ustedes. Esto dará la gloria a Dios.
Las iglesias locales tienen el derecho a establecer normas, pero no más allá de lo que el mundo enseña. Debemos permitir, en amor, lugar para las diferencias entre cristianos y no usar esas diferencias como oportunidades para dividirnos.

15

Este capítulo concierne a los judíos y gentiles en la Iglesia, y revela tres ministerios diferentes que debemos reconocer y comprender:

I. EL MINISTERIO DE CRISTO AL JUDÍO Y AL GENTIL (15.8–13)

El que estudia la Biblia y no reconoce el ministerio doble de Cristo, primero al judío y después al gentil, nunca usará correctamente la Palabra de verdad. Cuando Cristo nació, su venida se anunció a la nación judía y se relacionó con las promesas del AT. Como indica con claridad el versículo 8, Cristo fue primero un ministro para los judíos con el propósito de confirmar los pactos y promesas del AT.
Véanse Lucas 1.30–33, 46–55, 67–80. Estos judíos llenos del Espíritu sabían que Cristo había venido a librarlos de los gentiles y a establecer el reino prometido.
Pero, ¿qué ocurrió? El pueblo de Israel rechazó a su Rey en tres ocasiones:
(1) cuando permitieron que Herodes asesinara al mensajero del Rey, Juan el Bautista;
(2) cuando pidieron que mataran a Cristo;
(3) cuando mataron a Esteban.
Tanto en los Evangelios como en Hechos, el evangelio se entregó «al judío primeramente». Si Israel hubiera recibido a Cristo, se hubiera establecido el reino y las bendiciones hubieran fluido a los gentiles a través de un Israel convertido. Pablo ya ha mostrado en Romanos 9–11 que mediante la caída de Israel (no su ascenso a la gloria) el evangelio de la gracia de Dios ha ido ahora a los gentiles. Hay un modelo de progreso en los versículos 9–11; los gentiles oyen la Palabra (Sal 18.49); los gentiles se regocijan junto a los judíos (Dt 32.43); todos los gentiles alaban a Dios (Sal 117.1); y los gentiles confían en Cristo y disfrutan de su reino (Is 11.10). Estos versículos casi resumen la historia espiritual de Israel: el versículo 9 (Véanse Hch 10–14), cuando los judíos testificaron a los gentiles; el versículo 10 (Véanse Hch 15–28), cuando los judíos y gentiles participaron juntos en el testimonio de la Iglesia; el versículo 11 (Hch 28), cuando Israel finalmente fue desechado y se les dio a los gentiles un lugar prominente en el programa de Dios (conforme se describe en las cartas de Pablo a los Efesios y Colosenses); y el versículo 12, el reino futuro, compartido con los gentiles.
El tema de la alabanza de los gentiles es Cristo. Hablando de ese día futuro cuando el Rey establezca su reino, el versículo 12 dice: «Los gentiles esperarán en Él». Pablo entonces inicia el tema de la «esperanza» en la oración del versículo 13. No tenemos que esperar para tener gozo, paz y esperanza; el Espíritu puede darnos esas bendiciones ahora.

II. EL MINISTERIO DE PABLO AL JUDÍO Y AL GENTIL (15.14–22)

Pablo anhela recalcar que es el apóstol de los gentiles. Fallar en ver el lugar especial del ministerio de Pablo en el programa de Dios traerá confusión al estudio de la Biblia que uno realiza. En el versículo 16 Pablo se describe como un sacerdote del NT, ofreciendo a los gentiles a Dios como su sacrificio de alabanza. Cada vez que ganamos un alma para Cristo, es ofrecer otro sacrificio para su gloria.
Su ministerio especial involucraba un mensaje único (el evangelio de la gracia de Dios, v. 16), milagros extraordinarios (vv. 18–19) y un método específico (v. 20, yendo donde Cristo no había sido predicado). Pablo era un pionero; no mezclaba la ley y la gracia, la fe y las obras, ni Israel y la Iglesia, de la manera en que algunos maestros lo hacen hoy. Sabemos que los judíos piden señales (1 Co 1.22), pero Dios también dio milagros para los gentiles (en Éfeso, por ejemplo, Véanse Hch 19.11, 12). No debemos pensar, entonces, que debido a que hay milagros registrados después de Hechos 7 (el rechazo final de Israel) que Dios todavía se está relacionando con la nación de Israel.
A Pablo se le impidió ir a Roma, no por Satanás, sino por las exigencias del ministerio en tantos lugares donde el evangelio no se había predicado. Ahora que había abarcado todo el territorio posible, estaba listo para visitar a Roma. El hecho de que Pablo estaba dispuesto a predicar en Roma indica que ningún otro apóstol había estado allí (Pedro, por ejemplo); porque su norma era ir a lugares donde no se había predicado el evangelio.

III. EL MINISTERIO DE LAS IGLESIAS GENTILES A LOS JUDÍOS (15.23–33)

Pablo deseaba ir a España; si estuvo allí o no alguna vez, la Biblia no lo dice. La tradición dice que sí. En cualquier caso, en el momento que escribió esta carta estaba participando en llevar la ofrenda de auxilio a los judíos empobrecidos de Palestina, contribución de las iglesias gentiles que él había fundado. Véanse los detalles en 1 Corintios 16 y 2 Corintios 8–9. Pablo da varias razones para esta ofrenda:
(1) OBLIGACIÓN ESPIRITUAL, v. 27. Puesto que los gentiles habían recibido todas sus bendiciones espirituales a través de los judíos, debían retribuirles materialmente en alguna medida. Los cristianos de hoy necesitan tener presente que los gentiles son deudores a los judíos.
(2) AMOR PERSONAL, v. 29. Pablo sentía un gran peso en su corazón por los judíos y al traerles la ofrenda les expresaba su amor.
(3) UNIDAD CRISTIANA, v. 31. Algunos de los creyentes judíos (recuérdese Hch 15) no estaban contentos con la entrada de los gentiles al redil.
Esta ofrenda ayudaría a curar la brecha que algunos causaron al decir que los gentiles tenían que convertirse primero en judíos antes de que llegaran a ser cristianos.
En este pasaje surge la cuestión de la responsabilidad que los cristianos gentiles tienen hacia los judíos hoy. Por cierto que el programa de «al judío primeramente» (1.16) fue válido durante el período de los Evangelios y Hechos 1–7, pero ya no se aplica hoy. Nuestra obligación hacia los judíos brota de la Gran Comisión, la gracia de Dios, quien nos escogió y nos ha injertado en el olivo (Ro 11.20), y la pura lógica de Romanos 10.11–17. En cuanto a condenación se refiere, no hay diferencia entre judío y gentil. En cuanto a salvación, tampoco hay diferencia. Pero Israel es todavía la nación escogida de Dios, a pesar de que fue puesta a un lado y cegada temporalmente; Israel es amada por causa de los padres (Ro 11.28). Ningún cristiano debía ser culpable de albergar prácticas o sentimientos antijudíos.
Más bien, debemos procurar testificarles y ganarles para Cristo. Como nación, Israel ha sido cegada; pero los judíos como individuos pueden hallar a Cristo conforme el Espíritu les abre los ojos.
Nótese en el versículo 31 que Pablo veía venir problemas con los judíos incrédulos, ¡y el problema surgió! Repase Hechos 21.15 y note cómo trataron a Pablo los judíos no salvos.
Este capítulo enfatiza una vez más la importancia de distinguir entre el judío, el gentil y la Iglesia (1 Co 10.32). Es más, las últimas palabras de Pablo en Romanos (16.25–27) se refieren al gran misterio de la Iglesia, el cual Pablo iba a revelar mediante su mensaje. ¡Ojalá nunca fallemos en ser administradores de sus misterios!

16

Este capítulo tal vez parezca aburrido, pero está lleno de sorpresas. Al leer la lista de nombres no podemos menos que quedar impresionados ante el amor y el interés de Pablo por ellos. Sin duda alguna muchas de estas personas se convirtieron por su ministerio y habían llegado a Roma de una manera u otra; Pablo nunca había visitado Roma y seguro que no había conocido a estos santos en otras ciudades. Como su Maestro, Pablo conocía a las ovejas por nombre y se interesaba por cada una.

I. ALGUNOS SANTOS A LOS CUALES SALUDAR (16.1–16)

Parece ser que los creyentes en Roma no se reunían en alguna asamblea general, sino que eran miembros de varios grupos en los hogares. Note los versículos 5, 10, 11 y 15. No había una «iglesia en Roma» en el sentido organizado (compárese Flp 1.1). Roma era una ciudad grande y es posible que algunas de las asambleas las componían principalmente creyentes judíos.
Es evidente de que Febe era una diaconisa que se dirigía a Roma, y por consiguiente la portadora de la epístola. «Que la recibáis, y que la ayudéis» (v. 2) son buenas admoniciones para los cristianos de hoy. Algunos eruditos sugieren que iba a Roma en busca de ayuda para algún problema legal y que Pablo le pedía a los santos que la ayudaran en ese problema especial.
¡Hallamos a Priscila y a Aquila de nuevo! ¡Qué amigos queridos fueron para Pablo! Repase Hechos 18.2–28, 1 Corintios 16.19 y 2 Timoteo 4.19. El incidente en el cual estos dos santos arriesgaron su vida por Pablo no se registra en el NT, pero, ¡qué deuda tiene la Iglesia con ellos por haberle salvado la vida! Salieron de Roma debido a la persecución, conocieron a Pablo en Corinto y ahora, al regresar a Roma, constituyen una iglesia en su casa. ¡Qué maravillosos son los caminos del Señor y las sendas de su providencia!
Nueve mujeres se mencionan en este capítulo: Febe, v. 1; Priscila, v. 3; María, v. 6; Trifena, v. 12; Trifosa, v. 12; Pérsida, v. 12; la madre de Rufo, v. 13; Julia, v. 15; y la hermana de Nereo, v. 15.
Algunos críticos han acusado a Pablo de estar en contra de las mujeres, pero ningún hombre hizo más por emancipar a las mujeres de la servidumbre pagana y dignificarlas de la manera que Dios intentó desde el principio. Pablo enseña que las mujeres tienen un lugar especial e importante en el ministerio de la iglesia local.
En varios versículos Pablo menciona a sus «parientes» (vv. 7, 11, 21). Esto no necesariamente significa parientes de sangre, sino más bien compatriotas judíos, quizás de la tribu de Benjamín.
El versículo 7 menciona a dos hombres que habían sido salvados antes que Pablo y que también fueron notables entre los apóstoles. No eran apóstoles, sino que tenían muy alta reputación entre los apóstoles.
Rufo es un hombre interesante (v. 13). Marcos 15.21 indica que el Simón que llevó la cruz fue el padre de Alejandro y de Rufo, como si estos dos hombres fueran bien conocidos entre las iglesias en el tiempo en que Marcos escribió su Evangelio. Es posible que Simón fuera en realidad el padre de Rufo, el del versículo 13, y que también ganó a su madre para el Señor. Si él y su familia se quedaron en Jerusalén, es posible que tuvieron a Pablo en su casa y que este «adoptó» a la madre de Rufo como si fuera la suya propia.

II. ALGUNOS PECADORES A LOS QUE SE DEBE EVITAR (16.17–20)

Esta advertencia suena extraña en un capítulo lleno de saludos, pero Pablo conocía los peligros en las iglesias y quería advertir a los santos. Desde luego que nosotros, como cristianos, debemos amar y perdonarnos unos a otros; pero se debe enfrentar los pecados en contra del cuerpo de la Iglesia de acuerdo a la disciplina bíblica. Los cristianos que causan problemas debido a sus deseos egoístas (usualmente orgullo, quieren decirle a todos lo que tienen que hacer), no se deben recibir en la iglesia local. «Fijarse» significa «vigilar; tener los ojos abiertos sobre ellos». Es correcto que la iglesia tenga un ojo sobre los «trota-iglesias» que van de iglesia en iglesia causando problemas y divisiones. Estas personas son seductoras al hablar y saben cómo engañar a los ingenuos, pero el santo con discernimiento verá a través de sus disfraces. ¡Conquiste a Satanás, no permita que él lo conquiste a usted!

III. ALGUNOS SIERVOS A QUIENES HONRAR (16.21–24)

¡Qué grandiosa lista de veteranos! En estos versículos hallamos a Timoteo, el hijo de Pablo en la fe y siervo del Señor (Flp 2.19–22) y Lucio, quien estuvo asociado con Pablo en los primeros días en Antioquía (Hch 13.1). (No es probable que esta persona sea Lucas.) Jasón viajó con Pablo desde Tesalónica (Hch 17.5–9); Sosípater era de Berea (Hch 20.4). Pablo amaba a estos compañeros y no podía haber ministrado sin ellos. No todos pueden ser un Pablo, pero todos podemos ayudar a otros a servir a Cristo más eficazmente.
Tercio era el amanuense (secretario) al que Pablo dictó la carta, según el Espíritu le dirigió. Es probable que era romano, conocido por los creyentes que recibieron la carta. Gayo tal vez sea la misma persona mencionada en Hechos 19.29; o tal vez Gayo de Derbe (Hch 20.4). Es con toda seguridad el Gayo de 1 Corintios 1.14; uno de los hombres que Pablo bautizó durante su ministerio en Corinto. Pablo estaba allí cuando escribió a los romanos, de modo que esto pudiera significar que estaba alojado en la casa de Gayo. Vea cómo el Señor usa muchas personas para darnos su Palabra: ¡un apóstol inspirado, un fiel secretario y huésped cristiano amigable y una mujer sacrificada!
Erasto era el tesorero municipal, lo cual muestra que el evangelio había alcanzado a las familias de funcionarios del gobierno de la ciudad. (Véanse Flp 4.22.) Tal vez sea el mismo que se menciona en 2 Timoteo 4.20. «Y el hermano Cuarto». ¡Ningún santo es demasiado insignificante como para que Pablo no lo mencione! Lea 1 Tesalonicenses 5.12, 13 y vea cómo este pensamiento se aplica allí.
Pablo siempre firmaba sus cartas, con su «firma de gracia» (2 Ts 3.17–18), y así lo hace aquí en el versículo 24. Es probable que lo hizo para añadir personalmente esta gran doxología que enfatiza el misterio de la Iglesia. Los profetas que menciona en el versículo 27 son los del NT, mediante los cuales Dios reveló las verdades de la Iglesia y el evangelio de la gracia. Véanse Hechos 13.1, 15.32, 21.10; 1 Corintios 12.28–29, 14.29–32, Efesios 2.20, 3.5 y 4.11.
Así queda completa la carta a los Romanos. Si la comprendemos y la aplicamos, el versículo 27 será verdad: «Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre».