Fue
escrito por Lucas como el segundo tomo de su obra que constaba de dos partes:
Lucas, Hechos. Hechos es una reseña de la iglesia primitiva al ir creciendo de
una pequeña banda de discípulos llenos de temor, a un grupo de creyentes
diseminados a lo largo y ancho del Imperio Romano. Enfoca la obra de Pedro (con
los judíos) y de Pablo (con los gentiles).
Este libro une los
evangelios con las epístolas. Contiene muchos detalles sobre los apóstoles
Pedro y Pablo, y de la Iglesia cristiana desde la ascensión de nuestro Señor
hasta la llegada de San Pablo a Roma, período de unos treinta años. San Lucas
es el autor de este libro; estuvo presente en muchos de los sucesos relatados y
atendió a Pablo en Roma. Pero el relato no entrega una historia completa de la
Iglesia durante el período a que se refiere, ni siquiera de la vida de San
Pablo.
Se ha considerado
que el objetivo de este libro es:
1. Relatar la forma
en que fueron comunicados los dones del Espíritu Santo en el día de
Pentecostés, y los milagros realizados por los apóstoles para confirmar la
verdad del cristianismo, porque muestran que se cumplieron realmente las
declaraciones de Cristo.
2. Probar la
pretensión de los gentiles de haber sido admitidos en la Iglesia de Cristo.
Gran parte del contenido de este libro demuestra eso.
Una gran parte de
los Hechos lo ocupan los discursos o sermones de diversas personas, cuyos
lenguajes y maneras difieren, y todos los cuales se verá que son conforme a las
personas que los dieron, y las ocasiones en que fueron pronunciados. Parece que
la mayoría de estos discursos son sólo la sustancia de lo que fue dicho en el
momento. Sin embargo, se relacionan enteramente a Jesús como el Cristo, el
Mesías ungido.
BOSQUEJO SUGERIDO DE
HECHOS
I. El
ministerio de Pedro: Misión a Israel (1–12)
A. Pedro y los
judíos (1–7)
1. Preparación
para el Pentecostés (1)
2. El primer
mensaje de Pedro (2)
3. El segundo
mensaje de Pedro (3)
4. La primera
persecución (4)
5. La segunda
persecución (5)
6. El rechazo
final de Israel: Matan a Esteban (6–7)
B. Pedro y los
samaritanos (8)
C. La
conversión de Saulo (9)
D. Pedro y los
gentiles (10–11)
E. Arresto y
liberación de Pedro (12)
II. El
ministerio de Pablo: Misión a judíos y gentiles (13–28)
A. Primer viaje
misionero de Pablo (13–14)
B. Pablo
defiende el evangelio (15)
C. Segundo
viaje misionero de Pablo (16.1–18.22)
D. Tercer viaje
misionero de Pablo (18.23–21.17)
E. Arresto de
Pablo y viaje a Roma (21.18–28.31)
Hechos abarca un tiempo de
transición cuando Israel se retira de la escena y la Iglesia sale a primera
fila. El programa profético de Dios bosquejado en el AT da lugar a un nuevo
programa, el misterio de la Iglesia. Fue principalmente a través de Pablo que
Dios reveló su nuevo programa (Véanse Ef 3).
NOTAS
PRELIMINARES A HECHOS
I. ESCRITOR
Lucas, el médico amado, es el
autor de Hechos. El «primer tratado» (Hch 1.1) es el Evangelio de Lucas (Véanse
Lc 1.1–4). Lucas era un médico (Col 4.14) que se unió al grupo de Pablo en
Troas (Hch 16.8–10; nótese el cambio del «descendieron [ellos]» al «procuramos
[nosotros]») y viajó con el misionero a Filipos. Es evidente que se quedó en
Filipos y no se unió a Pablo sino cuando este regresó de su tercer viaje
(20.6). Por lo general se cree que Lucas fue un gentil.
II. TEMA
Es de vital importancia que
comprendamos el mensaje básico del libro de Hechos, y para hacerlo debemos examinarlo
en sentido general para captar su mensaje. Es este libro vemos el mensaje del reino
y la puesta a un lado de la situación de Israel; también presenciamos la
expansión de la Iglesia y el mensaje de la gracia de Dios. En los capítulos 1–7
definitivamente estamos en terreno judío. Si tenemos presente que Hechos es en
realidad una continuación de Lucas y reflexionamos en Lucas 24.46, veremos por
qué los discípulos empezaron en Jerusalén: Cristo les ordenó que se quedaran
allí hasta que viniera el Espíritu. Su ministerio debía empezar en Jerusalén:
«al judío primeramente» (Ro 1.16). Incluso, cuando llegamos a Hechos 8.1,
hallamos a los apóstoles que con valor permanecen en Jerusalén, mientras que
los demás huyen. No desobedecían al Señor, sino seguían sus órdenes.
Las siguientes son unas pocas de
las muchas evidencias en Hechos 1–7 de que el ministerio de los apóstoles en
este tiempo fue a los judíos y todavía era el mensaje del reino:
(1) Los discípulos esperaban el
establecimiento del reino (1.6) y Cristo no los reprendió por su petición. Él
les prometió que se sentarían en doce tronos (Mt 19.28).
(2) Era necesario que eligieran al
doceavo apóstol (1.22) para que tomara el lugar de Judas, de manera que la
promesa de Cristo pudiera cumplirse. No se suponía que Pablo fuera ese nuevo
apóstol, por cuanto su ministerio fue principalmente a los gentiles. Su
ministerio tenía que ver con un cuerpo: la Iglesia.
(3) Pedro predicó a los hombres de Judá,
Jerusalén e Israel en su mensaje en Pentecostés (2.14, 22). No habló a los
gentiles. Ante todo, fue un mensaje judío, para una congregación judía, en una
festividad religiosa judía.
(4) La profecía de Joel (Hch 2.16) se
relaciona en primer lugar a Israel, no a la Iglesia.
(5) Pedro describió la cruz como
instrumento de crimen, no como el remedio de la gracia de Dios para el pecado
(2.22–23). Compare esto con el mensaje de Pablo en 2 Corintios 5.
(6) El tema de Pedro en Pentecostés
es la resurrección. Cristo prometió darle a Israel una señal, la del profeta
Jonás, que es la muerte, sepultura y resurrección (Mt 12.38). De esta señal
predicó Pedro. Dios estaba ahora dándole a Israel otra oportunidad para que
aceptaran al Mesías y fueran salvos.
(7) Los apóstoles y los primeros
convertidos adoraban en el templo (2.46; 3.1) y mantuvieron contacto con el
ministerio del templo hasta que los expulsaron.
(8) Pedro dijo que los días de la
bendición que estaban experimentando en Hechos habían sido profetizados por los
profetas del AT (3.21, 24). Pero la Iglesia era un misterio que Dios tenía
escondido y no lo dio a conocer a plenitud sino hasta el ministerio de Pablo
(léase con cuidado Ef 3). Los profetas hablaban del reino judío, no de la
Iglesia. Confundir estas dos cosas crea problemas.
(9) Jerusalén era el centro de la
bendición; todo el mundo llegaba allá (5.16). Era definitivamente terreno del
reino; Véanse Isaías 66.5.
(10) Pedro sin rodeos le dijo al
concilio que el mensaje era de arrepentimiento para Israel (5.31).
(11) En el capítulo 7, Esteban repasó
la historia de Israel y mostró cómo la nación había rechazado la verdad a
través de los años. No hace falta mucho esfuerzo para ver que en los primeros
siete capítulos de Hechos el interés está en la nación judía y que el mensaje
tiene que ver en primer lugar al reino, no a la Iglesia. Es importante que
comprendamos el porqué.
Hay tres asesinatos en la historia
de Israel que marcan su rechazo a la voluntad de Dios. Juan el Bautista vino
predicando el reino (Mt 3.1) y los judíos permitieron su asesinato. De esta
manera rechazaron al Padre que le envió. Luego vino Jesús, predicando el mismo
mensaje (Mt 4.12–17), y le crucificaron. De este modo, rechazaron a Dios el
Hijo. En la cruz Jesús oró por los judíos: «Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen» (Lc 23.34). Esta oración hizo posible una tercera oferta del reino
mediante los apóstoles, registrada en los primeros siete capítulos de Hechos.
¿Cuál fue el resultado? ¡Los líderes religiosos asesinaron a Esteban! Este fue
el pecado de resistir al Espíritu Santo (Hch 7.51), el «pecado imperdonable» de
que Cristo habló en Mateo 12.31, 32. La muerte de Esteban marca el cierre de la
oferta de Dios del reino a los judíos.
En los capítulos 8–12 tenemos una
transición. En el capítulo 8 el evangelio va de los judíos a los samaritanos.
En el capítulo 9 Pablo se convierte de una manera inusual y milagrosa, y Dios
prepara al apóstol para su ministerio a la Iglesia. En el capítulo 10 el
evangelio va a los gentiles y Pedro defiende esta nueva partida en el capítulo
11. En el capítulo 12 vemos a Pedro por última vez como líder entre los
creyentes. En el capítulo 13 es Pablo el que asume el liderazgo, aquí y por
todo el resto del libro.
III. LA
IGLESIA EN HECHOS
Si los primeros siete capítulos
describen un mensaje que se ofrecía a los judíos, entonces, ¿dónde encaja la
Iglesia, el cuerpo de Cristo? La respuesta: la Iglesia empezó en Pentecostés,
pero Dios no la reveló a plenitud sino hasta más tarde, principalmente a través
de los escritos de Pablo. Cristo prometió edificar su Iglesia (Mt 16.18); pero
casi en el mismo instante le dio a Pedro «las llaves del reino de los cielos»
(Mt 16.19). Pedro usó estas «llaves» para abrir la puerta de la fe a los judíos
en Pentecostés (Hch 2), a los samaritanos (cap. 8) y a los gentiles (cap. 10).
En otras palabras, hay una transición en estos primeros siete capítulos de
Hechos, con Israel y el reino saliendo de la escena, y entrando la Iglesia y el
evangelio de la gracia de Dios.
Cristo les prometió a los
apóstoles un bautismo del Espíritu (Hch 1.5) y esto sucedió en Pentecostés (Hch
2; Véanse 1 Co 12.13) y en la casa de Cornelio (Hch 10.45; Véanse 11.15–17).
Estos dos sucesos incluyeron tanto a judíos como a gentiles, y así se formó el
cuerpo de Cristo. Los apóstoles no sabían si Israel recibiría o no su oferta
del reino (1.6, 7), pero Cristo sí lo sabía. De esta manera la Iglesia estaba a
punto de hacerse cargo del propósito de Dios debido al fracaso de Israel.
Es fácil ver que a medida que la
acción de la Iglesia empieza a llenar las páginas de Hechos, Israel se vuelve
menos y menos significativa en el programa de Dios sobre la tierra. En el
capítulo final (28.17) Pablo pronunció el juicio de Dios sobre la nación. Como
explica Romanos 9–11 Dios dejó a un lado a Israel hasta que «la plenitud de los
gentiles» (Ro 11.25) pudiera ser una realidad mediante el ministerio de la
Iglesia. Debe reconocerse este énfasis del reino que se halla en los primeros
siete capítulos de Hechos; de otra manera uno pudiera aplicar ciertas prácticas
que en realidad no se ajustan a la iglesia de hoy.
Por ejemplo, algunos cristianos
bien intencionados quieren «regresar a Pentecostés» en busca de su ideal
espiritual; pero a la luz del análisis que acabamos de hacer, Pentecostés (un festival
judío) incluyó señales para los judíos que no necesariamente tienen relevancia
para la iglesia de hoy. El «comunismo cristiano» de Hechos 4.31 no es para
nosotros hoy. Fue una evidencia temporal de la obra de gracia del Espíritu, un
cuadro de la bendición del reino que vendrá. Por supuesto, los principios
espirituales dados en estos capítulos se aplican a los creyentes de todas las
edades; pero debemos tener cuidado de no mezclar la verdad del reino del AT con
la verdad de la Iglesia, y así confundir el mensaje y el ministerio.
IV. EL
ESPÍRITU SANTO EN HECHOS
A este libro se le pudiera bien
llamar «Los Hechos del Espíritu Santo». Es importante notar el progreso en la
experiencia de los creyentes según el libro avanza de terreno judío al terreno
de la Iglesia.
Hechos 2.38: Pedro les dice a los
judíos que se arrepientan, que crean y sean bautizados para recibir al
Espíritu.
Hechos 8.14–15: Pedro ora por los
samaritanos para que reciban el Espíritu, les impone las manos y reciben el don
del Espíritu.
Hechos 10.44: ¡El Espíritu Santo
viene sobre los gentiles cuando creen, y Pedro sólo puede asombrarse! Hechos
10.44 es el patrón de Dios para hoy: oír la Palabra, creer, recibir el Espíritu
y después bautizarse como evidencia de la fe.
V. EL BAUTISMO
EN HECHOS
Cuando Pedro estaba ofreciendo el
reino a los judíos, el bautismo era esencial para que recibieran el Espíritu
Santo (Hch 2.38). El bautismo en el nombre del Mesías rechazado los
identificaría con Él y los separaría de los demás judíos, a quienes Pedro llama
«esta perversa generación» (2.40). Pero el bautismo de los samaritanos no les
concedió el Espíritu (8.12–17). Tuvieron que llamar a Pedro y a Juan, dos
judíos, quienes oraron por los nuevos creyentes y les impusieron las manos; y
entonces recibieron el Espíritu. Así fue el segundo uso que Pedro hizo de «las
llaves del reino». Pero el modelo del bautismo para esta edad se halla en
Hechos 10.44–48: estos creyentes fueron bautizados después que recibieron el
don del Espíritu.
AUTOR Y FECHA
La
fecha de Hechos tiene que caer después de Lucas, o sea, entre 75 y 85 d.C.;
pero muchos lo fechan en 62 d.C. Aunque los dos tomos son anónimos, los padres
de la iglesia los atribuyen a Lucas, compañero de Pablo (Flm 24; Col 4.14; 2 Ti
4.11). A veces se discute el significado de los pasajes en que el autor cambia
repentinamente de tercera persona a primera persona y dice «nosotros» (Hch
16.10–17; 20.5–15; 21.8–18; 27.1–28.16), sugiriendo así que era testigo ocular.
En realidad, no hay impedimento insuperable para que Lucas fuera el compañero
de viaje de Pablo.
Lo que
el texto sí revela de Lucas es su control de diferentes estilos literarios, su
Preparación Helenista, su conocimiento vasto del Antiguo Testamento, su talento
como narrador y su imaginación como tejedor de un relato conexo y complejo.
En sus
descripciones breves y magistrales Lucas conjuga todo un mundo. Por ejemplo,
con dos trazos Pedro sale de la prisión y tipifica así la salvación de todo
creyente (cf. el himno bautismal citado en Ef. 5.14, que alude a este rescate);
de igual manera, el naufragio de Pablo (27.1–44) ejemplifica la protección
divina otorgada a los portavoces del evangelio. Tales narraciones (1.1)
contadas «en secuencia» (1.3) convencen al lector. Los discursos de defensa de
Pablo (22.3–21; 24.10–21; 26.4–23) nos persuaden de la veracidad del orador.
Para leer Hechos con entendimiento, entonces, tenemos que captar sus temas
mediante el argumento narrativo, su trama. Por tanto, la secuencia de los
acontecimientos es de vital importancia.
NOMBRE
COMO PRESENTA A JESÚS: Hech: 1: 9. Señor Ascendido.
1
I. UN NUEVO LIBRO (1.1–2)
El «primer tratado» a que se
refiere es el Evangelio de Lucas (Véanse Lc 1.1–4), donde Lucas relató la
historia de lo que Jesús empezó a hacer y a enseñar mientras estaba en la
tierra. Hechos retoma la narración, relatando lo que Él continuó haciendo y
enseñando a través de la Iglesia en la tierra. El Evangelio de Lucas relata el
ministerio de Cristo en la tierra en un cuerpo físico, en tanto que Hechos relata
su ministerio desde el cielo a través de su cuerpo espiritual, la Iglesia. Por
ejemplo, en 1.24 los creyentes le piden al Cristo ascendido que les muestre a
qué hombre deben elegir como apóstol. En 2.47 es el Señor el que añade
creyentes a la asamblea. En 13.1–3 es Cristo, mediante su Espíritu, quien envía
a los primeros misioneros; y en 14.27 Pablo y Bernabé relatan lo que Dios hizo
a través de ellos.
Todo cristiano necesita salir del
Evangelio de Lucas y entrar en Hechos. Saber acerca del nacimiento, vida,
muerte y resurrección de Cristo es suficiente para la salvación, pero no para
el servicio lleno del poder del Espíritu. Debemos identificarnos con Él como
nuestro Señor ascendido y permitirle que obre a través de nosotros en el mundo.
La Iglesia no es simplemente una organización involucrada en el trabajo
religioso; es un organismo divino, el cuerpo de Cristo sobre la tierra, a
través del cual su vida y poder deben operar. Él murió por el mundo perdido;
nosotros debemos dar nuestra vida para traer a ese mundo a Cristo.
II. UNA NUEVA EXPERIENCIA (1.3–8)
Cristo ministró a los apóstoles
durante los cuarenta días que estuvo en esta tierra después de su resurrección.
Se debe leer Lucas 24.36 en conexión con estos versículos. En ambos lugares
Cristo instruyó a los apóstoles a que se quedaran en Jerusalén y esperaran la
venida del Espíritu. Debían empezar su ministerio en Jerusalén.
Juan el Bautista anunció este
bautismo del Espíritu (Mt 3.11; Mc 1.8; Lc 3.16; Jn 1.33). Nótese que Cristo no
dijo nada respecto a un bautismo con fuego, porque ese bautismo se refiere al
juicio. La venida del Espíritu uniría a todos los creyentes en un cuerpo, que
se conocería como la Iglesia (Véanse 1 Co 12.13). El Espíritu también les daría
a los creyentes poder para ser testigos a los perdidos.
Finalmente, el Espíritu
capacitaría a los creyentes para hablar en lenguas y hacer otras obras
milagrosas para despertar a los judíos. (Véanse 1 Co 1.22: los judíos exigen
señal.) Hay en realidad dos referencias de este bautismo del Espíritu en
Hechos: en el capítulo 2, cuando Él bautizó a judíos; y en el capítulo 10 (Véanse
Hch 11.16) cuando vino sobre creyentes gentiles. De acuerdo a Efesios 2.11, el
cuerpo de Cristo está compuesto por judíos y gentiles, todos bautizados en este
cuerpo espiritual. Es incorrecto orar por un bautismo del Espíritu; podemos
pedirle a Dios que nos llene (Ef 5.18), o que nos dé poder para un servicio
especial (Hch 10.38), pero no debemos orar por su bautismo.
¿Era correcto que los apóstoles le
preguntaran a Cristo acerca del reino? (vv. 6–8). Sí. En Mateo 22.1–10 Cristo
prometió darle a la nación de Israel otra oportunidad para recibirle a Él y su
reino. En Mateo 19.28 Cristo prometió que los apóstoles se sentarían en doce
tronos (Véanse Lc 22.28–30). En Mateo 12.31–45 Cristo afirmó que Israel tendría
otra oportunidad para ser salva, incluso después de haber pecado contra el
Hijo, y prometió darles una señal para alentarles. Fue la señal de Jonás: la muerte,
sepultura y resurrección. Los apóstoles sabían que su ministerio empezaría con
Israel (véanse las notas introductorias); ahora querían saber lo que Israel
haría. ¿Aceptaría el mensaje o lo rechazaría?
Cristo no les dijo si lo haría o
no. Si les hubiera dicho a los apóstoles que Israel despreciaría las buenas nuevas,
no hubieran podido dar al pueblo una oferta sincera; su ministerio hubiera sido
falso. Lo que les dijo fue que debían ser testigos, empezando en Jerusalén y
con el andar del tiempo llegar a todo el mundo.
III. UNA NUEVA SEGURIDAD (1.9–11)
No confunda las promesas del v. 11
con las del Rapto de la Iglesia dadas mediante Pablo en 1 Tesalonicenses 4. Los
ángeles aquí están prometiendo que Cristo volverá al Monte de los Olivos, visiblemente
y en gloria. Lucas 21.27 y Zacarías 14.4 dan la misma promesa. Si Israel
hubiera aceptado el mensaje de los apóstoles, Cristo hubiera regresado al Monte
de los Olivos (Véanse Hch 3.19–21) y establecido su reino. Los misioneros
judíos hubieran esparcido su evangelio hasta los fines de la tierra, e Israel
hubiera sido el centro de la bendición para toda la humanidad, según se promete
en Isaías 35.1–6 y 65.19–23.
IV. UN NUEVO APÓSTOL (1.12–25)
¿Estuvo bien que los apóstoles
seleccionaran este nuevo hombre? ¡Por supuesto! Debían tener doce hombres para
sentarse en los doce tronos prometidos (Mt 19.28; Lc 22.28–30) si Israel se
arrepentía y recibía el reino. Su decisión se basó en la Palabra de Dios (Sal
109.8; 69.25) y en la continua oración (Hch 1.14, 24). El seleccionado, Matías,
fue ratificado por Dios puesto que junto a los otros recibió la plenitud del
Espíritu el día de Pentecostés.
Nótese que Pedro se hizo cargo de
la reunión. Este es quizás otro uso de sus poderes de «atar y desatar» que
Cristo le dio en Mateo 16.19. El cielo les dirigió y ratificó su decisión
después que la tomaron.
Pablo no podía ser el doceavo
apóstol. Por un lado, no llenaba los requisitos que aparecen en los versículos
21–22; y además, su ministerio especial tenía que ver con la Iglesia, no con el
reino.
Ahora todo estaba listo para la
venida del Espíritu. Sólo era cuestión de tiempo y mientras los creyentes
esperaban el día de Pentecostés, pasaban sus horas en oración y comunión en el
aposento alto.
2
El día de Pentecostés tenía lugar
cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias. (La palabra «pentecostés»
significa «cincuentavo».) Esta fiesta se describe en Levítico 23.15–21. Así
como la Pascua es un cuadro de la muerte de Cristo (1 Co 5.7) y las Primicias
uno de su resurrección (1 Co 15.20–23), Pentecostés es un cuadro de la venida
del Espíritu Santo (1 Co 12.13). Las hogazas de panes con levadura se
presentaban ese día, un cuadro de la Iglesia compuesta de judíos y gentiles.
(En 1 Co 10.17 la Iglesia se describe como un pan.) La levadura en el pan habla
del pecado que todavía hay en la Iglesia. Hay dos referencias al bautismo del
Espíritu en Hechos: sobre los judíos en Hechos 2, y sobre los gentiles en
Hechos 10. Los dos panes presentados en Pentecostés eran sombra anticipada de
estos acontecimientos.
I. LOS MILAGROS (2.1–13)
Los creyentes estaban esperando y
orando conforme Cristo les había ordenado (Lc 24.49), y en el tiempo apropiado
el Espíritu descendió. Cuando lo hizo, los bautizó en un cuerpo espiritual en
Cristo (véanse Hch 1.4–5; 1 Co 12.13), y les llenó con poder para testificar
(Hch 2.4). El sonido de un viento recio nos recuerda a Juan 3.8 y de la
profecía de Ezequiel sobre los huesos secos (Ez 37). Las lenguas de fuego
simbolizaban el poder divino que hablaría por Dios. No confunda estas lenguas
de fuego con el bautismo de fuego al que hace alusión Mateo 3.11. El bautismo
de fuego que se menciona allí se refiere al tiempo de la tribulación de Israel.
Puesto que todo creyente es bautizado por el Espíritu (1 Co 12.13), no es
correcto orar por un bautismo del Espíritu Santo y fuego.
Los creyentes hablaron en lenguas.
No predicaron en lenguas, sino que más bien alabaron a Dios en idiomas que no
sabían naturalmente (Véanse Hch 2.11). Es evidente que estaban en el aposento
alto cuando descendió el Espíritu (2.2), pero deben haber salido a los atrios
del templo donde se reunió una gran multitud. El propósito del don de lenguas
fue impresionar a los judíos con el milagro que se estaba realizando. En 10.46
los gentiles hablaron en lenguas como prueba a los apóstoles de que habían recibido
el Espíritu; y en 19.6 los efesios seguidores de Juan el Bautista hablaron en
lenguas por la misma razón.
II. EL MENSAJE (2.14–41)
A. INTRODUCCIÓN (VV. 14–21).
Pedro respondió primero a la
acusación de que los hombres estaban borrachos. Ningún judío comería o bebería
nada antes de las nueve de la mañana en el Shabat o en un día de fiesta, y era
entonces la hora tercera del día, o sea las nueve de la mañana. Nótese que en
todo este sermón Pedro se dirige sólo a los judíos (vv. 14, 22, 29, 36).
Pentecostés era una fiesta judía y no había gentiles participando.
En este sermón Pedro se dirigió a
la nación judía y le demostró que su Mesías se había levantado de los muertos.
En los versículos 16–21 Pedro hizo referencia a Joel 2.28–32 (lea ese pasaje
con todo cuidado). No dijo que esto era un cumplimiento de la profecía, porque
las palabras de Joel no se van a cumplir sino hasta el fin de la tribulación,
cuando Cristo vuelva a la tierra. Pedro sí dijo que este era el mismo Espíritu
del que se habla en Joel. Los versículos 17 y 18 se cumplieron en Pentecostés,
no así los versículos 19–21, y no se cumplirán sino hasta el fin de los
tiempos. Entre los versículos 18 y 19 se desarrolla la era de la Iglesia.
B. LA EXPLICACIÓN (VV. 22–36).
Pedro ahora demuestra a los judíos
que Jesucristo estaba vivo. Usó cinco argumentos muy convincentes:
(1) La persona y vida de Cristo
exigían que Él se levantara de los muertos (vv. 22–24).
Véanse Juan 10.17–18.
¡El que resucitó a otros no podía quedarse muerto!
(2) El Salmo
16.8–11 predecía la resurrección (vv. 25–31).
(3) Los
apóstoles mismos eran testigos y habían visto al Cristo resucitado (v. 32).
(4) La venida
del Espíritu es prueba de que Jesús vive (v. 33).
(5) El Salmo
110.1 prometía su resurrección (vv. 33–35).
Tenga presente que Pedro no está
predicando el evangelio de la cruz como nosotros lo hacemos hoy en día. Estaba
acusando a Israel de un gran crimen (v. 23), y le advertía que había rechazado
y crucificado a su Mesías (v. 36). Pedro estaba dándole a Israel una
oportunidad más de recibir a Cristo. Habían matado a Juan el Bautista y a
Jesús, pero ahora Dios les daba otra oportunidad. La resurrección de Cristo fue
la «señal de Jonás» prometida, que demostraba que Él era el Mesías (Mt
12.38–40).
C. LA APLICACIÓN (VV. 37–40).
Los hombres quedaron culpables y
le pidieron consejo a Pedro. Este les dijo que se arrepintieran, que creyeran y
que se bautizaran; así se identificarían con Jesús como el Cristo. Este es el
mismo mensaje que predicaron Juan el Bautista (Mc 1.4) y Jesús (Mt 4.17). Hacer
que el bautismo sea esencial para la salvación y para recibir el Espíritu es
negar la experiencia de los gentiles en Hechos 10.44–48, que es el modelo de
Dios para hoy. (Véanse las notas introductorias a Hechos.) Los judíos en Hechos
2 recibieron el Espíritu cuando se arrepintieron y bautizaron; los samaritanos
en Hechos 8 recibieron el Espíritu mediante la imposición de manos de los
apóstoles; pero los creyentes de hoy reciben el Espíritu cuando creen, como
sucedió con los gentiles en Hechos 10. No hay salvación en las aguas del bautismo,
porque la salvación es por la fe en Jesús.
Pedro afirmó que la promesa del
Espíritu no era sólo para los judíos presentes en Jerusalén, sino también para
los esparcidos por todo el mundo (v. 39; Véanse Dn 9.7). Este versículo no
puede referirse a los gentiles, porque estos no recibieron ninguna promesa (Ef
2.11, 12).
III. LA
MULTITUD (2.42–47)
Nótese que los creyentes
permanecieron en el templo y dieron su testimonio y adoración. El Espíritu les
dio unidad de corazón y de mente, y añadía creyentes cada día a la Iglesia.
Estos versículos son una hermosa descripción de lo que será la vida durante la
edad del reino. Aun cuando la Iglesia (como nosotros la conocemos) existía
entonces sólo en la mente de Dios, su plena revelación no fue efectiva sino
hasta más tarde por Pablo. Hechos 2 es un mensaje para el pueblo judío, de modo
que no lea en estos versículos verdades que sólo se revelaron posteriormente.
La iglesia de hoy no se reúne en el templo judío, ni se le pide que practique
el comunismo. La oferta del reino estaba aún abierta y continuaría estándolo
hasta los sucesos de Hechos 7, cuando los líderes de la nación resistieron al Espíritu
una vez más y mataron a Esteban.
3
I. PODER (3.1–11)
El hecho de que Pedro y Juan
todavía asistían al templo y observaban las costumbres judías es evidencia de
que estos primeros siete capítulos de Hechos tienen un énfasis judío. Ningún
cristiano hoy que comprende Gálatas y Hebreos participaría de las prácticas del
AT.
El cojo es una vívida ilustración
del pecador perdido pues:
(1) nació cojo, y todos nacemos pecadores;
(2) no podía andar, y ningún pecador
puede andar de manera que agrade a Dios;
(3) estaba fuera del templo, y los
pecadores están fuera del templo de Dios, la Iglesia;
(4) mendigaba, porque los pecadores
son mendigos buscando satisfacción.
Pedro realizó este milagro, no
sólo para aliviar la invalidez del hombre y salvar su alma, sino también para
probar a los judíos que el Espíritu Santo había venido con las bendiciones
prometidas.
Isaías 35.6 promete a los judíos
que Israel disfrutaría de tales milagros cuando recibieran a su Mesías.
La conducta del hombre después del
milagro muestra cómo debe actuar cada cristiano: entró en el templo en comunión
con los siervos de Dios y alabó a Dios. Su andar era nuevo y diferente, y no
huyó de la persecución. Era tal su testimonio que los oficiales no tenían
explicación para lo que había ocurrido.
II. PREDICACIÓN (3.12–26)
Pedro usó esta curación como una
oportunidad para presentar a Cristo y ofrecer perdón a la nación.
Nótese que se dirige a los
«varones israelitas», como lo hizo en 2.14 y 22. Les predicó a Cristo y les acusó
de negar a su Mesías. Justo unas pocas semanas antes Pedro mismo había negado a
Cristo tres veces. Sin embargo, debido a que confesó su pecado y arregló las
cuentas con el Señor (Jn 21), pudo olvidar su fracaso. (Léase Ro 8.32–34.)
El versículo 17 es de mucha
importancia, porque Pedro allí afirmó que la ignorancia de Israel le hizo
cometer este crimen terrible. La ignorancia no es excusa, pero sí afecta la
pena que se impone. Por eso es que Jesús oró: «Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen» (Lc 23.34). Dios estaba ahora dando a Israel una
oportunidad más para recibir a su Mesías. Pedro prometió, en los versículo
19–20, que si la nación se arrepentía y recibía al Señor, Él borraría sus
pecados (Is 43.25; 44.22–23), enviaría a Cristo y daría «tiempos de
refrigerio». Estos «tiempos» se describen en Jeremías 23.5; Miqueas 4.3; Isaías
11.2–9; 35.1–6; y 65.19–23. Pedro no describe aquí la salvación individual
tanto como la bendición que vendría a la nación si se arrepentían y creían. Por
supuesto, la salvación nacional dependía de la fe personal.
El cielo recibiría y retendría a
Cristo hasta que Israel se arrepintiera, y entonces vendrían los «tiempos de la
restauración». Esto se refiere al reino que Cristo establecerá cuando Israel se
vuelva a Él y crea. En el versículo 21 Pedro afirma que de este hecho hablaron
los profetas, lo cual prueba que no se refería a la Iglesia. El «misterio» de
la Iglesia no se les reveló a los profetas del AT. Los profetas hablaron del
futuro reino de Israel, y ese reino se hubiera establecido si los gobernantes y
el pueblo hubieran creído el mensaje de Pedro y se hubieran arrepentido.
¿Qué en cuanto a los gentiles?
Pedro lo respondió en el versículo 25. Los judíos eran hijos de Abraham y del
pacto de Dios, y Él guardaría su promesa a Abraham y bendeciría a los gentiles mediante
Israel. «En tu simiente [la de Abraham] serán benditas todas las familias [los
gentiles] de la tierra» (véanse Gn 12.3; 22.18). El programa de Dios en el AT
era bendecir a los gentiles mediante el Israel restaurado, y Pedro y los demás
apóstoles judíos lo sabían. Se dieron cuenta de que Dios prometió bendecir a
los gentiles cuando Israel fuera establecido en su reino. Es por eso que los apóstoles
no pudieron comprender por qué Pablo se marchó a los gentiles después que
Israel fue desechado. No se dieron cuenta entonces del «programa de misterio»
que Dios reveló a través de Pablo, de que mediante la caída de Israel los
gentiles serían salvos (Véanse Ro 11.11, 12). Este programa fue un «misterio»
oculto en los días del AT, pero revelado a través de Pablo (léase Ef 3). Cuando
la nación mató a Esteban y cometió el «pecado imperdonable» contra el Espíritu
Santo, el programa profético de Dios para los judíos se detuvo. A partir de ese
día Israel fue puesto a un lado y la Iglesia pasó al escenario central.
¿Cómo respondió la nación a la
invitación? Mucha de la gente común creyó y se salvó, pero los gobernantes
hicieron arrestar a los apóstoles. Los saduceos, por supuesto, no creían en la
resurrección, y rechazaron el mensaje de Pedro de que Cristo había resucitado
de entre los muertos. Los fariseos detestaban a Jesús porque los había
condenado (Mt 23). Comenzó la persecución que Cristo prometió a los apóstoles
en Juan 15.18–16.4, como lo veremos en el próximo capítulo.
4
I. EL ARRESTO (4.1–4)
Este es el principio de la
persecución de la Iglesia. Los saduceos no creían en la resurrección de los muertos
y se opusieron a la predicación de Pedro. Los sacerdotes, por supuesto, no
querían que los acusaran de la crucifixión de Cristo. Los líderes de Israel ni
siquiera se dieron cuenta de que el mensaje de Pedro ¡era lo único que podía
salvar a la nación! Si hubieran admitido su pecado y recibido a Cristo, Él
hubiera derramado las promesas que los profetas habían proclamado siglos antes.
II. EL JUICIO (4.5–22)
La corte que se reunió aquí,
compuesta ante todo por familiares del sumo sacerdote, se había corrompido con
el correr de los años. Esta fue una reunión oficial del sanedrín, el supremo
concilio judío. Algunos de estos mismos hombres habían ayudado en el «juicio»
de Cristo no muchas semanas antes. Es más, su pregunta en el versículo 7 nos
recuerda del juicio de Jesús (léase de nuevo Mt 26.57). Jesús había prometido a
los discípulos que el mundo los trataría de la misma manera que le había
tratado a Él (Jn 15.17). Nótese también que en Mateo 21.23–44 estos mismos
líderes habían cuestionado a Cristo respecto a su autoridad.
El Espíritu Santo dirigió la
respuesta de Pedro, en cumplimiento a la promesa que se halla en Lucas 21.12–15
y Mateo 10.20. Los creyentes de hoy nunca deben reclamar esta promesa como una
excusa para descuidar el estudio y la preparación para la enseñanza o
predicación. Si hemos sido fieles en otras ocasiones, el Espíritu Santo nos
ayuda en esas horas de emergencia cuando la preparación es imposible.
Pedro intrépidamente afirmó que
Jesucristo, el crucificado y ahora vivo Señor, realizó el milagro por medio de
sus apóstoles. ¡Cómo deben haber temblado esos judíos al verse cara a cara con
su crimen! Sin embargo, de nada sirvió, porque sus corazones estaban
encallecidos.
El versículo 11 identifica a
Cristo como la Piedra y a los líderes judíos como los edificadores. Esto es una
cita del Salmo 118.22, 23. Cristo mismo usó este pasaje al debatir con esos
líderes (Mt 21.43).
Los judíos rechazaron a Cristo
como la Piedra escogida sobre la cual se establecería el reino; esa Piedra desechada
llegó a ser la Piedra angular de la Iglesia (Ef 2.20). Nótese que Pedro afirmó
sin rodeos que Israel había rechazado a Cristo. Sin embargo, en el versículo 12
les invitó a creer en Él y ser salvos. En tanto que es cierto que este
versículo se aplica a todos los pecadores en cualquier época, tenía un significado
especial para la nación en los días de Pedro. Si los líderes se hubieran
arrepentido y recibido a Cristo, Él hubiera salvado a la nación de la terrible
tragedia que vino pocos años después, cuando Roma destruyó el templo y la
ciudad.
En los versículos 13–17 el
«jurado» se retiró a deliberar el caso. Quedaron impresionados por la intrepidez
de los apóstoles. Esto era significativo, puesto que Pedro había negado al
Señor con miedo apenas unas semanas antes. La frase «sin letras y del vulgo»
significa que los apóstoles no habían recibido instrucción en las escuelas
oficiales de los rabíes. Sin embargo, sabían mucho más acerca de las Escrituras
que los mismos líderes religiosos. Los líderes también se dieron cuenta de que
estos hombres «habían estado con Jesús» (v. 13) en el jardín y durante su
última semana en Jerusalén antes de su muerte. Pero enfrentaban un problema aún
más grande: ¿cómo podían explicar la curación del mendigo? No podían negar el
milagro, de modo que decidieron silenciar a los mensajeros.
Los apóstoles no aceptaron este
veredicto, porque su lealtad a Cristo significaba más que cualquier protección
del gobierno. Los jueces finalmente tuvieron que dejarlos ir. La audacia de los
discípulos, el poder de la Palabra y el testimonio del mendigo sanado fueron un
«caso» demasiado bueno y los jueces no encontraron ninguna respuesta.
III. LA VICTORIA (4.23–37)
Los verdaderos cristianos siempre
regresan «a los suyos». (Léase 1 Jn 2.19.) La Iglesia no se lamentó debido a
que la persecución había empezado; antes bien, ¡los creyentes se regocijaron y oraron!
Nótese que en los versículos 25 y 26 hacen referencia al Salmo 2, que es un
salmo mesiánico, hablando acerca del día cuando Cristo volverá para regir con
poder. Los cristianos de hoy deben imitar a los primeros cristianos en cuanto a
la oración, porque ligaron su oración a la Palabra de Dios (Jn15.7).
Oraron por intrepidez y Dios les
contestó llenándoles con el Espíritu. Este no fue un «segundo Pentecostés»,
porque el Espíritu vino para llenar con poder y no para bautizar a los
creyentes. El Espíritu Santo también les dio una maravillosa unidad, al punto
de que vendían sus bienes y los compartían con los que tenían necesidad. Este
«comunismo cristiano» fue otra prueba de la presencia del Espíritu, un ejemplo
de lo que ocurrirá en la edad del reino cuando todas las naciones tengan el Espíritu
y un amor desinteresado las unas por las otras. Este «comunismo» no tiene
ninguna relación con el comunismo marxista. Por favor, nótese que este
compartir de bienes fue algo temporal y no se le exige a la Iglesia de Cristo
hoy. Aun cuando los cristianos de hoy deben tener el mismo espíritu de amor, no
se espera que vendan sus bienes y formen una comunidad separada. En 11.27–30
los cristianos en Antioquía tuvieron que auxiliar a los creyentes de Jerusalén.
(Véanse también Ro 15.26; 1 Co 16.1–3; 2 Co 8.1–4; 9.2.) Cuando Israel rechazó
el mensaje esta obra de gracia del Espíritu gradualmente desapareció. El modelo
de ofrendar de la iglesia del NT se halla en 2 Corintios 8–9, 1 Timoteo 5.8 y 2
Tesalonicenses 3.7–13.
«Denuedo» parece ser clave en todo
este capítulo. Véanse cómo los primeros creyentes recibieron este valor: fueron
llenos con el Espíritu (vv. 8, 31), oraron (v. 29) y confiaron en la Palabra de
Dios (vv. 25–28). Usted y yo podemos tener ese denuedo para andar y testificar
si nos alimentamos de la Palabra, oramos y nos rendimos al Espíritu. Podemos
tener denuedo en la tierra debido a que Cristo nos lo da en el cielo (Heb 4.16;
10.19).
5
Satanás todavía está atacando a
los creyentes, y al hacerlo usa un plan doble: engaño desde adentro y persecución
desde afuera. Satanás es mentiroso y homicida, y en este capítulo lo vemos
operando en ambas esferas.
I. OPOSICIÓN DESDE ADENTRO (5.1–16)
Aquí vemos a Satanás operando como
la serpiente, usando a los creyentes desde adentro de la iglesia para estorbar
la obra del Señor.
A. EL ENGAÑO (VV. 1–2).
Ananías y Safira querían tener la
reputación de ser más espirituales de lo que realmente eran.
Sintieron celo cuando los demás
trajeron sus donaciones (4.34–37) y quisieron el mismo reconocimiento. Por
favor, tenga presente que su pecado no fue robar dinero de Dios, debido a que Pedro
afirma en el versículo 4 que de ellos dependía el uso que iban a darle al
dinero. Su pecado fue la hipocresía, tratando de aparecer más espirituales de
lo que en realidad eran.
B. EL DESCUBRIMIENTO (VV. 3–4).
Pedro era un hombre con
discernimiento dado por el Espíritu. Aquí le vemos ejerciendo el poder de «atar
y desatar» que Cristo le había dado (Mt 16.19). El pecado siempre se descubre
de una manera u otra. Esta pareja no mencionó nada abiertamente, pero el pecado
terrible estaba en sus corazones.
Mintieron al Espíritu de Dios,
quien con toda gracia estaba obrando en los corazones de los creyentes, guiándoles
a vender sus posesiones y compartirlas con otros.
C. LAS MUERTES (VV. 5–11).
Este no fue un caso de «disciplina
eclesiástica» puesto que Dios lidió con los pecadores directamente. Las dos
muertes ilustran la clase de juicio que Cristo hará durante el reino (véanse
Jer 23.5; Ap 19.15). A diferencia de la disciplina de la iglesia local, donde
el pastor y los miembros al investigar algún asunto dan la oportunidad de
arrepentimiento y perdón y procuran restaurar a los que yerran, este fue un
caso definitivo de juicio divino. Es interesante comparar este capítulo con
Josué 7, donde el codicioso Acán trató de esconderle a Dios su pecado y fue
apedreado. Gran temor cayó sobre la Iglesia (Hch 5.11) cuando la gente vio la
mano de Dios obrando.
D. EL TESTIMONIO (VV. 12–16).
La iglesia estaba ahora unánime y
la alababan y, por consiguiente, se multiplicó. Esto siempre ha ocurrido cuando
se purga el pecado. Satanás trabaja desde adentro de la iglesia y trata de
dividirla, que caiga en desgracia y destruirla; pero si permitimos que el
Espíritu obre, detectaremos la operación del diablo y evitaremos problemas en
la iglesia. No es la iglesia que da la bienvenida a todo el mundo la que tiene
el mejor testimonio, porque la gente tenía miedo de unirse a la iglesia allí en
Jerusalén (v. 13).
Una iglesia local debe tener
normas y permitir que el Espíritu guíe. Nótese que Pedro es el hombre clave en
este período de la historia de la Iglesia; incluso de su sombra se pensaba que
producía sanidad.
Satanás todavía se opone desde
adentro a la obra de la Iglesia. Pablo les advirtió a los ancianos que los
lobos vendrían desde afuera para atacar al rebaño, pero también que se
levantarían hombres «de vosotros mismos» para hacer daño a la Iglesia (Hch
20.29, 30). El peligro más grande que la Iglesia enfrenta hoy no es tanto la
oposición de afuera, sino el pecado adentro. Por eso es tan importante buscar
la dirección de Dios al recibir nuevos miembros y disciplinar a los que se
descarrían.
II. OPOSICIÓN DE AFUERA (5.17–34)
Los líderes judíos (instigados por
los saduceos incrédulos) se llenaron de celos (v. 17) por el éxito y la
popularidad de los apóstoles. Tal vez en esta oportunidad encarcelaron al grupo
apostólico entero, y lo más probable es que fuera en la prisión pública y no en
alguna sección especial. Un ángel del Señor (este puede haber sido el mismo
Cristo) los libró y así la gracia de Dios le dio a la nación otra oportunidad
de oír el mensaje de salvación. Nótese que los hombres fueron directamente al
templo, porque allí era donde podían encontrar a la gente que necesitaba su
mensaje. ¡Imagínese la sorpresa de los líderes cuando descubrieron que sus
prisioneros se habían esfumado! Tenga en mente que la liberación no siempre es
el plan de Dios; Él permitió la liberación de Pedro, pero que Jacobo muriera (Hch
12) debido a que cada hecho fue para su gloria.
Los líderes rehusaron pronunciar
el nombre de Jesús (v. 38). «La sangre de ese hombre» (v. 28) nos recuerda lo
que dijo la nación en Mateo 27.25. La nación judía no se limpiará sino hasta
que vean a su Mesías y purguen su pecado (Zac 12.9–13.1).
Pedro y los apóstoles no se darían
por vencidos. De nuevo anunciaron que Dios salvaría a Israel si los líderes se
arrepentían (Hch 5.31). Si los líderes se volvían de su pecado, la gente
seguiría su ejemplo (Véanse Jn 7.48). La Palabra, como una espada (Heb 4.12),
penetró en sus corazones y quisieron matar a los apóstoles, ¡exactamente como
mataron a Jesús!
Gamaliel entonces dio su consejo
al concilio: sean neutrales y averigüen si Dios está o no en el asunto. Esto
parece ser un consejo sabio, pero en realidad no lo era. Nadie puede ser
neutral con Cristo.
Posponer una decisión es
arriesgarse al desastre. Dios dio toda evidencia mediante señales y milagros de
que estaba obrando y no había razón para posponer la decisión. Es interesante
notar que Gamaliel era un fariseo y no parte del grupo de los saduceos que
habían encabezado el arresto. También es el gran rabí judío que enseñó al
apóstol Pablo (Hch 22.3). ¡Su discípulo tomó una mejor decisión que la que él
hizo!
A los apóstoles los azotaron (Véanse
Dt 25.2, 3) y dejaron en libertad, pero ¡se fueron gozosos, no derrotados!
Consideraron un privilegio sufrir por Cristo (Véanse Flp 1.27–30).
Nótese que el ministerio de la
Iglesia continuó:
(1) diariamente,
(2) en público, y:
(3) en hogares privados, a medida que
los apóstoles predicaban y enseñaban de Jesucristo.
Este debe ser el ministerio de la
iglesia hoy.
6
Ahora encontramos un segundo
problema dentro de la iglesia. En el capítulo 5 fue el engaño en los corazones
de Ananías y Safira; aquí es una queja en las filas de creyentes.
I. UNA DIFICULTAD DE FAMILIA (6.1–7)
En cierto sentido, ¡la queja era
una evidencia de bendición! La asamblea había crecido tan rápidamente que los
apóstoles no podían manejar la distribución diaria de alimento, y como resultado
estaban descuidando a algunas de las greco-judías. Es estimulante trazar el
crecimiento de la iglesia:
Creyeron tres mil (2.41); luego se
añadían cada día creyentes (2.47); más tarde creció con cinco mil hombres
(4.4); luego este número se multiplicó (6.1); y después el número volvió a
multiplicarse grandemente (6.7).
¿Cuál fue el secreto de este
crecimiento asombroso? Léase la respuesta en 5.41–42: los líderes estaban
dispuestos a pagar el precio de servir a Cristo, y la gente vivía su fe
diariamente. Hechos 5.42 es un buen modelo a seguir:
(1) servicio
cristiano diario;
(2) servicio en
la casa de Dios;
(3) servicio de casa
en casa;
(4) trabajo de
cada miembro;
(5) servicio
continuo;
(6) enseñanza y
predicación de la Palabra;
(7) exaltando a
Jesucristo.
Los pastores y dirigentes piadosos
solos no pueden hacer que una iglesia crezca; todos los miembros deben hacer su
parte.
El problema de los alimentos se
resolvió al poner primero lo primero. Los apóstoles sabían que su ministerio
principal era la oración y la Palabra de Dios. Si las iglesias locales
permitieran que sus pastores obedezcan Hechos 6.4, verían un aumento en poder
espiritual y numérico. La oración y la Palabra van juntas (Jn 15.7; Pr 28.9).
Samuel ministraba de esta manera (Véanse 1 S 12.23); y también lo hacía Cristo
(Mc 1.35–39) y Pablo (Col 1.9, 10). En Hechos 1, mediante la oración y la
Palabra los apóstoles hallaron la voluntad de Dios. Efesios 6.17–18 afirma que
la oración y la Palabra vencerán al diablo. Segunda de Corintios 9.9–15 indica
que el ministerio de la oración y de la Palabra proveerán los recursos
financieros que una iglesia necesita. La oración y la Palabra edificarán
siempre a una iglesia (Hch 20.32–36).
A estos siete hombres no se les
llamó en realidad «diáconos», aunque la palabra «distribución» en 6.1 es en
griego diakonía y es la misma que se traduce «diácono» en el resto de la
Biblia. La palabra simplemente significa «sirviente»; y en 6.2 se traduce
«servir» y en 6.4 como «ministerio». Nótese que la iglesia hizo la elección, en
tanto que los apóstoles hicieron el nombramiento efectivo. Los apóstoles también,
guiados por el Espíritu, fijaron los requisitos, los cuales los creyentes
gozosamente aceptaron.
Este es un cuadro de unidad y
armonía entre los líderes espirituales y los miembros del rebaño. Es posible
que de este primer nombramiento se haya desarrollado el oficio de diácono (1 Ti
3.8). La tarea principal de los diáconos era atender las necesidades materiales
y así aliviar a los apóstoles para que se dedicaran a su ministerio espiritual.
Hoy, el diácono asiste al pastor en la consejería y el servicio, ayudándole a
lograr que se haga el mayor trabajo posible. Cuando los diáconos (o cualquier otro
dirigente de la iglesia) encadena al pastor y le hace un «mandadero»
santificado, o se considera «su jefe», Dios no puede bendecir.
Nótese que los hombres
seleccionados (v. 5) ¡tenían nombres griegos! Esto muestra el amor de los primeros
creyentes; en honor, se preferían los unos a los otros (Ro 12.10). Felipe más
tarde llegaría a ser un evangelista (8.5, 26; 21.8). Cualquier oficial de la
iglesia debe ser un evangelista. Observe cómo Dios bendijo al pueblo cuando
enfrentaron el problema con sinceridad y lo resolvieron (v. 7).
II. DIÁCONO FIEL (6.8–15)
El nombre Esteban significa
«corona de victoria», y ciertamente se ganó una corona al ser fiel hasta la
muerte (Ap 2.10). De acuerdo con el versículo 3 Esteban tenía buena reputación
entre los creyentes, estaba lleno del Espíritu y tenía sabiduría práctica. ¡Qué
combinación para cualquier cristiano! Tenía un testimonio doble: Sus palabras
(v. 10) y sus obras (v. 8).
Había centenares de sinagogas en
Jerusalén, muchas de ellas establecidas por judíos de otras tierras.
La sinagoga de los libertos estaba
formada por judíos romanos que descendían de esclavos hebreos que se les había
dado la libertad. Es interesante notar que Esteban testificó donde había judíos
de Cilicia, porque Pablo procedía de aquel lugar (21.39), y bien puede haberse
enfrentado a Esteban en el debate allí en la sinagoga.
El enemigo siempre está
trabajando, y antes de que pasara mucho tiempo Esteban fue arrestado. Le acusaron
de blasfemar contra Moisés y la ley, y de decir que el templo sería destruido;
esto tal vez puede ser una referencia a las palabras de Cristo en Juan 2.19–21.
Los judíos trataron a Esteban de la misma manera que lo hicieron con Cristo:
contrataron testigos falsos, hicieron acusaciones dudosas y no le dieron el
beneficio de un juicio justo. (Véanse Mc 14.58, 64.) Dios testificó de la fe de
Esteban mediante la gloria que irradiaba de su rostro (2 Co 3.18).
En el próximo capítulo
consideraremos el gran discurso de Esteban que muestra el fracaso de Israel a
través de los siglos. El capítulo 7 es un punto crucial en Hechos, al rechazar
Israel finalmente a Jesucristo y perseguir a la Iglesia. Después de este
acontecimiento el mensaje salió de Jerusalén y fue a los gentiles.
7
Este capítulo registra el discurso
más largo del libro de Hechos, así como el punto decisivo de la historia espiritual
de Israel. Registra el tercer homicidio importante de la nación (Juan el
Bautista, Cristo y ahora Esteban) y su final rechazo del mensaje de salvación.
En su discurso Esteban repasó la historia de Israel y destacó que la nación
siempre rechazó a los líderes escogidos por Dios cuando aparecieron por primera
vez, pero los recibieron la segunda vez. Tanto Moisés como José fueron ejemplos
de este patrón (7.13, 35). Asimismo Israel trató a Cristo: Juan el Bautista y
los apóstoles lo presentaron a la nación, pero esta lo rechazó; sin embargo,
Israel recibirá a Cristo cuando aparezca por segunda vez.
I. EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM (7.1–8)
El pacto con Abraham está
registrado en Génesis 13.14–18, así como en Génesis 15 y 17. Incluye la posesión
por parte de la simiente de Abraham de la tierra prometida, y la promesa de la
multiplicación de sus descendientes en los años venideros. El sello de este
pacto fue la circuncisión. Este pacto con Abraham fue el fundamento de la
nación judía. Dios no hizo este pacto con los gentiles, ni tampoco se aplica a
la Iglesia. «Espiritualizar» estas promesas y aplicarlas a la Iglesia es
entender mal y tergiversar las Escrituras. Dios les prometió a los judíos una
tierra y un reino; debido a su desobediencia perdieron la posesión de la tierra
y no recibieron su reino. Este pacto con Abraham todavía sigue vigente, sin embargo,
y se cumplirá cuando Cristo retorne para establecer su reino en la tierra.
II. ISRAEL RECHAZA A JOSÉ (7.9–16)
José tiene una semejanza maravillosa
a Cristo en muchas maneras:
(1) su padre lo
amaba (Gn 37.3; Mt 3.17);
(2) sus hermanos
lo aborrecían (Gn 37.4–8; Jn 15.25);
(3) sus hermanos
lo envidiaban (Gn 37.11; Mc 15.10);
(4) lo vendieron
por el precio de un esclavo (Gn 37.28; Mt 26.15);
(5) lo
humillaron como sirviente (Gn 39.1; Flp 2.5);
(6) lo acusaron
falsamente (Gn 39.16–18; Mt 26.59, 60);
(7) lo exaltaron
y honraron (Gn 41.14; Flp 2.9–10);
(8) sus hermanos
no lo reconocieron la primera vez (Gn 42.8; Hch 3.17);
(9) se reveló a
sí mismo la segunda vez (Gn 45.1; Hch 7.13; Zac 12.10);
(10) aunque rechazado por sus
hermanos, tomó una esposa gentil (Gn 41.45; Hch 15.6–18).
El argumento de Esteban aquí es
que los judíos habían tratado a Cristo de la manera que los patriarcas trataron
a José, pero no enfocó esta acusación sino hasta el final. Así como José sufrió
para salvar a su pueblo, Cristo sufrió para salvar a Israel y a toda la
humanidad; sin embargo, los judíos no lo recibieron.
III. ISRAEL RECHAZA A MOISÉS (7.7–41)
Así como José, Moisés tiene una
asombrosa similitud con Cristo: (1) fue perseguido y casi lo matan cuando era
niño (Éx 1.22; 4.19; Mt 2.13–20); (2) rechazó el mundo para salvar a su pueblo
(Heb 11.24–26; Mt 4.8–10; 2 Co 8.9); (3) la primera vez que trató de ayudar a
Israel lo rechazaron (Éx 2.11– 14; Is 53.3); (4) se hizo pastor (Éx 3.1; Jn
10); (5) tomó esposa gentil durante el rechazo que
experimentó (Éx 2.21); (6) sus hermanos lo
recibieron la segunda vez (Éx 4.29–31; Hch 7.5); (7) libró a su pueblo de la
esclavitud mediante la sangre del cordero (Éx 12; 1 P 2.24). Moisés fue un
profeta (Dt 18.15–19; Hch 3.22), sacerdote (Sal 99.6) y rey (Dt 33.4–5).
Se hace necesario un comentario
acerca del versículo 38, en el cual a Israel se le llama «la congregación en el
desierto». La palabra «congregación» es eklesía en griego, que significa «una asamblea
convocada» y no sugiere que Israel haya sido una «iglesia» en el AT. En el AT
no hallamos profecías respecto a la Iglesia. Israel (un pueblo terrenal) no
estaba en la misma relación con Dios en el AT, como los creyentes (un pueblo
celestial) lo estaban en el NT.
Aunque Israel tenía un líder
piadoso y Dios mismo en su presencia (v. 38), sin embargo ¡se rebelaron y
rechazaron la voluntad de Dios! «En sus corazones se volvieron a Egipto» (v.
39). Se volvieron a la idolatría y Dios los desechó. ¿No habían hecho lo mismo
mientras Cristo estaba con ellos en la tierra? Moisés realizó milagros, suplió
para sus necesidades en el desierto y les dio la Palabra de Dios; Cristo
también había realizado obras poderosas, alimentado a la gente y les había dado
la Palabra de Dios, ¡y sin embargo se alejaron!
IV. ISRAEL RECHAZA A LOS PROFETAS (7.42–50)
En estos versículos Esteban se
refiere a Amós 5.25–27 e Isaías 66.1–2. Los judíos pensaban que debido a que
tenían su templo, estaban seguros contra cualquier daño y que Dios tenía que
bendecirlos.
Todos los profetas advirtieron que
el templo no les aseguraría la bendición si su corazón no estaba bien con Dios.
¿Cómo puede Dios, quien llena el cielo y la tierra, estar confinado a un templo
hecho de manos? La vida religiosa de Israel era puro formulismo; tenían las
formas externas de la religión, pero sus corazones no estaban bien con Dios.
Rechazaron la voz de los profetas, incluso persiguiéndolos y matándolos (Véanse
Mt 23.29–39); y cuando el Profeta (Cristo) apareció (v. 37), ¡rechazaron sus Palabras
y le crucificaron!
V. EL JUICIO DE ISRAEL SE SELLA (7.51–60)
Israel había cometido dos
asesinatos y estaba a punto de cometer el tercero. Al permitir que mataran a
Juan el Bautista, rechazaron al Padre que había enviado a Juan para preparar el
camino a Cristo. Cuando crucificaron a Cristo, rechazaron al Hijo. Ahora, al
matar a Esteban, estaban llegando al «pecado imperdonable» final (Mt 12.31, 32)
de resistir al Espíritu Santo. Dios hubiera perdonado a la nación por la manera
en que trataron a su Hijo, pero no podría perdonar a los judíos una vez que resistieran
al Espíritu que testificaba con tanto poder acerca de su Hijo. Dios había dado
toda evidencia a la nación de que Cristo era su Mesías, pero prefirieron
endurecer su cerviz y corazón (Hch 7.51).
¡Qué semejanza con los pecadores
de hoy!
Esteban usó la Palabra y esta
«espada del Espíritu» (Ef 6.17; Heb 4.12) perforó con convicción sus corazones.
A punto de ser apedreado, Esteban levantó sus ojos al cielo y vio la gloria de
Dios.
«Icabod. ¡Traspasada es la gloria
de Israel!» (1 S 4.19–22) podía decirse ahora de la nación de Israel; pero
Esteban vio la gloria en Cristo, donde la vemos hoy (2 Co 4.1). Versículos
tales como el Salmo 110.1, Marcos 16.19 y Hebreos 1.3 y 10.12 indican que
Cristo «se sentó» debido a que su obra estaba terminada; pero el versículo 55
señala que Él estaba de pie. Algunos han sugerido que se puso de pie para
recibir a su mártir, Esteban, al llegar a la gloria. Otros piensan que Cristo
se puso de pie como testigo, la postura usual de los testigos en la corte judía
que testifican del mensaje y ministerio de su siervo. Otro hecho que queremos
notar es que la muerte de Esteban cerró la oferta del Rey de los judíos y fue
el punto decisivo en Hechos, porque ahora la Iglesia, como el cuerpo de Cristo,
empieza a asumir importancia principal; y es para la Iglesia que Cristo tiene
su ministerio a la diestra de Dios. Tal vez se debe tener presente Lucas 22.69;
no cabe duda de que los líderes judíos recordarían el testimonio de Cristo.
La oración de Esteban muestra su
amor por su pueblo y nos recuerda la intercesión de Cristo en la cruz. Tal vez
Esteban pensó, viendo a Cristo de pie, que Él iba a traer juicio sobre la
nación por su continuo pecado (Véanse Sal 7.6), y así oró por gracia y para que
se pospusiera la ira. «Durmió» es un hermoso cuadro de lo que la muerte
significa para el creyente.
El juicio de Israel quedó sellado;
en los próximos capítulos veremos el evangelio de la gracia (no el mensaje del
reino) pasando de los judíos a los samaritanos y luego a los gentiles.
8
Los capítulos 1–7 han descrito el
«período de prueba», durante el cual se ofreció el reino a Israel por tercera
vez. Los capítulos 8–12 describen el «período de transición», durante el cual
ocurren los siguientes cambios:
(1) El centro de actividad pasa de
Jerusalén a Antioquía.
(2) El mensaje va de los judíos a los
samaritanos y luego a los gentiles.
(3) Las actividades de Pedro tienen
menos importancia y Pablo llega a ser el líder.
(4) El comunismo de la «economía del
reino» se reemplaza por la actividad de la Iglesia.
La Iglesia existía
desde el Pentecostés, pero ahora se revela su significación y lugar en el
programa de Dios mediante el ministerio de gracia que Pablo lleva a cabo.
(5) Se reemplaza el evangelio del
reino por el evangelio de la gracia de Dios.
Si el eunuco etíope fue negro
(como algunos lo dicen), en los capítulos 8–10 se tiene tres conversiones
destacadas que se colocan paralelamente a los tres hijos de Noé en Génesis
10.18. El etíope sería descendiente de Cam; Pablo, un judío, de Sem; y
Cornelio, un gentil, de Jafet. Así tenemos un cuadro del evangelio yendo a toda
la humanidad.
I. FELIPE EL EVANGELISTA (8.1–25)
Satanás de nuevo atacó como león
tratando de devorar a los creyentes. Pablo era el líder principal en esta gran
persecución, y con posterioridad lo admitió varias veces (Hch 26.10, 11;
22.4–5, 18–20; 1 Ti 1.13; 1 Co 15.9; Gl 1.13). Nótese que Pablo definitivamente
afirmó que perseguía a la Iglesia de Dios, lo cual prueba que la Iglesia ya
existía antes de su conversión, si bien su lugar en el plan de Dios todavía no
se había revelado. Algunos enseñan que Dios tenía que enviar la persecución
para obligar a los apóstoles a dejar Jerusalén y cumplir su comisión, pero esto
es completamente errado. Para empezar, los apóstoles no salieron de la ciudad,
sino que con valentía se quedaron para dar su mensaje a los líderes judíos y
testificar a los perdidos. Los apóstoles esperaban, contra toda esperanza, que Israel
se arrepintiera y se salvara. Podían tener este ministerio sólo en Jerusalén.
El mandamiento que Cristo les dio
fue que se quedaran allí; sería Pablo el que llevaría el evangelio «hasta lo
último de la tierra».
La persecución es una oportunidad
para el servicio, y Felipe se menciona aquí como un ejemplo de evangelista (Ef
4.11). Llamado al diaconado (6.5), como Esteban antes que él, Felipe descubrió
dones espirituales adicionales y llegó a ser un poderoso evangelista. Llevó el
evangelio a Samaria, así como Cristo lo hizo en Juan 4; de esta manera vemos
por vez primera en Hechos, que sale de territorio judío el ministerio de la
Palabra. La persecución tan solo abrió las puertas para que se ganaran almas;
lo que empezó como una «gran persecución» (v. 1) se convirtió en «gran gozo»
(v. 8).
Lo que Satanás no pudo conseguir
mediante la destrucción, aquí trata de hacerlo mediante el engaño; el león se
convierte en serpiente (Jn 8.44). Simón el mago hizo profesión de fe en Cristo
y hasta se bautizó; pero acontecimientos subsecuentes demostraron que su
corazón nunca cambió. Su «fe» era como la descrita en Juan 2.23–25. Es evidente
que Simón nunca se salvó: (1) Pedro dijo: «Tu dinero perezca contigo» (v. 20);
(2) también dijo: «no tienes tú parte [comunión] ni suerte en este asunto» (v.
21); (3) el versículo 23 indica que Simón estaba en prisión de iniquidad. Simón
fue una falsificación satánica, un «hijo del diablo». Dondequiera que se
siembra la semilla verdadera (cristianos, Véanse Mt 13.36–40), Satanás siembra
falsificaciones.
Pedro hizo su primer uso de «las
llaves del reino» en Pentecostés cuando abrió la puerta de la fe a los judíos;
las usa por segunda vez cuando imparte el Espíritu a los samaritanos. Hasta
ahora la gente tenía que bautizarse para recibir el Espíritu; pero ahora el don
se da mediante la imposición de manos (Véanse el caso de Pablo en 9.17). Los
que enseñan que el mandamiento de Pedro en 2.38 es la exigencia de Dios para
hoy tienen serias dificultades para explicar cómo estos creyentes samaritanos
recibieron el Espíritu varios días después de su bautizo. Cuando llegamos a
Hechos 10, que concierne a los gentiles, tenemos la orden de Dios para hoy: oír
la Palabra, creer, recibir el Espíritu, ser bautizados.
II. FELIPE EL OBRERO PERSONAL (8.26–40)
Cualquier cristiano puede
disfrutar de un despertamiento tal como el que Dios dio en Samaria, ¡pero no
todo el mundo dejaría tal reunión para conducir un alma a Cristo! Felipe
obedeció al Señor y halló a un etíope, indudablemente un prosélito de la fe
judía, un hombre que era un alto funcionario en su tierra. Vemos en este
acontecimiento los factores necesarios para la obra personal eficaz y para ganar
almas con eficiencia.
A. EL VARÓN DE DIOS.
Felipe fue obediente al Espíritu
yendo hacia donde Dios le conducía. Conocía a Cristo como su Salvador personal.
El método de Dios para ganar a otros no usa la maquinaria denominacional, las atracciones
mundanas o promoción de alto calibre. Dios usa personas, hombres y mujeres
entregados que obedecen al Espíritu. Felipe era la clase de evangelista que
estaba dispuesto a dejar la reunión pública con sus emociones, para ayudar a un
alma a hallar la paz en un lugar donde sólo Dios podía ver.
B. EL ESPÍRITU DE DIOS.
El Espíritu Santo es el Señor de
la mies y a través de Él tenemos poder para testificar (Hch 1.8). El Espíritu
le abrió el camino a Felipe para que se acercara al hombre; abrió las
Escrituras al pecador que buscaba; y abrió el corazón del pecador al Salvador.
Una persona no puede salvarse si no entiende lo que hace y sólo el Espíritu
puede enseñar al pecador las verdades del evangelio. Cuando el Espíritu junta a
un siervo preparado con un pecador contrito, habrá cosecha.
C. LA PALABRA DE DIOS.
«La fe viene por el oír, y el oír
por la palabra de Dios», dice Romanos 10.17. Isaías 53 fue el capítulo que
Felipe usó (vv. 32–33), ese hermoso cuadro del Cordero de Dios; Felipe comenzó
a predicar de Cristo a partir de ese capítulo. Comenzó donde el hombre estaba y
le llevó a través de las Escrituras explicando quién era Jesús y lo que había
hecho. No puede haber conversión real aparte de la Palabra de Dios. Considere
las siguientes porciones de la Escritura: Juan 5.24; Efesios 1.12–14; 1 Tesalonicenses
2.1–6; 2 Tesalonicenses 3.1; 2 Timoteo 4.1–5; y Tito 1.3. El testimonio
personal que finalmente lleva fruto es el que planta la semilla de la Palabra y
exalta a Jesucristo.
El etíope demostró su fe al
bautizarse, en obediencia a la Palabra de Dios. Felipe fue llevado para ministrar
en alguna otra parte; ¡pero el tesorero se fue por su camino regocijándose!
Cuando Felipe predicó a Cristo en la ciudad, hubo gran gozo (v. 8), y cuando
presentó a Cristo en el desierto, envió al nuevo creyente por su camino
regocijándose. El gozo es una de las evidencias de la verdadera conversión.
Véanse Lucas 15.5–7, 9–10, 23–24, 32.
9
La conversión de Pablo es el punto
decisivo en los tratos de Dios con Israel. Su programa total para la evangelización
del mundo dependía de este hombre nada común. Si hemos de trazar bien la
Palabra de verdad, debemos tener presente que Pedro y Pablo en el libro de los
Hechos representan dos ministerios diferentes. Nótese los siguientes
contrastes:
PEDRO PABLO
1. Uno de los
doce apóstoles 1. Llamado aparte de los doce
2. Centrado en
Jerusalén 2. Centrado en Antioquía
3. Ministró
principalmente a Israel 3. Ministró a los gentiles
4. Llamado por
Cristo en la tierra 4. Llamado por Cristo desde el cielo
5. Vio la gloria
de Cristo en la tierra
5. Vio la
gloria de Cristo en el cielo
Demasiados cristianos confunden
estos dos ministerios y así convierten a la iglesia local en una mezcolanza de
«verdad del reino» y «verdad de la iglesia». Pablo es el portavoz de Dios a la
iglesia local; incluso Pedro lo admite (2 P 3.15, 16). Seguir las prácticas de
Hechos 1–7 e ignorar así las instrucciones de Dios a la Iglesia por medio de
Pablo es desobedecer la Palabra. Incluso Pedro no comprendía plenamente el
nuevo programa de Dios que se reveló mediante Pablo y tuvo que recibir instrucción
adicional (Véanse Gl 2).
I. PABLO Y EL SEÑOR (9.1–9)
La conversión de Pablo fue toda
por pura gracia; Dios repentinamente le interrumpió en su misión asesina y por
gracia le transformó en una nueva persona. Así como la Iglesia es un cuerpo
compuesto de judíos y gentiles, Pablo fue un hombre tanto con relaciones judías
como gentiles. Era judío de nacimiento, pero gentil por su ciudadanía. Fue el
siervo escogido de Dios (v. 15) para anunciar el mensaje de la Iglesia, este
«misterio» que Dios había guardado en secreto por las edades pasadas.
Estando asociado tanto con judíos
como con gentiles, preparado tanto en las Escrituras del AT como en las
filosofías griegas y las leyes romanas, Pablo era el hombre ideal para dar este
nuevo mensaje de que en Cristo no hay diferencia entre judío y gentil.
Su experiencia de conversión puede
resumirse en estas afirmaciones:
(1) Vio una luz;
(2) Oyó una voz;
(3) Obedeció un
llamado.
Todo pecador está en las tinieblas
hasta que la luz del evangelio brilla en él. Pablo oyó la voz del Señor
mediante la Palabra de Dios, a pesar de que oyó a Cristo hablar audiblemente.
(Los hombres que estaban con él oyeron ruidos, no así las palabras.) ¡Cómo
humilló Cristo a Pablo! «Cayó», no sólo su cuerpo, sino también su corazón;
porque a menos que caigamos en humildad no podemos ser salvos. El versículo 4
es otra prueba de que el cuerpo de Cristo ya existía; de otra manera, ¿cómo
podía Pablo perseguir a Cristo? Cuando puso sus manos sobre los creyentes, las puso
sobre los miembros de su cuerpo y esto afectó a la Cabeza del cuerpo, Cristo.
II. PABLO Y ANANÍAS (9.10–19)
Pablo había visto en visión que
Ananías le visitaría, porque cuando Dios obra, lo hace en ambos extremos de la
línea. Dios calmó los temores de Ananías mediante su promesa de que Pablo
tendría un ministerio especial entre los gentiles, y ¡cómo deben haber chocado
esas palabras a este fiel creyente judío! (Véanse Hch 22.12–13.) El ministerio
de Pablo fue en primer lugar a los gentiles; Véanse Hechos 13.46, 47; 18.6;
22.21. El hecho de que Pablo ya había sido salvado cuando Ananías llegó se ve
en el saludo de Ananías: «Hermano Saulo». Algunos malentienden la experiencia
bautismal de Pablo que se registra en Hechos 22.16: «Levántate y bautízate, y
lava tus pecados».
Los tiempos de los verbos en el griego
son importantes aquí: «Habiéndote levantado, sé bautizado y lava tus pecados,
habiendo previamente invocado su nombre» (traducción de Wuest, en inglés).
Cuando los pecadores invocan el nombre de Dios, son salvados (Hch 2.21; 9.14).
Hechos 10 lo ilustra: los pecadores oyen la Palabra, creen en Jesucristo,
reciben el Espíritu y entonces son bautizados.
III. PABLO Y LOS JUDÍOS (9.20–31)
Se dan dos evidencias de la
conversión de Pablo: oró (v. 11) y predicó (v. 20). Hablar a Dios a favor de
los hombres y a los hombres por Dios son buenas pruebas de la conversión. Pablo
empezó donde estaba y predicó lo que sabía; otra buena costumbre para que la
sigan los nuevos cristianos. Su conversión sucedió probablemente en el año 37
d.C. Pasó tiempo en Damasco predicando y luego fue a Arabia (Gl 1.15–18),
regresando a Damasco «pasados muchos días» (Hch 9.23). Al parecer esto abarcó un
período de tres años, durante los cuales Pablo estaba siendo enseñado respecto
a las verdades de Dios respecto al «misterio de la iglesia». Cuando regresó a
Damasco, los judíos lo atacaron y tuvo que salir por una ventana y de noche (2
Co 11.32–33; Hch 9.23–26).
Esto nos lleva del año 37 d.C. al
año 39 d.C., en el cual Pablo fue a Jerusalén y donde encontró a los apóstoles
(Hch 9.26–29; 22.15–21; Gl 1.17–20). Los apóstoles temían a Pablo y fue Bernabé
(«hijo de consolación», Hch 4.36) el que lo introdujo al grupo. Es importante
el hecho de que Pablo fue un extraño (y hasta un enemigo) para los apóstoles:
esto prueba que recibió el mensaje de la gracia del mismo Cristo y no de los
hombres. (Véanse Gl 1.15–18.) Dios tomó toda precaución para mantener separados
los ministerios de Pablo y los doce apóstoles. Qué tragedia que la gente lo
confunda hoy. Pablo se quedó con Pedro quince días (Gl 1.18), pero no vio a
ninguno de los demás apóstoles (Gl 1.19). Visitó, eso sí, a Jacobo, el hermano
del Señor (Gl 1.19), quien más tarde ocupó el lugar de Pedro como líder
espiritual en Jerusalén (Hch 15). Pablo quería ministrar a los judíos en
Jerusalén, pero Dios le ordenó que saliera de la ciudad (Hch 22.17–21). El
programa del reino de Dios en Jerusalén estaba ahora cerrado y Pablo tenía un
ministerio que cumplir entre los gentiles.
La persecución adicional hizo
necesario que Pablo saliera, de modo que regresó a su hogar en Tarso. Gálatas
1.21 sugiere que Pablo predicó en esa región y Hechos 15.23 indica que había
iglesias en esa área. Es posible que durante su estadía de cuatro o cinco años
Pablo predicó el evangelio de la gracia de Dios y estableció iglesias gentiles.
Cuando el centro del ministerio pasó de Jerusalén a
Antioquía (una ciudad gentil),
Bernabé fue y buscó a Pablo y le trajo de regreso para que ministrara con él (Véanse
Hch 11.19–30).
IV. PEDRO Y LOS SANTOS (9.32–43)
¿Por qué Lucas habla de Pedro en
este punto? La respuesta tal vez tenga que ver con la ciudad que menciona: Jope
(vv. 36, 43). Esta ciudad nos recuerda inmediatamente al profeta Jonás, quien descendió
a Jope para huir a Tarsis (Jon 1.1–3). Dios llamó a Jonás para que llevara su
mensaje a los gentiles; y Dios estaba a punto de llamar a Pedro para hacer lo
mismo (Hch 10). Pedro vivía en Jope con Simón, un curtidor, lo que sugiere que
Pedro estaba abandonando algunos de sus prejuicios judíos, por cuanto curtir
era «inmundo» en tanto y en cuanto a los judíos atañía. Pedro estaba a punto de
descubrir que nada de lo que Dios ha santificado es inmundo.
10
Este capítulo es uno de los más
importantes en Hechos, porque registra cómo se abre la puerta de la fe a los
gentiles. Pedro había usado «las llaves del reino» para abrir la puerta de la
fe a los judíos (Hch 2) y a los samaritanos (8.14), y ahora completaría su
ministerio especial al abrir la puerta a los gentiles (Véanse 15.6–11). También
debe leerse 11.1–18 para ver el cuadro que Pedro tenía de este acontecimiento
tan significativo.
Notamos en Hechos 8 que cuando
Dios quiere realizar una obra, llama a un hombre de Dios, le da poder con su
Espíritu y lo capacita para que predique su Palabra. En este capítulo se ve en
operación este mismo programa.
I. PREPARACIÓN POR EL ESPÍRITU DE DIOS (10.1–22)
A. EL ESPÍRITU PREPARA A CORNELIO (VV. 1–8).
Cesarea era una ciudad romana, la
capital romana de Palestina. Cornelio era un hombre temeroso de Dios que no
conocía la verdad del evangelio. Era devoto, honesto, generoso y sincero; pero
no era salvo. ¡Es posible ser muy religioso y todavía estar perdido! Si no
fuera porque Dios en su gracia le habló a Cornelio, este nunca se hubiera
convertido en creyente. Aquí vemos un cumplimiento de la promesa de Cristo
registrada en Juan 7.17: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá» la
verdad. Un ángel le habló y le dijo que enviara a buscar a Pedro. ¿Por qué el
ángel no le dio el mensaje a Cornelio? Porque Dios no les ha dado a los ángeles
el ministerio de hablar del evangelio a los pecadores. ¡Qué privilegio tenemos
al contarles el evangelio a las almas perdidas!
Es un privilegio que los ángeles
no pueden tener. Pedro estaba a cincuenta kilómetros de Jope, pero Cornelio,
con obediencia militar, llamó a dos de sus criados y un guardia, y los envió en
esta importante misión. El Espíritu estaba guiando esta actividad (vv. 19–20).
B. EL ESPÍRITU PREPARA A PEDRO (VV. 9–22).
Dondequiera que Dios obra, lo hace
«en ambos extremos de la línea». Él nos prepara para lo que Él nos está
preparando. Pedro vio todo tipo de animal, tanto limpio como inmundo
(ceremonialmente hablando, cf. Lv 11) y se le ordenó que matara y comiera. Su
«Señor, no» nos recuerda Mateo 16.22, donde le dijo a Cristo que no fuera a la
cruz. Cualquiera que le dice «Señor», no puede decirle «no». Si
Él es realmente el Señor, debemos
obedecerle. Mientras Pedro meditaba en esta visión, la cual ocurrió tres veces,
el Espíritu le habló directamente y le dijo: «Levántate, y ve», Pedro no fue a
los gentiles porque entendió la visión, sino porque el Espíritu mismo se lo
dijo (Véanse 11.11–16). Más adelante comprendería el significado de la visión,
de que Dios había, por medio de la cruz, derribado toda división entre judíos y
gentiles.
II. OBEDIENCIA DEL HOMBRE DE DIOS (10.23–33)
Tenga presente que hasta este
momento los apóstoles no les han predicado a los gentiles. Incluso, los
samaritanos (cap. 8) eran «mestizos» de judíos, que reverenciaban la Ley
Mosaica. Pedro no fue a los gentiles en obediencia a la Gran Comisión (aunque
lo estaba), sino porque el Espíritu distintivamente le había ordenado que
fuera. Es más, cuando llegó a la casa de Cornelio, preguntó: «¿Por qué causa me
habéis hecho venir?» (v. 29). Y cuando predicó, Dios tuvo que interrumpirle
para lograr su propósito (v. 44; 11.15–16). Como los otros apóstoles, Pedro
todavía se aferraba a su perspectiva judía y sabía que los gentiles no podían
ser alcanzados mientras que los judíos no hubieran aceptado a su Mesías y Él
hubiera establecido su reino.
Pero ahora Pedro iba a aprender
que Dios estaba introduciendo un nuevo programa: la Iglesia. Por favor, no dé
por sentado que Pedro comprendía todo acerca de este nuevo programa; por cierto
que Pablo posteriormente tuvo que reprenderlo por su inconsistencia (Véanse Gl
2). Durante este período de transición (Hch 8–12) vemos a Pedro desaparecer de
la escena y con él el mensaje del reino para Israel.
III. LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
(10.34–48)
Un predicador y una congregación
preparados forman un equipo maravilloso. Léase Hebreos 11.6 en conexión con el
versículo 35 de este capítulo. Pedro no dice que todos los que «hacen bien»
serán salvos. Empezó con el mensaje de Cristo a Israel, que dio inicio con el
ministerio de Juan el Bautista.
Indicó que Cornelio y sus amigos
sabían ya el mensaje respecto a los milagros de Cristo, su muerte y su resurrección,
y que esos acontecimientos se relacionaban en especial a Israel. En el versículo
42 dijo: «Y nos mandó [a los testigos judíos] que predicásemos al pueblo» (es
decir, a los judíos), que fue lo que los apóstoles hicieron hasta ese momento.
Lo que Pedro había dicho era simplemente que Cristo vino a salvar a la nación
de Israel, pero que ahora caía en cuenta de que para Dios no hay diferencia entre
judíos y gentiles. En el versículo 43 señaló la verdad clave cuando dijo «que
todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados».
En este punto el Espíritu
interrumpió a Pedro y realizó un milagro en los corazones de estos gentiles.
¡Creyeron en la Palabra! Y cuando creyeron, el Espíritu se derramó sobre ellos
y eso lo muestra que hablaron en lenguas. (Véanse Gl 3.2.) Los judíos que
estaban con Pedro se quedaron asombrados de que Dios hubiera salvado a los
gentiles sin primero hacerles prosélitos judíos. Guiado por el Espíritu, Pedro
ordenó que fueran bautizados; y Pedro y sus amigos se quedaron y comieron con estos
nuevos creyentes (11.3).
Repase una vez más en Hechos la
relación entre el Espíritu y el bautismo. En Hechos 2 los judíos creyeron y
tuvieron que bautizarse para recibir el Espíritu. En Hechos 8 los samaritanos
creyeron y fueron bautizados, pero recibieron el Espíritu por la imposición de
manos de los apóstoles. Pero aquí en Hechos 10 estamos en el verdadero «terreno
de la iglesia», porque estos gentiles oyeron la Palabra, creyeron, recibieron
el Espíritu y después fueron bautizados. Los acontecimientos de Hechos 2.38 y 8.14–17
no son el modelo para la iglesia de hoy. Se debe leer Efesios 1.13, 14 con todo
cuidado. La venida del Espíritu fue realmente un bautismo, según lo explicó
Pedro en Hechos 11.15, 16. En Hechos se usa la palabra «bautismo» nada más que
dos veces en relación al Espíritu: en Hechos 2, cuando el Espíritu vino sobre
los creyentes judíos y en Hechos 10 cuando vino sobre los creyentes gentiles.
Esto cumple lo que Pablo describe
en 1 Corintios 12.13: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en
un cuerpo, sean judíos o griegos». Este «un cuerpo» es la Iglesia (Ef 2.11–22).
Es más, en Hechos 11.15 Pedro afirmó que el bautismo en la casa de Cornelio fue
idéntico al de Pentecostés.
Hoy, cuando los pecadores aceptan
a Cristo, el Espíritu viene a sus cuerpos y son bautizados en el cuerpo de
Cristo.
Como veremos en Hechos 11 y 15 la
conversión de los gentiles creó un gran problema a los creyentes judíos, no
porque fueran culpables de prejuicios, sino porque no comprendieron «el
misterio» de la Iglesia (Ef 3).
Pensaban que los gentiles podían
salvarse sólo mediante el ascenso de Israel como reino; pero Dios reveló por
medio de Pablo que los gentiles se salvaron por la caída de Israel (Ro
11.11–25). El mensaje del reino que los profetas dieron (Hch 3.18–26) fue
reemplazado por el mensaje de la gracia de Dios revelado en su plenitud por
medio de Pablo (13.38–43). Israel fue echado a un lado y no será prominente en
el programa de Dios en la tierra sino hasta después del Arrebatamiento de la
Iglesia. (Léase con cuidado 15.13–18.) Mezclar la verdad del reino y la verdad
de la Iglesia es confundir la Palabra de Dios y obstaculizar la obra de Dios.
La comisión de la Iglesia para hoy
se halla en Mateo 28.19–20. Debemos hacer discípulos, lo que exige
evangelización; debemos bautizar, lo que implica compañerismo en una asamblea
local; y debemos enseñar la Palabra, la cual usa el Espíritu para convencer al
perdido. Ocupémonos en sembrar la semilla de la Palabra, regándola con nuestras
oraciones y lágrimas (Sal 126.5, 6; Hch 20.19) y esperando pacientemente la
cosecha.
11
Es este capítulo aprendemos la
relación entre los creyentes de Jerusalén (una iglesia judía) y los nuevos discípulos
gentiles. Tenga presente que el problema de la iglesia de Jerusalén no es el
prejuicio, sino más bien una mala comprensión de los propósitos de Dios.
Entender el programa de Dios del AT era el de un reino terrenal que sería
bendición para los gentiles a través del reinado del Mesías de Israel. Pero la
nación rechazó a Cristo y su reino; ¿quería decir esto que los gentiles no
podían salvarse? ¿Deben primero convertirse en prosélitos judíos? La
experiencia de Pedro en Cesarea (cap. 10) y la revelación del «misterio de la
iglesia» de Pablo (Ef 3) ayudó a contestar estas preguntas. Ambas experiencias demostraron
que tanto judíos como gentiles estaban condenados ante Dios y podían salvarse únicamente
mediante la fe en Jesucristo.
II. LA IGLESIA DE JERUSALÉN ACEPTA A LOS GENTILES
(11.1–18)
Los fieles judíos discutían con
Pedro debido a que había tenido compañerismo y hasta comido con gentiles. Mientras
el plan del reino de Dios se esté aún ofreciendo a los judíos, las acciones de
Pedro estaban mal. El mensaje de Dios era «al judío primeramente» (Hch 1–7).
Cristo había ordenado a los discípulos que empezaran en Jerusalén (Lc 24.47;
Hch 1.8) y cuando Jerusalén creyera, la nación recibiría al Mesías y el reino
sería establecido (Hch 3.25–26). Pedro no fue a la casa de Cornelio porque
entendiera el nuevo programa de Dios, sino porque el Espíritu Santo se lo
ordenó personalmente (11.12). Estos creyentes judíos que criticaron a Pedro lo
hicieron no porque odiaran a los gentiles, sino porque querían ser fieles a la
voluntad revelada de Dios.
Cuando Pedro les contó cómo el
Espíritu le había guiado y sellado su ministerio al venir sobre los creyentes
gentiles, los cristianos judíos se regocijaron y glorificaron a Dios.
Nótese que Pedro demostró que lo
que hizo fue la voluntad de Dios señalando:
(1) su
experiencia personal (vv. 5–11),
(2) la dirección
del Espíritu (v. 12), y:
(3) la Palabra de Dios (v. 16).
Estos tres elementos esenciales
son siempre necesarios para hacer la voluntad de Dios; el testimonio personal,
la dirección del Espíritu en nuestros corazones y la clara enseñanza de la
Palabra de Dios.
II. LA IGLESIA DE JERUSALÉN ANIMA A LOS GENTILES
(11.19–26)
Ahora el evangelio va a un nuevo
territorio gentil, Antioquía, una ciudad clave de Siria. (No confunda a esta
ciudad con Antioquía de Pisidia, que se menciona en Hechos 13.14. Busque estas
dos ciudades en los mapas de su Biblia.) La persecución que se describe en 8.1
había esparcido cristianos hasta puntos tan distantes como Antioquía,
aproximadamente a quinientos kilómetros al norte de Jerusalén. Fieles a su
comisión, habían predicado sólo a los judíos (esto fue antes de los acontecimientos
del capítulo 10, por supuesto); pero algunos discípulos empezaron a predicarles
a los gentiles. La palabra «griegos» en 11.20 no es la misma que en 6.1, donde
significa «judíos helenistas».
En realidad, aquí la palabra
quiere decir «griegos», o sea, gentiles. Muchos gentiles llegaron a conocer a
Cristo como su Salvador y la iglesia de Jerusalén envió a Bernabé a investigar
la situación. Pero su misión no fue parecida a la de Pedro y Juan en 8.14–17,
porque estos creyentes ya habían recibido el Espíritu y experimentado la gracia
de Dios. En el versículo 23 vemos por primera vez la palabra «gracia» usada en
Hechos con referencia a la salvación. (Hch 4.33 se refiere a la gracia de Dios ayudando
a los creyentes.) La gracia llegaría a convertirse en el gran mensaje de Pablo
en los años subsiguientes. Nótese que estos gentiles fueron salvos por gracia
(v. 23), por fe (v. 21). Esto es lo que enseña Efesios 2.8, 9.
Bernabé se regocijó al hallar a
esta asamblea de gentiles y les exhortó a que continuaran en su fe.
Entonces hizo algo extraño: dejó
la iglesia y se fue a buscar a Pablo. ¿Por qué lo hizo? Porque Bernabé, lleno
del Espíritu, sabía que Dios le había dado a Pablo una comisión de predicar el
evangelio a los gentiles (Hch 9.15, 27). La importancia de Pedro iba
disminuyendo, como el programa del reino de Dios, y Bernabé sabía que Pablo
debía ser el próximo líder, predicando el mensaje de la gracia de Dios.
Por un año entero Pablo y Bernabé
enseñaron a los gentiles la Palabra de Dios. De esta iglesia salieron hacia su
primer viaje misionero. La iglesia de Antioquía cobró mayor importancia que la
de Jerusalén cuando Pablo reemplazó a Pedro como el apóstol especial de Dios
que trajo la revelación del misterio de la Iglesia.
III. LA IGLESIA DE JERUSALÉN RECIBE AYUDA DE LOS
GENTILES (11.27–30)
Estos «profetas» (v. 27) eran
cristianos que ministraban en las iglesias locales y revelaban la Palabra de
Dios. El que hayan venido de Jerusalén a Antioquía indica que había un íntimo compañerismo
entre estas dos iglesias. «Todo el mundo» en el versículo 28 puede que
signifique todo el mundo romano o toda la tierra (Judea). De inmediato, los
creyentes gentiles enviaron ayuda material a los creyentes de Judea como
expresión de amor cristiano.
Esta hambruna es importante,
porque si leemos Hechos 2.44, 45 y 4.31–35, vemos que se estaba produciendo un
cambio vital en la iglesia de Jerusalén. En 2–7 la iglesia de Jerusalén no
tenía ninguna necesidad; en 11.27–30 leemos que las mismas personas estaban en
necesidad de ayuda externa. ¿Qué había ocurrido? El «programa del reino» con
sus bendiciones especiales había concluido. Mientras el reino se le ofrecía a
los judíos, el Espíritu confería bendiciones especiales a los creyentes y no
había entre ellos ningún necesitado (4.34). Pero cuando el reino fue finalmente
rechazado con el apedreamiento de Esteban, se suspendieron estas inusuales
bendiciones, dejando a los creyentes judíos en necesidad. Varias veces en la
Palabra leemos de una ayuda especial enviada a «los santos pobres en Jerusalén»
(Ro 15.26; 1 Co 16.1; 2 Co 8–9).
El modelo de dar que se registra
en Hechos 2.44, 45 y 4.31–35 no se aplica a la iglesia local hoy, aun cuando el
espíritu manifestado es sin dudas algo que debe desearse. Nótese que los
creyentes de Antioquía no tenían «todas las cosas en común», sino que dieron
contribuciones personales de acuerdo a sus posibilidades (11.29; Véanse 2 Co
9.7). Pablo nos instruye a proveer para los nuestros (1 Ti 5.8), advirtiendo
que si no lo hacemos, somos peores que los incrédulos. El modelo de Dios para
dar es que cada creyente dé los diezmos y las ofrendas al Señor, empezando en
la iglesia local. Bernabé y Saulo (Pablo) fueron escogidos para llevar a
Jerusalén la ofrenda. Posteriormente, regresaron a Antioquía trayendo consigo a
Juan Marcos (12.25).
En el capítulo 12 veremos el
cierre del ministerio especial de Pedro y el capítulo 13 introduce el ministerio
del apóstol Pablo. Estos capítulos concluyen el período de transición cuando el
mensaje del reino fue reemplazado por el evangelio de la gracia de Dios.
Jerusalén fue reemplazada por Antioquía de Siria como el centro del ministerio,
y Pedro fue reemplazado por Pablo como líder de la obra de Dios.
12
Aquí leemos una de las últimas
referencias al ministerio de Pedro entre los primeros cristianos. En el capítulo
13 Pablo asume el escenario central y ya no encontramos de nuevo a Pedro sino
cuando da su testimonio (respaldando a Pablo) en el capítulo 15. Aquí, en el
capítulo 12, vemos varios poderes diferentes obrando.
I. EL PODER DE SATANÁS (12.1–4)
Herodes Agripa, nieto de Herodes
el Grande, era, como sus antecesores, un homicida. Los Herodes eran edomitas,
descendientes de Esaú. En cierto sentido vemos a Esaú persiguiendo de nuevo a
Jacob, porque «Jacobo» es simplemente otra forma del mismo nombre Jacob. Esta
persecución es un cuadro del tiempo de tribulación que los judíos soportarán en
los últimos días. Léase de nuevo Mateo 20.20– 23, en donde a Jacobo y a Juan se
les promete un bautismo de sufrimiento. Jacobo fue el primero de los apóstoles
sacrificados y Juan, quien vivió una larga vida, soportó gran sufrimiento (Ap
1.9). Cristo les había prometido a los apóstoles que sufrirían persecución. Lo
mismo ocurrirá con todos los que procuren hacer la voluntad de Dios.
Es interesante notar que los
apóstoles no reemplazaron a Jacobo, como hicieron con Judas en el capítulo 1.
Debido a que se había rechazado el reino prometido, los apóstoles no «se
sentarían en doce tronos» en ese reino (Mt 19.28). Este es otro indicio de que
se había revelado un nuevo plan. Hay una lección práctica aquí: cuando Satanás
quiere estorbar la obra de la Iglesia, persigue a Pedro y a Jacobo.
Acosa a los mejores cristianos y
procura obstaculizar su obra. ¿Somos la clase de cristianos que Satanás quiere
atacar? Es significativo que Pedro fue librado, en tanto que se permitió que
Jacobo muriera. Dios tiene un propósito único para cada uno de los suyos.
II. EL PODER DE LA ORACIÓN (12.5–19)
La palabra «pascua» en el
versículo 4 se refiere a esa festividad. La ceremonia duraba ocho días, después
de la cual Herodes prometió matar a Pedro para complacer a los judíos. Por
motivos de seguridad, asignó a cuatro grupos, de cuatro guardias cada uno, para
que lo vigilaran. Dos guardias estaban siempre a su lado y dos en la puerta de
la celda. «Pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él» (v. 5). ¡Cómo
emocionan esas palabras al creyente! Cuando Satanás hace lo peor, los
cristianos pueden volverse a Dios en oración y saber que Él obrará.
¿Cómo podía Pedro tener tanta paz
cuando sabía que le quedaba tan solo un corto tiempo de vida?
Es cierto que la oración de la
iglesia le ayudó, pero la promesa de Cristo en Juan 21.18–19 debe haberle sostenido.
Pedro sabía que no moriría sino hasta que fuera viejo y que esa muerte no sería
a espada (como en el caso de Jacobo, v. 2), sino por crucifixión. La fe en la
Palabra de Dios le dio paz. Si tan solo confiáramos en las promesas de Cristo,
tendríamos la misma paz en medio de la tribulación.
El ángel libró a Pedro, pero
nótese que no hizo por el apóstol lo que él mismo podía hacer. El ángel le
libró de las cadenas y le condujo fuera de la cárcel, pero le dijo a Pedro que
se calzara sus zapatos, que se vistiera y que le siguiera. Cuando Pedro estuvo
seguro fuera, el ángel le dejó que tomara su propia decisión. Podemos esperar
que Dios haga lo imposible si obedecemos y hacemos lo posible.
No debemos subestimar el poder de
una iglesia que ora. Oraban con fervor (v. 5), con claridad y valentía. A pesar
de su incredulidad, cuando Pedro apareció, Dios honró sus oraciones y fue glorificado.
Cuando Rode oyó que llamaban a la puerta, contestó por fe; porque de acuerdo a
todo lo que sabía, ¡podría haber habido allá afuera una compañía de los
soldados de Herodes, listos para arrestarlos!
El Jacobo mencionado en el
versículo 17 es el hermano de Cristo, quien, al parecer, llegó a ser el anciano
principal en la asamblea de Jerusalén (Véanse el cap. 15). No lo confunda con
el hijo de Alfeo, o el Jacobo que mató Herodes. Véanse también Hechos 21.18 y
Gálatas 1.19 y 2.9. La partida de Pedro sigue siendo un misterio: se fue «a
otro lugar» (v. 17) y no sabemos cuál era. Salió de la escena (aunque siguió
predicando, por supuesto) para dar lugar a Pablo y su mensaje de la Iglesia.
III. EL PODER DE LA IRA DE DIOS (12.20–23)
La relación entre las ciudades
costeras de Tiro y Sidón y Galilea provenía desde los días de Salomón (1 R
5.9). Herodes, como el anticristo que aparecerá un día, se exaltó a sí mismo y
tomó el lugar de Dios. La gente adoraba a Herodes y le honraba estrictamente
por ganancia personal y un día el mundo recibirá y adorará al anticristo para
que lo alimente y proteja. Dios le hirió con una muerte terrible. Nótese que el
ángel que «golpeó» a Pedro en el versículo 7 trajo salvación; pero cuando hirió
a Herodes trajo condenación. Dios aborrece el orgullo y no permitirá que nadie
tome su gloria. Léase Daniel 11.36 y 2 Tesalonicenses 2.3–8 para ver cómo
Herodes tipifica el hombre de pecado que vendrá, el anticristo.
IV. EL PODER DE LA MANO DE DIOS (12.24–25)
¡Qué contraste! El gran Herodes
fue comido de gusanos, «pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba» (v.
24). Cuando Satanás ataca como homicida (cuando mató a Jacobo, por ejemplo) o como
mentiroso (vv. 20–23), la Palabra de Dios puede vencer y dar victoria. Jacobo
estaba muerto, pero la obra de Dios seguía adelante, porque vemos a Pablo,
Bernabé y su ayudante, Marcos, de regreso a Antioquía después de su ministerio
a los santos pobres en Jerusalén (Véanse 11.27–30). Marcos tenía una casa
piadosa, porque fue en la casa de su madre que los creyentes se habían reunido
para orar (12.12). Era primo de Bernabé (Col 4.10) y más tarde fue la causa de
contención entre Pablo y Bernabé. Escribió el Evangelio de Marcos y con el
tiempo se ganó la aprobación de Pablo (2 Ti 4.11), a pesar de que le había
fallado en sus años tempranos (13.13).
No nos dejemos nunca asustar por
las estridentes voces de los líderes del mundo de Satanás. Su día viene. La
Palabra de Dios nunca fallará y es nuestra responsabilidad predicar y enseñar
la Palabra hasta que Cristo vuelva.
13
Ahora empezamos la tercera y final
sección de Hechos, «el período del triunfo» (caps. 13–28), durante el cual el
evangelio de la gracia de Dios se predicó al mundo romano y se establecieron
las iglesias locales mediante el ministerio de Pablo y de otros. Presenciamos,
como si así fuera, un nuevo principio de un nuevo ministerio desde un nuevo
centro espiritual: Antioquía de Siria. Leemos del primer viaje misionero de
Pablo y su primer sermón. Escuchamos por primera vez en Hechos la maravillosa
palabra «justificados» (13.39).
I. EN ANTIOQUÍA: LLAMADOS POR EL ESPÍRITU (13.1–3)
Téngase en cuenta que el centro de
operación de la iglesia se ha movido de Jerusalén y de los judíos a Antioquía y
a los gentiles (Hch 11.19–30). No confunda Antioquía de Siria, la «iglesia
madre» de Pablo, con Antioquía de Pisidia (13.14–52). Nótese que mientras los
siervos de Dios ministraban en esta iglesia local, Dios llamó a dos de ellos
(el primero y el último nombre de la lista del versículo 1; y pronto el último
llegaría a ser el primero) a un ministerio mundial. Los siervos fieles en su
iglesia local son los que Dios usa en otras partes.
«Profetas» (v. 1) significa
profetas del NT (Ef 4.11). Estos hombres hablaban por Dios y el Espíritu los
guiaba directamente. Ahora que tenemos la Palabra escrita de Dios no tenemos
profetas en la Iglesia. Algunos sugieren que Simón fue el hombre que cargó la
cruz de Cristo (Mc 15.21) y también el padre de Alejandro y de Rufo. Manaén era
«hermano adoptivo» del Herodes que mató a Juan el Bautista. No muchas personas
de la nobleza son llamadas, pero gracias a Dios, ¡algunos en efecto hallan a
Cristo!
Los versículos 1–3 describen el
programa del NT para enviar misioneros:
(1) Dios llama a
los que escoge;
(2) la iglesia
certifica este llamado;
(3) la iglesia y el Espíritu envían a
los misioneros, respaldándolos con oración y sostenimiento financiero.
Es correcto que los misioneros
informen a sus iglesias (14.26–28). Tampoco es anti-bíblico que las iglesias
locales se unan y organicen agencias para enviar misioneros.
II. EN CHIPRE: OPOSICIÓN DEL DIABLO (13.4–12)
En la parábola de la cizaña (Mt
13.24–30, 36–43) Cristo prometió que dondequiera que se planten hijos de Dios,
Satanás plantará falsificaciones. Esto fue lo que ocurrió en la primera parada
de los misioneros. Satanás vino en la persona de un judío apóstata, un falso
profeta, un hijo del diablo (v. 10).
En el poder del Espíritu Pablo
hirió con ceguera al engañador. ¿No es esto parecido a la nación de Israel,
ahora herida con ceguera? Véanse Romanos 11.25. Nótese que aquí «Saulo» usa su
nombre más conocido: «Pablo», que significa «pequeño».
III. EN PERGE: DESERCIÓN DE MARCOS (13.13)
Nótese que ya no es «Bernabé y
Saulo» (v. 2), sino «Pablo y sus compañeros». No estamos seguros de por qué
Marcos dejó al grupo, pero Pablo consideró su acción una deserción (Véanse
15.38). ¿Fue debido a que Pablo había llegado a ser prominente y el primo
Bernabé ya no era el líder? ¿Fue por las situaciones peligrosas que se
vislumbraban? ¿Fue porque el joven echaba de menos su hogar?
Cualesquiera que fueran las
razones, su acción posteriormente haría que los dos misioneros se separaran,
aunque más tarde Pablo perdonó y recibió a Marcos (2 Ti 4.11). ¡Qué maravilloso
es que Dios nos dé otra oportunidad! Más de un siervo de Dios ha fallado al
principio de su ministerio, para sólo más tarde tener éxito.
IV. EN ANTIOQUÍA DE PISIDIA: RECIBIDOS POR LOS
GENTILES (13.14–52)
¿Por qué Pablo iba a la sinagoga
judía cuando su misión especial era a los gentiles? Por varias razones:
(1) sabía que en la sinagoga los
judíos le oirían y este era el lugar lógico para empezar;
(2) tenía una
carga especial por su pueblo (Ro 9.1–3; 10.1);
(3) quería que
su nación oyera la Palabra de Dios y así quedara sin excusa.
En este sermón afirmó que Cristo
vino «al judío primeramente» (vv. 23–27, 46), pero se cuidó de asegurar que la
salvación es para «todo aquel que cree» (v. 39). En los versículos 17–22 Pablo
mostró cómo el AT fue una preparación para Cristo. En los versículos 23–27
bosquejó la vida y muerte de Cristo, probando su resurrección y destacando que
Israel («los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes» (v. 27), rechazaron a
su Mesías. Los versículos 38–41 dan una conclusión personal del mensaje,
mostrando que la salvación no era por medio de la obediencia a la ley, sino
mediante la fe en Cristo.
La advertencia en los versículos
40–41 viene de Habacuc 1.5. La «obra» a que se refiere aquí es el programa de
Dios para salvar a los gentiles. ¡Qué increíble debe haber parecido esto a los
judíos! Cuando el profeta Habacuc dijo estas palabras, el gobernador gentil
Nabucodonosor estaba subiendo en poder e invadiría nación tras nación. Pablo
usó estas palabras para advertir a los judíos que, si no creían y recibían el
evangelio, perecerían al igual que el Israel incrédulo de días pasados.
Predicaba el evangelio de la gracia de Dios (v. 43), el mensaje que debemos
proclamar hoy.
¿Cuáles fueron los resultados?
Algunos judíos y gentiles prosélitos creyeron de inmediato. Es obvio que esta
gente religiosa, entendidas en las Escrituras, sería la mejor preparada para
recibir el mensaje.
La siguiente semana la ciudad
entera se congregó. Esto quiere decir que los creyentes gentiles habían esparcido
la Palabra entre sus amigos, de modo que la mayoría de la congregación ese día
de reposo era gentil. Esto provocó a celos a los judíos y estorbaron el
ministerio de Pablo, de modo que él los dejó y se volvió a su ministerio entre
los gentiles. En el versículo 46 explicó su acción; de acuerdo al programa de
Dios delineado en el AT era necesario que la Palabra fuera primero a los
judíos, pero ahora que estos habían demostrado (como sus hermanos en Jerusalén)
que no eran dignos, el mensaje iría a los gentiles. Pablo citó Isaías 49.6,
donde Dios dice que Cristo (el «te he puesto» no se refiere a Pablo) era Luz
para los gentiles. Véanse también Lucas 2.29–32.
No «diluya» la frase del versículo
48 que indica que algunos «estaban ordenados para vida eterna».
La palabra griega realmente
significa «matriculados», y tiene la idea de nombres escritos en un libro.
En tanto que la salvación es por
gracia, por la fe, hay también la obra misteriosa de Dios por la cual somos
«escogidos en Cristo» (Ef 1.4). No sabemos quiénes son los elegidos de Dios, de
modo que ofrecemos el evangelio a todos y tenemos la confianza de que el
Espíritu obrará.
Por supuesto, donde la semilla
está llevando fruto, Satanás viene para oponerse; y nótese que puede usar a la
«gente religiosa» para hacer su obra. El cristianismo verdadero no persigue a
nadie, pero la gente religiosa ha perseguido y asesinado en el nombre de
Cristo. (Véanse en 2 Timoteo 3.11 los comentarios de Pablo acerca de la
persecución.) La oposición no detuvo a Pablo y sus asociados; llenos de gozo y
del Espíritu Santo continuaron ministrando la Palabra.
14
Este capítulo registra la
conclusión del primer viaje misionero de Pablo. Tal vez quiera ver un mapa y trazar
usted mismo el curso.
I. LOS MISIONEROS SUFREN POR CRISTO (14.1–20)
Dondequiera que se predique el
evangelio y algunos crean, habrá división y disturbios. Véanse Juan 7.43; 9.16;
10.19 y Lucas 12.49–53. Incluso hoy muchos cristianos sufren en su mismo hogar
debido a seres queridos que rechazan a Cristo. Pero la oposición no detuvo a
Pablo y a Bernabé; en vez de eso, se quedaron en la ciudad y continuaron
predicando. Dios honró su fe al darles señales y prodigios.
Estos milagros probaban que Pablo
era un apóstol de Dios (2 Co 12.12) y causarían efecto en los judíos (Véanse 1
Co 1.22) y gentiles (Ro 15.18, 19). Cuando los hombres descubrieron un complot
para apedrearlos, salieron y se fueron a Listra y a Derbe, y allí predicaron la
Palabra. Véanse Mateo 10.23.
En Listra Pablo pudo realizar un
gran milagro al sanar a un cojo muy conocido. Es interesante comparar los
ministerios de Pedro y Pablo en este punto: ambos curaron a un cojo (3.1–8;
14.8–12); ambos lidiaron con impostores satánicos (8.18–24; 13.4–12); a ambos
lo liberaron milagrosamente de la cárcel (12.5–10; 16.25–29); ambos resucitaron
muertos (9.40; 20.12); ambos realizaron milagros especiales (5.15, 16; 28.8).
Este milagro lo aceptaron los
ciudadanos paganos como prueba de que Pablo y Bernabé eran sus dioses que
habían descendido a la tierra; a Bernabé llamaban «Júpiter» (o Zeus, el dios
principal) y a Pablo «Mercurio» (o Hermes, el mensajero de los dioses). El
sacerdote local de Júpiter estuvo listo para ofrecer sacrificios cuando los
misioneros públicamente les detuvieron. Pablo aprovechó la situación para
predicar la Palabra a la multitud. Nótese que no usó las Escrituras del AT como
lo hacía en los cultos de las sinagogas, sino que razonó con estos gentiles
sobre la base de las obras de Dios en la creación. Compare este sermón (que se
resume aquí en los versículos 15–17) con el mensaje de Pablo en Atenas
(17.16–34) y sus declaraciones en Romanos 1.20. Las obras de Dios en la
naturaleza dejan a los paganos «sin excusa».
El mensaje de Pablo fue rechazado
y la gente le apedreó y le dejó por muerto. Nos preguntamos si Pablo recordaba
el día cuando dirigió a los judíos para que apedrearan a Esteban. «Una vez fui apedreado»,
escribiría más tarde (2 Co 11.25); y en Gálatas 6.17 menciona las «marcas» que
llevaba en su cuerpo debido a sus sufrimientos por Cristo. Algunos creen que
Pablo en realidad murió y que por un milagro resucitó de los muertos, y
sugieren que su experiencia en «el tercer cielo» ocurrió en esta ocasión (2 Co
12.1–4). Años más tarde Pablo le recordaría a Timoteo de estos sufrimiento (2
Ti 3.11).
Es probable que Timoteo se haya
convertido en este momento (Véanse Hch 14.6 con 16.1).
II. LOS MISIONEROS CONFIRMAN LAS IGLESIAS
(14.21–24)
La evangelización no es
suficiente; se debe estimular y enseñar la Palabra. Es por eso que Pablo establecía
iglesias locales dondequiera que Dios le guió. La iglesia local es el lugar
donde el creyente debe recibir una dieta confiable de alimento espiritual,
hallar compañerismo cristiano y descubrir oportunidades para el servicio.
Agradecemos a Dios por las muchas excelentes organizaciones y programas
evangelizadores que están hoy ganando almas, pero ninguno puede reemplazar a la
iglesia local.
Con valentía, los misioneros
regresaron a las mismas ciudades donde sus vidas habían estado en peligro. No
es de asombrarse de que posteriormente tuvieron la reputación de ser hombres
que habían «expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo»
(15.26). Pablo y Bernabé no pensaban en ellos mismos, sino en los nuevos
cristianos que necesitaban ayuda y dirección espiritual. En este momento
estaban sólo a doscientos cincuenta kilómetros del hogar de Pablo en Tarso y
quizás a él le hubiera encantado visitar de nuevo su hogar; sin embargo, puso a
un lado sus deseos para servir al Señor. También, en el viaje de regreso a Antioquía,
pasaron por alto a Chipre, que era el hogar de Bernabé.
Pablo y Bernabé designaron
ancianos en las iglesias. La palabra griega que se traduce «constituyeron» (v.
23) tiene un significado doble: significa tanto «designar» como «elegir por
voto popular». Es evidente que los apóstoles seleccionaron a los mejores
candidatos (véanse las cualidades en 1 Ti 3; Tit 1.5) y luego la iglesia entera
votó según el Espíritu les guió. De esta manera debe ser el gobierno de la
iglesia. Nada hay en la Biblia acerca de una jerarquía entre los líderes de la
iglesia. Si usted compara Tito 1.5, 7 y Hechos 20.17, 28, verá que los términos
«obispo» y «anciano» se refieren al mismo oficio, el de pastor. Pablo no ordenó
a los ancianos sino en el viaje de regreso a las iglesias, como para dar la
oportunidad de probar a los hombres. «No impongas con ligereza las manos a ninguno»,
advirtió (1 Ti 5.22).
III. LOS MISIONEROS INFORMAN A LA IGLESIA MADRE
(14.25–28).
En tanto que las juntas y
denominaciones pueden ayudar en los aspectos técnicos y legales para enviar
misioneros, la responsabilidad final recae sobre la iglesia local. Por eso
Pablo y Bernabé informaron a los creyentes de Antioquía, desde donde los
enviaron a «la obra» (véanse 13.2; 14.26; 15.38). ¡Qué bendición debe haber
sido esa reunión, al informar estos primeros misioneros lo que Dios había
hecho! Recuérdese que Hechos registra lo que Jesús «continuó haciendo y
enseñando» después que regresó al cielo (1.2), de modo que la obra era
realmente suya.
Al repasar este primer viaje
misionero se puede ver los principios básicos que Pablo siguió al procurar
llevar el evangelio al mundo. El Espíritu dirigía a Pablo en la obra, y es
importante que sigamos estos mismos principios hoy.
A. TRABAJÓ EN CIUDADES CLAVE.
En la mayoría de los lugares donde
Pablo trabajó eran ciudades importantes de varias provincias.
Pablo no se quedó en algún rincón
aislado; atacó los grandes centros de población. Allí fue donde empezó su
evangelización estratégica. Luego sus convertidos alcanzaron las ciudades más
pequeñas del área.
B. ESTABLECIÓ IGLESIAS LOCALES.
Su ministerio no fue un
espectáculo del hombre orquesta, ni tampoco tuvo una sede central desde donde
decirles a otros lo que debían hacer. Ganó almas para Cristo y luego las
organizó en iglesias locales que tenían sus propios líderes. Por supuesto, esto
significaba enseñar a la gente la Palabra y edificarlos en la fe. Hoy tenemos
muchos «ministerios de respaldo» que son vitales (escuelas, hospitales, radio,
programas de televisión, etc.), pero todos deben ayudar a ganar a los perdidos
y edificar las iglesias.
C. ENSEÑÓ A LOS CREYENTES CÓMO HACER EL TRABAJO.
Pablo sabía que los misioneros
debían al final hacerse innecesarios. Debían preparar a los nuevos convertidos
para que desarrollaran su ministerio. Después de todo, cien personas en una
iglesia local pueden hacer cien veces el trabajo que cualquier misionero puede
hacer, y conocen y hablan el lenguaje y la cultura de su gente. Diez años más
tarde, escribiendo a los romanos (Ro 15.19, 23), Pablo pudo decir ¡que el área
entera había sido evangelizada! ¿Cómo lo hizo? Ganó a otros, estableció
iglesias y preparó a los cristianos en cómo hacer el trabajo. Véanse otro
ejemplo en 1 Tesalonicenses 1–2.
Nuestro propósito es evangelizar,
lo que simplemente significa dar a tanta gente como sea posible por lo menos
una oportunidad de oír el evangelio. Sabemos que no todos se salvarán, pero
debemos darle a todos al menos una oportunidad de oír de Cristo y la cruz.
Pablo evangelizó al mundo romano sin imprenta, sin estación de radio o
televisión, sin aviones y sin ninguno de los artefactos modernos de los que
disponemos. ¡Cuánto más debemos ser capaces de lograr en este día de maravillas
científicas! «Al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá» (Lc 12.48).
15
I. LA DISENSIÓN EN ANTIOQUÍA (15.1,2)
Dondequiera que la obra de Dios
progresa, Satanás empieza a oponérsele y usualmente trabaja por medio de
mentiras. Muchas iglesias hoy en día son ineficaces debido a que creen
«mentiras religiosas» en lugar de creer la Palabra de Dios. Ciertos fariseos de
la iglesia de Jerusalén (vv. 5, 24) habían llegado a Antioquía y les habían
dicho a los creyentes gentiles que sus salvación no era válida a menos que se
circuncidaran y obedecieran la Ley de Moisés. Sin duda, ¡Pablo nunca predicó
tal cosa! (Véanse 13.38–40).
Pablo y Bernabé disputaron con
ellos, y se decidió llevar la cuestión a los apóstoles y ancianos de Jerusalén.
Esta fue una decisión puramente voluntaria y de ninguna manera indica que se haya
querido indicar que una «jerarquía denominacional» gobierne los asuntos de la
iglesia local. En realidad Dios le ordenó a Pablo expresamente que fuera a
Jerusalén; Véanse Gálatas 2.1, 2: «subí según revelación» (Gl 2.2), lo que en
sentido literal significa «subí en obediencia a, o guiado por, una revelación
divina». Dios quería que Pablo dejara establecido de una vez por todas, el
lugar de los gentiles en su programa.
Era fácil para estos creyentes
judíos confundirse con el programa de Dios. Conocían la enseñanza del AT de que
los gentiles se salvarían únicamente mediante Israel. Los únicos gentiles
salvos que la iglesia de Jerusalén había visto fueron los que Pedro, y no
Pablo, ganó, y esto fue un acto especial de Dios (Hch 11.18). Las noticias
viajaban con lentitud en esos días, y no sabían todo lo que Dios había hecho a
través de Pablo y Bernabé en su viaje misionero. Estos hombres eran sinceros,
pero estaban sinceramente equivocados. Como Pablo explica en Gálatas 2.6,
predicaban el «evangelio», pero era un evangelio incompleto. Creían en la
muerte y resurrección de Cristo, pero no habían progresado lo suficiente como
para ver el programa de Dios para los gentiles por medio del apóstol Pablo.
II. LA DELIBERACIÓN EN JERUSALÉN (15.3–21)
Al parecer hubieron por lo menos
cuatro reuniones diferentes en esta conferencia estratégica:
(1) una reunión pública durante la
cual la iglesia dio la bienvenida a Pablo y a sus acompañantes (v. 4);
(2) una privada entre Pablo y los
líderes clave (Gl 2.2);
(3) una segunda reunión pública en la
cual el poderoso partido judío presentó su caso (Hch 15.5; Gl 2.3–5); y:
(4) el concilio propiamente en el
cual se tomaron las decisiones (Hch 15.6).
Léase con cuidado Gálatas 1–2,
puesto que anota el informe de Pablo sobre el asunto.
El debate continuó y no hubo
ningún progreso a la vista sino hasta cuando Pedro se levantó y pronunció su
discurso. Es interesante notar que lo último que hace en Hechos es secundar a
Pablo y su ministerio, tanto como lo hacen sus últimas palabras escritas (2 P
3.15, 16). Pedro repasó los tratos de Dios con él en relación a los gentiles
(Hch 10–11), haciendo hincapié en que Dios los había aceptado al darles el
mismo Espíritu que a los judíos en Pentecostés. Fueron salvos por fe (v. 9) y
gracia (v. 11).
Nótese lo que dice en el versículo
11: «Por la gracia del Señor Jesús seremos salvos [nosotros, los judíos], de
igual modo que ellos». No es: «ellos deberían ser salvos de igual modo que
nosotros», sino lo inverso. ¡No sólo que la ley no se aplicaba a los gentiles,
sino que ya ni era aplicable a los judíos! «Por gracia, por fe» es el mensaje,
y no «obedezcan a Moisés y circuncídense».
Pablo y sus acompañantes fueron
los siguientes testigos y sus informes de la obra de Dios entre los gentiles silenció
por completo a la oposición. Luego Jacobo tomó la palabra y dio la decisión
final. Este Jacobo es el hermano del Señor que había llegado a sustituir a
Pedro como líder de la iglesia de Jerusalén. Sus palabras en los versículos
14–21 deben entenderse si la iglesia ha de desarrollar el programa de Dios en
esta edad. ¿Qué está haciendo Dios hoy? Está tomando de los gentiles para
formar un pueblo para su nombre. Judío y gentil se hallan al mismo nivel como
los pecadores delante de Dios, y el programa «al judío primeramente» ya no se
aplica.
Pero, ¿qué de las promesas a los
judíos tocantes al reino? Jacobo contestó esto en los versículos 15–17, citando
de Amós 9.11, 12. Nótese que Jacobo no dijo que el llamamiento de los gentiles
es un cumplimiento de la profecía de Amós, porque no se profetiza de la Iglesia
en ninguna parte del AT. Jacobo dijo que las palabras de Amós concuerdan con
este nuevo programa; después de todo, cuando la plenitud de los gentiles sea
salva, Cristo volverá y edificará de nuevo la casa de David («tabernáculo» significa
«casa» o «familia», 2 S 7.25–29) y establecerá el reino. Léanse Romanos 9.29–33
y 11.1–36 para ver la explicación de Pablo de este nuevo programa. Romanos
11.25 es clave: «Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya
entrado la plenitud de los gentiles».
Cuando se salve el número completo
de gentiles, la Iglesia será arrebatada, siguiendo luego un tiempo de
tribulación por siete años, durante los cuales Israel será purgada. Finalmente,
Cristo volverá a la tierra para restaurar el trono de David.
III. LA DELEGACIÓN A LOS GENTILES (15.22–35)
El concilio estuvo de acuerdo con
esta decisión y escribió cartas al respecto a las iglesias gentiles, enviándolas
con Pablo y sus acompañantes. Estas admoniciones no fueron dogmas oficiales
impuestos por un cuerpo superior; fueron sugerencias sabias que hombres
espirituales habían recibido según les guió el Espíritu Santo. Compárese los
versículos 25 y 28. Estas prohibiciones no eran otra «ley», sino más bien
admoniciones que ayudarían a los cristianos gentiles en su relación con los
judíos, tanto salvos como no salvos. Compárese el versículo 29 con Génesis
9.1–5.
Era correcto que Pablo y sus
acompañantes fueran los portadores de este informe a su iglesia madre. Después
de todo, ¿no los había usado Dios para abrir la puerta de la fe a los gentiles?
¿No habían arriesgado sus vidas por causa del evangelio? Cuando regresaron, se
reunieron con toda la iglesia y hubo mucho regocijo por la decisión del
concilio.
La tragedia es que la decisión del
concilio de Jerusalén muy rara vez se le hace caso hoy en día.
Demasiadas iglesias todavía están
siguiendo el énfasis de la primera parte de Hechos, procurando «traer el
reino». Otros tratan de «mezclar a Pedro y a Pablo» mediante extrañas
combinaciones de la ley y la gracia, de Israel y la Iglesia. Es tiempo de que
empecemos a escuchar al mensajero escogido para los gentiles, el profeta
especial de Dios para la Iglesia, el apóstol Pablo. Hay una maldición pronunciada
sobre cualquiera que no predique el evangelio de la gracia de Dios (Gl 1.6–9) y
esto no se aplica nada más que a los intérpretes «modernistas» del evangelio.
Se aplica también a las iglesias donde la Palabra de Dios no se expone
correctamente y donde la verdad del reino se mezcla con la verdad de la
Iglesia.
IV. LA DISPUTA ENTRE PABLO Y BERNABÉ (15.36–41)
Es triste cuando los cristianos
están de acuerdo en doctrina (v. 12), pero no personalmente. Puesto que era
pariente de Marcos, Bernabé tenía la obligación de ayudar al joven; pero Pablo
pensaba que Marcos era un fracaso. Tal vez ambos hombres fueron demasiado
severos, porque más tarde Pablo aceptó a Marcos (2 Ti 4.11) y Dios lo usó para
escribir el segundo Evangelio. Mientras que Pablo y Bernabé ministraban en
Antioquía, Pedro había venido y debatido con Pablo otra vez respecto a los gentiles.
Léase Gálatas 2.11–21 y note que incluso Bernabé fue «arrastrado» por la
hipocresía judía.
Esta puede haber sido otra razón
por la cual Pablo escogió a Silas al empezar su segundo viaje misionero, porque
Silas había sido un servidor fiel (Véanse 15.22, 32). Las diferencias entre los
siervos de Dios no estorban su obra. «Hay diversidad de ministerios, pero el
Señor es el mismo» (1 Co 12.5).
16
I. NUEVOS AYUDANTES (16.1–5)
Usted debe leer 15.36–41 para ver
cómo Bernabé y Pablo dieron por terminada su sociedad misionera y seleccionaron
nuevos acompañantes. Según Pablo, Juan Marcos había fallado; pero Bernabé,
siendo pariente de Marcos, estaba dispuesto a darle al joven otra oportunidad.
Lamentamos las diferencias entre creyentes, pero estamos agradecidos de que
Dios puede anular aun los errores de los hombres para la gloria de Él.
Silas había sido un hombre clave
en la asamblea de Jerusalén (15.22) y era un profeta (15.32).
Había participado con Pablo en el
ministerio en Antioquía, de modo que no eran extraños el uno para el otro.
Timoteo, que tomó el lugar de Juan Marcos, era un joven que recibió la
salvación cuando Pablo visitó a Listra en su primer viaje misionero (14.6–22).
Timoteo presenció los sufrimientos de Pablo en Listra (2 Ti 3.10, 11) y
demostró ser digno del servicio cristiano. Pablo quería mucho a Timoteo; Pablo le
llamó «mi hijo en la fe» (1 Ti 1.2). Si los cristianos de más edad y maduros no
«adoptan» a los jóvenes creyentes, ¿quién ocupará las filas cuando Dios llame
al cielo a los «veteranos»? Véanse en 2 Timoteo 2.1–2 las instrucciones de
Pablo sobre este asunto. A Timoteo lo criaron una madre y abuela piadosas (2 Ti
1.5; 3.15). Los profetas de la Iglesia, con visión espiritual, predecían
grandes cosas para este joven (1 Ti 1.18; 4.14). Filipenses 2.19–23 indica con
cuánta fidelidad sirvió Timoteo a Pablo en Filipos.
La circuncisión de Timoteo no
tenía nada que ver con su salvación (Gl 2.1–4). Este no fue un acto de desobediencia
al concilio (Hch 15.1). Se hizo, más bien, para eliminar un tropezadero entre
los judíos a los que Pablo y Timoteo ministrarían (1 Co 9.20). Siendo hijo de
padre gentil y madre judía, Timoteo no tenía que circuncidarse; pero como hijo
de Dios no quería hacer nada que sirviera de tropiezo a los judíos.
II. NUEVAS OPORTUNIDADES (16.6–12)
Vea en su mapa los lugares
mencionados en los versículos 6–8. Pablo y su grupo ministraron la Palabra en
esas ciudades, pero el Espíritu no les permitió que fueran hacia el este, a
Bitinia. «Asia», en el versículo 6, no significa el continente que nosotros
conocemos hoy; más bien era el área que hoy llamamos Asia Menor. Sin embargo,
si Pablo hubiera ido hacia el oriente, a Bitinia, y continuado en esa dirección,
esa zona hubiera recibido el evangelio antes que Europa. Nótese que Pablo
ministró en esas áreas (1 P 1.1).
Pablo era sensible a la dirección
del Espíritu. Hechos es verdaderamente los «Hechos del Espíritu Santo», puesto
que Él estaba obrando en la vida de los apóstoles. Dios le dio a Pablo una
visión en la cual le instruyó a cruzar el mar Egeo e ir a Macedonia. Algunos
piensan que Lucas (el autor de Hechos) fue el hombre que vio en la visión,
debido a que en el versículo 10 dice «procuramos» en lugar de referirse a
«ellos». En cualquier caso, el doctor Lucas se les unió en Troas. Véanse
también 20.6, 7.
III. NUEVOS CRISTIANOS (16.13–40)
Filipos era una colonia romana,
nombrada así en honor a Felipe de Macedonia, quien conquistó esa área en el
siglo cuatro a.C. Las colonias romanas eran en realidad «Romas en pequeño»,
ciudades que seguían las leyes y costumbres romanas; y la indicación es que no
había muchos judíos en el área, porque no tenían sinagoga. En su ministerio
aquí en Filipos Pablo encontró tres clases diferentes de pecadores y los vio
ganados para Cristo:
A. UNA MUJER RELIGIOSA CON CORAZÓN ABIERTO (VV. 13–15).
Pablo inició su ministerio en
Europa ¡asistiendo a una reunión de oración de mujeres! Lidia era una comerciante
acomodada que se había convertido de la idolatría pagana y adoraba al Dios de
Israel. Dios no sólo abrió las puertas
para que Pablo viniera a Europa, sino que también abrió el corazón de Lidia y
ella fue salvada. Lidia contó el mensaje a los demás de su familia y ellos
también fueron salvados. El hecho de que Pablo hizo bautizar a estos nuevos
convertidos gentiles es evidencia de que estaba cumpliendo la comisión de Mateo
28.19, 20. El término «familia» (v. 15) implica que los familiares (y los
esclavos), quienes comprendieron la Palabra, creyeron, se salvaron y después se
bautizaron. No hay evidencia de que se bautizaran niños, ni aquí ni en ningún
otro lugar de Hechos.
B. UNA MUCHACHA ESCLAVA CON CORAZÓN POSEÍDO (VV. 16–18).
Pablo y sus compañeros se quedaron
en la casa de Lidia y fueron a las reuniones de oración con ella. Satanás
siempre está disponible para oponerse a la obra del Señor y en este casó usó
una muchacha esclava. Nótese que sus palabras parecían amigables para los
apóstoles, como si promoviera la obra del Señor. Satanás vino como ángel de
luz, usando elogios (2 Co 11.13–15); pero Cristo nunca necesita su ayuda para
promover el evangelio. Este testimonio era un obstáculo, no una ayuda; y Pablo lo
detuvo. En la próxima sección vemos cómo Satanás la serpiente se convierte en
Satanás el león, echando a los apóstoles en la cárcel.
C. UN HOMBRE DE DURO CORAZÓN (VV. 19–40).
No hace falta mucha imaginación
para ver que este carcelero romano era un oficial típico encallecido, que no
tenía ninguna simpatía por el hombre ni interés en Cristo. Aun cuando a Pablo y
Silas los humillaron y azotaron, el carcelero aumentó sus sufrimientos al
echarlos en el calabozo de más adentro y al ponerles sus pies en el cepo. Luego
se fue a atender sus asuntos y finalmente se retiró a dormir por la noche.
Pero «de noche su cántico estará
conmigo» (Sal 42.8; cf. 77.6) y Pablo y Silas ¡alababan a Dios en lugar de
quejarse! ¡Qué testimonio fue esa reunión! A medianoche Dios obró y sacudió la
cárcel de modo que todos los prisioneros quedaron libres. Si un carcelero
romano perdía un prisionero significaba que le quitaban su vida; de modo que no
sorprende que el carcelero, al despertarse, trató de suicidarse. Este es
Satanás el homicida obrando de nuevo; porque si Pablo no hubiera clamado y detenido
al carcelero, este hubiera muerto y se hubiera ido al infierno. Pero según
ocurrió, el amor de Pablo y la gracia de Dios tocaron el corazón del hombre y
él se convirtió.
Es en este pasaje que se refuta la
llamada «salvación de familia». Los hijos no pueden salvarse simplemente porque
sus padres lo son, ni tampoco se debe bautizar niños que no han creído en
Cristo.
La promesa de salvación fue para
toda la casa (familia) del carcelero (v. 31); toda la familia oyó la predicación
(v. 32); y toda la familia se bautizó (v. 33); pero ¡debido a que toda la
familia creyó! (v. 34). Por más que echemos a volar la imaginación no se puede
concebir que los infantes comprendieron la Palabra y creyeron. El carcelero
demostró que se había convertido verdaderamente al lavarles las heridas a los
discípulos y darles de comer en su casa. Cuando un hombre le abre el corazón a
Cristo, se abre también su hogar.
Algunos cristianos se quedan
perplejos por las acciones de Pablo en los versículos 35–40. ¿Por qué humilló a
los funcionarios romanos al exigir que arreglaran abiertamente el caso? Pablo
simplemente estaba haciendo uso de su ciudadanía romana y de sus derechos
legales para dar el respeto apropiado al evangelio y a la nueva iglesia que se
acababa de establecer. Si Pablo hubiera dejado en silencio la ciudad, sus
habitantes hubieran pensado que había sido culpable; y esto hubiera estorbado
el trabajo de la iglesia. No; no es incorrecto que los cristianos usen sus
derechos legales, en tanto y en cuanto promueve la causa de Cristo. Esta
disculpa oficial y solución abierta del caso (porque a Pablo se le había
despojado de sus derechos legales) le dio dignidad al evangelio y a la iglesia.
La iglesia de Filipos siempre fue una favorita de Pablo, como se puede ver al
leer su carta a los Filipenses. El núcleo de esa iglesia estaba constituido por
una mujer acomodada, una muchacha esclava y un carcelero romano. Pero tal es la
gracia de Dios: Cristo toma lo débil del mundo y confunde a lo fuerte.
17
Al continuar viajando con Pablo en
su segundo viaje misionero le vemos en tres diferentes ciudades y vemos tres
reacciones diferentes al evangelio.
I. TESALÓNICA: SE OPONEN A LA PALABRA (17.1–9)
Tesalónica era una ciudad de mucho
movimiento, situada en la carretera principal a Roma. Había muchos judíos en la
ciudad, de modo que Pablo empezó (según su costumbre) en la sinagoga, discutiendo
con ellos tres semanas. Les abrió las Escrituras, lo cual es el deber de todo
el que predica o enseña la Palabra. (Véanse Lc 24.32.) Algunos judíos creyeron;
una multitud de griegos (judíos prosélitos) creyeron; y muchas de las mujeres
líderes. Pero, como siempre es el caso, Satanás se opuso mediante los
incrédulos.
Los judíos usaron «la chusma» del
mercado para oponerse a Pablo. Los apóstoles se habían alojado con un tal
Jasón, de modo que fue en casa de este que la chusma concentró sus ataques. Si
es el mismo Jasón que se menciona en Romanos 16.21, era pariente de Pablo, lo
cual explicaría su hospitalidad y la razón para el ataque. Nótese que la falsa
acusación de la multitud es paralela a la que se hizo contra Cristo en Lucas
23.2. Si usted lee 1 y 2 Tesalonicenses (Pablo las escribió desde Corinto poco
tiempo después) verá cuánta doctrina le dio Pablo a esa gente en pocas semanas.
Les habló del reino venidero de Cristo, el levantamiento del hombre de pecado y
muchas otras cuestiones importantes. Nunca debemos pensar que los nuevos
creyentes son muy inmaduros como para recibir todo el consejo de Dios. El
ministerio de Pablo debe haber sido muy eficaz, porque el enemigo ¡le acusó de
haber trastornado al mundo!
II. BEREA: RECIBEN LA PALABRA (17.10–14)
Esa noche Pablo, Silas y Timoteo
(v. 14) salieron para Berea, a sesenta kilómetros de distancia.
Dejaban atrás una iglesia local
que continuó testificando de Cristo. Es más, Pablo les felicitó por esparcir
tan eficazmente el evangelio (1 Ts 1.6–10). Este es el verdadero modelo del NT:
hacer convertidos, enseñarles (1 Ts 2) y desafiarles a que ganen a otros. Berea
estaba junto a un camino secundario, pero fue el lugar a donde Dios quiso que
los misioneros fueran. ¡Qué refrescante debe haber sido encontrar judíos como
los de Berea! Dios sabía que Pablo y sus compañeros necesitaban estímulo y
refrigerio, y ellos lo encontraron en Berea. Hoy debemos seguir el ejemplo de
los bereanos:
(1) recibieron
la Palabra;
(2) fueron
solícitos, preparados para la Palabra;
(3) escudriñaron
las Escrituras y sometieron a prueba lo que el predicador decía;
(4) estudiaron diariamente
la Palabra.
Nótese el «así que» del versículo
12. Cuando la gente tiene la actitud de que se habla en el versículo 11, no
puede hacer otra cosa sino creer en la Palabra. Esta es la actitud que siempre
debemos tener.
Mientras que los cristianos
tesalonicenses estaban ocupados esparciendo el evangelio, Satanás lo estaba
provocando problemas; y envió unos cuantos de sus propios «misioneros» a Berea.
¡Cómo detesta Satanás la simple predicación de la Palabra! Pablo salió hacia
Atenas, dejando a Silas y a Timoteo para que fortalecieran a los hermanos. Los
dos hombres no fueron a Atenas para ministrar con él, según estaba planeado,
sino que se le unieron más tarde en Corinto (18.5). La salida de Pablo en esta ocasión
no fue por cobardía. Silas y Timoteo podían enseñar en la iglesia mientras que
Pablo llevaba el mensaje a otras partes.
III. ATENAS: SE MOFAN DE LA PALABRA (17.15–34)
Pablo llegó a Atenas como un
turista ¡y se convirtió en un ganador de almas! Esta famosa ciudad era un
centro de la religión y la cultura, pero todo lo que Pablo pudo ver fue pecado
y superstición; un escritor antiguo dijo que era más fácil encontrar un dios en
Atenas que a un hombre. Pablo discutía con los judíos en la sinagoga, pero tuvo
muy poco o ningún éxito. Entonces, siguió el modelo de los maestros griegos y
llevó su mensaje a la plaza pública (ágora) donde los hombres se reunían para discutir
filosofía o transar negocios.
Dos filosofías principales
controlaban la Atenas de ese tiempo. Los estoicos eran materialistas y casi
fatalistas en su pensar. Su sistema se cimentaba en el orgullo y la
independencia personal. La naturaleza era su dios y creían que toda la
naturaleza avanzaba gradualmente hacia un gran clímax.
Pudiéramos decir que eran
panteístas. Los epicúreos deseaban placer y su filosofía se basaba en la experiencia,
no en la razón. Eran casi ateos. Aquí tenemos dos extremos en filosofía y Pablo
los enfrentó a ambos con el evangelio de Cristo. Los atenienses se burlaron de
él, dijeron que era un «palabrero». Pensaron que estaba predicando dos nuevos
dioses cuando habló de «Jesús y de la resurrección». («Resurrección» en griego
es anastasia, y tal vez ellos tomaron esto como si fuera un nombre propio.) Los
griegos le llevaron al Areópago, su corte oficial, también llamada la Colina de
Marte. Allí Pablo predicó un gran sermón.
Empezó diplomáticamente diciendo:
«En todo observo que sois muy religiosos». Llamó su atención a un altar
dedicado «AL DIOS NO CONOCIDO», y usó este objeto para predicarles al Dios
verdadero, acerca del cual ignoraban. Presentó en su sermón cuatro grandes
verdades respecto a Dios:
A. ÉL ES EL CREADOR (VV. 24–25).
Los griegos creían diferentes
teorías acerca de la creación e incluso se inclinaban a cierta forma de evolución.
Pablo afirmó sin rodeos que Dios creó todo y no vivía en templos hechos por
hombres. Dios da la vida a todo; en realidad el hombre no puede darle nada a
Él.
B. ÉL ES EL GOBERNANTE (VV. 26–29).
Fija los límites de las naciones.
Por medio de su gobierno sobre las naciones procura que los hombres le busquen
y le hallen. Pablo incluso citó a un escritor griego (v. 28) para mostrar que
Dios es el que sustenta la vida. Esto no quiere decir que el poeta griego haya
sido inspirado, sino más bien que su afirmación concuerda con la verdad divina.
De nuevo Pablo con diplomacia destaca que sus templos e imágenes eran
insensatez e ignorancia. ¡Necesitamos este recordatorio hoy!
C. ÉL ES EL SALVADOR (V. 30).
Pablo barre con la cultura griega
llamándola «los tiempos de esta ignorancia». Los griegos no pudieron hallar a
Dios a pesar de toda su sabiduría y cultura (Véanse 1 Co 1.18). Dios ha
ordenado a los hombres en todas partes que se arrepientan; y si se arrepienten
y creen, Él los perdonará.
D. ÉL ES EL JUEZ (V. 31).
Dios ha determinado un día de
juicio y el Juez será su Hijo, Jesucristo. Dios lo demostró al levantarle de
entre los muertos. Si confiamos en Cristo hoy, Él nos salvará; si le
rechazamos, mañana Él nos juzgará.
Las reacciones de los oyentes
fueron mixtas. Algunos se burlaron (esta es con frecuencia la actitud de la cultura
y filosofía paganas); otros dejaron el asunto para más tarde; ¡pero algunos
creyeron!
Este capítulo presenta tres
actitudes diferentes hacia el evangelio, y encontramos estas actitudes en el
mundo hoy. Algunas personas se oponen abiertamente a la Palabra; otros se
mofan, burlan o posponen la toma de alguna decisión; y algunos reciben la
Palabra y creen. Pablo persistió en seguir como siervo fiel y también debemos
hacerlo nosotros «porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gl 6.9).
18
De Atenas Pablo se dirigió a
Corinto, una de las ciudades más grandes de esa época. Era famosa por varias
razones: Su alfarería y artesanía en bronce; sus grandes eventos deportivos que
se comparaban con los juegos olímpicos; y su inmoralidad y perversidad. De una
cuidad de cultura refinada, como
Atenas, Pablo llevó el evangelio a
la perversa ciudad de Corinto, ¡y por la gracia de Dios estableció allí una
iglesia!
I. PABLO HALLA NUEVOS AMIGOS (18.1–3)
Se acostumbraba que los padres
judíos enseñaran a sus hijos un oficio, incluso si estos iban a ser rabíes. El
oficio de Pablo era hacer tiendas, habilidad que usó lucrativamente para
sostener su ministerio en Corinto (Véanse 1 Co 9.15). Fue por medio de su
oficio que se encontró con una pareja cristiana, con la cual vivió y ministró
mientras establecía la iglesia en Corinto. ¡Cómo se debe haber regocijado Pablo
al tener compañerismo con estos santos! Pablo no tenía su propio hogar y sus
viajes hacían difícil que tuviera compañerismo por mucho tiempo en algún lugar.
Más tarde, Priscila y Aquila fueron con él a Éfeso, donde instruyeron a Apolos
(vv. 18, 24–28). Tenían un grupo cristiano en su casa de Éfeso (1 Co 16.19),
pero posteriormente Pablo los saludó en Roma (Ro 16.3). Ellos nos son buenos
ejemplos de cristianos que abrieron sus corazones y sus hogares para servir al
Señor.
En los versículos 24–28 hallamos a
Aquila y Priscila explicando el evangelio de gracia al orador visitante,
Apolos. Él conocía solamente el bautismo de Juan, lo que quiere decir que nunca
había aprendido del bautismo del Espíritu y la fundación de la Iglesia. En
lugar de abochornarlo en público, Priscila y Aquila le llevaron a casa y le
enseñaron la Palabra. Apolos nos demuestra que es posible tener elocuencia,
celo, sinceridad ¡y sin embargo estar equivocado! Dios guió a Apolos a Corinto
y allí le dio un poderoso ministerio (véanse 1 Co 3.6; 16.12).
Pudiéramos añadir una palabra
respecto al empleo de Pablo en Corinto. Él mismo reconoció que su costumbre de
ganarse su sustento era algo único. El modelo escriturario es que «los que
anuncian el evangelio, que vivan del evangelio» (1 Co 9.14). En su trabajo
misionero pionero Pablo deliberadamente sufragó sus gastos para que ninguno le
acusara de «predicar por dinero». Léase en 1 Corintios 9 su clara explicación.
II. PABLO FUNDA UNA NUEVA IGLESIA (18.4–17)
Pablo empezó en la sinagoga, pero
el testimonio duró tan solo poco tiempo; entonces se volvió a los gentiles. (Véanse
13.46.) Por ese mismo tiempo salió de la casa de Priscila y Aquila, y se fue a
la de un gentil llamado Justo, que era un prosélito judío y cuya casa estaba
cerca de la sinagoga. Es evidente que Pablo no quería crear dificultades a sus
anfitriones judíos, ahora que se había dedicado a predicar a los gentiles. Pero
el versículo 8 nos dice que el principal de la sinagoga había creído, ¡lo mismo
que muchos de los corintios! Nótese la secuencia en el versículo 8: oír, creer,
ser bautizado. Este es el modelo para hoy. En 1 Corintios 1.14–17 Pablo nos
informa que él mismo bautizó a algunos en Corinto (1 Co 1.11–17), lo cual
prueba que el bautismo en agua es una orden para esta edad.
Es muy probable que Silas y
Timoteo (v. 5) eran los que más bautizaban, puesto que la misión principal de
Pablo era evangelizar. Dios le dio una promesa especial de éxito y él
permaneció dieciocho meses en la ciudad. Un cambio en los líderes políticos
provocó nueva oposición, pero Pablo todavía se quedó (v. 18) para predicar y
enseñar. Nótese que hay un nuevo principal en la sinagoga, Sóstenes (v. 17, Véanse
v. 8). Parece que la salvación de Crispo hizo necesario que los judíos
eligieran un nuevo dirigente; pero si el Sóstenes del versículo 17 es el mismo
que se menciona en 1 Corintios 1.1, ¡también él se convirtió! Nótese que los
que se bautizaron eran creyentes (v. 8); esta lista excluye infantes.
III. PABLO TERMINA SU SEGUNDO VIAJE (18.18–22)
El voto que se menciona en el
versículo 18 presenta un problema, y tal vez no podamos contestar todas las
preguntas que plantea. Tal vez se trate del voto nazareo puesto que incluía
dejarse crecer el cabello (Nm 6). El pelo se cortaba al finalizar el período
del voto y Pablo lo hizo en Cencrea, el puerto marítimo de Corinto. Si Pablo
ofreció los sacrificios exigidos cuando llegó a Jerusalén, no lo sabemos, porque
se guarda silencio.
Es posible que este voto lo
hiciera después que Dios lo libró a él y a sus compañeros durante el levantamiento
descrito en los versículos 12–17. Este voto quizás fue en acción de gracias a
Dios, puesto que tales votos eran puramente voluntarios. Para los judíos Pablo
se hizo como un judío (Véanse 1 Co 9.19–23), no por compromiso, sino por
cortesía. Sin dudas, Pablo sabía que no había méritos en tales votos, ni
tampoco necesariamente sentaba un ejemplo para los creyentes de hoy. Entendía
con claridad el significado de la gracia de Dios y no estaba retrocediendo al
legalismo de las prácticas ceremoniales. Es evidente que finalizar este voto en
Jerusalén era algo de suma importancia para él, tanto así que no se quedó en
Éfeso a pesar de que los judíos se lo pidieron.
Pablo regresó a Antioquía e
informó a la iglesia. También saludó a los hermanos de Jerusalén.
Después de un tiempo (tal vez
varios meses), volvió a visitar las iglesias para confirmarlas en la fe. Si usted
repasa Gálatas verá por qué: los maestros «judaizantes» habían invadido estas
jóvenes iglesias y estaban enseñando a los nuevos convertidos que debían
obedecer la Ley de Moisés. Pablo se sintió responsable de las iglesias y por
eso viajó de nuevo para enseñarles la Palabra y confirmarlas en la fe.
Lucas registra este tercer viaje
en Hechos 19.1–21.16. La mayoría de la narración trata de su gran ministerio
por tres años en Éfeso.
19
Este capítulo relata el maravilloso
ministerio de Pablo en Éfeso y narra sus contactos con tres grupos de personas.
I. PABLO Y DOCE DISCÍPULOS IGNORANTES (19.1–12)
Es muy probable que estos doce
hombres se convirtieron con Apolos antes de que este comprendiera a plenitud el
evangelio (18.24–28). Todo lo que este elocuente predicador conocía era la enseñanza
de Juan el Bautista; y después que Priscila y Aquila le instruyeron,
evidentemente no pudo impartir este nuevo conocimiento a sus convertidos puesto
que Éfeso era una ciudad muy grande.
Cuando Pablo encontró a estos doce
hombres, detectó algo que faltaba en sus vidas espirituales.
La pregunta de Pablo (v. 2) fue:
«¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?» Basar en este versículo una
doctrina de una «segunda bendición» es errado. El Espíritu entra en nuestras
vidas cuando creemos en Cristo, no después (Ef 1.13, 14). Los hombres
replicaron: «Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo». Sabían que existía
un Espíritu Santo, por supuesto, debido a que Juan el Bautista había prometido
un futuro bautismo del Espíritu (Mt 3.11). Lo que no sabían era que este
bautismo ya había ocurrido en Pentecostés (Hch 1.5; 2.4) y en el hogar del
gentil Cornelio (10.44–45; 11.15–16).
A continuación Pablo les preguntó
respecto a su bautismo. Nótese que da por sentado que se habían bautizado, otra
indicación de que el bautismo en agua es lo que se espera y lo aceptado para
los cristianos. ¿Por qué Pablo les preguntó respecto a su bautismo cuando la
cuestión real era la presencia del Espíritu en sus vidas? En Hechos hay una
relación definitiva entre el bautismo en agua y el Espíritu Santo. Puesto que
Apolos había sido su instructor, el único bautismo que conocían era el de Juan.
Pero el bautismo de Juan ya no era válido. En otras palabras, estos doce hombres
no eran salvos: creyeron un mensaje pasado («Cristo viene») y recibieron un
bautismo pasado (el de arrepentimiento). Eran sinceros, como lo fue Apolos,
pero estaban sinceramente equivocados.
Supóngase que le hubieran
contestado a Pablo: «Fuimos bautizados en el día de Pentecostés después de oír
a Pedro». Entonces deberían haber recibido el Espíritu, puesto que en Hechos
2.38 el Espíritu fue prometido a todos los que se arrepintieran y fueran
bautizados. Si no hubieran recibido el Espíritu, sería evidente que no habían
creído realmente. O supóngase que hubieran replicado: «Fuimos bautizados en
Samaria» (Hch 8). Entonces deberían haber recibido el Espíritu mediante la
imposición de manos (8.17; 9.17). O supóngase que hubieran dicho: «Estuvimos en
la casa de Cornelio y oímos a Pedro predicar». Entonces hubieran recibido el
Espíritu inmediatamente al creer (10.44–45) y hubieran sido bautizados en agua.
Cuando le dijeron que los bautizaron con el bautismo de Juan, Pablo supo enseguida
que no eran salvos. Creyeron un mensaje que ya no era válido, puesto que Cristo
vino, murió y regresó al cielo.
Por supuesto, Lucas no registra
todo lo que Pablo les dijo. Pero ellos creyeron en el mensaje del evangelio
(que Cristo ya había venido y muerto) y fueron bautizados con el bautismo
cristiano.
Recibieron el Espíritu mediante la
imposición de manos de Pablo y su evidencia fue que hablaron en lenguas. Esta
es la última vez en Hechos que se menciona el hablar en lenguas como muestra de
recibir el Espíritu. Estos doce hombres llegaron a ser el núcleo de la iglesia
en Éfeso. Debido a que Dios se apartó del orden usual y les concedió el
Espíritu por la imposición de manos fue prueba de que Pablo era igual a los
demás apóstoles y, por consiguiente, el siervo de Dios para establecer la
Iglesia.
Este acontecimiento entero destaca
varias verdades:
(1) los pecadores deben creer en el
mensaje correcto antes de que se salven;
(2) el bautismo es importante, pero
la clase de bautismo que se describe en Hechos 2.38 no es lo que Dios quería
para la iglesia de hoy;
(3) un cristiano puede guiar a otros
sólo a donde él mismo ha ido;
(4) Pablo fue el mensajero de Dios y
tenía igual posición con los otros apóstoles.
II. PABLO Y SIETE IMPOSTORES JUDÍOS (19.8–20)
Pablo pasó tres años en Éfeso
(20.31): tres meses en la sinagoga, dos años enseñando en salones alquilados de
la escuela de Tiranno y casi nueve meses en varios lugares (19.8–19, 22). Toda
Asia oyó la Palabra, porque Pablo enseñaba a los creyentes a llevarle a otros
la Palabra. Dios certificó el ministerio de Pablo con milagros extraordinarios,
un indicio de que tales actividades no son normales para el ministerio hoy. El
uso y venta actual de «pañuelos y lienzos de oración» es contrario a las Escrituras.
Siete judíos trataron de imitar el poder de Pablo (Satanás es el gran
imitador), pero les salió el tiro por la culata y los demonios los hicieron
huir desnudos y heridos. Este hecho contribuyó a que el evangelio se difundiera
y muchos que habían sido encantadores y magos (farsantes que aducían espiritualismo
y otras prácticas satánicas) trajeron sus libros y los quemaron. Éfeso era una
ciudad notoria por sus artes mágicas y Satanás estaba detrás de todo el
programa. Es maravilloso ver el evangelio penetrando en las fortalezas de Satanás.
III. PABLO Y LOS PLATEROS (19.21–41)
Cuando Satanás no pudo lograr
estorbar el evangelio mediante los discípulos ignorantes o los impostores
judíos, casi tiene éxito con los comerciantes y mercaderes de la ciudad. Éfeso
se enorgullecía de tener la custodia de la imagen de la diosa Diana, que se
suponía había caído del cielo.
Dondequiera que se halla
superstición, con frecuencia se halla la exhibición y venta de tales artículos religiosos.
¿Recuerda la venta de sacrificios en el templo judío? La verdadera predicación
del evangelio siempre choca de frente con las artimañas supersticiosas
destinadas a hacer dinero y Éfeso no era la excepción. El gremio (o sindicato)
de plateros pretendió que su preocupación era la religión de la ciudad, ¡pero
su inquietud real era la pérdida de su negocio! El evangelio había trastornado
la ciudad de tal manera que la gente estaba alejándose de los ídolos y
convirtiéndose al Dios verdadero y esto estaba afectando las ventas
«religiosas». Se informa que durante el avivamiento de Gales docenas de
cantinas quebraron por falta de clientes.
Los plateros usaron la religión
para exacerbar a la gente y el resultado fue una turba. La ciudad entera se
llenó de confusión (v. 29), lo cual prueba que la situación nació del diablo, porque
Dios no es Dios de confusión (1 Co 14.33). Los ciudadanos se precipitaron al
inmenso teatro al aire libre, en el que cabían al menos veinticinco mil
personas sentadas. Sabiamente los amigos de Pablo le impidieron que se
presentara, porque es más que probable que las autoridades le arrestaran o que
la chusma le linchara. El secretario del pueblo tranquilizó a la multitud,
advirtiéndoles que estaban en peligro de quebrantar la ley, y los envió a todos
a casa.
Satanás estaba ansioso de prevenir
el establecimiento de una fuerte iglesia en Éfeso. Esta ciudad había sido una
de sus fortalezas por años, con su superstición, idolatría y prácticas de
magia. La actividad demoníaca había prevalecido en Éfeso, pero ahora el
Espíritu de Dios estaba obrando. ¿Qué tal si Pablo no hubiera detectado la
superficialidad de la profesión de fe de aquellos doce hombres, o hubiera
tratado de edificar una iglesia local basada en el testimonio de ellos? ¡La
obra hubiera fracasado! ¿Qué tal si esos judíos hubieran sido capaces de
falsificar los milagros de Pablo? ¿Qué tal si la chusma se hubiera apoderado de
Pablo y de sus compañeros y los hubiera arrestado o linchado?
¿Tendríamos la maravillosa
epístola a los Efesios? Satanás no quería una iglesia en Éfeso y sin embargo
Dios estableció una allí; y una lectura de la carta a los Efesios prueba que
fue tal vez la iglesia más espiritual que Pablo jamás fundó. Esta maravillosa
epístola bosqueja la verdad de la iglesia en forma clara y el diablo no quería
esto.
Satanás todavía estorba la obra
del Señor de estas tres maneras: falsos creyentes con una experiencia
espiritual inadecuada, falsificadores y oposición abierta. Pero podemos vencer
al adversario si confiamos en Dios, dependemos del poder del Espíritu y
predicamos la Palabra de Dios.
NOTAS
ADICIONALES A HECHOS 19.1–7
Hay una serie de preguntas que
deben contestarse respecto a este difícil pasaje.
A. ¿FUERON SALVOS ESTOS DOCE HOMBRES?
Toda parece indicar que no lo
fueron. En la Biblia la palabra «discípulo» no siempre significa «cristiano».
Pablo dio por sentado que habían creído algún mensaje (v. 2), pero la cuestión
básica era que no había sido el correcto. La gente de todas las épocas se han
salvado por fe en la Palabra revelada de Dios; pero esta Palabra no siempre fue
el claro evangelio de la gracia que predicamos hoy. Adán se salvó al creer en
la promesa de Dios de una simiente venidera. Noé, al creer en la Palabra de
Dios acerca del juicio venidero.
Abraham recibió la salvación al
creer que Dios podría hacerle una gran nación. ¡Nadie en esta era de gracia se
salvaría creyendo en estas promesas! Nuestra salvación viene cuando confiamos
en Cristo y creemos en el evangelio. Estos doce hombres oyeron el mensaje de
Juan el Bautista a través de Apolos, unos treinta años después que concluyera
el ministerio de Juan. El Calvario y la resurrección habían intervenido; el
mensaje y el bautismo de Juan ya no eran válidos. El ministerio de Juan se
enfocaba hacia Cristo y ahora Él ya había muerto y resucitado. El ministerio de
Juan había concluido. «Simple fe» es todo lo que los pecadores necesitan para
ser salvos, pero deben creer en el mensaje correcto.
B. ¿IGNORABAN EL ESPÍRITU SANTO?
Estos hombres ciertamente sabían
que había un Espíritu Santo puesto que el mismo Juan lo prometió. Lo que no
sabían era que el Espíritu ya había venido e iniciado una nueva era de gracia.
Estos hombres recibieron el
mensaje de Apolos, cuyo conocimiento espiritual era escaso. Es posible que
Apolos se convirtió al confiar en el mensaje de Juan antes del Calvario y
Pentecostés, porque no leemos en Hechos 18.24–28 que lo hayan bautizado de
nuevo. Ninguno de los discípulos de nuestro Señor fueron bautizados de nuevo
después de Pentecostés, puesto que su fe y bautismo se produjeron en el momento
apropiado. Apolos no sabía que el Espíritu había venido y por eso no pudo
enseñárselo a sus convertidos.
C. ¿POR QUÉ PABLO BAUTIZÓ DE NUEVO A ESTOS HOMBRES?
La respuesta parece ser que el
bautismo es un mandamiento para esta era y es parte de la comisión de Cristo a
la Iglesia, según Mateo 28.19, 20. Nótese que Pablo, en su pregunta del
versículo 3, dio por sentado que estos hombres experimentaron alguna clase de
bautismo. Si el bautismo no fuera para esta era, Pablo nunca hubiera hecho la
pregunta y con toda seguridad no habría bautizado a estos hombres.
A dondequiera que Pablo fue con el
evangelio de la gracia de Dios, obedeció las instrucciones de Cristo dadas en
Mateo 28: evangelizó, bautizó a los creyentes, los organizó en asambleas
locales y les enseñó la Palabra. Esto no significa que Pablo personalmente
bautizara, porque su comisión especial como apóstol fue predicar el evangelio
(1 Co 1.17). Hoy son pocos, si acaso, los evangelistas que bautizan; pero esto
no significa que el bautismo no sea para este tiempo. Es más, el NT indica que
Pablo bautizó como mínimo a veinte personas: Crispo, Gayo, la familia de
Estéfanas (por lo menos dos personas y quizás más; 1 Co 1.14–16), los doce
discípulos en Hechos 19.1–7, Lidia y su familia (al menos dos personas; Hch
16.15) y el carcelero y su familia (un mínimo de dos personas; Hch 16.30–33).
Los hechos claros prueban que Pablo en efecto practicó el bautismo y lo
consideraba importante, pues él mismo bautizó más de veinte personas. Pablo fue
el mensajero especial de Dios a la Iglesia y si el bautismo no fuera para esta
era, él lo hubiera sabido.
D. ¿POR QUÉ ESTOS HOMBRES NO RECIBIERON EL ESPÍRITU SANTO CUANDO
CREYERON?
El modelo en Hechos es como sigue:
(1) Hechos 1–7: los judíos recibieron
el Espíritu al creer y bautizarse (Véanse 2.38);
(2) Hechos 8–9: los samaritanos y
Pablo recibieron el espíritu por la imposición de manos (véanse 8.17; 9.17);
(3) Hechos 10: los gentiles
recibieron el Espíritu cuando creyeron en Cristo (Véanse 10.44–48).
Este es el modelo de Dios para
hoy: oír la Palabra, creer, recibir el bautismo del Espíritu, recibir el
bautismo en agua.
Cuando consideramos la situación
total en Éfeso podemos entender mejor por qué Dios se apartó de su programa
normal e impartió el Espíritu a estos doce hombres por la imposición de manos
de Pablo.
Éfeso se convertiría en un gran
centro de evangelización, alcanzando con el evangelio a las provincias circunvecinas.
El hecho de que Pablo pasara tres años allí indica la importancia de la ciudad.
Era el centro de adoración al diablo y de actividades diabólicas, y Satanás
hizo todo lo que pudo para impedir el establecimiento de una iglesia. La
iglesia de Éfeso era ante todo gentil. Pablo era judío y era importante que
estableciera su autoridad apostólica desde el principio. Dios le dio a Pablo el
privilegio de impartir el Espíritu a estos hombres, probando así su autoridad
como mensajero de Dios y su igualdad con Pedro, Juan y los demás apóstoles.
Tenga presente que dondequiera que
Dios desarrolla su programa y establece un nuevo centro, pone su sello de
aprobación sobre el ministerio con milagros extraordinarios. Cuando el
evangelio pasó de Jerusalén a Samaria fue acompañado de milagros de
confirmación, lenguas y la imposición de manos (Hch 8.5–17). Nótese que en
Samaria Satanás trató de impedir la obra mediante un mago. En Hechos 9, cuando
Pablo fue ganado para Cristo, hubo una luz del cielo, una voz y la imposición
de manos. En Hechos 10, cuando el evangelio llegó a los gentiles, hablaron en
lenguas y glorificaron a Dios. Ahora, el evangelio pasa a la gran ciudad de
Éfeso, una ciudad controlada por Satanás, y de nuevo Dios testifica en favor de
su obra y sus obreros al darles «milagros extraordinarios» (Véanse 19.11).
Satanás resistió con milagros y obreros falsificados, pero el Espíritu demostró
que eran falsos.
La impartición del Espíritu
mediante la imposición de manos probó la autoridad de los apóstoles.
No hay apóstoles hoy en día,
puesto que no hay nadie vivo que haya visto al Cristo resucitado (1.21–26; 1 Co
9.1). Esto significa que la imposición de manos ya no es el programa de Dios,
porque si lo fuera, Él hubiera provisto personas que lo realizaran. Dios usó a
Pablo de esta manera para darle las credenciales necesarias para fundar y guiar
a la iglesia de Éfeso.
Es importante tener presente el
papel que Apolos desempeñó en esta controversia. Este capaz predicador fue de
Éfeso a Corinto (19.1) y llegó a ser parte de una división de la iglesia que
incluyó sus partidarios y los de Pedro y Pablo (véanse 1 Co 1 y 3). Pablo fundó
la iglesia en Corinto y colocó su fundamento, luego vino Apolos para edificar
sobre ese fundamento. Pronto la iglesia se dividió en tres grupos: uno que
seguía a Pablo, el fundador; otro que seguía a Apolos, el constructor; y un
tercer grupo que quería seguir «al verdadero liderazgo apostólico», ¡de modo
que escogieron a Pedro! Estos líderes no causaron ni estimularon estas
divisiones, pero de todas maneras resultó así, y en parte se motivó porque la
iglesia rehusó aceptar la comisión apostólica de Pablo (1 Co 9.1). Ahora
transfiera esta situación a Éfeso. Aquí tenemos doce hombres, convertidos por
Apolos y el núcleo de la iglesia allí.
Imagínese que Dios les hubiera
concedido el Espíritu cuando creyeron (cómo en Hechos 10). Ellos siempre
hubieran mirado a Apolos como su líder, no a Pablo; el ministerio en Éfeso se
hubiera dividido desde el mismo comienzo. Fue Apolos quien les había enseñado y
bautizado, y siempre hubieran cuestionado el liderazgo de Pablo.
No, Dios usó a Pablo para darles a
estos hombres un nuevo y fresco comienzo; y de estos doce hombres edificó una
gran iglesia en Éfeso. Si no hubiera trabajado de esta manera, tal vez no hubiéramos
tenido la magnífica epístola a los Efesios, con sus gloriosas verdades de la
Cabeza y el Cuerpo. ¡Satanás se hubiera anotado otra victoria!
El bautismo de Juan fue uno de
esperanza anticipada de la venida del Espíritu; el bautismo en agua hoy
simboliza la realización de este bautismo del Espíritu en nuestra vida, debido
a la obra que Jesucristo consumó en la cruz.
20
I. PABLO Y LA IGLESIA LOCAL (20.1–12)
Poco tiempo después del motín
descrito en el capítulo 19 Pablo salió de Éfeso y emprendió su camino hacia
Macedonia, justo como lo había planeado (19.21). En Troas esperaba encontrar a
Tito y recibir informes de primera mano respecto a la situación en Corinto.
Había enviado a Tito allá para que procurara corregir algunos problemas (2 Co
7.13–15; 12.17, 18). Cuando este no llegó, Pablo avanzó a Macedonia, visitando
las iglesias; allí encontró a su colaborador (2 Co 2.12, 13). El informe de
Corinto le animó. Pasó tres meses en Grecia, es probable que la mayor parte del
tiempo fue en Corinto. Allí escribió el libro de Romanos.
La misma oposición judía que antes
se había revelado en Corinto (Hch 18.12) apareció ahora de nuevo (20.3), de
modo que Pablo salió hacia Macedonia en lugar de dirigirse a Siria. Varios
cristianos lo acompañaron, representantes de las iglesias que estaban
contribuyendo a la ofrenda de auxilio que estaban recogiendo para Jerusalén.
Lucas se unió al grupo en Filipos (nótese el «nosotros» en el v. 6) y todos se
quedaron en Troas siete días.
Es aquí que vemos a Pablo en el
medio ambiente de una iglesia local. Los creyentes estaban acostumbrados a
reunirse el domingo, el primer día de la semana. Pablo tal vez se quedó siete
días sólo para estar con la iglesia en Troas. Se afanaba por llegar a Jerusalén
y sin embargo puso el día del Señor primero. Él es un buen ejemplo para que
todos sigamos. Es probable que Lucas describe en los versículos 7–8 una reunión
nocturna de los creyentes, puesto que quizás Pablo no hubiera predicado todo el
día. ¡Qué gozo debe haber sido oír al gran apóstol de los gentiles exponer la
Palabra de Dios!
Sin embargo, hubo un hombre que se
quedó dormido, se cayó y fue dado por muerto. Las «muchas lámparas», o
antorchas (v. 8) habrían llenado el aire con humo y elevado la temperatura del
salón, condiciones ideales para quedarse dormido. Lucas el médico informó que
el hombre estaba muerto; Pablo, con fe en el poder de Dios, anunció que había
vida en Él y le resucitó de los muertos. Pablo luego habló (no predicó, v. 11)
largamente con los creyentes, posiblemente después de que el culto concluyera,
y luego se embarcó al siguiente día.
¿Hay algún significado espiritual
detrás de este milagro? Eutico (que significa «afortunado») no había hecho nada
que mereciera la ayuda de Dios; sin embargo, debido a la gracia de Dios se le restauró
a la vida. Había caído (todos hemos caído en Adán) y estaba muerto (todos
estamos muertos en pecado); y se le dio vida solamente por gracia.
II. PABLO Y LOS PASTORES LOCALES (20.13–38)
Pablo decidió caminar los treinta
y cinco kilómetros que separaban a Troas de Asón. Tal vez estaba buscando la
dirección del Señor respecto a su visita a Jerusalén. En tanto que le encantaba
la comunión con otros santos (v. 4), sabía que debía estar a solas con Dios y
buscar su propósito. El ejercicio además fue bueno para su cuerpo. En Mileto
pidió que fueran por los ancianos de la iglesia de Éfeso. Téngase presente que
el NT enseña que las iglesias deben tener varios pastores y esto sería
especialmente cierto en una tan grande como la de Éfeso. A estos líderes se les
llama ancianos o sobreveedores («obispos», v. 28). La plática de Pablo a los
pastores efesios revela cómo ministraba a la iglesia local.
Nótese que hay tres discursos
especiales de Pablo en Hechos:
(1) a los
judíos, en 13.16–41;
(2) a los
gentiles, en 17.22–34; y:
(3) a la iglesia
de Éfeso, en 20.17.
A. EL MINISTERIO ANTERIOR DE PABLO (VV. 18–21).
Pablo no hizo nada en secreto;
todos conocían su mensaje y sus métodos. Servía al Señor, no al hombre. Fue un
líder humilde, no un orgulloso dictador (Véanse la admonición de Pedro en 1 P
5). Sabía lo que es regar con lágrimas la semilla de la Palabra (vv. 19, 31).
Pablo predicaba el consejo de Dios públicamente y de casa en casa. Predicaba a
toda persona y exaltaba a Jesucristo. Este es el modelo que debe seguir el
pastor de hoy.
B. LA CARGA PRESENTE DE PABLO (VV. 22–24).
Pablo estaba ligado en espíritu
(no el Espíritu Santo) para ir a Jerusalén. Hay serias dudas si Pablo estaba en
la voluntad directa de Dios en este asunto. Él admite en el versículo 23 que el
Espíritu Santo le había dicho, de una ciudad a otra (quizás por medio de
profetas locales en las iglesias) que sufriría en Jerusalén. En 21.4 y 10–14 se
le advirtió expresamente que no fuera a Jerusalén.
Años antes, después de su
conversión, Cristo le había instruido que su testimonio no se iba a oír en
Jerusalén (22.18); y sin embargo el amor de Pablo por su pueblo le empujó a
ignorar estas advertencias y determinarse a ir a Jerusalén. Si no estaba en la
voluntad directa de Dios, sí lo estaba en la voluntad permisiva de Dios, al quitar
esta carga que Pablo sentía y le llevó a Roma como prisionero (Véanse 23.11).
Nótese en el versículo 24 cómo Pablo describió su ministerio: «para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios».
C. ADVERTENCIA DE PABLO DEL PELIGRO FUTURO (VV. 25–35).
Pablo no se preocupaba de sí
mismo, sino de la iglesia y su futuro. Le advirtió a los pastores que se cuidaran
primero ellos. Si fracasaban en su comportamiento espiritual personal, toda la
iglesia sufriría.
Más adelante Pablo repitió esta
advertencia a Timoteo (1 Ti 4.16). Luego les advirtió que pastorearan la iglesia.
Como sobreveedores eran responsables de guiar al rebaño, alimentarlo y
protegerlo de ataques espirituales. Qué preciosa es la Iglesia para Cristo; la
compró con su propia sangre. Pablo advirtió respecto a dos peligros:
(1) lobos que
atacan al rebaño desde afuera, (v. 29); y:
(2) maestros
perversos que se levantan desde adentro del rebaño (v. 30).
Ambos han ocurrido en la historia
de la Iglesia.
Pablo se puso como ejemplo para
que los pastores sigan. Los encomendó a Dios (esto es oración) y a la Palabra
(esto es la predicación y la enseñanza), porque «la oración y la Palabra»
edificarán la iglesia local (Véanse Hch 6.4). Les advirtió que no fueran
codiciosos. Pablo trabajaba con sus propias manos, pero destacó que esta norma
no necesariamente se aplica al pastor local; Véanse 1 Corintios 9.
Sin dudas, la actitud desprendida
que mostraba es digna de imitar por todos los siervos de Dios. Les recordó una
bienaventuranza que Cristo dio y que nunca se registró en los Evangelios: «Mas bienaventurado
es dar que recibir». Los siervos de Cristo deben procurar ministrar a otros
antes que otros los ministren a ellos.
D. LA BENDICIÓN FINAL DE PABLO (VV. 36–38).
¡Qué escena más conmovedora es
esta! Pablo y sus compañeros de rodillas mientras el gran apóstol oraba con
ellos y por ellos. Lloraban porque sabían que nunca más volverían a verle
personalmente.
Cuando hay un lazo de amor entre
los siervos de Dios y su pueblo, ¡cuánta bendición envía Dios! Pablo los dejó y
se encaminó a Jerusalén. Iba con las contribuciones para los judíos y en su
corazón llevaba un ardiente deseo de testificar a su pueblo una vez más. Pablo
el predicador se convertiría en Jerusalén en «Pablo, prisionero de Jesucristo».
21
I. EL VIAJE A JERUSALÉN (21.1–6)
Trace este viaje en su mapa.
«Avistar» en el versículo 3 significa que tenían a Chipre a la vista.
Pablo y sus compañeros se quedaron
en Tiro mientras descargaban la nave y esto les permitió tener compañerismo con
los creyentes allí. De nuevo el Espíritu le advierte a Pablo del problema en Jerusalén.
Parece que Dios no quería que Pablo fuera allí, pero de todas maneras intervino
en los planes de Pablo para Su gloria. ¡Qué hermosa escena tenemos en el
versículo 5, al reunirse la «familia de la iglesia» en la playa para un tiempo
de oración! Qué triste ver a los niños en la iglesia mientras sus padres se
quedan en casa, o los esposos adorando mientras las esposas y los hijos están
en algún otro lugar. Compare este versículo con 20.36–38.
El grupo se quedó un día en
Tolemaida y luego fueron a la casa de Felipe en Cesarea. Felipe comenzó como
diácono (6.5), llegó a ser evangelista (8.4) y ahora se había establecido en
Cesarea con su familia, indudablemente muy ocupado ganando almas. Sus cuatro
hijas solteras tenían el don de profecía (Véanse 2.17). Dios da dones
espirituales a las mujeres y sus ministerios son importantes en la iglesia,
pero no deben tomar el liderazgo espiritual sobre los hombres (véanse 1 Co
11.5; 14.33–40; 1 Ti 2.9–15). Cuando Dios tuvo un mensaje para darle a Pablo,
usó el ministerio de Agabo y no el de ninguna de las hijas de Felipe. Este
mismo profeta fue el que predijo la hambruna (Hch 11.27–30).
De una manera dramática Agabo le
advirtió a Pablo que no fuera a Jerusalén. Pero Pablo estaba «ligado en
espíritu» (20.22) y dispuesto a que lo ataran y sacrificaran por Cristo.
«¡Estoy listo!», fue sin duda el lema de Pablo. Listo para predicar el
evangelio en todas partes (Ro 1.15); para morir por Cristo en cualquier momento
(Hch 21.13); para ser ofrecido y encontrarse con el Señor (2 Ti 4.6). «Preparativos»
en el versículo 15 se refiere al equipaje.
II. EL COMPROMISO CON LOS JUDÍOS (21.17–26)
Es fácil dar por sentado que todo
lo que los apóstoles hicieron estaba bien, aun cuando nos damos cuenta de que
tenían pasiones como nosotros. En tanto que es cierto que las cartas de Pablo
son inspiradas por Dios y se debe confiar en ellas, sus acciones no siempre
fueron de acuerdo a la voluntad de Dios. Ya hemos cuestionado su sabiduría
respecto a su viaje a Jerusalén (si bien su corazón y motivo eran correctos);
ahora parece evidente, después de llegar allí, que cometió otra equivocación.
Pablo se reunió con Jacobo y los
ancianos, e informó las bendiciones de Dios entre los gentiles.
Pablo glorificó a Dios por: «las
cosas que Dios había hecho» (v. 19). Pero Jacobo, como hemos visto, era el
líder de la iglesia de Jerusalén y con toda seguridad interesado en guardar las
tradiciones judías en la vida de la iglesia. Nótese en el versículo 20 que
había miles de creyentes judíos que todavía practicaban los mandamientos
mosaicos. Esto debe haber sido más fácil en Jerusalén que en ninguna otra
parte, puesto que el templo con todas sus ceremonias estaba a mano. Tenemos
aquí una confusión entre la ley y la gracia, el reino y la Iglesia, una
confusión que todavía subsiste. Jacobo y los ancianos pensaron que Pablo
debería probarles a estos judíos celosos que en realidad no estaba enseñando en
contra de la Ley de Moisés.
Era un mal compromiso, pero Pablo
cayó en él. Ya había escrito las cartas a los Romanos y a los Gálatas, que
probaban que nadie se puede salvar o santificar por guardar la ley, y mostraban
que el cristiano es libre de la Ley de Moisés. Ahora negaba toda esa verdad
inspirada, con una «componenda religiosa» destinada a transar un compromiso con
los judíos. Pablo fue junto a cuatro hombres que tenían la obligación de
cumplir sus votos y ofrecer los sacrificios, toda esta ceremonia duraba siete
días (v. 27). Es evidente que se trataba de un voto nazareo, puesto que incluía
el raparse la cabeza (Nm. 11; véanse las propias acciones de Pablo en Hch
18.18). ¿Dio resultados la artimaña? ¡No! ¡Lo que obtuvo Pablo fue su arresto!
Sucedió exactamente lo que Dios le fue advirtiendo en cada ciudad.
Si Pablo hizo o no lo correcto, no
nos toca a nosotros decirlo con confianza. Esto sabemos: Dios usó todo el
episodio para poner a Pablo en manos de los romanos y no de los judíos, porque
estaba más seguro con los romanos. Dios usó a los romanos para proteger a Pablo
y llevarle a Roma, donde Dios tenía un trabajo especial para que hiciera.
III. EL ARRESTO EN EL TEMPLO (21.27–40)
Algunos de los judíos del
extranjero que conocían a Pablo le habían visto acompañado de Trófimo, un
gentil efesio; y cuando vieron a Pablo en el templo, dieron por sentado que
había llevado a su amigo gentil al área prohibida. Era falso, pero Satanás es
un mentiroso y padre de mentiras. Precisamente lo que Jacobo estaba tratando de
impedir ocurrió de todos modos. La fe es confiar en Dios sin artimañas y el
creyente que anda por fe no tiene que recurrir a planes y ardides para influir
o complacer a otros.
A Pablo lo hubieran llevado fuera
de la ciudad y apedreado, si no hubiera sido porque el capitán de la guardia
del templo corrió a la escena y lo rescató. Entonces se cumplió la profecía que
tanto le anunciaron: Ataron a Pablo con dos cadenas (v. 33; también v. 11).
Nótese la confusión de la multitud judía, no muy diferente a la gentil en Éfeso
(19.32). Satanás es el autor de confusión.
El guardia pensó que Pablo era un
notorio egipcio que anteriormente había causado problemas, pero Pablo usó de
nuevo su ciudadanía romana para protegerse. Dios ha instituido el gobierno para
nuestra protección (Ro 13), y es correcto usar la ley para el avance del
evangelio. De pie en las gradas Pablo hizo señal a la multitud; y cuando le
oyeron hablar en hebreo, se calmaron.
Aunque no queremos ser culpables
de juzgar al gran apóstol, debemos admitir que tal parece que cometió dos
errores: fue a Jerusalén a pesar de que se le advirtió lo que ocurriría y se
comprometió con los líderes de la iglesia a ayudar a los hombres en sus
sacrificios en el templo. Una equivocación fue práctica, la otra doctrinal.
Entendemos, por supuesto, que el corazón de Pablo estaban tan lleno de amor y
preocupación por sus hermanos en la carne, que hubiera pagado cualquier precio
con tal de darles el evangelio; pero desde el mismo principio Dios le advirtió
que no testificara en Jerusalén (22.17–21).
Antioquía y Éfeso eran los grandes
centros de la Iglesia, no Jerusalén. La mezcla de la ley y la gracia en las
iglesias ha dado lugar a un falso evangelio de salvación y obras. La epístola
de Pablo a los Romanos fue la que hace siglos cambió a Martín Lutero y rompió
las cadenas de la superstición, y la explicación sobre Gálatas de Lutero fue la
que, a su vez, trajo libertad donde hubo esclavitud. A través de la historia ha
habido grupos fieles a la verdad de la Palabra de Dios y han rendido sus vidas
por Cristo. Ojalá nunca mezclemos la ley y la gracia; ojalá nunca comprometamos
la verdad del evangelio.
22
I. LA DEFENSA DE PABLO (22.1–21)
Este es el segundo relato en
Hechos de la conversión de Pablo (véanse caps. 9 y 26). Al hablar en hebreo,
Pablo contribuyó a calmar y despertar el interés de los judíos.
A. LA PRIMERA TÁCTICA DE PABLO (VV. 1–5).
Pablo era un judío con valiosa
ciudadanía romana. En el versículo 28 afirmó que lo era «de nacimiento», lo que
indica que su padre había sido igualmente ciudadano romano. Su primera educación
a los pies del gran rabí Gamaliel fue la mejor (Véanse 5.34). Léase en
Filipenses 3 otro cuadro de Pablo el fariseo. Nadie podía negar que el joven
Pablo era celoso por la Ley de Moisés, incluso hasta el punto de perseguir a
los cristianos. ¡Qué paradoja que Pablo deba decir en el versículo 5 que su
plan era traer a los cristianos «presos a Jerusalén» cuando él mismo estaba
allí prisionero!
B. LA ASOMBROSA CONVERSIÓN DE PABLO (VV. 6–16).
Cuando la luz del cielo estaba en
su mayor esplendor (al mediodía), las tinieblas satánicas del corazón de Pablo
estaban en su mayor densidad, porque había salido para arrestar a todos los
cristianos que pudiera hallar. Pero Dios, en su gracia, derribó a Pablo con una
gran luz del cielo. El pecador está en tinieblas hasta que la luz de Dios
brilla en él (2 Co 4). Pablo vio y oyó al Cristo glorificado, confió en Él y
fue salvado. Nótese cómo Pablo llama a Ananías «varón piadoso según la ley»,
declaración que debió impresionar a sus antagonistas. Algunos de los judíos de
la ciudad tal vez conocían a Ananías y esto debería haber obrado a su favor.
Ananías declaró que Pablo tenía una comisión especial de Dios para ser testigo
de Cristo.
C. LA COMISIÓN ESPECIAL DE PABLO (VV. 17–21).
Pablo tuvo una reunión especial
con el Señor mientras oraba en el templo (Véanse Hch 9.26). Es interesante
comparar esta experiencia con la visión de Pedro que se registra en el capítulo
10, cuando Dios le preparó para que fuera a los gentiles. Pedro tenía hambre
física, mientras que el «hambre» del corazón de Pablo era ganar a su nación
para Cristo. Pero Cristo claramente le dijo que saliera de Jerusalén (v. 18).
La súplica del apóstol no cambió la orden divina: Pablo tenía que ir a los
gentiles. Por un lado, los judíos no recibirían su testimonio de todas maneras;
y podrían arrestarlo y apedrearlo, terminando así su ministerio demasiado
pronto. Los judíos escucharon con atención la narración de Pablo hasta que
pronunció esa detestable palabra «gentiles» (v. 21). Pablo pudiera haber usado
otra palabra, pero entonces no hubiera sido fiel al citar lo que el Señor le
había dicho. Véanse Efesios 3.1–13.
II. LA RESPUESTA DE LA NACIÓN (22.22–30)
La predicción de Cristo se hizo
realidad: la nación no recibió el testimonio de Pablo. En lugar de eso ¡estalló
un motín! El capitán ordenó que llevaran a Pablo al castillo cercano y le
examinaran con azotes. Pero Pablo usó de nuevo sus derechos como ciudadano
romano para protegerse a sí mismo y su ministerio. Era contra la ley tratar de
esa manera a un ciudadano romano (16.35–40) y Pablo aprovechó estos privilegios
legales. El tribuno había comprado su ciudadanía y parecía estar orgulloso de
ello, mientras que Pablo anunció que lo era «de nacimiento». Esto quería decir
que su padre fue un ciudadano romano reconocido.
El capitán le quitó las cadenas y
mantuvo a Pablo en la prisión hasta que el concilio judío pudiera reunirse al
día siguiente (suceso que se analiza en el capítulo 23).
En este punto es bueno repasar la
historia de Israel en el libro de los Hechos. La nación ya había participado en
tres asesinatos: Juan el Bautista, Cristo y Esteban. Hubiera cometido un cuarto
si Dios no libra a Pablo mediante la intervención de la guardia romana. Pablo
aún recordaba vívidamente la muerte de Esteban (v. 20) y quería de alguna
manera expiar su parte en este crimen nacional. Pero Israel había sido ya
puesta a un lado; Cristo le había prohibido a Pablo que testificara en
Jerusalén (v. 18) porque su período de prueba ya había pasado.
Los capítulos restantes de Hechos
describen a Pablo el prisionero, sus juicios ante los judíos, su apelación a
César. Cómo se hubieran escrito estos capítulos si Pablo no hubiera ido a
Jerusalén, no lo sabemos. Pero Dios anuló las equivocaciones de su siervo y las
usó para su gloria y para el bien de la Iglesia. Mientras Pablo estuvo
prisionero en Roma, escribió las cartas a los Efesios, Filipenses, Colosenses y
Filemón, mensajes llenos con la verdad de la Iglesia que desesperadamente se
necesitan hoy.
23
I. PABLO Y EL CONCILIO (23.1–11)
Al siguiente día la guardia trajo
a Pablo a la reunión oficial del concilio judío. Este grupo juzgó a Pedro y a
Juan (4.5), a los doce apóstoles (5.21) y a Esteban (6.12). También juzgó a
Cristo.
En la reunión Pablo se sintió como
en casa, habiendo sido él mismo un fariseo activo.
Inmediatamente habló en su
defensa, afirmando que su vida pública había sido sin tacha y su conciencia
clara. Esto enfureció al sumo sacerdote, Ananías, quien ordenó a uno de los
hombres que estaban cerca de Pablo que le golpeara en la boca. Cristo sufrió un
tratamiento similar (Jn 18.22). Hay división respecto a la respuesta de Pablo
en el versículo 3. Algunos dicen que estaba actuando en apresuramiento carnal
al condenar al sumo sacerdote; otros opinan que Pablo tenía justificación para sus
palabras puesto que golpearlo era ilegal y el sumo sacerdote era un hombre
perverso. La historia nos dice que Ananías fue uno de los peores sumos
sacerdotes que jamás tuvo la nación. Robaba el dinero de otros sacerdotes e
incluso usaba toda artimaña política para aumentar su poder, y finalmente fue
asesinado. «Pared blanqueada» (v. 3) tal vez se refiera a Ezequiel 13.10, donde
se compara a los gobernantes hipócritas de la tierra con una pared pintada de
blanco, pero incapaz de mantenerse en pie.
¿Sabía Pablo quién era el sumo
sacerdote? Algunos opinan que Pablo tenía problemas visuales (Gl 4.13–15) y que
eso tal vez le impidió reconocerlo. Esta no fue una reunión formal del
concilio, puesto que el capitán romano fue el que convocó la reunión de judíos,
y por tanto el sumo sacerdote a lo mejor no vestía sus atuendos usuales o
quizás no estaba sentado en su lugar acostumbrado. Pablo citó Éxodo 22.28 tal
vez con ironía y quería decir con esto que el sumo sacerdote no era en realidad
el gobernante de la nación.
Pablo usó entonces una táctica
«política», tratando de dividir al concilio y colocó a los estrictos fariseos
en contra de los liberales saduceos. Es difícil creer que el gran apóstol a los
gentiles, el ministro de la gracia de Dios, clamara: «¡Soy fariseo!» Más tarde
llamaría «basura» a su estilo de vida fariseo (Flp 3.1–11). Afirmó que la
cuestión real era la esperanza de la resurrección, sabiendo que los saduceos no
creían tal doctrina. Esperaba, sin duda, poder probar la resurrección de
Cristo; pero la discusión que se suscitó puso en peligro su vida y el tribuno
romano tuvo que rescatarlo de nuevo.
Parecía que todo estaba perdido,
pero esa noche el Señor, con toda gracia, estuvo al lado de Pablo y le animó.
¡Sabía que iría a Roma!
II. PABLO Y LOS CONSPIRADORES (23.12–22)
¡No cabe duda de que Jerusalén estaba
lejos de Dios como para que más de cuarenta hombres pudieran conspirar en
nombre de la religión para matar a un judío piadoso! ¡Incluso los principales sacerdotes
y ancianos fueron parte del crimen! Pero Dios estaba en control, e iba a llevar
a su mensajero a Roma a pesar de la oposición de los hombres y Satanás. Ya sea
que la venida de Pablo a Jerusalén estuviera o no de acuerdo a la voluntad
revelada de Dios, el Señor de todas maneras en su gracia desvió y estimuló a su
siervo. ¡Cuánto nos alienta este incidente al tomar decisiones en el ministerio!
No sabemos nada en relación a la
hermana y al sobrino de Pablo. No estamos seguros de que hayan sido creyentes.
Pero Dios los usó para frustrar la conspiración y alejar a Pablo de la
peligrosa Jerusalén.
Por cierto, debemos admirar la
honestidad e integridad del capitán romano. Podía haber ridiculizado el mensaje
del muchacho, o dado oídos a las mentiras de los judíos; pero en lugar de eso
cumplió fielmente su responsabilidad. A menudo los siervos de Dios reciben
ayuda y protección de incrédulos honestos y fieles. A Pablo ahora lo entregaron
en manos de los gentiles, como lo fue su Señor en Jerusalén años antes.
III. PABLO Y EL CAPITÁN (23.23–35)
El nombre del tribuno era Claudio
Lisias. En su carta a Félix, le contó cómo rescató a Pablo de manos de los
judíos debido a que el apóstol era ciudadano romano. Además, indicó que la
cuestión era en cuanto a la ley judía y no a la romana, y que opinaba que Pablo
no merecía ni arresto ni muerte. Pero para mantener a Pablo a salvo, Claudio le
enviaba a Félix para que se le juzgara.
¡Qué procesión fue esta! ¡Aquellos
cuarenta judíos deben haber estado terriblemente hambrientos hasta que
rompieron su juramento! Pero a Pablo lo llevaron con seguridad a Cesarea, donde
enfrentaría a sus acusadores judíos ante Félix, el gobernador.
Podemos ver la manera en que Dios
usó a Pablo como su gran misionero a los gentiles. Su ciudadanía romana le daba
la protección de las leyes y el ejército romano, por un lado, y también le daba
la oportunidad de testificar a los gentiles. ¡Qué maravilloso es que Dios
prepara de antemano a sus siervos, incluso vigilando su lugar de nacimiento y
ciudadanía!
Es interesante notar que en varias
ocasiones de crisis el Señor le apareció a Pablo para sustentarlo.
Durante los ataques judíos en
Corinto Cristo le aseguró que estaba con él y que le daría muchos convertidos
(18.9–11). En la nave, rumbo a Roma, cuando estalló la tormenta, Cristo le
aseguró que no lo había olvidado (27.21–25). Nos preguntamos si Pablo se
apoyaba firmemente en el Salmo 23.4:
«Aunque ande en valle de sombra de
muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo».
24
I. UNA ACUSACIÓN FALSA (24.1–9)
La próxima audiencia de Pablo fue
ante Félix, el gobernador. Félix era esposo de Drusila (v. 24), su tercera
esposa. Ella era la más joven de las hijas de Herodes Agripa I y todavía no
tenía ni veinte años.
Era costumbre que los acusadores
presentaran argumentos en su oratoria y trataran de adular al juez. Tértulo era
tal abogado orador y sus palabras acerca de Félix suenan vacías y falsas. Los
«cinco días» que señalan en el versículo 1 se refiere al tiempo que transcurrió
desde el arresto de Pablo. El resumen de las actividades de Pablo sería algo
similar al siguiente: Día 1: llega a Jerusalén, 21.17. Día 2: visitó a Jacobo,
21.18. Día 3: visitó el templo, 21.26. Días 4, 5 y 6: cumple en el templo el
voto hecho. Día 7: es arrestado en el templo, 21.27. Día 8: ante el concilio,
22.30–23.10. Día 9: complot de los judíos y viaje de Pablo a Cesarea, 23.12–31.
Día 10: lo presentan ante Félix, 23.32–35. Días 11 y 12: espera en Cesarea. Día
13: audiencia ante Félix. Nótese que hay cinco días (8 al 12) entre el arresto y
el juicio de Pablo.
Hubo tres acusaciones de los
judíos contra Pablo:
(1) una
personal: «hemos hallado que este hombre es una plaga»;
(2) una política:
«promotor de sediciones»; y:
(3) una
religiosa: «cabecilla de la secta de los nazarenos».
Compárese el juicio de Cristo y
las acusaciones que se hicieron en su contra (Lc 23.22). Por supuesto, ¡no
tenían ninguna prueba de estos asuntos! Consideraban a Pablo una «plaga» (v. 5)
mientras que generaciones de cristianos lo veían como el gran apóstol de Dios a
los gentiles. Los incrédulos hoy no se dan cuenta que sus «hostigantes amigos
cristianos» son en realidad sus mejores amigos. El rico en Lucas 16.19–31 le
suplicó desde el infierno a Abraham ¡que enviara a Lázaro a visitar a sus
hermanos y les testificara!
El argumento político también era
falso. Pablo nunca trató de cambiar la política de los hombres, sino que
predicaba el señorío de Cristo. Esto entraba en conflicto con la exigencia del
César de que la gente le adorara como dios. «¡No tenemos más rey que César!»
fue lo que los judíos gritaron ante Pilato (Jn 19.8–15). Estos hombres
consideraban a la fe cristiana una secta, un grupo de personas ajenas a la
verdadera fe judía. Miles de judíos habían creído en Cristo, pero todavía
participaban en la adoración en el templo, de modo que se les miraba como una
secta dentro de Israel y no una nueva religión. El término «nazareno» era de
menosprecio: «¿De Nazaret puede salir algo de bueno?», preguntó Natanael (Jn
1.46).
¡Tértulo inclusive mintió respecto
al valiente soldado Lisias! Nótese como «suavizó» la historia del motín en el
templo (v. 6), ¡pero exageró lo que hizo Lisias! (v. 7). Los hombres que se
oponen a la verdad no se detendrán ante nada para distorsionar la verdad o
promover una mentira. Dios usó a Lisias para rescatar a Pablo y los judíos lo
detestaban por eso. Los hombres pretenden obedecer la ley, pero estos hijos del
diablo (Jn 8.44) ¡eran homicidas y mentirosos!
II. UNA RESPUESTA FIEL (24.10–21)
Los cristianos tienen el derecho a
usar la ley (establecida por Dios) para protegerse a sí mismos y al evangelio.
Nótese que Pablo no dependió de la lisonja; Véanse 1 Tesalonicenses 2.1–6.
Esperó hasta que el gobernador le dio permiso para que hablara, entonces
tranquila y sinceramente contó su historia.
Félix había sido gobernador por
seis o siete años, lo que era suficiente para considerarse «muchos años» (v.
10), ¡según los registros de esos días! Pablo respondió a las acusaciones con
hechos. Sólo doce días antes (recuérdese el resumen cronológico dado
anteriormente) había llegado a Jerusalén para adorar. ¡De ninguna manera podía
haber organizado una revuelta en tan corto tiempo! Los acusadores no tenían
testigos para probar que él hubiera causado problemas o que siquiera hubiera
levantado la voz en el templo. Entonces el apóstol empleó la corte como púlpito
para dar testimonio de su fe en Cristo.
«Confieso, que según el Camino que
ellos llaman herejía». Así pasó a afirmar que esta «herejía» era en realidad el
cumplimiento de la fe judía. Pablo creía en la ley y en los profetas, esto es,
las Escrituras completas del AT. Creía (como los fariseos) que habría una
resurrección de los muertos. Cada día intentaba tener «una conciencia sin
ofensa ante Dios y ante los hombres» (v. 16).
¿Era Pablo antijudío? ¡Cómo podía
serlo cuando llevaba una ofrenda de amor a su nación para ayudarles en su
tiempo de aflicción! Los «muchos años» del versículo 17 deben haber sido tres o
cuatro años. Pablo visitó Jerusalén en cinco ocasiones diferentes: estos
acontecimientos se registran en Hechos 9.26 (39 d.C.); 11.27–30 (45 d.C.); 15
(50 d.C.); 18.22 (53 d.C.); y 21.17 (58 d.C.). Habían pasado cinco años desde
su última visita a Jerusalén. Los acusadores no podían probar con testigos que
hubiera causado ningún problema; es más, ellos fueron los que empezaron el
disturbio en el templo (21.27).
III. UNA ACTITUD INSENSATA (24.22–27)
Félix tenían cierto entendimiento
del «Camino» (la fe cristiana), pero rehusó tomar ninguna decisión. La pospuso
con la excusa de que el tribuno debía comparecer primero. El gobernador fue amable
con Pablo al concederle alguna libertad y acceso a sus amigos.
Félix celebró otro juicio, esta
vez con su joven esposa Drusila presente. A pesar de lo joven que era, ya
estaba viviendo en pecado, sin mucha diferencia a la familia de Herodes de la
cual procedía. Es probable que estaba encantada con toda la pompa y ostentación
de ser esposa del gobernador, ¡hasta que Pablo empezó a predicar la Palabra!
Pablo se puso de pie ante ellos y habló, no a su favor, ¡sino respecto a la
salvación de ellos! Tenía un argumento triple por el cual debían aceptar a
Cristo:
(1) rectitud o
justicia: ellos debían hacer algo respecto al pecado pasado;
(2) temperancia
(dominio propio): debían vencer las tentaciones de hoy;
(3) el juicio
venidero: debían prepararse para este juicio.
El mensaje fue tan poderoso que
Félix tembló. Pero el gobernador tuvo una actitud insensata, a pesar de que
Dios le había hablado al corazón: pospuso su decisión por Cristo y usó a Pablo
como un instrumento político con esperanza de recibir dinero de él. Pablo había
admitido que había estado llevando ofrendas a los judíos (v. 17) y tal vez
Félix pensó que el apóstol conseguiría su libertad mediante soborno. Tratando
de congraciarse con los judíos, Félix dejó preso a Pablo dos años más antes que
Porcio Festo le sucediera en el cargo.
No podemos sino admirar a Pablo
mientras enfrentaba las falsas acusaciones de hombres perversos.
Qué ejemplo para nosotros hoy en
día. Pablo enfrentó los hechos con sinceridad y exigió que se presentara la
verdad. Su preocupación era la salvación de los hombres, no la seguridad de su
vida. Dios le había prometido que testificaría ante los gentiles y ante reyes
(9.15), y esta experiencia era un cumplimiento de tal promesa.
Muchos pecadores hoy en día son
como Tértulo, aduladores que se niegan a enfrentar la verdad.
Otros son como Félix, que oyen la
verdad y la entienden, e incluso se sienten culpables, pero rehúsan obedecer.
Hay otros más como Drusila; oyó la Palabra y vio a su esposo profundamente
conmovido, sin embargo, nada se dice de su decisión. Sin duda, sus pecados de
juventud ya habían endurecido su corazón. Los historiadores nos dicen que murió
a los veintiún años de edad, durante la erupción del monte Vesubio.
25
I. PABLO APELA A CÉSAR (25.1–12)
Han transcurrido ya dos años desde
los acontecimientos del capítulo 24. Lucas no registró las actividades de Pablo
en Cesarea puesto que su propósito era explicar cómo Pablo finalmente fue de Jerusalén
a Roma. Festo, el nuevo gobernador, era un hombre más honorable que no estuvo
dispuesto a darle a Pablo un juicio falso (Véanse v. 16). En una visita de
estado a Jerusalén, Festo encontró una «multitud de los judíos» (v. 24), que
insistían que hiciera algo respecto a Pablo. Incluso el sumo sacerdote y los
principales funcionarios mintieron con respecto a Pablo, pidiéndole a Festo que
trajera al prisionero a Jerusalén para ser juzgado. Querían intentar de nuevo
matar a Pablo en el camino (Véanse 23.12). Dios guió a Festo a rechazar la
sugerencia de los judíos y de esta manera protegió a su siervo.
El hombre propone, pero Dios
dispone. Debemos admirar a este gobernador pagano por su honestidad y equidad.
Después de una visita de diez
días, Festo regresó a Cesarea y celebró otro juicio a Pablo. De nuevo los
judíos vinieron con sus quejas, las cuales no podían probar. ¡Con cuánta
paciencia esperó Pablo a que Dios cumpliera su promesa de llevarle a Roma! Como
José en la prisión egipcia, Pablo fue sometido a prueba mientras esperaba que
la Palabra se cumpliera (Sal 105.17–20).
Ahora, el político que había en
Festo afloró y le preguntó a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado.
Como Félix, quería complacer a los judíos y causar una buena impresión como
nuevo gobernador (24.27). Pero Pablo se aferró a la promesa de Cristo de que
iría a Roma. Años antes le había dicho que no se quedara en Jerusalén
(22.17–18). Dios había anulado soberanamente las decisiones de Pablo y este se
cuidó ahora de mantenerse lejos de Jerusalén. De nuevo, de esta manera Dios le
protegió y llevó a Roma para sus años finales de ministerio. <%-3>Todo
ciudadano romano tenía el derecho<%-2> a apelar al <%-3>César y que
se le celebrara<%-2> juicio <%-3>en Roma y este fue el derecho que
Pablo usó.<%0>
II. PABLO DEJA PERPLEJO A FESTO (25.13–22)
El nuevo gobernador tenía ahora un
problema real en sus manos. Pablo era un prisionero notable y su juicio incluía
a los líderes judíos y a su nación. Si Festo hacía lo correcto y dejaba en
libertad a Pablo, se ganaría la ira de los judíos y como nuevo gobernador
necesitaba desesperadamente la buena voluntad de ellos. Parecía que su problema
quedaría resuelto con la venida de Agripa y Berenice, dos avezados gobernantes
y políticos. Agripa era el hijo de Agripa de Hechos 12 y Berenice era la
hermana mayor de Drusila, la esposa de Félix. La dinastía herodiana se había
casado entre parientes y vivieron en pecado por muchos años.
Festo no le presentó a Agripa
inmediatamente el caso de Pablo, sino que esperó el tiempo oportuno.
Explicó la situación a su huésped
como si el problema fuera mucho para él y como que pedía ayuda experimentada.
No cabe duda de que este método apeló al orgullo de Agripa. Festo dijo que todo
el caso era «ciertas cuestiones acerca de su religión» (v. 19). El inconverso
no tiene comprensión de las cosas espirituales y ve poca diferencia entre una
religión y otra. Festo también reconoció que Jesús estaba involucrado en el
caso: Pablo decía que estaba vivo, pero los judíos decían que estaba muerto.
Entonces Festo dio la razón real
por la cual quería que Agripa oyera a Pablo: el gobernador tenía que enviar a
Pablo al César, ¡pero no tenía ninguna acusación real contra él! Véanse el
versículo 27.
III. PABLO ENFRENTA A LA REALEZA (25.23–27)
Con gran pompa y ceremonia el
séquito real se reunió en el tribunal al día siguiente. El mundo no tiene nada
en sí mismo que satisfaga, de modo que necesita del «deseo de los ojos y el
orgullo de la vida» (1 Jn 2.15–17) para darle algo de felicidad. El cristiano
no necesita ninguna de estas cosas. Es más, los creyentes se sienten incómodos
en presencia de tal pompa y ostentación.
Nótese cómo Festo presenta a
Pablo: «¡Aquí tenéis a este hombre!» (v. 24). Sin embargo, Pablo era la más
noble de todas las personas presentes en la reunión. Era el apóstol de
Jesucristo, embajador en cadenas, ¡rey y sacerdote de Jesucristo! Los
cristianos nunca deben sentir que el mundo tiene más que ellos; ¡Cristo nos ha
enriquecido y nos ha dado un llamamiento celestial y una esperanza de gloria!
El juicio de Pablo fue similar al
de Cristo en el sentido de que toda la gente que participó reconocía que no era
digno de muerte y que debía dejarse en libertad. El tribuno Lisias admitió que
ningún delito tenía (23.29); Festo aquí admitió que Pablo no había hecho nada
digno de muerte (25.25); y hasta Agripa estuvo de acuerdo con este veredicto
(26.31). «¿Cómo puedo enviar un prisionero a César si no tengo ningún crimen de
qué acusarlo?», preguntó Festo y entonces Agripa le dio permiso a Pablo para hablar.
26
I. LA EXPLICACIÓN PERSONAL DE PABLO (26.1–23)
Las manos de Pablo estaban atadas
(v. 29) de modo que al estirarlas deben haber sido un sermón en sí mismas. Aquí
estaba el gran apóstol, encadenado a causa de su fidelidad a Cristo. En
Filipenses 1.13 dice que sus cadenas eran «en Cristo» y una bendición antes que
una carga. Nótese la manera cortés en que Pablo se dirige al rey. Podía no
respetar al hombre, pero sí el oficio. Véanse Romanos 13 y 1 Pedro 2.13–17.
Agripa era «experto» en cuestiones relacionadas con los judíos, de modo que
Pablo pensó que tendría una audiencia justa e inteligente. La defensa y
explicación personal de Pablo pueden resumirse en algunas frases clave:
A. «VIVÍ FARISEO» (VV. 4–11).
Véanse en 22.3, 9.1 y Filipenses 3
información adicional de los primeros años de Pablo. Tan famoso fue Pablo como
joven rabí que podía decir que «todos los judíos» en Jerusalén conocían su vida.
Sin embargo, en Filipenses 3 Pablo dijo que consideraba toda esta posición y
prestigio como basura en comparación con conocer a Cristo y vivir por Él. En
los versículos 6–8 mencionó de nuevo la cuestión de la resurrección. (Véanse
23.6–10.) Dios había prometido a la nación un reino y gloria. En 13.27–37,
Pablo explicó que las promesas hechas a David se cumplieron mediante la
resurrección de Cristo de entre los muertos. Si Israel hubiera recibido a
Cristo (en Hch 1–7), hubiera recibido su reino.
Pero los judíos estaban seguros de
que Cristo estaba muerto (25.19); Pablo afirmó que la resurrección de Cristo es
lo que da esperanza a Israel. Pablo pasó a describir sus días como perseguidor
y homicida, llevando el relato hasta el día de su conversión.
B. «VI UNA LUZ» (VV. 12–13).
Nadie había experimentado jamás el
tipo de conversión maravillosa de Pablo. Mientras ejecutaba sus planes
asesinos, Pablo vio brillar en el cielo la gloria de Dios. Ciertamente había
estado en tinieblas espirituales hasta entonces (Véanse 2 Co 4.1–6), pero ahora
el Hijo de Dios se le había revelado. Véanse 1 Timoteo 1.12.
C. «OÍ UNA VOZ» (VV. 14–18)
La Palabra de Dios es lo que
convence y convierte el alma. Pablo pasó toda su vida oyendo las «voces de los
profetas; pero ese día oyó la voz del Hijo de Dios». Véanse Juan 5.21–25, donde
se describe este milagro de resurrección espiritual. Nótese que Pablo estaba
persiguiendo a Cristo y no simplemente a su pueblo. Como miembros de su Cuerpo,
los creyentes participaban de sus sufrimientos y Él en los de ellos. «Dura cosa
te es dar coces contra el aguijón» (v. 14), le dijo Cristo, refiriéndose a la
vara que los granjeros usan para aguijonear al ganado. Jesús estaba comparando
a Pablo ¡con un animal obstinado que no quería obedecer! ¿Qué «aguijones»
estaba usando Dios para traer a Pablo a Cristo? La muerte de Esteban desde
luego fue uno, porque Pablo nunca lo olvidó (22.17–20). La conducta piadosa de
los santos que perseguía debe haberle tocado el corazón. De seguro las
Escrituras del AT le hablaron al corazón con nueva convicción. Dios usó
diferentes cosas para traer a Pablo al arrepentimiento, así como lo hace con
los pecadores hoy.
Pablo llamó a Jesús «Señor» y
entonces el Salvador le reveló su nombre. Véanse Romanos 10.9, 10.
Lea con cuidado la comisión de
Cristo a Pablo, notando su ministerio especial a los gentiles y compare los
otros relatos en Hechos de la conversión de Pablo. ¡El versículo 18 es una
hermosa descripción de la salvación!
D. «NO FUI REBELDE!» (VV. 19–21).
Pablo vio la luz, abrió su corazón
a Cristo y entonces de inmediato empezó a testificar a otros.
Obedecer a Dios significa sufrir
la ira de los hombres, pero Pablo fue fiel.
E. «PERSEVERO HASTA EL DÍA DE HOY» (VV. 22–23).
Por cierto, esta frase resume la
vida de Pablo y la de cualquier pecador que confía en Cristo y procura
servirle. Pablo fue fiel y perseveró. La fidelidad a Cristo es una evidencia de
la verdadera salvación.
II. LA APASIONADA EXHORTACIÓN DE PABLO (26.24–32)
Pablo llegó hasta la palabra
«gentiles» y Festo le interrumpió, exactamente como lo hicieron los judíos en
el templo (22.21). Festo acusó a Pablo de estar loco, así como acusaron a
Cristo sus amigos y parientes (Mc 3.20–21, 31–35). Festo atribuyó la «locura» de
Pablo a su mucha erudición, lo cual muestra que Pablo era un hombre brillante y
gran estudiante. Dios nunca desacredita el estudio, a menos que este
desacredite su Palabra.
El apóstol «arrinconó» a Agripa e
ignoró a Festo. Pablo sabía que Agripa era experto en estos asuntos, que leía y
creía en los profetas, y que conocía los acontecimientos referentes a Cristo.
Mientras más luz tiene una persona, más responsable es al tomar una decisión.
Nótese que es posible tener fe y quedarse corto en cuanto a la salvación.
Agripa creía en los profetas, pero su fe no le salvó.
La respuesta de Agripa se ha
interpretado de diferentes maneras. Algunos dicen que estaba en realidad bajo
convicción y que casi se salva. Nuestro himno de invitación «¿Te sientes casi
resuelto ya?» se basa en esta idea. Pero el significado literal del versículo
28 es: «¿Con tan poquito vas a persuadirme a ser cristiano?» No hay evidencia
de convicción aquí y Agripa usó la palabra «cristiano» como un término de
menosprecio. La idea detrás de esta respuesta es: «¡Se necesita mucho más que esto
para hacer de un judío como yo uno de esos detestables cristianos!»
Pero Pablo usó esta acotación como
la base para un apasionado llamado en el versículo 29, suplicando a la asamblea
real que confiara en Jesucristo. Triste es decirlo, pero hay dos clases de personas:
«casi cristianos» y «cristianos completos». Agripa era un «casi cristiano»;
comprendió la Palabra, oyó la verdad, pero rehusó hacer algo al respecto. Su
intelecto recibió instrucción, sus emociones fueron tocadas, pero su voluntad
permaneció inmóvil.
Este intercambio cerró el juicio.
El rey y su séquito salió del recinto con Festo y sostuvo una reunión en
privado, en la cual todos concordaron en que Pablo era inocente. Las palabras
de Agripa en el versículo 32 son una crítica a la petición de Pablo por un
juicio romano. Miraba la situación a través de los ojos de un inconverso y no
se daba cuenta del peso que sentía el apóstol en su corazón por ir a Roma. Este
juicio era el medio de Dios para llevarlo allá. Los judíos hubieran matado a
Pablo, pero los romanos contribuyeron a que este cumpliera la voluntad de Dios.
27
Asegúrese de consultar con sus
mapas mientras lee este relato del viaje y naufragio de Pablo. En 2 Corintios
11.25, escrito unos tres años antes, Pablo mencionó que había sufrido tres
naufragios; de modo que el que se describe en este capítulo sería el cuarto.
Pablo estaba dispuesto a correr cualquier riesgo con tal de llevar el evangelio
al mundo perdido. ¿Lo estamos nosotros?
I. EL VIAJE HASTA BUENOS PUERTOS (27.1–8)
A Pablo lo acompañaban Lucas
(nótese las secciones «nosotros») y Aristarco (Véanse 19.29; 20.4; también Flm
24 y Col 4.10). ¡Qué reconfortante debe haber sido para Pablo tener a estos
hombres a su lado! El centurión, Julio, fue amable con Pablo, porque «cuando
los caminos del hombres son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar
en paz con él» (Pr 16.7). Por lo general, la Biblia presenta a los centuriones
como hombres amables e inteligentes. Julio le permitió a Pablo visitar a la iglesia
reunida en Sidón, lo cual refrescó al apóstol física y espiritualmente. En Mira
cambiaron de embarcación.
Desde el mismo comienzo, el viaje
no fue nada alentador. «Los vientos eran contrarios» (v. 4) y avanzaron
«navegando muchos días despacio» (v. 7). Por último, la nave arribó a Buenos
Puertos.
II. PABLO ADVIERTE DEL PELIGRO (27.9–14)
Era octubre. «El ayuno» a que se
refiere el versículo 9 era el Día de la Expiación. Los meses que seguían al
inicio del otoño eran peligrosos para navegar, así que se discutió si la nave
debía o no continuar hacia Roma. Pablo, bajo la dirección de Dios, les advirtió
que sería desastroso, pero el centurión no lo quiso escuchar. Había por lo
menos cinco factores que contribuyeron a la decisión equivocada del centurión:
A. IMPACIENCIA.
Había pasado mucho tiempo (v. 9).
Por lo general, siempre que nos impacientamos nos precipitamos y desobedecemos
la voluntad de Dios. No debemos ser como el caballo que se adelanta, ni como la
mula que se retrasa (Sal 32.9), sino como la oveja obediente que sigue al
pastor.
B. CONSEJO EXPERTO.
El centurión oyó al piloto y al
dueño de la nave y no al mensajero de Dios. El centurión tenía fe, ¡pero su fe
estaba en las personas equivocadas! La sabiduría de Dios es mucho mejor que la
de los hombres. La persona que conoce la Palabra de Dios sabe más que los
«expertos» (Sal 119.97–104). En tanto que el conocimiento es importante,
también necesitamos sabiduría (Stg 1.5).
C. INCOMODIDAD.
«Siendo incómodo el puerto para
invernar» (v. 12), el centurión no podía aceptar que tuvieran que quedarse por
tres meses en un lugar como ese.
D. LA REGLA DE LA MAYORÍA.
Se sometió a votación (v. 12) ¡y
Pablo perdió la votación! En la Biblia usualmente la mayoría está equivocada;
sin embargo, hoy en día la excusa común es: «¡Todo el mundo lo hace!»
E. CIRCUNSTANCIAS FAVORABLES.
«Soplando una brisa del sur» (v.
13), les pareció que era el viento que necesitaban y que demostraba cuán
equivocado estaba Pablo. Debemos ser precavidos ante las «grandes
oportunidades» o las «circunstancias ideales» que parecen contradecir la
Palabra de Dios.
Cada uno de los factores indicados
pueden obrar en los cristianos de hoy. Debemos tener cuidado para obedecer la
Palabra de Dios por fe, aun cuando las circunstancias parecen demostrar que
estamos equivocados.
III. LA
TEMPESTAD (27.15–26)
El tibio viento del sur se
convirtió en una terrible tempestad, como es común que ocurra cuando desobedecemos
la Palabra de Dios. «Euroclidón» es en parte griego y en parte latín, y es una
palabra que significa «viento del este y viento del norte». Nótese que Lucas
usa «nosotros» en esta sección, indicando que toda la tripulación y los
prisioneros estaban afanados tratando de salvar la nave. Primero, subieron a
bordo un pequeño bote que la nave llevaba a rastras (v. 16). Luego, pusieron
sogas o cabos alrededor de la nave para que no se desbaratara (v. 17). La
siguiente acción fue arriar parte de las velas, dejando sólo la suficiente como
para mantener el rumbo (v. 17b). Al día siguiente empezaron a aligerar la nave,
echando por la borda una porción del cargamento (v. 18); y al tercer día (v.
19) arrojaron incluso los «aparejos» (la palabra griega significa
«mobiliario»). ¡Todo fue necesario porque la gente no creyó a la Palabra de
Dios!
Al comparar el versículo 27 con el
19 vemos que los «muchos días» del versículo 20 fueron once.
¡No había luz ni esperanza! ¡Qué
cuadro de las almas perdidas de hoy, echadas de aquí para allá en la tormenta
de la desobediencia y el pecado, sin Dios, sin esperanza! (Véanse Sal
107.23–31.) Pablo entonces se puso de pie y se hizo cargo de la situación,
recordándoles a los hombres que su aprieto era el resultado de no haber
escuchado la advertencia de Dios. Pero Pablo tenía no sólo un reproche; sino también
un mensaje de esperanza de Dios (Hch 23.11). Dios le había prometido a Pablo
que ministraría en Roma y él creía en Su Palabra. Es la fe en la Palabra de
Dios lo que nos da esperanza y seguridad en las tormentas de la vida. Dios
también le había dicho a Pablo que la nave naufragaría en cierta isla, pero que
todos los pasajeros y la tripulación llegarían a salvo a tierra.
IV. EL NAUFRAGIO (27.27–44)
Tres días más tarde, a medianoche,
las palabras de Pablo se hicieron realidad. Los marineros oyeron el rompiente y
supieron que estaban acercándose a tierra. Echaron la sonda varias veces y
comprobaron que en efecto las aguas eran cada vez menos profundas y que estaban
cerca de tierra. Ahora surgió un nuevo temor: ¿Sería lanzado el barco contra
las rocas y todos morirían? Como una medida de seguridad echaron cuatro anclas,
sólo para más tarde cortarlas (v. 40). Algunos de los marineros trataron de escapar
en el bote que habían recogido anteriormente (v. 16), pero Pablo detectó el
complot y los detuvo. Nótese que Pablo dice en el versículo 31 «vosotros no
podéis salvaros», mas no dijo «nosotros» como si pensara en sí mismo y sus
amigos.
Por primera vez en dos semanas la
luz empezó a aparecer y Pablo animó a los hombres a que comieran algo. Los
efectos de la tormenta, la necesidad de vigilancia constante, la falta de
alimento debido a la acción de aligerar la nave y tal vez el deseo de ayunar
para complacer a sus dioses les había impedido comer. Sin vergüenza, Pablo dio
gracias delante de 275 personas (v. 37) y dio ejemplo comiendo.
Al rayar el día vieron una
ensenada de una isla, cortaron las cuatro anclas e izando la vela enfilaron derecho
hacia allí. La parte frontal de la nave encalló en el lodo, mientras que las
olas batían la proa.
Satanás estaba de nuevo obrando
cuando los soldados planearon matar a todos los prisioneros (incluyendo a
Pablo), pero el centurión creyó a Pablo esta vez y dijo a todos a bordo que
trataran de llegar a tierra como mejor pudieran. La última afirmación (v. 44)
vindica la verdad de la promesa de Dios en los versículos 22 y 34: «todos se
salvaron saliendo a tierra». Estaban en la isla de Malta.
Dios libró a 276 por causa de un
hombre: el apóstol Pablo. ¡Qué preciosos son para Él sus santos! Dios estuvo
dispuesto a librar a Sodoma y a Gomorra si hubiera hallado diez personas justas
(Gn 18) y no envió su ira hasta que Lot y su familia escaparon con seguridad.
Dios retiene su juicio sobre este mundo impío debido a que la Iglesia todavía
está en el mundo; pero cuando seamos arrebatados, sus juicios caerán (2 Ts 2).
Satanás trató de impedir que Pablo llegara a Roma, pero la Palabra de Dios prevaleció:
«Ninguna palabra de todas sus promesas, ha fallado» (1 R 8.56).
28
I. EL MINISTERIO EN MALTA (28.1–10)
Para los griegos un «natural» era cualquiera
que no hablaba griego. El grupo se quedó tres meses (v. 11) en Malta y los
nativos los trataron con amabilidad. Podemos imaginarnos cuánto frío tenían y cuán
empapados estaban los prisioneros cuando llegaron a tierra. A pesar de que
Pablo era ahora el líder y salvador del grupo, sin embargo, ayudó a recoger
ramas secas para la fogata. (Véanse 20.34–35.)
Satanás la serpiente le atacó,
pero Dios le protegió. (Véanse Mc 16.18.) La reacción de los nativos fue exactamente
lo opuesto a la de los de Listra (14.11–19). ¡Tenga cuidado en confiar en las
opiniones de la multitud!
El principal de la isla era
Publio, quien permitió que Pablo y sus acompañantes de quedaran con él tres
días. Pablo sanó al padre del hombre y luego curó a muchos de los nativos enfermos.
Dios le permitió a Pablo que realizara estos milagros para ganar la confianza
de gente que, a su vez, ayudaron a Pablo y al grupo cuando salieron para Roma
tres meses más tarde (v. 10). Parece ser que el don de milagros y sanidad
desapareció gradualmente durante el ministerio de Pablo. Dios le dio a Pablo «milagros
extraordinarios» en Éfeso (cap. 19) para testificar a los gentiles; y aquí en
Malta, le dio el poder de sanar. Sin embargo, cuando escribió desde Roma, dos
años más tarde, informó que Epafrodito había estado enfermo y casi se muere
(Flp 2.25–30); y en 2 Timoteo 4.20 indicó que había tenido que dejar a Trófimo
enfermo en Mileto.
II. EL VIAJE A ROMA (28.11–16)
El grupo permaneció en Malta
durante noviembre, diciembre y enero; entonces, tomando una nave que
transportaba grano y que había invernado en Malta, se dirigieron a Roma.
«Cástor y Pólux» eran los «santos patrones» de la navegación, y con frecuencia
se tallaban sus imágenes en las naves.
Tenemos otro «viento sur» en
28.13, muy diferente al «viento sur» de 27.13. En Puteoli Pablo tuvo compañerismo
con los creyentes por una semana, tal vez mientras la nave se detenía por
asuntos de negocios.
Cuando corrió la voz de que Pablo
había llegado a Roma (Puteoli era el principal puerto de Roma), los creyentes
hicieron arreglos para verle. Puesto que Pablo permaneció en Puteoli por una
semana, hubo tiempo suficiente para que se llevaran mensajes entre las
iglesias. ¡Qué maravilloso es ser parte del compañerismo del evangelio y hallar
dondequiera que vamos «hermanos» en Cristo! El «Foro de Apio» era literalmente
«el mercado de Apio», y se refiere a un pueblo como a sesenta kilómetros de Roma,
sobre la famosa Vía Apia. Aquí Pablo recibió una delegación de creyentes;
luego, quince kilómetros más adelante, otro grupo le recibió en las Tres
Tabernas. (Esta palabra latina que se traduce «taberna» no significa lo mismo
que la palabra castellana hoy en día. Una «taberna» romana era cualquier clase
de tienda o almacén.) A Pablo le alentó ver a esos creyentes, a quienes había
escrito su epístola a los Romanos unos tres años antes.
«Cuando llegamos a Roma» (v. 16).
Qué simple la manera en que Lucas describe la llegada de Pablo a la ciudad que
había anhelado por tantos años visitar. No hay descripción aquí de la belleza
de la ciudad, por cuanto Pablo no estaba allí como turista, sino como
embajador. Véanse Romanos 1.11–13.
III. PRESENTACIÓN A LOS JUDÍOS ROMANOS (28.17–22)
Como en otras ciudades, Pablo
quería empezar con los de su nación y tratar de ganarlos para Cristo.
Véanse en Romanos 9.1, 2 y 10.1 el
peso que sentía. Empezó afirmando su inocencia y les dijo la razón real para
reunirlos. «La esperanza de Israel» en el versículo 20 se refiere a la
resurrección de Cristo y los versículos 5.31; 23.6; 24.14–15; y 26.6–8 tienen
temas similares. Véanse también 13.27–37 y las notas respecto a 26.6. La
resurrección probó que Cristo era el Mesías y todas las bendiciones de Israel descansaban
en Él. Nótese, sin embargo, que Pablo no le ofreció a Israel el reino, sino que
más bien predicó el reino de Dios, lo que quiere decir el evangelio de la
gracia de Dios (Véanse v. 31).
Los líderes judíos romanos no
habían oído ninguna acusación contra Pablo, pero sí los comentarios que se
hacían en contra de la «secta» de los cristianos. En Hechos se mencionan tres
sectas: los saduceos (5.17), los fariseos (15.5), y los cristianos (24.5;
28.22). Los judíos señalaron un día para reunirse de nuevo con Pablo y discutir
sobre la Palabra.
IV. LOS JUDÍOS RECHAZAN EL EVANGELIO (28.23–31)
Pablo no estaba en la cárcel, sino
más bien en su casa alquilada, encadenado a un soldado romano, pero con
libertad para recibir visitantes. Cuando los líderes judíos llegaron, Pablo les
explicó las Escrituras del AT y les presentó a Jesús como el Cristo. Compárese
el versículo 23 con Lucas 24.13–35, donde Cristo usó a Moisés y a los profetas
para abrir los corazones de los dos hombres desalentados. Sin embargo, hay un
contraste en los resultados: los discípulos de Emaús creyeron la Palabra y se
convirtieron en misioneros, en tanto que los judíos romanos en su mayoría
rechazaron la Palabra y no quisieron creer. La frase «desde la mañana hasta la
tarde» (v. 23) describe muy bien la historia de Israel: de la luz de la
revelación de Dios a las tinieblas de la incredulidad (2 Co 4).
Por favor, tenga presente que
Pablo no le ofreció a estos hombres el reino. Había escrito la epístola a los
Romanos tres años antes, explicando en los capítulos 9–11 que Israel había sido
puesto a un lado.
La Iglesia ahora ocuparía el programa
de Dios para la edad venidera.
Por quinta vez en la historia de
Israel se cumplía la profecía de Isaías. Más de setecientos año antes Dios le
había dicho a Isaías que Israel rechazaría su Palabra y se negaría a oír su
mensaje. Cuando acusaron a Cristo de confabulación con Satanás (Mt 12), nuestro
Señor citó la misma profecía al darles las parábolas del reino (Mt 13.14–15).
Al concluir su ministerio, Jesús habló de nuevo de esta profecía (Jn 12.37–41).
Pablo la citó en Romanos 11.8; y ahora la usa por última vez. Dios había estado
hablándole a su pueblo por más de setecientos años. ¡Qué paciencia! El
versículo 28 no quiere decir que por primera vez Pablo se fue a los gentiles.
Simplemente significa que, ahora que se le había dado la oportunidad a Israel en
Roma y la había rechazado, Pablo se volvía a los gentiles. Tenía las manos limpias
de su sangre; les dio la oportunidad de la salvación. Este fue el modelo que
Pablo siguió desde el mismo comienzo (Hch 13.44–49).
Pablo permaneció prisionero por
dos años, predicando y enseñando libremente la Palabra. Fue durante este tiempo
que escribió las cartas a los Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. La
gente a menudo se imagina a Pablo encadenado a la pared de una mazmorra, cuando
en realidad disfrutaba de gran libertad. Su primer período en Roma duró desde
el año 61 al 63 d.C.; luego lo pusieron en libertad alrededor de tres años,
durante los cuales escribió su primera carta a Timoteo y otra a Tito. Tal vez
en este tiempo fue cuando visitó Filipos, Colosas y varias de las otras
iglesias de Asia. Quizás también realizó su proyectado viaje a España (Ro
15.24, 28). En el año 66 d.C. lo arrestaron de nuevo y esta vez su situación no
fue fácil. Al leer 2 Timoteo, escrita en ese tiempo, vemos la soledad y el sufrimiento
que soportó. A fines del año 66 d.C., o a principios del 67, sufrió el martirio
habiendo terminado su carrera y guardado la fe.