BOSQUEJO SUGERIDO DE 1 Y 2 CRÓNICAS
I. Genealogías
desde Adán hasta el rey Saúl (1 Cr 1–9)
II. Reinado del
rey David (1 Cr 10–29)
A. Muerte del
rey Saúl (10)
B. David
consolida su reino (11–16)
C. Pacto de
Dios con David (17)
D. David
expande su reino (18–20)
E. David censa
al pueblo (21)
F. David
prepara la construcción del templo (22–29)
(Muerte de David)
III. Reinado del
rey Salomón (2 Cr 1–9)
A. Salomón
recibe la bendición de Dios (1)
B. Salomón
construye y dedica el templo (2–7)
C. Fama y
esplendor de Salomón (8–9)
IV. El reino
dividido (Reyes de Judá) (10–36)
A. Reinado de
Roboam (10–12)
B. Desde Abías
hasta Asa (13–16)
C. Reinado de
Josafat (17–20)
D. Desde Joram
hasta Amasías (21–25)
E. Reinado de
Uzías (26)
F. Reinados de
Jotam y Acaz (27–28)
G. Reinado de
Ezequías (29–32)
H. Reinado de
Manasés y Amón (33)
I. Reinado de
Josías (34–35)
J. Últimos
reyes y caída de Judá (36)
LOS LIBROS DE
CRÓNICAS
1ª
Y 2ª DE CRÓNICAS. Estos libros se llaman en heb. divere hayamim, “las palabras (asuntos) de los días”,
significando “los anales” (1 Crónicas 27:24). El Padre de la iglesia Jerónimo
(400 d. de J.C.) fue el primero en llamarlos Crónicas. Originalmente formaban
una sola composición, pero luego los dividieron en 1 y 2 Crónicas en la LXX,
por el año 150 a. de J.C. En el heb. quedaron como el último libro del canon
del AT. Cristo (Lucas 11:51) habló de todos los mártires desde Abel en el
primer libro (Génesis 4) hasta Zacarías en el último (2 Crónicas 24).
Las Crónicas no contienen declaraciones sobre su propia
autoría o fecha. El último evento que registran es el decreto de Ciro en 538 a.
de J.C. que permitió a los desterrados volver de su cautividad babilónica (2
Crónicas 36:22); y sus genealogías se extienden hasta aprox. 500 a. de J.C. (1 Crónicas
3:21). Sin embargo, el lenguaje y el contenido de Crónicas tiene un paralelo
cercano con el del libro de Esdras, que continúa la historia de los judíos
desde el decreto de Ciro hasta 457 a. de J.C. Ambos documentos están marcados
por listas y genealogías por causa del interés en el ritual sacerdotal y por la
devoción a la ley de Moisés. Los últimos vv. De Crónicas (2 Crónicas 36:22, 23)
se repiten como los vv. Iníciales de Esdras (1:1-3). La antigua tradición
hebrea y la erudición moderna de W. F. Albright se unen en sugerir que Esdras
pudo haber sido el autor de ambos volúmenes, quizá alrededor de 450 a. de J.C.
La ocasión para escribir las Crónicas parece ser la
cruzada de Esdras para llevar al Judá post-exílico de vuelta a Palestina en
conformidad con la ley de Moisés (Esdras 7:10). Desde 458 a. de J.C., Esdras
buscó restaurar la adoración en el templo (Esdras 7:19-23, 27; 8:33, 34),
eliminar los matrimonios mixtos de judíos con sus vecinos paganos (cap. 9—10) y
fortalecer a Jerusalén reedificando sus muros (Esdras 4:8-16). En conformidad,
Crónicas consiste de estas cuatro partes: genealogías, para permitir a los
judíos establecer sus líneas de descendencia familiar (1 Crónicas 1—9); el
reino de David, como un modelo para el estado teocrático ideal (10—29); la
gloria de Salomón, con un énfasis sobre el templo y su adoración (2 Crónicas
1—9); y la historia del reino del sur, dando importancia en particular a las
reformas religiosas y las victorias militares de los más piadosos gobernantes
de Judá (10—36).
Si se comparan con las historias paralelas en Samuel
y Reyes, los anales sacerdotales de Crónicas ponen un mayor énfasis en la
estructura del templo (1 Crónicas 22) y en el arca de Israel, los levitas y los
cantores (1 Crónicas 13, 15, 16). Sin embargo, omiten ciertos actos
individualísticos morales de los reyes (2 Samuel 9; 1 Reyes 3:16-28), así como
biografías detalladas de los profetas (1 Reyes 17:1—22:28; 2 Reyes 1:1—8:15),
rasgos que cuentan para la incorporación de Crónicas en la tercera (no
profética) sección del canon heb., diferenciándolo de la ubicación de los
libros más homiléticos de Samuel y Reyes en la segunda (profética) división.
Finalmente, el cronista abandona la discusión de la disputada inauguración de
David y su vergüenza posterior (2 Samuel 1—4, 11—21), de las fallas de Salomón
(1 Reyes 11) y de toda la historia ignominiosa de Saúl (1 Samuel 8—30), excepto
su muerte (cap. 31), y del reino del norte de Israel. Los judíos
desilusionados, empobrecidos, del año 450 a. de J.C., sabían bastante de pecado
y derrota; lo que necesitaban era un recordatorio alentador de sus victorias
anteriores, dadas por Dios (p. ej., 2 Crónicas 13; 14; 20; 25).
Uno de los temas teológicos importantes de los
libros de Crónicas es la necesidad de la obediencia para la bendición divina.
El cronista observa que la muerte de Saúl fue debida a su infidelidad (1
Crónicas 10:13, 14), como lo fue el exilio del reino del sur (1 Crónicas 9:1;
ver también 2 Crónicas 6:24). Por otra parte, la obediencia traerá bendición a
la nación (1 Crónicas 28:8; 2 Crónicas 7:14-18). Incluso la larga genealogía
que forma el prefacio a 1 Crónicas contiene afirmaciones de este hecho (1
Crónicas 4:10; 5:1, 25). La narración de eventos selectos de la vida de David
enfoca sobre los pasos de obediencia que condujeron a la administración exitosa
del reino. El papel de David en el establecimiento de la adoración israelita
también recibe prominencia (1 Crónicas 22:2-5; 23:1-32; 25:1—26:32). La legitimidad
del templo post-exílico y su personal se establece por virtud de su continuidad
con el templo edificado por Salomón bajo los auspicios de David (1 Crónicas
17:24; 2 Crónicas 6:7-9).
Fue
escrito desde el punto de vista sacerdotal (probablemente de *Esdras el
escriba). Enfatiza el papel importante de David en desarrollar la adoración en
Israel y la necesidad de obedecer a Dios para recibir sus bendiciones.
Primero y Segundo de Reyes se
escribieron antes del cautiverio de Judá y parecen enfatizar el punto de vista
de un profeta, mientas que 1 y 2 Crónicas se escribieron después del cautiverio
(1 Cr 6.15) y parecen tener el punto de vista de un sacerdote. Estos libros nos
recuerdan que «la justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de
las naciones» (Pr 14.34). El pecado fue una afrenta especial para los judíos
porque eran el pueblo de Dios y Él los llamó por gracia a una vida de santidad
(Éx 19–20).
I. NOMBRE
Dios hubiera destruido a la nación
mucho antes si no hubiera sido por su pacto con David y su promesa de mantener
a un descendiente de David en el trono en Jerusalén. El cumplimiento supremo de
esa promesa es Jesucristo, el «Hijo de David» (Mt 1.1), quien un día
establecerá el trono de David (Lc 1.26–33) y gobernará desde Jerusalén.
Hemos analizado mucho la historia
de Saúl, David, Salomón y los reyes importantes en nuestros bosquejos de 1 y 2
Samuel y de 1 y 2 Reyes. Aquí enfocaremos el material que se halla
exclusivamente en 1 y 2 Crónicas. Los nuevos acontecimientos en estos dos
libros son paralelos y suplementan lo que se expresa en Samuel y Reyes.
Fue
escrito desde el punto de vista sacerdotal (probablemente de *Esdras el
escriba). Enfatiza el papel importante de David en desarrollar la adoración en
Israel y la necesidad de obedecer a Dios para recibir sus bendiciones.
Los libros de las
Crónicas son, en gran medida, repeticiones de lo que se relata en los libros de
Samuel y de los Reyes, aunque hay aquí algunas cosas excelentes y útiles que no
hallamos en otra parte. El Primer libro narra el origen del pueblo judío a
partir de Adán y, luego, da cuenta del reino de David.
La narración
continúa en el Segundo libro con el desarrollo y final del reino de Judá;
también se comenta el regreso de los judíos del cautiverio en Babilonia.
Jerónimo dice que se engaña el que crea que conoce las Escrituras sin estar
familiarizado con los libros de las Crónicas, donde se hallan hechos históricos
y nombres que, en otras partes, se pasan por alto, y se encuentra la conexión
de pasajes y se explican muchas preguntas referentes al evangelio.
I. AUTOR Y FECHA
La obra es anónima pero la
tradición judía la atribuye a Esdras. Hay diversidad de opiniones respecto a la
identidad del autor. La tradición judía, el ambiente de la época, la posición
de Esdras como escriba, la biblioteca que según Josefo poseía Nehemías y la
ausencia de pruebas de que se haya escrito en fecha posterior, ha hecho creer a
algunos que el autor fue Esdras (458–398 a.C.). También se ha afirmado que no
fue Esdras, sino otro que después se habrá valido de los escritos de él. Y hay
quienes se inclinan por una fecha Año. 300 a.C., basándose en la oposición del cronista a la comunidad
samaritana que empezó año. 350 a.C.
Resumiendo, las Crónicas
son un libro del pos-cautiverio cuyo autor quizás fue Esdras o, menos probable,
un levita que en una época posterior se aprovechó de los escritos de Esdras.
El autor dice haber usado
documentos como base de su obra. Mucho del material es paralelo al de Samuel y
Reyes, pero no se sabe si el cronista cita estos libros o si ha usado las
mismas fuentes. Menciona seis fuentes históricas (1 Cr 9.1; 27.24; 2 Cr 16.11;
24.7; 27.7; 33.18) que bien podrían ser diferentes nombres de una misma obra.
También usa ocho fuentes proféticas (1 Cr 29.29; 2 Cr 9.29; 12.15; 13.22;
20.34; 26.22; 32.32; 33.19; 35.25).
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 1ª Cro:
16: 35: Dios De Nuestra Salvación.
III. NOTAS
PRELIMINARES A 1 Y 2 CRÓNICAS
Los libros de Samuel, Reyes y
Crónicas narran la historia de los judíos desde el último juez (Samuel) y el
establecimiento del primer rey (Saúl), hasta el exilio de la nación en
Babilonia. Los libros 1 y 2 Reyes se escribieron desde el punto de vista de los
profetas, en tanto que 1 y 2 Crónicas presentan el punto de vista sacerdotal de
la historia judía. En Crónicas hay un énfasis sobre los levitas, la construcción
del templo, el pacto de Dios según se registra en Deuteronomio, y la ciudad
santa de Jerusalén. Se podría decir que 1 y 2 Reyes nos dan la historia
política y 1 y 2 Crónicas la religiosa. En 2 Crónicas aparecen al menos cinco
«avivamientos» de la historia de Judá (caps. 15, 20, 23–24, 25 y 29–31).
Las cronologías de 1 Crónicas 1–9
son anteriores a 1 Samuel 1 y son los «eslabones vivos» del pasado. Para los
judíos era importante saber su historia familiar y poder reclamar su lugar en
la nación.
Esto fue especialmente cierto
respecto a los sacerdotes y levitas que servían en el tabernáculo y luego en el
templo.
El escritor de 1 Crónicas toma el
expediente real a partir de la muerte del rey Saúl (1 Cr 10). Es interesante
notar lo que omite: el largo conflicto de David con Saúl, la rivalidad con
Isboset (2 S 2–4), el pecado de David con Betsabé, los problemas de familia de
David con Amnón y Absalón, el intento de Adonías de arrebatarle el trono a
Salomón, los pecados de Salomón y mucho de la historia del reino de Israel (el
reino del norte). Se concentra en los reyes de Judá y enfatiza la selección
divina de David y sus descendientes para reinar desde Jerusalén. Si se
estudiara sólo 1 y 2 Crónicas, ¡nunca se sabría que David y Salomón alguna vez
pecaron! De acuerdo al escritor de 2 Crónicas no fue el pecado de Salomón lo
que causó la división del reino, sino las intrigas políticas de Jeroboam. Ambas
cosas son ciertas, pero es interesante notar el punto de vista sacerdotal que
casi idealiza tanto a David como a Salomón. Al fin y al cabo David proveyó la
riqueza para la construcción del templo, así como los cantos, los instrumentos
musicales y la organización de los levitas; y Salomón construyó el templo.
El libro muestra que Dios bendice
a su pueblo cuando obedecen su voluntad y los disciplina cuando le desobedecen.
Dios es fiel a su pacto incluso cuando su pueblo le es desleal. Cuando la
paciencia de Dios se agotó, entregó a Judá a los babilonios y permitió que el
enemigo destruyera el templo y la ciudad de Jerusalén. Segundo de Crónicas
termina con una copia del decreto de Ciro permitiendo a los judíos regresar a
su tierra y así es paralelo con el principio de Esdras. El escritor ve
continuidad en la historia del pueblo, porque Dios les guía y realiza sus propósitos
a través de ellos, a pesar de sus pecados.
1–9
Para la mayoría de la gente de hoy
la lectura de genealogías resulta aburrido, pero para los judíos eran esencial,
ellos conservaban registros precisos de sus vínculos familiares por muchas
razones.
Uno tenía que saber su tribu y
relaciones familiares, porque se suponía que la propiedad debía permanecer
dentro de la tribu. En situaciones cuando un pariente redentor rescataba a un
pobre, tenía que demostrar que en verdad era un pariente cercano. (Véanse el
libro de Rut.) El primogénito recibía el doble de la herencia de lo que
recibían los otros hijos. Por supuesto, los sacerdotes y levitas tenían que
demostrar que eran de la tribu de Leví o no se les permitía servir.
Estos cientos de nombres, algunos
de ellos difíciles de pronunciar, representan personas a las que Dios usó para
mantener el «eslabón viviente» con las promesas y los pactos del pasado. Dios
escogió a los judíos y les dio promesas que a la larga afectarían al mundo. Si
hubiera habido alguna ruptura en esta cadena de «eslabones vivos», el Salvador
no podría haber nacido en este mundo.
La mayoría de estas personas son
desconocidas, en tanto que unas pocas son muy famosas, pero Dios las usó a
todas para realizar sus propósitos. Al leer su Biblia usted recuerda a personas
como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Josué, Samuel y David, pero si no hubiera
sido por muchas personas menos conocidas, estos hombres nunca hubieran
aparecido en la escena. ¡Agradezcamos a Dios por las «personas olvidadas» que ayudaron
a la «gente famosa» a serlo!
Esparcidos entre estas genealogías
están los nombres de personas a las que se les da identificación especial, y
reflexionar respecto a ellas puede enseñarnos algunas importantes lecciones
espirituales.
I. NIMROD, EL CAZADOR PODEROSO (1.10)
La referencia es a Génesis
10.8–10. La palabra «cazador» lleva la connotación de cazar personas, no la
cacería de animales. Fue un rebelde que desafió a Dios y estableció el
tristemente famoso reino de Babilonia. Después que los hijos de Noé empezaron a
llenar de nuevo la tierra, no llevó mucho tiempo para que sus descendientes se
volvieran contra el Señor. La lección del diluvio no penetró muy profundo.
II. ER, EL HIJO MALO (2.3).
Véanse Génesis 38. No sabemos la
naturaleza del pecado de Er, pero fue algo tan serio como para que Dios le
quitara la vida. Su hermano Onán rehusó casarse con la viuda y mantener así el
nombre y la familia del hermano, de modo que también murió. Véanse Deuteronomio
25.5–10. Era importante para Dios que el pueblo judío continuara
multiplicándose, porque tenía para ellos tareas especiales que cumplir. Es
desafortunado que el nombre de Onán se haya introducido en el diccionario en
inglés [y en español] («onanismo») como sinónimo de masturbación, porque no fue
esta su ofensa. La historia completa de Judá y Tamar nos parece repulsiva, sin
embargo a Tamar se la menciona en la genealogía de Jesucristo (Mt 1.3).
III. ACÁN, EL QUE HIZO TROPEZAR A ISRAEL (2.7)
Léase Josué 6–7. Su pecado
consistió en violar una prohibición que Josué impuso sobre los despojos de
Jericó, en razón de que se dedicaron al Señor. Acán pensó que se había salido
con la suya al robar el botín, pero la derrota del ejército de Israel en Hai
llevó a su descubrimiento y ejecución. ¡Si Acán hubiera esperado unos pocos
días, en Hai hubiera tenido todo el botín que quería! Un pecador puede traer
problemas a una nación entera.
IV. AMNÓN, EL IMPURO (3.1)
Violó sexualmente a su media
hermana Tamar, y al fin y al cabo Absalón lo mató (2 S 13–14).
Algunos de los primogénitos
mencionados en estos capítulos no son modelos de virtud. El Señor mató a Er
(2.3); a Amnón lo mató su hermano (3.1); y Rubén perdió su primogenitura porque
violó a la concubina de su padre (5.1–2). En Israel, el primogénito tenía
privilegios especiales, pero estos tres hombres despreciaron sus privilegios
por «los placeres temporales del pecado».
V. JABES, EL QUE NO SE AMILANÓ (4.9–10)
En hebreo el nombre «Jabes»
significa «lamentar». Sin duda no fue culpa de Jabes que su madre tuviera un
parto tan difícil, pero le puso un nombre que les recordaría a él y a otros su
dolor. Véanse Génesis 35.18–19. Por el texto parece que sus hermanos lo
rechazaron y no fueron hombres «nobles» de carácter. Jabes se sobrepuso a su
nombre y a sus problemas familiares acudiendo a Dios en oración y pidiendo su
bendición.
VI. RUBÉN, EL INCONTROLABLE (5.1–2)
¡Qué extraño que los pecados de un
hombre lo incluyan en una genealogía oficial! La obra se registra en Génesis
35.22; y en Génesis 49.3–4 Jacob lo trajo a la luz pública en su lecho de
muerte y le juzgó por su falta de dominio propio. Rubén perdió su
primogenitura, la cual se le dio a Efraín y a Manasés (Gn 48.15–22). ¡Un acto
de pecado puede ser costoso para el pecador y para su familia!
VII. BERÍA, EL DESAFORTUNADO (7.20–23)
Cuando Ezer y Elad, dos de los
hijos de Efraín, trataron de apoderarse de unos ganados, murieron y su padre se
sumergió en la aflicción. Halló solaz al amar a su esposa y ella dio a luz a un
hijo al cual Efraín le puso por nombre Bería, que significa «mala suerte».
Bería y Benjamín (Benoni) podrían haber formado la sociedad de hombres con
nombres miserables.
22–29
Puesto que Crónicas se escribió
desde el punto de vista sacerdotal, es de esperar que el énfasis fuerte aquí
esté en la construcción del templo. Es asombroso que el templo se construyera
en la propiedad que David le compró a Ornán, recordatorio del gran pecado de
David al contar al pueblo (1 Cr 21). El templo lo construyó Salomón, hijo de
Betsabé, la mujer con la cual David cometió adulterio. Sólo Dios puede tomar
los dos pecados más grandes de un hombre y construir un templo con ellos.
«Pero, cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Ro 5.20).
I. EL CONSTRUCTOR DEL TEMPLO (22.1–19)
El corazón de David siempre quiso
construir un templo para el Señor (Véanse 2 S 7), pero puesto que estuvo
completamente ocupado librando guerras, no pudo hacer el trabajo. El hecho de
que era un guerrero y había derramado sangre era otra razón. Durante toda su
vida David reunió tesoros para usarlos en el templo y ahora se los entrega a su
hijo Salomón. Dios le dio a David los planos del templo (1 Cr 28.11–12, 19) así
como le dio a Moisés los planos del tabernáculo (Éx 25.40). Cuando usted va a hacer
algo para el Señor en la tierra, asegúrese de recibir sus planos del cielo. Y
si el Señor no le permite hacer algo que tiene realmente en su corazón, trate
de ayudar a otros a hacerlo.
Salomón fue ungido rey en privado,
en la presencia de los líderes, de modo que el trono quedara asegurado (vv.
17–19); y entonces se presentó al nuevo rey públicamente al pueblo (cap. 28).
Nuestro Señor Jesús se ha ungido Rey, pero su presentación pública aún no se ha
hecho. Mientras tanto, nosotros los que confiamos en Él, debemos ayudarle a
construir su templo, la Iglesia (Mt 16.18; Ef 2.19–22). David reclutó a
«extraños y extranjeros» de la tierra (no israelitas) y los obligó a trabajar
en el templo (v. 2). Pero el Señor ha tomado a pecadores «de afuera» y les ha
hecho conciudadanos y piedras vivas en su templo (Ef 2.19–22; 1 P 2.5) ¡Cuánta
gracia!
David amonestó a Salomón a que
confiara en el Señor y le obedeciera; de otra manera nunca podría construir el
templo para la gloria del Señor. Dios le dio a Salomón y a la nación descanso
de la guerra (el nombre Salomón se relaciona a la palabra hebrea «shalom» que
significa «paz») y le daría sabiduría para hacer el trabajo. No podemos ni
siquiera empezar a calcular el poder adquisitivo de la riqueza que David
acumuló (v. 14).
Así, David le dio a Salomón la
riqueza para construir el templo, los planos, los obreros y la cooperación de
los príncipes de la tierra (vv. 17–19). Pero el «corazón» del asunto fue el de
Salomón (v. 19). Si el corazón de Salomón andaba bien con Dios, Él bendeciría
sus empresas. No hay nada «automático» en el servicio del Señor. Si andamos
bien con Dios, Él prosperará nuestros esfuerzos (Jos 1.8; Mt 6.33).
II. LOS MINISTROS EN EL TEMPLO (23.1–26.32)
Segundo de Crónicas 29.25 nos
informa que el plan de David para reorganizar a los sacerdotes y levitas se lo
dio el Señor mediante dos profetas: Gad y Natán. No sólo el plan para el templo
en sí mismo, sino también lo que iba en el templo y cómo se organizaría se lo
ordenó el Señor. La iglesia local necesita hoy prestar atención a las
direcciones dadas en el NT para su organización y ministerio.
Demasiado a menudo importamos
ideas del mundo y rechazamos los ideales de la Palabra.
Habían 38.000 levitas disponibles
y David los dividió en cuatro grupos: 24.000 para supervisar el trabajo en el
templo; 4.000 como músicos; 4.000 como porteros, lo cual incluía los tesoros y
los almacenes del templo; y 6.000 que se distribuirían en toda la nación para
ministrar como jueces y maestros de la ley. No es suficiente que el pueblo de
Dios venga a la casa de Dios; los siervos de Dios también deben ir al pueblo.
Nótese que David proveyó los instrumentos para que los usaran los músicos
(23.5) y escribió muchos de los cantos que usaban en la adoración al Señor.
Durante los años del peregrinaje
de Israel, a los descendientes de Leví se les asignó el desarme del tabernáculo
y la transportación de sus partes, volviéndolo a ensamblar en el lugar en que
Dios le decía al pueblo que acampara (Véanse Nm 3–4). Ahora que empezarían a
servir en un santuario permanente, a las tres familias de los hijos de Leví se
les asignó otros deberes.
Los sacerdotes se dividieron en
veinticuatro grupos (cap. 24; Véanse Lc 1.5) que servían por turnos, quizás dos
semanas al mes. David hizo las cosas «decentemente y con orden» (1 Co 14.40).
Las tareas específicas se asignaron por suerte (Lc 1.8–9).
Los porteros (cap. 26) guardaban
el templo y las cámaras de almacenaje que había en él. Se recordará que
Obededom (26.4) fue el hombre que guardó el arca del pacto antes de que se
colocara finalmente en el tabernáculo (1 Cr 13.13–14). Los porteros echaban
suertes para ver a dónde serían asignados (26.13).
Téngase presente que los judíos
traían sus diezmos y ofrendas al templo como parte de su adoración y los
levitas tenían que almacenar, llevar cuentas y proteger todos estos artículos.
Pero sobre todo, el tesoro del templo contenía los valiosos objetos dedicados
al Señor, así como cosas materiales necesarias para el culto al Señor (Véanse 1
Cr 9.27–34). Era importante que las especias, la harina y otros artículos se
preservaran sin contaminación. Cuán desafortunados es cuando lo que contamina
se introduce en la casa del Señor.
Al revisar estos capítulos y sus
muchos nombres nos impacta el hecho de que Dios usó personas para realizar su
obra, personas con diferentes talentos y ministerios. Algunos de los siervos
del templo dirigían los cantos de alabanza a Dios; otros tocaban los
instrumentos; algunos guardaban los tesoros; otros llevaban el inventario de
las ofrendas que se traían al templo. Los sacerdotes ofrecían los sacrificios
al Señor y cuidaban del culto de adoración diario. Todo estaba organizado de
forma eficiente y el ministerio total del templo glorificaba a Dios. Incluso
los que tenían que trabajar «en el turno de la noche» alababan al Señor por el
privilegio de adorarle y servirle (Sal 134).
III. LOS PROTECTORES DEL TEMPLO Y DE LA TIERRA
(27.1–34)
A. EL EJÉRCITO (VV. 1–15).
Pasamos ahora de la organización
del templo al gobierno civil, porque en la nación de Israel tanto el uno como
el otro eran ordenados por Dios y gobernados por su ley divina. Había doce
unidades del ejército y cada una servía un mes al año. Por supuesto, cuando era
necesario, se podían convocar las unidades rápidamente.
Si usted compara 1 Crónicas 11.10
con la lista de líderes de los versículos 2–15 verá que los «hombres fuertes»
de David estaban a cargo del ejército. Él sometió a prueba a estos hombres en muchos
lugares y sabía que podía confiar en ellos.
B. LOS SERVIDORES CIVILES (VV. 16–24).
No sólo había soldados capaces de dirigir
cada una de las doce unidades del ejército, sino también había oficiales
capaces asignados a las tribus de Israel (vv. 16–22). David tenía una «cadena
de comando» en la nación, de modo que cada tribu tenía un representante ante el
rey. En ninguna otra parte de las Escrituras tenemos a Eliú, el hermano de
David (v. 18). Es posible que esta es una variación del nombre «Eliab» (1 Cr
2.13). La palabra hebrea «hermano» se aplicaba a menudo a cualquier pariente,
pero parecería que una lista oficial como esta se preocuparía por la exactitud.
Cuán interesante que un hijo de
Abner fue uno de los oficiales de confianza de David (v. 21). Abner trató de
mantener la dinastía de Saúl después que este murió y creó problemas a David (2
S 1–4). David obedeció Deuteronomio 24.16.
C. LOS SUPERVISORES DE DAVID (VV. 25–34).
En la sociedad moderna los líderes
del gobierno deben desprenderse de cualquier cosa que les lleve a un conflicto
de intereses, pero no era así en las monarquías antiguas. El rey era un hombre
muy rico, gracias a los botines de guerra, el tributo pagado por los
gobernantes conquistados y el lucro obtenido de sus tierras. En justicia a
David debemos reconocer que, puesto que no se le exigían impuestos al pueblo,
tenía que usar mucho de sus ingresos para la administración de su gobierno.
Todas estas posesiones debían supervisarse, había que pagar a los trabajadores
y guardar las ganancias.
IV. EL ESTÍMULO PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO
(28.1–29.30)
El escritor nos da «las últimas
palabras de David» (1 Cr 23.27) así como sus últimas obras al preparar a
Salomón y al pueblo para la construcción del templo. Qué maravilloso que David
procurara construir un templo para la gloria de Dios y no un monumento para su
propia gloria. Pudo morir sabiendo que las futuras generaciones tendrían una
hermosa casa de oración y alabanza en donde podrían honrar al Señor. David no
sólo «sirvió a su propia generación» (Hch 13.36), que es lo que debe hacer cada
hijo de Dios, sino que también a las generaciones venideras. Proveyó los
materiales para construir el templo; organizó el ministerio del templo;
escribió cantos para los cantores en el templo; e incluso diseñó instrumentos
musicales para que tocaran los levitas.
David reunió a todos los líderes
de Israel y les exhortó y animó a que respaldaran a Salomón y su administración,
especialmente en la construcción del templo.
A. LAS ELECCIONES DE DIOS (28.1–7).
David enfatizó el hecho de que fue
Dios el que escogió a Judá como tribu real (v. 4; Gn 49.8–10); y de Judá Dios
escogió a la familia de David para ser la familia real (1 S 16.6–13; 2 S 7).
Luego Dios escogió a Salomón como sucesor de David y constructor del templo.
Era una obligación solemne de parte de Salomón, porque estos eran del pueblo
escogido por Dios; y el templo era para el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
B. LAS MISIONES QUE DIO DAVID (28.8–10, 20–21).
Primero, David encomendó a todos
los oficiales y al pueblo a que obedecieran los mandamientos de Dios (v. 8).
¿De qué servía un hermoso templo si el pueblo era desobediente a su Dios? Ellos
le debían al Señor y se los debían unos a otros, como conciudadanos de la
asamblea de Dios, vivir de acuerdo a la ley que Dios en su gracia les dio. Los
judíos poseían la tierra en virtud del pacto de Dios con Abraham (Gn 12.1–3;
13.14–18), pero poseerían y disfrutarían de la tierra sólo si obedecían la
Palabra de Dios. Véanse Deuteronomio 27–30. Si querían mantener la posesión de
la tierra y dejarla para la próxima generación, tenían que ser un pueblo
obediente. Es un pensamiento solemne que somos mayordomos de todo lo que Dios
nos da y, si somos infieles al Señor, nada dejaremos a nuestros hijos y nietos.
Luego David encomendó a Salomón
(28.9–10; 20–21) a que fuera fiel al desempeñar su responsabilidad como rey y
constructor del templo. «Anímate y esfuérzate» (vv. 10, 20) nos recuerda las
admoniciones de Dios a Josué (Jos 1.6–7, 9, 18). La tragedia es que Salomón no
mantuvo un corazón perfecto delante del Señor, sino que amó a mujeres
extranjeras y adoró a sus dioses falsos (1 R 11). Un corazón perfecto no es uno
exento de pecado, porque nadie puede vivir sin pecar de alguna manera. Quiere
decir un corazón totalmente consagrado al Señor, un corazón sincero. Cuando
Salomón empezó a adorar a otros dioses junto con Jehová, tuvo un corazón
dividido y no fue fiel al Señor. Fue cuando Salomón se olvidó de la Palabra de
Dios que empezó a adorar ídolos (véanse Dt 17.14–20; Jos 1.8).
C. LAS CONTRIBUCIONES DE DAVID (28.11–19).
Todo lo que Salomón necesitaba
para el gran proyecto de construcción Dios se lo proveyó mediante David: los
planos para el edificio, la organización de los sacerdotes y levitas, la
riqueza material y la gente para hacer el trabajo. Puesto que no sabemos el
valor adquisitivo del oro y la plata en ese día, no podemos calcular con
precisión cuánto costó todo este material; pero sin duda valía decenas de millones
de dólares.
D. EL DESAFÍO DE DAVID (20.1–9).
David sabía que su pueblo debía
tener parte en el costo del templo, de modo que les pidió a los líderes de la nación
que contribuyeran y así lo hicieron con buena disposición. David fue el primero
en dar el ejemplo y le recordó al pueblo que estaban dándole al Señor (29.1).
Su ofrenda era un acto de adoración (29.5b) y dieron generosamente. La mención
del «oro, plata y piedras preciosas» nos recuerda 1 Corintios 3.10–23 y el
lenguaje que se usa para describir la edificación de la iglesia local.
E. LA CONSAGRACIÓN DE DAVID (29.10–19).
David oró y dedicó al Señor la
ofrenda, el nuevo rey y el pueblo. Bendijo al Señor y le exaltó por sus
maravillosos atributos. Expresó su humildad delante de Dios (29.14) y reconoció
que incluso la riqueza que él y el pueblo trajeron originalmente vino del
Señor. «Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos». El hecho de que
somos «extranjeros y peregrinos» en este mundo (v. 15) debe animarnos a darle
con generosidad al Señor, porque sólo lo que le damos durará (Mt 6.19–21). La
vida es breve y no podemos guardar nada para nosotros mismos y llevárnoslo
cuando partamos (1 Ti 6.7; Véanse Sal 90.1–11).
Lea el capítulo 29 cuidadosamente
y note cómo dio el pueblo y por qué ofrendó; luego lea 2 Corintios 8–9 y note
cómo Pablo enseñó muchas de las mismas verdades en cuanto a las ofrendas.
F. LA CORONACIÓN DE SALOMÓN (29.20–30).
En un gran culto de adoración en
donde el Señor fue glorificado, David entregó el cetro a su hijo Salomón y el
pueblo se regocijó por la bondad del Señor. Dios pudo magnificar a Salomón
porque este magnificó al Señor (véanse Flp 1.20; Jos 3.7). David murió, pero el
trono de Israel continuó. Dios sepulta a sus obreros, pero continúa su obra.
2ª DE CRÓNICAS
Describe el
reinado de Salomón, el templo que construyó y el culto que allí se llevaba a
cabo. Los últimos caps. (10—36) se dedican a la historia de Judá.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 2ª Cro:
20. 6. Dios De Nuestros Padres.
I. EL REINO DECLINA (1–9)
La mayoría de la información que
consta en estos capítulos se halla también en 1 Reyes 1–11.
Salomón empezó su reinado en
comunión con el Señor, pero poco a poco su corazón se alejó y empezó a adorar
los dioses de sus muchas esposas extranjeras. Deuteronomio 17.14–20 advertía a
los reyes hebreos que no multiplicaran los caballos y carros, ni esposas, ni
oro, pero Salomón hizo todo eso (1 R 10.14, 26, 28; 11.1–8).
Aun cuando los años del reinado de
Salomón fueron sin duda alguna los mejores de Israel en términos de riqueza,
fama y poder político, fueron también los peores en términos de devoción espiritual
a Dios. Sí, Salomón empezó a reinar en el altar, ofreciendo sacrificios al
Señor y pidiéndole sabiduría, pero eso no continuó. Aún más, el rey vivía en
lujo porque recolectaba alimento e impuestos del pueblo.
Salomón reorganizó las doce tribus
en doce distritos de impuestos y cada uno era responsable de proveerle
alimentos un mes (1 R 4.7–19). Cuando se lee el menú de cada día, se puede entender
bien por qué el pueblo se sentía oprimido por este yugo (1 R 4.22–25; 12.1–5).
Sí, el reino fue en verdad glorioso, pero declinaba en todo sentido.
II. EL REINO SE DIVIDE (10–12)
Roboam, el hijo de Salomón, heredó
el trono y se le dio una oportunidad dorada para traer a la nación de regreso
al Señor. Si hubiera escuchado a los consejeros ancianos, hubiera salvado a la
nación de la división. En vez de eso, prestó atención al nada sabio consejo de
los jóvenes que sabían muy poco de la vida o del servicio. Esto no quiere decir
que los ancianos siempre son sabios y los jóvenes insensatos, porque no es este
el caso. Como su padre Salomón, Roboam se crió en el lujo y estaba ajeno a las
cargas del pueblo común. Le faltó la percepción para reconocer el buen consejo
cuando se le dio.
Cuando Roboam trató de hacerle la
guerra a Jeroboam y unir las tribus, Dios detuvo la empresa debido a que la
división venía de Él. Pero tanto Roboam como Jeroboam pecaron contra el Señor.
Roboam «dejó la ley de Jehová»
(12.1) porque «no dispuso su corazón para buscar a Jehová» (12.14).
Cuando Dios envió al ejército
egipcio para castigar a la nación, es de valor para Roboam que se arrepintiera
y buscara la ayuda de Dios. Pero no guió al pueblo a volver al Señor.
Jeroboam, el rey de Israel (reino
del norte), temía que el pueblo regresara a Jerusalén a adorar a Dios, de modo
que estableció su sistema de adoración idólatra. Israel nunca volvió al Señor y
el reino a la larga se lo tragó Asiria.
Por lo único que el Señor preservó
el reino sureño de Judá fue por amor a su amado David (1 R 11.34–39; 15.4).
¡Cuánto le debía el pueblo a David y a la paciencia del Señor! A partir de este
momento (alrededor del 930 a.C.), el reino se dividió: Judá y Benjamín formaron
el reino del sur, Judá; y las otras diez tribus formaron el reino del norte,
Israel o Samaria. Las narraciones de Reyes pasan de continuo de Israel a Judá y
viceversa, pero las de 2 Crónicas se concentran fundamentalmente en los reyes
de Judá.
III. EL REINO DECAE (13–36)
Mientras que los reyes de Israel
fueron en su mayor parte apóstatas, varios de los reyes de Judá fueron hombres
de Dios que procuraron hacer que su pueblo volviera al Señor. Sin embargo, la infección
del pecado ya había penetrado en ambos reinos y fue sólo cuestión de tiempo
antes de que cayeran.
A. ASA (CAPS. 14–16).
Asa guió a la nación en dos
reformas al quitar los altares a los dioses ajenos y al ordenar al pueblo a que
volviera al Señor. Dios honró sus esfuerzos al darle a la nación diez años de
paz, durante los cuales el rey fortificó las ciudades. Su victoria sobre los
etíopes y el mensaje del profeta Azarías motivó al rey a congregar al pueblo
para reafirmar su pacto con Dios (15.12). ¡Asa incluso depuso a la reina madre
y destruyó sus ídolos! Qué triste que en sus años posteriores Asa dejó de
confiar en el Señor y robó el templo para comprar la protección de un rey
pagano. Cuando el profeta Hanani le reprendió, el rey no se arrepintió; luego,
aunque afligido por una enfermedad, no se volvió al Señor. Los buenos comienzos
no son garantías de buena terminación.
B. JOSAFAT (CAPS. 17–20).
A pesar de que tomó algunas
decisiones negligentes, fue uno de los más grandes reyes de Judá. No sólo buscó
a Dios, sino que envió a los sacerdotes al pueblo para que les enseñaran el
camino del Señor. Su primer error fue casarse con la impía familia del rey de
Israel, Acab, el que adoraba a Baal y esposo de la perversa reina Jezabel. Fue
un matrimonio de conveniencia política para que Acab fuera su aliado. Salomón
usó este método para asegurar derechos de tratado con otras naciones (1 R 3.1).
Al hacer la paz con el rey de Israel, Josafat comprometió su posición política
y religiosa.
La segunda falta de Josafat fue
unirse a Acab al luchar contra los enemigos de Israel. Acab convenció a Josafat
a que se pusiera los vestidos reales para ir a la batalla, lo cual le hizo un
blanco fácil, pero Dios protegió a Josafat e hizo que Acab muriera. Este hecho
no debe estimularnos a pecar, porque Dios no está obligado a protegernos cuando
andamos fuera de su voluntad (Sal 91.9–16).
Su tercer error fue aliarse con el
impío rey Ocozías en un intento de ganar riqueza (20.35–37). Dios hizo
naufragar las naves y dio término a toda la empresa. Es desafortunado cuando
personas consagradas algunas veces carecen de discernimiento y se enredan en
alianzas que sólo ayudan al enemigo y traen desgracia al nombre del Señor.
Cuando se vio frente al ejército
de moabitas y amonitas, dos de los antiguos enemigos de Israel (Gn 19.30–38;
Dt. 23.3; Neh 13.1), Josafat puso su fe en Dios y Él le dio una gran victoria.
La combinación de oración (20.3–13), profecía (20.14–17) y alabanza (20.18–22)
le dio la victoria. (Nos preguntamos cómo se sentiría el coro de levitas
respecto a marchar delante del ejército. Pero la adoración es una gran arma en
contra del enemigo.)
C. JOÁS (CAPS. 23–24).
Joás fue un niño milagro porque su
malvada abuela Atalía mató a todos sus hermanos y solo él sobrevivió. ¡El
futuro del linaje de David y la promesa mesiánica descansaba en un niño! Con
cuánta frecuencia en la historia judía, Satanás trató de matar a los que eran
parte del plan de Dios (Gn 3.15). El piadoso sacerdote Joiada protegió a Joás y
luego lo proclamó rey. Al mismo tiempo Joiada se aseguró de que Atalía y sus
seguidores fueran eliminados. Por medio de la continua influencia espiritual de
Joiada el rey realizó muchas reformas, especialmente la restauración del templo.
Sin embargo, cuando el sumo sacerdote murió, el rey cometió la misma
equivocación que Roboam, dando oídos al consejo mundano. Joás acabó matando a
Zacarías, el hijo de Joiada, en lugar de prestar atención al mensaje del Señor
y arrepentirse.
Joás es una advertencia para todos
los que profesan hacer la voluntad de Dios pero que en realidad no tienen el
amor de Dios en sus corazones. Si su fe está «apuntalada» en alguna otra
persona, ¿qué va a hacer cuando los «puntales» desaparezcan?
D. UZÍAS (CAP. 26).
También se le llama Azarías.
Después de un largo y próspero reinado, acabó tratando de ser un sacerdote y
Dios le castigó con lepra. «Dios le dio ayuda» (v. 7) y marchó de victoria en
victoria. «Fue ayudado maravillosamente» (v. 15). Vencido por el orgullo, se
entremetió en el ministerio de los sacerdotes en el templo, algo que Dios
prohibió. Jesucristo es el único Rey-Sacerdote que Dios acepta.
Uzías es una advertencia para
todos nosotros a no enorgullecernos y a no tratar de inmiscuirnos en las cosas
que están fuera de la voluntad de Dios.
E. EZEQUÍAS (CAPS. 29–32).
Fue uno de los más grandes reyes
de Judá y de los más consagrados líderes espirituales. Reparó el templo y
restauró la verdadera adoración a Jehová en una escala nunca antes vista. Llamó
a la nación entera, Israel y Judá, a observar la Pascua juntos y limpió de
ídolos la tierra. Uno pensaría que tal devoción al Señor le preservaría de
problemas, pero no fue así. Segundo de Crónicas 32.1 dice:
«Después de estas cosas y de esta
fidelidad, vino Senaquerib rey de los asirios e invadió a Judá». La obediencia
algunas veces lleva a pruebas más grandes, para nuestro bien y para la gloria
de Dios. Véanse las notas a 2 Reyes 18–20 y léase Isaías 37–39.
F. JOSÍAS (CAPS. 34–35).
Manasés siguió al gran rey
Ezequías y guió a la nación a pecados abominables. Reconstruyó todo lo malo que
destruyó su padre y destruyó todo lo bueno que restauró su padre. Sin embargo,
más adelante Manasés en efecto se arrepintió y Dios lo perdonó. Le siguió Amón,
quien reinó sólo dos años.
Entonces Josías subió al trono. Si
se critica a Ezequías por su hijo Manasés, sin duda debe elogiársele por su
nieto Josías. A los dieciséis años de edad (34.3) Josías buscó al Señor y
empezó a reformar a la nación y limpiarla de la idolatría. Reparó el templo y
restauró el libro de la Ley. También celebró una gran Pascua y procuró guiar al
pueblo a volver al Señor su Dios. Desafortunadamente el rey Josías se inmiscuyó
en una guerra que no le tocaba, y lo hirieron en la batalla y fue a morir a
Jerusalén. Su orgullo le hizo arrogante y pensó que podía derrotar al rey de
Egipto.
Después de la muerte de Josías los
reyes de Judá fueron cobardes, meros títeres en manos de los políticos de
Jerusalén o de las naciones que rodeaban a Judá. El último rey fue Sedequías y
luego la nación cayó ante Babilonia en el 586 a.C.
¿Por qué decayó Judá? Porque el
pueblo se alejó del Señor y adoró dioses falsos. Al principio su adoración
impía era secreta; adoraban a Dios en el templo, pero también adoraban a Baal y
a otros dioses en secreto. Luego abiertamente se alejaron del Señor para adorar
los dioses de sus enemigos.
Cuando el Señor les enviaba
castigo, se arrepentían por un tiempo, pero pronto regresaban a sus malos caminos.
Siempre que el Señor levantaba a un rey piadoso, su influencia nunca duraba,
porque la gente «se reformaba», pero no se arrepentía ni se volvía a Dios con
todo su corazón. Cualquier cosa que hiciera el rey era lo popular, así que lo
hacían.
La iglesia de hoy debe tener
cuidado respecto al mismo tipo de decadencia espiritual. ¿Adoramos los dioses
del enemigo? ¿Estamos orgullosos de nuestros edificios, presupuestos y
estadísticas? ¿Hay evidencia de verdadera santidad y temor de Dios en nuestra
adoración? ¿Dependemos de los líderes espirituales que Dios nos ha dado?
¿Experimentamos éxito porque el Señor está con nosotros o porque cooperamos con
el mundo? ¿Pensamos que debido a que tenemos la Biblia, templos y «ministerios
de éxito» Dios se hará de la vista gorda respecto a nuestros pecados y detendrá
su mano de disciplina? «Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa
de Dios» (1 P 4.17).
En el momento que quisiera, durante esos siglos de
decadencia espiritual, el pueblo de Judá pudiera haber llenado las condiciones
de 2 Crónicas 7.14 y Dios hubiera sanado su tierra. Pero no se volvieron a
Dios, de modo que