BOSQUEJO SUGERIDO DE DANIEL
I. Historia
personal de Daniel (1–6)
A. Mantiene su
andar piadoso (1)
B. Interpreta
el «sueño de la imagen» (2)
C. La estatua
de oro: Daniel no está presente aquí (3)
D. Interpreta
el «sueño del árbol» (4)
E. Interpreta
la escritura en la pared (5)
F. Mantiene su
devoción piadosa: el foso de los leones (6)
II. Ministerio
profético de Daniel (7–12)
A. Su visión de
las cuatro bestias (7)
B. Su visión
del carnero y macho cabrío (8)
C. Su oración
de confesión: las setenta semanas (9)
D. Su visión
final del futuro (10–12)
Los
reinos en Daniel: Debe tener presente que en el libro de Daniel se identifican por lo
menos seis reinos diferentes. Son:
1. Babilonia
(606–539 a.C.)
Cabeza de oro (2.36–38)
León con alas de águila (7.4)
2. Medo-Persa
(539–330 a.C.)
Brazos y pecho de plata (2.32, 39)
Oso con tres costillas (7.5)
3. Grecia (330
a.C.-c. 150 d.C.)
Muslos de bronce (2.32, 39)
Leopardo con cuatro cabezas (7.6)
4. Roma (c. 150
a.C.-c 500 d.C.)
Piernas de hierro (2.33, 40)
La «bestia espantosa» (7.7)
5. El reino del
anticristo
Diez dedos de hierro y barro
(2.41–43)
Cuerno pequeño (7.8)
6. El reino de
Cristo
La piedra que derribó la imagen
(2.34–35, 44–45)
El Anciano de días (7.9–14)
Tenga presente que el Imperio
Romano nunca ha sido reemplazado por otro imperio mundial, de modo que en
realidad continúa hasta el ascenso del anticristo en los últimos días. Este
último dictador mundial establecerá los Estados Unidos de Europa (los diez
dedos de los pies), según el modelo del antiguo Imperio Romano. Nótese que en
el capítulo 2 tenemos el punto de vista humano de las naciones (metales
valiosos), mientras que en el capítulo 7 tenemos el punto de vista divino
(bestias peligrosas).
NOTAS
PRELIMINARES A DANIEL
I. EL NOMBRE
DANIEL (heb., daniye’l o dani’el, Dios es mi
juez). Aunque aparece como el último de los profetas
mayores en la Biblia en español, este libro aparece en el AT heb. (que consiste
en la Ley, los Profetas y los Escritos) como uno de los Escritos. Porque aunque
Cristo habló de la función de Daniel como profética (Mateo 24:15), su posición
era la de oficial gubernamental y escritor inspirado en vez de profeta ministrante
(Hechos 2:29, 30).
La primera mitad del libro (caps. 1—6) consiste de
seis narraciones sobre la vida de Daniel y de sus amigos: su educación (605—602
a. de J.C.), la revelación del sueño-imagen de Nabucodonosor por Daniel, la
predicción de la locura de Nabucodonosor por Daniel, su interpretación de la
escritura en la pared (539, la caída de Babilonia) y su prueba en el foso de
los leones. La segunda mitad consiste de cuatro visiones apocalípticas que
predicen el curso de la historia mundial.
Daniel 7 presenta el surgimiento de cuatro bestias:
un león, un oso, un leopardo y un monstruo con dientes de hierro, explicados
como representaciones de cuatro reyes sucesivos (o reinos, Daniel 7:23). Se
piensa que estos reinos representan respectivamente a Babilonia, Persia, Grecia
y Roma. La visión además describe la desintegración de Roma en una distribución
del poder en diez partes (Daniel 2:42; 7:24; Apocalipsis 17:12, 16), el
surgimiento final del anticristo durante un período indefinido de tiempos
(Daniel 7:8, 25) y su destrucción cuando venga alguien como un Hijo del Hombre
con las nubes del cielo (Daniel 7:13). La mayoría de los estudiosos entienden
que esta imagen es la del Mesías porque Cristo mismo se aplicó esta imagen a sí
mismo (Mateo 24:30), aunque algunos entienden que simboliza a los santos del Altísimo
(Daniel 7:18, 22). La profecía de las 70 semanas en 9:20-27 ha recibido
diversas interpretaciones.
Daniel 2:4b-7:28 está compuesto en el idioma
internacional (arameo); el resto está en heb. Hay referencias al libro en el NT
(Mateo 24:15; Hebreos 11:33, 34). El libro fue diseñado para inspirar a los
judíos exiliados con confianza en el Altísimo (Daniel 4:34-37).
Otro
profeta exiliado en Babilonia, sirvió en la corte del rey pero se mantuvo fiel
a Dios. Sus visiones muestran el plan redentor futuro y triunfante de Dios en
la historia. Daniel predijo el regreso del exilio, la venida del *Mesías, y
otros eventos históricos del futuro.
Daniel fue de
noble cuna, si es que no era de la familia real de Judá. En su juventud fue
llevado al cautiverio en Babilonia, en el cuarto año del reinado de Joaquín,
606 a. C. Allá le enseñaron la ciencia de los caldeos, y tuvo altos cargos en
el imperio babilónico y en el persa. Fue perseguido por su religión, pero fue
milagrosamente librado, y vivió hasta edad avanzada, y debe de haber tenido
alrededor de noventa y cuatro años en la época de la última de sus visiones.
El libro de Daniel
es en parte histórico, porque narra varias circunstancias acaecidas a él y a
los judíos en Babilonia, pero es principalmente profético detallando visiones y
profecías que anuncian muchos sucesos importantes referidos a los cuatro
grandes imperios del mundo, a la venida y la muerte del Mesías, a la
restauración de los judíos y a la conversión de los gentiles.
Aunque hay
considerables dificultades para explicar el significado profético de algunos
pasajes de este libro, siempre hallamos aliento para la fe y la esperanza,
ejemplos dignos de imitar y algo para dirigir nuestros pensamientos a Cristo
Jesús en la cruz y en su trono glorioso.
Daniel se destaca como uno de los
más grandes hombres de la historia judía. Sabemos que fue una persona real por
Ezequiel 14.14 y 28.3, así como Mateo 24.15 y Hebreos 11.33. Era un adolescente
en el año 605 a.C., cuando Nabucodonosor vino a Jerusalén y empezó su conquista
de Judá. Hubo varias «deportaciones» de judíos a Babilonia y Daniel fue en el
primer grupo porque pertenecía al linaje real.
Era la práctica de Babilonia
deportar a los mejores ciudadanos y prepararlos para el servicio en su propio
gobierno. Daniel aún estaba activo en el año 539 a.C. cuando Ciro tomó el
reino, de modo que más de cuarenta años vivió y ministró en Babilonia. Es más,
vivió durante el reinado de cuatro gobernantes (Nabucodonosor, Belsasar, Darío
y Ciro) y tres reinos diferentes (Babilonia, Media, Persia). Su nombre
significa «Dios es mi juez». Ocupó varias posiciones importantes y lo alabaron mucho
debido a su carácter y sabiduría, y porque la bendición de Dios estaba sobre
él. Nabucodonosor le nombró jefe de los sabios y gobernador de la tierra
(2.48), posición similar a la del primer ministro moderno. El nieto de
Nabucodonosor, Belsasar, llamó a Daniel de su jubilación y, como le explicó la escritura
en la pared, le hizo el tercer gobernador de la tierra (5.29). Darío le dio el
liderazgo de todo el reino (6.1–3). Al menos setenta y cinco años Daniel fue el
testigo fiel de Dios en un reino perverso e idólatra.
II.
AUTOR Y FECHA
La mayoría de los eruditos
conservadores creen que el libro de Daniel lo escribió el profeta y estadista
de ese nombre que vivió cautivo de Babilonia y Medo-Persia casi setenta años
después que comenzara su cautividad en 605 a.C. Pero esta teoría la rechazan
algunos eruditos, quienes objetan los detalles específicos de las visiones
proféticas de Daniel.
Daniel hizo varias
predicciones sorprendentes. Predijo que después del Imperio Babilónico y el
Imperio Medo-Persa llegarían los griegos bajo Alejandro el Grande. El Imperio
Griego se dividiría más tarde entre los cuatro generales de Alejandro al morir
este. Daniel dijo también que el pueblo judío sufriría una gran persecución
bajo alguien que ascendería al poder tras la muerte de Alejandro.
La mayoría de los
intérpretes identifican a este gobernante como Antíoco Epífanes, gobernador de
Siria. Antíoco persiguió sin compasión a los judíos de 176–164 a.C. porque
estos no querían adoptar prácticas religiosas paganas. Esto ha llevado a muchos
a pensar que el escritor no fue el profeta Daniel, sino un autor desconocido
cuatrocientos años después de la época de Daniel. Tal escritor, afirman, debe
haber escrito el libro durante la persecución que desató Antíoco Epífanes para
llevar esperanza y celo religioso al pueblo que sufría. Para los que apoyan
dicha teoría, estas no son profecías sino la historia que se escribió después
de los hechos y que alguien quiso atribuir a Daniel.
La realidad es que los que
atacan la autenticidad del libro de Daniel no tienen suficientes evidencias. No
hay ninguna razón verdaderamente convincente para abandonar la opinión
tradicional de que este libro lo escribió el profeta Daniel. Según lo que el
mismo libro dice, la cautividad de Daniel se prolongó desde el reinado de
Nabucodonosor de Babilonia (1.1–6) hasta el reinado de Ciro de Medo-Persia
(10.1), que concluyó allá por el 536 a.C. Daniel tiene que haber escrito el
libro durante ese período o poco después. Su propósito fue enseñar que Dios es
Señor de la historia y que no ha abandonado a su pueblo.
NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: Dan: 2: 34; 3: 25; 7: 13; Piedra Hiriente, Hijo
De Dios, Hijo De Hombre.
III. EL LIBRO
Daniel es al AT lo que Apocalipsis
al NT; es más, no podemos entender a plenitud el uno sin el otro.
Proféticamente Daniel trata del «tiempo de los gentiles» (Véanse Lc 21.24),
aquel período que empezó en el 606 a.C. con la cautividad de Jerusalén, y
terminará cuando Cristo vuelva a la tierra para juzgar a las naciones gentiles
y establecer su reino. En las varias visiones y sueños en Daniel vemos el programa
de la historia de los gentiles desde el ascenso de Babilonia, y a través de las
conquistas de los medos, los persas, griegos y romanos, y hasta el gobierno del
anticristo antes de que Cristo vuelva.
Este libro prueba que «hay un Dios
en los cielos» (2.28) y que «el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres»
(4.25). Daniel aclara que el Dios Todopoderoso es soberano en los asuntos del
mundo; «la historia es su historia». Dios puede quitar a los gobernantes de sus
tronos; Dios puede derrotar a las naciones más fuertes y entregarlas a sus
enemigos. En 1.1–2.3 el relato está escrito en hebreo, pero desde 2.4 hasta
7.28, está en el lenguaje caldeo. Las secciones hebreas se refieren
fundamentalmente a los judíos.
IV. EL ORDEN
DE LA HISTORIA
El libro de Daniel no está
ordenado cronológicamente. En la primera mitad Daniel interpreta los sueños de otros; en la segunda mitad
recibe visiones respecto al
futuro de su pueblo. El orden histórico del libro es como sigue:
(1) Cautiverio (605–604 a.C.)
(2) Sueño de la
imagen (602 a.C.)
(3) La estatua de
Nabucodonosor
(4) El sueño de
Nabucodonosor sobre el árbol
(7) La visión de
las cuatro bestias (556 a.C.)
(8) La visión del carnero y del
macho cabrío (554 a.C.)
(5) La fiesta de
Belsasar: Babilonia cae (539 a.C.)
(9) La visión de
las setenta semanas (538 a.C.)
(6) El foso de
los leones
(10–12) Visiones finales
Se comprueba que Daniel tenía
ochenta años cuando lo echaron en el foso de los leones.
1
En la historia personal de Daniel
(caps. 1–6) hallamos tres tiempos diferentes de dificultad: la prueba de los
cuatro hebreos cuando arribaron a Babilonia (cap. 1); el horno de fuego (cap.
3); y el foso de los leones (cap. 6). En cada una de estas experiencias Daniel
y sus amigos obtuvieron la victoria, pero esta primera victoria estableció la
base de las demás. Puesto que estos muchachos judíos fueron fieles a Dios
mientras eran aún adolescentes, Dios les fue fiel en los años siguientes.
I. UNA PRUEBA DIFÍCIL (1.1–7)
Imagínese a cuatro muchachos
hebreos, adolescentes, arrebatados de sus cómodos hogares en Jerusalén y
llevados a la distante Babilonia. Puesto que todos eran príncipes que
pertenecían a la familia real, quizás no estaban acostumbrados a esta clase de
trato. Es demasiado grave cuando los jóvenes deben sufrir por los pecados de
los padres. Los judíos rehusaron arrepentirse y obedecer al Señor, de modo que
(como Jeremías advirtió) el ejército babilónico vino durante 606–586 a.C. y conquistó
la tierra. Era su costumbre llevarse a los mejores jóvenes a Babilonia para
prepararlos en la corte del rey. En el versículo 3 vemos qué magníficos
ejemplares de juventud eran los cuatro muchachos: físicamente fuertes y
hermosos, con experiencia social y gozaban de la simpatía de otros, con mentes
alertas y bien educados, y espiritualmente devotos a Dios. Sus vidas eran
equilibradas, como vemos la de Cristo en Lucas 2.52: ¡perfectos ejemplos de
adolescentes!
Pero una prueba difícil les
esperaba: el rey quería obligarlos a que se conformaran a las costumbres de
Babilonia. No le interesaba poner a trabajar a buenos judíos; quería que estos
judíos llegaran a ser babilonios. Los cristianos de hoy enfrentan la misma
prueba: Satanás quiere que «nos conformemos a este mundo» (Ro 12.1–2). Es
triste, pero demasiados cristianos ceden ante el mundo y pierden su poder, su
gozo y su testimonio. Nótense los cambios que estos jóvenes experimentaron:
A. UN NUEVO HOGAR (VV. 1–2).
Ya no los rodeaban las cosas de
Dios como en Jerusalén, ni tampoco tenían la influencia de sus padres y
maestros piadosos. Cuando algunos cristianos se alejan del hogar, se gozan en
la oportunidad de «bajar la guardia y darse a la vida»; pero no fue así con
Daniel y sus amigos.
B. NUEVO CONOCIMIENTO (VV. 3–4).
La antigua sabiduría judía debía
descartarse; a partir de ahora debía ser la sabiduría del mundo, la de
Babilonia. Tenían que aprender la sabiduría y el lenguaje de sus captores. El
rey esperaba que este «lavado de cerebro» haría de ellos mejores siervos. El
pueblo de Dios a menudo tiene que estudiar cosas que no concuerdan con la
Palabra de Dios. Como Daniel y sus amigos, debemos actuar lo mejor posible para
no abandonar nuestra fe.
C. NUEVAS DIETAS (V. 5).
Durante los siguientes tres años
se suponía que los cuatro jóvenes debían comer de la dieta del rey, la cual,
por supuesto, era contraria a las leyes dietéticas de los judíos. Sin duda el
alimento se ofrecía a los ídolos de la tierra y, para los jóvenes judíos,
comerlo hubiera sido blasfemia.
D. NUEVOS NOMBRES (VV. 6–7).
Al mundo no le gusta reconocer el
nombre de Dios y sin embargo el nombre de cada uno de los jóvenes tenía el
nombre de Dios incluido en el suyo. Daniel («Dios es mi juez») fue cambiado a Beltsasar
(«Bel protege su vida»). Bel era el nombre de un dios babilónico. Ananías
(«Jehová es gracia») llegó a ser Sadrac («el mandato del dios lunar»); Misael
(«¿quién como Dios?») llegó a ser Mesac («quién es como Ajú», uno de los dioses
paganos); y Azarías («Jehová es mi ayudador») vino a ser Abed-nego («el siervo
de Nego», otro dios pagano). Los babilonios esperaban que estos nuevos nombres
contribuirían a que los jóvenes se olvidaran de su Dios y poco a poco llegaran
a ser cada vez más como los paganos con quienes vivían y estudiaban.
II. UNA
PRUEBA DESAFIANTE (1.8–16)
Los babilonios pudieron cambiar el
hogar de Daniel, sus textos, el menú, el nombre, pero no pudieron cambiar su
corazón. Él y sus amigos se propusieron en sus corazones que obedecerían la Palabra
de Dios; rehusaron conformarse al mundo. Por supuesto, pudieron haber
presentado excusas y «seguir la corriente» de la mayoría. Pudieron haber dicho:
«¡Todo el mundo lo hace!», o «¡Será mejor obedecer al rey!» o «¡Obedeceremos en
lo exterior, pero conservaremos nuestra fe en privado!» Pero no hicieron
componendas. Se atrevieron a creer en la Palabra de Dios y a confiar en Él por
la victoria.
Rindieron sus cuerpos y
entendimientos al Señor, como enseña Romanos 12.1–2, y estaban dispuestos a
permitir que Dios hiciera el resto.
Daniel pidió una prueba de diez
días, que no sería un tiempo muy largo dado que tenían tres años de preparación
por delante; el jefe de los mayordomos accedió a su plan. «Cuando los caminos
del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con
él» (Pr 16.7). Véanse también Mateo 6.33 y Proverbios 22.1. El siervo temía
cambiar las órdenes del rey, por el riesgo de que algo les ocurriera a los
jóvenes y a sí mismo, de modo que la prueba que Daniel propuso fue una buena solución
al problema.
Por supuesto, Dios honró su fe. A
los muchachos se les dio legumbres y agua durante diez días, evitando así el
alimento contaminado de los babilonios. Al final de la prueba los cuatro
muchachos estaban más saludables y más hermosos que los demás estudiantes que
comían de la mesa del rey.
Requiere fe y obediencia
sobreponerse a las tentaciones y presiones del mundo. Aún no se había escrito 1
Corintios 10.13, pero Daniel y sus tres amigos sabían esa verdad por
experiencia. Nótese lo cortés y amable que fue Daniel con el siervo babilónico;
no «hizo desfilar» su religión ni abochornó al hombre. Este es un buen ejemplo
para seguir: ¡podemos mantener nuestras convicciones sin convertirnos en
maniáticos!
III. TRIUNFO DIVINO (1.17–21)
Una prueba de diez días es una
cosa, pero, ¿qué tal en cuanto al curso de tres años en la universidad de
Babilonia? La respuesta se halla en el versículo 17: «Dios les dio», ¡todo lo
que necesitaban! Les capacitó para que aprendieran sus lecciones mejor que los
demás estudiantes y añadió a este conocimiento su sabiduría espiritual. Los
«magos y astrólogos» del versículo 20 eran los hombres del reino que estudiaban
las estrellas y trataban de determinar qué decisiones debía tomar el rey.
También decían que interpretaban sueños. Es cierto que Daniel y sus amigos no
creían en la religión y prácticas insensatas de los babilonios, pero de todas
maneras las estudiaron, así como el estudiante cristiano debe hacerlo hoy
cuando asiste a una universidad y se le dice que debe aprender «hechos» que él
sabe que son contrarios a la Palabra de Dios. Daniel comprendía que Dios podría
usarlo como testigo en un lugar impío; ¡y lo hizo durante los siguientes
setenta y cinco años!
El rey mismo tuvo que admitir que
los cuatro jóvenes hebreos eran diez veces más listos que sus mejores
consejeros. Por supuesto, esta clase de reputación despertó la envidia de los
astrólogos y no sorprende que más tarde trataran de deshacerse de los jóvenes
hebreos. Si Daniel se hubiera preocupado por complacer a la gente y de ser
«popular», hubiera cedido a las presiones y le hubiera fallado al Señor. Pero
como vivía para agradar al Señor, eludió las caras y las amenazas de los demás,
e hizo lo que Dios quería. Necesitamos cristianos hoy que se propongan en su
corazón poner a Dios primero en todo: en el comedor, en el salón de clases, ¡e
incluso en el salón del trono!
«Y continuó Daniel». ¡Qué
testimonio! Satanás debe haberle dicho a Daniel: «Mejor será que sigas la
corriente si quieres ser alguien por aquí». Pero Daniel obedeció al Señor; y
«continuó» allí más que ningún otro. Ministró bajo cuatro reyes y quizás vivió
para ver a los judíos regresar a su tierra al finalizar el cautiverio. «El que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2.17). Es más, hoy
recibimos bendición y ayuda debido a la fidelidad de Daniel. Si le hubiera
fallado a Dios cuando enfrentó las pruebas en su juventud, Daniel jamás hubiera
obtenido las victorias y bendiciones de los años posteriores. Le llamaron
«amado» (10.11), honor dado en la Biblia sólo a otro: Jesucristo. Debido a que
vivió en la voluntad de Dios, Daniel disfrutó del amor de Dios (1 Jn 2.15–17).
Su consagración le dio valentía; su fe le hizo fiel.
2
Este capítulo es el bosquejo de la
historia del mundo. Una comprensión de este capítulo y del capítulo 7 le
ayudará en su estudio de Apocalipsis y otras profecías bíblicas. Nótese la
tabla en las notas preliminares a Daniel.
I. EL PELIGRO DE DANIEL (2.1–13)
Cuando Nabucodonosor llegó por
primera vez a Jerusalén a conquistar, aún no era rey; servía a su padre,
Nabopolasar de Babilonia. Esto explica lo que parece ser una contradicción
entre los tres años de preparación de Daniel en 1.5 y el «segundo año» del
reinado del rey en 2.1. Una vez más la arqueología ha demostrado que la Biblia
es veraz. Al rey le preocupaba su futuro (Véanse v. 29) y si su reino duraría o
no. Dios le dio un sueño describiendo el futuro, pero no pudo comprenderlo. Es
más, ¡se le olvidó!
Los cristianos tienen el Espíritu
Santo para enseñarles y recordarles (Jn 14.26). Los «falsos» magos y sabios
estuvieron realmente en un aprieto, porque el rey no sólo quería la
interpretación, ¡sino también una descripción del sueño! Cualquiera podía
«inventar» una interpretación, pero era imposible que describieran un sueño que
jamás vieron. Trataron de «dar largas al asunto» (v. 8), esperando que el rey «cambiara
de parecer» (v. 9). En lugar de eso, el rey ordenó que se matara a todos los
sabios y esto incluía a Daniel y a sus tres amigos. Satanás es un homicida (Jn
8.44); con seguridad le hubiera encantado ver muerto a Daniel.
II. LA ORACIÓN Y LA ALABANZA DE DANIEL (2.14–23)
Debemos admirar la valentía de
Daniel, porque se enfrentó con audacia al verdugo principal e incluso fue
directamente a ver al rey. «El justo está confiado como un león» (Pr 28.1) y el
rey le dio a Daniel tiempo, aun cuando había rehusado dárselo a los otros
sabios. Daniel y sus tres amigos sabían lo que tenían que hacer: pasaron las
siguientes horas en ferviente oración a Dios. «Si alguno de vosotros tiene
falta de sabiduría, pídala a Dios» (Stg 1.5). «Pedid, y se os dará» (Mt 7.7). Y
Dios le reveló el sueño y su significado a Daniel en las horas de la noche.
Léase Proverbios 3.32 y Salmo 25.14 para ver por qué se le dio a Daniel este
privilegio. En lugar de correr hasta donde el rey, o de jactarse de su nueva
sabiduría, Daniel se detuvo para alabar a Dios. Y usted notará en los
versículos 25–30 que Daniel le dio toda la gloria a Él; no se atribuyó ninguna.
No hay límite a lo que Dios hará por el creyente que le da a Él toda la gloria.
III. LA PROFECÍA DE DANIEL (2.24–25)
El profeta fue a ver al jefe de
los verdugos y le dijo que no matara a los demás sabios. Merecían la muerte,
por supuesto, y si los hubieran eliminado, eso hubiera exaltado la posición de
Daniel; pero este no era hombre que odiara a sus enemigos. Sólo la eternidad
revelará cuántos perdidos se han salvado de daño físico por la presencia e
intercesión de un creyente. Entonces Daniel le dijo al rey el contenido de su
sueño olvidado. El rey se quedó preocupado por el futuro de su reino (v. 29),
de modo que Dios le dio una visión de los reinos venideros. Vio una enorme
imagen de hombre: la cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el
vientre y los muslos de cobre o bronce (pero no latón, el cual no se conocía en
ese tiempo), las piernas de hierro y los pies de barro y hierro. También vio
una piedra que daba contra los pies y reducía a polvo toda la imagen. Luego la
piedra creció y llenó la tierra como una gran montaña.
El versículo 28 nos dice que el
significado completo es para los «postreros días». Cada metal representaba un
reino diferente: Babilonia era la cabeza de oro (v. 38); le seguiría el Imperio
Medo Persa, el pecho y los brazos de plata; luego vendría Grecia, el vientre y
los muslos de bronce; Roma le seguiría con las dos piernas de hierro (y el
Imperio Romano se dividió en dos partes: oriental y occidental). Los pies de
hierro y barro (una mezcla quebradiza) representaban los reinos del final de
los tiempos, una continuación del Imperio Romano dividido en diez reinos (los
diez dedos de los pies). Por supuesto, el «reino humano» final sobre la tierra
será el del anticristo durante la última parte de la tribulación. ¿Cómo acabará
todo? Cristo, la Piedra (Mt 21.44), aparecerá de repente y golpeará las naciones
del mundo, estableciendo su propio reino mundial de poder y gloria.
Esta imagen es, entonces, un
cuadro de la historia mundial. Usted puede ver que los materiales decrecen en peso (de oro a barro), de modo que la
imagen es más pesada en la parte superior y fácil de derribar. Muchos piensan
que la civilización humana es muy fuerte y duradera; en realidad descansa en pies
quebradizos de barro. Nótese también que decrece el valor: de oro a plata a bronce a hierro y a barro. ¿Está
«mejorando» la humanidad con el paso del tiempo? ¡No! La civilización humana en
realidad se desprecia y debilita.
También hay un decrecimiento en belleza y gloria (sin duda el oro es más hermoso que el hierro mezclado
con barro); y también hay un decrecer de fuerza
(de oro a barro) conforme nos acercamos al final de la historia humana.
Cada uno de los siguientes reinos tenían su fortaleza, por supuesto, y Roma
ejerció un tremendo poder militar; pero a través de la historia la civilización
se ha debilitado cada vez más. Esto explica por qué el anticristo podrá
organizar una dictadura mundial: las naciones serán tan débiles que demandarán
un dictador tan solo para sobrevivir.
Cada uno de estos reinos tenía una
forma diferente de gobierno. A Babilonia la gobernaba un monarca absoluto, un
dictador (Véanse 5.19). El Imperio Medo Persa tenía un rey, pero trabajaba mediante
príncipes y leyes establecidos (Véanse 6.1–3; y recuerde la «ley de los medos y
los persas» en Ester 1.19). Grecia actuaba a través de un rey y un ejército, y
Roma, que se suponía debía ser una república, era en realidad un gobierno militar
mediante leyes. Cuando se llega al hierro y al barro, tenemos el gobierno
presente: el hierro representa la ley y la justicia; el barro representa a la humanidad
y juntos hacen una democracia. ¿Cuál es la fuerza de la democracia? La ley.
¿Cuál es su debilidad? La naturaleza humana. Hoy en día vemos que la ley se
abandona cuando la naturaleza humana rehusa a que la limite el orden y las
leyes de Dios.
Todo este cuadro no es nada
optimista. Nabucodonosor vio que su reino caería un día y lo reemplazaría los
medos y los persas. Esto ocurrió en el 538 a.C. (Dn 5.30–31). Alrededor del 330
a.C., los griegos conquistarían a los medos y los persas; y Grecia daría paso a
Roma. El Imperio Romano desaparecía externamente, pero sus leyes, filosofías e
instituciones continuarían hasta este mismo día, llevándonos a los «pies de
barro». La única esperanza para este mundo es la venida de Cristo. Cuando
Él venga a la tierra, conquistará
a las naciones (Ap 19.11) y establecerá su reino glorioso.
IV. EL ASCENSO DE DANIEL (2.46–49)
El rey cumplió su promesa (v. 6),
y le dio a Daniel honores y regalos, pero este no los aceptó puesto que sólo
anhelaba que Dios recibiera la gloria. A Daniel lo honraron y ascendieron
porque fue fiel a Dios y no porque haya hecho componendas con sus convicciones.
Se sentó a la puerta, que era el lugar de autoridad. Lot también se sentó a la
puerta (Gn 19.1), pero lo hizo porque se comprometió y abandonó la voluntad de
Dios, ¡y lo perdió todo! Nótese que Daniel no se guardó todos los honores para
sí, sino que pidió que sus tres amigos participaran también del ascenso (v.
49). Mientras más vemos al hombre, más lo apreciamos por su desprendimiento y
humildad.
Veremos otra vez estos reinos en
el capítulo 7. Allí se mostrarán como bestias salvajes, porque así es lo que
Dios ve cuando mira a la historia humana. A Dios no le impresiona ni el oro, ni
la plata, ni el bronce. Ve el corazón humano y sabe que los reinos de este
mundo están llenos de violencia y pecado.
Desde el punto de vista humano,
los reinos terrenales son como metal: duraderos y fuertes; desde el punto de
vista de Dios son bestias feroces que deben inmolarse. Daniel tenía perfecta
confianza y paz debido a que sabía el plan de Dios para el futuro. El cristiano
de hoy que conoce la Palabra de Dios también tendrá paz.
3
¡Qué historia tan dramática es
esta! ¡Imagínese a tres judíos atreviéndose a desafiar al rey del mundo y a ser
diferentes a los miles de babilonios! Aunque este suceso ocurrió hace más de
dos mil años en la distante Babilonia, tiene lecciones para nosotros hoy.
I. LA LECCIÓN PRÁCTICA
Hay un intervalo de veinte años
entre este capítulo y los acontecimientos del capítulo 2. Como verá, el corazón
de Nabucodonosor no había cambiado ni un ápice. Admitió en 2.46–47 que Jehová
Dios era un Dios grande, pero esta verdad realmente jamás llegó a su corazón.
Alabó a Daniel y al Dios de Daniel, pero no se arrepintió de sus pecados ni
confió en Él. Como resultado, el rey trató de obligar a toda la nación a que
adoraran ídolos, lo cual, a la larga, en realidad quería decir adorar al rey.
Después de todo, ¿no era él la «cabeza de oro» en la imagen que vio en su sueño
(2.38)? Entonces, ¿por qué no hacer una estatua de oro (quizás de madera
recubierta en oro) y glorificar más al rey? Así es como actúa el corazón humano
cuando no honra a Dios: el hombre se glorifica a sí mismo y trata de que todo el
mundo lo adore.
Naturalmente, los tres oficiales
judíos no podían seguir las órdenes del rey. Romanos 13 les dice a los
creyentes que obedezcan a los gobernantes y las leyes, pero Hechos 5.29 y 4.19
aclara que ningún creyente debe desobedecer a Dios por obedecer al gobierno.
Cuando el gobierno trata de controlar nuestra conciencia y decirnos cómo
debemos adorar, debemos obedecer a Dios antes que a los hombres, cueste lo que
cueste. No fue fácil para Sadrac, Mesac y Abed-nego mantenerse en pie mientras
todo el mundo se inclinaba al oír el son de la música, pero rehusaron ceder.
Algunos de los otros sabios (v. 8) aprovecharon esto como una oportunidad para
acusar a los judíos, y el rey se encolerizó cuando oyó que su decreto se había
desobedecido. Sabiendo que los tres hombres eran buenos (y amigos de Daniel),
les dio otra oportunidad, pero ellos permanecieron firmes. ¡Preferían morir
quemados antes que claudicar! Así, los arrojaron al horno, atados con sus
ropas. Tres promesas se destacan en esta historia:
A. LA PROMESA DE PERSECUCIÓN.
Los cristianos deben esperar el
horno de la persecución si van a ser totalmente consagrados a Cristo. «No os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido» (1 P 4.12). El mundo nos
aborrece y Satanás trata de que «calienten el horno» siete veces más. Por
supuesto, los tres judíos pudieron haber presentado excusas y seguir la
corriente. En vez de eso, permanecieron firmes juntos y con el Señor, confiando
en que Dios se glorificaría a sí mismo, bien sea por su vida o por su muerte. Cristiano,
espere persecución; Dios la ha prometido (Flp 1.29; Jn 15.18–20).
B. LA PROMESA DE PRESERVACIÓN.
Dios nunca abandona a los suyos
cuando atraviesan la prueba de fuego. Tal vez no nos mantenga fuera del horno,
pero entrará con nosotros y nos hará salir adelante para su gloria. Lea en
Isaías 43.2 la promesa de Dios para usted. Cuando el rey miró dentro del horno
vio a cuatro hombres; y uno de ellos era Jesucristo. Cristo andaba con ellos;
Él desató sus ligaduras; los preservó para que no sufrieran daño; es más, ni
siquiera tenían el olor del fuego al salir (v. 27). ¿El secreto? Su fe (Hebreos
11.30–34).
C. LA PROMESA DE ENGRANDECIMIENTO.
Estos hombres estuvieron en
realidad mucho mejor por haber atravesado por el fuego. Por un lado, les dio la
oportunidad de andar con Cristo y de sufrir con Él. Vale la pena el peligro y
la prueba para saber cuán cerca puede estar el Señor de nosotros. El fuego los
libró de sus ataduras, así como los sufrimientos por Cristo hoy nos da gozosa
libertad del pecado y del mundo. Su experiencia glorificó a Dios ante otros (1
Co 6.19–20), y el rey los engrandeció y les dio honores. Primero los
sufrimiento; luego la gloria (Véanse 1 P 5.1, 10–11).
II. LA LECCIÓN DOCTRINAL
En la Biblia «Babilonia» es más
que una ciudad o un imperio; representa un sistema. Es la designación de Dios
para el sistema de Satanás en este mundo. Babilonia empezó en Génesis 10.10;
fue la obra de Nimrod, el «poderoso que se rebeló contra Dios». Babilonia
representa nuestra rebelión contra el Señor y nuestros sustitutos por lo que Él
nos da. En Génesis 11 vemos a Babel en su rebelión contra Dios, un intento
humano de unidad mundial política y religiosa. Esto es lo que Nabucodonosor quería
lograr con esta gran estatua; quería unificar a su reino bajo un solo gobierno
y una sola religión.
Pero toda esta artimaña se
centraba en el hombre; no había ningún lugar para Dios. Y se centraba alrededor
del oro. Todo este sistema babilónico es la falsificación de Satanás,
oponiéndose a la verdad de Dios y tratando de atrapar el corazón, el
entendimiento y el cuerpo de la gente. En realidad, el nombre «babel» significa
«la puerta de Dios». Pretende ser el camino al cielo. En verdad es el camino al
infierno.
En Apocalipsis 17–18 vemos el
desarrollo final de este falso sistema; todos los sistemas materiales, culturales
y religiosos del mundo unidos en una federación mundial. Dios permitirá que
este sistema de «un mundo» crezca y luego lo destruirá de una vez por todas. Es
importante que usted conozca la diferencia entre la verdad de Dios y las
mentiras de Satanás, entre el verdadero cristianismo y las «religiones» de
Satanás. Los verdaderos creyentes no son parte de este sistema mundano (Ap
18.4–5).
Como los tres hebreos, debemos
adoptar una posición firme contra Babilonia y testificar de la verdad de la
Palabra de Dios.
III. LA LECCIÓN PROFÉTICA
Aquí tenemos un cuadro de los
acontecimientos de los últimos días. Nótese, antes que todo, que Daniel no
estaba cuando ocurrieron estas cosas. Sin duda estaba lejos en asuntos
oficiales del rey y este aprovechó su ausencia para erigir su impío ídolo. Esto
ilustra el Arrebatamiento de la Iglesia: cuando la Iglesia salga de este mundo,
Satanás llevará a cabo sus planes diabólicos para esclavizar las mentes y los
cuerpos de los hombres.
En 2 Tesalonicenses 2 y
Apocalipsis 13 se nos aclara que Satanás tendrá su «agosto» después que los
cristianos hayan sido arrebatados y llevados al cielo. Por un lado, levantará
un gobernador mundial, el anticristo, quien (como Nabucodonosor) conquistará
naciones y establecerá un gobierno totalitario.
La Iglesia ya no estará aquí, pero
habrá 144.000 creyentes judíos sellados por el Señor y protegidos de las
artimañas de Satanás (Ap 7.1–8; 14.1–5). El anticristo erigirá su imagen y
obligará al mundo a que la adore (Véanse Ap 13); pero los judíos fieles no se
postrarán. Como los hebreos en Babilonia, los 144.000 servirán a Dios y Él los protegerá.
Es interesante notar que la imagen del rey Nabucodonosor se identifica con el
número seis (sesenta codos de alto, seis codos de ancho, Dn 3.1) y la imagen
del anticristo se identifica con su número, 666 (Ap 13.18). Es a esta imagen
que Jesús llamó «la abominación desoladora» en Mateo 24.15–22.
De modo que Daniel 3 es un
pronóstico profético de Israel durante el período de la tribulación, después
que la Iglesia haya sido arrebatada. Nabucodonosor representa al anticristo; su
imagen representa la imagen del anticristo que se erigirá; y los tres hebreos
representan a los creyentes judíos, los 144.000 que serán protegidos durante la
tribulación. Es probable que estos judíos lean Daniel 3 y lo comprendan, y
saben que su Dios entrará con ellos en el horno de la tribulación y los sacará
de nuevo para su gloria.
Cada día podemos ver a nuestro
mundo actual avanzando hacia la unificación. En estos días hay cientos de
organizaciones y acuerdos que ligan a las naciones unas con otras. Un día habrá
los «Estados Unidos de Europa» y el líder de esa organización llegará a ser un
dictador mundial, el anticristo. El escenario está listo. «La venida del Señor
está cerca». Antes que Jesús vuelva, los cristianos debemos atravesar el «horno
de fuego», pero no tenemos que temer, porque Él está con nosotros. Y es mejor entrar
en el horno de fuego que vivir en un lago de fuego por la eternidad.
4
Este capítulo es un documento
oficial de Babilonia, escrito por el mismo rey. Es la historia de su conversión
y es tremenda historia. Tenga presente que se escribió siete años después de la
experiencia misma, de modo que los versículos 1–3 y 37 son el testimonio
público de Nabucodonosor de lo que Dios le hizo a él y por él. Consideraremos
estos versículos al final de nuestro estudio. Ahora veamos el relato del sueño
del rey.
I. EL SUEÑO RECIBIDO (4.4–18)
Era en un tiempo de paz y
prosperidad que Dios le envió este sueño al rey, porque el mismo en realidad
era una advertencia divina de que sus pecados a la larga lo iban a alcanzar. Él
estaba seguro, pero era una seguridad falsa, similar a la que Jesús describió
en la parábola del rico insensato (Lc 12.15–21). Es cuando este perverso mundo
descanse en «paz y seguridad» que el juicio de Dios caerá (1 Ts 5.3). La única
seguridad y descanso verdadero se halla en Jesucristo.
El sueño fue así: vio un enorme
árbol que daba sombra en toda la tierra, con aves y animales refugiándose bajo
él, y oyó una voz angélica diciendo: «Derribad el árbol». El árbol se derribó,
pero la cepa se dejó en la hierba húmeda, con atadura de hierro durante «siete
tiempos». No hace falta decirlo, el rey quedó muy perturbado con este sueño,
especialmente porque había recibido otro sueño en los primeros años de su
reinado y porque estaba relacionado con el futuro de su reino.
El rey convocó a sus sabios y les
contó el sueño, pero no pudieron explicarlo. Recuerde cómo se jactaron en el
capítulo 2: «Di el sueño, y te mostraremos la explicación». Los sabios según el
mundo se jactan de su gran sabiduría, pero no pueden comprender ni explicar las
cosas de Dios (1 Co 2.14–15). El rey sabía que sólo un hombre podía resolver el
problema: Daniel, el hombre de Dios. Así que llamó a Daniel a su trono y le
relató el sueño que le había dejado perplejo. Nabucodonosor tenía poder, riquezas
y gloria, pero no podía descifrar el futuro. El cristiano más pobre es más rico
que él, porque en la Palabra tenemos el programa de Dios para el futuro.
II. EL SUEÑO REVELADO (4.19–27)
Dios usó a Daniel para ser una
«luz en las tinieblas», porque le reveló el significado del sueño. Pero la
revelación dejó atónito al profeta durante una hora. Esta debe haber sido la
hora más larga en la historia del rey. Para Daniel fue claro que el mensaje del
sueño era inquietante. No lo tomó a la ligera ni lo dijo descuidadamente. Un
verdadero profeta siempre simpatiza con su mensaje; siente la carga del mismo y
entrega con fidelidad la Palabra de Dios. Muchos tienen la idea de que la
sabiduría y conocimiento espirituales siempre conducen al gozo y al testimonio,
cuando algunas veces llevan a la aflicción y al silencio. Véanse en 10.1–3 la
reacción de Daniel a la verdad respecto a los setenta años de cautividad.
La explicación no es difícil de
captar. El árbol representaba a Nabucodonosor y su gran reino (vv. 20–22). Dios
a menudo usa la figura de un árbol para ilustrar un reino; Ezequiel 31 es un
ejemplo, al igual que Mateo 13.31–32. Un árbol es un buen símbolo de un reino
terrenal, porque está arraigado en la tierra y depende de ella para su alimento
y estabilidad. Las otras naciones que buscaban en Babilonia protección y
provisión se indican mediante animales y aves que vivían en el árbol y bajo él.
Sin duda, Babilonia llegó a ser un reino grande y poderoso. Pero Nabucodonosor
no debía jactarse, porque fue Dios el que le dio el trono y el reino. Esta era
la lección que el monarca iba a aprender por la vía difícil.
El «vigilante y santo» es un ángel
de Dios, designado para trabajar en el reino de Babilonia. Daniel 10.4–20 nos
informa que los ángeles están muy activos en los asuntos de las naciones del
mundo. El ángel anunció: «Cortad el árbol; sacad a Nabucodonosor del trono».
¡Qué experiencia tendría el rey! En realidad dejaría de vivir como hombre y
viviría como animal durante siete años. El árbol se cortaría y la atadura de
hierro restringiría su crecimiento, pero el juicio no sería permanente. Después
de siete años Nabucodonosor volvería a ser humano, se le devolvería su razón y
ascendería a su trono en gran gloria.
¿Por qué Dios obraba de esta
manera en la vida del rey? Para enseñarle humildad. Usted recordará que en el
«sueño de la imagen» del rey se le describió como la cabeza de oro; y en el
capítulo 3 el rey hizo una estatua de oro para atraer a sí la adoración y la
alabanza. Dios le mostraría a este arrogante monarca que en realidad de corazón
era una bestia. Es más, en el capítulo 7 Daniel tendrá una misión que muestra
que todos los imperios no son
sino bestias salvajes. Daniel le advirtió al rey que se arrepintiera y cambiara
sus caminos. «Deja tus pecados», le suplicó, «y tal vez Dios te dará perdón y tiempo
para que le sirvas». Después de todo, Dios le habló al rey en dos ocasiones
diferentes: el sueño del capítulo 2 y el episodio del horno de fuego en el
capítulo 3; y es peligroso cerrar los oídos a Dios.
III. EL SUEÑO REALIZADO (4.28–36)
Ocurrió como Daniel dijo. Dios le
dio a Nabucodonosor un año entero para considerar la advertencia y abandonar
sus pecados, pero el rey hizo caso omiso. A decir verdad, se ensoberbeció más y
más en sus logros. Véanse Eclesiastés 8.11 y Proverbios 29.1. Pero llegó el día
cuando el juicio cayó y la naturaleza animal del rey se reveló para que todos
la vieran. Lo arrojaron de su palacio y vivió siete años como una bestia en el
campo, comiendo hierba como un buey. Cuando Dios quiere humillar a un rey
orgulloso, puede hacerlo rápida y completamente.
Esto no fue para siempre. Después
de siete años Nabucodonosor se convirtió. El primer paso (el rey nos lo dice)
fue: «alcé mis ojos al cielo» (v. 34). Fue muy grave que no lo hiciera mucho
antes. «Bendije al Altísimo, y alabé a Dios». Esto da la impresión de un hombre
cuya vida ha sido cambiada por fe en el Señor. El rey aprendió su lección: él
no era nada y Dios era todo. Léanse los versículos 34–35 para ver cuánta
doctrina práctica aprendió Nabucodonosor mediante su experiencia humillante.
Qué trágico que los orgullosos gobernantes del mundo actual no vean que son
nada y que Dios lo es todo. El versículo 17 indica la lección claramente: «El
Altísimo gobierna el reino de los hombres».
Ahora volvamos a los versículos
1–3. Aquí tenemos al poderoso dictador hablándoles a los pueblos del mundo y
enviándoles paz. Nabucodonosor
no se conoció por sus actividades pacíficas, porque fue un cruel hombre de
guerra. El versículo 1 casi se lee como una epístola del NT de Pedro o Pablo.
Nótese cómo en los versículos 2–3
le da toda la gloria a Dios y le atribuye la grandeza a Él. Esto, de nuevo, era
poco probable en este dictador pagano; apenas siete años antes dijo: «¿No es
esta la gran Babilonia que yo he edificado?» Se jactaba de su poder y su majestad, sin siquiera una sílaba de alabanza o gratitud a
Dios. Pues bien, todo eso ha cambiado ahora; el rey escribe un documento
oficial dando testimonio personal de lo que Dios ha hecho por él.
El versículo 37 es el grandioso
clímax: «Ahora yo alabo y glorifico», no a Nabucodonosor, sino «al Rey del
cielo», y «Él puede humillar a los que andan con soberbia». ¿Tenemos en este
capítulo un vistazo previo de lo que ocurrirá a las naciones en los últimos
días? Precisamente cuando ellas se jacten de su grandeza y gloria, Dios les
enviará siete años de terrible juicio y las abatirá. Luego, al final del
período de la Tribulación, Cristo volverá a la tierra y establecerá su Reino.
Las naciones que han confiado en Él entrarán en el Reino glorioso; las otras se
arrojarán afuera. Como Nabucodonosor, los creyentes se convertirán de su
orgullo e incredulidad y disfrutarán de las bendiciones de Dios.
5
Pasan aproximadamente veinte años
entre los capítulos 4 y 5. Nabucodonosor sale de la escena, le sucedió un hijo
que reinó apenas unos años, al cual más tarde lo asesinó su cuñado. Este, a su
vez, reinó cuatro años, pero murió en batalla. Los siguientes dos gobernantes
ocuparon el trono por un breve tiempo; el segundo de estos fue Nabonido. En
realidad era el yerno de Nabucodonosor y estaba casado con la viuda de uno de
los reyes anteriores. En este tiempo Nabonido era rey del Imperio Babilónico y su
hijo Belsasar era el rey de la ciudad de
Babilonia. Esto explica por qué se menciona a Daniel como el tercer señor (vv.
7, 29). Mientras ocurren los hechos del capítulo 5, el rey Nabonido permaneció cuatro
meses cautivo de los medos y los persas. Nótense las experiencias de Belsasar.
I. DISFRUTA DE SU FIESTA (5.1–4)
Este banquete fue en honor de uno
de los grandes dioses babilónicos y se celebró en el otoño del año 539 a.C. Los
arqueólogos han desenterrado palacios de Babilonia que tienen enormes salones,
lo suficiente grandes como para recibir miles de invitados. También han
descubierto que las paredes estaban cubiertas con una sustancia blanca similar
a la tiza, lo cual explica el asunto de la escritura en la pared. La principal
idea de estos versículos es la bebida y el vino.
El vino siempre ha estado asociado
con Babilonia y el «sistema» babilónico de este mundo (Jer 51.7; Ap 14.8;
17.1–5; 18.3, 13). El rey no se contentó con beber vino para sus dioses (v. 4 y
Véanse Ap 9.20); quiso también blasfemar al Dios de los judíos. Así que hizo
traer los vasos sagrados del templo para usarlos en este banquete idólatra y blasfemo
(Véanse Dn 1.2). La palabra «padre» en 5.2 indica su «abuelo»; Véanse también
el uso en los versículos 11, 13. Por favor, tenga presente que los medos y los
persas ya estaban en las afueras de las puertas de la ciudad cuando se estaba
realizando este banquete. Tan confiado estaba el rey de que su ciudad fortaleza
era inexpugnable, que se reía de los ejércitos invasores. Qué cuadro del mundo
de hoy: el juicio está a punto de venir y sin embargo la gente está dándose a
la alegría y adorando a sus dioses falsos. «Cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina» (1 Ts 5.3).
Babilonia era una ciudad fuerte,
con murallas de ciento cinco metros de altura y quince metros de espesor. El
río Éufrates atravesaba diagonalmente a la ciudad y grandes puertas de bronce
controlaban las entradas. ¿Cómo podía algún ejército invasor capturar tal
ciudad?
II. REVELA SU TEMOR (5.5–9)
Al parecer, los invitados no
vieron de inmediato la aparición de la mano misteriosa, pero el rey miró sobre
las cabezas de ellos y la vio en la pared opuesta. Imagínese cuán sorprendidos
quedaron los invitados cuando vieron al rey temblando y sus rodillas dando la
una contra la otra. El vino no pudo darle valor ahora; estaba frente a frente
con un mensaje de Dios. El versículo 7 se puede leer: «Y el rey lanzó alaridos». Tenía que saber el
significado de la mano y de la escritura. Es más, ofreció al hombre que pudiera
explicarlos la posición de tercer señor de la tierra. (En pocas horas Belsasar
ni siquiera estaría vivo y gobernando.)
Como es usual, ninguno de los
«expertos» del rey pudieron explicar la escritura en la pared y esto preocupó
aún más al rey. Qué extraño que no conociera a Daniel, el hombre que asesoró a
su abuelo Nabucodonosor. Pero Belsasar fue un joven despreocupado (en este
tiempo tenía alrededor de treinta y cinco años) que estaba más interesado en el
poder y el placer que en los asuntos espirituales. No sorprende que la ciudad
cayera.
III. DESCUBRE SU FUTURO (5.10–29)
La reina madre resolvió el
problema. Es posible que esta sabia mujer era la viuda de Nabucodonosor con
quien Nabonido, padre de Belsasar, se casó para consolidar su poder en el
reino.
En cualquier caso, oyó la
consternación en el salón del banquete y vino a aconsejar al rey: «Rey, vive para
siempre», le dijo (v. 10); y antes que la noche se acabara él iba a estar
muerto. Entonces le habló acerca de Daniel y cómo este asesoró al abuelo de
Belsasar. Daniel era ya viejo en ese entonces y estaba «jubilado» del servicio
público. Como miembro de honor de la familia oficial, quizás lo invitaron al
banquete, pero él no se contaminaría ni comprometería su testimonio. Debido a
su posición santa, Dios honró a Daniel (2 Co 6.14–18).
El rey trató de impresionar a
Daniel (vv. 13–16), pero este no se dejó impresionar. Sabía que los regalos del
rey no significaban nada en comparación con la bendición de Dios; y, a
propósito, Belsasar no sería rey por mucho más tiempo. Antes de explicar la
escritura, Daniel le predicó un sermón al rey, usando al abuelo del rey como
ilustración. Le advirtió respecto a su orgullo y pecado, y le recordó que Dios
juzgó con severidad a Nabucodonosor. «Y tú sabes todo esto», exclamó Daniel, «y
sin embargo persistes en vivir una vida tan perversa. Ahora Dios te ha enviado
un mensaje de juicio y es demasiado tarde». Dios le dio a Nabucodonosor un año
para arrepentirse (4.28–33), pero para Belsasar no habría un año. Estaba
sentenciado.
Ahora la explicación. Las palabras
estaban en caldeo. En Babilonia una mina y un tekel eran pesas diferentes; y la
palabra peres sencillamente
significa «dividir». Cuando los magos vieron estas palabras en la pared, no
pudieron entender su significado. Pero Dios le dio a Daniel la interpretación: «Contado,
pesado, dividido». Los días de Belsasar estaban contados y su tiempo había
finalizado; Dios lo pesó en sus balanzas y lo encontró falto; ahora se le
quitaría su reino y los medos y los persas lo dividirían. Y téngase presente
que Darío estaba a las puertas de la ciudad en esa misma hora. ¿Creyó Belsasar
el mensaje de Dios después de todo su temor y temblor? No. No vemos evidencia
de arrepentimiento ni preocupación. Cumplió su promesa de hacer a Daniel el
tercer gobernante como si su reino fuera a continuar para siempre. El orgullo,
la lujuria, la indiferencia y la autosatisfacción del rey lo llevó a su caída.
IV. ENCUENTRA SU DESTINO (5.30–31)
Si Belsasar hubiera estudiado al
profeta Isaías, hubiera sabido precisamente cómo sería tomada la ciudad de
Babilonia y quién lo haría. Ciro, el conquistador persa, derrotaría a los medos
y luego caería sobre Babilonia (Is 41.25; 45.1–4). Excavaría un canal que
desviaría el río Éufrates y luego metería a escondidas su ejército en la ciudad
por debajo de sus puertas. Los
babilonios vieron al enemigo excavar, pero pensaron que iban a construir un
montículo en contra de la ciudad. En realidad lo que hacían era desviar el río.
¿Por qué tomaron por sorpresa a la ciudad? Porque la mayoría estaba borracha.
Era un día de gran fiesta religiosa y la gente estaba demasiado metida en
placeres como para pensar en la defensa. El enemigo entró precisamente al salón
del banquete y mató al rey. ¡Qué advertencia para cualquier nación! Tenemos hoy
un mundo tan enloquecido por el placer que a cualquier enemigo le será fácil
tomarlo por sorpresa y la historia se repetirá.
¿Quién era Darío el medo? Isaías
predijo que Ciro capturaría a Babilonia y libertaría a los judíos (Is 44.28–45.13);
véanse también Daniel 1.21 y 10.1. A Darío se lo menciona como «rey» en Daniel
6.1, 6, 9, 25, 28; 9.1; 11.1. La solución se encuentra en la palabra «tomó» en
5.31; debe traducirse «recibió». Darío (el líder militar de Ciro) recibió el
reino de parte de Ciro, rey de Persia, y gobernó a Babilonia en su nombre. En
6.28 vemos que era un reinado doble; Ciro era el rey del imperio, en tanto que
Darío gobernaba en Babilonia y el área circunvecina. Ciro entró en Babilonia
como un conquistador poderoso y procedió a tratar sabiamente con todos,
incluyendo a los exilados judíos. Fue Ciro el que dictó los decretos que
permitieron a los judíos regresar a su tierra y reedificar su templo (Esd
1.1–4; Véanse Is 44.28). Así, aun el levantamiento y la caída de los imperios
es parte del plan de Dios para su pueblo.
La caída de Babilonia en el 539
a.C. es un cuadro de la futura caída de Babilonia (el sistema mundano del
diablo) según aparece en Apocalipsis 17–18. Y los creyentes bíblicos pueden ver
ya «la escritura en la pared». Pero los ciegos gobernantes del mundo continúan
en su orgullo y placer, sin siquiera percatarse de que el Señor viene.
6
En este capítulo vemos un día de
la vida del primer ministro del Imperio Medo-Persa: Daniel, el amado. Recuerde
ahora que Daniel no es ningún adolescente en este capítulo; es un hombre de más
de ochenta años. Esto demuestra precisamente que la edad no es barrera para
servir a Cristo, ni tampoco es protección para la tentación y la prueba. Debido
a que Daniel empezó joven como un hombre de fe y oración, fue fiel al Señor
incluso en su ancianidad.
I. AURORA DE DEVOCIÓN
¿Cómo empezaba el primer ministro
cada día? Oraba al Señor. En 6.10 se nos dice que Daniel oraba tres veces al
día, en una «cámara de oración» especial en el terrado de su casa. «Tarde y
mañana y a mediodía oraré y clamaré», dice el Salmo 55.17. De modo que Daniel
empezaba su día con Dios; y a muy buena hora lo hacía. El enemigo estaba al
acecho y Daniel iba a enfrentar una de las más grandes pruebas de su vida.
«Velad y orad» fue la advertencia de nuestro Señor. La oración no era algo incidental
en la vida de Daniel; era lo más esencial.
Tenía un lugar y horas especiales
para la oración, y usted puede estar seguro de que hablaba con el Señor todo el
día. No sorprende que Dios lo llamara «muy amado» (9.23; 10.11, 19), lenguaje
que en el NT Dios reserva para su Hijo. Fue el andar fiel de Daniel y su vida
de oración constante lo que hizo de él uno de los «amados hijos» de Dios (léase
con cuidado Jn 14.21–23). Cuán importante es empezar el día con el Señor.
Abraham tenía este hábito (Gn 19.27); también David (Sal 5.3) y nuestro Señor
Jesucristo (Mc 1.35).
II. UNA MAÑANA DE ENGAÑO (6.1–9)
Dios honró a Daniel por su
fidelidad, de modo que era prácticamente el segundo al mando en la tierra.
Habían en realidad 124 personas involucradas en el liderazgo de la tierra:
Darío el rey, los tres gobernadores (con Daniel como el jefe) y 120 sátrapas o
príncipes. Vemos que Darío estaba tan impresionado con Daniel que planeaba
hacerle oficialmente el segundo al mando. Los ascensos de Daniel en Babilonia
muestran que un creyente no tiene que contemporizar para tener éxito (Mt 6.33).
Los otros 122 líderes no estaban
contentos con el éxito de Daniel. Por algo: era un extranjero y judío. Satanás
siempre ha aborrecido a los judíos y ha hecho todo lo posible para perseguirlos
y eliminarlos. El perverso siempre aborrece al justo. Sin duda, el piadoso
Daniel era honrado y atendía con cuidado los negocios del estado; los otros
líderes le robaban al rey y cubrían sus robos con cuentas falsas. Es por esto
que Darío reorganizó su gobierno, de modo que «el rey no fuese perjudicado».
Los malos mintieron respecto al pueblo de Dios; le dijeron a Darío que todos
los gobernadores estaban de acuerdo con el plan (v. 7), cuando ni siquiera le
habían consultado a Daniel. Cuán insensato fue Darío al firmar el decreto sin
consultar antes a su primer gobernador. Pero la historia demuestra que Darío se
dejaba influir con facilidad por la lisonja.
III. UN MEDIODÍA DE DECISIÓN (6.10–13)
Daniel fue uno de los primeros en
oír del nuevo decreto y tenía que decidir lo que iba a hacer. Por supuesto, su
carácter piadoso y andar espiritual ya habían decidido por él: serviría al
Señor y oraría a Jehová como siempre lo había hecho. Podía haber presentado
excusas y hecho compromisos. «Todo el mundo lo hace». Y era un anciano que
había servido a Dios fielmente toda su vida. Un poquito de compromiso al final
de su vida no haría demasiado daño. ¿No podría ser más útil al Señor vivo que muerto?
No. Daniel se negó a contemporizar. Prefirió que los leones se lo comieran
antes que perderse un culto de oración.
Sus enemigos vigilaban mientras
Daniel entraba a su cámara de oración en donde las ventanas siempre estaban
abiertas («Orad sin cesar»), y podían verlo arrodillado y alzando sus manos
hacia Jerusalén. Ahora lo tenían atrapado. Pero Daniel tenía paz en su corazón.
Oraba, daba gracias y suplicaba, y esta es la fórmula para la paz (Flp 4.6–7).
Esta no fue una «reunión de oración por crisis»; Daniel estaba acostumbrado a
orar y lo había hecho desde que era un adolescente. Es sabio empezar a establecer
hábitos espirituales cuando se es joven.
IV. ATARDECER DE DESILUSIÓN (6.14–17)
El rey se percató de cuán necio
fue, pero aun su poder y riqueza no podían abrogar la ley de los medos y los
persas. Dios no quería que Darío pusiera en libertad a Daniel; eso era un
privilegio que se había reservado para sí mismo. Daniel no dependía del rey
tampoco (Sal 146.1–6). Había aprendido mucho tiempo atrás a confiar en el Dios
vivo. Dios no quería salvar a Daniel de
la cueva de los leones; quería libertarlo al sacarlo de allí.
V. UNA NOCHE DE LIBERACIÓN (6.18–23)
Qué contraste entre Darío en su
palacio y Daniel en la cueva de los leones. Darío no tuvo paz, sin embargo
Daniel estaba en perfecta paz consigo mismo, con Dios y con los leones. Estaba
en un lugar de perfecta seguridad, porque Dios estaba allí. Algún enemigo podía
haber asesinado a Darío en su mismo dormitorio. Todo el día anterior Darío
trabajó con afán para tratar de librar a Daniel del juicio, sin embargo no
podía quebrantar sus propias leyes. Daniel simplemente le habló al Dios del
universo y recibió todo el poder que necesitaba. En todo sentido Daniel vivía
como rey mientras que Darío era un esclavo.
Fue la fe de Daniel en Dios lo que
lo libró (6.23; Heb 11.33). Es asombroso que tuviera alguna fe, después de
vivir tantos años en esa tierra pagana. Su comunión diaria con el Señor era el
secreto: tenía fe y fue fiel. Véanse el Salmo 18.17–24.
Los cristianos de hoy enfrentan la
tentación de contemporizar y a menudo aparece como el curso de acción «más
seguro» seguir la corriente. Pero este es el más peligroso. En realidad, el
único lugar seguro es la voluntad de Dios. Daniel sabía que era incorrecto
adorar y pedir al rey, porque conocía la Palabra de Dios. Prefería morir
obedeciendo la Palabra que vivir fuera de la voluntad de Dios. Satanás viene
como león rugiente (1 P 5.8–9) y usa a nuestros enemigos para tratar de
devorarnos (2 Ti 4.17), pero Dios puede librarnos para su gloria. No siempre es
la voluntad de Dios librar a sus hijos del peligro; muchos cristianos han dado
sus vidas en el lugar del deber. ¡Pero qué recompensa reciben! Léase
Apocalipsis 2.10 cuidadosamente.
VI. UNA MAÑANA DE DESTRUCCIÓN (6.24–28)
Nuestra almas se rebelan al pensamiento
de que familias enteras, incluyendo niños, sean arrojadas a los leones
hambrientos. Pero esta era la ley de la tierra, la misma que estos hombres
perversos trataron de usar en contra de Daniel. Qué trágico que sus hijos
inocentes tuvieran que sufrir; sin embargo, tales son los terribles castigos
del pecado. Creemos que los niños que aún no tenían la edad de responsabilidad
fueron a estar con el Señor. Dios siempre vindica a los suyos. «El justo es
librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo» (Pr 11.8). Si
usted está atravesando persecución y se pregunta si Dios se preocupa, lea el
Salmo 37.1–15 y confíe en Él así como Daniel lo hizo.
Ahora vemos por qué Dios permitió
que Daniel atravesara esta experiencia (vv. 25–27). Glorificó el nombre de
Dios. Pedro quizás tenía a Daniel en mente cuando el Espíritu le guió a
escribir 1 Pedro 3.10–17. Cuando los cristianos vencen la tentación, siempre
glorifican al Señor, aun cuando sólo los ángeles y los demonios lo vean. Ojalá
nosotros, así como Pablo, deseemos que Cristo sea glorificado en nuestro
cuerpos, «o por vida o por muerte» (Flp 1.20).
7–8
Hasta aquí Daniel ha interpretado
los sueños de otros. Ahora Dios le da visiones extraordinarias a él mismo.
Estos dos capítulos ocurren antes del capítulo 5, por supuesto, ya que
Babilonia aún no ha caído ante los medos y los persas. Recuerde que el padre de
Belsasar, Nabonido, era en realidad el rey de Babilonia (el imperio) y que
Belsasar era su corregente en la ciudad de Babilonia. Nabonido llegó a ser rey
en el 556 a.C., de modo que podemos fechar el capítulo 7 en el 556 y el
capítulo 8 en el 554.
Otros historiadores prefieren
fechar el capítulo 7 en el 550, cuando Nabonido salió para Arabia y dejó a Belsasar
oficialmente a cargo del imperio. Esto pondría el capítulo 8 en el año 548. En
estas visiones Daniel ve el curso de la historia del mundo gentil y nos ayuda a
comprender lo que le sucederá a los judíos al final de los tiempos.
I. LA VISIÓN DE LAS CUATRO BESTIAS (7)
En la Biblia el mar tempestuoso es
un cuadro de las naciones gentiles (Ap 17.15; Is 17.12). Aquí es el Mar Grande
o el Mediterráneo, y todos los imperios mencionados en esta visión estaban a
orillas de ese mar. Daniel vio cuatro bestias y el ángel le explicó su
significado. Cada bestia representaba un reino (v. 17).
A. EL LEÓN CON ALAS (V. 4).
Aquí tenemos a Babilonia, la cual
corresponde a la cabeza de oro en el sueño de Nabucodonosor de la gran imagen
(2.36–38). El león alado era una imagen favorita en Babilonia; se puede ver
estas figuras en cualquier museo que exhibe piezas sobre Babilonia. El animal
que se yergue como hombre nos recuerda la experiencia humillante de
Nabucodonosor en 4.27–37. Babilonia aún reinaba en el mundo en ese tiempo, pero
en unos pocos años (como lo explica el cap. 5), el imperio caería. Así esto nos
lleva a la siguiente bestia.
B. EL OSO CON LAS COSTILLAS (V. 5).
Aquí tenemos al Imperio
Medo-Persa, al cual no se conoce por su agilidad ni su destreza, sino por su
fuerza bruta, como la de un oso. Las tres costillas describen a los tres
imperios ya derrotados (Egipto, Babilonia, Libia); y el hecho de que «se alzaba
de un costado más que del otro» indica que una mitad del imperio (la mitad
persa) era más fuerte y más honorable (más alta) que la otra mitad (los medos).
El Imperio Medo-Persa conquistó Babilonia en el 539 a.C., pero su imperio duró
sólo doscientos años.
C. EL LEOPARDO ALADO CON CUATRO CABEZAS (V. 6).
Sin duda, este es Grecia, dirigida
por Alejandro Magno, quien ágilmente conquistó el mundo, derrotando a los
persas alrededor del 331 a.C. Pero el gran general murió en el 323 y su vasto
imperio se dividió en cuatro partes (y por esto las cuatro cabezas). Cuatro de
sus principales generales tomó cada uno una parte del reino y gobernó como su
monarca.
D. LA BESTIA TERRIBLE (VV. 7–8,17–27).
Esta bestia dejó atónito a Daniel,
porque nada en ella había aparecido en ninguna de las revelaciones anteriores.
Parece claro que tenemos aquí al Imperio Romano, correspondiendo al hierro en
la imagen de Nabucodonosor. Pero el cuadro parece ir más allá de la historia y
a los «postreros días», porque vemos diez cuernos en la bestia y esto es
similar a los diez dedos de los pies en la imagen del capítulo 2, el Imperio
Romano que resurge en los últimos días.
Los versículos 8 y 20 nos hablan
del «cuerno [gobernante] pequeño» que aparecerá y derrotará a tres de los diez
reinos representados por los diez cuernos y los diez dedos de los pies. Este
cuerno pequeño se convertirá en un gobernante mundial, el anticristo. Su boca
hablará grandes cosas y perseguirá a los santos (judíos y gentiles creyentes durante
el período de la tribulación) durante tres años y medio (v. 25: tiempo, y
tiempos, y medio tiempo). Esta es la última mitad del período de la
tribulación, la «septuagésima semana», acerca de la cual Daniel nos hablará en
el capítulo 9. De acuerdo a los versículos 11–12 los tres reinos anteriores (Babilonia,
Media y Persia, y Grecia) los «tragarán» e incluirán en este gran imperio
mundial, pero al final, se juzgará al anticristo y morirá. Léase Apocalipsis
13.1–2, donde Juan describe a la bestia (anticristo) y usa las mismas bestias
que hallamos en Daniel 7. Pero nótese que el orden es a la inversa. Esto se
debe a que Daniel miraba hacia adelante, en tanto que Juan miraba en
retrospectiva.
E. EL JUICIO (VV. 9–14,26–28).
Daniel debe haberse quedado
pasmado al ver a un hombre en el cielo. Vio a Jesucristo, el glorioso Hijo del
Hombre. Por supuesto, Dios no podía permitir que la bestia controlara el mundo.
Enviará a su Hijo a juzgar la bestia y a destruir su reino, y entonces
establecerá su glorioso Reino, con los santos de Dios reinando con Él.
Esta visión complementa y
suplementa la del capítulo 2. Allí tenemos el punto de vista del hombre acerca
de las naciones (metales preciosos) y aquí tenemos el punto de vista de Dios
(bestias feroces). Véanse el Salmo 49.12.
II. La visión del carnero y del
macho cabrío (8)
Esta visión es en realidad una
ampliación de 7.6, explicando cómo Grecia conquistará a los medo-persas.
Volvemos en el capítulo 8 al
lenguaje hebreo (hasta el final del libro; desde 2.4 ha estado en caldeo). El
capítulo 8 sucede dos años después del capítulo 7 y describe los reinos que
seguirán a Babilonia después de su caída. Dios llevó a Daniel en una visión a
la capital de Persia, el palacio en Susa (Véanse Neh 1.1). ¿Por qué Susa?
Porque Persia sería el próximo imperio.
El
carnero (vv. 3–4)
representa al Imperio Medo-Persa en sus conquistas (v. 20); el emblema de Persia
era un carnero. En el momento preciso cuando el carnero acababa de «empujar»,
el macho cabrío apareció del oeste (v. 5) y saltó ágilmente al lugar donde el
carnero había estado. Este carnero tenía dos cuernos, uno más alto que el otro,
simbolizando a los medos y los persas, siendo los persas los más fuertes. El
macho cabrío tenía un gran cuerno: Alejandro Magno. Ahora, el macho cabrío
atacó al carnero, quebró los dos cuernos y llegó a ser muy grande (vv. 7–8).
Esto representa la victoria de Grecia sobre el Imperio Medo-Persa. Pero
entonces vemos al gran cuerno roto (la muerte de Alejandro) y cuatro cuernos
ocupando su lugar (los cuatro generales que se dividieron el reino y lo
gobernaron).
Sin embargo, aquí viene el «cuerno
pequeño» de nuevo. Hallamos a un «cuerno pequeño» en 7.8 y ahora vemos a otro.
El «cuerno pequeño» de 7.8 representaba al anticristo, el gobernante mundial
del imperio mundial final antes de la venida de Cristo a la tierra. Pero este
«cuerno pequeño» en 8.9 sale de una de las cuatro divisiones del reino de
Alejandro. De modo que este no es el anticristo de los «últimos días», aun
cuando tiene una relación definitiva con él. Este «cuerno pequeño» conquista a
las naciones al sur y al oriente (Egipto, Persia) y luego invade Palestina («la
tierra gloriosa»). No sólo ataca a los judíos políticamente, sino también
religiosamente; porque trata de destruir su fe (v. 10) haciendo cesar los
sacrificios en el templo (vv. 11–12). El versículo 13 nos dice que establecerá
la «abominación desoladora» en el templo y profanará el templo durante dos mil
trescientos días.
¿Quién es este hombre? La historia
lo menciona: Antíoco Epífanes, un
líder perverso que salió de Siria, una de las cuatro divisiones del imperio de
Alejandro. Invadió Palestina y erigió una estatua a Júpiter en el templo.
Incluso llegó a sacrificar un cerdo en el altar judío y a rociar su sangre en
los atrios. Imagínese cómo se sentiría el judío ortodoxo respecto a esto. La
historia nos dice que el templo quedó desolado hasta el 25 de diciembre de 165
a.C., cuando el patriota judío Judas Macabeo re-dedicó y purificó el templo. El
número total de días entre la profanación y la dedicación fue de dos mil trescientos.
Pero esto no agota el significado
de la visión. En los versículos 17–26 el ángel intérprete aclara que la visión
llega hasta el tiempo del fin, los años finales de la historia judía. Antíoco
Epífanes es sólo una ilustración, un bocado de prueba del hombre de pecado, el
anticristo, el «cuerno pequeño» de 7.8. El versículo 23 lo llama «rey altivo de
rostro». Este hombre hará un acuerdo para proteger siete años a los judíos
(9.27), pero a mediados de ese período romperá su promesa, invadirá Palestina y
se declarará dictador. Véanse los versículos 24–25, 2 Tesalonicenses 2.1–12 y
Apocalipsis 13. Quitará los sacrificios diarios del templo, erigirá su propia
imagen (esta es «la abominación desoladora» de Mt 24.15) y obligará al mundo a
adorarle y a obedecerle.
El versículo 25 nos dice que usará
de sagacidad y mentiras para lograr sus propósitos. Incluso se levantará contra
Cristo, el Príncipe de príncipes. Pero será una batalla perdida. Será
quebrantado «sin mano» (Véanse 2.34), derrotado en la batalla del Armagedón (Ap
19). No sorprende que Daniel quedara atónito. Y así debemos estar nosotros al considerar
las asombrosas profecías de la Palabra de Dios.
9–12
Estos capítulos finales contienen
algunas de las profecías más detalladas de la Biblia y la mayoría de ellas ya
se han cumplido. Queremos enfocar nuestra atención en el capítulo 9, porque una
comprensión de las «setenta semanas de Daniel» es básica en la profecía
bíblica. Este capítulo trata de dos períodos diferentes en relación con los
judíos.
I. SETENTA AÑOS DE CAUTIVERIO (9.1–19)
A. LA PROFECÍA (VV. 1–2).
Daniel era un estudioso de las Escrituras
del AT, particularmente de aquellas profecías que se relacionaban con el
destino de su pueblo. Ahora tiene noventa años de edad. Mientras leía Jeremías 25.1–14
el Señor le hizo ver que su pueblo estaría setenta años en Babilonia. Nótese
que Dios no le da a la gente «visiones y sueños» cuando puede enseñarles por
medio de su Palabra. Hoy su Espíritu nos enseña mediante la Palabra. Cuídese de
las «nuevas revelaciones» que dicen recibirse de sueños y visiones. Daniel se
dio cuenta de que los setenta años de cautiverio estaban a punto de concluir.
Babilonia invadió Palestina y
empezó su asedio en el 606 a.C. y Daniel comprendió las profecías en los años
539–38 a.C.; de modo que sólo quedaban dos años de los setenta que prometió
Jeremías. ¡Qué tiempo tan emocionante tuvo Daniel en su estudio bíblico aquel
día!
B. LA ORACIÓN (VV. 3–19).
La Palabra de Dios y la oración
van juntas (Hch 6.4). Daniel no salió a jactarse de su perspectiva de la
Palabra; es más, ni siquiera predicó un sermón. Cayó de rodillas para orar.
Esta es la verdadera actitud del que estudia la Biblia con humildad. Es triste
ver que la «verdad profética» hace a cierta gente jactanciosa en lugar de
guerreros de oración. Qué extraño fue para la gente ver al ex primer ministro
vestido de cilicio.
La oración de Daniel es uno de los
mejores ejemplos de intercesión en la Biblia. Confiesa sus pecados y los
pecados de su pueblo. Repasa la historia de la Biblia y confiesa que la nación
fue impía y Dios justo al juzgarlos. Conocía las advertencias que Moisés dio
(v. 13, Véanse Lv 26), y sabía que él y su pueblo merecían mucho mayor desastre
del que Dios les envió. Es maravilloso ver a Daniel identificándose con la
nación pecadora, aun cuando él mismo no fue culpable de estos pecados. Después
de confesar sus pecados y los del pueblo, Daniel empieza a orar por Jerusalén
(vv. 16–19). Sin duda oraba a menudo por la ciudad santa; es más, esta es una
de las razones por las cuales Dios le bendijo y le hizo prosperar (Sal
122.6–9). Pero, ¿por qué orar por la prosperidad de una ciudad desolada? Porque
Dios no sólo prometió el fin del cautiverio, sino también llevar a los judíos
de regreso a su tierra para que pudieran reconstruir el templo. Véanse Jeremías
29.10–14 y 30.10–24.
En Isaías 44.28 Dios prometió que
Ciro permitiría a los judíos reconstruir la ciudad de Jerusalén. De modo que
Daniel se aferraba a estas grandes promesas y las convertía en oraciones de fe.
Ahora veremos cómo Dios contesta sus oraciones. (Nótese cómo la oración de
Daniel en Dn 9 es similar a las de Esd 9 y Neh 9.)
II. SETENTA
SEMANAS DE PROFECÍA (9.20–27)
No había sacrificio del atardecer
que se ofrecía en Jerusalén, pero Daniel se ofrecía a sí mismo y a sus
oraciones a la hora de la ofrenda del atardecer (Véanse Sal 141.1–2) y el ángel
Gabriel vino a darle su respuesta. A Daniel le preocupaba Jerusalén y el monte
santo (v. 20). ¿Sería restaurada la ciudad? ¿Sería reconstruido el templo?
¿Sería la nación alguna vez redimida del pecado y reinaría algún día la justicia
en la tierra? Gabriel tenía todas las respuestas para Daniel y las hallamos en
la famosa profecía de las «setenta semanas».
El número siete ha quedado
estampado en Israel desde el principio. Tenía un Shabat de días (Éx 23.12), apartando el séptimo día para honrar
a Dios. También tenían un Shabat de
años (Lv 25.1–7); debían dejar la tierra sin cultivar en el séptimo año y darle
descanso. Debido a que rompieron esta ley, los israelitas fueron llevados
cautivos, un año por cada año sabático que no obedecieron a Dios (2 Cr 36.21;
Lv 26.33–34). También tenían un «Shabat de Shabats», en el cual se apartaba el
quincuagésimo año como el año del jubileo (Lv 25.8–17). Pero ahora a Daniel le
presentan una nueva serie de Shabats:
setenta «semanas» (períodos de siete años), que hace un total de 490 años de
tiempo profético para los judíos. (La palabra «semanas» en el versículo 24 es
en realidad «sietes»: se determinan setenta sietes que hacen 490 años.) Por
favor, note que este período se relaciona con Jerusalén y los judíos: «Tu
pueblo, tu santa ciudad» (v. 24). Y Dios tenía propósitos específicos que
cumplir en este período: remover el pecado e implantar la justicia. El
resultado será la unción del lugar más santísimo del templo, o sea, el regreso
de Jesucristo a la tierra para reinar en gloria desde su templo en Jerusalén.
Veamos ahora el bosquejo de los
490 años. El versículo 25 nos dice que los sucesos que desatarán los 490 años
es un decreto (Véanse Neh 2.5 que permite que los judíos vuelvan a Jerusalén y reconstruyan
la ciudad. (Es interesante que el hecho que desatará los últimos siete años de
este período será el pacto del anticristo para proteger a los judíos. Hallamos
un decreto al inicio y al final de los 490 años.) La historia nos dice que hubo
cuatro decretos distintos relacionados con Jerusalén: Ciro, Darío y Artajerjes
dictaron todos los decretos en relación a la reconstrucción del templo (Esd 1,
6, 7); y Artajerjes decretó que Nehemías podía volver y reconstruir las
murallas (Neh 2). Esto ocurrió en el 445 a.C. y este es el decreto del cual
habla Daniel 9.25; sucedió casi cien años después que Daniel recibió el mensaje
de Dios. Gabriel dijo que habría un total de sesenta y nueve semanas, siete y
sesenta y dos, entre la emisión del decreto y la llegada del Mesías, el
Príncipe, en Jerusalén (69 x 7 = 483 años).
Tenga presente que los «años
proféticos» en la Biblia no son 365 días, sino de 360 días. Los eruditos han
calculado que hubo 483 años proféticos entre el decreto del 445 a.C. y el día
en que Jesús entró en Jerusalén el Domingo de Ramos (El Príncipe que ha de venir de Sir Robert Anderson, Editorial Portavoz,
1980).
Pero Gabriel dividió estos 483
años en dos partes: siete semanas (7 x 7 = 49 años) y sesenta y dos semanas (62
x 7 = 434 años). ¿Por qué? Pues bien, se necesitaron cuarenta y nueve años para
reconstruir Jerusalén y esto se hizo (como lo dijo Gabriel) en «tiempos
angustiosos». Léase Nehemías y se verá cuán difícil tarea fue restaurar la
ciudad. Entonces, 434 años más tarde vendrá el Mesías, el Príncipe, a quien «se
quitará la vida» (su muerte en la cruz) por los pecados del mundo. Fue su
muerte en la cruz lo que realizó los propósitos dados en el versículo 24. ¿Qué
siguió a su muerte? ¿Aceptó Israel a Jesús y a su mensaje? No. Mintieron respecto
a Él, persiguieron a sus mensajeros, apedrearon a Esteban y rehusaron reconocer
su soberanía. ¿Qué ocurrió? Roma vino y destruyó la ciudad y derribó el templo.
La nación «le quitó la vida» a Jesucristo y Él los quitó de ser una nación.
Hasta el 14 de mayo de 1948 Israel no fue una nación libre.
A Roma se le llama «el pueblo de
un príncipe que ha de venir». ¿Quién es este príncipe? No «el Mesías Príncipe»,
porque esto se refiere a Cristo. «El príncipe que ha de venir» es el
anticristo. Será el líder del Imperio Romano restaurado. Así que, la
destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. no es sino una ilustración de una
futura invasión y destrucción dirigida por el anticristo. Este príncipe hará un
acuerdo con los judíos para protegerlos de otras naciones y se establecerá este
acuerdo durante siete años.
Estos siete años finales son la
conclusión del período de 490 años de Daniel. Entre la muerte de Cristo y la
firma de este acuerdo se encuentra la era entera de la Iglesia, un «gran
paréntesis» en el programa de Dios. Los 490 años están en vigencia sólo cuando
Israel está en la voluntad de Dios como su pueblo. Cuando la nación de Israel
crucificó a Cristo, fue dejada a un lado y el «reloj profético» dejó de marcar.
Pero cuando el anticristo firme su pacto con Israel, los últimos siete años de
las «setenta semanas» de Daniel empezarán a cumplirse. A este período de siete
años se le conoce como la gran tribulación o el tiempo de aflicción de Jacob.
Se lo describe en Apocalipsis 6–19.
Después de tres años y medio Gog y
sus aliados invadirán Palestina (Véanse Ez 38–39) y Dios los juzgará. El
anticristo invadirá la tierra, romperá su pacto y se declarará dictador
mundial. Hará cesar toda adoración en el templo judío (Véanse 2 Ts 2) y
obligará al mundo a adorarle a él y a su imagen. Esta es la abominación
desoladora (véanse Mt 24.15; Jn 5.43; Ap 13). ¿Cómo concluirá este período? Jesucristo
volverá a la tierra, enfrentará a los ejércitos rebeldes en el Armagedón y los
derrotará (Ap 19.11–21).
NOTAS PRELIMINARES A LOS
PROFETAS MENORES
Los «profetas menores» no son
menores en el sentido de ser menos importantes que Isaías, Jeremías, Ezequiel o
Daniel. Sus mensajes son muy trascendentes en el programa de profecía de Dios.
La Biblia hebrea pone estos doce
libros juntos y simplemente los llama «los Doce». Los estudiosos de la Biblia
los llaman «profetas menores», debido principalmente a la brevedad de sus
escritos, aun cuando Sofonías de ninguna manera es un libro breve ni sencillo.
Por lo general, en cada uno de ellos
se halla una lección triple:
(1) histórica:
cada uno de los profetas predicó y escribió para satisfacer una necesidad
inmediata en la vida del pueblo;
(2) profética: cada
profeta ilustra o anuncia algo respecto al futuro de Israel, en juicio o en restauración;
(3) práctica: los
pecados de las naciones en ese día están con nosotros hoy, y existen muchas
lecciones prácticas que podemos aprender de estos libros.