LEVÍTICO

BOSQUEJO SUGERIDO DE LEVÍTICO

I. La provisión de Dios para el pecado (1–10)
A. Los sacrificios (1–7)
1. El holocausto (1; 6.8–13)
2. La ofrenda vegetal (2; 6.14–23)
3. La ofrenda de paz (3; 7.11–34)
4. La ofrenda por el pecado (4; 6.24–30)
5. La ofrenda por transgresión (5.1–6.7; 7.1–7)
B. El sacerdocio (8–10)
II. Los preceptos de Dios para la separación (11–24)
A. Una nación santa (11–20)
1. Limpio e inmundo: leyes de la pureza (11–15)
2. El Día de la Expiación (16–17)
3. Varias leyes de separación (18–20)
B. Un sacerdocio santo (21–22)
C. Días santos: las festividades del Señor (23–24)
III. Las promesas de Dios para el éxito (25–27)
A. El Shabat de la tierra (25)
B. La importancia de la obediencia (26)
C. La seriedad de los votos (27)
NOTAS PRELIMINARES A LEVÍTICO
I. NOMBRE
LEVÍTICO (gr., Levitikon, relacionado con los levitas). Es la designación en la Biblia en castellano del tercer libro del Pentateuco, derivada de la traducción del lat. (Liber Leviticus) del título gr. Levitikon. El libro está asociado con Éxodo y Números en continuidad histórica, pero es diferente de ellos porque el elemento histórico está subordinado a las consideraciones legales y ritualistas.
Aunque el énfasis en Levítico está puesto más en los sacerdotes que en los levitas, el título no es inapropiado ya que el sacerdocio judío era básicamente levita (Hebreos 7:11).
Los primeros siete caps. de Levítico dan procedimientos detallados del holocausto para todo tipo de sacrificios y ofrendas quemadas, la ofrenda vegetal, los sacrificios por el pecado y la culpa, y otros sacrificios para remover el pecado y lo profano, según el pacto. La sección litúrgica siguiente (Levítico 8:1—10:20) describe la consagración de Aarón y el sacerdocio, seguida por la designación de los animales limpios e inmundos y ciertas reglas higiénicas (Levítico 11:1—15:33). El rito del día de la Expiación ocurre en el cap. 16, seguido por una sección (Levítico 17:1—20:27) en la cual se tratan los temas de la sangre del sacrificio, leyes éticas y penas para los que las transgredieran.
El tema de Levítico 21:1—24:23 es la santidad de los sacerdotes y la consagración de las estaciones, mientras que el cap. siguiente se refiere a la legislación que cubre los años sabáticos y del jubileo. El cap. De conclusión resume las promesas y las amenazas (Levítico 26:1-46), y el apéndice (Levítico 27:1-34) cubre los votos. El ser humano como pecador, la expiación sustitucionaria y la santidad divina son temas prominentes a lo largo de Levítico.
LEY.
I. LOS TÉRMINOS EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS. De las palabras heb., la que se usa más es torah y puede referirse a instrucciones humanas (Proverbios 1:8), a instrucciones divinas (Isaías 1:10), a reglas (Levítico 7:7), a la ley de Moisés (1 Reyes 2:3), o a costumbres (2 Samuel 7:19). Otras palabras que también pueden ser traducidas así son dath, hoq, mitswah y mishpat. La palabra gr. muy común nomos ocasionalmente se refiere a ley(es) pero en el sentido más universal (Romanos 3:27) como un principio que gobierna las acciones de uno (Romanos 7:23), o al Pentateuco (Gálatas 3:10), o a otras porciones de las Sagradas Escrituras (como en Juan 10:34; 1 Corintios 14:21), pero la mayoría de las veces a la ley de Moisés (Hechos 15:5). Otros sinónimos en castellano incluyen mandamiento, derecho, instrucción, juicio, ordenanza, decreto, estatuto y testimonio.
II. LA LEY MORAL. Está muy claro por los Diez Mandamientos “el Decálogo” (Éxodo 20:3-17; Deuteronomio 5:7-21) que la moralidad no se encuentra en criterios humanos ni en el veredicto de la sociedad, sino en Dios.
Los Diez Mandamientos declaran los principios, si bien a grandes rasgos, de la ley moral de Dios.
En vez de dejar de lado la ley moral, el NT reitera sus mandamientos, desarrolla detalladamente las verdades embrionarias que ella contiene y enfoca su atención en el espíritu de la ley en contraste con la letra solamente. El NT también enfatiza la ley del amor (Romanos 13:8-10; Gálatas 5:14; Santiago 2:8), el desinterés propio y la humildad como representantes de la manera de pensar de Cristo (Filipenses 2:3-8).
La ley sensibilizó la conciencia de los seres humanos en cuanto a su estado pecaminoso (Romanos 7:7, 13). Los condenó como injustos (7:9-11, Gálatas 3:13; Santiago 2:9) y, habiendo anulado toda esperanza de salvación por medio de su propia justicia, los trajo al lugar donde pudieran lanzarse sobre la gracia de Dios y confiar solamente en la justicia y méritos expiatorios del Salvador, Cristo Jesús (Gálatas 3:24). Los creyentes están obligados a guardar la ley moral (Mateo 5:19 ss.; Efesios 4:28; 5:3; 6:2; Colosenses 3:9, 1 Pedro 4:15) y esto por amor del que los redimió (Romanos 13:8-10; 1 Juan 5:2, 3).
III. LEGISLACIÓN SOCIAL. Las leyes del AT de carácter judicial, civil, o político se encuentran en el bloque de información legislativa que se conoce como el Libro del Pacto (Éxodo 20:23—23:33), también en lo que llaman el Código de Santidad (Levítico 17—26), y aquí y allá en gran parte del libro de Deuteronomio, especialmente en los caps. 21— 25.
La familia era gobernada por varias reglas para mantenerla libre de corrupción y disolución. Hay muchas recetas que tienen que ver con el matrimonio (Éxodo 21—22; 34; Levítico 18; 21; Números 5; 25; Deuteronomio 7; 21; 22; 24; 25; 27). En la familia, los niños debían honrar y obedecer a sus padres (Éxodo 20:12; Deuteronomio 5:16; 21:18-21; 27:16). Y ya que el círculo familiar podía incluir a sirvientes, esclavos y extranjeros, había leyes también para el tratamiento de ellos (Éxodo 12; 21; 22; Levítico 19; 22; 24; 25; Números 9; 15; 35; Deuteronomio 1; 12; 14—16; 23; 24; 27).
Los crímenes en contra de la sociedad recibían el castigo impuesto por la ley. Estos crímenes podían ser de (1) carácter moral, como violaciones sexuales o perversidades (Éxodo 20—22; Levítico 18—20; Números 5; Deuteronomio 5; 22—25; 27), (2) en contra de individuos, tanto sus personas (Génesis 9; Éxodo 20—23; Levítico 19; 24; Números 35; Deuteronomio 5; 19; 21; 22; 24; 27) como sus propiedades (Éxodo 20; 22; Levítico 6; 19; Deuteronomio 5; 19; 23; 25; 27), o (3) en contra del Estado (Éxodo 20; 23; Levítico 19; Deuteronomio 5; 16; 19; 27). Otras reglas gobernaban las propiedades (Éxodo 21—23; Levítico 6; 24; 25; Números 27; 36; Deuteronomio 21; 22; 25).
Ciertos aspectos de organización política fueron indicados (Éxodo 22; Números 1; 3; 4; 26; 33; Deuteronomio 17; 23). Hubo especificaciones en cuanto al ejército (Números 1; 2; 10; 26; 31; Deuteronomio 7; 11; 20; 21; 23; 24). Se establecieron mandatos judiciales (Éxodo 18; 20; 21; 23; Levítico 5; 19; Números 35; Deuteronomio 1; 4; 5; 16; 17; 19; 25; 27), y fueron tomadas medidas para asegurar que el pueblo recibiera el conocimiento de la ley (Deuteronomio 6; 11; 27; 31; Josué 8).
Muchas leyes israelitas tenían que ver con la amabilidad. Hasta el tratamiento de animales era sujeto a reglas (Éxodo 23; 34; Levítico 22; 25; Deuteronomio 22; 25). El mandamiento universal del amor era invocado, así para amigos como para extraños (Éxodo 23; Levítico 19; Deuteronomio 10). A los pobres, a los desafortunados, a los humillados, a los que no tenían quién los defendiera y a los necesitados se les trataría humanamente (Éxodo 21—23; Levítico 19; 23; 25; Deuteronomio 14—16; 21—27).
En el Decálogo se detallan principios básicos para el culto y la adoración (Éxodo 20:3-11). No se permitía adorar a otros así llamados “dioses” (Exo, 22—23; 34; Deuteronomio 5; 6; 8; 11; 17; 30), la apostasía era un pecado (Deuteronomio 4:25-31; 31:16; cf. Levítico 19; 26; Deuteronomio 27), y artes ocultas tales como la brujería, la hechicería y la adivinación no debían ser practicadas (Éxodo 22; Levítico 18—20; Deuteronomio 18). De la misma manera, las blasfemias no debían ser toleradas (Éxodo 22; Levítico 18; 19; 24), y el día sábado de Dios era inviolable (Éxodo 23; 31; 34; 35; Levítico 19; 26; Números 15).
Dado que Jehovah es el único Dios verdadero, Israel debía no sólo estudiar y guardar sus leyes (Levítico 18—20; 25; Números 15; Deuteronomio 4—8; 10; 11; 22; 26; 27; 30), sino que también su pueblo debía separarse de los paganos y de sus prácticas religiosas (Éxodo 22; 23; 34; Levítico 18—20; Deuteronomio 6; 7; 12; 14; 18). Ellos debían ser una nación santa (Éxodo 19; 22; Levítico 19; 26; Deuteronomio 7; 14; 18; 26; 28), y darle a Dios la fidelidad, el amor, la gratitud y el servicio obediente que sólo él merece (Éxodo 23; 34; Levítico 19; 25; Deuteronomio 4—6; 8; 10; 11; 13; 14; 17; 30; 31).
La legislación de Moisés presenta mandatos acerca del tipo de sacrificios y los detalles que los gobiernan; la ofrenda quemada entera (Éxodo 20; Levítico 1; 6; Deuteronomio 12:27), el sacrificio por el pecado (Levítico 4—6; 8—10; Números 15), el sacrificio por la culpa (Levítico 5—7; 19; Números 5) y el sacrificio de paz (Levítico 3; 7; 19; 22). La ley también tenía mucho que decir en cuanto a otras ofrendas y sacrificios (Éxodo 10; 13; 18; 22; 23; 29; 30; 34; Levítico 2; 3; 6; 14; 19; 22; 23; 27; Números 3; 5; 6; 8; 15; 18; 19; 28; 30; 31; Deuteronomio 12; 14—18; 23; 26).
Muchos pasajes contienen leyes relacionadas con el sacerdocio (Éxodo 28—30; 39; 40; Levítico 2:5-8, 10, 16; 21—24; 27; Números 3—6; 15; 18; 31). Los códigos legales regulaban la purificación ceremonial no sólo para los sacerdotes sino también con referencia a las comidas (Éxodo 12; 22; 23; 34; Levítico 3; 7; 11; 17; 19; 20; 22; Deuteronomio 12; 14; 15) y a la purificación (Levítico 5:11—15:22; Números 6; 19; 31; Deuteronomio 21; 24).
Jesús habló de manera negativa acerca de las tradiciones de los judíos pero no de la ley ceremonial establecida en el AT. Sin embargo él indicó que vendría un tiempo cuando los ritos de la ley cederían el lugar a la adoración espiritual (Juan 4:24).
En el período transitorio después de la crucifixión, la resurrección y la ascensión, las condiciones dadas en cada uno de esos casos determinaban si las estipulaciones de la ley debían ser observadas o no. Pablo circuncidó a Timoteo (Hechos 16:3) pero no a Tito (Gálatas 2:3, 4). El pudo asegurar a los corintios que la circuncisión en la carne no era indispensable para la salvación (1 Corintios 7:18, 19); y, escribiéndoles a los gálatas, él podía discutir firmemente en contra de los argumentos de los judaizantes (Gálatas 2: 4; 5:1) siguiendo la línea definida por la decisión del concilio de Jerusalén (Hechos 15:4 ss.). El argumento de Hebreos es que los tipos y sombras de la ley ceremonial han pasado con la venida de Cristo, el Sumo Sacerdote perfecto, el cual, como Cordero de Dios, se ofreció a sí mismo en el Gólgota para que pudiera satisfacer cada demanda de la ley y adquirir la salvación para su pueblo.
Por medio de la ley ceremonial, Dios habló pictóricamente acerca de la salvación que él iba a llevar a cabo a través de la vida y muerte del hijo encarnado. Por lo tanto, esa ley era necesariamente imperfecta y temporal. La legislación social que gobernaba a Israel fue diseñada para una cultura específica en un período dado de la historia, de modo que ésta también fue sólo por un tiempo; sin embargo sus principios son eternos y aplicables a toda generación. La ley moral de Dios está en vigor en todas partes y por siempre porque refleja su manera de ser. Nunca ha sido ni puede ser anulada.
Levítico quiere decir «pertinente a los levitas». Los levitas eran los miembros de la familia de Aarón que no fueron ordenados sacerdotes pero que tenían la responsabilidad de ayudar a los sacerdotes en el servicio del tabernáculo (Nm 3.1–13). Este libro contiene las instrucciones divinas para los sacerdotes concernientes a sacrificios, festividades y leyes de separación (lo que era limpio y lo que era inmundo).
Da instrucción adicional y detallada sobre la adoración en Israel, especialmente el *sacerdocio y los *sacrificios. Dios llamó a su pueblo a ser santo y a vivir para él.
Dios ordenó diversas clases de oblaciones y sacrificios para asegurar a su pueblo el perdón de sus ofensas, si los ofrecían con verdadera fe y obediencia. También designó sacerdotes y levitas, sus atuendos, oficios, conducta y porción.
Señaló las fiestas que debían observar y en qué épocas. Declaró por medio de los sacrificios y ceremonias que la paga del pecado es muerte y que sin la sangre de Cristo, el inocente Cordero de Dios, no puede haber perdón de pecados.
II. AUTOR Y FECHA
La mayoría de los eruditos bíblicos conservadores reconocen a Moisés como el autor de Levítico. Pero muchos insisten que se trata de una compilación de tradiciones transmitidas oralmente hasta formar lo que tenemos hoy.
Esta última teoría pasa por alto las docenas de veces en Levítico en que Dios habló directamente a Moisés y este puso por escrito las instrucciones recibidas para trasmitirlas al pueblo. Además, nada era más importante para Israel en sus primeros años que el desarrollo del sistema de adoración. Por eso, había que establecer las reglas al mismo principio de Israel. Eso es lo que hace pensar que Moisés fue el autor, probablemente cerca del 1400 a.C.
Algunos Piensan Que Levítico Alcanzó Su Forma Actual Durante Los Tiempo De Esdras, Cuando Judá Regresó Del Cautiverio En Babilonia (Siglo V A.C.).
EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Lev. 7: 8-9: Sumo Sacerdote Ungido. 
III. TEMA
Génesis explica el pecado y la condenación del hombre, en tanto que Éxodo es el libro de la redención. Levítico analiza la separación y comunión. En Éxodo la nación se saca de Egipto y se trae al Sinaí, pero en Levítico el Señor habla desde el tabernáculo (Lv 1.1) y explica cómo el hombre pecador puede andar en comunión con Dios.
La palabra «santo» y sus derivados se hallan ochenta y cinco veces en este libro. La primera sección del libro se refiere a los sacrificios, porque no podemos acercarnos a Dios sin derramamiento de sangre. La palabra «sangre» se halla ochenta y siete veces en Levítico.
La segunda parte del libro analiza las leyes de la pureza, explicando cómo el pueblo debe vivir separado para agradar a su Señor. Dios ha redimido a la nación de la esclavitud; ahora quiere ver que la nación anda en santidad y pureza para su gloria. Si hemos sido salvados por la sangre del Cordero y librados de la esclavitud del mundo, también debemos andar en comunión con nuestro Señor (1 Jn 1.5–10).
Necesitamos la sangre de Cristo, el Sacrificio Perfecto, para limpiarnos del pecado, y necesitamos obedecer la Palabra y andar en pureza y santidad en este presente mundo malo. Todo esto se ve en tipo y símbolo en Levítico.
IV. SACRIFICIO
Levítico es un libro de sacrificio y sangre, temas que son repulsivos para la mente moderna. La gente de hoy quiere una «religión sin sangre», salvación sin sacrificio, pero esto es imposible. Levítico 16 es tal vez el capítulo clave del libro y el capítulo 17 deja en claro que el derramamiento de sangre es lo que resuelve el problema del pecado (17.11). La palabra «expiación» significa «cubrir»; se usa ochenta y nueve veces en el libro.
La sangre de los sacrificios del AT nunca podía quitar el pecado (Heb 10.1–18). Esto se consiguió por el sacrificio de Cristo, de una vez por todas, en la cruz. La sangre de los sacrificios del AT sólo podía cubrir el pecado y señalar, al Salvador, cuya muerte consumaría la obra de redención. En sí el acto de traer sacrificios nunca salvaría al pecador. Debía haber fe en la Palabra de Dios, porque la fe es la que salva el alma. David sabía que los sacrificios solos nunca quitarían sus pecados (Sal 51.16–17); los profetas también lo dijeron bien claro (Is 1.11–24). Sin embargo, cuando el pecador venía con corazón contrito, poniendo su fe en la Palabra de Dios, su sacrificio era aceptable a Dios (véanse Caín y Abel, Gn 4.1–5).
Levítico presenta muchos cuadros de Cristo y su obra de redención en la cruz. Los cinco sacrificios ilustran varios aspectos de su persona y obra, y el Día de la Expiación es un cuadro hermoso de su muerte en la cruz. No trate de presionar cada detalle en cada tipo. Algunas de las instrucciones para los sacrificios, por ejemplo, tenían propósitos prácticos detrás y no necesitan que se tomen como que llevan lecciones espirituales especiales.
V. LECCIONES PRÁCTICAS
No practicamos hoy los sacrificios levíticos, pero este libro aún lleva algunas lecciones prácticas de peso que haríamos bien en considerar.
A. LO TERRIBLE DEL PECADO.
Debe haber derramamiento de sangre para expiar el pecado. Este no es algo ligero y sin importancia; es aborrecible a los ojos de Dios. Es costoso: cada sacrificio lo era para el adorador judío.
B. LA SANTIDAD DE DIOS.
Dios hace una distinción en este libro entre lo limpio y lo inmundo. También le advierte a su pueblo: «Sed santos, porque yo soy santo» (11.44).
C. LA GRACIA DE DIOS.
¡Él provee un camino de perdón y restauración! Por supuesto, este «camino» es Cristo, «el camino nuevo y vivo» (Heb 10.19). Los sacrificios del AT señalaban hacia el Salvador venidero. La frase «será perdonado» se usa al menos seis veces en Levítico.

1–7

Hebreos 10.1–14 aclara que en Cristo tenemos el cumplimiento completo de cada uno de los sacrificios del AT. Estos cinco sacrificios especiales nos ilustran los diversos aspectos de la persona y obra de nuestro Salvador.

I. EL HOLOCAUSTO: LA COMPLETA DEDICACIÓN DE CRISTO (1)

Este sacrificio debía ser un macho perfecto de un año, lo mejor del hato. El sacrificio se debía traer a la puerta del tabernáculo, porque sólo había un lugar de sacrificio aceptable a Dios (Véanse Lv 17). El ofrendante entonces colocaba sus manos sobre la cabeza del sacrificio, identificándose así con la bestia y como si transfiriera su pecado y culpa al animal inocente. La bestia se mataba y el sacerdote recogía la sangre y la rociaba alrededor del altar de bronce a la puerta del tabernáculo. Luego se desollaba al animal (y la piel se daba al sacerdote), se cortaba en pedazos y se quemaba por completo sobre el altar.
«Todo sobre el altar» (v. 9) es la frase clave: el animal entero se daba al Señor al consumirse en el fuego. Esto es un cuadro de la completa dedicación a Dios de nuestro Señor. «He venido para hacer tu voluntad, oh Dios» (Heb 10.9). Véanse también Juan 10.17 y Romanos 5.19. En Levítico 6.8–13 se recalca que lo primero que ofrecía el sacerdote cada mañana era un holocausto, de modo que cualquier otro sacrificio durante el día se ofrecía sobre el fundamento del holocausto. Romanos 12.1–2 instruye a los cristianos a presentarse como sacrificios vivos, como holocaustos vivientes, dedicados por completo a Dios. Así como los sacerdotes debían mantener un «holocausto continuo» (6.12–13), nosotros debemos dedicarnos constantemente al Señor para su gloria.

II. LA OFRENDA VEGETAL: LAS PERFECCIONES DE CRISTO (2)

La «oblación» es una ofrenda vegetal; no hay sangre involucrada en esta ofrenda. Podía ser de harina fina, harina horneada en tortas o inclusive espigas secas de trigo. La harina fina nos habla del perfecto carácter y vida de Cristo: no había nada áspero o rugoso en Él. El aceite simboliza el Espíritu de Dios. Y nótese el doble uso del aceite:
(1) mezclado (v. 4), lo cual nos recuerda que Cristo nació del Espíritu; y:
(2) derramado (v. 6), lo cual habla del ungimiento de Cristo por el Espíritu para su ministerio.
El incienso añadía una maravillosa fragancia a la ofrenda, ilustrando la belleza y fragancia de la vida perfecta de Cristo aquí en la tierra. La ofrenda tenía que pasar por el fuego, como Cristo tuvo que soportar el fuego del Calvario. Debía haber sal con la ofrenda (v. 13), simbolizando la pureza y la ausencia de descomposición, porque no hubo corrupción de ninguna clase en Cristo. Sin embargo, la ofrenda nunca debía tener levadura, que simboliza el pecado (1 Co 5.6–8; Mt 16.6; Mr. 8.15), porque no había pecado en Cristo. Tampoco debía tener miel, que es lo más dulce que la naturaleza tiene para ofrecer. No había nada de «dulzura humana natural» en Cristo; era el amor divino en carne.
¡Qué maravillosas son las perfecciones de Cristo! Que el Espíritu de Dios obre en nosotros de tal modo que podamos ser más semejantes a Él: equilibrados, estables, fragantes, puros.

III. LA OFRENDA DE PAZ: CRISTO NUESTRA PAZ (3)

Este procedimiento era más o menos el mismo que para el holocausto, excepto que el ofrendante recibía una parte del animal para festejar con él. Lo mejor se le daba primero a Dios (vv. 3–5), pero el resto debía comerlo el ofrendante de acuerdo a las reglas indicadas en 7.11–21. Esta debía ser una fiesta gozosa, ilustrando que había paz entre el ofrendante y el Señor, que la barrera del pecado se había quitado. Para la verdad del NT véanse Efesios 2.14, 17 y Colosenses 1.20. Nótese también en Levítico 7.28–34 que los sacerdotes recibían el pecho y la espaldilla como suyas, recordándonos que el pueblo de Dios debe alimentarse en Cristo si ha de ser fuerte. Levítico 17.1–9 destaca que cada vez que un israelita mataba un animal, debía hacerse como una ofrenda de paz. ¿No sería maravilloso si nosotros consideráramos cada una de nuestras comidas como una ofrenda de paz a Dios y pasáramos nuestro tiempo a la mesa en comunión con Él y los unos con los otros?
Sin Cristo no puede haber paz. Requirió la sangre de la cruz para que el problema del pecado quedara resuelto de una vez por todas.

IV. LA OFRENDA POR EL PECADO: CRISTO HECHO PECADO POR NOSOTROS (4)

No había ofrenda por el pecado «abiertamente» deliberado (Nm 15.30–31), pero había provisión para los pecados de ignorancia. Nótese que la sangre tenía que rociarse delante del velo (v. 6) y aplicarse a los cuernos del altar (v. 7), lo cual muestra la seriedad del pecado. En los versículos 3–12 tenemos las instrucciones en cuanto a los pecados del sacerdote; en los versículos 13–21 aparecen las instrucciones por los pecados de toda la congregación; ¡nótese que se exigía por ambos el mismo sacrificio! ¡Los pecados de un sacerdote (siendo el ungido de Dios) eran iguales a los de la nación entera! En los versículos 22–26 tenemos las regulaciones para los gobernantes y en los versículos 27–35 las regulaciones por el pueblo común. La ofrenda, entonces, dependía del status y responsabilidad de quien quebrantaba la ley de Dios.
Nótese que el sacrificio no se quemaba en el altar de bronce; se llevaba fuera del campamento y quemaba en un lugar limpio. Esto nos recuerda Hebreos 13.11–13 y del hecho de que Cristo fue crucificado «fuera del campamento», rechazado por la nación que vino a salvar. El paralelo del NT con la ofrenda por el pecado está en 2 Corintios 5.21, donde se nos dice que Cristo fue hecho pecado por nosotros; Véanse también 1 Pedro 2.24.
Es maravilloso ver que incluso el ofrendante más pobre podía ofrendar por el pecado, porque en 5.7 se nos dice que Dios aceptaba tórtolas o palominos. Este fue el humilde sacrificio que trajeron José y María (Lc 2.24) mostrando la pobreza de la familia de nuestro Señor.

V. LA OFRENDA POR TRANSGRESIÓN: CRISTO PAGA LA DEUDA DEL PECADO (5.1–6.7)

La ofrenda por el pecado y la ofrenda por transgresión están muy relacionadas. Es más, son cuadros de dos aspectos de la muerte de Cristo por los pecadores perdidos. La ofrenda por el pecado se refiere al pecado como parte de la naturaleza humana, el hecho de que todos son pecadores, mientras que la ofrenda por transgresión enfatiza los actos individuales de pecado. Usted notará en las ofrendas por transgresión que los ofensores tenían que hacer restitución por lo cometido (5.16; 6.4–5). Esta ofrenda, entonces, nos recuerda que el pecado es costoso y que donde hay verdadero arrepentimiento habrá restitución y pago. En 5.14–19 tenemos el énfasis en las transgresiones contra Dios, mientras que en 6.1–7 es a las transgresiones contra otros. En ambos casos se miraba el pecado como una deuda que pagar; y, por supuesto, al final Cristo consumó y pagó la deuda.
Es interesante notar el orden de estos sacrificios según aparecen en la Biblia. Dios empieza con el holocausto, la completa consagración de su Hijo a la obra de la redención, porque es aquí donde empieza el plan de la salvación en la eternidad del pasado. Pero desde el punto de vista humano, el orden es inverso. Primero nos vemos como habiendo cometido pecados de varias clases y nos damos cuenta de que estamos en deuda con Dios y con el hombre. Esta es la ofrenda por las transgresiones.
Pero conforme continúa la obra de convicción, nos damos cuenta de que somos pecadores: ¡nuestra misma naturaleza es pecadora! Esta es la ofrenda por el pecado. Entonces el Espíritu nos revela a Cristo, el único que hizo la paz mediante la sangre en la cruz y descubrimos la ofrenda de paz. Al crecer en la gracia, llegamos a comprender las perfecciones de nuestro Señor y que somos «aceptos en el Amado»; esta es la ofrenda vegetal. El resultado de todo esto debe ser nuestra completa consagración al Señor: el holocausto.
Hoy no necesitamos sacrificios. «Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Heb 10.14). ¡Aleluya, qué Salvador!

10

En el capítulo anterior Moisés y Aarón levantaron el tabernáculo y lo dedicaron a Jehová, el fuego de Dios cayó sobre el altar y la gloria de Dios llenó el santuario. Fue una experiencia especial y santa para los sacerdotes y para la nación de Israel. Sin embargo, dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú (Éx 6.23; 28.1), con presunción pecaron contra Dios y Él los juzgó. El fuego de Dios que consumió el sacrificio en el altar (9.24) produjo también la muerte súbita de ellos. «Nuestro Dios es fuego consumidor» (Heb 12.29).
El tema central del capítulo se menciona en el versículo 3: «En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado». La frase «los que a mí se acercan» se refiere a los sacerdotes que tenían el privilegio de ministrar en el tabernáculo donde Dios moraba en el Lugar Santísimo. Véanse Ezequiel 42.13 y Éxodo 19.22. El privilegio siempre trae responsabilidad, pero Nadab y Abiú demostraron ser irresponsables.
Es un privilegio ser un siervo del Señor. Dios amonesta a sus siervos a honrarle y glorificarle en tres aspectos especiales de la vida.

I. HONRAR A DIOS (10)

A. EN SU SERVICIO (VV. 1–5).
Nadab y Abiú estuvieron en el monte santo con Moisés y su padre Aarón (Éx 24.1–2, 10), de modo que eran privilegiados. Oyeron las palabras de la ley y sabían lo que Dios requería de sus sacerdotes, de modo que no fue un pecado por ignorancia.
¿Cuál fue su pecado? El texto dice que ofrecieron al Señor «fuego extraño». La palabra «extraño» significa «no autorizado por la Palabra de Dios» (Véanse Éx 30.9). Eran entusiastas, pero lo que hicieron no estaba de acuerdo a las Escrituras. Se ha sugerido que no usaron el fuego del altar (9.24), de modo que Dios no podía aceptar su adoración. Pero hay mucho más.
Una vez al año, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote tenía el privilegio de entrar en el Lugar Santísimo con el incienso (Lv 16.12). El resto del año el incienso se quemaba mañana y tarde en el altar de oro que estaba delante del velo (Éx 30.1–10, 34–38). Los dos hijos de Aarón se inventaron una nueva ceremonia para adorar a Jehová, y Él no la aceptaría. No eran sumos sacerdotes, no era el Día de la Expiación y no quemaron el incienso en el altar de oro.
¿Por qué pecaron? Tal vez se dejaron llevar por el entusiasmo de la hora al ver la gloria de Dios que llenaba el santuario y el fuego de Dios que descendía del cielo. Lo que hicieron fue un ejemplo de «culto voluntario» (Col 2.23) y es una advertencia para todos los que dirigen al pueblo de Dios en el culto de adoración. El entusiasmo carnal no sustituye la plenitud del Espíritu y uno de los frutos del Espíritu es el dominio propio (Gl 5.23). Debemos adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4.24). El Espíritu de Dios nunca conducirá a los creyentes a hacer algo contrario a su Palabra, ni le importará cuán «felices» o entusiastas se sientan.
El juicio empieza por la casa del Señor (1 P 4.17; Véanse también Ez 9.6). Este era el principio de un nuevo período en la historia de Israel y Dios usó este juicio como una advertencia para su pueblo.
Usted hallará juicios similares cuando Israel entró en la tierra prometida (Jos 7), cuando David quiso traer el arca a Jerusalén (2 S 6) y durante los primeros días de la Iglesia (Hch 5). Siempre que personas pecadoras se toman para sí la gloria que pertenece sólo a Dios, el juicio vendrá de una forma u otra. Dios no dará su gloria a otro (Is 42.8; 48.11; 52.11).
B. EN SU LAMENTO (VV. 6–7).
Moisés le advirtió a Aarón y a sus dos hijos restantes que no lamentaran la muerte de Nadab y Abiú de la manera en que el pueblo común hacía duelo (véanse 21.1–12 y Ez 24.16–17). Tenían que permanecer en los recintos del tabernáculo durante el tiempo de la dedicación (8.33). Si desobedecían, la ira vendría sobre todo el pueblo y no sólo sobre los sacerdotes. Al quedarse en sus lugares y servir al pueblo, honraban a Dios y mostraban al pueblo la importancia de obedecer su Palabra, cueste lo que cueste.
Por supuesto, tal mandamiento no se aplica a los del pueblo de Dios hoy, quienes también son sus sacerdotes (1 P 2.5, 9). Lamentamos la muerte de seres queridos, pero no debemos lamentarnos «como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4.13–18). Al lamentarnos de una manera santa, testificamos al mundo perdido de que tenemos esperanza en Jesucristo y no estamos en desesperación.
C. EN SU COMIDA Y BEBIDA (VV. 8–20).
Estas admoniciones se relacionan con los deberes diarios de los sacerdotes, pero tienen aplicaciones prácticas para los creyentes de hoy.
(1) Bebidas alcohólicas (vv. 8–11). Este es el único lugar en Levítico donde Dios le habla directamente a Aarón, de modo que debe ser un mandamiento importante. A los judíos no se les prohibió beber vino o alcohol, pero se les advirtió en contra de la embriaguez y los pecados que a menudo la acompañan (Pr 20.1; 23.20, 29–31; Is 5.11; Hab 2.15). Los que servían al Señor debían ser ejemplo y llenos del Espíritu y no de vino (Ef 5.18). Por su enseñanza y ejemplo debían «establecer una diferencia» entre lo santo y lo no santo (véanse Ez 22.26; 42.20; 44.23; 48.14–15). El NT sigue este mismo enfoque (Ro 14.14–23).
(2) Los sacrificios (vv. 12–20). A los sacerdotes se les daba cierta porción de algunos de los sacrificios y debían comer su alimento en el tabernáculo. Era santo y no debía tratarse como comida común. Durante la ceremonia de dedicación que aparece en el capítulo 9 ofrecieron la ofrenda vegetal, la ofrenda por el pecado, el holocausto y la ofrenda de paz; y los sacerdotes debían de comer su porción como parte del culto. Fue otro recordatorio para ellos y para el pueblo de que los sacrificios eran santos para el Señor. Véanse más detalles en Levítico 6.14–30 y 7.11–38.
Había dos clases de ofrendas por el pecado, una cuya sangre se rociaba en el Lugar Santo y otra cuya sangre se rociaba en el altar del holocausto. En aquel día la ofrenda por el pecado era del segundo tipo (9.9; 10.18), de modo que Aarón y los sacerdotes debían haberla comido; pero no lo hicieron. Ya era lo suficiente malo que Nadab y Abiú hicieran lo que se suponía que no debían hacer y trajeran juicio, pero ahora los sacerdotes no hacían lo que se suponía que debían hacer, ¡y estaban invitando más juicio!
Moisés reprendió a los dos hijos de Aarón, pero Aarón salió en su defensa. A la familia no se le permitió lamentar la súbita muerte de los dos hijos y ayunaron en su lugar al no comer la carne de la ofrenda por el pecado. Si hubieran comido del sacrificio, hubiera sido una rutina mecánica y no una comida santa; porque sus corazones no hubieran estado en ello. ¿Querría Dios tal clase de servicio? Él quiere obediencia, no sacrificio (1 S 15.22), y corazones que estén bien con Él.
Este capítulo es una severa advertencia contra la adoración y servicio que va más allá de los límites fijados por la Palabra de Dios. Es también una advertencia contra el entusiasmo carnal que imita la obra del Espíritu. La adoración falsificada entristece al Espíritu de Dios que quiere guiarnos a experiencias de adoración basadas en las Escrituras y que glorifiquen a Dios. Nuestra adoración debe demostrar las alabanzas a Dios (1 P 2.9) y ser aceptables a Él (1 P 2.5). La adoración que exalta a las personas y falla al glorificar a Dios, no es aceptable ante Él.
«Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10.31).

11

Del énfasis en la redención de los capítulos 1–10, Moisés ahora se vuelve al tema de la contaminación.
En los capítulos 11–15 y 17–22 enseña a su pueblo la diferencia entre lo limpio y lo inmundo en cuanto a alimento, nacimiento y muerte, enfermedades y relaciones personales. Los capítulos 21–22 instruyen a los sacerdotes en cuanto a su responsabilidad de separarse del pecado y dedicarse al Señor.

I. PAUTAS PARA EL PUEBLO DE DIOS (11)

A. LA DIETA DEL PUEBLO DE DIOS (VV. 1–23).
No sabemos la primera vez que el pueblo de Dios recibió la ley acerca de alimentos limpios e inmundos, pero se conocía en los días de Noé (Gn 7.1–10). Tal vez era parte de la enseñanza que Dios le dio a Adán y Eva en el jardín del Edén. Había al menos dos razones para esta ley dietética:
(1) la salud del pueblo de Dios, y:
(2) la distinción de Israel como pueblo separado.
En una época cuando no había refrigeración ni medios adecuados para cocinar, muchos de estos alimentos prohibidos eran potencialmente peligrosos para la salud del pueblo. Véanse Éxodo 15.26 y Deuteronomio 7.15. Sin embargo, la principal razón era que los judíos pudieran recordar todos los días, en cada comida, que eran un pueblo separado que no debían vivir como las naciones gentiles que los rodeaban. Véanse más información en Deuteronomio 14.1–20.
Estas leyes dietéticas se dieron sólo a los judíos y quedaron abolidas con el cumplimiento de la Ley Mosaica en Jesucristo (Col 2.11–17). Jesús aclaró que estas leyes fueron temporales y no determinaban la condición del corazón (Mc 7.1–23). La iglesia primitiva se dividió respecto a estas leyes (Ro 14.1–15.7). Es evidente que Pedro mantenía una «casa kosher» incluso después del Calvario y Pentecostés (Hch 10.9–16), pero pronto aprendería que Dios había hecho algunos cambios drásticos. («Kosher» procede de una palabra hebrea que significa «apropiado, correcto». La gente en una casa judía kosher comían sólo los alimentos que Dios dijo que eran apropiados y aprobados.)
En la iglesia de hoy las dietas no son ningún medio de salvación ni santidad (Col 2.20–23; 1 Ti 4.1–5); y los cristianos no debemos juzgarnos unos a otros en estas cuestiones. Aun cuando algunos alimentos pueden no ser físicamente buenos para algunas personas, lo que un cristiano come o bebe no debe ser prueba de espiritualidad.
Moisés se refiere primero a las criaturas terrestres (vv. 1–8) y afirma que se pueden comer sólo los animales que tenían la pezuña hendida y que rumiaban el alimento. Las criaturas acuáticas (vv. 9–12) debían tener tanto escamas como aletas. Esto eliminaría las que se arrastran en el lodo en donde podían contaminarse con toda clase de parásitos. El pez que nadaba libremente sería seguro para comer. (Por supuesto, esto era mucho antes de los días de la contaminación de los sistemas acuíferos de la tierra.) Luego vienen las criaturas que vuelan (vv. 13–23), incluyendo las aves (vv. 13–19) e insectos (vv. 20–23). Aquí el Señor nombra a algunas criaturas específicas y no da ninguna norma general para seguir como lo hizo con las terrestres y acuáticas. La cuarta categoría son los animales que se arrastran (vv. 29–31a, 41–43). De nuevo se mencionan criaturas específicas como inmundas para los judíos.
Algunos estudiosos bien intencionados tratan de «espiritualizar» estas leyes para hallar alguna verdad «más profunda» en ellas, pero los resultados son contradictorios y cuestionables. Decir que «rumiar el bocado» se refiere a meditar en las Escrituras y que «la pezuña hendida» es un cuadro de un andar separado en Cristo es torcer las Escrituras y privarles de su verdadero significado.
Los cristianos de hoy son libres para comer como les plazca, pero deben tener presente 1 Corintios 10.31.
B. LA CONTAMINACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS (VV. 24–40).
Moisés no sólo advirtió a los judíos a cuidarse de lo que comían, sino también que debían cuidarse de lo que tocaban; porque el cadáver de un animal era inmundo para ellos. Si un judío tocaba un cadáver, sería inmundo hasta el atardecer, el principio de un nuevo día. Debía entonces lavar tanto su ropa como su cuerpo y entonces se le permitía entrar al campamento.
En los versículos 24–28 la ley es sobre las personas que se contaminan mediante los animales muertos; y en los versículos 31b–38 se refiere a la contaminación de las cosas, particularmente los objetos en el hogar. Vasijas, ropas, muebles, alimento y agua, todo podía contaminarse por lo que era inmundo. Había que tratar con seriedad esta «inmundicia ritual» si el pueblo y la casa iban a ser agradables al Señor. En los versículos 39–40 Moisés se refiere a la contaminación de los cadáveres de animales limpios que se usaban para alimento. El judío no comía mucha carne puesto que era muy costoso perder un animal que era útil para procrear y para dar lana y leche. Tenía que cuidarse de no matar con descuido sus animales, porque era contrario a la ley comer sangre (Lv 3.17; 7.26–27; 17.14).
C. LA DEDICACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS (VV. 44–47).
Aquí Moisés da tres motivos para la pureza de la nación judía. Serían tentados a seguir las repugnantes costumbres de sus vecinos paganos, pero estas verdades los motivarían a obedecer al Señor y abstenerse de contaminación.
(1) Dios es un Dios santo (v. 44). «Sed santos porque yo soy santo» se repite de varias formas trece veces en el libro de Levítico (11.44, 45; 19.2; 20.7, 8, 26; 21.8, 15, 23; 22.9, 16, 32) y se cita en 1 Pedro 1.15–16 según se aplica al cristiano del NT hoy. Si somos el pueblo de Dios y Él es un Dios santo, es lógico que vivamos en santidad. Las leyes dietéticas recordaban a los judíos que eran pueblo escogido, gente santa (Éx 19.5–8; Véanse 1 P 2.9).
(2) Dios nos redimió para sí (v. 45). El Señor a menudo les recordó a los judíos que eran un pueblo redimido y que los había rescatado por su gracia y poder (19.36; 22.33, 43; 25.38, 42, 55; 26.13, 45). Si no los hubiera redimido, aún serían esclavos en Egipto. Por supuesto, el éxodo es un cuadro de la redención que tenemos en Jesucristo, porque Él es el Cordero Pascual sacrificado por nosotros (Jn 1.29; 1 Co 5.7; 1 P 1.18–19). Si somos un pueblo redimido, debemos vivir en santidad para agradar al Dios que nos libertó.
(3) Dios quiere que su pueblo sea diferente (vv. 46–47). Estas leyes les enseñaban a los judíos que eran un pueblo especial para el Señor y se suponía que debían ser diferentes a las naciones que los rodeaban. Véanse Levítico 10.10 y 20.22–26, así como Ezequiel 22.26; 42.20; 44.23 y 48.14–15.
Debido a que la gente se olvidó de su deuda al Señor, empezaron a mezclarse con las naciones gentiles y a aprender sus caminos impíos. Dejaron de diferenciar entre lo santo y lo no santo, lo limpio y lo inmundo; y esto los llevó al castigo y al cautiverio. Por supuesto, hoy «no hay diferencia» entre el judío y el gentil, ni en condenación (Ro 3.22–23) ni salvación (Ro 10.12–13). Los judíos y gentiles creyentes son todos «uno en Cristo Jesús» (Gl 3.26–29).
Es significativo que el Señor Jesús estableció una ordenanza para su Iglesia que involucra comer y beber (1 Co 11.23–34). Cada vez que participamos del pan y de la copa, lo hacemos para recordarlo a Él y lo que hizo por nosotros en la cruz. La observancia de la Cena del Señor (la eucaristía) debe animarnos a ser un pueblo santo, agradecido y diferente a los del mundo.

13–14

Cuando nuestro Señor ministraba en la tierra, curó leprosos (Mt 10.8; 11.5; Mc 1.40–45; Lc 17.11–19).
A esto se le decía limpiamiento, puesto que se miraba a la lepra como una contaminación además de una enfermedad. Al leproso se le excluía de la sociedad normal y se le prohibía que entrara al templo.
Estos dos capítulos de Levítico se refieren a la lepra como un cuadro del pecado, e ilustran lo que Cristo ha hecho para limpiar a los pecadores. (Nótese que la palabra hebrea que se traduce «lepra» se podría aplicar a varias enfermedades de la piel.)

I. LAS CARACTERÍSTICAS DEL PECADO (13)

Si una persona pensaba que tenía lepra, debía ir al sacerdote para que le examinara. Nótense las características de la lepra y cómo es un cuadro del pecado:
A. ES MÁS PROFUNDO QUE LA PIEL (V. 3).
La lepra no era sólo una erupción superficial; era mucho más profunda que la piel. ¡Cuán parecido al pecado! El problema no está en la superficie. Mucho más profundo que la piel, el problema yace en la naturaleza pecadora humana. La Biblia no tiene nada bueno que decir respecto a la carne (la vieja naturaleza), porque nuestra naturaleza pecadora es la fuente de muchos de nuestros problemas. Los pecadores no pueden cambiar con remedios superficiales; necesitan el cambio de sus corazones.
Véanse Jeremías 17.9; Romanos 7.18; Salmo 51.5 y Job 14.4.
B. SE ESPARCE (V. 7).
La lepra no era una llaga aislada en alguna parte del cuerpo; tenía una manera de esparcirse y contagiar a todo el cuerpo. El pecado también se esparce: empieza con un pensamiento, luego sigue un deseo, después un acto, luego los terribles resultados (Stg 1.13–15). Lea 2 Samuel 11 y vea cómo el pecado se diseminó en la vida de David: dejó su ejército cuando debería haber estado luchando; permitió que sus ojos se fijaran en la mujer de su prójimo; codició; cometió adulterio; mintió; emborrachó a Urías, su prójimo; y por último asesinó al hombre.
C. CONTAMINA (VV. 44–46).
Esto significa, por supuesto, impureza ceremonial; a los leprosos no se les permitía participar en los servicios religiosos. Se les obligaba a marcarse como leprosos y a gritar: «¡Inmundo! ¡Inmundo!», para advertir a los que le rodeaban. Cualquiera que tocaba a un leproso también quedaba contaminado. Esta es la tragedia del pecado: ensucia la mente, el corazón, el cuerpo y todo lo que toca. Un pecador puede contaminar a toda la casa; piense en Acán (Jos 7). Jamás ninguno fue más limpio por el pecado, porque el pecado es el gran contaminador de la humanidad.
D. AÍSLA (V. 46).
«Habitará solo». Qué palabras tan tristes. «Fuera del campamento», en el lugar de rechazo era el único sitio para el leproso. El pecado siempre aísla a las personas. Les separa de su familia, amigos y, finalmente, de Dios. Cuando Cristo fue hecho pecado por nosotros clamó: «¿Por qué me has abandonado?» El pecado separa a las personas de Dios; y en esto consiste el infierno.
E. DESTINA A LAS COSAS PARA EL FUEGO (V. 52).
Cualquier prenda de vestir que se hallaba contaminada con lepra debía quemarse. Hay un solo lugar para el pecado y ese es en el fuego del juicio. Jesús describe el infierno como un lugar donde el fuego nunca se extingue (Mt 9.43–48). Es triste pensar en millones de «leprosos espirituales» que se consignan al fuego eterno del juicio debido a que nunca han confiado en Cristo como su Salvador.
¡Cuán importante es que le digamos al mundo las buenas nuevas del evangelio!
La gente puede reírse del pecado, excusarlo, o tratar de disculparlo, mas para Dios el pecado es serio. Nótese en Isaías 1.4 el uso que el profeta hace de la lepra como un cuadro del pecado.

II. LA LIMPIEZA DEL PECADOR (14)

Este capítulo explica el rito del limpiamiento ceremonial de los leprosos para que pudieran incorporarse de nuevo a la sociedad.
A. EL LEPROSO ACUDE AL SACERDOTE (V. 3).
Por supuesto, al leproso se le impedía entrar en el campamento, de modo que el sacerdote tenía que «salir del campamento». ¡Qué cuadro de Cristo que vino a nosotros y murió «fuera del campamento» para que podamos ser salvos (Heb 13.10–13). Nosotros no lo buscamos, sino que Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc 19.10).
B. EL SACERDOTE OFRECE LOS SACRIFICIOS (VV. 4–7).
Esta ceremonia es un hermoso cuadro de la obra de Cristo. El sacerdote tomaba una de las aves, la colocaba en una vasija de barro y entonces la mataba. Por supuesto, las aves no se crearon para vivir en vasijas, sino para volar en los cielos. Cristo voluntariamente dejó el cielo y se hizo de un cuerpo, poniéndose a sí mismo, por así decirlo, en una vasija de barro para morir por nosotros. Nótese que se mataba al ave sobre agua corriente, un cuadro del Espíritu Santo. El sacerdote entonces tomaba el ave viva, la sumergía en la sangre del ave muerta y la dejaba en libertad. Aquí tenemos una vívida ilustración de la resurrección de Cristo. Jesús murió por nuestros pecados y resucitó, y tomó la sangre (hablando espiritualmente) al regresar al cielo para que nosotros pudiéramos ser limpios del pecado.
Por último, el sacerdote rociaba un poco de sangre sobre el leproso, porque «sin derramamiento de sangre no hay remisión» (Heb 9.22).
C. EL LEPROSO SE LAVA Y ESPERA (VV. 8–9).
El sacerdote ya le había pronunciado limpio, de modo que era aceptado en lo que a Dios concernía, pero ahora tenía que hacerse ritualmente aceptable. Este lavamiento es un cuadro del creyente limpiándose de las inmundicias de la carne y del espíritu (2 Co 7.1). Después que somos salvos, es nuestra responsabilidad mantener nuestras vidas sin mancha y santas por amor a Él. Nótese que la espera del leproso era hasta el octavo día, porque ocho es el número de la resurrección, el nuevo comienzo.
D. EL LEPROSO OFRECE SACRIFICIOS (VV. 10–13).
Ahora está de nuevo en el campamento a la puerta del tabernáculo. Ofrece una ofrenda por la transgresión, una por el pecado y un holocausto. La ofrenda por el pecado resolvía su contaminación; el holocausto representaba su renovada dedicación a Dios. ¿Por qué se ofrecía la ofrenda por la transgresión? Debido a que mientras estuvo inmundo, el hombre no pudo servir a Dios como debía y tenía con Dios una gran deuda. La ofrenda por la transgresión era su única manera de resarcir el daño hecho por esa etapa de su vida desperdiciada. Todo pecador perdido le roba a Dios el honor debido a su nombre y cada día la deuda aumenta.
E. EL SACERDOTE APLICA LA SANGRE Y EL ACEITE (VV. 14–20).
Esta es una parte conmovedora del ritual. El sacerdote tomaba de la sangre y la aplicaba a la oreja y los pulgares de la mano y el pie derechos del hombre, simbolizando que su cuerpo entero había sido ahora comprado y que le pertenecía a Dios. Tenía que escuchar la Palabra de Dios, trabajar para la gloria de Él y andar en sus caminos. Entonces el sacerdote ponía aceite en la sangre, simbolizando el poder del Espíritu de Dios para hacer la voluntad de Dios. La sangre no podía ponerse en el aceite; el aceite debía ponerse en la sangre. Porque donde se ha aplicado la sangre el Espíritu puede obrar. El resto del aceite se derramaba sobre la cabeza del hombre y así era ungido para su nueva vida. Si lee Levítico 8.22–24 verá que una ceremonia similar se realizaba para la consagración de los sacerdotes.
En otras palabras, Dios trataba al leproso como lo haría con un sacerdote.
Por supuesto, todo esto se logra hoy mediante la fe en Jesucristo. Él salió «fuera del campamento» para hallarnos. ¡Murió y resucitó para salvarnos! Cuando confiamos en Jesucristo, Él aplica la sangre y aceite a nuestras vidas, y nos restaura a la comunión con Dios. Un día un leproso le dijo a Cristo: «Si quieres, puedes limpiarme». Él contestó: «Quiero. Sé limpio». Véanse Marcos 1.40–45. Cristo quiere y puede salvar.

16–17

El Día de la Expiación era la festividad religiosa más solemne de Israel, porque en ese día Dios enfrentaba todos los pecados que no se cubrieron durante el año. Hebreos 10.1 es el comentario del NT sobre este capítulo.

I. LA PREPARACIÓN DEL SACERDOTE (16.1–14)

A. DEBÍA ESTAR SOLO (VV. 1–2; 16.17).
Ningún levita podía ayudar en este importante rito. El sumo sacerdote tenía que oficiar solo. Así con nuestro Señor: Sólo Él pudo pagar el precio del pecado. Su nación le rechazó, sus discípulos le abandonaron y huyeron, y el Padre le desamparó cuando murió en la cruz. Nuestro Señor solo resolvió la cuestión del pecado de una vez por todas.
B. TENÍA QUE DEJAR A UN LADO SUS GLORIOSOS VESTIDOS (V. 4).
Qué cuadro de la venida de nuestro Señor a la tierra como un ser humano. Dejó a un lado los ropajes de su gloria y tomó la forma de siervo. (Véanse también Filipenses 2.1–11.)
C. SE LAVABA (V. 4).
Para el sacerdote esto significaba librarse de cualquier contaminación ceremonial. Como un cuadro de Cristo, le muestra santificándose por amor a nosotros (Jn 17.19). Voluntariamente se dedicó a sí mismo a la tarea de dar su vida en rescate por muchos.
D. OFRECÍA UNA OFRENDA POR EL PECADO (VV. 6–11).
Nuestro Señor no tenía que ofrecer ningún sacrificio por sí mismo. Léase cuidadosamente Hebreos 7.23–28.
E. ENTRABA EN EL LUGAR SANTÍSIMO (VV. 12–13).
El sumo sacerdote en realidad entraba al Lugar Santísimo tres veces: primero con el incienso, que es un cuadro de la gloria de Dios; luego con la sangre del sacrificio por sí mismo; y por último con la sangre derramada por el pueblo. El incienso precedía a la sangre porque el propósito de la salvación es glorificar a Dios (Ef 1.6, 12, 14). Jesús murió no sólo para salvar a los pecadores perdidos y darles vida, sino para que Dios fuera glorificado (Jn 17.1–5).
Todo eso era preparación para la tarea principal del Día de la Expiación, la presentación de la ofrenda por el pecado de la nación.

II. LA PRESENTACIÓN DE LOS MACHOS CABRÍOS (16.15–34)

Nótese que dos machos cabríos se consideraban una ofrenda por el pecado (v. 5). Ilustran dos aspectos de la obra de la cruz. Después que el sumo sacerdote regresaba de rociar la sangre de su ofrenda por el pecado, tomaba el macho cabrío designado para morir y lo mataba como una ofrenda por el pecado por la nación entera. Luego entraba al Lugar Santísimo por tercera vez, llevando la sangre del macho cabrío. Rociaba la sangre sobre el propiciatorio y delante del mismo, y así cubría los pecados de la nación. Nótese que el versículo 20 indica que la sangre de la ofrenda por el pecado «reconciliaba» al pueblo y al tabernáculo de Dios (Véanse Heb 9.23–24).
Después de aplicar la sangre, el sumo sacerdote tomaba el macho cabrío vivo, colocaba sus manos sobre su cabeza y confesaba los pecados del pueblo, transfiriendo así simbólicamente su culpa al animal inocente. La expresión «chivo expiatorio» procede de una palabra hebrea que significa «quitar».
A esta cabra se la enviaba lejos al desierto, para nunca más volverla a ver y esto ilustraba la remoción de los pecados de la nación (Sal 103.12). Por supuesto, estos ritos no quitaban el pecado, puesto que las ceremonias tenían que repetirse año tras año. Pero ilustraban lo que Cristo haría al morir de una vez por todas por los pecados del mundo. El israelita creyente era salvo por su fe, así como la gente siempre lo ha sido. Sólo después de completada la ofrenda por el pecado y la iniquidad de la nación llevada lejos (simbólicamente), se quitaba el sumo sacerdote sus vestidos humildes de lino y se ponía los de gloria.
Este es un cuadro de la resurrección y ascensión de Cristo. Después de acabar su obra en la cruz, regresó al Padre en la gloria, donde está sentado hoy. El Día de la Expiación debía ser santo para los judíos y no debían realizar ningún trabajo. La salvación no es por obras, es totalmente por la gracia de Dios.

III. LA PROHIBICIÓN RESPECTO A LA SANGRE (17)

Levítico 17.11 es un versículo clave en la Biblia, porque afirma enfáticamente que la única manera de expiación es mediante la sangre. Mucho antes de que la ciencia descubriera las maravillas de la sangre, la Biblia enseñaba que la vida está en la sangre. Los médicos solían sacarle sangre a la gente, tratando de lograr mejoría; ¡hoy hacen transfusiones de sangre!
Este capítulo prohibió al judío matar por descuido a sus animales. Debía hacer de cada animal una ofrenda de paz al Señor, trayéndolo a la puerta del tabernáculo para que el sacerdote lo ofreciera. El peligro, por supuesto, era que podían verse tentados a sacrificar a los ídolos o a los demonios (v. 7), práctica que aprendieron en Egipto; o que la sangre no se le quitara al animal y así la gente estaría pecado al comer sangre. La sangre era algo especial; no debía tratársela como comida común.
En todo este capítulo el énfasis está en el lugar único del sacrificio. Había sólo un precio que Dios aceptaría: la sangre; y un solo lugar donde Dios lo aceptaría: la puerta del tabernáculo. Así es hoy. Dios no acepta sino un precio por el pecado: la sangre de su Hijo. Y esa sangre se derramó en un lugar designado por Dios: la cruz del Calvario. Depender de cualquier otro sacrificio o de cualquier otro lugar es ser rechazado por Dios.
La vida está en la sangre, tanto física como espiritualmente. Nuestra vida espiritual depende de la sangre derramada de Cristo (véanse 1 Jn 1.7; Ef 1.7; Col 1.14; Heb 9.22).
Vivimos en una época cuando los teólogos liberales rechazan la doctrina de la sangre de Cristo. La llaman «religión de matadero». Es necesario dejar en claro que la Biblia es un libro de sangre, desde Génesis (donde Dios mató animales para vestir a Adán y Eva) hasta Apocalipsis (donde Juan contempló a Cristo «como un Cordero inmolado»). No es Cristo el Ejemplo, o Cristo el Maestro el que nos salva; es Cristo el Cordero de Dios, crucificado por los pecados del mundo.

21–22

Los sacerdotes en general, y el sumo sacerdote en particular, debían mantener las normas más elevadas de carácter y conducta; y nunca debían ofrecer sacrificio por debajo de las normas. En esto, eran un cuadro de nuestro Señor Jesucristo, el sumo Sacerdote perfecto y el sacrifico perfecto (Heb 7.26–28; 10.1–14). También presentan un reto al pueblo de Dios como sacerdotes (1 P 2.5, 9) y sacrificios (Ro 12.1) a dar lo mejor a Dios.
Nótese la repetición de las palabras contaminarse, profanar, mancha, inmundo, santo y santificar. El tema es el carácter y conducta santa de los siervos de Dios al ministrar al Señor y a su pueblo. Dios advierte que al servirle no debemos profanarnos (21.5), ni el nombre de Dios (21.6; 22.2), ni el santuario de Dios (21.12), ni nuestros niños (21.15), ni las cosas sagradas que manejamos en el ministerio (22.15).
Una de las tragedias en toda la historia de Israel fue la contaminación del sacerdocio, que a la larga condujo a la contaminación de la nación. Si el pecado más grande es la corrupción del mejor bien, los sacerdotes judíos lograron cometer el pecado más grande; porque corrompieron el sacerdocio con su carácter impío, su mala conducta y su ministerio negligente de las cosas santas de Dios (Véanse Mal 1.6–2.9). Desafortunadamente la iglesia de hoy ha hecho del ministerio mercancía y mofa; y la iglesia necesita con desesperación un avivamiento de santidad.

I. SACERDOTES PERFECTOS (21.1–22.16)

Estas leyes conciernen al comportamiento de los sacerdotes en relación al duelo por los muertos, el matrimonio y la conducta en las relaciones familiares.
A. CONDUCTA DE LOS SACERDOTES (21.1–9).
En el campamento de Israel una persona se contaminaba si tocaba un cadáver o incluso si entraba en una casa donde había un cadáver (Nm 19.11–22). El sacerdote común podía contaminarse por miembros de su familia inmediata, pero no por otros parientes o amigos. Ningún judío debía seguir las prácticas del duelo pagano (19.27–28; Dt 14.1). La razón para estas leyes aparece en los versículos 6 y 8: los sacerdotes ofrecen los sacrificios a Dios y han sido apartados para Él (véanse 21.15, 23; 22.9, 16, 32). Ningún sacerdote debía casarse con una prostituta ni divorciada, porque esto podía introducir en la tribu sacerdotal hijos no engendrados por un hombre de la tribu de Leví (Véanse v. 15). A ninguna hija de un sacerdote debía permitírsele vivir si se había involucrado en inmoralidad (véanse 20.14 y Gn 38.24).
B. LA CONDUCTA DEL SUMO SACERDOTES (21.10–15).
Debido a su unción y posición delante de Dios, se esperaba que el sumo sacerdote fuera aún más ejemplar que los sacerdotes ordinarios. Dios siempre espera más de los líderes. El sumo sacerdote no podía contaminarse ni siquiera por sus padres, ni podía mostrar las señales normales de luto. El versículo 11 no enseña que el sumo sacerdote vivía en el tabernáculo, porque Números 3.38 nos dice que su tienda estaba levantada en el lado oriental del tabernáculo. Este versículo instruye al sumo sacerdote a estar siempre de turno y a no dejar el recinto del tabernáculo ni siquiera por un funeral.
Debía casarse con una virgen para asegurar a la nación que el próximo sumo sacerdote era en realidad su hijo.
C. LAS CARACTERÍSTICAS DE LOS SACERDOTES (21.16–24).
Tanto los sacerdotes en el altar como los sacrificios sobre el altar (22.17–25) debían de ser sin tacha. Aun cuando no sabemos a ciencia cierta cuáles defectos se indican por algunos de estos términos, es claro que Dios quería que sus ministros fueran perfectos físicamente. De nuevo, esto magnifica las perfecciones de nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo. Por cierto que el Señor no incluye perfección física como un requisito para el ministerio actual (1 Ti 3); el énfasis está en la madurez espiritual y moral. ¡Pablo tenía un aguijón en la carne que inclusive le capacitó más para servir!
D. REGULACIONES PARA LOS SACERDOTES (22.1–16).
Los sacerdotes debían «tratar con respeto» las cosas santas de Dios manteniéndose libres de contaminación. Qué tragedia si el santo siervo de Dios contamina todo lo que toca debido a su contaminación (Véanse Mt 23.25–28). Moisés repitió algunas de las causas de contaminación que ya había explicado en detalles en los capítulos anteriores: lepra (caps. 13–14), úlceras purulentas (cap. 15).
El sacerdote que ministraba con presunción mientras estaba impuro corría peligro de muerte (vv. 3, 9).
Además de evitar las cosas inmundas, los sacerdotes debían ser cuidadosos respecto a cómo servían las cosas santas. Sólo ellos podían comer de las porciones que se tomaban de las ofrendas vegetales, de las ofrendas por el pecado y las ofrendas por las transgresiones; pero los miembros de la familia del sacerdote podía participar y comer de las demás ofrendas. La persona debía ser un miembro de la familia por nacimiento o compra. La hija que se casaba con alguien que no era sacerdote quedaba excluida. Cualquiera que comía involuntariamente del alimento santo debía pagar una multa.

II. SACRIFICIOS PERFECTOS (22.17–33)

Dios siempre merece lo mejor de lo mejor y no debemos atrevernos a traerle lo defectuoso (Mal 1.6–2.9). La sangre de un sacrificio defectuoso nunca podía agradar a Dios ni expiar el pecado. Incluso más, estos sacrificios eran tipos del Señor Jesucristo y Él es el sacrificio perfecto (Heb 9.14; Ef 5.27). Ofrecer a Dios sacrificios defectuosos era profanar su nombre.
Las leyes relativas a la matanza de estos sacrificios muestra la ternura de Dios hacia los animales (vv. 27–28). No separará a la cría demasiado pronto de la madre. Dios también se preocupa por las aves (Dt 22.6–7) y por los árboles (Dt 20.19–20).
El capítulo cierra con el recordatorio de Dios de las razones que deben motivar a su pueblo al sacrificar: Él es el Señor que los ha apartado como su pueblo, Él los libró de la esclavitud de Egipto y estos son sus mandamientos.
Los creyentes de hoy no traen sacrificios de animales a Dios porque todo el sistema concluyó en la cruz. Pero sí le presentamos nuestros cuerpos (Ro 12.1–2), las personas que hemos ganado para Cristo (Ro 15.16), nuestra alabanza (Heb 13.15), nuestras buenas obras (Heb 13.16), un corazón quebrantado (Sal 51.17) y nuestras oraciones (Sal 141.2). Puesto que nada que le ofrecemos es perfecto, debemos ofrecer nuestros sacrificios por medio de Jesucristo para que puedan ser aceptos a Él (1 P 2.5).

23

Las siete fiestas del Señor están repletas de rico alimento espiritual y ameritan cuidadoso estudio. Ya hemos estudiado algunas, de modo que no las volveremos a tratar en detalle, pero otras son nuevas en nuestros estudios. Es importante notar el orden de estas siete fiestas, porque nos dan un «calendario profético» tanto para Israel como para la Iglesia.
El año religioso empezaba con la Pascua, la cual es un cuadro de la muerte de Cristo. Al día siguiente del Shabat Pascual (un domingo), los israelitas celebraban la Fiesta de las Primicias, que es un cuadro de la resurrección del Señor de entre los muertos. La semana siguiente a la Pascua se dedicaba a la Fiesta de los Panes sin Levadura, cuando se eliminaba toda levadura de las casas. Esto ilustra la santificación de los creyentes al quitar el pecado de sus vidas. Todo esto ocurría en el primer mes del año.
Cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias está el Pentecostés del NT, la llegada del Espíritu Santo sobre la Iglesia. En el séptimo mes se celebraban tres fiestas. Abría el mes la Fiesta de las Trompetas, recordándonos de la reunión del pueblo de Dios cuando el Señor vuelva. El décimo día era el Día de la Expiación, ilustrando el limpiamiento del pueblo de Dios; y desde el decimoquinto día hasta el vigésimo, los judíos celebraban con gozo la Fiesta de los Tabernáculos, que es un cuadro de las bendiciones del reino futuro. El pueblo de Dios es un pueblo esparcido que debe reunirse, un pueblo pecador que debe limpiarse y un pueblo sufriente al que se le debe dar gozo. El largo período (alrededor de tres meses) entre Pentecostés y la Fiesta de las Trompetas habla de la presente edad de la Iglesia, cuando Israel se ha dejado a un lado debido a que rechazó a su Mesías.

I. LA PASCUA (23.4–5)

Ya hemos considerado esta fiesta, de modo que refiérase a las notas sobre Éxodo 11–13. Todo depende de la sangre del cordero: no pudiera haber ninguna otra fiesta si no hubiera Pascua. ¡La gente de hoy que quiere eliminar la sangre socaba el mismo cimiento del plan de Dios para las edades!

II. LOS PANES SIN LEVADURA (23.6–8)

Esta también ya se ha considerado. Es un cuadro del pueblo de Dios limpiando el pecado de su vida (2 Co 7.1) y alimentándose en el Cordero para tener fuerza para el viaje. No invierta estas dos fiestas. ¡Nadie se salva al sacar la levadura (el pecado) y nadie querrá abandonar el pecado a menos que primero haya sido salvado por la sangre! Esta es la diferencia entre la reforma religiosa y la regeneración espiritual, nacer de nuevo por el Espíritu de Dios.

III. LAS PRIMICIAS (23.9–14)

Esta fiesta estaba reservada para la tierra de Canaán, cuando la gente tendría campos y cosechas.
Sería imposible celebrar tal fiesta en el desierto. El día después del «Shabat Pascual» (domingo, el primer día de la semana), el sacerdote mecía la primera gavilla de trigo ante el altar como una señal de que la cosecha completa le pertenecía al Señor. Este es un cuadro de la resurrección de nuestro Señor, puesto que 1 Corintios 15.20–21 definitivamente le llama «las primicias». Adorar en el día del Señor no fue una invención de la Iglesia, como algunos enseñan. ¡Estaba escrito en el calendario de Dios siglos antes! Debido a que Cristo, las primicias, vive, toda la «cosecha de la resurrección» le pertenece a Dios. Nadie será olvidado. La promesa es cierta: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Jn 14.19).

IV. PENTECOSTÉS (23.15–22)

«Pentecostés» quiere decir «cincuenta» y cincuenta días después de la resurrección de Cristo vino el Espíritu Santo (Hch 2). Durante cuarenta días Cristo ministró a sus discípulos (Hch 1.3) y otros diez días ellos oraron y esperaron a que llegara el Pentecostés. La «ofrenda del nuevo grano» (v. 16) se componía de dos hogazas de pan, simbolizando a los judíos y gentiles bautizados en un solo cuerpo, la Iglesia, por el Espíritu Santo (1 Co 12.13). El hecho de que se permitía levadura nos ilustra que hay pecado en la Iglesia en la tierra hoy. ¡Gracias a Dios que el día llegará cuando no habrá levadura entre el pueblo de Dios!
Nótese también que el sacerdote presentaba los panes y no gavillas de trigo, porque ahora los creyentes han sido unidos en Cristo por el Espíritu. Es después del Pentecostés que tenemos la larga brecha cuando no hay fiestas. Hay tres fiestas en el primer mes y tres en el séptimo, con Pentecostés entre ellas. Esta larga brecha habla de la presente edad, la edad de la Iglesia. Israel ha rechazado al Cordero; no puede recibir al Espíritu hasta que reciba al Mesías; y está esparcido por el mundo. No tiene ni templo, ni sacerdocio, ni sacrificio, ni rey. ¿Cuál es su futuro? Se ve en las siguientes tres fiestas.

V. LAS TROMPETAS (23.23–25)

Como nación a Israel se le instruía mediante las señales de los sacerdotes que tocaban las trompetas (Nm 10). La Fiesta de las Trompetas ilustra la reunión de Israel cuando las trompetas de Dios los llamarán desde los extremos de la tierra. Léanse Isaías 27.12–13 y las palabras de Cristo en Mateo 24.29–31.
Por supuesto, aquí hay una aplicación para la Iglesia, porque esperamos el toque de la trompeta y la venida de nuestro Señor en el aire (1 Co 15.52; 1 Ts 4.13–18). Los judíos tocaban las trompetas para congregar a la asamblea y esto es lo que nuestro Señor hará cuando reúna a sus hijos. Los judíos también tocaban trompetas para la guerra y una vez que Cristo haya sacado a todos sus hijos de la tierra, declarará guerra a las naciones.

VI. EL DÍA DE LA EXPIACIÓN (23.26–32)

Esto se explicó antes en nuestras notas sobre Levítico 16–17. Cuando Dios haya finalmente reunido a los judíos, les revelará a Cristo y «mirarán al que traspasaron». El Día de la Expiación futura de Israel se describe en Zacarías 12.10–13.1. Lea con cuidado estos versículos. Será un día de lamentación por el pecado, un día de limpiamiento mediante la sangre del Cordero. Hay algunos que aplican el Día de la Expiación al tribunal de Cristo, cuando los santos de Dios darán cuenta de las obras hechas en el cuerpo. Su aplicación fundamental, no obstante, es a la nación de Israel. Sin duda, en el tribunal de Cristo la Iglesia será limpiada de toda contaminación y hecha hermosa para las bodas del Cordero.

VII. TABERNÁCULOS (23.33–44)

Durante siete días los judíos debían vivir en cabañas o tabernáculos, recordándoles la provisión y protección de Dios cuando estaban en el desierto. Pero también hay una futura Fiesta de los Tabernáculos para Israel que será cuando el Rey haya sido recibido y la nación restaurada. Léanse más detalles en Zacarías 14.16–21. Así, esta fiesta habla del futuro reino milenial que Dios ha prometido para los judíos. Esta fiesta seguía a la cosecha (v. 39), lo cual nos enseña que Dios reunirá toda su cosecha antes de que Cristo establezca su reino terrenal. Esta debía ser una fiesta de regocijo, no de tristezas; y por cierto, todos los cielos y la tierra se regocijarán cuando Cristo reine desde Jerusalén.
Este capítulo es el «itinerario profético» de Dios y no sabemos cuándo se tocarán las trompetas. ¡Cuán importante es que estemos listos para el toque de la trompeta y la venida del Señor!

25

El sistema económico en Israel se basaba en tres principios fundamentales:
(1) Dios poseía la tierra y tenía el derecho de controlarla, v. 23;
(2) Dios poseía al pueblo, porque lo había redimido de la esclavitud en Egipto, vv. 38, 42, 55; y:
(3) los judíos eran una familia («tu hermano») y debían preocuparse los unos por los otros, vv. 25, 35–36, 39, 47.
Josué y el ejército judío conquistaron la tierra de Canaán, pero fue Dios el que designó la heredad (Jos 13–21). El pueblo «poseía» la tierra y disfrutaba de sus productos, pero Dios la poseía en propiedad y determinaba cómo se usaría.
Este capítulo enfoca tres temas relacionados a la economía de la nación.

I. EL AÑO SABÁTICO (25.1–7,18–22)

El calendario judío del AT funcionaba en una serie de «sietes». El séptimo día de la semana era el Shabat. Siete semanas después de la Pascua venía el Pentecostés y el séptimo mes del año introducía la Fiesta de las Trompetas, el Día de la Expiación y la Fiesta de los Tabernáculos. Cada séptimo año era el «año sabático» y después de siete años sabáticos venía el año del jubileo.
El año sabático era la manera de Dios de permitir que la tierra descansara y restaurara su productividad. Al pueblo no se le permitía tener una cosecha formal aquel año, pero cualquiera podía comer del producto de los campos y huertos. Dios prometió proveer abundantes cosechas durante el sexto año, de modo que observar el año sabático en realidad era una prueba de fe para el pueblo. Era también una expresión del amor de Dios por los pobres de la tierra (Éx 23.10–12). De acuerdo a Deuteronomio 15.1–11 todas las deudas debían remitirse al final del séptimo año. Los siervos judíos se suponía que debían servir sólo seis años (Éx 21.2), y al pueblo judío se le animó a ser especialmente generoso con los pobres.
El año sabático era un tiempo de descanso y renovación para la tierra, el pueblo y los animales que la trabajaban. Era una oportunidad para un nuevo comienzo para los que habían experimentado dificultades financieras. Desafortunadamente, no hay evidencia de que la nación alguna vez obedeciera con fidelidad esta ley (2 Cr 36.21). Los profetas a menudo condenaron a los líderes judíos y ricos por tratar despiadadamente a los pobres. Si se hubiera observado la ley del año sabático, se hubiera impedido que los pobres perdieran sus tierras y que los ricos amasaran gigantescas propiedades. La economía no hubiera sido perfecta, pero hubiera estado mucho mejor equilibrada.
Durante la Fiesta de los Tabernáculos en cada año sabático los sacerdotes debían leer y explicar al pueblo el libro de Deuteronomio (Dt 31.9–13). Era algo así como una conferencia bíblica de toda una semana, durante la cual se le recordaba al pueblo lo que Dios había hecho por ellos y de lo que Él esperaba de ellos a su vez. El pueblo de Dios necesitaba que se le enseñara su Palabra, porque cada nueva generación no la había aprendido; y las generaciones más viejas necesitaban recordarla.

II. EL AÑO DEL JUBILEO (25.8–17,23–24)

La palabra «jubileo» procede de la palabra hebrea yobel que significa «cuerno de carnero». Este año especial se anunciaba con el toque de las trompetas en el Día de la Expiación. Así, el año empezaba con ayuno y arrepentimiento conforme la nación confesaba sus pecados al Señor (Lv 16).
Durante ese año el pueblo reclamaba la tierra que se había vendido de modo que no saliera del control de la familia o tribu. Y los judíos que compraban propiedad calcularían el precio hasta el próximo año del jubileo cuando la tierra volvería al dueño original. Cuánto alimento produciría en ese tiempo era una consideración principal. Como en el año sabático, la tierra debía descansar durante el año del jubileo. El pueblo tendría que confiar en que Dios les proveería lo que necesitaban para el año sabático (el cuarenta y nueve), el año del jubileo (el cincuenta) y el cincuenta y uno cuando sembrarían de nuevo. No habría nueva cosecha sino hasta el año siguiente.
El pueblo no poseía la tierra, por consiguiente, no podía venderla para siempre. Dios les dio la tierra (Gn 12.1–3; 15.7; 17.8; Dt 5.16) y les permitió usarla, y siempre la controlaría. El pueblo debía andar en el temor del Señor y no usar su riqueza para oprimirse mutuamente.
Los esclavos se liberaban durante este año especial y así las familias se reunían de nuevo. La declaración: «Pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores» (v. 10), está grabada en la Campana de la Libertad en Filadelfia.
El año del jubileo señala la edad del reino cuando Cristo Jesús reinará en gloria y cumplirá las promesas hechas al pueblo judío. Léase Isaías 61 y vea lo que Dios ha planeado para la nación de Israel. En un sentido espiritual el año del jubileo también es un cuadro de nuestra vida cristiana (Lc 4.16–21, la cual es una cita de Isaías 61.1–2). Al leer del AT en la sinagoga aquel Shabat en Nazaret, Jesús se detuvo en «el año agradable del Señor» (Lc 4.19), que se refiere al año del jubileo. No leyó «el día de la venganza de nuestro Dios» (Is 61.2), porque ese día de juicio no vendrá sino hasta que Dios haya concluido su programa presente de «tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hch 15.14).

III. EL CUIDADO DE LOS POBRES (25.25–55)

Estas leyes se aplicaban independientemente de que fuera el año sabático o el año del jubileo. El principio general se indica en los versículos 25–28 y entonces se aplica a situaciones específicas. Una persona que tenía que vender su propiedad debido a necesidad financiera podía redimirla en cualquier tiempo, o un hermano podía hacerlo por él. Pero el precio se determinaría por el número de años que restaban hasta el año del jubileo.
A. UNA CASA EN LA CIUDAD (VV. 29–34).
Esta sería una propiedad valiosa debido a la seguridad que ofrecía la ciudad amurallada. Por eso el vendedor tenía sólo un año de plazo para comprarla de nuevo. Después el propietario tenía la propiedad por todo el tiempo como quisiera; y no se devolvería al dueño original durante el año del jubileo. Sin embargo, esta regla no se aplica a las casas de propiedad de los levitas. En cuanto a un levita que le dio su casa al Señor, Véanse Hechos 4.34–37.
B. UN HERMANO POBRE (VV. 35–46).
Los judíos no debían oprimirse entre sí ni aprovecharse del otro en asuntos financieros. Si se prestaba dinero, no debía exigir interés; si vendía alimentos, no debía obtener ganancia exagerada.
Véanse Nehemías 5. Si un judío tenía a otro judío como siervo, pagando una deuda, no debía tratarlo como esclavo; y el siervo debía salir libre en el año del jubileo.
C. EL PARIENTE REDENTOR (VV. 47–55).
La mejor ilustración de esta ley aparece en el libro de Rut, donde Booz redimió a Rut, a Noemí y su propiedad. Un pariente podía rescatar a su pariente pagando sus deudas y recuperando su tierra. El «redentor» tenía que ser pariente cercano que podía y estaba dispuesto a redimir. El pariente pobre podía ser puesto en libertad tanto de esclavitud como de deuda. El pariente redentor es un cuadro de nuestro Señor Jesucristo quien se hizo «pariente cercano» al hacerse hombre (Flp 2.1–11; Heb 2.9–18) y pagando el precio de nuestra redención al morir en la cruz. Él podía salvar y estuvo dispuesto a salvar.
Debe notarse que el sistema económico en Israel no era una forma de comunismo. La gente poseía propiedad privada que podía comprarse y venderse, pero Dios poseía la tierra y no permitía que se la vendiera para siempre. El año sabático y el año del jubileo, si se obedecían, hubieran impedido que el rico se enriqueciera más y así empobreciera más el pobre. Pero los judíos no obedecieron estas leyes y los resultados fueron trágicos. También dictaron leyes que favorecían a los ricos y aplastaban a los pobres, y Dios los juzgó por eso. Véanse Isaías 3.12–15 y 10.1–3; Amós 2.6–7 y 5.11.

Por último, estas leyes especiales también muestran la preocupación de Dios por la tierra. Al permitir que la tierra descanse cada séptimo año y luego los dos años seguidos en el jubileo, se restauraba su productividad y aumentaba su valor. Por supuesto, exigía fe hacer esto, pero Dios prometió suplir sus necesidades. Después de todo, el alimento que comemos viene de su mano, no del supermercado; y todos necesitamos orar: «Danos hoy nuestro pan cotidiano» (Mt 6.11).