Continúa con la historia de Israel y Judá. Por su infidelidad, Israel fue vencida por los *asirios y llevada cautiva en el año 722 a. de J.C., y Judá fue llevada cautiva por los babilonios en el año 586 a. de J. C.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 2ª Rey:
19: 15. Dios de los querubines.
1–4
Los ministerios de Elías y Eliseo
a menudo se han puesto en contraste. Elías fue un profeta fogoso que aparecía
de súbito y con dramatismo, mientras que Eliseo fue un profeta pastor que
ministró a la gente de una manera personal. Elías pertenecía a las escabrosas
montañas, Eliseo a los pacíficos valles. Elías fue un siervo solitario,
mientras que Eliseo disfrutaba del compañerismo con la gente. En general, Elías
fue un profeta de juicio que procuró hacer volver a la nación a Dios, mientras
que Eliseo fue un ministro de gracia que llamó a «un remanente» antes de que la
nación fuera destruida.
I. ELISEO SUCEDE A ELÍAS (1–2)
A. EL JUICIO DE FUEGO (CAP. 1).
Los últimos tres versículos de 1
Reyes 22 nos informan que el rey Ocozías era un hombre malo cuyo corazón no se
conmovió ante los reciente juicios de Dios. Ahora vemos que ni la rebelión de Moab
ni las heridas por su caída hicieron que Ocozías se arrepintiera. Es más, incluso
envió a preguntar a los dioses paganos si sobreviviría o no. El Señor instruyó
a Elías que enviara a los mensajeros de regreso con el mensaje verdadero del
Señor: el rey moriría. Entonces Elías partió; Véanse en Juan 12.35–36 un
paralelo del NT. Antes que someterse al Dios de Elías, el rey trató de matar al
profeta, pero fuego del cielo consumió a sus hombres. Este juicio vino del
Señor. Elías no lo hizo. El motivo del profeta era glorificar a Dios; Véanse en
Lucas 9.51–56 un mal uso de este suceso por parte de los discípulos. La tercera
compañía de soldados se humillaron (por miedo, no por fe) y Dios los aceptó. Sin
temor, Elías le dio al rey su mensaje de ruina, y el rey murió.
B. EL CARRO DE FUEGO (CAP. 2).
En 1 Reyes 19.20 Eliseo prometió
seguir a Elías fielmente; y esto lo hizo a pesar de las oportunidad para
dejarlo. Había servido a su amo alrededor de diez años cuando le se le dijo a
Elías que iba a dejarlo. Si Eliseo hubiera tomado el camino fácil y se hubiera
quedado atrás, se hubiera perdido toda la bendición de los versículos 9–15.
Vale la pena ser fiel a su llamamiento. En cuanto a la «doble porción» del
versículo 9, Véanse Deuteronomio 21.17. Años antes Elías quiso morir en el
desierto. Qué maravilloso que Dios no honró su petición. En lugar de eso, el
profeta fue llevado al cielo en un torbellino. Dios siempre da lo mejor a los
que le dejan a Él la elección. Debido a que Eliseo vio su amor partiendo y
glorificado, recibió una doble porción del Espíritu. En el versículo 12 Eliseo
compara a Elías con los ejércitos de Israel: él era más importante para la
seguridad de la nación que los caballos y carros. Véanse también 13.14.
Eliseo tomó el manto de Elías (Véanse
1 R 19.19) y se atrevió a confiar en Dios para hacer lo imposible. Es una cosa
cruzar el Jordán con Elías, pero otra muy diferente marchar por fe por uno mismo.
Cuando usted confía en «el Señor Dios de Elías», no necesita a Elías también.
Este primer milagro les demostró a los jóvenes en la escuela de profetas que
Eliseo era en verdad el profeta de Dios y le honraron. Sin embargo, no estaban
seguros de a dónde se había ido Elías realmente. Los versículos 16–18 nos
narran su incredulidad y necedad. Es una ilustración de la gente de hoy que
duda de la resurrección y ascensión corporal de Cristo y de quienes cuestionan
el futuro Arrebatamiento de los santos. La sanidad de las aguas por la sal es
un contraste marcado al milagro de Elías de detener la lluvia tres años y
medio.
Los versículos 23–25 han sido
enigma para la gente. Tenga presente que estos eran jóvenes, no niños, y por
consiguiente eran responsables de sus acciones. Bet-el era un foco de idolatría
(1 R 12.28–33); este lugar sagrado fue profanado y los jóvenes en realidad
ridiculizaban la Palabra de Dios y a los siervos de Dios. El hecho de que
cuarenta y dos de ellos anduvieran juntos sugiere un plan organizado.
Llamar al profeta «calvo» era una
de las formas más bajas de insultar y la palabra «sube» señala la manera en que
ridiculizaban el arrebatamiento de Elías al cielo. Los osos los destrozaron,
pero no sabemos si alguno de los jóvenes murió. Fue una reprensión divina sobre
la actitud ligera de hombres malos que debían saber más.
II. ELISEO SALVA A LA NACIÓN (3)
Fue un pecado que Josafat de Judá
se aliara con el perverso hijo de Acab, pero lo hizo. Los dos se aliaron a Edom
(otro enemigo) para luchar contra los moabitas. Joram de Israel tuvo que unirse
con Judá y Edom debido a que sus ejércitos tenían que cruzar sus tierras para
atacar a Moab. Es triste, pero su jornada fue un fracaso y se les acabó el
agua. Josafat acudió a Eliseo y al Señor, y el profeta reconoció al
descendiente de David, pero rehusó reconocer al impío heredero de Acab (vv.
13–14).
Dios proveyó milagrosamente agua
de las zanjas que cavaron y también hizo huir al enemigo delante de ellos. El
relato termina con una nota extraña; el impotente rey de Moab ofreció a su hijo
en holocausto, y Judá y Edom se indignaron tanto contra Israel (Joram) que se
retiraron de la batalla y se fueron. Para empezar, no debían haberse aliado a
Joram. Fue el fiel profeta de Dios, no el rey malvado, quien salvó a la nación.
III. ELISEO
SIRVE AL PUEBLO (4)
Durante sus «años ocultos» Elías
ayudó al pueblo, pero esto no fue su principal ministerio. Elías fue fundamentalmente
un profeta de fuego; Eliseo fue un «pastor» y ministró a la gente. Vemos varios
milagros que realizó para ayudar a los necesitados.
A. LA VIUDA DE UN PROFETA (VV. 1–7).
Véanse Levítico 25.39–46. Los
judíos no estaban mostrando misericordia recíproca ni obedeciendo las leyes del
AT con respecto a la deuda. Dios toma lo que tenemos y lo usa para suplir la
necesidad si confiamos en Él (Éx 4.2). «Cerrar la puerta» nos recuerda a Mateo
6.6; nótese que Eliseo a menudo «cerraba la puerta» cuando pedía la ayuda de
Dios (vv. 21, 33). Dios llenó tantas vasijas como la viuda tuvo fe para traer y
los que le prestaron las vasijas también deben haberse beneficiado. «Mi Dios,
pues, suplirá todo lo que os falta» (Flp 4.19).
B. LA SUNAMITA (VV. 8–37).
Aquí aparecen dos milagros: Dios
le dio a la mujer un hijo cuando su esposo ya era viejo, y Dios le devolvió la
vida al muchacho cuando murió. Sunem estaba más o menos a doce kilómetros del Carmelo.
Eliseo pasaba a menudo por esta casa; finalmente lo invitaron a partir el pan
con los esposos.
Vemos aquí que el profeta, a
diferencia de Elías, se inclinaba a socializar. Podemos ver aquí un paralelo
entre Juan el Bautista y Cristo: Juan era como Elías, vivía solo; pero Cristo
era como Eliseo, visitaba los hogares y disfrutaba al comer con la gente. La
mujer tenía verdaderos valores espirituales, porque hizo una habitación
especial en el terrado para el profeta visitante: la «cámara del profeta». Para
recompensarla, Dios le dio un hijo. Pero el hijo se enfermó en el campo
(¿insolación?) y lo llevaron muerto a la casa. Sin embargo, la madre no se
desesperó; de inmediato partió hacia el Carmelo a buscar al profeta. No quiso
tratar con Giezi, el criado del profeta, y cuando el criado trató de resucitar
al muchacho, fracasó. Quizás se debió a la codicia que ya anidaba en su corazón
y que se manifestó más tarde (5.20). Nótese que Giezi incluso trató de librarse
de ella (v. 27; véanse Mt 14.15 y 15.23).
Eliseo mismo tuvo que hacer el
viaje para levantar al muchacho. El versículo 34 es una hermosa ilustración del
esfuerzo y amor que se requiere para ganar un alma, porque Eliseo «murió» con
el muchacho mientras oraba por él. Véanse 1 R 17.21.
C. LA ESCUELA DE PROFETAS (VV. 38–44).
Esta tal vez la inició Samuel (1 S
10.10) y la continuó Elías (1 R 20.35). No todos los jóvenes eran hombres de fe
y es posible que había «escuelas apóstatas» rivales en la tierra; Véanse
2.23–25. El hambre en la tierra significa falta de alimento, de modo que los
jóvenes predicadores estaban haciendo un guisado. Uno de los estudiantes estaba
insatisfecho con el menú, de modo que fue a buscar algunas verduras para
mejorarlo. Ninguno de los otros sabían lo suficiente en cuanto a comida como
para rechazar las hierbas venenosas que trajo. El sabor les advirtió del
peligro y su oración hizo que Eliseo interviniera: añadió la harina y sanó el
potaje. Triste como suena, en muchas universidades, «escuelas de profetas» e
incluso en algunas iglesias, hay «muerte en la olla». Lo único que curará la
dieta venenosa es el alimento puro de la Palabra de Dios. En los versículos
42–44 hallamos otro problema: había buen alimento a mano, pero no el
suficiente. Eliseo multiplicó la comida para saciar las necesidades de todos
los hombres. Véanse Juan 6.
Sin duda, Eliseo el profeta fue un
hombre de milagros. Sin importar la necesidad, Dios pudo obrar por medio de él
y satisfacerla. Dios «es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb 13.8).
¡Confiemos en Él!
5
I. LA CURACIÓN DE NAAMÁN (5.1–19)
Tenemos en este milagro un hermoso
cuadro de la salvación mediante la fe en la Palabra de Dios.
Cada pecador perdido puede verse
en Naamán; también puede ver el poder sanador de la fe.
A. ESTABA CONDENADO.
Era leproso. Su hermoso uniforme y
poderosas victorias no podían disfrazar el hecho de que Naamán era un hombre
muerto, porque tenía una enfermedad que nadie podía curar. Lea las notas sobre
Levítico 13 y vea cómo la lepra es una ilustración del pecado.
B. ERA ENEMIGO.
Tenía una sirvienta judía en su
casa, una muchacha raptada durante una redada. Como gentil, Naamán estaba fuera
de las bendiciones de Israel; Véanse Efesios 2.11–22. Dios entregó a su Hijo
por nosotros, aun cuando éramos pecadores (Ro 5.6–10).
C. OYÓ A UN TESTIGO.
La pequeña sirvienta judía quería
a su patrón. Aun cuando estaba lejos de su hogar, no se olvidó de su Dios y
estuvo lista para testificar de su gran poder. Si ella no hubiera sido una fiel
trabajadora en la casa, no hubiera sido una testigo eficaz; pero debido a su
fidelidad, su testimonio fue recompensado. ¡Cuánto necesita Cristo testigos
hoy!
D. TRATÓ DE SALVARSE A SÍ MISMO.
Naamán cometió toda equivocación
posible tratando de curarse de su lepra. Primero, fue al rey de Siria, el cual,
por supuesto, no pudo hacer nada. Luego fue al rey de Israel, quien también fue
incapaz de hacer algo. Cuántos pecadores perdidos corren de una persona a otra,
buscando salvación, mientras Cristo está siempre esperando para satisfacer su
necesidad. Nótese que Naamán también ignoraba la gracia, porque trajo consigo
gran cantidad de riqueza (v. 5). El pecador perdido trata de comprar la salvación
o ganársela, pero esto es imposible.
E. DIOS LO LLAMÓ.
Eliseo oyó de la aflicción de
Naamán y envió a buscarlo. Ningún pecador merece ser salvo; es sólo mediante el
llamamiento de la gracia del Espíritu que la persona viene a Cristo; Véanse
Juan 6.37. En Lucas 4.27 Jesús nos dice que Naamán fue uno de muchos leprosos,
pero el Señor lo escogió y lo curó. Esto es gracia.
F. RESISTIÓ EL SENCILLO PLAN DE DIOS PARA SALVACIÓN.
Eliseo no salió a ver a Naamán; el
general era leproso y hubiera contaminado ceremonialmente al profeta. Eliseo
quería que Naamán supiera que era un hombre rechazado, condenado. Trató al
orgulloso general como un pecador y Naamán se puso furioso por tal tratamiento.
«¿No sabe quién soy?», preguntó. Como los pecadores de hoy Naamán pensó que el
profeta le haría realizar cierto ritual (v. 11) para sanarle. No quería
humillarse sumergiéndose en el Jordán, el río de la muerte. Pensó que sus preciosos
ríos allá en su país eran muy superiores.
G. SANÓ POR SU OBEDIENCIA A LA FE.
El humilde siervo del versículo 13
tenía más sentido que el gran general. Cuán irrazonable es resistir el sencillo
plan de Dios para la salvación. Cuando Naamán obedeció por fe, «nació de nuevo»
y salió de las aguas con su carne como la de un niño. Las siete veces que se
sumergió en el Jordán no son un cuadro del bautismo, porque jamás nadie se
salvó al bautizarse ni una ni siete veces. La fe de Naamán se demostró por sus
obras; confió en la Palabra y luego actuó de acuerdo a ella.
H. RECIBIÓ SEGURIDAD.
Naamán dijo: «He aquí, yo decía
para mí» (v. 11); pero ahora dice: «He aquí ahora conozco» (v. 15). Dio
testimonio público de la realidad del poder de Dios y del hecho de que sólo
Jehová era el Dios verdadero. Tan agradecido estuvo que le ofreció riqueza a
Eliseo, quien, por supuesto, rehusó aceptar el regalo. Si lo hubiera aceptado,
hubiera arruinado la lección de salvación por gracia y le hubiera robado la
gloria a Dios.
I. REGRESÓ A SU CASA EN PAZ (V. 19).
Naamán sabía que enfrentaría
problemas al regresar a Siria, puesto que su rey era un adorador de ídolos,
pero Naamán procuró obedecer al Señor y honrarle plenamente. Todo creyente
tiene «paz con Dios» (Ro 5.1).
II. LA CODICIA DE GIEZI (5.20–27)
Giezi no estuvo de acuerdo con la
Palabra de Dios; este fue el principio de sus problemas y pecados. Si se
hubiera sometido a la Palabra de Dios y juzgado la codicia de su corazón, nunca
se hubiera convertido en un leproso. Es importante que el pueblo de Dios juzgue
con sinceridad sus pecados en sus corazones. «Yo quiero», fue la actitud de
Giezi; no «tu voluntad».
Nótese cuán rápidas y eficientes
pueden ser las personas cuando desobedecen la Palabra de Dios.
Giezi no corrió en 4.29–31 para
resucitar al muchacho muerto, pero aquí corre a Naamán para conseguir riqueza
material. Si al menos los cristianos estuvieran tan interesados en cuanto a las
cosas espirituales como lo están en las materiales. Ahora tenemos dos mentiras:
A. LE MINTIÓ A NAAMÁN (VV. 21–23).
«Mi señor me envía», le dijo al
general. «Eliseo necesita el dinero, no para él, sino para uno de los estudiantes
de la escuela». Como Judas, Giezi parecía interesado en los pobres, cuando todo
lo que le interesaba era él mismo (Jn 12.1–7). Por supuesto, al tomar el
dinero, Giezi le robó a Dios la gloria, contradijo la palabra del profeta y dio
la impresión de que la salvación involucraba dinero y buenas obras. Esta obra
suya única y egoísta arruinó el cuadro completo. Giezi recibió tanta riqueza
que dos de los siervos de Naamán tuvieron que llevársela.
B. Le
mintió a Eliseo (vv. 25–27).
Entró y actuó como si nada hubiera
pasado. Pero el profeta sabía la verdad y le preguntó dónde había estado. «Tu
siervo no ha ido a ninguna parte». Otra mentira. El versículo 26 sugiere que
Giezi había planeado usar el dinero para conseguir para sí una propiedad. Es
probable que la codicia de Giezi estuvo en su corazón mucho antes de este
suceso, porque en el capítulo 4 vemos cuán impotente fue el criado para
levantar al muchacho muerto.
Dios juzgó a Giezi porque no quiso
juzgarse y la lepra de Naamán se le pegó a él y a sus descendientes. Hallamos a
Giezi de nuevo en 8.1–6, esta vez en la presencia del rey. Algunos han sugerido
que se arrepintió y fue sanado, pero esto no tiene respaldo de las Escrituras.
Es más, la enfermedad pasaría también a sus hijos. La respuesta es sencilla:
los acontecimientos narrados en 2 Reyes no necesariamente aparecen en orden
cronológico. Esta conversación entre Giezi y el rey quizás ocurrió a la puerta
de la ciudad cuando el rey estaba atendiendo las quejas del pueblo.
Qué triste ver a un devoto siervo
del Señor en vergüenza y rechazo debido a la codicia. No fue blasfemia (como
con Pedro), ni incluso adulterio (como con David), sino el oculto pecado de la codicia.
Por supuesto, la codicia puede ser la causa de toda clase de pecados. Si la
gente codicia algo (o a alguien), no hay pecado que no esté dispuesta a cometer
para conseguir lo que quiere. Eliseo, el siervo del Señor, no vivía para la
ganancia material; vivía completamente para la gloria de Dios. Giezi no podía
servir a dos señores: al dinero y a Jehová. Colosenses 3.5 iguala la codicia a
los terribles pecados de la carne (Mc 7.22) y Pablo incluye la codicia en su
lista de los pecados de los gentiles, según Romanos 1.29. En Lucas 12.13 el
Señor es claro al advertir contra los peligros de la codicia; y en Lucas 16.13
muestra que este pecado llevará a la gente al infierno. Véanse también Efesios
5.3.
Es interesante contrastar la
criada de los versículos 2–3 con Giezi. Era una esclava, sin embargo, con gozo
testificó del Señor; él era un hombre libre en su tierra y, no obstante, se
interesaba sólo en sí mismo. Ella trajo a Naamán al lugar de la salvación; él
con su pecado arruinó el mensaje de la gracia.
Ella no tuvo ninguna ganancia
material, pero sí la bendición del Señor; él se fue a su casa con riqueza y sin
embargo lo perdió todo.
6–8
En estos capítulos tenemos varios
milagros y ministerios de Eliseo, algunos realizados en privado para el pueblo
de Dios y otros hechos públicamente para la nación. En cada caso vemos con
claridad que el hombre de Dios nunca deja de asombrarse al saber la voluntad de
Dios o ejercer su poder.
I. ELISEO RECUPERA EL HACHA (6.1–7)
Nos alegra ver que una de las
escuelas de profetas estaba creciendo y necesitaba más espacio. Estos hombres
eran en cierto sentido «misioneros del país» que Eliseo preparaba para llevar
la Palabra al pueblo. Las escuelas evangélicas que preparan a nuestros futuros
obreros son importantes y merecen el respaldo del pueblo de Dios. Nótese que
Eliseo no estaba demasiado ocupado ni era demasiado orgulloso como para
participar en las actividades de construcción. Sin duda su presencia estimulaba
a los jóvenes. Los estudiantes eran pobres y al menos uno de ellos tuvo que
pedir prestadas las herramientas.
Cuando el hacha salió despedida y
cayó en el agua, el estudiante quedó petrificado; pero Eliseo se la devolvió.
No es pecado tomar prestado, siempre y cuando lo prestado se cuide y se devuelva.
Dios está interesado en las necesidades personales de su pueblo, incluso esas
«minucias» que a menudo son un peso en nuestro corazón.
II. ELISEO CAPTURA A LOS INVASORES SIRIOS (6.8–23)
El rey sirio estaba enviando
bandas de soldados para que atacaran a Israel (Véanse 5.2), pero Dios seguía
revelándole a Eliseo cada movimiento del enemigo. «La comunión íntima de Jehová
es con los que le temen», dice el Salmo 25.14. Aun cuando Eliseo no honraba al
perverso rey Joram (3.13–14), se apiadaba del pueblo de Israel y quería
protegerlo. El rey fue lo suficiente sabio como para escuchar al profeta y Dios
protegió a Israel. Cuando al rey de Siria se le dijo que Eliseo era el «espía
oculto», envió soldados para que capturaran al profeta. El siervo de Eliseo
(que evidentemente reemplazó a Giezi), vio el ejército alrededor de la ciudad y
pensó que el fin había llegado, pero Dios le abrió los ojos al criado para que
viera las huestes de ángeles listos para librar a Eliseo. El versículo 16 es
real para el cristiano de hoy así como lo fue para los judíos de aquel día. «Si
Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» Eliseo realizó un milagro doble;
le abrió los ojos a su siervo, pero cegó los ojos de los invasores.
Así fue fácil llevar el ejército a
Samaria. Imagínese la sorpresa de los sirios cuando sus ojos fueron abiertos
para contemplar la ciudad enemiga. Eliseo le prohibió al rey de Israel que
matara a los soldados: Dios los capturó y sólo Él debía recibir la gloria.
Eliseo los derrotó con su amabilidad.
Véanse Romanos 12.20–21,
Proverbios 25.21–22 y Mateo 5.43–45. A partir de ese momento, Siria no volvió a
enviar bandas de «comandos» secretos para atacar las aldeas de Israel. El
pueblo de Dios, si obedece a su Palabra, jamás tiene necesidad de temer al
enemigo; Véanse Salmo 46.
III. ELISEO LIBRA A LA CIUDAD (6.24–7.20)
No sabemos cuántos años pasaron
entre los versículos 23 y 24. Cuando Ben-adad decidió pelear contra Israel, fue
con su ejército completo y no con pequeñas bandas de invasores. La capital fue sitiada
hasta que quedó muy poco alimento; el peor alimento se vendía a precios
exorbitantes.
(«Estiércol de paloma» en el
versículo 25 quizás significa una clase de grano muy barato. Sin embargo, no es
improbable que la gente que se moría de hambre comiera incluso el estiércol de
los animales.)
Todavía más, algunos recurrían al
canibalismo. El perverso rey Joram se hizo eco de las palabras de su padre al
culpar a Eliseo por la hambruna (6.31; y 1 R 18.17). El rey envió un mensajero
(de quien Eliseo sabía que venía) para recibir una extraña predicción del
hombre de Dios: al día siguiente Samaria sería librada y habría abundancia para
comer. En 7.1 Eliseo predijo que podrían comprar seis veces la cantidad de
alimento por un quinto del costo. Uno de los oficiales del rey reveló su incredulidad
y Eliseo le prometió juicio. Véanse 7.17–20.
¿Qué armas usó Dios para derrotar
al atrincherado ejército sirio? ¡Un ruido y cuatro leprosos! Pensando que un
ejército mercenario se acercaba, los sirios huyeron dejando provisiones y
alimentos en el campamento. Con buen razonamiento los cuatro leprosos
decidieron que era mejor comer como prisioneros (o morir rápidamente) que
morirse de hambre en libertad. El versículo 9 es sin duda evangélico y también
un gran texto misionero. ¡Cuánto necesitan los cristianos de hoy prestar
atención a esto! Cuando los asediados ciudadanos de Samaria oyeron las buenas
noticias, salieron en tropel ¡y atropellaron al oficial incrédulo! Este oyó las
buenas noticias, vio la prueba del mensaje, pero murió antes de disfrutarlo.
¡Qué advertencia para el pecador que pospone recibir a Cristo!
IV. ELISEO PROTEGE A LA SUNAMITA (8.1–6)
El versículo 1 debería decir:
«Ahora Eliseo había dicho»; o sea, siete años antes el hombre de Dios le había
advertido respecto a la hambruna que se avecinaba sobre toda la tierra; Véanse
4.38. Esta no fue la hambruna local de la ciudad de Samaria que se describe en
el capítulo 6. El hecho de que Giezi le está hablando al rey indica que este
suceso ocurrió antes de la curación de Naamán (cap. 5). La mujer obedeció a
Eliseo y abandonó su propiedad, hallando protección temporal en la tierra de
los filisteos.
Pero al regresar a Israel vio que
alguien había confiscado su propiedad. Imagínese su sorpresa al descubrir a
Giezi hablando con el rey en ese mismo momento cuando ella presentaba su caso.
Dios había ordenado años antes que su hijo muriera y fuera resucitado (4.18–37)
y que este milagro le hiciera posible que recuperara su tierra perdida. Tal vez
nunca comprendamos las razones para nuestras pruebas ahora, pero sin duda están
obrando para nuestro bien (Ro 8.28). Qué maravilloso que los creyentes tienen
una herencia que nadie puede quitarles (1 P 1.4; Ef 1.11, 14).
V. ELISEO JUZGA AL REY (8.7–29)
Allá en los días de Elías Dios le
había dicho a aquel profeta que ungiera a Hazael como rey de Siria (1 R 19.15).
Eliseo ungió a Eliseo para que fuera su sucesor como profeta, pero le tocó a
Eliseo ver que Hazael se estableciera en el trono. La Palabra de Dios iba a
cumplirse a pesar de los fracasos de los creyentes o los planes de los
incrédulos.
Ben-adad era enemigo de Israel,
sin embargo, cuando llegó la crisis, acudió al hombre de Dios por ayuda. ¡Cuán
parecido a la gente del mundo de hoy! Envió un regalo elaborado y costoso a
Eliseo; no se narra que lo haya aceptado. Si lo hizo, sin duda lo usó para la
escuela de profetas.
Nótese la respuesta enigmática que
Eliseo le dio a Hazael:
(1) «Ve, dile: Seguramente sanarás»;
(2) Sin embargo, Jehová
me ha mostrado (a Eliseo) que
morirá.
En el versículo 14 Hazael le citó
al rey la primera declaración, ampliándola y arreglándola como para dar la
impresión de que su recuperación era cierta. Hazael dio cumplimiento a la
segunda declaración al matar al rey (v. 15).
Debemos estudiar cuidadosamente
los versículos 11–13. Después que Eliseo le dio su extraña respuesta a Hazael,
el hombre de Dios se quedó observando por largo tiempo a su visitante. En realidad,
leía los pensamientos del perverso corazón de Hazael; vio que su visitante
planeaba asesinar al rey. Hazael se desconcertó tanto con esta conducta
peculiar que se avergonzó; Eliseo, a su vez, lloró.
El malvado visitante trató de
ocultar los pecados de su corazón, pero Eliseo sabía demasiado. «Sé el mal que
harás a los hijos de Israel», le dijo Eliseo mientras lloraba y describió sus
terribles crímenes.
Hazael quedó estupefacto con este
anuncio; sin embargo, ninguno debería sorprenderse por la maldad de su corazón,
porque el corazón es terriblemente malo. Las palabras finales de Eliseo al
despedirse fueron: «Tú serás rey de Siria». En lugar de permitir que el Señor
realice la obra, Hazael tramó las cosas por sí mismo al ahogar en su propia
cama al enfermo rey. La historia siguiente revela que las palabras de Eliseo
fueron ciertas, porque Hazael fue culpable de terribles obras durante su
reinado; véanse 10.32–33; 13.3–7; 13.22.
Los versículos restantes de este
capítulo nos actualizan en cuanto a Israel y Judá. Es probable que Joram y
Josafat fueron corregentes durante la última parte del reinado de Josafat. Qué
triste ver a los reyes de estas naciones siguiendo el mal ejemplo de Jeroboam y
Acab.
Durante esos días de declinación
política y pecado nacional, Dios usaba a Eliseo para llamar del pueblo a un
remanente creyente para obedecerle. La nación entera no iba a ser salva, así
como hoy todo el mundo no lo será. Dios llama a un pueblo por su nombre.
Nuestra responsabilidad como creyentes es ser fieles a la Palabra de Dios y
procurar ganar a otros para Cristo.
9–10
Estos dos capítulos están llenos
de violencia, porque vemos al Señor ejecutando su ira contra los que por tanto
tiempo despreciaron y desobedecieron su Palabra. El rey Jehú fue el instrumento
de venganza en manos del Señor (9.7), aun cuando debemos confesar que su celo
por el Señor (10.16) tal vez fue demasiado fanático. En Oseas 1.4 Dios anunció
que juzgaría a la casa de Jehú debido a sus obras de despiadados homicidios.
Jehú llamó a sus actividades «celo por Jehová», pero podemos ver en sus homicidios
un motivo carnal y pecaminoso que no honraba al Señor.
I. EL UNGIMIENTO (9.1–13)
Joram (o Jehoram), el hijo de
Acab, reinaba sobre Israel y Ocozías reinaba en Judá. Ambos reyes se aliaron
para luchar contra Hazael, rey de Siria (2 R 8.25–29). A Joram lo hirieron en
la batalla y se recuperaba en Jezreel y Ocozías fue a visitarlo. Jehú era un
respetado capitán del ejército de Israel, quizás uno los líderes clave en la
guerra. Años antes fue uno de los guardaespaldas de Acab cuando este malvado
rey tomó posesión de la viña de Nabot (9.25–26).
Eliseo no fue a ungir a Jehú; lo
hubieran reconocido y tal vez atacado. En vez de eso, escogió a uno de los
hijos de los profetas que corriera a Ramot de Galaad y ungiera a Jehú como rey
de Israel. Esto lo ordenó Dios años antes (1 R 19.15–17). El joven profeta
obedeció con prontitud; de súbito apareció en el concilio de guerra, le pidió a
Jehú que pasara a una habitación en privado en donde le ungió y le dio el
mensaje de Dios, y luego se retiró tan rápido como llegó. Jehú sabía su misión:
exterminar a la familia de Acab y vengar la sangre inocente derramada por Acab
y Jezabel y sus descendientes.
Compárese el versículo 9 con 1
Reyes 15.29 y 16.3–11. Los soldados pensaron que el profeta estaba loco; Jehú
pensó que los soldados habían arreglado todo el asunto. «Vosotros conocéis al
hombre y sus palabras», dijo Jehú pensando que ellos organizaron en secreto una
rebelión armada en contra del rey. Pero los oficiales admitieron que no sabían
nada, de modo que Jehú les dijo lo que le comunicó el mensajero del Señor. La
inmediata respuesta de ellos fue someterse a él y proclamarle rey. En el
versículo 15 el nuevo rey actúa con cautela para mantener en secreto su
ungimiento hasta que pudiera cumplir su importante tarea. Si la palabra hubiera
llegado a los dos reyes en Jezreel, el súbito ataque de Jehú hubiera podido
fracasar.
II. LA VENGANZA (9.14–10.28)
A. SE MATA AL REY JORAM (9.14–26).
El rey herido estaba en Jezreel y
Ocozías le visitaba. Dios determinó que ambos reyes estuvieran juntos cuando
les llegara la hora del juicio. El rey envió mensajeros para que interceptaran
a Jehú, pero él rehusó detenerse por ellos y darles alguna información. Este
soldado popular era conocido por la «marcha impetuosa» de su carro y el
centinela lo reconoció a la distancia. En lugar de esperar en la ciudad donde
había alguna protección, los dos reyes salieron a encontrar a Jehú, quizás
porque pensaron que su gran capitán tenía buenas nuevas desde el campo de
batalla. Jehú se concentró primero en Joram, pero su anuncio sólo hizo que el
perverso monarca saliera huyendo. Jehú le mató fácilmente con una flecha en la
espalda. La Palabra de Dios se cumplió, porque murió en aquella porción de
tierra que Acab le robó a Nabot alrededor de veinte años atrás (1 R 21.17–24).
B. SE MATA AL REY OCOZÍAS (9.27–29).
Ocozías también trató de huir,
pero los hombres de Jehú le siguieron hasta el reino de Samaria (no la ciudad),
donde le mataron en Meguido (Véanse 2 Cr 22.9). A sus siervos se les permitió
que le llevaran a Jerusalén para un entierro decente. Ocozías era cuñado de
Joram (8.18), y por eso se le incluyó en el juicio contra la casa de Acab.
C. SE MATA A JEZABEL (9.30–37).
La reina madre todavía ejercía
gran poder en Israel, pero su hora de juicio había llegado y nada podía
protegerla. Oyó que Jehú venía y audazmente se atavió para recibir al nuevo
rey. Se «pintó los ojos con antimonio» y se puso su corona en su cabeza. Iba a
morir como una reina. Su declaración en el versículo 31 nos lleva de nuevo a 1
Reyes 16.9–20, en donde Zimri mató al rey y gobernó sólo siete días. ¿Estaba la
perversa Jezabel tratando de sobornar a Jehú para que le dejara con vida e
hiciera así más seguro su trono? Varios sirvientes del palacio ayudaron a Jehú
para echar a la reina por una ventana del piso alto y Jehú acabó el trabajo
pasándole encima del cuerpo con su carro.
Después se apoderó del palacio y
disfrutó de un gran banquete. Luego instruyó a sus hombres que sepultaran a la reina
muerta, pero los perros ya habían hecho su trabajo y se habían comido su
cuerpo. Véanse 1 Reyes 21.23.
D. LA MUERTE DE LOS DESCENDIENTES DE ACAB (10.1–17).
Acab tenía setenta descendientes (hijos,
nietos) que vivían en Samaria y Jehú dirigió su atención a ellos. Escribió
cartas oficiales a los ancianos (como Jezabel lo hizo, 1 R 21.8–14) pidiéndoles
que seleccionaran paladines de la familia para que pelearan contra Jehú y sus
hombres. Los ancianos temieron pelear y de inmediato pidieron paz. La segunda
carta de Jehú sugería que le entregaran sólo
las cabezas de los setenta hijos. Esa noche los hombres llegaron con las
cabezas y a la mañana del día siguiente Jehú fue a la puerta de la ciudad para
ver el horrible espectáculo.
En el versículo 9 finge ser
inocente de su muerte y en el versículo 10 afirmó que los que los mataron
estaban simplemente cumpliendo con la Palabra de Jehová. Por supuesto, en
cierto sentido Jehú decía la verdad, pero no podemos sino pensar que estaba más
afanado en matar a la familia de Acab que en glorificar al Señor. En los
versículos 12–14 mató incluso a cuarenta y dos primos de Ocozías. Y en el versículo
17 se nos dice que Jehú destruyó al resto de la familia de Acab en Samaria, la
capital. En verdad tenía «celo por Jehová».
E. MATANZA DE LOS ADORADORES DE BAAL (10.18–28).
En la mente de Jehú el fin
justificaba los medios, de modo que no tuvo escrúpulos de conciencia cuando a
propósito mintió al pueblo y adujo ser más vehemente en su adoración a Baal de
lo que fue Acab. En su complot se le unió Jonadad, un consagrado judío que
anhelaba librar a la tierra de la idolatría. Véanse en Jeremías 35 más acerca
de la familia de Recab.
Después de llegar a Samaria, Jehú anunció
su intención de establecer la adoración a Baal y el pueblo se lo creyó. Una vez
que tuvo a los fieles seguidores de Baal reunidos en la casa de Baal, apostó a
sus soldados fuera y meticulosamente examinó a la muchedumbre para asegurarse
que ningún fiel seguidor de Jehová había entrado por error en el templo pagano.
Jehú mismo no participó en la adoración. Una vez que el culto concluyó, los guardias
mataron a los seguidores de Baal y destruyeron las imágenes y el templo, que se
convirtió en «letrinas», profanándolo así permanentemente.
Tal vez nos resulte repulsivo leer
estos sucesos, pero debemos recordar que Dios le dio a la casa de Acab muchas
oportunidades para arrepentirse y escapar del juicio. Aun cuando el celo de
Jehú quizás estuvo fuera de control y aun cuando sus motivos tal vez no fueron
siempre espirituales, debemos reconocer que fue el instrumento de la ira de
Dios contra una familia perversa. Dios esperó muchos años y su juicio «ardía al
rescoldo» mientras extendía su misericordia a una nación que no la merecía.
El pecador debe estar atento no
sea que agotemos la paciencia de Dios y el pecado elimine el día de la gracia.
III. EL ABANDONO (10.29–36)
Dios elogió a Jehú por su
obediencia y le prometió un trono seguro por cuatro generaciones (Véanse 15.1–12).
Sin embargo, Jehú no se cuidó de obedecer la Palabra de Dios, sino que volvió a
la idolatría, adorando becerros de oro. Cuán proclives somos para juzgar los
pecados en las vidas de otros, pero fallamos al no ver los mismos pecados en
nuestras vidas; Véanse Mateo 7.1–5. Dios tuvo que castigar a Jehú permitiendo
que Hazael de Siria capturara territorio de Israel. Jehú reinó veintiocho años.
El profeta Oseas (Os 1.4) anunció que Dios vengaría la sangre de Jezreel sobre
la casa de Jehú y así sucedió. Jehú abandonó al Señor y ahora el Señor lo
abandonaría a él y a su simiente después de tan solo cuatro generaciones.
Podemos descubrir algunas
lecciones básicas en este relato.
(1) Dios cumple
su obra de juicio aun cuando su misericordia permanezca largo tiempo. El pecado
a menudo se hunde en una falsa paz debido a que la espada del juicio demora en
venir, pero puede estar seguro de esto: vendrá.
(2) Los padres
impíos con frecuencia conducen a sus hijos al pecado y la condenación. El
matrimonio de Acab con una mujer pagana y seguirla en su adoración a Baal llevó
a la familia y a la nación a la oscuridad y destrucción. ¡Cuántas personas
murieron debido a que un solo hombre los llevó al pecado!
(3) Un siervo
puede cumplir la Palabra de Dios y luego fallar por no obedecerle. Si Jehú
hubiera continuado sintiendo celo por Jehová, su reinado hubiera sido bendecido
especialmente. Su idolatría lo condenó a él y a su familia.
11–16
Tres reyes diferentes se mencionan
en estos capítulos, cinco de Judá y ocho de Israel. No es necesario examinar la
vida de cada uno por separado, de modo que concentraremos nuestra atención en
cinco reyes en particular y trataremos de aprender lecciones de sus vidas.
I. JOÁS, EL NIÑO REY (11–12; 2 CR 22–24)
A. PROTEGIDO (11.1–3).
Cuando la reina madre Atalía vio
que su hijo Ocozías había muerto, decidió exterminar a toda la familia real
para que ningún rival le arrebatara el trono. En la providencia de Dios un niñito
fue rescatado y protegido durante siete años y así Dios cumplió su promesa de
mantener a la simiente de David en el trono de Judá. En 2 Crónicas 22.11 se nos
dice que la piadosa mujer que salvó la vida de Joás era en realidad su tía,
media hermana de Ocozías y esposa de un piadoso sumo sacerdote, Joiada. Satanás
trató de exterminar la simiente de Dios (Gn 3.15), pero Dios ganó la batalla.
B. PROCLAMADO REY (11.4–21).
Joiada coordinó todo el programa
sin que la reina madre se enterara del complot. Tuvo a los levitas y a los
guardias en sus puestos antes de que la malvada Atalía pudiera actuar y cuando
ella en efecto apareció, significó su muerte. Nótese que los guardias usaron
las armas del templo capturadas por David años antes (v. 10). Pero fue más que
un cambio de gobierno; fue también un despertamiento religioso. Al joven Joás
se le dio la ley (v. 12, y Véanse Dt 17.18), y el rey hizo voto de servir al
Señor y al pueblo. Una vez que el trono estaba asegurado, el rey le permitió a
Joiada que «limpiara la casa» y eliminara a los adoradores de Baal y a sus
ídolos. El despertamiento tuvo tanto sus aspectos negativos de juicio como
pasos positivos de dedicación.
C. BENDECIDO POR DIOS (12.1–16).
El sumo sacerdote Joiada fue el
guía espiritual del joven rey y al principio de su reinado Joás estaba dispuesto
a seguirlo. Atalía, la adoradora de Baal, permitió que la casa de Jehová se
arruinara, de modo que Joiada y el rey se dieron a la tarea de repararla y
restaurarla para el uso. Su primer plan para financiar el programa fue pedir a
los sacerdotes que solicitaran contribuciones de los que venían a pagar sus
votos y a traer sacrificios (vv. 4–5). Pero después de mucho tiempo se abandonó
esta práctica. Puesto que los sacerdotes tenían que vivir de los sacrificios y
del dinero que se pagaba por votos, era difícil pedir más dinero como ofrenda
voluntaria. El sumo sacerdote puso un arca para ofrendas junto al altar de
bronce a la entrada de la casa del Señor. El pueblo respondió generosamente de
modo que pronto hubo suficiente dinero para completar la obra. Tan honrados y
fieles fueron los trabajadores que no se necesitó ninguna contabilidad especial
en cuanto a cómo se gastaron los fondos.
D. ARRUINADO POR EL PECADO (12.17–21).
En 2 Crónicas 24.15–27 se nos
informa que cuando el fiel Joiada murió (a la edad de 130 años), el rey empezó
a desviarse y cayó en la idolatría. Por desgracia, la fe de este líder estaba
ligada a otro líder y no al Señor directamente. Dios envió profetas para que
advirtieran al rey, pero no quiso escucharles.
Uno de ellos fue Zacarías, hijo
del sumo sacerdote Joiada y primo de Joás (2 Cr 22.11); en lugar de oírle, Joás
ordenó que le apedrearan en el atrio del templo. En Mateo 23.34–35 Jesús hizo
referencia a este asesinato. Habiéndose descarriado espiritualmente, Joás no
pudo lidiar con la invasión siria, de modo que trató de sobornar a Hazael
dándole la riqueza de la casa de Dios. Cuán a menudo el pueblo de Dios le roba
tratando de resolver sus problemas, en lugar de acudir a Él en confesión. Es
triste, pero al mismo Joás lo asesinaron algunos de sus siervos que buscaban
vengar la muerte de los inocentes hijos de Joiada.
II. JOACAZ: OPORTUNIDAD PERDIDA (13)
En los primeros nueve versículos
leemos acerca de Joacaz, el padre de Joás. No se confunda a este Joás con el
joven rey de Judá de los capítulos 11–12. Este Joacaz fue rey de Israel e hizo
lo malo a los ojos de Dios. Veremos en 14.8–14 que este rey derrotó a Amasías,
rey de Judá. Durante su reinado Joacaz tuvo contacto con el profeta Eliseo, poco
antes de que el varón de Dios muriera. Eliseo le dio una oportunidad dorada de
derrotar a Siria de una vez por todas, pero desperdició la oportunidad. El versículo
25 nos dice que sólo ganó tres veces. Qué trágico es cuando desaprovechamos los
momentos de las grandes oportunidades que el Señor nos da. Las decisiones
equivocadas de hoy a menudo significan derrotas mañana. El milagro inusual de
los versículos 20–21 sugieren la poderosa influencia que un hombre piadoso
puede tener incluso después de su muerte.
III. AMASÍAS: DERROTADO POR EL ORGULLO (14; 2 CR
25)
Este rey empezó con buen pie
obedeciendo al Señor y vengando el asesinato de su padre Joás (v. 5, y Véanse
12.20). Nótese en el versículo 6 su estricta obediencia a Deuteronomio 24.16.
Dios le dio grandes victorias en Edom, pero 2 Crónicas 25.14–16 nos dice que
trajo consigo los dioses paganos de Edom y adoró a estos dioses del enemigo
derrotado. Esta combinación de idolatría y orgullo le llevó a «enredarse» con
Joacaz, el rey de Israel (Véanse 13.10–13) y desafiarle a la guerra (v. 8). El
rey de Israel fue demasiado astuto como para temer la amenaza.
Como indica su incisiva parábola
en los versículos 9–10, Amasías no era sino un cardo. ¿El resultado? «Antes del
quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr
16.18). Israel derrotó completamente a Judá; la destrucción de Jerusalén fue
parcial y el tesoro del Señor saqueado. Si Amasías se hubiera quedado en su
tierra y le hubiera dado a Dios la gloria de sus victorias, no hubiera caído
cautivo de Israel. Se nos dice que fue asesinado en una conspiración (2 Cr
25.25–28).
IV. UZÍAS: EL GRAN REY DE JUDÁ (15; 2 CR 26)
Uzías significa «fuerza de
Jehová»; su otro nombre, Azarías, significa «ayudado por Jehová».
Ascendió al trono cuando tenía
dieciséis años y bajo su sólido liderazgo la nación tomó una nueva vida y
prosperidad. Su guía espiritual fue Zacarías (2 Cr 26.5); este no es el profeta
que ministró a Joás (2 Cr 24.17–22). Dios le dio a Uzías grandes victorias
sobre los filisteos y las naciones árabes. Dirigió a la nación en grandes
programas de construcción, particularmente en el área de provisión de agua. Su efectivos
militares fueron destacados; usó los artefactos más avanzados para la guerra.
El profeta Isaías recibió su llamado al servicio en el año en que murió el rey
Uzías; Isaías 6.
El orgullo trajo su ruina (2 Cr
26.16): entró en el templo para quemar incienso y el Señor le hirió con lepra.
Su hijo Jotam reinó varios años junto con él hasta que Uzías murió. Judá
lamentó mucho su muerte. Gobernó cincuenta y dos años y la nación disfrutó de
su más grande seguridad y prosperidad desde Salomón.
En 15.8–31 tenemos un breve
recuento de cinco reyes de Israel: Zacarías reinó sólo seis meses y Salum lo
asesinó. Salum reinó un mes y Manahem lo mató. Este reinó diez años, haciendo
incluso obras más malas que los paganos, y fue sucedido por Pekaía, quien reinó
dos años hasta el tiempo de Acaz. Fueron días difíciles para Israel, porque la
nación se había alejado del Señor.
V. ACAZ: EL COSTO DEL COMPROMISO (16) (2 CR 28)
Tan perverso fue este rey de Judá
que hasta sacrificó a su hijo al dios Moloc. Reinó sólo dieciséis años. Uno de
sus logros fue dedicar a Baal el valle del hijo de Hinón. Más adelante el rey
Josías profanó ese valle y lo convirtió en muladar. El término «Ge-Hinón»
(«valle de Hinón») se convirtió en la palabra griega Gehena, nombre para el
infierno. Dios castigó a Acaz al traer contra él a los sirios y, como algunos
de sus predecesores, robó la casa de Dios para sobornar a los asirios para que
pelearan por él.
Su amistad con el rey asirio le
llevó a más problemas. Acaz vio un altar pagano en Damasco y trató de
duplicarlo en Jerusalén.
Es más, este nuevo altar reemplazó
el que Dios ordenó en el templo. Qué fácil es imitar al mundo. En 2 Crónicas
28.20–27 se nos dice que la amistad de Acaz con Asiria lo llevó a la idolatría
y que el rey de Asiria tomó el dinero, pero al final no le dio ninguna ayuda a
Judá.
En 2 Reyes 16.17–18 se nos dice
que Acaz escondió del rey de Asiria las decoraciones adicionales de oro, para
evitar que se las llevara también. A su muerte, su hijo Ezequías subió al
trono. Ezequías fue un hombre piadoso que buscó la bendición del Señor. Acaz
había trató de contemporizar y de «comprar el camino» a la victoria, pero esto
sólo lo llevó a la vergüenza y a la derrota.
17
Este largo capítulo trata sobre el
último rey de Israel y cómo él condujo al reino del norte al cautiverio.
Asiria capturó Samaria (capital
del reino del norte) en el 722 a.C., después de subyugar a la nación. Lo que
pudiera haber sido una gran victoria para la gloria de Dios, se convirtió en
una derrota que llevó la adoración a Dios a un nivel todavía más bajo.
I. CAÍDA DE SAMARIA (17.1–6)
Oseas llegó a ser rey de Israel
mediante la cooperación de Asiria, porque prometió pagarle tributo al rey de
Asiria. Véanse en 2 Reyes 15.27–31 la historia de la conspiración de Oseas. Se
nos dice que Oseas fue un rey malo (uno de los veinte reyes malos en la
historia de Israel), pero que sus pecados no fueron tan graves como los de sus
predecesores. El versículo 2 sugiere que a Oseas le hubiera gustado dirigir a
la nación de una mejor manera; 2 Crónicas 30.6–11 indica que permitió que sus
ciudadanos participaran en la «gran Pascua» convocada por el piadoso rey
Ezequías. Pero el rey se había vendido a Asiria y era demasiado tarde para
cambiar. Es triste, pero hasta se rebeló contra Asiria rehusando pagarle el
tributo anual y haciendo un tratado secreto con Egipto. Cuán proclive era
Israel para «descender a Egipto» por ayuda, de la misma manera en que ahora el
pueblo de Dios mira «al mundo» por respaldo. Véanse en Jeremías 17.5–7 y Oseas
7.11–13 las actitudes de los profetas respecto a las alianzas con Egipto.
Asiria no tomó a la ligera la
rebelión de Oseas. Sus ejércitos aplastaron al reino del norte y al final convergieron
sobre la ciudad de Samaria. Era una ciudad fuertemente fortificada; así que le
llevó tres años a Asiria capturarla. Pero el caso era sin esperanza; la nación
se olvidó del Señor y Él decretó su cautiverio. El método de Asiria era llevar
a su país a los mejores ciudadanos y entonces colonizar la tierra capturada con
extranjeros de otros países subyugados. Así que, después de doscientos
cincuenta años de constante pecado y rebelión, el enemigo llevó al cautiverio a
la nación de Israel (el reino del norte), y se dejó un vacío desierto de
vergüenza y derrota. Si Jeroboam, el primer rey de Israel, hubiera andado en
los caminos del Señor y guiado a su nación a obedecer la ley, la historia de Israel
hubiera sido diferente. En lugar de eso, vemos a Jeroboam desobedeciendo al
Señor y conduciendo a la nación a alejarse de Dios, y a sus sucesores andando
en los pecados de Jeroboam, el que hizo «pecar a Israel» (véanse por ej. 1 R
16.19, 26; 2 R 3.3). Los becerros de oro de Jeroboam en Dan y Bet-el hicieron
que el pueblo se descarriara (1 R 12.25–33).
II. LAS CAUSAS DEL CAUTIVERIO (17.7–23)
La historia no es simplemente una
serie de hechos accidentales, porque detrás de cada nación está el plan y propósito
de Dios. En estos versículos el Espíritu Santo nos explica por qué cayó
Samaria.
Hoy haremos bien en prestar
atención, ya que Dios no hace acepción de naciones; y si Él castigó tan severamente
a su pueblo Israel, ¿qué hará a las naciones hoy que se rebelan contra Él? «La
historia es su historia».
A. LA NACIÓN SE OLVIDÓ DE DIOS (V. 7).
Dios los redimió de la esclavitud
en Egipto y los adquirió para que fueran su pueblo. La fiesta anual de la
Pascua era un recordatorio de la gracia de Dios. Sin embargo, se olvidaron de
todo lo que Dios había hecho por ellos. Muchas veces en Deuteronomio, Moisés
instó al pueblo a recordar al Señor y a no olvidarse de sus misericordias.
Véanse Deuteronomio 6.10 y 8.1.
B. LA NACIÓN DESOBEDECIÓ SECRETAMENTE (VV. 8–9).
Dios les advirtió que no se
mezclaran con las naciones paganas en Canaán (Dt 7), y sin embargo Israel
secretamente desobedeció. Su corazón cedió a los deseos y poco a poco se
rindieron a la adoración pagana que les rodeaba.
C. LA NACIÓN SE REBELÓ ABIERTAMENTE (VV. 10–12).
Lo que empezó como un pecado
secreto al fin y al cabo se convirtió en pecado abierto y la nación provocó
deliberadamente a Dios. Véanse Éxodo 20.4, Deuteronomio 4.16 y 5.8.
D. LA NACIÓN RESISTIÓ EL LLAMADO DE DIOS (VV. 13–15).
El Señor envió profetas
consagrados para advertirles y suplicarles, pero el pueblo sólo endureció su cerviz
en rebelión obstinada (véanse Éx 32.9 y 33.3; también Hch 7.51). Rechazaron la
ley, escrita por Dios y dada a ellos para bendición. El versículo 15 es
aterrador: «Siguieron la vanidad [ídolos vacíos], y se hicieron vanos».
Llegamos a ser como aquello a lo cual adoramos; Véanse Salmo 115.1–8.
E. LA NACIÓN SE VENDIÓ A HACER EL MAL (VV. 16–23).
Llegaron a ser esclavos del
pecado. Jeroboam estableció los becerros de oro, pero aun esto no fue suficiente
para satisfacer el corazón lujurioso de Israel. No sólo adoraron a los dioses
de los cananeos, sino que importaron a otros dioses de otras naciones. Dios
dividió el reino (v. 18), dejando a la familia de David que gobernara en Judá,
pero entonces incluso Judá cayó en pecado. Dios entregó la nación a los
«saqueadores» (v. 20), tanto dentro como fuera de su tierra. Sus reyes les
robaban y sus enemigos les atacaban. Dios les advirtió mediante los profetas
que el juicio vendría, pero el pueblo ciegamente fue de pecado en pecado.
El AT menciona veinte reyes de la
nación de Israel, todos malos. Llevó doscientos cincuenta años para que el
reino de Israel cayera en la ruina. Oyeron a profetas como Elías, Eliseo, Amós,
Oseas e Isaías, y sin embargo rehusaron doblar sus rodillas ante el Señor. No
hay cura para la apostasía. Todo lo que Dios puede hacer es juzgar y luego
tomar un «remanente creyente» y empezar de nuevo.
III. LA COLONIZACIÓN DE SAMARIA (17.24–41)
Después de deportar a lo mejor del
pueblo, el rey de Asiria importó ciudadanos de otras naciones bajo su dominio,
impidiendo así que Israel se reorganizara o se rebelara. Estos versículos
describen los orígenes de «los samaritanos», aquel pueblo mezclado del cual
leemos en Juan 4 y Hechos 8. Más adelante, un «remanente» de judíos creyentes
en efecto regresó a Samaria, pero los judíos ortodoxos no querían tener nada
que ver con esta nación «mezclada». Jesús le dijo directamente a una samaritana
que ellos no sabían lo que adoraban (Jn 4.22) y que la salvación vendría de los
judíos.
Al principio no había fe religiosa
en Samaria, de modo que Dios tuvo que enviar leones para infundir temor en el
corazón de la gente (Véanse v. 25). Sin embargo, los líderes resolvieron el
problema de la manera más peculiar: importaron un sacerdote judío, aprendieron
la senda del Señor y entonces hicieron que el pueblo adorara tanto a Jehová como a sus dioses nacionales. «Cada
nación se hizo sus dioses», dice el versículo 29. Este fue el movimiento
ecuménico del AT. Nótese la repetición de la frase «temieron a Jehová» (vv. 25,
28, 32–34, 41). Temieron a Jehová (como el «dios de la tierra», v. 27), pero
adoraban y servían a sus dioses (v. 33). Su adoración a Jehová era una
formalidad vacía, una expresión sólo externa de lealtad; su verdadera adoración
era tributada a sus propios dioses paganos. Jehová no era sino otro «dios» en
su colección de deidades.
En otras palabras, después de ver
la pesada mano del juicio sobre su tierra, el pueblo que quedó persistía en
desobedecer al Señor. A fin de cuentas este cáncer de idolatría se esparció a
Judá y en el 586 a.C. los babilonios capturaron y destruyeron Jerusalén. Un
remanente regresó con Esdras y Nehemías, y la nación empezó de nuevo a
florecer. Pero cuando Dios envió a su Hijo a su pueblo, le rechazaron, y una
vez más el juicio divino tuvo que caer. En el año 70 d.C. Jerusalén fue
destruida y la nación esparcida por todo el mundo.
«Bendita es la nación cuyo Dios es
Jehová». Estos trágicos sucesos en la historia de Israel deberían hacer que los
ciudadanos cristianos teman por su país y oren por sus líderes. Los líderes
impíos producen generaciones de ciudadanos impíos (v. 41). Los sacerdotes que
contemporizan alejan aún más de Dios a los adoradores. Cuando se rechaza la
Palabra del Señor (vv. 34–38), no hay esperanza para el futuro de la nación.
Puede haber una extensión de la misericordia de Dios (soportó a Israel 250
años), pero al fin y al cabo el juicio debe caer.
No hay cura para la apostasía. Una
vez que el pueblo de Dios se ha alejado finalmente del Señor, Él debe juzgar.
Dios salvará para sí mismo un «remanente» de creyentes fieles y empezará su
testimonio de nuevo, pero no bendecirá esta parte que ha rechazado su Palabra y
rehusado oír su llamamiento.
18–20
(Léase también Isaías 36–39 y 2
Crónicas 29–32.) Entramos ahora en el estudio de uno de los más emocionantes
períodos de la historia de Judá, el reinado del buen rey Ezequías. Samaria
(Israel) había caído ante Asiria y ahora el enemigo estaba atacando Judá. Años
antes Acaz hizo un pacto con Asiria (16.7–9), pero Ezequías se rebeló contra
ese pacto (18.7, 13–16); y esto incitó una invasión del enemigo. En realidad,
los hechos en estos capítulos no aparecen en su orden exacto, porque la enfermedad
de Ezequías fue durante el asedio (Véanse 20.6) y la visita de los líderes
babilonios después de su recuperación. Reinó veintinueve años (18.2).
Puesto que se le dio quince años
después de su recuperación y la invasión ocurrió en el año catorce de su
reinado (18.13), entonces su enfermedad y la invasión sucedieron en el mismo
período de su vida. Notaremos tres enemigos a los que Ezequías tuvo que
enfrentar y cómo lo hizo.
I. LOS INVASORES ASIRIOS (18–19)
A. LA REFORMA DE EZEQUÍAS (18.1–8; 2 CR 29–32).
Este piadoso rey de inmediato se
dedicó a librar a la tierra de idolatría y pecado. Abrió de nuevo y reparó el
templo, limpió los escombros que se habían acumulado allí y re-estableció los cultos. Se interesó
especialmente en los cantores y los sacrificios. También llamó a toda la nación
(Israel incluido) a la gran Fiesta de la Pascua. Fue un tiempo de avivamiento,
pero desafortunadamente no penetró en el corazón del pueblo. Estos cambios
fueron sólo superficiales. Sin embargo, Ezequías demostró que amaba al Señor y
Dios le bendijo por su servicio.
B. REBELIÓN (18.9–37).
Por años la nación había pagado
tributos a Asiria, pero Ezequías se rebeló y rehusó pagarlos. Esto trajo al
ejército asirio a Jerusalén, pero en lugar de acudir a Dios, Ezequías temió al
enemigo y se rindió (vv. 13–16) hasta el punto de robar al templo para pagarle
a Asiria. Había en realidad tres «partidos» en Judá en ese tiempo: uno quería
capitular ante Asiria; otro quería irse a Egipto por ayuda; y un tercer grupo
(dirigido por Isaías) llamó a la nación a que confiara en Dios para su
liberación. El rey de Asiria tomó el dinero y luego se volvió e invadió a Judá
de todas maneras. Isaías llamó a este acto «traición» (Is 33.1–8), porque
Asiria no cumplió su promesa. Tres de los oficiales asirios hostigaban a los
judíos (v. 17: estos son títulos de oficiales, no nombres personales) y
trataron de socavar la fe y liderazgo de Ezequías. Los versículos 31–32
ilustran el engaño del pecado; les prometió paz y abundancia hasta que fueron
llevados en cautiverio. Siempre hay un «hasta» en la desobediencia.
C. PETICIÓN (19.1–19).
Impotente para salvarse a sí
mismo, el rey fue al templo a orar. El versículo 2 es la primera mención del
profeta Isaías en la Biblia. El profeta envió al rey una respuesta de paz: Dios
libraría a Judá y derrotaría a Asiria. Dificultades con otras naciones
obligaron a Asiria a retirar sus fuerzas, pero el Rabsaces envió una carta
arrogante a Ezequías para asustarlo a fin de que se rindiera. El rey llevó la carta
al templo y «la extendió delante del Señor». Nótese que el versículo 19
enfatiza la gloria de Dios, que es la base real de la oración.
D. RECOMPENSA (19.20–37).
Qué maravillosa combinación: la
Palabra de Dios y la oración. Ezequías oró y Dios le envió la respuesta
mediante Isaías: Él juzgaría a Asiria y los trataría como habían tratado a las
naciones. Dios le dio a Ezequías la promesa de que después de dos años Judá
volvería a cosechar (v. 29). (Los asirios habían devastado la tierra.) Nótese
que Dios contestó la oración por amor de David y no porque Judá o porque el rey
merecieran tal misericordia (v. 34). Dios mató a ciento ochenta y cinco mil
soldados en una noche y después Senaquerib fue muerto por sus propios hijos.
Dios pudo derrotar al enemigo sin la ayuda de Egipto. Véanse Isaías 30–31.
II. MUERTE (20.1–11)
A la muerte se le llama «el
postrer enemigo» (1 Co 15.26). Debe haber sido una prueba para el rey estar muy
enfermo mientras Asiria amenazaba con invadirles. Los problemas muchas veces
vienen en parejas, pero Dios es suficiente para resolverlos. No estamos seguros
de por qué Dios le envió esta enfermedad. Quizás fue por la incredulidad de
Ezequías y su disposición para pagar el tributo (18.13–16). O tal vez había un
pecado secreto (Véanse Is 38.17). Sin duda el salmo de alabanza del rey en
Isaías 38.9–20 indica que temía la muerte y quería seguir con vida para
concluir su obra de reforma.
En cualquier caso, oró que se le
prolongara la vida y Dios contestó su oración. Nótese que Dios usa medios para
sanar a los suyos (en este caso una cataplasma), de modo que acudir a un médico
buscando ayuda no es evidencia de incredulidad. Dios le dio al rey quince años
adicionales de vida. Fortaleció la fe del rey incluso más que hacer que la
sombra retrocediera diez grados en el reloj solar. (Este reloj de sol fue tal
vez una escalera cuyos escalones marcaban las horas. El rey podía verla desde
la ventana de su palacio.)
Los estudiosos han debatido por
años si Ezequías debía haber orado por salud o si su recuperación fue la
voluntad perfecta de Dios o su
voluntad permisiva. Algunas
veces Dios en efecto contesta la oración cuando la respuesta no es lo mejor
para nosotros (Véanse Sal 106.15). Los que opinan que Ezequías estaba
equivocado recalcan que los últimos quince años del rey incluyeron su
pecaminosa alianza con los babilonios (20.12–21) y también el nacimiento de
Manasés, el cual resultó ser el rey más malo de Judá (cap. 21). Si Ezequías
hubiera muerto, Judá se hubiera librado del compromiso con Babilonia y del
perverso reinado de Manasés. Sin embargo, Manasés se arrepintió y sirvió al
Señor (2 Cr 33.11–19).
Por otro lado, algunos destacan
que Ezequías no tenía heredero al trono cuando Isaías le entregó el mensaje de
la caída, de modo que su oración no fue sólo por él, sino por la nación.
«Ordena tu casa» en 20.1 literalmente significa: «Selecciona a un hombre que te
suceda en el trono». Dios prometió que Judá siempre tendría un descendiente de
David en el trono y Ezequías se aferraba a esa promesa. Todos sus hijos
nacieron en los últimos quince años; Véanse 20.18. Es cierto que Manasés fue un
rey impío (lo cual no honra a Ezequías como padre), pero entonces debemos
admitir que Josías fue un gran hombre de Dios.
Si Ezequías hubiera muerto, no
hubiera existido Josías. Aún más, la Biblia nos indica que durante los últimos
quince años de su reinado se ocupó con «los hombres de Ezequías» (un grupo de escribas,
Pr 25.1) de copiar las Escrituras del AT y ponerlas en orden. Muchos eruditos
creen que los «Cánticos graduales» (Sal 120–134) fueron especialmente
compilados para conmemorar la enfermedad y la recuperación de Ezequías. También
se puede hallar las letras hebreas «H Z K» al final de muchos de los libros del
AT en los manuscritos hebreos. Al parecer, por lo que hizo Ezequías, que en gratitud
a Dios dedicó los últimos quince años de su vida a poner en orden para el
pueblo las Escrituras del AT.
En cuanto a Manasés, decir que un
hombre debiera morir antes de procrear a un hijo perverso es pedir demasiado.
Los hijos de David fueron malos, incluyendo a Salomón; ¿por qué le permitió
Dios a David vivir? ¿Mata Dios a un hombre por los pecados futuros de un hijo
que aún no se ha concebido? Es más, la sanidad del rey y la liberación de
Jerusalén ocurrieron al mismo tiempo (20.5–6). ¿Hubiera sido para gloria de
Dios rescatar la ciudad y luego matar a su rey?
III. LOS VISITANTES BABILONIOS (20.12–21)
Lo que Asiria no pudo conseguir
por fuerza, Babilonia lo logró con engaño. Satanás es un león o una serpiente.
El orgullo de Ezequías después de su curación y la liberación de Jerusalén le
metió en una alianza pecaminosa con Babilonia. Lea 2 Crónicas 32.25–26, 31 para
ver que fue su orgullo lo que le acarreó el castigo después de su sanidad. Que
el rey le permitiera al enemigo ver su riqueza y sus armas fue ciertamente una
acción insensata, y la nación al fin y al cabo sufrió por eso. Nótese el
orgullo del rey en el versículo 15: «mi casa, mis tesoros». El mismo profeta
que le trajo el gozoso mensaje de sanidad ahora tuvo que darle el triste
mensaje de juicio: se llevarían a Babilonia los tesoros y sus hijos.
En estas experiencias Dios probaba
el corazón de Ezequías (2 Cr 32.31) para ver si el rey le glorificaría y
confiaría en Él, no en sus tesoros o su propia fuerza. A Manasés lo llevaron a
Babilonia y lo pusieron en la cárcel, pero se humilló y Dios le libró (2 Cr
33.11–19). Es triste ver a Ezequías más preocupado por su día que por el futuro
de la nación. Descansar en una paz temporal cuando la derrota final está a la
vuelta de la esquina, es el colmo de la necedad. Pero a pesar de sus faltas y
pecados, Ezequías ha quedado en la historia judía como un gran rey. Fortificó
la ciudad, mejoró su sistema de acueducto, limpió de ídolos la tierra y procuró
guiar al pueblo a volver al Señor. Fue un hombre de oración que sabía cómo
«presentarlo delante del Señor».
21–23
En estos capítulos se mencionan
cinco reyes, pero nos concentraremos principalmente en dos: Manasés y Josías.
El rey Amón reinó dos años (21.19–26); y Joacaz sólo tres meses (23.31–33).
Veremos a Joacim en nuestro próximo estudio. Lo interesante en cuanto a Josías
y Manasés es que sus vidas espirituales fueron exactamente lo opuesto la una de
la otra. Manasés empezó su reinado en pecado, pero acabó en humilde
arrepentimiento, en tanto que Josías buscó al Señor temprano en su vida, pero acabó
su reinado (y su vida) en desobediencia.
I. REINADO DE MANASÉS (21)
A. SU REBELIÓN (21.1–9).
Los historiadores han calculado
que al menos diez años Manasés reinó junto con el buen Ezequías.
Manasés era un hombre malo, peor
que cualquiera antes o después de él. Qué extraño que el piadoso Ezequías
reinara veintinueve años, en tanto que el perverso Manasés reinara cincuenta y
cinco. Pero Dios le estaba dando al pueblo exactamente lo que querían y
merecían. Tan pronto como Ezequías estuvo fuera de la escena, se reveló el
verdadero carácter de Manasés. Edificó lo que Ezequías destruyó y derribó lo
que Ezequías edificó. Contraste esto con Isaac en Génesis 26.18. En lugar de
imitar al piadoso Ezequías, Manasés siguió el camino del rey Acab. La tradición
nos dice que Manasés hizo aserrar a Isaías por la mitad; Hebreos 11.37. Manasés
incluso llevó la idolatría hasta los mismos atrios del templo. Se rebeló en
contra del buen ejemplo de su padre y en contra de la ley de Dios.
B. SU REMOCIÓN (21.10–15).
Aquí debemos leer en 2 Crónicas
33.11–20 la historia completa. Dios envió a sus profetas para advertir al rey,
pero este no quiso escuchar. Dios anunció a la nación que el juicio y el
cautiverio se avecinaban. Judá fue testigo del juicio de Dios sobre Samaria,
pero esto no llevó al pueblo al arrepentimiento. Dios prometió tratar a la casa
de David como trató a la casa de Acab (v. 13). Los capitanes asirios llevaron a
Manasés a Babilonia, donde le pusieron en prisión.
C. SU ARREPENTIMIENTO (2 CR 33.12).
Cuán típico de muchos: «Mas luego
que fue puesto en angustias, oró a Jehová». Dios en su gracia perdonó al
malvado rey y le permitió regresar a su trono. Dios obra a favor de los que con
sinceridad se humillan y oran.
D. SU REFORMA (2 CR 33.13–20; 2 R 21.17–26).
El arrepentimiento de Manasés no
fue una conversión superficial «de trinchera», porque una vez que regresó al
trono inmediatamente empezó a reparar el daño que había hecho. Fortificó de
nuevo a Jerusalén contra el enemigo; quitó los ídolos y los altares extraños; y
procuró guiar a la nación a volver al Señor. Por supuesto, era imposible
deshacer todo el daño que había hecho, pero debe elogiársele por lo que logró
antes de su muerte. Es triste, pero Dios le dio a Manasés el reinado más largo
de cualquier rey hebreo, sin embargo, no logró casi nada. Es más, incluso su
arrepentimiento no detuvo la mano del juicio de Dios; fue el pecado de Manasés
lo que impulsó a Dios a enviar a la nación al cautiverio (23.26–27).
El rey Manasés tuvo todas las
oportunidades de vivir en piedad y servir a Dios y a su pueblo con fidelidad.
Su padre fue tal vez el rey más grande de Judá (excepto por David); el profeta
Isaías ministraba en su día; sin embargo Manasés no buscó al Señor, sino hacia
el final de su vida.
Admiramos lo que hizo después de
su conversión, pero no podemos dejar de sentir que hizo más daño en sus
primeros años que lo que reparó en sus últimos años. Nótese que no lo sepultaron
con los demás reyes, sino más bien en su jardín privado.
A su hijo Amón no le impactó la
tardía conversión de su padre; imitó los pecados de este, no sus actos justos.
Duró sólo dos años y luego fue asesinado en una conspiración y sepultado cerca
de su padre.
II. REINADO DE JOSÍAS (22–23)
El asesinato de Amón llevó a
Josías al trono cuando tenía ocho años de edad. Cuatro hechos clave resumen la
breve vida y reinado de este rey.
A. SALVACIÓN (22.1–2; 2 CR 34.3).
En el octavo año de su reinado,
cuando tenía dieciséis años, Josías empezó a buscar al Señor. Sin duda el sumo
sacerdote Hilcías enseñó al joven la Palabra de Dios. Es interesante notar que
el nombre de su madre (Jedida) es el mismo «sobrenombre» que Dios le dio a
Salomón (2 S 12.25). Significa «amado del Señor» y tal vez indica que la madre
de Josías fue también una influencia piadosa en su vida. Jeremías y Sofonías
también ministraban en este tiempo.
B. REFORMA (2 CR 34.3–7).
El rey tenía ya veinte años y era
lo suficiente maduro como para empezar a purificar la ciudad y la tierra de la
idolatría de Manasés y Amón. La meta suprema de Josías era restaurar el templo
y traer a la nación de regreso a adorar al Señor, pero sabía que tendría que
destruir los viejos pecados antes de establecer nueva obediencia.
Desafortunadamente el «avivamiento de Josías» fue superficial; nunca llegó al
corazón del pueblo. Aun cuando Jeremías el profeta lloró mucho la muerte de
Josías (2 Cr 35.25; Jer 22.10–12), no le hallamos elogiando al joven rey por su
llamado «avivamiento». Sin duda el rey y su concilio eran sinceros en sus
intentos de reformas, pero el pueblo no los siguió; seguían siendo idólatras en
su corazón.
C. RESTAURACIÓN (22.3–23.28).
Después de purgar a los ídolos,
Josías podía ahora concentrarse en re-establecer la verdadera adoración a
Jehová. No es suficiente derribar; también debemos edificar. Ordenó a los
sacerdotes que reunieran dinero y repararan el templo. Véanse 2 Crónicas
34.8–35.19. Mientras reparaba el templo, el sumo sacerdote descubrió una copia
de la Ley de Moisés desechada mucho tiempo atrás por una nación idólatra.
Cuando oyó la lectura de la ley, de inmediato Josías supo que Judá estaba en
grave peligro y envió a inquirir al Señor lo que había que hacer.
Hulda, la profetiza, que vivía en
la «segunda parte» (22.14) de la ciudad le dio al preocupado rey el mensaje de
Dios:
(1) Jerusalén y
Judá serían juzgadas por sus pecados, pero:
(2) el rey Josías
no vería estos juicios debido a que se había humillado ante el Señor.
Pronto Josías dio a conocer la
Palabra de Dios a todos los ancianos de la tierra y guió en el camino para una
gran culto de dedicación, reafirmando el pacto de Dios. Continuó su purga de la
tierra, incluyendo la profanación del «Tofet», el valle del hijo de Hinón, en
donde el pueblo ofrecía a sus hijos en holocaustos a Moloc. Como notamos antes,
el rey hizo de este valle un muladar y Ge-hinón llegó a ser «Gehena» en el NT:
una vívida ilustración del infierno. El Monte de los Olivos fue el «monte de corrupción»
23.13), pero Josías lo restauró. Durante su purga Josías descubrió el altar del
perverso rey Jeroboam así como la tumba del profeta que le advirtió; y así
Josías cumplió la profecía de 1 Reyes 13.1–5. La Palabra de Dios nunca vuelve
vacía. El rey no sólo restauró el templo y la ley, sino también la Fiesta de la
Pascua que por largo tiempo la nación desechó. Quería recordarle a su pueblo
que habían sido «comprados por precio».
¿Qué lograron las reformas y
restauraciones de Josías? Durante los días de Josías hubo paz y bendición; pero
Dios no retiró su promesa original de juicio debido a los pecados de Manasés
(23.26–27). La vida y ministerio piadosos de Josías detuvieron unos pocos años
más la mano de juicio, pero el cautiverio se avecinaba y nada podía evitarlo.
D. ASESINATO (23.29–37; 2 CR 35.20–27).
El ejército egipcio quizás vino
por mar y entró por la costa de Palestina. Faraón aclaró que no venía contra
Judá, sino que iba en camino para atacar a Asiria. Josías no buscó la mente del
Señor; es más, al parecer deliberadamente desobedeció la voluntad de Dios; Véanse
2 Crónicas 35.22. Aun su disfraz no le protegió una vez que estaba fuera de la
voluntad del Señor y murió en la batalla. Véanse en Zacarías 12.11 una alusión
al gran lamento en Meguido por Josías. El rey debía haber atendido la sabiduría
de Proverbios 20.3 y 26.17.
Tal vez Judá era aliado de Asiria
en ese tiempo y el rey se sintió obligado a actuar, pero es claro que Faraón
hubiera preferido no luchar contra el rey Josías. Joacaz, el hijo de Josías,
reinó sólo tres meses antes de que Faraón lo depusiera y le encadenara. Faraón
entonces escogió a otro de los hijos de Josías, Eliaquim, y le hizo rey,
dándole el nombre de «Joacim», «a quien Jehová levantará». Consideraremos la
vida de este en nuestro próximo estudio.
24–25
La hora del juicio finalmente
llega y Dios cumple su Palabra al traer terrible ira sobre su pueblo en el reino
de Judá. Dios les dio un trono, un templo, una ciudad y una tierra, y sobre
cada una de estas cosas
Él derramó su ira. Lea Jeremías
25–34 si desea más claridad sobre estos capítulos; lea también 2 Crónicas 36.
Nótense los juicios que vinieron sobre Judá.
I. DESTRONAMIENTO DEL REY (24.1–12,17–20)
Después del reinado del piadoso
Josías, el trono de David lo ocuparon una serie de hombres que desafiaron a
Dios con sus continuos pecados. Joacaz reinó tres meses, asimismo Joacim
(llamado también Conías o Jeconías, Jer 22.24). Joacim gobernó once años y en
el tercer año de su reinado se rebeló contra Babilonia. (Babilonia había
derrotado a Egipto y ahora era la nación más grande de los enemigos de Judá.)
Joacim quedó sujeto a Babilonia en el 604 a.C. y en el 601 se rebeló. Fue este
vil rey el que destrozó las profecías de Jeremías y las quemó en el fuego (Jer
36). En el 597 Joacim murió, dejando el trono a su hijo Joaquín, el cual reinó
tres meses.
Fue en el 597 que el ejército
babilónico empezó el asedio de Jerusalén. Por supuesto, el débil y falto de fe
Joaquín inmediatamente se rindió junto con su familia y los llevaron a Babilonia.
A Matanías, tío del rey, lo colocaron como el siguiente rey y se le dio el
nombre de Sedequías. Véanse Jeremías 52.
Reinó once años, del 597 al 585.
En el noveno año de su reinado (588 a.C.) hizo una alianza secreta con Egipto y
así provocó la ira de los babilonios. Fue esta acción insensata (a la cual,
dicho sea de paso, Jeremías se opuso) lo que trajo a los ejércitos babilónicos
a Jerusalén para el asedio final. En 25.27–30 se nos dice que al exiliado rey
Joaquín lo liberaron en Babilonia, a mediados del cautiverio.
El trono de David ahora estaba
virtualmente vacío. Sedequías fue el último rey de Judá. Si Sedequías hubiera
escuchado la Palabra de Jeremías, los días finales de Jerusalén hubieran sido diferentes.
II. DEPORTACIÓN DEL PUEBLO (24.13–16)
Hubo en realidad tres
deportaciones: en el 605 (cuando se incluyó a Daniel); en el 597 (descrita en este
pasaje); y en el 587 (después de los terribles dieciocho meses de sitio de la
ciudad). A Ezequiel lo llevaron a Babilonia en la segunda deportación. Era la
política de Babilonia llevarse lo mejor del pueblo de la tierra: príncipes,
nobles, soldados, artesanos y a la familia real; y dejar a los más pobres del
pueblo para que manejaran las cosas bajo la dirección de sus propios
gobernadores.
Así una nación cautiva no sería
capaz de organizar ninguna resistencia. Por supuesto, Jeremías predijo esta
deportación (cap. 25) así como lo hizo Moisés en la Ley (Lv 26; Dt 28). El
pueblo profanó con sangre e ídolos la tierra que Dios les dio; ya no eran más
merecedores de vivir en ella. Dios tenía que «barrerlos» para purificar a la
tierra de nuevo.
III. DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD (25.1–12)
Léase en el libro de Lamentaciones
la descripción gráfica que Jeremías da de la destrucción de Jerusalén. El
asedio de la ciudad duró dieciocho meses y comenzó el 15 de enero del 588. El
19 de julio del 586 se abrió una brecha en la muralla y los ciudadanos supieron
que el fin se acercaba. Sedequías y sus hombres trataron de huir (vv. 4–6),
pero el ejército de Babilonia los interceptó. Jeremías 32.4–5 y 34.1–7, así
como Ezequiel 12.13 predijeron que Sedequías no escaparía. Vería al rey de
Babilonia, pero no a Babilonia. Vio en efecto a Nabucodonosor; entonces le
quitaron los ojos y lo llevaron ciego a Babilonia. Un mes más tarde los
babilonios incendiaron Jerusalén, destrozaron las murallas y destruyeron el
templo.
IV. PROFANACIÓN DEL TEMPLO (25.13–17)
Los soldados babilonios despojaron
al templo de su riqueza. Los objetos que eran demasiado como para
transportarlos, los hicieron pedazos. Llevaron a tierra pagana los instrumentos
de bronce, oro y plata. En 24.13 se nos dice que el oro de Salomón y los
tesoros del palacio los incluyeron en el botín.
En Jeremías 7 notamos que los
judíos pensaban que Dios les protegería de la invasión debido al templo.
Los falsos profetas y sacerdotes
mundanos habían logrado que el pueblo creyera mentiras, así como la gente de
hoy cree que su iglesia o rituales religiosos les salvarán del juicio. En lugar
de que los vasos de la casa de Dios se usaran para la gloria de Dios, los
llevaron a Babilonia para embellecer los templos de los ídolos (2 Cr 36.7).
La presencia del templo no salvó a
la nación; tenía que haber confesión sincera y arrepentimiento de corazón. Pero
era demasiado tarde. La nación «se había mofado de los mensajeros de Dios, hasta
que no hubo remedio».
V. DEJARON LA TIERRA EN DESOLACIÓN (25.18–30)
Uno de los oficiales babilonios
reunió a los nobles que dejaron y los degolló (vv. 18–21). Todos los que
quedaron en la tierra fueron los más pobres de los pobres. Nabucodonosor
estableció un sistema de gobierno en la tierra, haciendo a Gedalías el primer
gobernador. Su padre había ayudado a Jeremías (Jer 26.24; 39.14) y su familia
era devota al profeta (Véanse Jer 39–40). Gedalías en efecto estableció una
razonable seguridad, paz y tranquilidad para los que quedaron, pero los celos
de Ismael (quizás un pariente lejano del rey) dirigió un complot y asesinó al
gobernador (Jer 40–41). Cuando se descubrió el complot, muchos de los judíos
huyeron a Egipto buscando seguridad.
En 2 Crónicas 36.20–21 se nos
informa que los setenta años de cautiverio (Jer 29.10) se calculaban a partir
de los «años sabáticos» de Levítico 25. Cada séptimo año se suponía que los
judíos debían dejar descansar la tierra, pero por siglos desobedecieron esta
ley. Véanse Jeremías 38.8–22.
Nótese también que Dios prometió
castigarlos por sus pecados «siete veces siete» (Lv 26.18, 21, 28), de modo que
el número siete juega un papel importante en el cautiverio. Los veinte reyes de
Judá (durante el reino dividido) reinaron aproximadamente 390 años en conjunto;
y el total de años de David, Salomón y Saúl es de 120, haciendo un gran total
de 510 años de monarquía. Sin embargo, en algunos casos padre e hijo reinaban
juntos de modo que los años se superponen. Esto significa que tenemos menos de 500
años para el reino de Judá desde Saúl a Sedequías y 500 años dividido entre
siete (por los años sabáticos) nos da aproximadamente 70 veces. Así como Israel
escogió 40 años de vagar por el desierto al espiar la tierra cuarenta días, su
descuido de los años sabáticos por casi cinco siglos le trajeron 70 años de
cautiverio.
Todo lo que Dios les dio a los
judíos se los quitaron. No tenían rey en el trono de David, ni tampoco lo
tienen hoy. No tenían templo, porque fue incendiado, y se confiscaron los vasos
sagrados.
Hoy no tienen templo. Su ciudad
santa fue destruida y desde entonces ha sido un punto focal de guerra e
intranquilidad en el Medio Oriente. Les quitaron su tierra y los esparcieron
entre las naciones. Por supuesto, este terrible asedio fue el precursor de la
terrible destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. «Sabed que vuestro pecado
os alcanzará».