2ª DE REYES

Continúa con la historia de Israel y Judá. Por su infidelidad, Israel fue vencida por los *asirios y llevada cautiva en el año 722 a. de J.C., y Judá fue llevada cautiva por los babilonios en el año 586 a. de J. C.

NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 2ª Rey: 19: 15. Dios de los querubines.  

1–4

Los ministerios de Elías y Eliseo a menudo se han puesto en contraste. Elías fue un profeta fogoso que aparecía de súbito y con dramatismo, mientras que Eliseo fue un profeta pastor que ministró a la gente de una manera personal. Elías pertenecía a las escabrosas montañas, Eliseo a los pacíficos valles. Elías fue un siervo solitario, mientras que Eliseo disfrutaba del compañerismo con la gente. En general, Elías fue un profeta de juicio que procuró hacer volver a la nación a Dios, mientras que Eliseo fue un ministro de gracia que llamó a «un remanente» antes de que la nación fuera destruida.

I. ELISEO SUCEDE A ELÍAS (1–2)

A. EL JUICIO DE FUEGO (CAP. 1).
Los últimos tres versículos de 1 Reyes 22 nos informan que el rey Ocozías era un hombre malo cuyo corazón no se conmovió ante los reciente juicios de Dios. Ahora vemos que ni la rebelión de Moab ni las heridas por su caída hicieron que Ocozías se arrepintiera. Es más, incluso envió a preguntar a los dioses paganos si sobreviviría o no. El Señor instruyó a Elías que enviara a los mensajeros de regreso con el mensaje verdadero del Señor: el rey moriría. Entonces Elías partió; Véanse en Juan 12.35–36 un paralelo del NT. Antes que someterse al Dios de Elías, el rey trató de matar al profeta, pero fuego del cielo consumió a sus hombres. Este juicio vino del Señor. Elías no lo hizo. El motivo del profeta era glorificar a Dios; Véanse en Lucas 9.51–56 un mal uso de este suceso por parte de los discípulos. La tercera compañía de soldados se humillaron (por miedo, no por fe) y Dios los aceptó. Sin temor, Elías le dio al rey su mensaje de ruina, y el rey murió.
B. EL CARRO DE FUEGO (CAP. 2).
En 1 Reyes 19.20 Eliseo prometió seguir a Elías fielmente; y esto lo hizo a pesar de las oportunidad para dejarlo. Había servido a su amo alrededor de diez años cuando le se le dijo a Elías que iba a dejarlo. Si Eliseo hubiera tomado el camino fácil y se hubiera quedado atrás, se hubiera perdido toda la bendición de los versículos 9–15. Vale la pena ser fiel a su llamamiento. En cuanto a la «doble porción» del versículo 9, Véanse Deuteronomio 21.17. Años antes Elías quiso morir en el desierto. Qué maravilloso que Dios no honró su petición. En lugar de eso, el profeta fue llevado al cielo en un torbellino. Dios siempre da lo mejor a los que le dejan a Él la elección. Debido a que Eliseo vio su amor partiendo y glorificado, recibió una doble porción del Espíritu. En el versículo 12 Eliseo compara a Elías con los ejércitos de Israel: él era más importante para la seguridad de la nación que los caballos y carros. Véanse también 13.14.
Eliseo tomó el manto de Elías (Véanse 1 R 19.19) y se atrevió a confiar en Dios para hacer lo imposible. Es una cosa cruzar el Jordán con Elías, pero otra muy diferente marchar por fe por uno mismo. Cuando usted confía en «el Señor Dios de Elías», no necesita a Elías también. Este primer milagro les demostró a los jóvenes en la escuela de profetas que Eliseo era en verdad el profeta de Dios y le honraron. Sin embargo, no estaban seguros de a dónde se había ido Elías realmente. Los versículos 16–18 nos narran su incredulidad y necedad. Es una ilustración de la gente de hoy que duda de la resurrección y ascensión corporal de Cristo y de quienes cuestionan el futuro Arrebatamiento de los santos. La sanidad de las aguas por la sal es un contraste marcado al milagro de Elías de detener la lluvia tres años y medio.
Los versículos 23–25 han sido enigma para la gente. Tenga presente que estos eran jóvenes, no niños, y por consiguiente eran responsables de sus acciones. Bet-el era un foco de idolatría (1 R 12.28–33); este lugar sagrado fue profanado y los jóvenes en realidad ridiculizaban la Palabra de Dios y a los siervos de Dios. El hecho de que cuarenta y dos de ellos anduvieran juntos sugiere un plan organizado.
Llamar al profeta «calvo» era una de las formas más bajas de insultar y la palabra «sube» señala la manera en que ridiculizaban el arrebatamiento de Elías al cielo. Los osos los destrozaron, pero no sabemos si alguno de los jóvenes murió. Fue una reprensión divina sobre la actitud ligera de hombres malos que debían saber más.

II. ELISEO SALVA A LA NACIÓN (3)

Fue un pecado que Josafat de Judá se aliara con el perverso hijo de Acab, pero lo hizo. Los dos se aliaron a Edom (otro enemigo) para luchar contra los moabitas. Joram de Israel tuvo que unirse con Judá y Edom debido a que sus ejércitos tenían que cruzar sus tierras para atacar a Moab. Es triste, pero su jornada fue un fracaso y se les acabó el agua. Josafat acudió a Eliseo y al Señor, y el profeta reconoció al descendiente de David, pero rehusó reconocer al impío heredero de Acab (vv. 13–14).
Dios proveyó milagrosamente agua de las zanjas que cavaron y también hizo huir al enemigo delante de ellos. El relato termina con una nota extraña; el impotente rey de Moab ofreció a su hijo en holocausto, y Judá y Edom se indignaron tanto contra Israel (Joram) que se retiraron de la batalla y se fueron. Para empezar, no debían haberse aliado a Joram. Fue el fiel profeta de Dios, no el rey malvado, quien salvó a la nación.
III. ELISEO SIRVE AL PUEBLO (4)
Durante sus «años ocultos» Elías ayudó al pueblo, pero esto no fue su principal ministerio. Elías fue fundamentalmente un profeta de fuego; Eliseo fue un «pastor» y ministró a la gente. Vemos varios milagros que realizó para ayudar a los necesitados.
A. LA VIUDA DE UN PROFETA (VV. 1–7).
Véanse Levítico 25.39–46. Los judíos no estaban mostrando misericordia recíproca ni obedeciendo las leyes del AT con respecto a la deuda. Dios toma lo que tenemos y lo usa para suplir la necesidad si confiamos en Él (Éx 4.2). «Cerrar la puerta» nos recuerda a Mateo 6.6; nótese que Eliseo a menudo «cerraba la puerta» cuando pedía la ayuda de Dios (vv. 21, 33). Dios llenó tantas vasijas como la viuda tuvo fe para traer y los que le prestaron las vasijas también deben haberse beneficiado. «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta» (Flp 4.19).
B. LA SUNAMITA (VV. 8–37).
Aquí aparecen dos milagros: Dios le dio a la mujer un hijo cuando su esposo ya era viejo, y Dios le devolvió la vida al muchacho cuando murió. Sunem estaba más o menos a doce kilómetros del Carmelo. Eliseo pasaba a menudo por esta casa; finalmente lo invitaron a partir el pan con los esposos.
Vemos aquí que el profeta, a diferencia de Elías, se inclinaba a socializar. Podemos ver aquí un paralelo entre Juan el Bautista y Cristo: Juan era como Elías, vivía solo; pero Cristo era como Eliseo, visitaba los hogares y disfrutaba al comer con la gente. La mujer tenía verdaderos valores espirituales, porque hizo una habitación especial en el terrado para el profeta visitante: la «cámara del profeta». Para recompensarla, Dios le dio un hijo. Pero el hijo se enfermó en el campo (¿insolación?) y lo llevaron muerto a la casa. Sin embargo, la madre no se desesperó; de inmediato partió hacia el Carmelo a buscar al profeta. No quiso tratar con Giezi, el criado del profeta, y cuando el criado trató de resucitar al muchacho, fracasó. Quizás se debió a la codicia que ya anidaba en su corazón y que se manifestó más tarde (5.20). Nótese que Giezi incluso trató de librarse de ella (v. 27; véanse Mt 14.15 y 15.23).
Eliseo mismo tuvo que hacer el viaje para levantar al muchacho. El versículo 34 es una hermosa ilustración del esfuerzo y amor que se requiere para ganar un alma, porque Eliseo «murió» con el muchacho mientras oraba por él. Véanse 1 R 17.21.
C. LA ESCUELA DE PROFETAS (VV. 38–44).
Esta tal vez la inició Samuel (1 S 10.10) y la continuó Elías (1 R 20.35). No todos los jóvenes eran hombres de fe y es posible que había «escuelas apóstatas» rivales en la tierra; Véanse 2.23–25. El hambre en la tierra significa falta de alimento, de modo que los jóvenes predicadores estaban haciendo un guisado. Uno de los estudiantes estaba insatisfecho con el menú, de modo que fue a buscar algunas verduras para mejorarlo. Ninguno de los otros sabían lo suficiente en cuanto a comida como para rechazar las hierbas venenosas que trajo. El sabor les advirtió del peligro y su oración hizo que Eliseo interviniera: añadió la harina y sanó el potaje. Triste como suena, en muchas universidades, «escuelas de profetas» e incluso en algunas iglesias, hay «muerte en la olla». Lo único que curará la dieta venenosa es el alimento puro de la Palabra de Dios. En los versículos 42–44 hallamos otro problema: había buen alimento a mano, pero no el suficiente. Eliseo multiplicó la comida para saciar las necesidades de todos los hombres. Véanse Juan 6.
Sin duda, Eliseo el profeta fue un hombre de milagros. Sin importar la necesidad, Dios pudo obrar por medio de él y satisfacerla. Dios «es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb 13.8). ¡Confiemos en Él!

5

I. LA CURACIÓN DE NAAMÁN (5.1–19)

Tenemos en este milagro un hermoso cuadro de la salvación mediante la fe en la Palabra de Dios.
Cada pecador perdido puede verse en Naamán; también puede ver el poder sanador de la fe.
A. ESTABA CONDENADO.
Era leproso. Su hermoso uniforme y poderosas victorias no podían disfrazar el hecho de que Naamán era un hombre muerto, porque tenía una enfermedad que nadie podía curar. Lea las notas sobre Levítico 13 y vea cómo la lepra es una ilustración del pecado.
B. ERA ENEMIGO.
Tenía una sirvienta judía en su casa, una muchacha raptada durante una redada. Como gentil, Naamán estaba fuera de las bendiciones de Israel; Véanse Efesios 2.11–22. Dios entregó a su Hijo por nosotros, aun cuando éramos pecadores (Ro 5.6–10).
C. OYÓ A UN TESTIGO.
La pequeña sirvienta judía quería a su patrón. Aun cuando estaba lejos de su hogar, no se olvidó de su Dios y estuvo lista para testificar de su gran poder. Si ella no hubiera sido una fiel trabajadora en la casa, no hubiera sido una testigo eficaz; pero debido a su fidelidad, su testimonio fue recompensado. ¡Cuánto necesita Cristo testigos hoy!
D. TRATÓ DE SALVARSE A SÍ MISMO.
Naamán cometió toda equivocación posible tratando de curarse de su lepra. Primero, fue al rey de Siria, el cual, por supuesto, no pudo hacer nada. Luego fue al rey de Israel, quien también fue incapaz de hacer algo. Cuántos pecadores perdidos corren de una persona a otra, buscando salvación, mientras Cristo está siempre esperando para satisfacer su necesidad. Nótese que Naamán también ignoraba la gracia, porque trajo consigo gran cantidad de riqueza (v. 5). El pecador perdido trata de comprar la salvación o ganársela, pero esto es imposible.
E. DIOS LO LLAMÓ.
Eliseo oyó de la aflicción de Naamán y envió a buscarlo. Ningún pecador merece ser salvo; es sólo mediante el llamamiento de la gracia del Espíritu que la persona viene a Cristo; Véanse Juan 6.37. En Lucas 4.27 Jesús nos dice que Naamán fue uno de muchos leprosos, pero el Señor lo escogió y lo curó. Esto es gracia.
F. RESISTIÓ EL SENCILLO PLAN DE DIOS PARA SALVACIÓN.
Eliseo no salió a ver a Naamán; el general era leproso y hubiera contaminado ceremonialmente al profeta. Eliseo quería que Naamán supiera que era un hombre rechazado, condenado. Trató al orgulloso general como un pecador y Naamán se puso furioso por tal tratamiento. «¿No sabe quién soy?», preguntó. Como los pecadores de hoy Naamán pensó que el profeta le haría realizar cierto ritual (v. 11) para sanarle. No quería humillarse sumergiéndose en el Jordán, el río de la muerte. Pensó que sus preciosos ríos allá en su país eran muy superiores.
G. SANÓ POR SU OBEDIENCIA A LA FE.
El humilde siervo del versículo 13 tenía más sentido que el gran general. Cuán irrazonable es resistir el sencillo plan de Dios para la salvación. Cuando Naamán obedeció por fe, «nació de nuevo» y salió de las aguas con su carne como la de un niño. Las siete veces que se sumergió en el Jordán no son un cuadro del bautismo, porque jamás nadie se salvó al bautizarse ni una ni siete veces. La fe de Naamán se demostró por sus obras; confió en la Palabra y luego actuó de acuerdo a ella.
H. RECIBIÓ SEGURIDAD.
Naamán dijo: «He aquí, yo decía para mí» (v. 11); pero ahora dice: «He aquí ahora conozco» (v. 15). Dio testimonio público de la realidad del poder de Dios y del hecho de que sólo Jehová era el Dios verdadero. Tan agradecido estuvo que le ofreció riqueza a Eliseo, quien, por supuesto, rehusó aceptar el regalo. Si lo hubiera aceptado, hubiera arruinado la lección de salvación por gracia y le hubiera robado la gloria a Dios.
I. REGRESÓ A SU CASA EN PAZ (V. 19).
Naamán sabía que enfrentaría problemas al regresar a Siria, puesto que su rey era un adorador de ídolos, pero Naamán procuró obedecer al Señor y honrarle plenamente. Todo creyente tiene «paz con Dios» (Ro 5.1).

II. LA CODICIA DE GIEZI (5.20–27)

Giezi no estuvo de acuerdo con la Palabra de Dios; este fue el principio de sus problemas y pecados. Si se hubiera sometido a la Palabra de Dios y juzgado la codicia de su corazón, nunca se hubiera convertido en un leproso. Es importante que el pueblo de Dios juzgue con sinceridad sus pecados en sus corazones. «Yo quiero», fue la actitud de Giezi; no «tu voluntad».
Nótese cuán rápidas y eficientes pueden ser las personas cuando desobedecen la Palabra de Dios.
Giezi no corrió en 4.29–31 para resucitar al muchacho muerto, pero aquí corre a Naamán para conseguir riqueza material. Si al menos los cristianos estuvieran tan interesados en cuanto a las cosas espirituales como lo están en las materiales. Ahora tenemos dos mentiras:
A. LE MINTIÓ A NAAMÁN (VV. 21–23).
«Mi señor me envía», le dijo al general. «Eliseo necesita el dinero, no para él, sino para uno de los estudiantes de la escuela». Como Judas, Giezi parecía interesado en los pobres, cuando todo lo que le interesaba era él mismo (Jn 12.1–7). Por supuesto, al tomar el dinero, Giezi le robó a Dios la gloria, contradijo la palabra del profeta y dio la impresión de que la salvación involucraba dinero y buenas obras. Esta obra suya única y egoísta arruinó el cuadro completo. Giezi recibió tanta riqueza que dos de los siervos de Naamán tuvieron que llevársela.
B. Le mintió a Eliseo (vv. 25–27).
Entró y actuó como si nada hubiera pasado. Pero el profeta sabía la verdad y le preguntó dónde había estado. «Tu siervo no ha ido a ninguna parte». Otra mentira. El versículo 26 sugiere que Giezi había planeado usar el dinero para conseguir para sí una propiedad. Es probable que la codicia de Giezi estuvo en su corazón mucho antes de este suceso, porque en el capítulo 4 vemos cuán impotente fue el criado para levantar al muchacho muerto.
Dios juzgó a Giezi porque no quiso juzgarse y la lepra de Naamán se le pegó a él y a sus descendientes. Hallamos a Giezi de nuevo en 8.1–6, esta vez en la presencia del rey. Algunos han sugerido que se arrepintió y fue sanado, pero esto no tiene respaldo de las Escrituras. Es más, la enfermedad pasaría también a sus hijos. La respuesta es sencilla: los acontecimientos narrados en 2 Reyes no necesariamente aparecen en orden cronológico. Esta conversación entre Giezi y el rey quizás ocurrió a la puerta de la ciudad cuando el rey estaba atendiendo las quejas del pueblo.
Qué triste ver a un devoto siervo del Señor en vergüenza y rechazo debido a la codicia. No fue blasfemia (como con Pedro), ni incluso adulterio (como con David), sino el oculto pecado de la codicia. Por supuesto, la codicia puede ser la causa de toda clase de pecados. Si la gente codicia algo (o a alguien), no hay pecado que no esté dispuesta a cometer para conseguir lo que quiere. Eliseo, el siervo del Señor, no vivía para la ganancia material; vivía completamente para la gloria de Dios. Giezi no podía servir a dos señores: al dinero y a Jehová. Colosenses 3.5 iguala la codicia a los terribles pecados de la carne (Mc 7.22) y Pablo incluye la codicia en su lista de los pecados de los gentiles, según Romanos 1.29. En Lucas 12.13 el Señor es claro al advertir contra los peligros de la codicia; y en Lucas 16.13 muestra que este pecado llevará a la gente al infierno. Véanse también Efesios 5.3.
Es interesante contrastar la criada de los versículos 2–3 con Giezi. Era una esclava, sin embargo, con gozo testificó del Señor; él era un hombre libre en su tierra y, no obstante, se interesaba sólo en sí mismo. Ella trajo a Naamán al lugar de la salvación; él con su pecado arruinó el mensaje de la gracia.
Ella no tuvo ninguna ganancia material, pero sí la bendición del Señor; él se fue a su casa con riqueza y sin embargo lo perdió todo.

6–8

En estos capítulos tenemos varios milagros y ministerios de Eliseo, algunos realizados en privado para el pueblo de Dios y otros hechos públicamente para la nación. En cada caso vemos con claridad que el hombre de Dios nunca deja de asombrarse al saber la voluntad de Dios o ejercer su poder.

I. ELISEO RECUPERA EL HACHA (6.1–7)

Nos alegra ver que una de las escuelas de profetas estaba creciendo y necesitaba más espacio. Estos hombres eran en cierto sentido «misioneros del país» que Eliseo preparaba para llevar la Palabra al pueblo. Las escuelas evangélicas que preparan a nuestros futuros obreros son importantes y merecen el respaldo del pueblo de Dios. Nótese que Eliseo no estaba demasiado ocupado ni era demasiado orgulloso como para participar en las actividades de construcción. Sin duda su presencia estimulaba a los jóvenes. Los estudiantes eran pobres y al menos uno de ellos tuvo que pedir prestadas las herramientas.
Cuando el hacha salió despedida y cayó en el agua, el estudiante quedó petrificado; pero Eliseo se la devolvió. No es pecado tomar prestado, siempre y cuando lo prestado se cuide y se devuelva. Dios está interesado en las necesidades personales de su pueblo, incluso esas «minucias» que a menudo son un peso en nuestro corazón.

II. ELISEO CAPTURA A LOS INVASORES SIRIOS (6.8–23)

El rey sirio estaba enviando bandas de soldados para que atacaran a Israel (Véanse 5.2), pero Dios seguía revelándole a Eliseo cada movimiento del enemigo. «La comunión íntima de Jehová es con los que le temen», dice el Salmo 25.14. Aun cuando Eliseo no honraba al perverso rey Joram (3.13–14), se apiadaba del pueblo de Israel y quería protegerlo. El rey fue lo suficiente sabio como para escuchar al profeta y Dios protegió a Israel. Cuando al rey de Siria se le dijo que Eliseo era el «espía oculto», envió soldados para que capturaran al profeta. El siervo de Eliseo (que evidentemente reemplazó a Giezi), vio el ejército alrededor de la ciudad y pensó que el fin había llegado, pero Dios le abrió los ojos al criado para que viera las huestes de ángeles listos para librar a Eliseo. El versículo 16 es real para el cristiano de hoy así como lo fue para los judíos de aquel día. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» Eliseo realizó un milagro doble; le abrió los ojos a su siervo, pero cegó los ojos de los invasores.
Así fue fácil llevar el ejército a Samaria. Imagínese la sorpresa de los sirios cuando sus ojos fueron abiertos para contemplar la ciudad enemiga. Eliseo le prohibió al rey de Israel que matara a los soldados: Dios los capturó y sólo Él debía recibir la gloria. Eliseo los derrotó con su amabilidad.
Véanse Romanos 12.20–21, Proverbios 25.21–22 y Mateo 5.43–45. A partir de ese momento, Siria no volvió a enviar bandas de «comandos» secretos para atacar las aldeas de Israel. El pueblo de Dios, si obedece a su Palabra, jamás tiene necesidad de temer al enemigo; Véanse Salmo 46.

III. ELISEO LIBRA A LA CIUDAD (6.24–7.20)

No sabemos cuántos años pasaron entre los versículos 23 y 24. Cuando Ben-adad decidió pelear contra Israel, fue con su ejército completo y no con pequeñas bandas de invasores. La capital fue sitiada hasta que quedó muy poco alimento; el peor alimento se vendía a precios exorbitantes.
(«Estiércol de paloma» en el versículo 25 quizás significa una clase de grano muy barato. Sin embargo, no es improbable que la gente que se moría de hambre comiera incluso el estiércol de los animales.)
Todavía más, algunos recurrían al canibalismo. El perverso rey Joram se hizo eco de las palabras de su padre al culpar a Eliseo por la hambruna (6.31; y 1 R 18.17). El rey envió un mensajero (de quien Eliseo sabía que venía) para recibir una extraña predicción del hombre de Dios: al día siguiente Samaria sería librada y habría abundancia para comer. En 7.1 Eliseo predijo que podrían comprar seis veces la cantidad de alimento por un quinto del costo. Uno de los oficiales del rey reveló su incredulidad y Eliseo le prometió juicio. Véanse 7.17–20.
¿Qué armas usó Dios para derrotar al atrincherado ejército sirio? ¡Un ruido y cuatro leprosos! Pensando que un ejército mercenario se acercaba, los sirios huyeron dejando provisiones y alimentos en el campamento. Con buen razonamiento los cuatro leprosos decidieron que era mejor comer como prisioneros (o morir rápidamente) que morirse de hambre en libertad. El versículo 9 es sin duda evangélico y también un gran texto misionero. ¡Cuánto necesitan los cristianos de hoy prestar atención a esto! Cuando los asediados ciudadanos de Samaria oyeron las buenas noticias, salieron en tropel ¡y atropellaron al oficial incrédulo! Este oyó las buenas noticias, vio la prueba del mensaje, pero murió antes de disfrutarlo. ¡Qué advertencia para el pecador que pospone recibir a Cristo!

IV. ELISEO PROTEGE A LA SUNAMITA (8.1–6)

El versículo 1 debería decir: «Ahora Eliseo había dicho»; o sea, siete años antes el hombre de Dios le había advertido respecto a la hambruna que se avecinaba sobre toda la tierra; Véanse 4.38. Esta no fue la hambruna local de la ciudad de Samaria que se describe en el capítulo 6. El hecho de que Giezi le está hablando al rey indica que este suceso ocurrió antes de la curación de Naamán (cap. 5). La mujer obedeció a Eliseo y abandonó su propiedad, hallando protección temporal en la tierra de los filisteos.
Pero al regresar a Israel vio que alguien había confiscado su propiedad. Imagínese su sorpresa al descubrir a Giezi hablando con el rey en ese mismo momento cuando ella presentaba su caso. Dios había ordenado años antes que su hijo muriera y fuera resucitado (4.18–37) y que este milagro le hiciera posible que recuperara su tierra perdida. Tal vez nunca comprendamos las razones para nuestras pruebas ahora, pero sin duda están obrando para nuestro bien (Ro 8.28). Qué maravilloso que los creyentes tienen una herencia que nadie puede quitarles (1 P 1.4; Ef 1.11, 14).

V. ELISEO JUZGA AL REY (8.7–29)

Allá en los días de Elías Dios le había dicho a aquel profeta que ungiera a Hazael como rey de Siria (1 R 19.15). Eliseo ungió a Eliseo para que fuera su sucesor como profeta, pero le tocó a Eliseo ver que Hazael se estableciera en el trono. La Palabra de Dios iba a cumplirse a pesar de los fracasos de los creyentes o los planes de los incrédulos.
Ben-adad era enemigo de Israel, sin embargo, cuando llegó la crisis, acudió al hombre de Dios por ayuda. ¡Cuán parecido a la gente del mundo de hoy! Envió un regalo elaborado y costoso a Eliseo; no se narra que lo haya aceptado. Si lo hizo, sin duda lo usó para la escuela de profetas.
Nótese la respuesta enigmática que Eliseo le dio a Hazael:
(1) «Ve, dile: Seguramente sanarás»;
(2) Sin embargo, Jehová me ha mostrado (a Eliseo) que morirá.
En el versículo 14 Hazael le citó al rey la primera declaración, ampliándola y arreglándola como para dar la impresión de que su recuperación era cierta. Hazael dio cumplimiento a la segunda declaración al matar al rey (v. 15).
Debemos estudiar cuidadosamente los versículos 11–13. Después que Eliseo le dio su extraña respuesta a Hazael, el hombre de Dios se quedó observando por largo tiempo a su visitante. En realidad, leía los pensamientos del perverso corazón de Hazael; vio que su visitante planeaba asesinar al rey. Hazael se desconcertó tanto con esta conducta peculiar que se avergonzó; Eliseo, a su vez, lloró.
El malvado visitante trató de ocultar los pecados de su corazón, pero Eliseo sabía demasiado. «Sé el mal que harás a los hijos de Israel», le dijo Eliseo mientras lloraba y describió sus terribles crímenes.
Hazael quedó estupefacto con este anuncio; sin embargo, ninguno debería sorprenderse por la maldad de su corazón, porque el corazón es terriblemente malo. Las palabras finales de Eliseo al despedirse fueron: «Tú serás rey de Siria». En lugar de permitir que el Señor realice la obra, Hazael tramó las cosas por sí mismo al ahogar en su propia cama al enfermo rey. La historia siguiente revela que las palabras de Eliseo fueron ciertas, porque Hazael fue culpable de terribles obras durante su reinado; véanse 10.32–33; 13.3–7; 13.22.
Los versículos restantes de este capítulo nos actualizan en cuanto a Israel y Judá. Es probable que Joram y Josafat fueron corregentes durante la última parte del reinado de Josafat. Qué triste ver a los reyes de estas naciones siguiendo el mal ejemplo de Jeroboam y Acab.
Durante esos días de declinación política y pecado nacional, Dios usaba a Eliseo para llamar del pueblo a un remanente creyente para obedecerle. La nación entera no iba a ser salva, así como hoy todo el mundo no lo será. Dios llama a un pueblo por su nombre. Nuestra responsabilidad como creyentes es ser fieles a la Palabra de Dios y procurar ganar a otros para Cristo.

9–10

Estos dos capítulos están llenos de violencia, porque vemos al Señor ejecutando su ira contra los que por tanto tiempo despreciaron y desobedecieron su Palabra. El rey Jehú fue el instrumento de venganza en manos del Señor (9.7), aun cuando debemos confesar que su celo por el Señor (10.16) tal vez fue demasiado fanático. En Oseas 1.4 Dios anunció que juzgaría a la casa de Jehú debido a sus obras de despiadados homicidios. Jehú llamó a sus actividades «celo por Jehová», pero podemos ver en sus homicidios un motivo carnal y pecaminoso que no honraba al Señor.

I. EL UNGIMIENTO (9.1–13)

Joram (o Jehoram), el hijo de Acab, reinaba sobre Israel y Ocozías reinaba en Judá. Ambos reyes se aliaron para luchar contra Hazael, rey de Siria (2 R 8.25–29). A Joram lo hirieron en la batalla y se recuperaba en Jezreel y Ocozías fue a visitarlo. Jehú era un respetado capitán del ejército de Israel, quizás uno los líderes clave en la guerra. Años antes fue uno de los guardaespaldas de Acab cuando este malvado rey tomó posesión de la viña de Nabot (9.25–26).
Eliseo no fue a ungir a Jehú; lo hubieran reconocido y tal vez atacado. En vez de eso, escogió a uno de los hijos de los profetas que corriera a Ramot de Galaad y ungiera a Jehú como rey de Israel. Esto lo ordenó Dios años antes (1 R 19.15–17). El joven profeta obedeció con prontitud; de súbito apareció en el concilio de guerra, le pidió a Jehú que pasara a una habitación en privado en donde le ungió y le dio el mensaje de Dios, y luego se retiró tan rápido como llegó. Jehú sabía su misión: exterminar a la familia de Acab y vengar la sangre inocente derramada por Acab y Jezabel y sus descendientes.
Compárese el versículo 9 con 1 Reyes 15.29 y 16.3–11. Los soldados pensaron que el profeta estaba loco; Jehú pensó que los soldados habían arreglado todo el asunto. «Vosotros conocéis al hombre y sus palabras», dijo Jehú pensando que ellos organizaron en secreto una rebelión armada en contra del rey. Pero los oficiales admitieron que no sabían nada, de modo que Jehú les dijo lo que le comunicó el mensajero del Señor. La inmediata respuesta de ellos fue someterse a él y proclamarle rey. En el versículo 15 el nuevo rey actúa con cautela para mantener en secreto su ungimiento hasta que pudiera cumplir su importante tarea. Si la palabra hubiera llegado a los dos reyes en Jezreel, el súbito ataque de Jehú hubiera podido fracasar.

II. LA VENGANZA (9.14–10.28)

A. SE MATA AL REY JORAM (9.14–26).
El rey herido estaba en Jezreel y Ocozías le visitaba. Dios determinó que ambos reyes estuvieran juntos cuando les llegara la hora del juicio. El rey envió mensajeros para que interceptaran a Jehú, pero él rehusó detenerse por ellos y darles alguna información. Este soldado popular era conocido por la «marcha impetuosa» de su carro y el centinela lo reconoció a la distancia. En lugar de esperar en la ciudad donde había alguna protección, los dos reyes salieron a encontrar a Jehú, quizás porque pensaron que su gran capitán tenía buenas nuevas desde el campo de batalla. Jehú se concentró primero en Joram, pero su anuncio sólo hizo que el perverso monarca saliera huyendo. Jehú le mató fácilmente con una flecha en la espalda. La Palabra de Dios se cumplió, porque murió en aquella porción de tierra que Acab le robó a Nabot alrededor de veinte años atrás (1 R 21.17–24).
B. SE MATA AL REY OCOZÍAS (9.27–29).
Ocozías también trató de huir, pero los hombres de Jehú le siguieron hasta el reino de Samaria (no la ciudad), donde le mataron en Meguido (Véanse 2 Cr 22.9). A sus siervos se les permitió que le llevaran a Jerusalén para un entierro decente. Ocozías era cuñado de Joram (8.18), y por eso se le incluyó en el juicio contra la casa de Acab.
C. SE MATA A JEZABEL (9.30–37).
La reina madre todavía ejercía gran poder en Israel, pero su hora de juicio había llegado y nada podía protegerla. Oyó que Jehú venía y audazmente se atavió para recibir al nuevo rey. Se «pintó los ojos con antimonio» y se puso su corona en su cabeza. Iba a morir como una reina. Su declaración en el versículo 31 nos lleva de nuevo a 1 Reyes 16.9–20, en donde Zimri mató al rey y gobernó sólo siete días. ¿Estaba la perversa Jezabel tratando de sobornar a Jehú para que le dejara con vida e hiciera así más seguro su trono? Varios sirvientes del palacio ayudaron a Jehú para echar a la reina por una ventana del piso alto y Jehú acabó el trabajo pasándole encima del cuerpo con su carro.
Después se apoderó del palacio y disfrutó de un gran banquete. Luego instruyó a sus hombres que sepultaran a la reina muerta, pero los perros ya habían hecho su trabajo y se habían comido su cuerpo. Véanse 1 Reyes 21.23.
D. LA MUERTE DE LOS DESCENDIENTES DE ACAB (10.1–17).
Acab tenía setenta descendientes (hijos, nietos) que vivían en Samaria y Jehú dirigió su atención a ellos. Escribió cartas oficiales a los ancianos (como Jezabel lo hizo, 1 R 21.8–14) pidiéndoles que seleccionaran paladines de la familia para que pelearan contra Jehú y sus hombres. Los ancianos temieron pelear y de inmediato pidieron paz. La segunda carta de Jehú sugería que le entregaran sólo las cabezas de los setenta hijos. Esa noche los hombres llegaron con las cabezas y a la mañana del día siguiente Jehú fue a la puerta de la ciudad para ver el horrible espectáculo.
En el versículo 9 finge ser inocente de su muerte y en el versículo 10 afirmó que los que los mataron estaban simplemente cumpliendo con la Palabra de Jehová. Por supuesto, en cierto sentido Jehú decía la verdad, pero no podemos sino pensar que estaba más afanado en matar a la familia de Acab que en glorificar al Señor. En los versículos 12–14 mató incluso a cuarenta y dos primos de Ocozías. Y en el versículo 17 se nos dice que Jehú destruyó al resto de la familia de Acab en Samaria, la capital. En verdad tenía «celo por Jehová».
E. MATANZA DE LOS ADORADORES DE BAAL (10.18–28).
En la mente de Jehú el fin justificaba los medios, de modo que no tuvo escrúpulos de conciencia cuando a propósito mintió al pueblo y adujo ser más vehemente en su adoración a Baal de lo que fue Acab. En su complot se le unió Jonadad, un consagrado judío que anhelaba librar a la tierra de la idolatría. Véanse en Jeremías 35 más acerca de la familia de Recab.
Después de llegar a Samaria, Jehú anunció su intención de establecer la adoración a Baal y el pueblo se lo creyó. Una vez que tuvo a los fieles seguidores de Baal reunidos en la casa de Baal, apostó a sus soldados fuera y meticulosamente examinó a la muchedumbre para asegurarse que ningún fiel seguidor de Jehová había entrado por error en el templo pagano. Jehú mismo no participó en la adoración. Una vez que el culto concluyó, los guardias mataron a los seguidores de Baal y destruyeron las imágenes y el templo, que se convirtió en «letrinas», profanándolo así permanentemente.
Tal vez nos resulte repulsivo leer estos sucesos, pero debemos recordar que Dios le dio a la casa de Acab muchas oportunidades para arrepentirse y escapar del juicio. Aun cuando el celo de Jehú quizás estuvo fuera de control y aun cuando sus motivos tal vez no fueron siempre espirituales, debemos reconocer que fue el instrumento de la ira de Dios contra una familia perversa. Dios esperó muchos años y su juicio «ardía al rescoldo» mientras extendía su misericordia a una nación que no la merecía.
El pecador debe estar atento no sea que agotemos la paciencia de Dios y el pecado elimine el día de la gracia.

III. EL ABANDONO (10.29–36)

Dios elogió a Jehú por su obediencia y le prometió un trono seguro por cuatro generaciones (Véanse 15.1–12). Sin embargo, Jehú no se cuidó de obedecer la Palabra de Dios, sino que volvió a la idolatría, adorando becerros de oro. Cuán proclives somos para juzgar los pecados en las vidas de otros, pero fallamos al no ver los mismos pecados en nuestras vidas; Véanse Mateo 7.1–5. Dios tuvo que castigar a Jehú permitiendo que Hazael de Siria capturara territorio de Israel. Jehú reinó veintiocho años. El profeta Oseas (Os 1.4) anunció que Dios vengaría la sangre de Jezreel sobre la casa de Jehú y así sucedió. Jehú abandonó al Señor y ahora el Señor lo abandonaría a él y a su simiente después de tan solo cuatro generaciones.
Podemos descubrir algunas lecciones básicas en este relato.
(1) Dios cumple su obra de juicio aun cuando su misericordia permanezca largo tiempo. El pecado a menudo se hunde en una falsa paz debido a que la espada del juicio demora en venir, pero puede estar seguro de esto: vendrá.
(2) Los padres impíos con frecuencia conducen a sus hijos al pecado y la condenación. El matrimonio de Acab con una mujer pagana y seguirla en su adoración a Baal llevó a la familia y a la nación a la oscuridad y destrucción. ¡Cuántas personas murieron debido a que un solo hombre los llevó al pecado!
(3) Un siervo puede cumplir la Palabra de Dios y luego fallar por no obedecerle. Si Jehú hubiera continuado sintiendo celo por Jehová, su reinado hubiera sido bendecido especialmente. Su idolatría lo condenó a él y a su familia.

11–16

Tres reyes diferentes se mencionan en estos capítulos, cinco de Judá y ocho de Israel. No es necesario examinar la vida de cada uno por separado, de modo que concentraremos nuestra atención en cinco reyes en particular y trataremos de aprender lecciones de sus vidas.

I. JOÁS, EL NIÑO REY (11–12; 2 CR 22–24)

A. PROTEGIDO (11.1–3).
Cuando la reina madre Atalía vio que su hijo Ocozías había muerto, decidió exterminar a toda la familia real para que ningún rival le arrebatara el trono. En la providencia de Dios un niñito fue rescatado y protegido durante siete años y así Dios cumplió su promesa de mantener a la simiente de David en el trono de Judá. En 2 Crónicas 22.11 se nos dice que la piadosa mujer que salvó la vida de Joás era en realidad su tía, media hermana de Ocozías y esposa de un piadoso sumo sacerdote, Joiada. Satanás trató de exterminar la simiente de Dios (Gn 3.15), pero Dios ganó la batalla.
B. PROCLAMADO REY (11.4–21).
Joiada coordinó todo el programa sin que la reina madre se enterara del complot. Tuvo a los levitas y a los guardias en sus puestos antes de que la malvada Atalía pudiera actuar y cuando ella en efecto apareció, significó su muerte. Nótese que los guardias usaron las armas del templo capturadas por David años antes (v. 10). Pero fue más que un cambio de gobierno; fue también un despertamiento religioso. Al joven Joás se le dio la ley (v. 12, y Véanse Dt 17.18), y el rey hizo voto de servir al Señor y al pueblo. Una vez que el trono estaba asegurado, el rey le permitió a Joiada que «limpiara la casa» y eliminara a los adoradores de Baal y a sus ídolos. El despertamiento tuvo tanto sus aspectos negativos de juicio como pasos positivos de dedicación.
C. BENDECIDO POR DIOS (12.1–16).
El sumo sacerdote Joiada fue el guía espiritual del joven rey y al principio de su reinado Joás estaba dispuesto a seguirlo. Atalía, la adoradora de Baal, permitió que la casa de Jehová se arruinara, de modo que Joiada y el rey se dieron a la tarea de repararla y restaurarla para el uso. Su primer plan para financiar el programa fue pedir a los sacerdotes que solicitaran contribuciones de los que venían a pagar sus votos y a traer sacrificios (vv. 4–5). Pero después de mucho tiempo se abandonó esta práctica. Puesto que los sacerdotes tenían que vivir de los sacrificios y del dinero que se pagaba por votos, era difícil pedir más dinero como ofrenda voluntaria. El sumo sacerdote puso un arca para ofrendas junto al altar de bronce a la entrada de la casa del Señor. El pueblo respondió generosamente de modo que pronto hubo suficiente dinero para completar la obra. Tan honrados y fieles fueron los trabajadores que no se necesitó ninguna contabilidad especial en cuanto a cómo se gastaron los fondos.
D. ARRUINADO POR EL PECADO (12.17–21).
En 2 Crónicas 24.15–27 se nos informa que cuando el fiel Joiada murió (a la edad de 130 años), el rey empezó a desviarse y cayó en la idolatría. Por desgracia, la fe de este líder estaba ligada a otro líder y no al Señor directamente. Dios envió profetas para que advirtieran al rey, pero no quiso escucharles.
Uno de ellos fue Zacarías, hijo del sumo sacerdote Joiada y primo de Joás (2 Cr 22.11); en lugar de oírle, Joás ordenó que le apedrearan en el atrio del templo. En Mateo 23.34–35 Jesús hizo referencia a este asesinato. Habiéndose descarriado espiritualmente, Joás no pudo lidiar con la invasión siria, de modo que trató de sobornar a Hazael dándole la riqueza de la casa de Dios. Cuán a menudo el pueblo de Dios le roba tratando de resolver sus problemas, en lugar de acudir a Él en confesión. Es triste, pero al mismo Joás lo asesinaron algunos de sus siervos que buscaban vengar la muerte de los inocentes hijos de Joiada.

II. JOACAZ: OPORTUNIDAD PERDIDA (13)

En los primeros nueve versículos leemos acerca de Joacaz, el padre de Joás. No se confunda a este Joás con el joven rey de Judá de los capítulos 11–12. Este Joacaz fue rey de Israel e hizo lo malo a los ojos de Dios. Veremos en 14.8–14 que este rey derrotó a Amasías, rey de Judá. Durante su reinado Joacaz tuvo contacto con el profeta Eliseo, poco antes de que el varón de Dios muriera. Eliseo le dio una oportunidad dorada de derrotar a Siria de una vez por todas, pero desperdició la oportunidad. El versículo 25 nos dice que sólo ganó tres veces. Qué trágico es cuando desaprovechamos los momentos de las grandes oportunidades que el Señor nos da. Las decisiones equivocadas de hoy a menudo significan derrotas mañana. El milagro inusual de los versículos 20–21 sugieren la poderosa influencia que un hombre piadoso puede tener incluso después de su muerte.

III. AMASÍAS: DERROTADO POR EL ORGULLO (14; 2 CR 25)

Este rey empezó con buen pie obedeciendo al Señor y vengando el asesinato de su padre Joás (v. 5, y Véanse 12.20). Nótese en el versículo 6 su estricta obediencia a Deuteronomio 24.16. Dios le dio grandes victorias en Edom, pero 2 Crónicas 25.14–16 nos dice que trajo consigo los dioses paganos de Edom y adoró a estos dioses del enemigo derrotado. Esta combinación de idolatría y orgullo le llevó a «enredarse» con Joacaz, el rey de Israel (Véanse 13.10–13) y desafiarle a la guerra (v. 8). El rey de Israel fue demasiado astuto como para temer la amenaza.
Como indica su incisiva parábola en los versículos 9–10, Amasías no era sino un cardo. ¿El resultado? «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr 16.18). Israel derrotó completamente a Judá; la destrucción de Jerusalén fue parcial y el tesoro del Señor saqueado. Si Amasías se hubiera quedado en su tierra y le hubiera dado a Dios la gloria de sus victorias, no hubiera caído cautivo de Israel. Se nos dice que fue asesinado en una conspiración (2 Cr 25.25–28).

IV. UZÍAS: EL GRAN REY DE JUDÁ (15; 2 CR 26)

Uzías significa «fuerza de Jehová»; su otro nombre, Azarías, significa «ayudado por Jehová».
Ascendió al trono cuando tenía dieciséis años y bajo su sólido liderazgo la nación tomó una nueva vida y prosperidad. Su guía espiritual fue Zacarías (2 Cr 26.5); este no es el profeta que ministró a Joás (2 Cr 24.17–22). Dios le dio a Uzías grandes victorias sobre los filisteos y las naciones árabes. Dirigió a la nación en grandes programas de construcción, particularmente en el área de provisión de agua. Su efectivos militares fueron destacados; usó los artefactos más avanzados para la guerra. El profeta Isaías recibió su llamado al servicio en el año en que murió el rey Uzías; Isaías 6.
El orgullo trajo su ruina (2 Cr 26.16): entró en el templo para quemar incienso y el Señor le hirió con lepra. Su hijo Jotam reinó varios años junto con él hasta que Uzías murió. Judá lamentó mucho su muerte. Gobernó cincuenta y dos años y la nación disfrutó de su más grande seguridad y prosperidad desde Salomón.
En 15.8–31 tenemos un breve recuento de cinco reyes de Israel: Zacarías reinó sólo seis meses y Salum lo asesinó. Salum reinó un mes y Manahem lo mató. Este reinó diez años, haciendo incluso obras más malas que los paganos, y fue sucedido por Pekaía, quien reinó dos años hasta el tiempo de Acaz. Fueron días difíciles para Israel, porque la nación se había alejado del Señor.

V. ACAZ: EL COSTO DEL COMPROMISO (16) (2 CR 28)

Tan perverso fue este rey de Judá que hasta sacrificó a su hijo al dios Moloc. Reinó sólo dieciséis años. Uno de sus logros fue dedicar a Baal el valle del hijo de Hinón. Más adelante el rey Josías profanó ese valle y lo convirtió en muladar. El término «Ge-Hinón» («valle de Hinón») se convirtió en la palabra griega Gehena, nombre para el infierno. Dios castigó a Acaz al traer contra él a los sirios y, como algunos de sus predecesores, robó la casa de Dios para sobornar a los asirios para que pelearan por él.
Su amistad con el rey asirio le llevó a más problemas. Acaz vio un altar pagano en Damasco y trató de duplicarlo en Jerusalén.
Es más, este nuevo altar reemplazó el que Dios ordenó en el templo. Qué fácil es imitar al mundo. En 2 Crónicas 28.20–27 se nos dice que la amistad de Acaz con Asiria lo llevó a la idolatría y que el rey de Asiria tomó el dinero, pero al final no le dio ninguna ayuda a Judá.
En 2 Reyes 16.17–18 se nos dice que Acaz escondió del rey de Asiria las decoraciones adicionales de oro, para evitar que se las llevara también. A su muerte, su hijo Ezequías subió al trono. Ezequías fue un hombre piadoso que buscó la bendición del Señor. Acaz había trató de contemporizar y de «comprar el camino» a la victoria, pero esto sólo lo llevó a la vergüenza y a la derrota.

17

Este largo capítulo trata sobre el último rey de Israel y cómo él condujo al reino del norte al cautiverio.
Asiria capturó Samaria (capital del reino del norte) en el 722 a.C., después de subyugar a la nación. Lo que pudiera haber sido una gran victoria para la gloria de Dios, se convirtió en una derrota que llevó la adoración a Dios a un nivel todavía más bajo.

I. CAÍDA DE SAMARIA (17.1–6)

Oseas llegó a ser rey de Israel mediante la cooperación de Asiria, porque prometió pagarle tributo al rey de Asiria. Véanse en 2 Reyes 15.27–31 la historia de la conspiración de Oseas. Se nos dice que Oseas fue un rey malo (uno de los veinte reyes malos en la historia de Israel), pero que sus pecados no fueron tan graves como los de sus predecesores. El versículo 2 sugiere que a Oseas le hubiera gustado dirigir a la nación de una mejor manera; 2 Crónicas 30.6–11 indica que permitió que sus ciudadanos participaran en la «gran Pascua» convocada por el piadoso rey Ezequías. Pero el rey se había vendido a Asiria y era demasiado tarde para cambiar. Es triste, pero hasta se rebeló contra Asiria rehusando pagarle el tributo anual y haciendo un tratado secreto con Egipto. Cuán proclive era Israel para «descender a Egipto» por ayuda, de la misma manera en que ahora el pueblo de Dios mira «al mundo» por respaldo. Véanse en Jeremías 17.5–7 y Oseas 7.11–13 las actitudes de los profetas respecto a las alianzas con Egipto.
Asiria no tomó a la ligera la rebelión de Oseas. Sus ejércitos aplastaron al reino del norte y al final convergieron sobre la ciudad de Samaria. Era una ciudad fuertemente fortificada; así que le llevó tres años a Asiria capturarla. Pero el caso era sin esperanza; la nación se olvidó del Señor y Él decretó su cautiverio. El método de Asiria era llevar a su país a los mejores ciudadanos y entonces colonizar la tierra capturada con extranjeros de otros países subyugados. Así que, después de doscientos cincuenta años de constante pecado y rebelión, el enemigo llevó al cautiverio a la nación de Israel (el reino del norte), y se dejó un vacío desierto de vergüenza y derrota. Si Jeroboam, el primer rey de Israel, hubiera andado en los caminos del Señor y guiado a su nación a obedecer la ley, la historia de Israel hubiera sido diferente. En lugar de eso, vemos a Jeroboam desobedeciendo al Señor y conduciendo a la nación a alejarse de Dios, y a sus sucesores andando en los pecados de Jeroboam, el que hizo «pecar a Israel» (véanse por ej. 1 R 16.19, 26; 2 R 3.3). Los becerros de oro de Jeroboam en Dan y Bet-el hicieron que el pueblo se descarriara (1 R 12.25–33).

II. LAS CAUSAS DEL CAUTIVERIO (17.7–23)

La historia no es simplemente una serie de hechos accidentales, porque detrás de cada nación está el plan y propósito de Dios. En estos versículos el Espíritu Santo nos explica por qué cayó Samaria.
Hoy haremos bien en prestar atención, ya que Dios no hace acepción de naciones; y si Él castigó tan severamente a su pueblo Israel, ¿qué hará a las naciones hoy que se rebelan contra Él? «La historia es su historia».
A. LA NACIÓN SE OLVIDÓ DE DIOS (V. 7).
Dios los redimió de la esclavitud en Egipto y los adquirió para que fueran su pueblo. La fiesta anual de la Pascua era un recordatorio de la gracia de Dios. Sin embargo, se olvidaron de todo lo que Dios había hecho por ellos. Muchas veces en Deuteronomio, Moisés instó al pueblo a recordar al Señor y a no olvidarse de sus misericordias. Véanse Deuteronomio 6.10 y 8.1.
B. LA NACIÓN DESOBEDECIÓ SECRETAMENTE (VV. 8–9).
Dios les advirtió que no se mezclaran con las naciones paganas en Canaán (Dt 7), y sin embargo Israel secretamente desobedeció. Su corazón cedió a los deseos y poco a poco se rindieron a la adoración pagana que les rodeaba.
C. LA NACIÓN SE REBELÓ ABIERTAMENTE (VV. 10–12).
Lo que empezó como un pecado secreto al fin y al cabo se convirtió en pecado abierto y la nación provocó deliberadamente a Dios. Véanse Éxodo 20.4, Deuteronomio 4.16 y 5.8.
D. LA NACIÓN RESISTIÓ EL LLAMADO DE DIOS (VV. 13–15).
El Señor envió profetas consagrados para advertirles y suplicarles, pero el pueblo sólo endureció su cerviz en rebelión obstinada (véanse Éx 32.9 y 33.3; también Hch 7.51). Rechazaron la ley, escrita por Dios y dada a ellos para bendición. El versículo 15 es aterrador: «Siguieron la vanidad [ídolos vacíos], y se hicieron vanos». Llegamos a ser como aquello a lo cual adoramos; Véanse Salmo 115.1–8.
E. LA NACIÓN SE VENDIÓ A HACER EL MAL (VV. 16–23).
Llegaron a ser esclavos del pecado. Jeroboam estableció los becerros de oro, pero aun esto no fue suficiente para satisfacer el corazón lujurioso de Israel. No sólo adoraron a los dioses de los cananeos, sino que importaron a otros dioses de otras naciones. Dios dividió el reino (v. 18), dejando a la familia de David que gobernara en Judá, pero entonces incluso Judá cayó en pecado. Dios entregó la nación a los «saqueadores» (v. 20), tanto dentro como fuera de su tierra. Sus reyes les robaban y sus enemigos les atacaban. Dios les advirtió mediante los profetas que el juicio vendría, pero el pueblo ciegamente fue de pecado en pecado.
El AT menciona veinte reyes de la nación de Israel, todos malos. Llevó doscientos cincuenta años para que el reino de Israel cayera en la ruina. Oyeron a profetas como Elías, Eliseo, Amós, Oseas e Isaías, y sin embargo rehusaron doblar sus rodillas ante el Señor. No hay cura para la apostasía. Todo lo que Dios puede hacer es juzgar y luego tomar un «remanente creyente» y empezar de nuevo.

III. LA COLONIZACIÓN DE SAMARIA (17.24–41)

Después de deportar a lo mejor del pueblo, el rey de Asiria importó ciudadanos de otras naciones bajo su dominio, impidiendo así que Israel se reorganizara o se rebelara. Estos versículos describen los orígenes de «los samaritanos», aquel pueblo mezclado del cual leemos en Juan 4 y Hechos 8. Más adelante, un «remanente» de judíos creyentes en efecto regresó a Samaria, pero los judíos ortodoxos no querían tener nada que ver con esta nación «mezclada». Jesús le dijo directamente a una samaritana que ellos no sabían lo que adoraban (Jn 4.22) y que la salvación vendría de los judíos.
Al principio no había fe religiosa en Samaria, de modo que Dios tuvo que enviar leones para infundir temor en el corazón de la gente (Véanse v. 25). Sin embargo, los líderes resolvieron el problema de la manera más peculiar: importaron un sacerdote judío, aprendieron la senda del Señor y entonces hicieron que el pueblo adorara tanto a Jehová como a sus dioses nacionales. «Cada nación se hizo sus dioses», dice el versículo 29. Este fue el movimiento ecuménico del AT. Nótese la repetición de la frase «temieron a Jehová» (vv. 25, 28, 32–34, 41). Temieron a Jehová (como el «dios de la tierra», v. 27), pero adoraban y servían a sus dioses (v. 33). Su adoración a Jehová era una formalidad vacía, una expresión sólo externa de lealtad; su verdadera adoración era tributada a sus propios dioses paganos. Jehová no era sino otro «dios» en su colección de deidades.
En otras palabras, después de ver la pesada mano del juicio sobre su tierra, el pueblo que quedó persistía en desobedecer al Señor. A fin de cuentas este cáncer de idolatría se esparció a Judá y en el 586 a.C. los babilonios capturaron y destruyeron Jerusalén. Un remanente regresó con Esdras y Nehemías, y la nación empezó de nuevo a florecer. Pero cuando Dios envió a su Hijo a su pueblo, le rechazaron, y una vez más el juicio divino tuvo que caer. En el año 70 d.C. Jerusalén fue destruida y la nación esparcida por todo el mundo.
«Bendita es la nación cuyo Dios es Jehová». Estos trágicos sucesos en la historia de Israel deberían hacer que los ciudadanos cristianos teman por su país y oren por sus líderes. Los líderes impíos producen generaciones de ciudadanos impíos (v. 41). Los sacerdotes que contemporizan alejan aún más de Dios a los adoradores. Cuando se rechaza la Palabra del Señor (vv. 34–38), no hay esperanza para el futuro de la nación. Puede haber una extensión de la misericordia de Dios (soportó a Israel 250 años), pero al fin y al cabo el juicio debe caer.
No hay cura para la apostasía. Una vez que el pueblo de Dios se ha alejado finalmente del Señor, Él debe juzgar. Dios salvará para sí mismo un «remanente» de creyentes fieles y empezará su testimonio de nuevo, pero no bendecirá esta parte que ha rechazado su Palabra y rehusado oír su llamamiento.

18–20

(Léase también Isaías 36–39 y 2 Crónicas 29–32.) Entramos ahora en el estudio de uno de los más emocionantes períodos de la historia de Judá, el reinado del buen rey Ezequías. Samaria (Israel) había caído ante Asiria y ahora el enemigo estaba atacando Judá. Años antes Acaz hizo un pacto con Asiria (16.7–9), pero Ezequías se rebeló contra ese pacto (18.7, 13–16); y esto incitó una invasión del enemigo. En realidad, los hechos en estos capítulos no aparecen en su orden exacto, porque la enfermedad de Ezequías fue durante el asedio (Véanse 20.6) y la visita de los líderes babilonios después de su recuperación. Reinó veintinueve años (18.2).
Puesto que se le dio quince años después de su recuperación y la invasión ocurrió en el año catorce de su reinado (18.13), entonces su enfermedad y la invasión sucedieron en el mismo período de su vida. Notaremos tres enemigos a los que Ezequías tuvo que enfrentar y cómo lo hizo.

I. LOS INVASORES ASIRIOS (18–19)

A. LA REFORMA DE EZEQUÍAS (18.1–8; 2 CR 29–32).
Este piadoso rey de inmediato se dedicó a librar a la tierra de idolatría y pecado. Abrió de nuevo y reparó el templo, limpió los escombros que se habían acumulado allí y re-estableció los cultos. Se interesó especialmente en los cantores y los sacrificios. También llamó a toda la nación (Israel incluido) a la gran Fiesta de la Pascua. Fue un tiempo de avivamiento, pero desafortunadamente no penetró en el corazón del pueblo. Estos cambios fueron sólo superficiales. Sin embargo, Ezequías demostró que amaba al Señor y Dios le bendijo por su servicio.
B. REBELIÓN (18.9–37).
Por años la nación había pagado tributos a Asiria, pero Ezequías se rebeló y rehusó pagarlos. Esto trajo al ejército asirio a Jerusalén, pero en lugar de acudir a Dios, Ezequías temió al enemigo y se rindió (vv. 13–16) hasta el punto de robar al templo para pagarle a Asiria. Había en realidad tres «partidos» en Judá en ese tiempo: uno quería capitular ante Asiria; otro quería irse a Egipto por ayuda; y un tercer grupo (dirigido por Isaías) llamó a la nación a que confiara en Dios para su liberación. El rey de Asiria tomó el dinero y luego se volvió e invadió a Judá de todas maneras. Isaías llamó a este acto «traición» (Is 33.1–8), porque Asiria no cumplió su promesa. Tres de los oficiales asirios hostigaban a los judíos (v. 17: estos son títulos de oficiales, no nombres personales) y trataron de socavar la fe y liderazgo de Ezequías. Los versículos 31–32 ilustran el engaño del pecado; les prometió paz y abundancia hasta que fueron llevados en cautiverio. Siempre hay un «hasta» en la desobediencia.
C. PETICIÓN (19.1–19).
Impotente para salvarse a sí mismo, el rey fue al templo a orar. El versículo 2 es la primera mención del profeta Isaías en la Biblia. El profeta envió al rey una respuesta de paz: Dios libraría a Judá y derrotaría a Asiria. Dificultades con otras naciones obligaron a Asiria a retirar sus fuerzas, pero el Rabsaces envió una carta arrogante a Ezequías para asustarlo a fin de que se rindiera. El rey llevó la carta al templo y «la extendió delante del Señor». Nótese que el versículo 19 enfatiza la gloria de Dios, que es la base real de la oración.
D. RECOMPENSA (19.20–37).
Qué maravillosa combinación: la Palabra de Dios y la oración. Ezequías oró y Dios le envió la respuesta mediante Isaías: Él juzgaría a Asiria y los trataría como habían tratado a las naciones. Dios le dio a Ezequías la promesa de que después de dos años Judá volvería a cosechar (v. 29). (Los asirios habían devastado la tierra.) Nótese que Dios contestó la oración por amor de David y no porque Judá o porque el rey merecieran tal misericordia (v. 34). Dios mató a ciento ochenta y cinco mil soldados en una noche y después Senaquerib fue muerto por sus propios hijos. Dios pudo derrotar al enemigo sin la ayuda de Egipto. Véanse Isaías 30–31.

II. MUERTE (20.1–11)

A la muerte se le llama «el postrer enemigo» (1 Co 15.26). Debe haber sido una prueba para el rey estar muy enfermo mientras Asiria amenazaba con invadirles. Los problemas muchas veces vienen en parejas, pero Dios es suficiente para resolverlos. No estamos seguros de por qué Dios le envió esta enfermedad. Quizás fue por la incredulidad de Ezequías y su disposición para pagar el tributo (18.13–16). O tal vez había un pecado secreto (Véanse Is 38.17). Sin duda el salmo de alabanza del rey en Isaías 38.9–20 indica que temía la muerte y quería seguir con vida para concluir su obra de reforma.
En cualquier caso, oró que se le prolongara la vida y Dios contestó su oración. Nótese que Dios usa medios para sanar a los suyos (en este caso una cataplasma), de modo que acudir a un médico buscando ayuda no es evidencia de incredulidad. Dios le dio al rey quince años adicionales de vida. Fortaleció la fe del rey incluso más que hacer que la sombra retrocediera diez grados en el reloj solar. (Este reloj de sol fue tal vez una escalera cuyos escalones marcaban las horas. El rey podía verla desde la ventana de su palacio.)
Los estudiosos han debatido por años si Ezequías debía haber orado por salud o si su recuperación fue la voluntad perfecta de Dios o su voluntad permisiva. Algunas veces Dios en efecto contesta la oración cuando la respuesta no es lo mejor para nosotros (Véanse Sal 106.15). Los que opinan que Ezequías estaba equivocado recalcan que los últimos quince años del rey incluyeron su pecaminosa alianza con los babilonios (20.12–21) y también el nacimiento de Manasés, el cual resultó ser el rey más malo de Judá (cap. 21). Si Ezequías hubiera muerto, Judá se hubiera librado del compromiso con Babilonia y del perverso reinado de Manasés. Sin embargo, Manasés se arrepintió y sirvió al Señor (2 Cr 33.11–19).
Por otro lado, algunos destacan que Ezequías no tenía heredero al trono cuando Isaías le entregó el mensaje de la caída, de modo que su oración no fue sólo por él, sino por la nación. «Ordena tu casa» en 20.1 literalmente significa: «Selecciona a un hombre que te suceda en el trono». Dios prometió que Judá siempre tendría un descendiente de David en el trono y Ezequías se aferraba a esa promesa. Todos sus hijos nacieron en los últimos quince años; Véanse 20.18. Es cierto que Manasés fue un rey impío (lo cual no honra a Ezequías como padre), pero entonces debemos admitir que Josías fue un gran hombre de Dios.
Si Ezequías hubiera muerto, no hubiera existido Josías. Aún más, la Biblia nos indica que durante los últimos quince años de su reinado se ocupó con «los hombres de Ezequías» (un grupo de escribas, Pr 25.1) de copiar las Escrituras del AT y ponerlas en orden. Muchos eruditos creen que los «Cánticos graduales» (Sal 120–134) fueron especialmente compilados para conmemorar la enfermedad y la recuperación de Ezequías. También se puede hallar las letras hebreas «H Z K» al final de muchos de los libros del AT en los manuscritos hebreos. Al parecer, por lo que hizo Ezequías, que en gratitud a Dios dedicó los últimos quince años de su vida a poner en orden para el pueblo las Escrituras del AT.
En cuanto a Manasés, decir que un hombre debiera morir antes de procrear a un hijo perverso es pedir demasiado. Los hijos de David fueron malos, incluyendo a Salomón; ¿por qué le permitió Dios a David vivir? ¿Mata Dios a un hombre por los pecados futuros de un hijo que aún no se ha concebido? Es más, la sanidad del rey y la liberación de Jerusalén ocurrieron al mismo tiempo (20.5–6). ¿Hubiera sido para gloria de Dios rescatar la ciudad y luego matar a su rey?

III. LOS VISITANTES BABILONIOS (20.12–21)

Lo que Asiria no pudo conseguir por fuerza, Babilonia lo logró con engaño. Satanás es un león o una serpiente. El orgullo de Ezequías después de su curación y la liberación de Jerusalén le metió en una alianza pecaminosa con Babilonia. Lea 2 Crónicas 32.25–26, 31 para ver que fue su orgullo lo que le acarreó el castigo después de su sanidad. Que el rey le permitiera al enemigo ver su riqueza y sus armas fue ciertamente una acción insensata, y la nación al fin y al cabo sufrió por eso. Nótese el orgullo del rey en el versículo 15: «mi casa, mis tesoros». El mismo profeta que le trajo el gozoso mensaje de sanidad ahora tuvo que darle el triste mensaje de juicio: se llevarían a Babilonia los tesoros y sus hijos.
En estas experiencias Dios probaba el corazón de Ezequías (2 Cr 32.31) para ver si el rey le glorificaría y confiaría en Él, no en sus tesoros o su propia fuerza. A Manasés lo llevaron a Babilonia y lo pusieron en la cárcel, pero se humilló y Dios le libró (2 Cr 33.11–19). Es triste ver a Ezequías más preocupado por su día que por el futuro de la nación. Descansar en una paz temporal cuando la derrota final está a la vuelta de la esquina, es el colmo de la necedad. Pero a pesar de sus faltas y pecados, Ezequías ha quedado en la historia judía como un gran rey. Fortificó la ciudad, mejoró su sistema de acueducto, limpió de ídolos la tierra y procuró guiar al pueblo a volver al Señor. Fue un hombre de oración que sabía cómo «presentarlo delante del Señor».

21–23

En estos capítulos se mencionan cinco reyes, pero nos concentraremos principalmente en dos: Manasés y Josías. El rey Amón reinó dos años (21.19–26); y Joacaz sólo tres meses (23.31–33). Veremos a Joacim en nuestro próximo estudio. Lo interesante en cuanto a Josías y Manasés es que sus vidas espirituales fueron exactamente lo opuesto la una de la otra. Manasés empezó su reinado en pecado, pero acabó en humilde arrepentimiento, en tanto que Josías buscó al Señor temprano en su vida, pero acabó su reinado (y su vida) en desobediencia.

I. REINADO DE MANASÉS (21)

A. SU REBELIÓN (21.1–9).
Los historiadores han calculado que al menos diez años Manasés reinó junto con el buen Ezequías.
Manasés era un hombre malo, peor que cualquiera antes o después de él. Qué extraño que el piadoso Ezequías reinara veintinueve años, en tanto que el perverso Manasés reinara cincuenta y cinco. Pero Dios le estaba dando al pueblo exactamente lo que querían y merecían. Tan pronto como Ezequías estuvo fuera de la escena, se reveló el verdadero carácter de Manasés. Edificó lo que Ezequías destruyó y derribó lo que Ezequías edificó. Contraste esto con Isaac en Génesis 26.18. En lugar de imitar al piadoso Ezequías, Manasés siguió el camino del rey Acab. La tradición nos dice que Manasés hizo aserrar a Isaías por la mitad; Hebreos 11.37. Manasés incluso llevó la idolatría hasta los mismos atrios del templo. Se rebeló en contra del buen ejemplo de su padre y en contra de la ley de Dios.
B. SU REMOCIÓN (21.10–15).
Aquí debemos leer en 2 Crónicas 33.11–20 la historia completa. Dios envió a sus profetas para advertir al rey, pero este no quiso escuchar. Dios anunció a la nación que el juicio y el cautiverio se avecinaban. Judá fue testigo del juicio de Dios sobre Samaria, pero esto no llevó al pueblo al arrepentimiento. Dios prometió tratar a la casa de David como trató a la casa de Acab (v. 13). Los capitanes asirios llevaron a Manasés a Babilonia, donde le pusieron en prisión.
C. SU ARREPENTIMIENTO (2 CR 33.12).
Cuán típico de muchos: «Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová». Dios en su gracia perdonó al malvado rey y le permitió regresar a su trono. Dios obra a favor de los que con sinceridad se humillan y oran.
D. SU REFORMA (2 CR 33.13–20; 2 R 21.17–26).
El arrepentimiento de Manasés no fue una conversión superficial «de trinchera», porque una vez que regresó al trono inmediatamente empezó a reparar el daño que había hecho. Fortificó de nuevo a Jerusalén contra el enemigo; quitó los ídolos y los altares extraños; y procuró guiar a la nación a volver al Señor. Por supuesto, era imposible deshacer todo el daño que había hecho, pero debe elogiársele por lo que logró antes de su muerte. Es triste, pero Dios le dio a Manasés el reinado más largo de cualquier rey hebreo, sin embargo, no logró casi nada. Es más, incluso su arrepentimiento no detuvo la mano del juicio de Dios; fue el pecado de Manasés lo que impulsó a Dios a enviar a la nación al cautiverio (23.26–27).
El rey Manasés tuvo todas las oportunidades de vivir en piedad y servir a Dios y a su pueblo con fidelidad. Su padre fue tal vez el rey más grande de Judá (excepto por David); el profeta Isaías ministraba en su día; sin embargo Manasés no buscó al Señor, sino hacia el final de su vida.
Admiramos lo que hizo después de su conversión, pero no podemos dejar de sentir que hizo más daño en sus primeros años que lo que reparó en sus últimos años. Nótese que no lo sepultaron con los demás reyes, sino más bien en su jardín privado.
A su hijo Amón no le impactó la tardía conversión de su padre; imitó los pecados de este, no sus actos justos. Duró sólo dos años y luego fue asesinado en una conspiración y sepultado cerca de su padre.

II. REINADO DE JOSÍAS (22–23)

El asesinato de Amón llevó a Josías al trono cuando tenía ocho años de edad. Cuatro hechos clave resumen la breve vida y reinado de este rey.
A. SALVACIÓN (22.1–2; 2 CR 34.3).
En el octavo año de su reinado, cuando tenía dieciséis años, Josías empezó a buscar al Señor. Sin duda el sumo sacerdote Hilcías enseñó al joven la Palabra de Dios. Es interesante notar que el nombre de su madre (Jedida) es el mismo «sobrenombre» que Dios le dio a Salomón (2 S 12.25). Significa «amado del Señor» y tal vez indica que la madre de Josías fue también una influencia piadosa en su vida. Jeremías y Sofonías también ministraban en este tiempo.
B. REFORMA (2 CR 34.3–7).
El rey tenía ya veinte años y era lo suficiente maduro como para empezar a purificar la ciudad y la tierra de la idolatría de Manasés y Amón. La meta suprema de Josías era restaurar el templo y traer a la nación de regreso a adorar al Señor, pero sabía que tendría que destruir los viejos pecados antes de establecer nueva obediencia. Desafortunadamente el «avivamiento de Josías» fue superficial; nunca llegó al corazón del pueblo. Aun cuando Jeremías el profeta lloró mucho la muerte de Josías (2 Cr 35.25; Jer 22.10–12), no le hallamos elogiando al joven rey por su llamado «avivamiento». Sin duda el rey y su concilio eran sinceros en sus intentos de reformas, pero el pueblo no los siguió; seguían siendo idólatras en su corazón.
C. RESTAURACIÓN (22.3–23.28).
Después de purgar a los ídolos, Josías podía ahora concentrarse en re-establecer la verdadera adoración a Jehová. No es suficiente derribar; también debemos edificar. Ordenó a los sacerdotes que reunieran dinero y repararan el templo. Véanse 2 Crónicas 34.8–35.19. Mientras reparaba el templo, el sumo sacerdote descubrió una copia de la Ley de Moisés desechada mucho tiempo atrás por una nación idólatra. Cuando oyó la lectura de la ley, de inmediato Josías supo que Judá estaba en grave peligro y envió a inquirir al Señor lo que había que hacer.
Hulda, la profetiza, que vivía en la «segunda parte» (22.14) de la ciudad le dio al preocupado rey el mensaje de Dios:
(1) Jerusalén y Judá serían juzgadas por sus pecados, pero:
(2) el rey Josías no vería estos juicios debido a que se había humillado ante el Señor.
Pronto Josías dio a conocer la Palabra de Dios a todos los ancianos de la tierra y guió en el camino para una gran culto de dedicación, reafirmando el pacto de Dios. Continuó su purga de la tierra, incluyendo la profanación del «Tofet», el valle del hijo de Hinón, en donde el pueblo ofrecía a sus hijos en holocaustos a Moloc. Como notamos antes, el rey hizo de este valle un muladar y Ge-hinón llegó a ser «Gehena» en el NT: una vívida ilustración del infierno. El Monte de los Olivos fue el «monte de corrupción» 23.13), pero Josías lo restauró. Durante su purga Josías descubrió el altar del perverso rey Jeroboam así como la tumba del profeta que le advirtió; y así Josías cumplió la profecía de 1 Reyes 13.1–5. La Palabra de Dios nunca vuelve vacía. El rey no sólo restauró el templo y la ley, sino también la Fiesta de la Pascua que por largo tiempo la nación desechó. Quería recordarle a su pueblo que habían sido «comprados por precio».
¿Qué lograron las reformas y restauraciones de Josías? Durante los días de Josías hubo paz y bendición; pero Dios no retiró su promesa original de juicio debido a los pecados de Manasés (23.26–27). La vida y ministerio piadosos de Josías detuvieron unos pocos años más la mano de juicio, pero el cautiverio se avecinaba y nada podía evitarlo.
D. ASESINATO (23.29–37; 2 CR 35.20–27).
El ejército egipcio quizás vino por mar y entró por la costa de Palestina. Faraón aclaró que no venía contra Judá, sino que iba en camino para atacar a Asiria. Josías no buscó la mente del Señor; es más, al parecer deliberadamente desobedeció la voluntad de Dios; Véanse 2 Crónicas 35.22. Aun su disfraz no le protegió una vez que estaba fuera de la voluntad del Señor y murió en la batalla. Véanse en Zacarías 12.11 una alusión al gran lamento en Meguido por Josías. El rey debía haber atendido la sabiduría de Proverbios 20.3 y 26.17.
Tal vez Judá era aliado de Asiria en ese tiempo y el rey se sintió obligado a actuar, pero es claro que Faraón hubiera preferido no luchar contra el rey Josías. Joacaz, el hijo de Josías, reinó sólo tres meses antes de que Faraón lo depusiera y le encadenara. Faraón entonces escogió a otro de los hijos de Josías, Eliaquim, y le hizo rey, dándole el nombre de «Joacim», «a quien Jehová levantará». Consideraremos la vida de este en nuestro próximo estudio.

24–25

La hora del juicio finalmente llega y Dios cumple su Palabra al traer terrible ira sobre su pueblo en el reino de Judá. Dios les dio un trono, un templo, una ciudad y una tierra, y sobre cada una de estas cosas
Él derramó su ira. Lea Jeremías 25–34 si desea más claridad sobre estos capítulos; lea también 2 Crónicas 36. Nótense los juicios que vinieron sobre Judá.

I. DESTRONAMIENTO DEL REY (24.1–12,17–20)

Después del reinado del piadoso Josías, el trono de David lo ocuparon una serie de hombres que desafiaron a Dios con sus continuos pecados. Joacaz reinó tres meses, asimismo Joacim (llamado también Conías o Jeconías, Jer 22.24). Joacim gobernó once años y en el tercer año de su reinado se rebeló contra Babilonia. (Babilonia había derrotado a Egipto y ahora era la nación más grande de los enemigos de Judá.) Joacim quedó sujeto a Babilonia en el 604 a.C. y en el 601 se rebeló. Fue este vil rey el que destrozó las profecías de Jeremías y las quemó en el fuego (Jer 36). En el 597 Joacim murió, dejando el trono a su hijo Joaquín, el cual reinó tres meses.
Fue en el 597 que el ejército babilónico empezó el asedio de Jerusalén. Por supuesto, el débil y falto de fe Joaquín inmediatamente se rindió junto con su familia y los llevaron a Babilonia. A Matanías, tío del rey, lo colocaron como el siguiente rey y se le dio el nombre de Sedequías. Véanse Jeremías 52.
Reinó once años, del 597 al 585. En el noveno año de su reinado (588 a.C.) hizo una alianza secreta con Egipto y así provocó la ira de los babilonios. Fue esta acción insensata (a la cual, dicho sea de paso, Jeremías se opuso) lo que trajo a los ejércitos babilónicos a Jerusalén para el asedio final. En 25.27–30 se nos dice que al exiliado rey Joaquín lo liberaron en Babilonia, a mediados del cautiverio.
El trono de David ahora estaba virtualmente vacío. Sedequías fue el último rey de Judá. Si Sedequías hubiera escuchado la Palabra de Jeremías, los días finales de Jerusalén hubieran sido diferentes.

II. DEPORTACIÓN DEL PUEBLO (24.13–16)

Hubo en realidad tres deportaciones: en el 605 (cuando se incluyó a Daniel); en el 597 (descrita en este pasaje); y en el 587 (después de los terribles dieciocho meses de sitio de la ciudad). A Ezequiel lo llevaron a Babilonia en la segunda deportación. Era la política de Babilonia llevarse lo mejor del pueblo de la tierra: príncipes, nobles, soldados, artesanos y a la familia real; y dejar a los más pobres del pueblo para que manejaran las cosas bajo la dirección de sus propios gobernadores.
Así una nación cautiva no sería capaz de organizar ninguna resistencia. Por supuesto, Jeremías predijo esta deportación (cap. 25) así como lo hizo Moisés en la Ley (Lv 26; Dt 28). El pueblo profanó con sangre e ídolos la tierra que Dios les dio; ya no eran más merecedores de vivir en ella. Dios tenía que «barrerlos» para purificar a la tierra de nuevo.

III. DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD (25.1–12)

Léase en el libro de Lamentaciones la descripción gráfica que Jeremías da de la destrucción de Jerusalén. El asedio de la ciudad duró dieciocho meses y comenzó el 15 de enero del 588. El 19 de julio del 586 se abrió una brecha en la muralla y los ciudadanos supieron que el fin se acercaba. Sedequías y sus hombres trataron de huir (vv. 4–6), pero el ejército de Babilonia los interceptó. Jeremías 32.4–5 y 34.1–7, así como Ezequiel 12.13 predijeron que Sedequías no escaparía. Vería al rey de Babilonia, pero no a Babilonia. Vio en efecto a Nabucodonosor; entonces le quitaron los ojos y lo llevaron ciego a Babilonia. Un mes más tarde los babilonios incendiaron Jerusalén, destrozaron las murallas y destruyeron el templo.

IV. PROFANACIÓN DEL TEMPLO (25.13–17)

Los soldados babilonios despojaron al templo de su riqueza. Los objetos que eran demasiado como para transportarlos, los hicieron pedazos. Llevaron a tierra pagana los instrumentos de bronce, oro y plata. En 24.13 se nos dice que el oro de Salomón y los tesoros del palacio los incluyeron en el botín.
En Jeremías 7 notamos que los judíos pensaban que Dios les protegería de la invasión debido al templo.
Los falsos profetas y sacerdotes mundanos habían logrado que el pueblo creyera mentiras, así como la gente de hoy cree que su iglesia o rituales religiosos les salvarán del juicio. En lugar de que los vasos de la casa de Dios se usaran para la gloria de Dios, los llevaron a Babilonia para embellecer los templos de los ídolos (2 Cr 36.7).
La presencia del templo no salvó a la nación; tenía que haber confesión sincera y arrepentimiento de corazón. Pero era demasiado tarde. La nación «se había mofado de los mensajeros de Dios, hasta que no hubo remedio».

V. DEJARON LA TIERRA EN DESOLACIÓN (25.18–30)

Uno de los oficiales babilonios reunió a los nobles que dejaron y los degolló (vv. 18–21). Todos los que quedaron en la tierra fueron los más pobres de los pobres. Nabucodonosor estableció un sistema de gobierno en la tierra, haciendo a Gedalías el primer gobernador. Su padre había ayudado a Jeremías (Jer 26.24; 39.14) y su familia era devota al profeta (Véanse Jer 39–40). Gedalías en efecto estableció una razonable seguridad, paz y tranquilidad para los que quedaron, pero los celos de Ismael (quizás un pariente lejano del rey) dirigió un complot y asesinó al gobernador (Jer 40–41). Cuando se descubrió el complot, muchos de los judíos huyeron a Egipto buscando seguridad.
En 2 Crónicas 36.20–21 se nos informa que los setenta años de cautiverio (Jer 29.10) se calculaban a partir de los «años sabáticos» de Levítico 25. Cada séptimo año se suponía que los judíos debían dejar descansar la tierra, pero por siglos desobedecieron esta ley. Véanse Jeremías 38.8–22.
Nótese también que Dios prometió castigarlos por sus pecados «siete veces siete» (Lv 26.18, 21, 28), de modo que el número siete juega un papel importante en el cautiverio. Los veinte reyes de Judá (durante el reino dividido) reinaron aproximadamente 390 años en conjunto; y el total de años de David, Salomón y Saúl es de 120, haciendo un gran total de 510 años de monarquía. Sin embargo, en algunos casos padre e hijo reinaban juntos de modo que los años se superponen. Esto significa que tenemos menos de 500 años para el reino de Judá desde Saúl a Sedequías y 500 años dividido entre siete (por los años sabáticos) nos da aproximadamente 70 veces. Así como Israel escogió 40 años de vagar por el desierto al espiar la tierra cuarenta días, su descuido de los años sabáticos por casi cinco siglos le trajeron 70 años de cautiverio.
Todo lo que Dios les dio a los judíos se los quitaron. No tenían rey en el trono de David, ni tampoco lo tienen hoy. No tenían templo, porque fue incendiado, y se confiscaron los vasos sagrados.

Hoy no tienen templo. Su ciudad santa fue destruida y desde entonces ha sido un punto focal de guerra e intranquilidad en el Medio Oriente. Les quitaron su tierra y los esparcieron entre las naciones. Por supuesto, este terrible asedio fue el precursor de la terrible destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. «Sabed que vuestro pecado os alcanzará».