BOSQUEJO SUGERIDO DE EZEQUIEL
I. Ordenación
del profeta (1–3)
II. Condenación
de Judá (4–24)
A. Una nación
desobediente (4–7)
B. Una gloria
que se va (8–11)
C. Una nación
bajo disciplina (12–24)
III. Condenación
de las naciones gentiles (25–32)
IV. Restauración
del pueblo de Dios (33–48)
A. Regresan a
su tierra (33–36)
B. Experimentan
una nueva vida y unidad (37)
C. Los protegen
de sus enemigos (38–39)
D. Adoran
aceptablemente al Señor (40–48)
EZEQUIEL (heb., yehezqe’l, Dios fortalece) El lugar del ministerio de
Ezequiel era Babilonia, a la cual había sido deportado en el 597 a. de J.C.
Ezequiel 8—11 contiene una visión singular de los
acontecimientos que se estaban llevando a cabo en Jerusalén (Ezequiel 24:1, 2).
Parecería imposible que Ezequiel en Babilonia pudiera haber conocido en tal
detalle los acontecimientos en Jerusalén salvo por revelación divina.
El libro se divide en tres partes:
(1) la denuncia de Judá e Israel (caps. 1—24, 593-588 a. de J.C.),
(2) oráculos en contra de las naciones extranjeras (caps. 25—32, con
fecha del 587-571) y:
(3) la futura restauración de Israel (caps. 33—48, con fecha del
585-573).
Se pronunciaron las profecías de la primera sección
antes de la caída de Jerusalén. El llamado de Ezequiel a la obra profética (caps.
1—3) incluye su visión de la gloria divina: el trono de Dios cargado por un
carro extraterreno de querubines y ruedas (Ezequiel 1:4-21). El profeta come el
rollo en el cual está escrito su triste mensaje (Ezequiel 2:8—3:3) y se le
ordena que sea el atalaya del Señor, con el precio de su propia vida si no da
la alarma (Ezequiel 3:16-21; ver 33:1-9). Ezequiel entonces predice la
destrucción de Jerusalén con actos simbólicos (Ezequiel 4:7) como el sitio de
una copia de la ciudad (Ezequiel 4:1-8) y el racionamiento del alimento y la
bebida (Ezequiel 4:9-17). Después sigue la famosa visión de la iniquidad de Jerusalén
para la cual Ezequiel es arrebatado en espíritu a Jerusalén (caps. 8—11) y ve
todo tipo de idolatría repugnante practicada en las cortes del templo.
Mientras mira la profanación de la casa del Señor,
ve como la gloria divina que se ha manifestado en el lugar santísimo (Ezequiel
8:4) deja el templo y la ciudad (Ezequiel 9:3; 10:4, 19; 11:22-23),
simbolizando el abandono de Dios de su pueblo apóstata. En ese momento Ezequiel
vuelve en espíritu a Babilonia. El resto de la primera sección (caps. 12—24)
registra las acciones simbólicas y los sermones que predicen la caída de
Jerusalén. Realiza actos simbólicos de la salida al exilio (Ezequiel 12:1-7),
predica en contra de los falsos profetas (cap. 13) y en dos oráculos
conmovedores (caps. 16, 23) describe la apostasía del pueblo ingrato. Su
declaración de la responsabilidad del individuo ante Dios (cap. 18) es famosa.
Finalmente anuncia el comienzo del sitio de Jerusalén, en la tarde del mismo
día en que muere su esposa y se vuelve mudo hasta la caída de la ciudad (cap.
24).
Después de las profecías del juicio en contra de las
naciones extranjeras (Ezequiel 25—32) viene el punto culminante de la visión
del profeta, escrito después de la caída de Jerusalén: la restauración de
Israel (caps. 33—48). Dios traerá al pueblo de nuevo a su tierra, enviará el
hijo de David a reinar sobre ellos y les dará un nuevo corazón (caps. 34, 36).
La visión del valle de los huesos secos (cap. 37) es una declaración figurada
de esta recomposición de la nación. Después sigue el triunfo de Israel sobre
los poderes gentiles, Gog y Magog (caps. 38 y 39). Finalmente se describe un
gran templo restaurado (caps. 40—43), con sus santos servicios (caps. 44—46),
el río de vida que fluye de él (cap. 47) y el pueblo de Israel viviendo en sus
lugares alrededor de la ciudad llamada Jehovah está allí (cap. 48), a la cual
ha vuelto la gloria de Dios (Ezequiel 43:2, 4, 5; 44:4).
Fue
llevado cautivo a Babilonia en 597 a. de J.C. Allí profetizó a los exiliados
sobre la próxima destrucción de Jerusalén (que ocurrió en el año 586 a. de
J.C.) y sobre el juicio de Dios sobre otras naciones. Ezequiel enfatizó el
señorío de Dios sobre todos los pueblos y naciones. Escribió sobre el nuevo
pacto por medio del cual Dios daría a su pueblo un corazón nuevo y lo
investiría con el Espíritu Santo.
Ezequiel fue uno
de los sacerdotes; fue llevado al cautiverio a Caldea con Joaquín. Todas sus
profecías fueron entregadas en ese país, en alguna parte en el norte de
Babilonia. Su principal objetivo era consolar a sus hermanos cautivos. Se le
manda que advierta de las calamidades espantosas que vienen a Judea,
particularmente a los profetas falsos y a las naciones vecinas.
También, para
anunciar la restauración futura de Israel y Judá de sus varias dispersiones y
su estado de dicha en sus días postreros, bajo el Mesías. Hay mucho de Cristo
en este libro, especialmente en la conclusión.
AUTOR Y FECHA
Aunque
algunos eruditos han puesto en duda su autoría, el autor de este libro lo fue
el profeta Ezequiel. El libro mismo dice bien claro que Ezequiel escribió estas
profecías.
El
hecho de que el profeta habla en primera persona y la uniformidad de estilo y
lenguaje son pruebas convincentes de que Ezequiel mismo lo escribió.
Ezequiel
dice que comenzó su ministerio «en el quinto año de la deportación del rey
Joaquín» (1.2), último rey de Judá, que ocurrió en el 597 a.C. Esto dice que
Ezequiel comenzó a profetizar allá por el 593 a.C. Basándonos en la afirmación
del mismo libro (29.17), podemos calcular que predicó unos veintidós años,
hasta el 571 a.C.
Probablemente
escribió el libro poco después del 570 a.C.
NOMBRE QUE LE DA JESÚS: Ezq:
1: 3, 48: 35: El Señor Está Allí.
1–36
En el año 606 a.C. los babilonios
empezaron la primera de varias deportaciones de judíos; Daniel estaba en este
grupo. En el segundo grupo (597 a.C.) estaba el joven Ezequiel, que para ese
entonces tenía alrededor de veinticinco años. Lo llevaron a Tel-abib, cerca del
río Quebar (3.15). Allí vivió en su casa con su querida esposa (8.1; 24.16).
Cinco años después de que Ezequiel llegó a Tel-abib, Dios lo llamó a ser
profeta, cuando tenía treinta años (592 a.C.). Este fue el sexto año antes de
la destrucción de Jerusalén en el 586, de modo que mientras Jeremías ministraba
al pueblo allá en su tierra natal, Ezequiel predicaba a los judíos cautivos en
Babilonia. Como Jeremías, Ezequiel fue un sacerdote llamado a ser profeta.
Su libro también puede dividirse
en tres secciones, a continuación del llamamiento del profeta en 1–3:
(1) el juicio de
Dios sobre Jerusalén, 4–24;
(2) el juicio de
Dios sobre las naciones vecinas, 25–32; y:
(3) Dios restaura
a los judíos a su reino, 33–48.
Los capítulos 1–24 fueron dados
antes del asedio de Jerusalén; los capítulos 25–32 durante el sitio; y los
capítulos 33–48 después del sitio. Aun cuando el profeta estaba en la distante
Babilonia, pudo ver los acontecimientos en Jerusalén mediante el poder del Espíritu
de Dios. Ezequiel no sólo proclamó el mensaje de Dios al pueblo, sino que tuvo
que vivirlo delante de ellos. Dios le ordenó que hiciera una serie de actos
simbólicos para llamar la atención del pueblo; jugar a la guerra (4.1–3);
acostarse de un lado durante cierto número de días (4.4–17); rasurarse al rape
el cabello y la barba (5.1–4); actuar como alguien que huye de la guerra
(12.1–16); sentarse y suspirar (21.1–7); y, lo más difícil de todo, que su
esposa muriera (24.15–27). No era fácil ser profeta.
En esta sección nos concentraremos
en las visiones de Ezequiel sobre la gloria de Dios.
I. LA GLORIA REVELADA (1–3)
Ezequiel («Dios fortalece») era un
sacerdote en cautiverio (1.1) y por tanto no podía ejercer su ministerio, ya
que estaba lejos del templo y del altar sagrados. Pero Dios le abrió los cielos
y le llamó a que fuera profeta. Cinco años estuvo cautivo antes de que le
llamaran; los sacerdotes empezaban su ministerio a los treinta años (Nm 4.3). Véanse
en el Salmo 137 un cuadro de la condición espiritual de los cautivos. Jeremías
les dijo que se establecieran setenta años en Babilonia, pero los falsos
profetas le dijeron al pueblo que Dios destruiría a Babilonia y libertaría a
los cautivos (léase Jer 28–29). Fue tarea de Ezequiel decirle al pueblo que
Dios destruiría a Jerusalén, no
a Babilonia, pero que habría un día de gloriosa restauración del pueblo y de
reconstrucción del templo.
La frase «Vino a mí palabra de
Jehová» se usa cincuenta veces en este libro. Qué maravilloso saber que la
Palabra de Dios nunca está demasiado lejos del pueblo de Dios, si tan solo
quieren oírla. Juan oyó la Palabra estando exilado en Patmos (Ap 1.9) y Pablo
la recibió en prisión. ¿Qué vio Ezequiel aquel día?
A. UN TORBELLINO DE FUEGO (1.4).
Esto simbolizaba el juicio de Dios
sobre Jerusalén, la venida de Babilonia desde el norte. El viento tempestuoso
con sus fulgurantes rayos significaba la destrucción de Jerusalén.
B. LOS QUERUBINES (1.5–14).
Estas criaturas simbolizan la gloria
y el poder de Dios. Podían ver y moverse en todas direcciones sin volverse. Las
cuatro caras hablan de sus características: la inteligencia del hombre, la
fuerza y el arrojo del león, la fidelidad y el servicio del buey, y el
encumbramiento del águila. Algunos ven en estas caras los cuatro Evangelios:
Mateo (el león, rey), Marcos (buey, siervo), Lucas (hombre, Hijo del Hombre),
Juan (águila, Hijo del Dios del cielo). Las criaturas podían moverse
rápidamente para cumplir la voluntad de Dios.
C. LAS
RUEDAS (1.15–21).
Cada criatura estaba asociada con
un juego de ruedas, dos ruedas en cada juego. Las ruedas en cada juego no
estaban colocadas paralelas la una respecto a la otra, como el aro y el eje de
una rueda de bicicleta; más bien estaban en ángulo recto la una respecto a la
otra, como la parte superior de un giroscopio. Las ruedas estaban en constante
movimiento y, puesto que miraban a las cuatro direcciones, podían moverse en
cualquier dirección sin cambiar su movimiento, así como los querubines. Sus
aros estaban «llenos de ojos» (v. 18), lo que ilustra la omnisciencia de Dios
al regir su creación (Pr 15.3), y el movimiento de las ruedas coincidía con el
de los querubines. Todo esto habla de la obra constante de Dios en el mundo, su
poder y gloria, su presencia en todo lugar, su propósito para el hombre, su providencia.
El mundo estaba lleno de terror y cambio, pero Dios estaba obrando.
D. EL FIRMAMENTO (1.22–27).
Esta era una hermosa «plataforma»
que contenía el trono de Dios y que estaba encima de las ruedas y de los
querubines. Dios sigue en el trono y su voluntad se cumple en este mundo, aun
cuando no siempre lo veamos. Los complejos movimientos de los querubines y las
ruedas revelan cuán intrincada es la providencia de Dios en el universo; sólo
Él puede comprenderla, sólo Él puede controlarla. Pero hay perfecta armonía y
orden.
E. EL
ARCO IRIS (1.28).
Hubo un arco iris en la tormenta.
Sin duda esto le decía a Ezequiel que la misericordia y el pacto de Dios no le
fallaría a su pueblo. Véanse Génesis 9.11–17, donde se designa al arco iris
como una señal de misericordia. También véanse Apocalipsis 4.3 y 10.1.
Noé vio el arco iris después de la
tormenta; el apóstol Juan lo vio antes de la tempestad; pero Ezequiel lo vio en
la tempestad. Toda esta visión de la gloria de Dios muestra a Dios obrando en
el mundo, juzgando los pecados de su pueblo, pero aún guardando su pacto de
misericordia. El resultado de esta visión fue el colapso total de Ezequiel
(1.28). Pero Dios le levantó, le llamó a ser un atalaya, le alimentó con la
Palabra (véanse Jer 15.16; Job 23.12; Mt 4.4; Ap 10.9) y le llenó con su
Espíritu.
«Sabrán que yo soy Jehová», esta
frase y sus variantes se hallan sesenta y una veces en este libro; resume el
ministerio y mensaje de Ezequiel.
II. LA GLORIA QUITADA (8–11)
Un año más tarde Dios le dio a
Ezequiel otra visión, esta vez de los pecados del pueblo allá en Jerusalén. La
gloria apareció de nuevo (8.2) y Dios llevó al profeta en visión a la ciudad
santa. Allí vio una visión cuádruple de los pecados del pueblo:
(1) una imagen
levantada en la puerta norte del templo, quizás de Astarté, la perversa diosa
babilónica, 8.5;
(2) adoración
pagana secreta en los recintos ocultos del templo, 8.6–12;
(3) mujeres
judías llorando por el dios Adonis, el cual se pensaba que había muerto para
ser resucitado de los muertos cada primavera, 8.13–14; y:
(4) el sumo
sacerdote y los veinticuatro grupos de sacerdotes adorando al sol, 8.15–16.
¿Es de asombrarse que Dios
planeara destruir la ciudad? Por supuesto, la gloria de Dios no podía
permanecer en un lugar tan pervertido. La gloria vino al templo, 8.4; pero en
9.3 la gloria pasa al umbral del templo. El trono de la gloria ahora estaba
vacío. Se convertiría en un trono de juicio. En el capítulo 9 vemos al siervo
de Dios poniendo una marca de protección en el remanente fiel de creyentes,
para que no mueran en el juicio venidero. Entonces, en 10.4, la gloria de Dios
se eleva por encima del umbral de la casa y sobrevuela allí antes de que caiga
el juicio. En 10.18 la gloria se eleva aún más y pasa a la puerta oriental del
templo (v. 19); y por último, en 11.22–23, la gloria sale del templo y se va a
la cumbre del Monte de los Olivos. «Icabod Traspasada es la gloria» (1 S 4.21).
¿Por qué se quitó la gloria?
Porque Dios no puede compartir su gloria con otro. Los ídolos y los pecados del
pueblo le echaron fuera. Sus pecados podrían haber estado ocultos al pueblo,
pero Dios los veía y los juzgaba. Así hoy Dios quitará de nuestras vidas su
gloria y sus bendiciones si no le servimos fielmente con corazones sinceros y
puros.
III. LA GLORIA RESTAURADA (43.1–12)
En los capítulos 40–48 el profeta
ve la restauración futura de Israel y su gloria en el Reino.
Describe a la ciudad y el templo
restaurados, más grandiosos de lo que Israel había conocido. En 43.1–6 ve la
gloria de Dios volver al templo. Nótese que la gloria vendrá por la misma ruta
que utilizó al salir. Por supuesto, Jesucristo es la gloria del Señor, y
volverá la gloria de Dios a la nación de Israel.
Sin duda la Palabra dada en los
capítulos 40–48 no se cumplió cuando los judíos regresaron a su tierra después
del cautiverio, de modo que tiene que haber un cumplimiento futuro cuando Jesús
vuelva a la tierra a reinar.
Dios está preocupado por su
gloria. Debemos glorificar a Dios en nuestros cuerpos (1 Co 6.19–20) y
magnificarle en todo lo que hacemos (Flp 1.20–21). Nuestras buenas obras deben
glorificarlo (Mt 5.16). Pero podemos pecar y alejar la gloria de Dios de
nuestras vidas. No cabe duda de que el Espíritu de Dios nunca nos dejará (Ef
1.12–14), pero podemos entristecerlo y perder la gloria de Dios en nuestro
andar diario (Ef 4.30). Los pecados secretos no se quedan así mucho tiempo.
Dios los ve y, antes que pase mucho tiempo, otros también los verán.
37–48
Estos capítulos finales miran
hacia el futuro de Israel y Judá, al tiempo cuando Dios hará una nueva obra y
su gloria volverá a la tierra.
I. LA NUEVA NACIÓN (37)
A. REVIVIDA (VV. 1–14).
En este tiempo tanto Israel como
Judá estaban arruinados políticamente. Asiria había esparcido a Israel y
Babilonia acababa de conquistar a Judá. Tanto Isaías como Jeremías predijeron
el regreso del cautiverio, pero las visiones de Ezequiel van incluso más allá
en los años. Vio el tiempo cuando la nación muerta volvería a vivir. En la
visión vio muchísimos huesos en el valle (literalmente «campo de batalla») y
los huesos estaban muy secos. Era un cuadro de total derrota, con los huesos de
los ejércitos secos y sin sepultura. ¡Qué descripción más vívida del pueblo
judío! Mediante el poder de la Palabra de Dios los huesos se juntaron y
formaron hombres, y mediante el poder del Espíritu («viento»), se les dio vida.
Esto nos enseña la resurrección
corporal, ni siquiera la salvación de los judíos. Más bien es un cuadro del
resurgimiento futuro de la nación,
cuando los judíos se saquen de las «tumbas» de las naciones gentiles a donde
fueron esparcidos. Políticamente esto ocurrió el 14 de mayo de 1948, cuando la
nación moderna de Israel entró de nuevo en la familia de naciones. Por
supuesto, la nación está muerta espiritualmente; pero un día, cuando Cristo
vuelva, la nación nacerá en un día y será salva.
B. REUNIFICADA (VV. 15–28).
La división de la nación en los
reinos del norte y del sur fue el principio de su caída. Un día Dios volverá a
reunir a las tribus bajo el verdadero David, Jesucristo. Él hará un pacto de
paz con ellos (v. 26) y traerá de nuevo gloria a su pueblo. ¿Hay algún futuro
para Israel? Algunos eruditos dicen: «No, porque todas estas profecías del AT deben
aplicarse espiritualmente a la
Iglesia». No estamos de acuerdo con esto. Estas profecías son demasiado
detalladas como para «espiritualizarlas» y aplicarlas a la iglesia de hoy.
Jesús enseñó acerca de un futuro para los judíos (Lc 22.29), lo mismo que Pablo
(Ro 11) y Juan (Ap 22.1–6).
II. LA NUEVA VICTORIA (38–39)
Estos capítulos se refieren a la
famosa «batalla de Gog y Magog». No confunda esta guerra con la Batalla del
Armagedón descrita en Apocalipsis 19.11–21, porque el Armagedón ocurrirá al
final del período de siete años de tribulación que sigue al Arrebatamiento de
la Iglesia. Tampoco es la misma batalla que involucra a Gog y Magog en la
mencionada en Apocalipsis 20.7–9, porque aquella será después de finalizado el
reinado milenial de Cristo, cuando se suelte de nuevo a Satanás. La batalla dada
en Ezequiel 38–39 ocurrirá en un tiempo cuando los judíos vivan con seguridad
en su tierra (38.8, 11–12, 14) al «cabo de años» (38.8). ¿Cuándo será esto?
Parece probable que esto será durante la primera parte del período de la
tribulación, cuando Israel estará protegida de sus enemigos por el pacto con la
cabeza del Imperio Romano (Dn 9.26–27).
Después del Arrebatamiento de la
Iglesia, ocurrirán grandes hechos en el mundo rápidamente. El antiguo Imperio
Romano se restaurará en Europa, encabezado por un fuerte gobernante que al
final se revelará como el anticristo. Acordará proteger a los judíos durante
siete años (Dn 9.27), que es la duración exacta del período de la tribulación,
la septuagésima semana de Daniel (Dn 9.25–27). Los primeros tres años y medio
de la tribulación serán relativamente pacíficos e Israel disfrutará de reposo en
su tierra, guardados por el gobernante romano. Pero Gog querrá la gran riqueza
de la tierra (38.12–13) y más o menos a mitad del período de la tribulación
invadirá a Israel sin advertencia.
Entonces Dios intervendrá y
destruirá al ejército invasor. Tan grande será la derrota que se requerirán
siete meses para sepultar a los muertos (39.12) y el pueblo quemará durante siete
años el material de guerra abandonado (39.9–10). El gobernante romano se
apresurará a Israel para cumplir su pacto, descubrirá que Gog ha dejado de ser
un poder mundial y entonces se establecerá como dictador mundial en el templo
judío, rompiendo así su pacto con Israel (Dn 9.27). Esta será la «abominación
desoladora» y la señal del principio de la gran tribulación sobre la tierra.
III. EL NUEVO TEMPLO (40–46)
Sin duda este templo nunca se ha
construido, de modo que debe referirse a un tiempo futuro. La mayoría de los
estudiosos opinan que este será el gran templo milenial que se llenará de la
gloria de Dios durante el reino de Cristo de mil años sobre la tierra. A
Ezequiel se le dijo que revelara estos planes al pueblo, para avergonzarlos de
sus pecados y rebeliones (43.10–11). No es necesario que entremos en detalles
en nuestro estudio. Nótese que todas las medidas han aumentado, de modo que toda
el «área sagrada» mide casi ciento veinte kilómetros cuadrados. No se nos dice
cómo va a caber todo esto en la tierra y la ciudad de Jerusalén. Tal vez habrá
cambios en la tierra.
Puesto que Cristo ha cumplido los
tipos del AT (sacrificios, sacerdocio), ¿por qué estos se restituirán y
practicarán mil años? Algunos creen que esas prácticas serán para el judío en el
Reino lo que la Cena del Señor es para la iglesia de hoy, un recordatorio de la
obra de Cristo. Sin embargo, es probable que Ezequiel usaba el lenguaje que la
gente entendía para trasmitirles las verdades acerca de la futura adoración en
el templo. La Pascua hablaba de la redención por la sangre (45.21–24) y la
Fiesta de los Tabernáculos del cuidado de Dios por su pueblo y el gozo de este
en el Reino (45.25). No podemos creer que los judíos salvos querrán cambiar su
íntima comunión con Cristo por ritos antiguos que pertenecían a la edad de la
ley.
¿Qué le ocurrirá a este templo?
Cuando Dios cree el nuevo cielo y la nueva tierra no habrá necesidad de ningún
templo (Ap 21.1–5, 22). La nueva Jerusalén que Juan describe en Apocalipsis
21–22 sobrepasará a cualquier cosa que Ezequiel vio. Toda la ciudad santa será
un templo para la gloria de Dios.
IV. LA NUEVA TIERRA (47–48)
A. SE REFRESCA (CAP. 47).
La tierra se refrescará mediante
las aguas salutíferas del río que brota del altar de Dios. Todas las bendiciones
de Dios deben empezar con el altar. Ezequiel describe la sanidad de la tierra,
la bendición de Dios sobre la tierra que escogió para Israel. Nótese que habrá
una nueva frontera para ella (13–21).
Por el oeste estará el Mar
Mediterráneo, al norte una línea que va desde Tiro a Damasco, por el este el río
Jordán y el Mar Muerto, y al sur desde el Mar Muerto hasta el río de Egipto.
Esto significa que la herencia estará dentro
de la tierra, sin ninguna tribu al otro lado del Jordán.
Podemos ver en este río salutífero
un hermoso cuadro del Espíritu de Dios. La fuente es el altar, la muerte de
Cristo (Jn 7.37–39). El río se torna cada vez más profundo, de modo que el
profeta pudo nadar en él. Ojalá podamos adentrarnos cada vez más profundamente
en las cosas de Dios y apartarnos de las aguas de poca profundidad. El río dio
sanidad y vida; y así el Espíritu sana y da vida hoy.
B. NUEVA DIVISIÓN (CAP. 48).
Ya hemos notado las nuevas
fronteras de la tierra. Este capítulo explica cómo se hará el reparto a las
tribus durante la edad del Reino. Las tribus estarán al oeste del Jordán; la
nación no tendrá más división. Las tribus poseerán «franjas» de tierra a lo
largo de la nación, de este a oeste. Siete tribus estarán ubicadas en la parte
superior: Dan, Aser, Neftalí, Manasés, Efraín, Rubén y Judá. Entonces vendrá la
enorme «porción sagrada» para el área del templo (vv. 8–20). Hacia abajo
estarán otras cinco tribus: Benjamín, Simeón, Isacar, Zabulón y Gad. ¡Las
tribus estarán allí, y Dios también estará allí! (v. 35). El nombre de la
ciudad será «Jehová-sama»: «¡Jehová (está) allí!»