BOSQUEJO SUGERIDO DE JUECES
I. Apatía (1–2)
A. Primeras
victorias (1.1–26)
B. Derrotas
repetidas (1.27–36)
C. Reprensión
divina (2.1–5)
D. Sirven a
otros dioses (2.6–23)
(Resumen del libro)
II. Apostasía
(3–16)
A. Otoniel
(3.1–11)
(Mesopotamia)
B. Aod y Samgar
(3.12–31)
(Moab)
C. Débora y
Barac (4–5)
(Los cananitas)
D. Gedeón (6–8)
(Madián)
E. Abimelec,
Tola y Jair (9.1–10.5)
(Hombres de Siquem)
F. Jefté
(10.6–12.15)
(Amón)
G. Sansón
(13–16)
(Los filisteos)
III. Anarquía
(17–21)
A. Idolatría
(17–18)
B. Inmoralidad
(19)
C. Guerra civil
(20–21)
NOTAS
PRELIMINARES A JUECES
I. TEMA
JUECES, es el séptimo libro del AT
recibe su nombre por el título de las personas que gobernaron sobre Israel
durante el período de Josué a Samuel. Se les llama jueces (shophetim, Jueces
2:16), aunque su función principal
era la liberación de los hebreos oprimidos por medios militares.
El libro de los Jueces cubre la brecha histórica
desde la muerte de Josué hasta la inauguración de la monarquía. A la vez revela
la degradación tanto moral como política de un pueblo que descuidó su herencia
religiosa y acomodó su fe con el paganismo que lo circundaba. También revela la
necesidad que el pueblo tenía de unidad y liderato que un gobierno firme y
central dirigido por un rey podría proveer.
La estructura del libro consiste de tres partes
fácilmente discernibles:
(1) Introducción: las condiciones dadas después de la muerte de
Josué, Jueces 1:1—2:10;
(2) Parte principal: el ciclo de los jueces, Jueces 2:11—16:31;
(3) Apéndice: la vida en Israel en la época de los jueces, caps.
17—21. A continuación se mencionan en lista los jueces y la correspondiente
región de
Israel donde sirvieron (si se conoce):
1. Otoniel (Jueces 3:7-11).
2. Ehud (Jueces 3:12-30): Palestina central y la
transjordania.
3. Samgar (Jueces 3:31): el llano de los filisteos.
4. Débora y Barac (caps. 4—5): Palestina central y la
transjordania.
5. Gedeón (caps. 6—8): Palestina central y la
transjordania.
6. Abimelec (cap. 9): Palestina central. Muchos consideran a
Abimelec un bandido y no un juez.
7. Tola (Jueces 10:1, 2): Palestina central.
8. Jaír (Jueces 10:3-5): Transjordania.
9. Jefté (Jueces 10:6—12:7): Transjordania.
10. Ibzán (Jueces 12:8-10): Palestina sur.
11. Elón (Jueces 12:11, 12): Palestina norte.
12. Abdón (Jueces 12:13-15): Palestina central.
13. Sansón (caps. 13—16): el llano de los filisteos.
Los acontecimientos relatados en Jueces 17—21 no
parecen haber ocurrido después de los jueces mencionados en la parte principal
del libro, sino durante sus períodos de liderato. Estas narraciones describen
las condiciones de vida durante este período casi pagano y turbulento mientras
que nos proveen de una descripción franca y sin adorno de la brutalidad y
paganismo que contaminaban a Israel debido a su cercana asociación con los
vecinos cananitas paganos. El autor no aprueba todo lo que relata sino que
provee una historia del juicio de Dios sobre un pueblo que no pudo preservar su
herencia de la verdadera fe religiosa por el hecho de que asimiló demasiado de
la cultura que lo rodeaba.
Así como Josué continúa la
historia de Israel después de la muerte de Moisés (Jos 1.1), el libro de Jueces
toma la historia de Israel después de la muerte de Josué (Jue 1.1). Este es un
libro de derrota y desgracia, como vemos en el versículo clave (17.6). «Cada
uno hacía lo que bien le parecía». El Señor ya no era más el «Rey en Israel»;
las tribus se dividieron; el pueblo comenzó a mezclarse con las naciones
paganas; y fue necesario que Dios castigara a su pueblo. Tenemos un resumen del
libro en 2.10–19: bendición, desobediencia, castigo, arrepentimiento,
liberación. Jueces es el libro de la victoria incompleta; es un libro de
fracaso del pueblo de Dios al no confiar en la Palabra ni tomar posesión del poder
de Él.
Abarca
el período entre la muerte de Josué y la coronación del rey *Saúl. Durante esta
era, Dios levantó líderes conocidos como jueces para liderar a los israelitas
contra sus enemigos. Pero después de cada victoria, el pueblo se olvidaba de
Dios.
El libro de los Jueces es la historia de
Israel durante el gobierno de los jueces, que fueron libertadores ocasionales
que Dios levantaba para rescatar a Israel de sus opresores, para reformar el
estado de la religión y para administrar justicia al pueblo. El estado del
pueblo de Dios no parece ser muy próspero en este libro, ni su carácter muy
religioso como hubiera sido de esperarse; pero había muchos creyentes entre
ellos y el servicio del tabernáculo era atendido.
II. AUTOR Y
FECHA
La frase típica que acabamos de citar,
que por cierto destaca la bendición que fue el reino, es muy significativa para
poder resolver el problema de la fecha en que el libro pudo haber sido escrito.
La manifiesta estructura literaria del libro no conduce sino a aceptar la
existencia de un solo autor, quien se sirvió de documentos y fuentes
provenientes de tiempos anteriores, como se vislumbra en el canto de Débora.
Es obvio que este autor no pudo haber
sido contemporáneo de los jueces, porque los textos arriba mencionados señalan
la prosperidad propia del tiempo de los reyes. Por otra parte, en Jueces 13.1
se establece que el tiempo total de la opresión filistea fueron cuarenta años,
lo cual solamente tiene sentido después de la victoria decisiva sobre los filisteos
obtenida por Samuel en Mizpa (1 S 7.13). Por consiguiente, el autor del libro
debió vivir en los inicios de la monarquía en Israel, pero no después de David
y Salomón (cf. Jue 1.21 con 2 S 5.6–9 y Jue 1.19 con 1 R 9.9, 16) entre
1050–970 a.C. El Talmud considera a Samuel como el autor.
EL NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: Jue: 2: 1: Mensajero De Jehová.
III. LECCIÓN
ESPIRITUAL
Usted recordará las tres
divisiones de Josué: cruzar el río, conquista del enemigo y toma de posesión de
la herencia. Josué anota cómo Israel cruzó el río y empezó a conquistar al
enemigo, pero el libro concluye con «queda aún mucha tierra por poseer» (Jos
13.1; 23.1–1). «Cruzar el río» significa la muerte a uno mismo y separación del
pecado; significa entrar en nuestra herencia espiritual (Ef 1.3).
Pero después de haber dado este
paso de fe, es fácil desmayar o hacer compromisos con el enemigo. Israel entró
en la tierra, pero fracasó al no tomar posesión de toda la herencia. Primero
toleró al enemigo, luego le cobró tributos (impuestos), después se mezcló con
el enemigo y por último se rindió ante él. Fue sólo mediante los libertadores
de Dios (los jueces) que los israelitas hallaron victoria. Qué fácil es que los
cristianos «se establezcan con el pecado» y se pierdan las bendiciones de una
total dedicación y una victoria completa.
IV. LA TIERRA
La tierra prometida estaba llena
de muchas naciones y muchos «reyezuelos» que gobernaban en territorios
pequeñísimos. Josué guió a toda la nación en grandes victorias sobre los
principales enemigos; el camino se pavimentó para que cada tribu entrara por fe
y tomara posesión de su herencia designada. En tanto que el libro de Josué es
una historia de esfuerzos unidos, Jueces nos narra una nación dividida y ya no
consagrada al Señor, que olvida el pacto hecho en el Sinaí.
V. LOS JUECES
En este libro se mencionan doce
jueces diferentes que Dios levantó para derrotar a un enemigo en un territorio
en particular y dar reposo al pueblo. Estos jueces no fueron líderes
nacionales; más bien fueron líderes locales que libraron al pueblo de varios
opresores. Es posible que algunos de los períodos de opresión y descanso se
superpongan. No todas las tribus participaron en cada batalla y a menudo había
rivalidad entre ellas. Que Dios llamara a estas «personas comunes» como jueces
y que las usara con tanto poder es otra evidencia de su gracia y poder (1 Co
1.26–31). El Espíritu de Dios vino sobre estos líderes para una tarea en
particular (6.34; 11.29; 13.25), aun cuando a menudo sus vidas personales no
fueron ejemplares en todo detalle. Los varios cientos de años bajo los jueces prepararon
a Israel para su petición de un rey (1 S 8).
VI. LAS
NACIONES QUE QUEDARON
Dios permitió que quedaran
naciones paganas en la tierra por varias razones:
(1) para castigar
a Israel 2.3, 20–21;
(2) para probar a
Israel, 2.22 y 3.4;
(3) para
proveerle experiencia en la guerra, 3.2; y
(4) para prevenir
que la tierra se convierta en un desierto, Deuteronomio 7.20–24.
Israel quería vivir con esta
situación de «segunda clase», Dios le daría lo que deseaba. Él entonces usó a
estas naciones para sus propósitos. Los Judíos podían haber disfrutado de
victoria total; pero en lugar de eso, se conformaron con un compromiso. Los
capítulos 3–16 muestran las experiencias de «sube y baja» de algunos del pueblo
de Dios. Es triste, pero la nación no se sometió a Dios ni le obedeció; en
lugar de eso miraban a los ayudantes humanos que les enviaba. Demasiados
cristianos tienen sus «altas y sus bajas» y corren al pastor o a algún otro
amigo buscando ayuda en lugar de primero acudir a solas con Dios para
permitirle que examine sus corazones y les dé la ayuda que necesitan.
1–5
I. LOS FRACASOS DE LA NACIÓN
(1–2)
A. FRACASARON EN LA CONQUISTA DE LA TIERRA (1.1–36).
Los versículos 1–18 narran las primeras
victorias de Judá y Simeón, en tanto que el resto del capítulo nos habla de sus
frecuentes derrotas. Estas dos tribus pudieron apoderarse de Besec (v. 4), Jerusalén
(v. 8), Hebrón (v. 10), Debir (v. 11), Sefat (v. 17), Gaza, Ascalón y Ecrón (v.
18). El pueblo de José tomó Bet-el (v. 22), pero el resto de la tribu no pudo
expulsar al enemigo.
Lo que empezó como una serie de
victorias, dirigidas por el Señor, acabó como una serie de compromisos. Judá no
pudo expulsar a los habitantes del valle (v. 19, y Véanse 4.13); Benjamín no
pudo vencer a los jebuseos (v. 21); y las otras tribus también «hicieron
arreglos» con las naciones paganas (vv. 27–36). Por supuesto, fueron capaces de
racionalizar sus fracasos al esclavizar a los pueblos paganos; pero esto sólo
condujo a más problemas. En Josué 23–24, Josué les advirtió en contra de hacer
compromisos con el enemigo, pero ahora estaban cayendo en esa misma trampa.
B. FRACASARON EN LA CONSIDERACIÓN DE LA LEY (2.1–10).
Esta, por supuesto, fue la razón
de sus habituales fracasos y derrotas. Dios le prometió a Josué constante
victoria si la nación honraba y obedecía la Palabra (Jos 1.7–8), y Josué les
repitió esa promesa a los líderes (Jos 23.5–11). Gilgal fue la escena de una
gran victoria para Israel, pero ahora el Señor se mudó de Gilgal a Boquim, «el
lugar del llanto», ¡enfatizando la trágica declinación de Israel de la victoria
al llanto! (En cuanto a la importancia de Gilgal, véanse Jos 5.1–9; 9.6; 10.6.
Gilgal era el centro de operaciones militares de Israel, el campamento de
Josué. Ahora había quedado en el olvido.)
Dios le recordó al pueblo que
habían desobedecido la ley al hacer pactos con las naciones paganas y unirse a
sus dioses. Léase cuidadosamente en Deuteronomio 7 las instrucciones de Dios en
esta cuestión de separación. La nación siguió la ley durante los años de Josué
y líderes subsiguientes, pero después que estos murieron, la nación se
descarrió. «Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a
Jehová». (Véanse v. 10.) ¡Ni siquiera llevaron sus hijos al Señor! Fracasaron
en enseñarles la ley, como Dios les instruyó en Deuteronomio 6.1–15. Con cuánta
frecuencia ocurre esto en las naciones, iglesias y familias. Qué fácil es que
la «generación más joven» se aleje del Señor si la «generación más vieja» no es
fiel en enseñarles y fijar ante ellos el mejor ejemplo de obediencia.
C. FRACASARON POR NO AFERRARSE AL SEÑOR (2.11–23).
Se olvidaron del Señor y siguieron
otros dioses. La religión de los cananitas era horriblemente perversa, con
prácticas demasiado obscenas como para debatir. La adoración a Baal y a Astarot
(deidades masculina y femenina, v. 13) plagó a Israel a través de toda su
historia. Una vez que se introdujo en sus vidas, fue difícil exterminarla.
Cuando el pueblo se olvidó del Señor, Él se olvidó de ellos. Una vez tras otra
«los vendió» en manos de sus enemigos. En lugar de disfrutar del «reposo» que Dios
les prometió, la nación cayó y fue llevada a la esclavitud cientos de años, con
sólo ocasionales períodos de «reposo» del Señor. Cada vez el juicio se volvía
tan severo, que la nación al final clamaba a Dios. Él enviaba un libertador,
pero nótese que Dios estaba personalmente con el juez, no con toda la nación.
Es triste, pero el pueblo se volvía al Señor sólo cuando estaba en problemas;
una vez que el juez desaparecía, la nación caía de nuevo en el pecado.
Estos fracasos se ven en los
cristianos profesantes hoy. A veces, en lugar de vencer al enemigo, hacemos
compromisos y dejamos que el enemigo nos arrastre hacia abajo. A menudo
desobedecemos deliberadamente la Palabra de Dios y muchas veces fracasamos por
no amar al Señor y allegarnos a Él por fe. Cuando esto ocurre, Dios debe
castigarnos y nuestro único remedio es arrepentirnos y volver.
II. LAS VICTORIAS DE LOS JUECES
(3–5)
En el libro de Josué hay un solo
líder y Dios estaba con la nación entera; pero en Jueces hay muchos líderes y
Dios sólo está con estos líderes, no con la nación entera (2.18). Varios jueces
menores se mencionan aquí, cuyos ministerios podemos estudiar brevemente.
A. OTONIEL (3.1–11).
Los de Mesopotamia esclavizaron a
Israel ocho años; entonces Dios levantó a Otoniel, yerno de Caleb, para que
libertara a la nación. Su nombre significa «Dios es poderoso», e hizo honor a
él.
Véanse Jueces 1.9–15 y Josué
15.16–19. Debe haber complacido a la familia de Caleb tener un hombre tan
valiente en sus filas. Libró a la nación y tuvieron descanso cuarenta años.
B. AOD (3.12–30).
Esta vez el Señor usó a Moab para
castigar a Israel, junto con Amón y Amalec, ¡los antiguos enemigos de los
Judíos! Los israelitas sirvieron dieciocho años como esclavos hasta que Aod los
libertó y les dio descanso ochenta años. Dios usó el hecho de que era zurdo
para engañar al enemigo, porque el rey no hubiera sabido lo que Aod sacaba de
entre sus vestidos por el lado derecho (3.21). Los benjamitas al parecer
estaban dotados con hombres zurdos (Jue 20.16; 1 Cr 12.2). Una vez que el rey enemigo
fue asesinado, Aod pudo reunir su ejército y arrojar a los invasores.
C. SAMGAR (3.31).
Es probable que Samgar dirigió una
victoria local contra los filisteos. No se le llama juez, aunque se le incluye
entre ellos. Dios puede usar las armas más extrañas, incluso una aguijada de
bueyes.
D. DÉBORA Y BARAC (4–5).
La nación había caído tan bajo que
ahora la juzgaba una mujer, lo cual humillaría a los hombres en esta sociedad
dominada por los varones (Véanse Is 3.12). Durante veinte años los cananitas
habían oprimido a Israel, así que Dios levantó a esta profetiza para llevarlos
a la senda de la victoria. Primero ella llamó a Barac para que libertara a la
nación (4.1–7), e incluso le dio el plan de batalla del Señor.
Por lo general el arroyo de Cisón
estaba seco, pero Dios iba a enviar una gran tempestad que lo inundaría y
atraparía a los carros de hierro (véanse 4.3 y 5.20–22). A pesar de que se
menciona a Barac como un hombre de fe en Hebreos 11.32, aquí le vemos como uno
que tuvo que depender de Débora para la victoria. Es más, Dios usó a dos
mujeres para librar a los Judíos: Débora la profetiza y Jael (vv. 18–24). Es
interesante contrastar a Barac con Sansón. Ambos estuvieron asociados con
mujeres, pero en un caso esto llevó a la victoria, mientras que en el otro a la
derrota. Barac dirigió a diez mil hombres desde el monte Tabor, confiando en la
promesa de Dios dada a su sierva, Débora.
Cualesquiera que hayan sido las
debilidades de Barac, Dios todavía honró su fe. En su canto de victoria (cap.
5), Débora alaba al Señor por la disposición del pueblo para luchar en la
batalla (vv. 2, 9). Sin embargo, ella también menciona a algunas de las tribus
que fueron demasiado cobardes como para luchar (5.16–17).
La batalla se libró «junto a las
aguas de Meguido» en donde el arroyo de Cisón fluía desde el monte Tabor.
Sísara y su ejército pensaban que sus carros de hierro les darían la victoria,
¡pero fueron sus carros los que los llevaron a la derrota! Dios envió una gran
tormenta (5.4–5 y 20–22) que convirtió la llanura en un pantano y el enemigo no
pudo atacar. Israel obtuvo una gran victoria ese día, bajo la dirección de
Barac y los planes de Débora.
Pero a Barac no se le concedió
matar al general Sísara; esto se le dejó a otra mujer, Jael. Los ceneos eran
amigos de Israel (Jue 1.16) debido a su vínculo con la familia de Moisés (Jue
4.11), pero también tenían amistad con Jabín, el rey cananeo. Es usual que un
hombre de las culturas del Oriente no entre en la tienda de una mujer, pero
Jael persuadió a Sísara, le hizo acomodarse y luego le mató. La «estaca» era
tal vez una de madera de la tienda. Su obra la elogia el canto de Débora
(5.24–27), aun cuando algunos hallan difícil comprender esta acción. Sin duda a
Sísara lo hubieran matado cuando las tropas de Barac lo capturaran y él era el
enemigo del Señor (5.31), no de Jael personalmente. Ella estaba ayudando a
Israel a librar las batallas del Señor. Dos mujeres se regocijaron en la
victoria (Débora y Jael), pero una mujer (la madre de Sísara) lloró afligida
(5.28–30).
Nótese en 5.6–8 una descripción
del terrible estado de la sociedad en Israel en aquel tiempo. El pueblo tenía
tanto temor que se mudaron de las aldeas a las ciudades amuralladas y no era
seguro que la gente viajara por las carreteras. Una declinación en la vida
social y moral de la nación fue la inevitable consecuencia de la declinación
espiritual de la nación.
6–8
Hebreos 11.32 pone a Gedeón a la
cabeza de la lista de los jueces. Aunque algunas veces vaciló en su fe, todavía
es «un hombre de fe» que se atrevió a confiar en la Palabra de Dios. Cuando nos
damos cuenta de que era un granjero, no un guerrero adiestrado, ¡vemos cuán
maravillosa fue su fe! Trazaremos la carrera de Gedeón en este pasaje.
I. GEDEÓN EL COBARDE (6.1–24)
Siete años de servidumbre bajo los
madianitas condujeron a Israel a su punto más bajo. En lugar de «subir sobre
las alturas» (Dt 32.13) ¡se escondían en cuevas! A los israelitas ni siquiera
se les permitía cosechar su propio grano, lo que explica por qué hallamos a
Gedeón escondido en el lagar. El profeta de Dios (vv. 7–10) le recuerda al
pueblo su incredulidad y pecado; entonces el Ángel del Señor, Cristo mismo,
visitó a Gedeón para prepararle para su victoria. Recuérdese que Dios había
olvidado temporalmente a su pueblo; ahora obraba por medio de individuos
escogidos (2.18).
Cuando el Ángel llamó a Gedeón
«varón esforzado y valiente» (v. 12), parecía mofa, sin embargo Dios sólo
indicaba de antemano lo que Gedeón llegaría a ser por fe. Nos recuerda las
palabras de Cristo a Pedro: «Tú eres, serás» (Jn 1.42). Pero vea la incredulidad
de Gedeón, que era la causa de su cobardía, en su pregunta a Dios: «Si, por
qué, en dónde, cómo, si?» ¡Luego le pide que le dé una señal! Esto sin duda no
es el lenguaje de la fe.
Gedeón confesó que Dios castigó
con justicia a su pueblo (v. 13), pero no podía entender cómo usaría a un pobre
campesino como él para librar a la nación. Dios enfrentó su incredulidad con
una serie de promesas: «Jehová está contigo»; «salvarás a Israel»; «¿no te
envío yo?»; «Ciertamente yo estaré contigo» (vv. 12, 14, 16). La fe viene por
el oír la Palabra de Dios (Ro 10.17). Gedeón necesitó una señal y Dios con su
gracia se la concedió (vv. 19–24). Sin embargo, no es un buen ejemplo a seguir.
«Jehová-shalom» significa «el Señor es nuestra paz» (vv. 23–24).
II. GEDEÓN EL DESAFIADOR
(6.25–32)
Una cosa es encontrar a Dios en el
secreto del lagar, pero otra muy diferente es erguirse por el Señor en público.
Esa misma noche Dios probó la dedicación de Gedeón al pedirle que derribara el altar
idólatra de su padre a Baal y que edificara un altar a Jehová. Más que esto,
debía sacrificar el toro de su padre (tal vez reservado para Baal) sobre el
nuevo altar. El testimonio cristiano empieza en casa.
Gedeón obedeció al Señor, pero
mostró incredulidad al hacerlo de noche (v. 27) y al pedir a otros diez hombres
que lo ayudaran. ¡Podemos imaginar el furor del vecindario cuando a la mañana
siguiente descubrieron el altar destruido! ¿Mataron a Gedeón? ¡No! Antes bien
Gedeón se convirtió en un líder, capaz de reunir al ejército y prepararse para
luchar. Dios nunca usa a un «santo secreto» para ganar grandes batallas.
Debemos salir a la luz y asumir nuestra posición, cueste lo que cueste.
III. GEDEÓN EL CONQUISTADOR
(6.33–8.3)
A. CONQUISTÓ SUS TEMORES (6.33–7.14).
Un ejército de treinta y dos mil
hombres acudió a su lado, pero aún dudaba de la victoria. ¡Cuánta gracia
muestra Dios al ministrar a sus endebles santos! Gedeón «puso fuera su vellón»
dos veces y en ambas Dios le contestó. Es muy malo, sin embargo, cuando el
pueblo de Dios confía en las circunstancias para que les guíen en lugar de
confiar en la clara Palabra de Dios. Gedeón no era el único con miedo;
veintidós mil soldados también tenían miedo y regresaron (7.1–3; y Véanse Dt
20.8).
Sin embargo, Dios no necesitaba
los restantes diez mil, de modo que los probó y envió a la mayoría de regreso.
Los trescientos que bebieron el agua de su mano (v. 6) hubieran estado en una
mejor posición para enfrentar y luchar contra el enemigo en un ataque por
sorpresa.
La noche de la batalla Dios vio
que aún había temor en el corazón de Gedeón (vv. 9–14), así que en su gracia le
dio otra señal especial para darle seguridad de que ganaría la batalla. El pan
de cebada representa a Gedeón, porque la cebada era el alimento más pobre.
¡Pero Dios iba a usar a este campesino ordinario para lograr una gran victoria!
B. CONQUISTÓ A SUS ENEMIGOS (7.15–25).
Nótese cómo Gedeón cita al pueblo
las promesas de Dios de victoria (v. 15, nótese v. 9). Confiaba por completo en
la Palabra de Dios. La victoria se obtuvo por el poder de Dios, porque las
armas que tenían eran inútiles en la batalla. El Espíritu de Dios estaba ahora
usando a Gedeón (6.34); véanse Zacarías 4.6 y 1 Corintios 1.26–31. Los cántaros
ocultarían la luz de las teas y también harían gran ruido al romperse; y estos
efectos, añadidos a los gritos y al toque de las trompetas, derrotarían sin
duda al enemigo. Los cántaros, las teas y las trompetas tienen también una
significación espiritual. Debemos ser cántaros limpios, rendidos a Dios para
que nos use (2 Ti 2.21); debemos dejar que nuestra luz brille (Mt 5.16); y
debemos «proclamar» un testimonio claro por Cristo (1 Ts 1.8).
Los pasos de la victoria de Gedeón
son fáciles de trazar: tenía una promesa en la cual creer (6.12, 14, 16;
7.7–9), un altar que edificar (6.25–26), un cántaro que quebrar, una lámpara
para encender y una trompeta para tocar. ¡Y Dios le dio la victoria!
C. CONQUISTÓ SUS SENTIMIENTOS (8.1–3).
A Efraín no se le incluyó en el
ejército original (6.35), pero Manasés, la tribu hermana, participó en la
batalla. Más tarde Gedeón llamó a Efraín para que capturara a dos príncipes
famosos, lo cual hicieron. ¡Pero se les provocó! Qué fácil es que la carne
actúe incluso cuando Dios ha dado una gran victoria. Gedeón pudo haberlos
«silenciado», pero en lugar de eso practicó Proverbios 15.1: «La blanda respuesta
quita la ira». Es mejor controlar nuestros sentimientos que conquistar una
ciudad (Pr 16.32); y si Gedeón hubiera ofendido a sus hermanos, nunca hubiera
podido ganarlos de nuevo (Pr 18.19). Los líderes piadosos deben saber cómo
controlar sus sentimientos.
IV. GEDEÓN EL ACOMODADIZO
(8.4–35)
Gedeón y sus trescientos hombres
perseguían a los dos reyes de Madián, pero los de Sucot y Peniel no les
ayudaron. Su actitud provocó a Gedeón y prometió vengarse. Esto parece haber
sido el principio de su reincidencia, porque no cabe duda que Dios habría
castigado a estos rebeldes a su manera (Ro 12.19). El ejército tomó al de
Madián por sorpresa cuando los reyes se sentían confiados (8.11), y cuando
Gedeón venía de regreso, castigó a los hombres de Sucot y Peniel con espinos y
abrojos (8.16– 17). Luego mató a los dos reyes que mataron a los hermanos de
Gedeón.
Después de obtener una gran
victoria, siempre debemos precavernos de la tentación a pecar, porque Satanás
nos ataca solapadamente cuando menos lo esperamos. La nación le pidió a Gedeón
que fuera su rey y estableciera una dinastía; pero él lo rehusó. «¡Jehová
señoreará sobre vosotros!» Sin embargo, Gedeón aprovechó la oportunidad para
pedir «una cosa menor»: todos sus zarcillos y adornos. Esto parecía un obsequio
apropiado para un gran libertador, pero téngase presente que estos objetos de
oro estaban asociados a la adoración idolátrica. Los ornamentos mencionados en
el versículo 21 en realidad son «lunetas»; estos artículos se relacionaban a la
adoración de la luna. Léase en Génesis 35.1–4 la asociación entre los zarcillos
y la idolatría.
Gedeón hizo un «efod» (o imagen)
idólatra con las setenta libras de oro que recogió. Lo que los madianitas no pudieron
hacer mediante la espada, Satanás lo consiguió con zarcillos. Es triste ver que
el hombre que derribó el altar de Baal, ahora crea un ídolo por su cuenta. Es
triste, pero la nación entera se olvidó de Dios y adoró al nuevo dios (v. 27).
Cuando Gedeón murió, la nación volvió de inmediato a adorar a Baal (v. 33).
La historia subsiguiente de la
familia de Gedeón no es nada estimulante. Tuvo muchos hijos e hijas con sus
«muchas esposas» (v. 30), pero un hombre llamado Abimelec (v. 31; Jue 9.1–6),
hijo de la concubina de Gedeón, los mató a todos (a excepción de Jotam).
Todavía más, antes de que mataran a la familia de Gedeón, la nación no los
trató con amabilidad (v. 35). Cuán pronto los corazones pecadores de los seres
humanos se olvidan tanto del Señor (v. 34) como de las personas que les han
servido fielmente.
13–16
Pocos relatos en la Biblia son tan
trágicos como este. Aquí tenemos a un hombre al cual Dios le dio veinte años
para empezar a vencer al enemigo y, sin embargo, al final el enemigo lo venció a
él. La historia de Sansón es una ilustración de la advertencia de Pablo en 1
Corintios 9.27, porque Sansón fue un náufrago. Hebreos 11.32 lo cita por su fe
en la Palabra de Dios, pero aparte de esto, muy poco se puede decir a su favor.
«El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co 10.12). Nótese los pasos que
condujeron al pecado y trágico fin de Sansón.
I. MENOSPRECIÓ SU HERENCIA (13)
Sansón nació en un hogar piadoso,
de padres que creían en la oración. Fue el don especial de Dios para ellos y
para la nación. Tenía un padre que oraba: «[que] nos enseñe lo que hayamos de
hacer con el niño que ha de nacer» (v. 8; y Véanse v. 12). Sus padres temían a
Dios y trataron de infundir el mismo temor en su hijo. Trajeron ofrendas a Dios
y se atrevieron a creer en sus maravillosas promesas. Dios le dio a Sansón una
investidura especial del Espíritu Santo que le hizo vencedor. Dios llamó a Sansón
a ser un nazareo («separado»), completamente sometido al Señor. De acuerdo a
Números 6 un nazareo nunca debía beber licor ni tocar un cadáver; y la señal de
su dedicación sería su cabello sin cortar.
¡Toda esta maravillosa herencia
menospreció Sansón ya adulto! En lugar de ponerse en las manos de Dios para
realizar la tarea dada por Dios, decidió vivir como le placía. Qué trágico es
cuando Dios le da a un joven una maravillosa herencia y una gran oportunidad y
la toma a la ligera.
II. DESAFIÓ A SUS PADRES (14.1–4)
Una evidencia de la declinación
espiritual puede verse en la manera en que se llevaba con sus seres queridos.
Es cierto que «Sansón descendió» (14.1) tanto espiritual como geográficamente.
En lugar de quedarse dentro de las fronteras de Israel, entró en territorio
enemigo y se enamoró de una mujer pagana. Sabía las leyes de separación que
Dios les dio a los judíos, pero decidió ignorarlas (véanse Éx 34.16; Dt 7.3; y
2 Co 6.14–18; también Gn 24.1–4). Nótese que les dijo a sus padres; no les preguntó.
Y cuando ellos le recordaron la
ley de Dios, los despreció. «Tomadme esta por mujer», insistió él, «porque ella
me agrada». No le importó que su deseo le desagradó a sus padres. Nótese que en
este caso Dios en su misericordia iba a anular su pecado y usarlo para
debilitar a los filisteos (v. 4). Los jóvenes cristianos necesitan detenerse y
considerar con cuidado cuándo menosprecian a padres piadosos que conocen la
Palabra de Dios.
III. CONTAMINÓ SU CUERPO
(14.5–20)
En aquellos días los padres
arreglaban el matrimonio y había varios meses entre el compromiso y la boda.
Cuando Sansón se encontró con el león, Dios le dio el poder para vencerlo aun
cuando Sansón no estaba andando completamente en la voluntad de Dios. Cuando
regresó algunos meses más tarde para completar el matrimonio, encontró miel en
el cadáver del león. Números 6.6–9 nos dice que un nazareo nunca debía tocar un
cadáver, ¡pero Sansón a propósito se contaminó debido a la miel! Cuántos cristianos
hoy se contaminan sólo para disfrutar de un poco de miel en el cadáver de un
león: tal vez un libro popular, una película o una amistad cuestionable.
Triste es decirlo, ¡pero Sansón
pasó el pecado a sus padres y entonces lo convirtió en un juego para entretener
a sus amigos! Como nazareo y como judío no tenía derecho a participar en una
boda filistea mundana. El matrimonio nunca se completó, pero las semillas del
pecado quedaron plantadas en su corazón.
IV. DESDEÑÓ LA ADVERTENCIA DE
DIOS (15)
Este es un capítulo de lo que al
parecer son victorias y sin embargo concluye con el «hombre fuerte»
completamente exhausto por falta de agua. Quemó los campos de los filisteos,
pero se volvió y quemó la casa de la mujer que amaba (15.6 con 14.15). Sansón
vengó su muerte, mas su gente se volvió en su contra y le entregó al enemigo
(vv. 11–13). Dios le libró, pero entonces le advirtió mostrándole cuán débil
era. Hallamos sólo dos oraciones de Sansón: aquí, por agua (vv. 18–20), y en 16.28,
por fuerza para destruir a los filisteos. Sus padres fueron personas de
oración, pero Sansón no siguió su ejemplo. Dios le advirtió aquí, pero él no
quiso prestar atención.
V. DELIBERADAMENTE JUGÓ CON EL
PECADO (16)
Sansón ya se había metido en
problemas con una mujer, pero ahora lo intentó de nuevo, esta vez adentrándose
más en el territorio enemigo de Gaza. Dios otra vez lo amonesta al permitir que
el enemigo casi lo atrape, pero Sansón todavía rehusó arrepentirse. Fue
entonces que Dalila entró en su vida y lo condujo a su caída. El valle de Sorec
estaba cerca de su casa, pero el corazón de Sansón estaba ya lejos de Dios.
Nos asombra ver a este nazareo
durmiendo sobre las rodillas de una mujer perversa, pero esto es lo que ocurre
cuando la gente decide seguir su propio camino y rechazar el consejo de sus
seres queridos y del Señor. Tres veces Dalila sedujo a Sansón, y tres veces él
le mintió. En todas, el enemigo le atacó, de modo que debería haberse dado
cuenta de que corría peligro. Pero, léase Proverbios 7.21–27 para ver por qué
Sansón se sometió. ¡Dormía cuando debía estar despierto! Recuérdese la
advertencia que Cristo le dio a Pedro en Mateo 26.40–41. Nótese que cada
mentira que Sansón dijo en realidad le llevó más cerca de la verdad. ¡Cuán
peligroso es jugar con el pecado! El resto de la historia muestra el trágico
fin del creyente que no le permite a Dios controlar su vida.
A partir del versículo 20 Sansón
no hace sino perder. Pierde su cabello, el símbolo de su consagración nazarea;
porque esa dedicación la había abandonado desde mucho antes. Luego pierde su
fuerza, pero lo ignora hasta que cae preso. ¡Qué inútil es que el siervo de
Dios trate de servir al Señor cuando está fuera de su voluntad! Lo siguiente
que Sansón pierde es la luz, porque los filisteos le sacaron los ojos.
Pierde su libertad, porque le
ataron con grillos de bronce. Pierde su utilidad para el Señor, porque acaba moliendo
trigo en lugar de librar las batallas de Dios. Alguien ha dicho que el
versículo 21 es un cuadro de los resultados del pecado que ciegan, atan y
trituran. ¡Y todo eso empezó cuando Sansón menospreció las bendiciones y a sus
padres.
Sansón también perdió su
testimonio, porque fue el hazmerreir de los filisteos. A su dios Dagón, como
pez, no al Dios de Israel, se le dio toda la gloria. Es evidente que Sansón se
arrepintió de su pecado, porque Dios le dio una oportunidad más de actuar por
fe. Su cabello comenzó a crecer y Sansón le pidió a Dios fuerza para ganar una
victoria más sobre el enemigo. Dios contestó su oración, pero Sansón derrotando
a otros perdió también su vida. Como Saúl, Sansón fue eliminado; cometió pecado
de muerte y Dios le eliminó de la escena (véanse 1 Co 11.30–31; 1 Jn 5.16–17).
Sus seres queridos reclamaron su cuerpo y lo sepultaron «entre Zora y Estaol»,
el mismo sitio donde comenzó su ministerio (13.25).
Sansón ilustra a la gente que
tiene poder para conquistar a otros, pero no pueden dominarse a sí mismos.
Quemó los campos filisteos, pero no pudo controlar el fuego de su lujuria. Mató
un león, pero no pudo matar las pasiones de la carne. Podía fácilmente hacer
pedazos las cadenas que los hombres le ponían encima, pero las cadenas del
pecado poco a poco crecieron con fuerza en su alma. En lugar de guiar a la
nación, prefirió trabajar por su cuenta y como resultado no dejó ninguna
victoria permanente detrás de sí. Se le recuerda por lo que destruyó, no por lo
que edificó. Le faltaba disciplina y dirección; sin esto, su fuerza no podía
alcanzar gran cosa. No logró dominar los impulsos que surgieron a inicios de su
carrera y que veinte años después lo mataron.
Les tocó a Samuel y a David, años
más tarde, derrotar finalmente a los filisteos. Samuel con una oración
consiguió más que Sansón en veinte años de lucha (Véanse 1 S 7.9–14).