LUCAS

(diminutivo o lucero)
Era un médico gentil que escribió su Evangelio para gentiles educados, quizá los que estaban asociados con las sinagogas, pero que no se habían convertido al judaísmo. Lucas presenta un informe completo y ordenado de la vida de Cristo desde su *nacimiento hasta su *ascensión. Lucas enfatiza las obras y enseñanzas de Jesús que explican el camino de *salvación y el llamado universal del evangelio.
Por lo general se supone que este evangelista fue médico y compañero del apóstol Pablo. El estilo de sus escritos, y su familiaridad con los ritos y usos de los judíos, demuestran fehacientemente que era judío, mientras su conocimiento del griego y su nombre, hablan de su origen gentil. Se menciona por primera vez en Hechos 16: 10, 11, con Pablo en Troas, desde dónde lo atendió hasta Jerusalén, y estuvo con él en su viaje, y en su encarcelamiento en Roma.
Este evangelio parece concebido para superar las muchas narraciones defectuosas y no auténticas en circulación, y para dar un relato genuino e inspirado de la vida, milagros y doctrinas de nuestro Señor, aprendidas de los que oyeron y presenciaron sus sermones y milagros.
BOSQUEJO SUGERIDO DE LUCAS
Introducción (1.2-4)
I. El adviento del Hijo del Hombre (1.5–2.52)
A. El anuncio a Zacarías (1.5–25)
B. El anuncio a María (1.26–46)
C. El nacimiento de Juan (1.57–80)
D. El nacimiento de Jesús (2.1–20)
E. La presentación de Jesús (2.21–38)
F. La niñez de Jesús (2.39–52)
II. El ministerio itinerante del Hijo del Hombre (3.1–19.27)
A. Preparación (3.1–4.13)
1. Bautizado por Juan el Bautista (3.1–38)
2. Tentado por Satanás (4.1–13)
B. Ministerio en Galilea (4.14–9.50)
C. Ministerio en Judea (9.51–13.21)
D. Ministerio en Perea (13.22–19.27)
III. El Hijo del Hombre en Jerusalén (19.28–23.56)
A. Entra en la ciudad (19.28–48)
B. Debate con los líderes (20.1–47)
C. Enseña a los apóstoles (21.1–22.38)
D. Sufre como criminal (22.39–23.25)
E. Muere en la cruz (23.26–56)
IV. La victoria del Hijo del Hombre (24.1–53)
A. El conquistador de la muerte (24.1–12)
B. El que fortalece la fe (24.13–35)
C. El dador de paz (24.36–43)
D. El Maestro del servicio (24.44–53)
NOTAS PRELIMINARES A LUCAS
I. AUTOR
Pablo llamó a Lucas «el médico amado» (Col 4.14); y de la manera en que se identifican a los colaboradores de Pablo en Colosenses 4.7–14, tal vez Lucas fue un gentil. Aparece primero en Hechos 16.10 (nótese el «nosotros»), viajaba con Pablo (Hch 20.5; 21.1; 27.1) y ministró en las iglesias.
Algunos eruditos piensan que Lucas pastoreó la nueva iglesia de Filipos después que Pablo y Silas salieron de la ciudad y fue el «compañero fiel» al que Pablo se dirige en Filipenses 4.3. Lucas también escribió el libro de los Hechos (compárese Lc 1.1–4 con Hch 1.1–3). En su Evangelio, Lucas registró que Jesús comenzó a hacer y enseñar, y en Hechos señaló que Jesús continuó haciendo y enseñando mediante su Espíritu y a través de su Iglesia.
II. TEMA
Lucas escribió principalmente para los griegos, y presentó a Jesús como el compasivo Hijo del Hombre que vino a buscar y a salvar lo perdido (Lc 19.10). Este Evangelio es universal en su perspectiva. La genealogía de nuestro Señor retrocede hasta Adán (3.38) y se ve el mundo entero como la esfera de la redención de Dios (2.14, 32; 3.6). Lucas se preocupa por los pecadores, ya sean judíos o gentiles, y usa esa palabra dieciséis veces. Uno esperaría que un médico se preocupara por individuos, y el Evangelio de Lucas refleja esto. Menciona a las mujeres y los niños más que ningún otro escritor de los Evangelios; y da un decidido énfasis a la oración, el canto y el regocijo, tanto a la pobreza como a la riqueza. Seis de los milagros de nuestro Señor y diecinueve parábolas se hallan solamente en Lucas. El doctor Lucas nos da el más detallado relato del nacimiento de nuestro Señor; lo cual no sorprende en un médico.
III. LUCAS Y LOS VIAJES
A Lucas debe haberle encantado viajar, porque sus libros describen viajes. El Evangelio de Lucas lleva a nuestro Señor desde su nacimiento en Belén hasta su muerte fuera de Jerusalén (véanse 9.51; 13.22; 17.11; 18.31; 19.11, 28), en tanto que Hechos empieza en Jerusalén y concluye en Roma. Lucas describe el ministerio de Cristo en Galilea (4.14–9.50), Judea (9.51–13.21), Perea (13.22–19.27) y finalmente Jerusalén (19.28–24.53).
IV. PABLO Y LUCAS
Lucas no podía haber viajado con Pablo sin que este influyera grandemente en él, y eso se ve en su Evangelio. Graham Scroggie escribe en su Guide to the Gospels [Guía a los Evangelios]: «Lucas, como Pablo, hace hincapié en la fe, el arrepentimiento, la misericordia y el perdón». (Compruébese con la concordancia.) Lucas usa cinco veces justificado, palabra que era importante en el vocabulario del apóstol Pablo. Pasajes tales como 7.36–50; 15.1–32; 18.9–14 y 19.1–10, ¡le hubieran encantado al corazón del apóstol Pablo!
AUTOR Y FECHA
Es evidente que Lucas y Hechos tuvieron un mismo autor porque:
(1) Ambos se dirigen a TEÓFILO;
(2) El segundo tomo hace referencia al primero (Hch 1.1), y:
(3) Entre los dos existen notables semejanzas de lenguaje, estilo y teología, y paralelos estructurales.
Aunque los escritores mismos son anónimos, el autor se refiere a sí mismo (por ejemplo, Lc 1.3; Hch 1.1). Era un personaje conocido tanto para el destinatario como para la iglesia primitiva. Una misma prueba interna demuestra que Lucas fue autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como de los Hechos.
La prueba externa que atribuye sin vacilación este primer tomo a Lucas se remonta a la segunda mitad del siglo II: tanto el Canon de Muratori, como Ireneo hacen tal afirmación.
La fecha del Evangelio tampoco puede determinarse sin recurrir a la de Hechos.
Algunos, siguiendo una conjetura que se halla en Eusebio y Jerónimo y que se deduce del final de Hechos, fechan este segundo tomo ca. 63 y el primero, por tanto, ca. 58–61.
Otros, basándose en tradiciones que se remontan a Ireneo y el Prólogo a Lucas contra los marcionitas, afirman que Lucas no compuso su obra sino hasta después de la muerte de Pablo (ca. 65–67) y proponen una fecha entre 67 y 72. Esta opinión se apoya en el hecho de que Lucas utilizó el texto de Mc como una de sus fuentes.
Algunos estudiosos opinan que Lc 19.43s; 21.20–24 y 23.28–30 indican una fecha posterior a la caída de Jerusalén (70), pero existen otras explicaciones para estos textos.
EL NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS. Luc. 2:40, 52; 9. 22, 56, 58; 22: 48. Hombre Perfecto, Hijo Del Hombre.

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Lucas escribió su Evangelio bajo la inspiración del Espíritu Santo, después de haber investigado cuidadosamente la vida de Jesucristo (1.1–4). La frase «desde el principio» puede traducirse como «desde arriba» (v. 3; Véanse Jn 3.31), e indica que Dios guió a Lucas mientras este acumulaba y organizaba la información y luego escribía su libro. Su propósito fue dar un recuento exacto y autorizado del nacimiento, vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesús.
Teófilo («uno que ama a Dios») quizás fue algún oficial romano («excelentísimo») que, como nuevo creyente, necesitaba que se le afirmara su fe. La palabra griega para «instruido» (v. 4) nos da la palabra castellana «catequizar», de modo que Teófilo tal vez fue un «catecúmeno», un principiante en la fe cristiana.
Lucas abre su Evangelio registrando cuatro visitas importantes.

I. GABRIEL VISITA A ZACARÍAS (1.1-25)

Los «días de Herodes, rey de Judea» (v. 5) (Herodes el Grande) no fueron los mejores del pueblo judío, pero el sacerdote y su esposa fielmente oraban y servían a Dios a pesar de las adversidades. Dios tiene su remanente fiel incluso en los días más oscuros, gente como Zacarías («Jehová ha recordado»), Elisabet («mi Dios es un voto»), «Simeón» («oír»: 2.25–35) y Ana («gracia»: 2.36–38). Fue la providencia de Dios que permitió que escogieran a Zacarías para quemar el incienso, porque este ministerio lo realizaba el hombre una sola vez en su vida. Él había orado toda su vida de casado por un hijo; y ahora, mientras oraba, Dios le anunció la respuesta a sus peticiones.
En Lucas se mencionan veintitrés veces a ángeles, pero sólo dos se mencionan por nombre en las Escrituras: Gabriel (Dn 8.16; 9.21; Lc 1.19, 26) y Miguel (Dn 10.13, 21; 12.1; Jud 9; Ap 12.7). Cuánta gracia hay en que las primeras palabras del cielo fueron: «No temas». Esta es una frase que a menudo se encuentra en Lucas (1.13, 30; 2.10; 5.10; 8.50; 12.7, 32). «Gozo» y «regocijarse» se usan diecinueve veces en Lucas.
¿Estaba pidiendo Zacarías una señal cuando dijo: «¿En qué conoceré esto?» (Véanse 1 Co 1.22.) Si fue así, le contestaron su petición; porque quedó mudo ¡hasta que el hijo prometido tuvo ocho días de nacido! La fe abre nuestros labios en alabanza a Dios, en tanto que la incredulidad nos silencia (2 Co 4.13).
¡Qué honor para esta pareja de ancianos ser los padres del último y del más grande de los profetas (7.25–28; Mt 11.7–13), el hombre que presentaría al Mesías a la nación! ¡Pero qué tragedia que Zacarías no pudo proclamar por todas partes las buenas nuevas de que Dios estaba a punto de enviar al Mesías al mundo!

II. GABRIEL VISITA A MARÍA (1.26-38)

Seis meses más tarde (v. 26) Gabriel visitó a María en Nazaret, y le dijo que sería la madre del Mesías. María probablemente era una adolescente, porque las muchachas judías se casaban temprano.
Estaba comprometida en matrimonio con un carpintero llamado José (Mt 13.55); procedía del linaje de David (Lc 3.31) y era virgen (v. 27; Is 7.14). En esos días el compromiso era casi igual que el matrimonio, y romperlo era como el divorcio. Esto explica por qué a José más tarde se le llama su «esposo» antes de que en realidad se casaran (Mt 1.19).
El saludo de Gabriel es, literalmente: «Gracia, ¡tú que eres altamente agraciada!» Si bien era una mujer piadosa, fue la gracia de Dios y no su carácter lo que hizo de María la escogida de Dios. La frase «muy favorecida» se usa para todo el pueblo de Dios en Efesios 1.6 («con la cual nos hizo aceptos»).
María es bendita entre las mujeres, pero no sobre las mujeres.
La venida del Hijo de Dios a la tierra involucró no sólo nuestra salvación personal, sino también el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo Israel (vv. 32–33). «Espiritualizar» estas promesas es robar a los judíos de lo que Dios les ha prometido (2 S 7; Is 9.6, 7; Jer 33.14–18). Si las palabras del ángel en los versículos 30–31 se deben tomar literalmente, también las palabras de los versículos 32–33.
A diferencia de Zacarías, María confió en que Dios haría lo que había prometido. Preguntó: «¿Cómo será esto?», y no: «¿Cómo puede ocurrir esto?» Puesto que Jesús existía antes que su madre, no podía concebirse en el vientre a la manera normal. El nacimiento virginal es un milagro de Dios que trajo a su Hijo eterno al mundo sin ninguna mancha en su naturaleza humana (v. 35; 2 Co 5.21; 1 P 2.22; Heb 4.15). María se sometió al Espíritu Santo (Ro 12.1), conociendo plenamente que experimentaría vergüenza y malos entendidos.

III. MARÍA VISITA A ELISABET (1.39-56)

Zacarías y Elisabet vivían en una de las ciudades sacerdotales (Jos 21), de modo que María tuvo que viajar hasta allá. Cuando llegó y saludó a Elisabet, empezaron a ocurrir cosas maravillosas.
Elisabet alabó a Dios por lo que Él había hecho por María, y Juan el Bautista, que aún no había nacido, saltó de gozo en el vientre de su madre (Véanse Jn 3.29–30). Nótese que Elisabet llamó a María «la madre de mi Señor», que es un título apropiado. La fe de María fue elogiada más que ninguna (v. 45).
Al canto de alabanza de María se le llama el «Magnificat» (del latín para «magnificar»). María sabía las Escrituras, porque hay por lo menos quince citas o alusiones al AT en su canto. (Véanse 1 S 2.1–10.) Alaba a Dios y ocho veces dice lo que Él ha hecho («Él ha[...]»). Nótese que María reconoció a Dios como su Salvador (v. 47), lo cual indica que había confiado en Él para su salvación. Alabó a Dios por lo que hizo por ella (vv. 46–49), porque todos le temerán a Él (vv. 50–53), y por su pueblo Israel (vv. 54–55). María tomó literalmente las promesas de Dios a Israel y no las echó a un lado tratando de explicarlas.

IV. DIOS VISITA A SU PUEBLO (1.57-80)

«Ha visitado y redimido a su pueblo» (v. 68) es el principal tema de este himno de alabanza. El niñito al que se le ponía el nombre (Juan significa «gracia de Dios») era el precursor del Mesías que traería salvación a los pecadores perdidos y un día libraría a Israel de todos sus enemigos. Dios estaba visitando a su pueblo, pero ellos no conocieron «el tiempo de su visitación» (19.44). Zacarías tomó literalmente los pactos y las promesas de Dios con Israel, y esperaba que Dios las cumpliera (vv. 72–73).
En su hermoso canto Zacarías dio varios cuadros simbolizando la salvación que tenemos en Cristo Jesús: redención de la esclavitud (v. 68), libertad del peligro (v. 74), perdón de una deuda (v. 77) y la aurora de un nuevo día (vv. 78–79; Is 9.2). Nótese el énfasis en la salvación (vv. 69, 71, 77).

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I. ADVIENTO (2.1-7)

Que Jesús naciera en Belén estaba ordenado por Dios mucho antes de que César Augusto dictara su decreto (Miq 5.2; Hch 15.18). El difícil viaje de tres días desde Nazaret hasta Belén tal vez tomó más tiempo de lo común debido a la condición de María. A algunos predicadores y otras personas que presentan dramas de Navidad les gustan condenar al mesonero porque no le dio a María un lugar decente para dar a luz a su Bebé, pero la Biblia guarda silencio sobre el asunto. Quizás el «mesón» era un típico «paradero de caravanas» oriental, una estructura de dos pisos (el nivel bajo estaba destinado a los animales), construido alrededor de un patio donde los viajeros podían acampar. Jesús debe haber nacido en uno de los establos del ganado; y el pesebre para dar comida a los animales fue su cuna.
Véanse Filipenses 2.1–11 y 2 Corintios 8.9.

II. ANUNCIO (2.8-20)

En ese época se consideraba que los pastores estaban en el peldaño más bajo de la escala social. Su trabajo no sólo los obligaba a estar distantes del templo y de la sinagoga, sino que los hacía ceremonialmente impuros. Sin embargo, en su gracia, Dios dio el primer anuncio del nacimiento del Salvador a humildes pastores (Véanse 1.52).
¿Fue Gabriel el ángel que apareció? ¡Qué privilegio tuvo este mensajero de proclamar el nacimiento del Mesías! Nosotros tenemos el privilegio de llevar al mundo las buenas nuevas y los ángeles no pueden ocupar nuestro lugar. Las «huestes de ángeles que cantaban» proclamaron la gloria del Señor. El Evangelio de Lucas está lleno de alabanza (1.64; 2.13, 28; 5.25–26; 7.16; 13.13; 17.15, 18; 18.43; 19.37; 23.47; 24.53). La famosa «paz romana» (pax romana) estaba en efecto desde el año 27 a.C.; pero no había una paz verdadera en la tierra, ni tampoco la habrá hasta que el Príncipe de Paz reine en el trono de David.
Los primeros embajadores humanos del evangelio fueron los humildes pastores que acudieron aprisa a Belén y le dijeron a todo el mundo lo que habían visto y oído (Hch 4.20). El verbo griego «hallaron» en el versículo 16 significa «hallaron después de buscarlo». Los sabios tuvieron una estrella que les guió (Mt 2), pero todo lo que los pastores tenían era la señal que les había dado el ángel (v. 12).
Los pastores, como los ángeles antes de ellos, alabaron y glorificaron a Dios (v. 20).

III. ADORACIÓN (2.21-40)

Jesús nació «bajo la ley» (Gl 4.4) y por consiguiente fue circuncidado al octavo día (Gn 17.12) y se le puso por nombre «Jesús», que significa «Jehová es mi salvación». Pero había otras dos leyes del AT que María y José tenían que obedecer: la purificación de la madre después de cuarenta días (Lv 12) y la redención del primogénito (Éx 13.1–12). ¡El Redentor fue redimido! Debido a que María y José eran demasiado pobres para comprar una oveja, compraron dos aves.
Había un remanente de judíos creyentes esperando por su Redentor (v. 38); Simeón y Ana se encontraban entre ellos. No sabemos la edad de Simeón, pero es posible que era anciano. El Espíritu les enseñó y los trajo a ambos, de modo que él estaba allí justo cuando María y José vinieron con el Bebé.
¡Lo asombroso respecto a su himno de alabanza es que incluyó a los gentiles! Estaba listo para morir porque había visto con sus propios ojos al Mesías. Simeón bendijo a Dios y también bendijo a María y a José; pero no bendijo al Bebé; porque Jesús es la fuente de toda bendición. María sintió «la espada» en su corazón repetidamente al observar a su Hijo durante su ministerio y estuvo al pie de la cruz cuando Él murió (Jn 19.25–27).
¿Qué edad tenía Ana? Depende de cómo se interprete el texto. ¿Tenía veintiocho años, o hacía veintiocho años que había enviudado? Si es lo último, tenía más de cien años de edad. (Las muchachas judías se casaban en la temprana adolescencia.) Como Simeón, estuvo en el lugar preciso en el tiempo preciso, y fue y les dijo a otros lo que había visto. Ana fue una de las profetizas que encontramos en las Escrituras: las otras son Miriam (Éx 15.20), Débora (Jue 4.4), Hulda (2 R 22.14), Noadías (Neh 6.14), la mujer de Isaías (Is 8.3) y las hijas de Felipe (Hch 21.8–9).

IV. ASOMBRO (2.41-52)

La ley exigía que todo hombre judío fuera a tres fiestas cada año en Jerusalén (Dt 16.16), pero no todos obedecían siempre. La fiesta a la cual todos trataban de asistir era la Pascua; y cuando Jesús tenía doce años (la edad en que llegaba a ser «un hijo de la ley»), fue con María y José a la fiesta. Amigos y parientes viajaban juntos y era un tiempo festivo; las mujeres y los niños iban al frente de la procesión y los hombres hacia atrás. Jesús era un niño obediente (vv. 40, 51–52) que María y José no temieron de que hiciera algo malo. ¡Imagínense su sorpresa cuando no lo hallaban!
Jesús se «llenaba de sabiduría» (v. 40) y sus preguntas y respuestas asombraron a los maestros en el templo. No debemos dar por sentado de que a la edad de doce años Jesús comprendía tanto como cuando empezó su ministerio a los treinta años (3.23); por cuanto Lucas deja bien en claro que Él «crecía en sabiduría» (v. 52). Pero ya estaba consciente de que su misión especial era estar «en los negocios de [Su] Padre».
Nazaret no era un lugar fácil como para que un chiquillo creciera allí. María tuvo otros hijos (Mt 13.54–58), de modo que Jesús creció en un hogar atestado y posiblemente pobre.

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Lucas nos da cinco descripciones de Juan el Bautista.

I. CONSTRUCTOR DE CAMINOS (3.1-6)

Dios prescindió de los gobernantes grandes y poderosos y dio su Palabra a un profeta judío de las regiones desérticas. Sin dudas, la nación de Israel estaba en un desierto espiritual y Juan les trajo las buenas nuevas del Mesías y de su reino. Juan no fue sólo un profeta, sino que estuvo sujeto a la profecía (Is 40.3–5). Los versículos 4–5 describen el trabajo de un constructor de caminos que prepara todo para la llegada del rey. En su ministerio, Juan tenía que remover mucha «basura espiritual» para que la gente pudiera estar lista para dar la bienvenida a su Mesías.
Hechos 19.1–5 deja bien en claro que el ministerio de Juan al bautizar apuntaba hacia la venida del Salvador, entre tanto que el bautismo cristiano mira en retrospectiva y en identificación con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo (Ro 6.1–6). Los judíos bautizaban a los gentiles prosélitos, pero no bautizaban judíos; Juan, por otra parte, llamaba a los judíos a que se arrepintieran y bautizaran.

II. AGRICULTOR (3.7-9)

Juan se describe como un agricultor, derribando árboles sin fruto y viendo a las serpientes huir del campo incendiado. Juan llegó a la raíz de las cosas, y llamó a la gente al arrepentimiento. Hay una ira venidera y la única manera de prepararse para el juicio es abandonar el pecado y confiar en el Salvador.
Los líderes religiosos no obedecieron el llamado que Dios hizo a través de Juan (7.29–30; 20.1–8), y Juan les llamó «víboras» (Mt 3.7–10). Jesús les llamó «hijos del diablo» (Jn 8.44–45; Mt 23.33), porque Satanás es la serpiente y tiene sus «hijos» (Ap 20.2; Mt 13.36–43). Juan precedió a Jesús porque la predicación del juicio siempre debe venir antes de la declaración de la gracia salvadora.
Primero convicción, luego conversión.

III. CONSEJERO (3.10-14)

Juan dedicó tiempo para aconsejar personalmente a las personas y prepararlas para el bautismo y su vida nueva de fe. En general, las amonestó a ser generosas y compartir lo que tenían (Hch 2.44–45; 4.32–37). Encargó a los cobradores de impuestos a que fueran honrados y a los soldados a ser justos.
(Tal vez sabía que los soldados y los publicanos trabajaban juntos para extorsionar a la gente.) Lucas menciona tres veces a los cobradores de impuestos (5.27; 15.1; 19.2). A lo mejor estos soldados no eran romanos (Véanse, sin embargo, Mt 8.5–13), sino soldados judíos que pertenecían a la guardia del templo o a la corte de Herodes. Es interesante que Juan no condenó a los cobradores de impuestos, ni a los soldados de profesión; simplemente les dijo a los publicanos y a los soldados que hicieran con honradez su trabajo y que no hicieran daño a nadie. Podían seguir en sus vocaciones respectivas y servir a Dios.

IV. TESTIGO (3.15-18,21-22)

Juan no vino para hablar de sí mismo sino para dar testimonio del Hijo de Dios (Jn 1.19–34). Fue su privilegio presentar al Mesías a la nación. Si hubieran conocido las Escrituras, hubieran estado listos para este gran acontecimiento; pero estaban «en tinieblas» y por eso Juan tenía que «dar testimonio de la luz».
El bautismo del Espíritu tiene lugar cuando el pecador confía en Cristo y se convierte en parte del cuerpo de Cristo, la Iglesia (1 Co 12.13). El bautismo de fuego tiene que ver con el juicio, como los versículos 9 y 17 lo dejan en claro. Juan describió a Jesús como un segador con el «aventador» en su mano, separando el trigo del tamo. La siega es un cuadro familiar del juicio (Sal 1.4; Jer 15.7; Jl 3.12, 13).
La palabra griega que se traduce «anunciaba» en el versículo 18 significa «predicar las buenas nuevas». Juan fue un evangelista que llevaba a los pecadores al Salvador. En el versículo 3 «predicar» significa «proclamar un mensaje». Juan fue el heraldo que vino antes del Rey y proclamó su venida al pueblo.
Juan bautizó a Jesús para presentarlo al pueblo (Jn 1.29–34) y no debido a que Jesús fuera un pecador arrepentido. Tanto el Padre como el Espíritu dieron testimonio de que Jesús de Nazaret era en realidad el Hijo de Dios. El bautismo en agua de nuestro Señor fue un cuadro anticipado de su futuro bautismo de sufrimiento en la cruz (12.50). Jesús, mediante su muerte, sepultura y resurrección, «cumplió toda justicia» (Mt 3.15).
Solamente Lucas menciona que Jesús oró durante su bautismo (v. 21), la primera de muchas ocasiones de oración que se mencionan en este Evangelio (3.21; 5.16; 6.12; 9.18, 29; 11.1; 22.32, 41; 23.34, 46). Si el perfecto Hijo del Hombre tenía que orar para poder servir al Padre, ¡cuánto más necesitamos orar nosotros, su pueblo!

V. MÁRTIR (3.19-20)

Lucas no da el recuento completo del arresto y martirio de Juan, pero Mateo y Marcos sí (Mt 14.1– 12; Mc 6.14–29). Juan podía haber hecho una componenda en cuanto a su mensaje y haber salvado su vida, pero fue un fiel testigo que declaraba la verdad de Dios sin temor o favor. Su ministerio fue breve y tal vez pudiera aparecer como un fracaso, pero cumplió con su trabajo (Hch 13.25) y agradó al Señor.
Nota sobre 3.23–38. La genealogía de Mateo 1.1–17 es la de José, el padre adoptivo de Jesús, y traza su derecho legal al trono de David. Lucas nos da la genealogía de María, la cual prueba los derechos naturales de Jesús al trono. Elí era, por tanto, el padre de María. El versículo 23 dice que «Jesús, era, según se creía, hijo de José, hijo de Elí» (nacido de María, la hija de Elí). Por lo general, se pensaba que Jesús era el hijo de José (4.22; Jn 6.42, 45). El nombre de la madre no se pondría en la genealogía, de modo que no se nombra a María. Manteniendo su enfoque sobre Jesús el Hijo del Hombre, Lucas lleva la genealogía en retroceso todo el camino hasta Adán (1 Co 15.45).

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Uno de los énfasis en este capítulo es el uso que nuestro Señor hizo de la Palabra, guiado por el Espíritu. Nuestras palabras tal vez no siempre logren mucho, pero su Palabra viene con autoridad y poder.

I. LA PALABRA QUE CONQUISTA AL ENEMIGO (4.1-13)

Jesús no fue tentado para que el Padre pudiera determinar el carácter y capacidad del Hijo, porque el Padre ya había aprobado al Hijo (3.22) y lo haría otra vez (9.35). Tampoco fue tentado para darle oportunidad a Satanás a que lo derrotara, porque es probable que Satanás ni siquiera quería esta confrontación, sabiendo que Jesús puede vencer cualquiera de sus tácticas. Jesús fue tentado para que pudiera experimentar personalmente lo que nosotros debemos atravesar, y así estar preparado para ayudarnos (Heb 2.16–18; 4.14–16) y para mostrarnos cómo podemos vencer al maligno mediante el Espíritu (v. 1) y la Palabra de Dios (v. 4). Al primer Adán lo probaron en un hermoso jardín y falló; pero el postrer Adán salió victorioso en un terrible desierto.
La secuencia de las tentaciones que informa Lucas es diferente a la que indica el Evangelio de Mateo, pero el relato de Lucas no afirma ser cronológico. No sabemos por qué Lucas invirtió el orden de las dos últimas tentaciones, y es inútil especular.
En la primera tentación Satanás quería que Jesús usara su divino poder para suplir, fuera de la voluntad de Dios, sus necesidades. Era cuestión de poner las necesidades inmediatas por delante de los propósitos eternos. En la siguiente tentación Satanás le pidió la adoración que pertenece sólo a Dios («seré semejante al Altísimo», Is 14.14), ofreciendo a Jesús todos los reinos del mundo como recompensa (Sal 2.7–8). Era en realidad una oportunidad para que Jesús escapara de la cruz, pero Él dijo que no. En la siguiente tentación Satanás desafió a Jesús a que sometiera a prueba la Palabra del Padre al saltar del templo; y respaldó su desafío con una cita «editada» del Salmo 91.11, 12.
Con el poder del Espíritu Santo Jesús usó la «espada del Espíritu» (Ef 6.17) para derrotar al tentador, citando a Deuteronomio 8.3 y 6.13, 16. Jesús no usó sus poderes divinos para ganar la victoria; usó las mismas armas espirituales que cualquiera de nosotros puede usar, si nos rendimos a Él (1 Co 10.13).

II. LA PALABRA CONVENCE AL PECADOR (4.14-30)

Los sucesos que ocurrieron inmediatamente después de su tentación se registran en Juan 1.19–4.45.
Lucas retoma la historia al principio de su primera gira de ministerio en Galilea (Lc 4.14–9.50). Nótese el énfasis que Lucas da en su libro al Espíritu Santo (1.35, 41, 67; 2.25–27; 3.16, 22; 4.1, 14, 18; 10.21; 11.13; 12.10, 12). Lucas nos cuenta sobre la primera visita de nuestro Señor a Nazaret, pero Mateo y Marcos nada más registran su segundo ministerio allí (Mt 13.54–58; Mc 6.1–6). Puesto que Nazaret era su residencia, uno pensaría que la gente allí habría estado lista para recibirlo.
Se acostumbraba en los cultos de las sinagogas pedir a los rabíes visitantes que leyeran la lección de las Escrituras e hicieran cualquier comentario que consideraran apropiado. Para este tiempo Jesús había ministrado aproximadamente un año y era muy popular; de modo que fue natural que el líder de la sinagoga le pidiera que participara. La lección designada incluía Isaías 61.1, 2 y Jesús la usó como texto para su sermón, en el cual hizo tres anuncios sorprendentes.
Primero, anunció que las Escrituras se cumplían en Él. Fue ungido por el Espíritu para ministrar a toda clase de necesitados y traerles la salvación del Señor. Segundo, anunció que el año del jubileo había empezado. «El año agradable del Señor» se refiere a Levítico 25.8, el quincuagésimo año cuando todo en Israel era restaurado a su propio lugar. (Nótese que Jesús omitió una parte de Isaías 61.2, «el día de la venganza de nuestro Dios», porque ese día aún no ha venido.) Finalmente, anunció que todo esto fue por la gracia de Dios. Dio dos ejemplos de la historia de los judíos para probar que Dios mostró misericordia a los gentiles (1 R 17.1–7; 2 R 5.1–15). Los primeros dos puntos fueron aceptables a la congregación, pero no el tercero, ¡porque no querían que ninguna de las bendiciones de Dios fueran a los gentiles! Las palabras de Cristo sobre la gracia fueron tolerables (v. 22), pero no sus palabras de juicio; y por su afirmación trataron de matarlo.

III. LA PALABRA CURA AL AFLIGIDO (4.31-44)

Jesús dejó Nazaret y se fue a Capernaum, y allí fijó su «cuartel». Cada día del sabbat enseñaba en la sinagoga y su doctrina asombraba a la gente (Mt 7.28, 29). Sanar en el día de reposo era una violación de las tradiciones rabínicas, pero Jesús libró de todas maneras al hombre. Es cierto que podía haber esperado otro día, pero el milagro incluía más que rescatar a un hombre poseído. También incluía ayudar a la gente a aprender la diferencia entre las tradiciones del hombre y la verdad de Dios. Jesús realizó varios milagros en el sabbat y esto enfureció a los líderes religiosos (4.38–39; 6.6–11; 13.10–17; 14.1–6; Jn 5; 9). Jesús vino a traer el verdadero reposo de Dios (Mt 11.28–30), pero los escribas yfariseos preferían sus propias tradiciones legalistas.
Pedro, Andrés, Jacobo y Juan eran socios en una empresa de pesca en Capernaum (5.10). Pedro estaba casado (1 Co 9.5) y tenía una casa en Capernaum con su hermano Andrés (Mc 1.29). Habían vivido en Betsaida (Jn 1.44). Jesús sanó a la suegra de Pedro de una gran fiebre, un «milagro privado» que no hubiera atraído la atención de ninguna autoridad.
Pero el milagro que hizo en la sinagoga ¡atrajo una gran multitud a la puerta de Pedro! La gente le llevó a Jesús a los enfermos y afligidos, y Él los sanó. Era después del anochecer, de modo que el sabbat había pasado. Nótese que tanto en la sinagoga como en la casa de Pedro los demonios dieron testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, pero Jesús no estimuló su testimonio. Con el tiempo, sus palabras y obras convencerían a algunas personas de que en verdad era el Hijo de Dios y el Mesías de Israel; pero no quería ningún testimonio del maligno. Véanse Hechos 16.16–18.
Tan importante como era suplir las necesidades físicas de la gente, tenían mayor prioridad la oración (v. 42) y la predicación (vv. 43, 44) en el ministerio de nuestro Señor; y también debe tenerlo en el nuestro.

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Los cuatro acontecimientos que se describen en este capítulo ilustran la preocupación de nuestro Señor por las personas y su ministerio a ellas.

I. LLAMA OBREROS (5.1-11)

Pedro, Andrés, Jacobo y Juan conocieron a Jesús un año antes (Jn 1.35–42), le siguieron por un corto tiempo y luego regresaron a su empresa de pesca. En el versículo 10 Jesús llamó a sus discípulos a dejarlo todo y seguirle permanentemente como sus ayudantes. Es probable que había siete pescadores en el grupo de los discípulos (Véanse Jn 21.2). Los pescadores saben cómo trabajar juntos, no se dan por vencidos con facilidad, son valientes y trabajan con diligencia. Estas eran cualidades ideales para los discípulos de Jesucristo. El hecho de que los hombres planeaban hacerse de nuevo a la mar después de lavar sus redes es prueba de que no habían desmayado por una noche de fracaso.
Pedro se sintió humillado, no por su noche de fracaso, sino por su extraordinario éxito; esta es una marca de carácter real. Si el éxito lo hace humilde, el fracaso lo edificará. Si el éxito lo ensoberbece, el fracaso lo destruirá. Por fe los hombres lo dejaron todo y siguieron a Cristo. Habían estado pescando peces y, cuando los atrapaban, los peces morían. Ahora atraparían peces muertos, pecadores, ¡y los peces vivirían!

II. LIMPIEZA DE UN LEPROSO (5.12-15)

A los leprosos no se les permitía acercarse a la gente (Lv 13.45, 46), pero Jesús le permitió a este hombre que viniera a Él con su necesidad. Nuestro Señor es accesible, incluso de personas que otros rechazan. Jesús no sólo le habló al hombre, sino que le tocó, lo cual significaba que quedaba contaminado por la enfermedad. Sin embargo, en vez de que el toque lo contaminara, ¡libró al leproso de su enfermedad! Los que se preguntan si Él está dispuesto a salvar a la gente deben, leer 1 Timoteo 2.4 y 2 Pedro 3.9. Lea Levítico 13 y 14, para ver las leyes que estipulaban el examen y la ceremonia de purificación del leproso. Nótese que el capítulo 14 ofrece un cuadro maravilloso de la obra expiatoria de nuestro Señor Jesucristo.

III. CURA A UN PECADOR (5.16-26)

¿Por qué era la multitud tan grande que casi impedía que los necesitados llegaran a Jesús? Muchos eran espectadores que sencillamente habían venido para ver; otros querían oír la Palabra de Dios; y algunos estaban allí para escuchar y criticar. Se deben elogiar a los cuatro hombres por su fe y determinación. Subieron al paralítico por las escaleras externas hasta el techo, quitaron las locetas y relleno del techo, y lo bajaron hasta ponerlo ante Jesús. (La palabra griega que se traduce «tejado» nos da la palabra castellana «cerámica».) Era fácil reparar el techo, de modo que no se hizo ningún daño permanente. ¡Qué privilegio ser parte de un milagro! ¡Valía la pena el esfuerzo!
Por supuesto, es mucho más fácil decir «tus pecados te son perdonados», porque nadie puede probar que no ha ocurrido. Así, Jesús le dio a los escribas y fariseos algo visible, y sanó al hombre al instante. Es posible que la condición del hombre haya sido el resultado de su pecado (Jn 5.14). Lo que es la sanidad al cuerpo, el perdón lo es para el alma (Sal 103.1–3). Al decir que perdona pecados, Jesús afirma que es Dios; sus críticos lo sabían y le acusaron de blasfemia.

IV. CAMBIA LA VIDA DE LOS HOMBRES (5.27-39)

Lucas nos presenta a dos cobradores de impuestos que confiaron en Cristo: Leví (Mateo, Mt 9.9) y Zaqueo (Lc 19.1–10). Ya era suficientemente malo cuando los gentiles cobraban impuestos para Roma, pero cuando los judíos lo hacían, el estigma era aún mayor. Leví no sólo siguió a Jesús, sino que invitó a muchos de sus «amigos pecadores» para que lo conocieran. Este es un buen plan para que los nuevos creyentes lo imiten: presente Su nuevo amigo a sus viejos amigos, antes que lo desechen a usted.
Una vez más los fariseos y saduceos estaban cerca para criticar (vv. 21, 30). Pero Jesús se defendió a sí mismo y a sus nuevos amigos mediante tres ilustraciones. Primero, se comparó con un médico que había venido para suplir las necesidades de los enfermos. Jesús vio a los pecadores perdidos como pacientes que necesitaban sanidad, no como enemigos para condenar. Segundo, se comparó con un esposo gozoso que invitó a los hambrientos y tristes a su fiesta. Para los escribas y fariseos la religión era un funeral; pero para Jesús, ¡era una fiesta de bodas!
Su tercera ilustración tenía que ver con lo viejo y lo nuevo. Si se remienda un vestido viejo con paño nuevo, la tela se encogerá al lavarla y se tendrá una rotura más grande que antes. Si se pone vino nuevo en odres viejos y resecos, el líquido al fermentarse producirá gas y los odres se reventarán. Jesús no vino a «remendar» las vidas de las personas, sino a hacerlas nuevas y completas. No vino a mezclar lo nuevo y lo viejo, sino a traer nueva vida a todos los que creen en Él (2 Co 5.17). La tragedia es que la gente dice: «¡Lo viejo es mejor!», y no quieren lo nuevo. El libro de Hebreos se escribió para explicar cuán mucho mejor es el nuevo pacto de fe.

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I. JESÚS EL GOBERNANTE (6.1-5)

Era legal que la gente arrancara trigo del campo de algún vecino y lo comiera, pero no podía usar la hoz (Dt 23.25). Al permitir a sus discípulos que hicieran esto en el sabbat, Jesús violaba de nuevo las tradiciones de los ancianos. Poco antes sanó a un hombre en el sabbat (Jn 5) y esto enfureció a los líderes religiosos aún más. La defensa de nuestro Señor fue simple: Él era el Señor del día de reposo y el Rey no está restringido por las tradiciones de los hombres. Su ejemplo de la vida de David lo recalcaba (1 S 21.1–9). Jesús afirmaba de nuevo ser el Hijo de David, el Señor, el Mesías. Quería dar un nuevo día de reposo (Mt 11.28–30), pero ellos no querían recibirlo.

II. JESÚS EL SANADOR (6.6-11)

Los escribas y fariseos acudían a los servicios en la sinagoga, no para adorar a Dios, sino para espiar a Jesús. Sabían que Jesús iría y tal vez se aseguraron que el hombre lisiado estuviera allí. Jesús sanó al hombre y se defendió sobre la base del valor de la vida humana. Cualquier judío rescataría a su animal en el día de reposo (Mt 12.11, 12), así, ¿por qué no rescatar a un hombre hecho a imagen de Dios? Cuando las tradiciones llegan a ser más importantes que las personas, hay que examinar las tradiciones y cambiarlas. Como resultado de este milagro a Jesús lo aborrecieron aún más; porque los milagros en sí mismos no cambian el corazón humano pecaminoso. Incluso, ¡los escribas y fariseos se juntaron con los herodianos en su complot para destruir a Jesús! (Mc 3.6).

III. JESÚS EL MAESTRO (6.12-16)

De nuevo Lucas menciona el retiro de nuestro Señor para orar (5.16). Tenía importantes decisiones que tomar y sus enemigos lo acosaban; de modo que le era necesario orar. Este es un buen ejemplo que debemos seguir en nuestros ministerios (Stg 1.5).
De entre la multitud de sus muchos seguidores Jesús seleccionó doce para que fueran sus apóstoles.
Un apóstol es una persona enviada con una comisión para realizar una tarea especial. Estos hombres vivieron con Jesús y aprendieron de Él, porque iban a tomar su lugar después que Él regresara al Padre.
Cuando la iglesia primitiva seleccionó a un hombre para reemplazar a Judas, tuvieron en cuenta características específicas, porque no todos podían ser apóstoles (Hch 1.21, 22; 1 Co 9.1).<%-2>Por lo general se cree que Bartolomé es Natanael <%-3>(Jn 1.45–51) y Judas (no Iscariote) es otro nombre de Tadeo (Mc 3.18). En todas las listas de los nombres de los apóstoles, Pedro es siempre el primero y Judas Iscariote el último.

IV. JESÚS EL PREDICADOR (6.17-49)

Jesús descendió a «un lugar llano» (v. 17) junto al monte y allí predicó el «sermón de ordenación» de los apóstoles. En su informe de lo que llamamos «El Sermón del Monte» (Mt 5–7) Lucas eliminó las «secciones judías» que no serían pertinentes a su audiencia de personas gentiles. Jesús predicó este sermón tanto a las multitudes como a sus apóstoles, y su mensaje se aplica también a nosotros hoy.
Nadie se salva por «guardar el Sermón del Monte», porque la salvación viene únicamente por la fe en Jesucristo.
El sermón se refiere a las relaciones de los discípulos con las posesiones (vv. 20–26), las personas (vv. 27–45) y el Señor (vv. 46–49). En la sección de la relación con las personas Jesús nos dice cómo llevarnos con nuestros enemigos (vv. 27–36) y hermanos (vv. 37–45). Se puede resumir el sermón en cuatro palabras: ser (vv. 20–26), amar (vv. 27–36), perdonar (vv. 37–45) y obedecer (vv. 46–49).
A. POSESIONES (VV. 20-26).
Las personas que seguían a Jesús eran, en su mayoría, pobres que vivían de día en día. Envidiaban a los ricos y ansiaban ser como ellos. La Biblia no enseña que la pobreza sea bendición, porque nos dice que cuidemos de los pobres y de los necesitados, sino que la pobreza no nos roba ninguna bendición.
Bien se ha dicho que muchas personas saben el precio de todo, pero no el valor de nada. No es pecado ser rico, pero sí es pecado confiar en las riquezas y pensar que usted es una persona especial a los ojos de Dios debido a su riqueza. El carácter es lo importante, no las posesiones.
B. PERSONAS (VV. 27-45).
Cuando tiene valores diferentes a los del mundo y defiende lo que es correcto, va a tener enemigos.
Si nos desquitamos, viviremos a su misma altura; pero si los amamos, les hacemos bien, los bendecimos y oramos por ellos, entonces nos elevamos a un nivel más alto y glorificamos al Señor. No requiere mucho esfuerzo amar a nuestros amigos y servirles, pero exige fe amar a nuestros enemigos y hacerles bien. Los principios dados en los versículos 31 y 36 nos estimularán a practicar esta difícil admonición. Véanse también 1 Pedro 2.13–25 y Romanos 12.17–21.
Cuando se trata de nuestros hermanos (vv. 37–46), debemos tener cuidado, no sea que les tratemos con más severidad de lo que nos tratamos nosotros mismos. Si ve una falta en su hermano, antes de hablarle, examine su propio corazón para ver si quizás también es igualmente culpable. ¿Es usted un ciego guiando a un ciego? ¿Está tratando de «operar» el ojo de su hermano cuando sus propios ojos están dañados? No tiene nada de malo ayudar a un hermano (Gl 6.1–5), pero sí lo es si nuestra actitud de juicio y nuestra vida no anda bien con el Señor. El gran peligro es la hipocresía (v. 42), la cual significa que aparentamos más espiritualidad de la que en realidad tenemos. Al tratar de ayudar a otros debemos cuidarnos de ser sinceros con Dios y con nosotros mismos (1 Jn 1.5–10).
Las ilustraciones del árbol (vv. 43–44) y del tesoro (v. 45) nos recuerdan la importancia del carácter. Si el árbol no es bueno, el fruto no será bueno; y si el corazón está lleno de maldad, la boca hablará maldad. Edifique su carácter y será capaz de ayudar a otros cuando tengan necesidades espirituales.

C. EL SEÑOR (VV. 46-49).

Jesús es Señor y quiere nuestras obras, no nuestras palabras (Mt 7.24–27). Edificar «sobre la roca» significa obedecer lo que Él dice. Edificar «sobre la arena» significa profesar obediencia, pero no practicarla. Lo que construimos hoy, se prueba hoy en las tormentas de la vida, pero habrá una gran prueba final y mayor ante el tribunal de Cristo (Ro 14.10–13).
Mateo nos dice que los oyentes se asombraron de la enseñanza de Cristo (Mt 7.28, 29). Sin embargo, muchos leen hoy el Sermón del Monte y ven solamente una hermosa muestra de filosofía religiosa. ¡Cuánto nos perdemos al ser nada más que oidores y no hacedores!

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El ministerio de nuestro Señor, según se registra en este capítulo, ilustra las virtudes cristianas de la fe, la esperanza y el amor (1 Co 13.13).

I. FE (7.1-10)

Un centurión romano tenía a su cargo cien soldados. Los cuatro que se mencionan en el NT fueron hombres de carácter (Mt 27.54; Hch 10; 27.1, 3, 43). El hecho de que este centurión en particular haya construido una sinagoga para los judíos y que mostrara afectuosa preocupación por un siervo, habla bien de él. También se aprecia su humildad en cómo le pidió ayuda a Jesús y su fe en el poder de su palabra. Siendo soldado, se daba cuenta de que Jesús estaba bajo autoridad y por consiguiente también podía ejercer dicha autoridad. ¡Las enfermedades tenían que obedecer a Jesús de la misma manera en que los soldados obedecían al centurión!
En Nazaret Jesús se asombró de la incredulidad (Mc 6.6); en Capernaum se maravilló por una gran fe (v. 9; Véanse Mt 15.28). Es apropiado que Jesús sanara al muchacho a la distancia, porque estaba ministrando a los gentiles (Ef 2.11–22). Este soldado gentil, que no tenía todos los privilegios espirituales de los judíos, es un reproche para nuestra poca fe.

II. ESPERANZA (7.11-35)

Jesús estimuló a dos personas desesperanzadas: una viuda sola cuyo hijo había muerto (vv. 11–18) y un profeta desalentado que sentía que su ministerio había fallado (vv. 19–35).
A. LA VIUDA (VV. 11-18).
Naín estaba como a cuarenta kilómetros de Capernaum y Jesús viajó toda esa distancia para traer consuelo a la viuda sufriente. El muchacho probablemente ya había estado muerto un día, y era la noche cuando Jesús y su muchedumbre se encontraron con la viuda y los que la acompañaban. El Príncipe de la Vida (Hch 3.15) está a punto de enfrentarse al último enemigo, la muerte (1 Co 15.26), y conquistarlo. El cuerpo se hallaba en un ataúd abierto y tal vez estaba envuelto con especias y lienzos listo para la sepultura. ¡Imagínese el asombro de los dolientes cuando el muchacho se sentó y empezó a hablar!
Los Evangelios registran tres milagros de resurrección: este joven que quizás había muerto un día antes; una muchacha de doce años que acababa de morir (8.41–56); y un hombre de mayor edad que había estado en la tumba por cuatro días (Jn 11). El muchacho demostró que estaba vivo al sentarse y hablar. La muchacha al caminar y comer, y Lázaro por dejar los lienzos sepulcrales (Col 3.1). En cada caso Jesús trajo vida por el poder de su palabra (Jn 5.24).
B. EL PROFETA (VV. 19-35).
Juan el Bautista tenía discípulos que le servían y le traían informes del ministerio de Jesús. Juan había anunciado que el ministerio del Mesías sería de juicio (3.7–9, 16, 17), pero todos los informes que escuchaba eran de un ministerio de misericordia. Juan debía haber recordado Isaías 29.18–19 y 35.5–6, y agradecido a Dios que el Mesías estaba cumpliendo sus propósitos, pero Juan andaba por vista y no por fe. Juan era un hombre acostumbrado a vivir al aire libre y al estar confinado en la cárcel por un rey perverso, se desalentó con facilidad. ¡Nosotros nos desalentamos hoy en mejores circunstancias!
Jesús alabó a Juan, aunque sus mensajeros no estaban allí para oírle e informar de las palabras de Jesús. Juan no era una caña vacilante ni una celebridad popular; era el más grande de los profetas (Is 40.1–3; Mal 3.1). Sin embargo, el creyente más humilde hoy tiene una posición mucho más alta en Cristo que la que Juan tuvo como profeta, porque Juan pertenecía a la antigua dispensación de la ley.
Los creyentes de hoy están sentados con Cristo en los lugares celestiales (Ef 2.1–10), un privilegio que nunca se le dio a Juan.
Juan pensó que su ministerio había fracasado, pero Jesús destacó que fueron los líderes judíos (vv. 29, 30) y la gente (vv. 31–35) los que habían fallado. Los líderes rechazaron la Palabra de Dios que vino por medio de Juan (20.1–8), y la gente actuaba en forma infantil en lugar de ser como niños. Nada les agradaba, ni la austeridad de Juan ni la sociabilidad de Jesús. Cuando la gente es verdaderamente sabia, justifica (prueba que es correcto) esa sabiduría demostrándola en su vida (vv. 29–30).

III. AMOR (7.36-50)

No sabemos por qué Simón el fariseo invitó a Jesús a cenar con Él. Tal vez quería conocerlo mejor, o tal vez esperaba obtener nueva evidencia con la cual acusarle. Es cierto que Simón se abochornó de que ¡una prostituta entrara en su casa para ungir a Jesús! Esto pudo haber sido una experiencia que cambiara su vida, pero él estaba demasiado ciego como para ver las verdades involucradas.
Es desafortunado que algunos eruditos descuidados confundan esta mujer con María Magdalena (8.2) y con María de Betania (Mt 26.6–13), cuando las diferencias son obvias. De acuerdo a la Armonía de los Evangelios, justo antes de este hecho Jesús había hecho su gran invitación a descansar (Mt 11.28–30), y tal parece que esta mujer pecadora respondió y confió en Cristo. Fue transformada y vino públicamente a Jesús para manifestarle su amor y adoración. Después de tomar su yugo, vino para expresarle su amor.
Simón se dijo para sus adentros: «Ella es pecadora»; pero debía decir: «Yo soy pecador». En su parábola Jesús dejó en claro que todos estamos en deuda con Dios y que no podemos pagar debido a que estamos en bancarrota espiritual. Las dos deudas ($80 vs. $8) no representan la cantidad de pecado, sino el nivel de darse cuenta de la culpa. La mujer sabía que era culpable de haber pecado contra Dios, pero Simón no se sentía pecador. Sin embargo, ¡desesperadamente necesitaba ser perdonado! Y hubiera podido serlo, si se hubiera humillado y confiado en Jesús.
Jesús tiernamente le señaló a Simón sus pecados de omisión, porque no lo había tratado con amabilidad y hospitalidad. La mujer era culpable de pecados de la carne, pero Simón era culpable de pecados del espíritu; una actitud de crítica y un corazón duro (2 Co 7.1). El versículo 47 no enseña la salvación por obras, porque el versículo 50 deja en claro que la mujer se salvó por su fe. Sus obras fueron la prueba de su fe (Stg 2.14–26; Tit 3.4–7) y motivadas por su amor (Gl 5.6).
Una vez más sus enemigos le acusaron de blasfemia porque perdonó pecados (5.21), pero la mujer supo que había sido perdonada porque Él se lo dijo así. ¿Cómo sabemos nosotros hoy que hemos sido perdonados? Tenemos la seguridad que nos da la Palabra de Dios (Is 55.6, 7; Ro 4.7, 8; Heb 8.12).
Debido a que esta mujer fue justificada por fe, tuvo «paz con Dios» (v. 50; Ro 5.1). Jesús le ofreció descanso (Mt 11.28–30) y ella lo recibió por fe.

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Jesús continuó en su gira por Galilea con sus discípulos y las mujeres que les servían. Echó fuera demonios de María de Magdala (Mc 16.9). El esposo de Juana trabajaba para Herodes Antipas; respecto a susana no sabemos nada. En su Evangelio Lucas con frecuencia menciona mujeres y no era raro en esos días que las mujeres pudientes compartieran su riqueza con los rabíes. Sin embargo, era inusual que viajaran con algún rabí; sin duda se criticó a Jesús por esta práctica. (Véanse Gl 3.26–29.)
Uno de los temas de este capítulo es la Palabra de Dios y cómo respondemos a ella.

I. OYEN LA PALABRA (8.4-21)

A. «¡MIRAD LO QUE OÍS!» (VV. 4-15).
La palabra «oír» se usa nueve veces en estos versículos, porque a través de nuestros oídos recibimos la Palabra en nuestros corazones donde puede crear fe (Ro 10.17). La Palabra es como semilla porque tiene vida en sí y puede dar fruto cuando se planta (se recibe y comprende). El corazón humano es como el suelo y se debe preparar si la Palabra se va a plantar y va a dar frutos. Parece evidente que tres cuartas partes de los corazones no dieron fruto y por consiguiente representan a los que nunca se salvaron (3.8). Exige paciencia cultivar la semilla y producir una cosecha (v. 15), y no debemos darnos por vencidos (Gl 6.9). Es importante que sembremos la semilla tanto en nuestros corazones como en los corazones de otros.
B. «¡MIRAD CÓMO OÍS!» (VV. 16-18)
La imagen ahora es la de una lámpara. Recibimos la Palabra para que podamos llevarle la verdad a otros; y mientras más recibamos, más tenemos que dar. Si atendemos descuidadamente, no tendremos nada que dar. Seremos como una lámpara sin aceite. Dios nos comunica sus secretos, no para que los ocultemos, sino para que podamos enseñarlos a otros.
C. «¡MIRAD POR QUÉ OÍS!» (VV. 19-21)
¿Oímos la Palabra simplemente para aumentar nuestro conocimiento y jactarnos al respecto? (1 Co 8.1). ¿U oímos la Palabra de Dios porque queremos obedecerla? Jesús no fue grosero con su familia.
Usó su llegada para enseñar una valiosa lección: si deseamos intimidad espiritual con Jesús, debemos escuchar su Palabra, atenderla y obedecerla. La obediencia no sólo nos capacita para que aprendamos más verdad (Jn 7.17), sino que nos acerca más al Señor en su familia espiritual.

II. CREEN LA PALABRA (8.22-25)

Es cierto que Jesús sabía que la tormenta se avecinaba, y sin embargo se durmió en la barca. Este solo hecho debería haber animado a los discípulos a no tener miedo. ¿Cuál fue su problema? El mismo que el pueblo de Dios enfrenta hoy: conocemos la Palabra de Dios, pero no la creemos cuando enfrentamos las pruebas de la vida. Es una cosa aprender la verdad y otra completamente diferente vivirla. «¿Cómo no tenéis fe» es todavía una pregunta clave. ¿Confiamos en las promesas de Dios o confiamos en nosotros mismos o en nuestras circunstancias?

III. RECHAZAN LA PALABRA (8.26-40)

Jesús atravesó una terrible tormenta para visitar a dos endemoniados en un cementerio en el territorio gentil de los gadarenos. Marcos y Lucas mencionan solamente a un hombre, el más escandaloso, pero Mateo nos dice que eran dos (Mt 8.28). Los demonios creen en Dios y tiemblan (Stg 2.19), pero ni tienen «fe» ni aun su temor puede salvarlos.
Nótese la repetición de la palabra «rogar». Los demonios le rogaron a Jesús que no los enviara al abismo, sino a los cerdos (vv. 31–32). Los habitantes le rogaron a Jesús que se fuera de su región (v. 37) y uno de los que habían estado endemoniados le rogó a Jesús que le dejara ser uno de sus discípulos (v. 38). Jesús acogió los dos primeros ruegos, pero no el tercero. Permitió a los demonios que entraran en los cerdos y luego se fue de esa región y regresó a Galilea. Pero no permitió que el hombre sanado fuera con Él, sino que le envió de regreso a su casa para que fuera testigo del Señor. Los nuevos convertidos tal vez no estén listos para el servicio a tiempo completo para el Señor, pero es cierto que sí pueden decirles a otros lo que Él ha hecho en sus vidas.
Los críticos de la Biblia acusan a Jesús porque destruyó la propiedad de otras personas cuando hubiera podido enviar a los demonios a alguna otra parte, pero yerran completamente el punto del porqué lo hizo. No fue debido a que Él atienda y conteste las peticiones de los demonios, sino para demostrar a los espectadores lo que en realidad estaba ocurriendo. Cuando el hato de cerdos se precipitó por el despeñadero al agua, no había duda de que los demonios habían salido de los hombres y que Jesús lo había hecho. Mediante esta acción dramática Jesús dejó en claro que Satanás ocupará lo mismo a un cerdo o un hombre; si atrapa a un hombre, ¡lo convertirá en animal! Al fin y al cabo, nuestro Señor es el Creador y Dueño de todo; de modo que, ¿no puede hacer lo que quiera con lo que es suyo?
Las personas rechazaron la Palabra y le pidieron a Jesús que se fuera de ellos. ¡Qué oportunidad se perdieron! Habían visto una demostración dramática del poder de la Palabra de Dios, pero no le permitían que obrara en sus vidas. Los de la otra orilla fueron exactamente lo opuesto: le dieron la bienvenida a Jesús, porque habían estado esperándole.

IV. EXPERIMENTAN LA PALABRA (8.41-50)

Una mujer pobre y anónima y un líder religioso rico llamado Jairo vinieron a Jesús pidiendo ayuda, ella para sí misma y él para su hija. La mujer había estado sufriendo por doce años, mientras que la muchacha había estado bien por doce años y ahora estaba muerta. A los pies de Jesús el terreno está al mismo nivel y todo el mundo puede venir y traer cualquier necesidad que tenga.
Tal vez la fe de la mujer fue un poco supersticiosa, pero el Señor de todas maneras respondió a esa fe. Sin embargo, no le permitió que se confundiera entre la multitud y permaneciera anónima. Si lo hubiera hecho así, nunca hubiera glorificado a Dios con su testimonio; y nunca hubiera oído sus palabras especiales de bendición (v. 48; y Véanse 7.50). Ella había experimentado la bendición de su poder, pero también necesitaba disfrutar la bendición de su Palabra. Él la llamó «hija», lo cual sugiere que ahora era de su familia. La frase «te ha salvado» (la sanidad es un símbolo de la salvación; Véanse 5.20–26), indica que recibió la salud de cuerpo y alma. Ella se fue en paz, ¡todo debido a su Palabra!
Jairo tal vez se atemorizó y desanimó mientras esperaba que Jesús ministrara a la mujer, y luego le llegaron las malas noticias de que su hija había muerto. Fue entonces que experimentó el poder de la Palabra (v. 50); confió en esta Palabra mientras que Jesús, sus discípulos y él, se abrieron paso entre la densa multitud hasta la casa. Lo que Jairo encontró debe haberlo asustado aún más: gente que se lamentaba y lloraba (Mt 9.23; Mc 5.38) y su hija muerta en su cama.
Jesús siempre domina cualquier situación. Despidió a los lamentadores y les dijo que dejaran de llorar. ¿Por qué llorar por una niña que duerme? (Cuando los creyentes mueren, el cuerpo duerme, pero el espíritu va a estar con el Señor: 1 Ts 4.13–18; Flp 1.19–23. No hay ninguna evidencia en las Escrituras de que el espíritu duerma.) Todo lo que Jesús dijo fue: «Muchacha, levántate» (v. 54), y su espíritu regresó al cuerpo; se levantó y anduvo. ¡Experimentó el poder vivificador de la Palabra de Dios! «Porque Él dijo; y fue hecho; Él mandó, y existió» (Sal 33.9). «Envió su palabra, y los sanó» (Sal 107.20). Su Palabra todavía tiene poder. ¿Tenemos fe para liberar ese poder?

9

Jesús está a punto de empezar su «campaña» final en Galilea antes de ir a Jerusalén para morir (v. 51).
El trasfondo de este capítulo es Mateo 9.35–38: Su compasión por las multitudes y la necesidad desesperada de obreros. ¿Cómo respondió Jesús a este desafío? Envió a los apóstoles a que ministraran y los preparó en privado para el ministerio que enfrentarían después que Él volviera a la gloria. Los doce tenían todavía mucho camino que recorrer antes de que pudieran asumir lugares de responsabilidad y servicio, pero Jesús era paciente con ellos, así como lo es con nosotros. Considere algunas de las lecciones que quiso enseñarles.

I. APRENDEN A SERVIRLE (9.1-17)

Lo primero que Jesús hizo fue preparar a los doce para el servicio. Poder es la capacidad de hacer algo; autoridad es el derecho para hacerlo; y los apóstoles tenían ambos (Ro 15.18, 19; Heb 2.1–4; 2 Co 12.12). Los enviaron solamente a los judíos (Mt 10.5–6; Hch 3.26; Ro 1.16) y debían predicar las buenas nuevas y sanar a los afligidos. Esta gira no iba a ser unas vacaciones, de modo que les exhortó a que «viajaran ligeros» y que vivieran por fe. Al ir de dos en dos para servirle, debían confiar en que Jesús los capacitaría para hacer lo que les dijo que hicieran (Mt 16.20).
Tan eficaz fue su ministerio que incluso Herodes Antipas lo notó y empezó a hacer averiguaciones respecto a Jesús. Todavía molesto por su conciencia, Herodes estaba seguro de que Juan el Bautista había resucitado para amenazarlo. De acuerdo a Juan 10.41 Juan el Bautista no hizo ningún milagro; de modo que Herodes ciertamente estaba confundido. Cuando al fin Herodes conoció a Jesús el Señor ni le dijo ni hizo nada (Lc 23.6–12).
Jesús y los apóstoles trataron de descansar un poco después de su exigente gira de ministerio, pero las multitudes no les dejaban. ¿Qué hacer con más de cinco mil personas con hambre? Los doce le sugirieron a Jesús que las despidiera (v. 12; véanse 18.15 y Mt 15.23), Felipe se preocupó por el presupuesto (Jn 6.5–7) y Andrés empezó con lo que tenían y se lo trajo a Jesús (Jn 6.8, 9). Jesús les enseñó a los doce una importante lección para su obra futura: ninguna situación es imposible si se toma lo que uno tiene a mano, se lo da a Dios con acción de gracias y lo comparte con otros.

II. APRENDEN A CONOCERLE (9.18-36)

Jesús empezó ahora a «retirarse» del ministerio público para poder pasar momentos a solas con los doce y prepararlos para lo que le ocurriría en Jerusalén. En cada punto crucial de su ministerio Jesús dedicó un tiempo especial a la oración (v. 18). Cuando los apóstoles ministraban entre la gente, oyeron lo que se decía respecto a Jesús; pero Jesús quería que los doce no tuvieran la opinión de la multitud, sino más bien convicciones personales. Quería que su confesión fuera una experiencia espiritual con el Padre (Mt 16.16, 17).
Ahora que habían aclarado su confesión de fe (todos, excepto Judas: Jn 6.67–71), los doce podían aprender más acerca del sufrimiento y muerte de Cristo que se aproximaba. Mateo nos dice que Pedro se opuso al plan (Mt 16.21–23), de modo que Jesús tuvo que explicarle, tanto a Pedro como a sus asociados, el significado de la cruz. Pedro era salvo, pero sabía muy poco acerca del discipulado, tomar la cruz y seguir a Jesús. La salvación es un don, un regalo de Dios para nosotros porque Cristo murió por nosotros en la cruz. El discipulado es nuestro regalo a Dios al tomar la cruz, negarnos a nosotros mismos y seguir al Señor en todo.
En el monte de la transfiguración los tres discípulos escogidos aprendieron que el sufrimiento lleva a la gloria, un mensaje que Pedro recalca en su primera epístola (1 P 1.6–8, 11; 4.12–5.10). Moisés representa la ley y Elías los profetas, ambos se cumplieron en Jesucristo (Heb 1.1–3). La palabra «partida» en el versículo 31 en el griego es éxodo y se refiere al ministerio total de nuestro Señor en Jerusalén: su muerte, resurrección y ascensión. Como Moisés condujo a los judíos fuera de la esclavitud de Egipto, así Jesús guía a los pecadores creyentes fuera de la esclavitud del pecado.
Pedro quería hacer del acontecimiento una perpetua Fiesta de los Tabernáculos, pero el Padre interrumpió su discurso para recordarle que debía oír a Jesús. Esta es la primera de las tres interrupciones en la vida de Pedro: el Padre le interrumpió aquí, el Hijo en Mateo 17.24–27 y el Espíritu Santo en Hechos 10.44–48. Pedro aprendió de esta experiencia a confiar en la inmutable Palabra de Dios (2 P 1.16–21), y a saber que el glorioso reino vendrá a pesar de lo que los hombres pecadores puedan hacer (2 P 3).

III. APRENDEN A CONFIAR EN ÉL (9.37-43)

Los nueve apóstoles que quedaron atrás estaban en problemas, porque no pudieron sanar a un muchacho endemoniado que un padre afligido les había traído. Todavía más, algunos de los líderes religiosos estaban discutiendo con los apóstoles (Mc 9.14) y probablemente ridiculizándolos por sus esfuerzos inútiles. Jesús les había dado a estos nueve hombres el poder y la autoridad que necesitaban (Lc 9.1, 2), pero algo había pasado. La explicación se da en Mateo 17.19–21. Es evidente que los nueve apóstoles dejaron de orar y ayunar, y su fe se había debilitado. La poderosa fe que ejercieron en su gira (v. 10) era ahora demasiado débil como para acogerse a las promesas de victoria que Jesús les había dado. No podemos vivir y servir sobre la base de victorias pasadas. Debemos estar alertas y disciplinados siempre, confiando en el Señor para la obra.

IV. APRENDEN A AMAR (9.44-56)

Qué extraño que los doce respondieran como lo hicieron al siguiente anuncio de la cruz. En lugar de ser humildes, discutían sobre quién sería el mayor. Tal vez el fracaso de los nueve para echar fuera al demonio y el privilegio de los tres que subieron con Jesús al monte había creado rivalidad entre ellos. Cómo hubieran disfrutado Pedro, Jacobo y Juan en contar a los nueve lo que habían visto en el monte, pero Jesús les había dicho que no lo contaran a nadie (Mt 17.9). Los doce andaban en la carne (Gl 5.20) y pensaban únicamente en sí mismos. Tenían que aprender a amarse unos a otros si habían de servir al Señor con eficacia. También tenían que aprender a amar a otros que no eran parte de su grupo especial (vv. 49–50). Jesús tenía no sólo doce apóstoles, sino que también tuvo otros setenta a los que podía enviar al servicio (10.1, 2). Juan pensó que era espiritual al prohibir al hombre anónimo que sirviera, pero Jesús le reprendió con amor. Para ver las situaciones paralelas, véanse Números 11.24– 30, Juan 3.26–30 y Filipenses 1.12–18.
Finalmente, tenían que aprender a amar a sus enemigos (vv. 51–56). Los samaritanos y los judíos habían estado en enemistad por siglos, pero Jesús no participaba en tal lucha (véanse Jn 4; 8.48–49; Lc 10.25–37). Llamamos a Juan «el apóstol del amor», pero Jesús a él y a su hermano les llamó «hijos del trueno» (Mc 3.17). Quizás al ver a Elías en el monte les incitó a pedir que descendiera fuego del cielo (2 R 1). Pero esta no era la manera de convertir en amigo a un enemigo (Ro 12.17–21; Mt 5.10–12, 38–48).

V. APRENDEN A PONER A CRISTO PRIMERO (9.57-62)

Estos tres hombres llamaron a Jesús «Señor», pero no hicieron lo que Él les había dicho que hicieran (6.46; Mt 7.21–27). Cuando oyó de posibles adversidades, el primer hombre no quería negarse a sí mismo. El segundo estaba preocupado por el funeral incorrecto; debía haber tomado su cruz, morir a sí mismo y obedecer la voluntad de Dios. El tercer hombre tenía sus ojos puestos en la dirección equivocada y no podía seguir a Cristo. Las condiciones para el discipulado se dan en 9.23, y estos tres hombres no pudieron satisfacerlas. Su énfasis era «yo primero». ¡No es de sorprenderse que los obreros sean tan pocos!

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I. EL GRAN PRIVILEGIO (10.1-24)

Los setenta «embajadores» tuvieron el privilegio de servir al Señor, e incluso de hacer milagros, sin embargo Jesús dijo que su más grande privilegio era tener sus nombres escritos en el cielo (v. 20).
Todo lo que eran e hicieron brotaba de esa relación con Dios; era básico entenderlo, y todavía lo es. «Separados de mí, nada podéis hacer» (Jn 15.5).
Esta comisión de los setenta debe compararse con la comisión de los doce que se describe en Mateo 10. Los hombres salieron en parejas, a treinta y cinco lugares diferentes, donde Jesús mismo esperaba ministrar más adelante. Fueron tanto «los hombres que prepararon» como los que predicaron las buenas nuevas.
Las figuras que Jesús usa en esta comisión son vívidas y contundentes. Estos hombres debían ser segadores en un campo que estaba listo pero descuidado (v. 2). Debían ser ovejas en medio de lobos y mensajeros de la paz de Dios (vv. 3, 5, 6). Por sobre todo, estos hombres eran obreros (vv. 2, 7); tenían un trabajo que hacer. Su ministerio en una ciudad podía traer bendición o juicio, dependiendo de cómo la gente respondiera. Estos setenta hombres representaban al Señor y la manera en que la gente les tratara sería igual a la que trataría al mismo Señor si estuviera allí (v. 16).
Jesús sabía algo respecto a las ciudades que lo rechazaban (vv. 13–16). Había ministrado en Corazín, Betsaida y Capernaum, y había hecho cosas maravillosas en cada ciudad; pero rehusaron recibirle. Corazín era una pequeña aldea de las colinas, como a tres kilómetros de Capernaum; y Betsaida, la ciudad de origen de los doce apóstoles (Jn 1.44), también estaba cerca de Capernaum y dos veces Jesús la condenó (Mt 11.21–23; Lc 10.13–15). Es posible que Betsaida («aldea de pesca») haya sido un distrito especial de Capernaum, donde vivían y trabajaban los pescadores.
Cuando los setenta regresaron estaban henchidos de gozo con sus experiencias de victoria; y Jesús vio en esas victorias la derrota del diablo (v. 18; Jn 12.31–32; Is 14.4–11; Gn 3.15; Ro 16.20). Pero aun mayor que estas victorias es el privilegio de estar inscrito en el cielo (Flp 4.3; Ap 20.12–15). El verbo «escrito» en el griego está en tiempo perfecto, que significa que el nombre del creyente ya está escrito en el cielo y siempre lo estará.
Si los setenta se regocijaron de los privilegios del servicio y de la salvación, Jesús se regocijó de la soberanía del Padre y el privilegio que tenía de someterse a Él. La Deidad entera estaba involucrada en el regocijo: el Espíritu (v. 21), el Hijo y el Padre. ¡Qué privilegio es ser uno de sus «pequeñitos» y aprender sus secretos! (1 Co 1.26–29).

II. LA GRAN RESPONSABILIDAD (10.25-37)

Como a algunos de los teólogos y eruditos bíblicos de hoy, a los rabíes judíos les encantaba debatir sobre sutilezas de la doctrina; y este doctor de la ley (estudioso de la ley del AT) quería oír lo que Jesús tenía que decir. Nos da la impresión de que el hombre no estaba buscando la verdad, sino sólo tratando de meter a Jesús en una discusión, con la esperanza de ganarle. Este experto demostró ser evasivo cuando tuvo que enfrentar la verdad con sinceridad y obedecerla.
Nuestra mayor responsabilidad es obedecer el más grande de los mandamientos, el cual el hombre citó con precisión de Levítico 19.18 y de Deuteronomio 6.5. Pero no podemos amar como es debido a Dios y a nuestro prójimo si no tenemos el amor de Dios en nuestros corazones (Ro 5.5; 1 Jn 4.19). Si no podemos guardar el más grande de los mandamientos (Mc 12.28–34), ¿cómo podemos esperar agradar a Dios? Qué importante es ver que la salvación es por fe, no por guardar la ley; pero una vez que la persona es salva, puede depender del Espíritu para llenar con amor su corazón.
La parábola del buen samaritano se dio para responder a la evasiva pregunta del estudioso de la ley: «¡Defina su término!», es un viejo truco de abogados y gente que le gusta discutir. En lugar de involucrarse en términos abstractos, Jesús presentó un caso concreto; y el erudito comprendió el punto.
No debemos «espiritualizar» esta parábola y convertirla en alegoría de la salvación. El punto simplemente es que nuestro prójimo es todo aquel que nos necesita, cualquiera al que podamos ayudar.
El «héroe» de la historia es el samaritano que cuidó del judío; el sacerdote y el levita, es decir, los profesionales de la religión, no son héroes de ninguna manera. La pregunta que debemos contestar no es: «¿Quién es mi prójimo?», sino: «¿a quién puedo ser un prójimo?»

III. LA BENDICIÓN MÁS GRANDE (10.38-42)

Jesús sentía un cariño especial por la familia en Betania (Jn 11.1–5), y el Evangelio nos da tres detalles particulares respecto a María, Marta y Lázaro (Lc 10.38–42; Jn 11; 12.1–11). Cada vez que hallamos a María en los Evangelios, está en el mismo lugar: a los pies de Jesús. La mayoría de los rabíes no hubieran aceptado a una mujer como discípula, pero a Jesús le deleitó enseñarle la palabra a María. No había nada de malo en que Marta le preparara una comida, debido a que la gente tiene que comer para vivir; pero sí estaba mal que se afanara tanto con el trabajo y sus propias «cargas», que ignoró a su invitado y fue ruda con su hermana. Estaba «afanada y turbada» tratando de servir al Señor y sin embargo se perdió la bendición más grande y duradera. María estaba ocupada con Jesús; Marta estaba preocupada consigo misma. Lo que hacemos con Cristo es mucho más importante que lo que hacemos por Él, porque la sumisión lleva a la obediencia y al servicio.

11

I. PODER EN LA ORACIÓN (11.1-13)

El hecho de que Jesús tenía que orar mientras ministraba aquí en la tierra es prueba suficiente de que nosotros necesitamos orar. Jesús oró en su bautismo (3.21), antes de escoger a los doce (6.12), en la transfiguración (9.28), antes de ser arrestado (22.40–44), en la cruz (23.46) y en otras ocasiones (5.16; 9.18). Los doce pronto aprendieron la importancia de la oración.
Los que nosotros llamamos «La oración del Señor» debería quizás llamarse «La oración de los discípulos», porque contiene cosas que no atañen al Señor Jesús. Esta es una «oración modelo» que nos ayuda a organizar nuestras cargas de oración de modo que se ajusten a la voluntad de Dios. Nótese que los pronombres que se refieren a los creyentes están todos en plural, porque esta es una «oración de familia». Podemos orar en la soledad (Mt 6.6), pero no oramos solos, debido a que somos parte de «la familia entera» (Ef 3.14, 15). Cuando oramos, debemos poner primero los intereses de Dios (v. 2), antes de venir con nuestras peticiones (vv. 3–4).
La verdadera oración se basa en la relación de hijos, no de amistad. Esta no es una parábola para enseñar «la persistencia en la oración» (a pesar de que es un factor importante), sino la buena disposición de Dios para cuidar a los suyos. Si un vecino cansado, obstinado, finalmente ayudó a su amigo, ¡cuánto más un amante Padre celestial (que nunca duerme) suplirá para las necesidades de sus propios hijos! Sí, debemos «perseverar en pedir, buscar y llamar», no para romper la resistencia de Dios, sino para revelarle nuestra gran preocupación de que se haga su voluntad. Bien se ha dicho: «El propósito de la oración no es lograr que se haga en el cielo la voluntad del hombre, sino lograr que la voluntad de Dios sea hecha en la tierra».
Los creyentes de hoy no necesitan pedir el don del Espíritu Santo, puesto que el Espíritu vive en cada uno de los hijos de Dios, pero sí debemos orar por las «buenas cosas» del Espíritu (Mt 7.11) que necesitamos para edificar nuestro carácter, guiar nuestra conducta y darnos poder para el servicio (Ef 1.15–23; 3.14–21).

II. PODER SOBRE SATANÁS (11.14-32)

Los milagros de por sí, nunca convencen de pecado a las personas ni les dan fe ni salvación (vv. 14–15). Al ver el milagro algunas personas se asombraron, en tanto que otras ¡acusaron a Jesús de estar en confabulación con el diablo! «Baal-zebub» significa «señor de las moscas» (2 R 1.1–3); Beelzebú quiere decir «señor de la casa» y se relaciona a los versículos 18–26. Jesús mostró cuán ilógico sería que Satanás luchara contra sí mismo. Satanás sí tiene un reino (Ef 2.1–3; 6.10), y Jesús lo ha invadido y conquistado (Jn 12.31–33; Col 2.15; 1 Jn 3.8).
Los versículos 24–26 ilustran el peligro de la neutralidad: la vida vacía es sólo una oportunidad para que Satanás haga más daño. Mientras que la parábola se aplica especialmente a la nación de Israel, limpia de su idolatría, también se aplica a la gente hoy que no conoce la diferencia entre reforma y regeneración.
Los líderes le pidieron a Jesús señal (v. 16; 1 Co 1.22), pero Él les advirtió que la búsqueda de señal era una evidencia de incredulidad y rechazo de la evidencia (vv. 29–32). La única señal que les daría sería la de Jonás, o sea, la muerte, sepultura y resurrección. Si los gentiles, como la reina de Sabá o la gente de Nínive, creyeron en base al mensaje que Dios les dio, ¡cuánto más debían los judíos de ese día arrepentirse, habiendo visto todo lo que Él hizo y oído sus mensajes! El privilegio siempre trae responsabilidad y la nación estaba pecando contra un torrente de luz. La gente perdida en las llamadas sociedades «civilizadas» enfrentarán un juicio mayor que en las llamadas sociedades «primitivas» o «paganas».

II. PODER DE LA PUREZA (11.33-54)

La luz de Dios brilla en el mundo a través del pueblo de Dios que vive por Él (Flp 2.14–16; Mt 5.14–16). Debemos tener una sola perspectiva de la vida y no ser de doble ánimo (Mt 6.22–24; Stg 1.6–8). Un «ojo bueno» trae más y más luz a la persona, pero un «ojo dividido» ¡convierte la luz en tinieblas! Los fariseos eran de doble ánimo (16.13–15), pero pensaban que «andaban en la luz». Por fuera estaban limpios, pero había corrupción en sus corazones. En el versículo 41 Jesús instó a los fariseos a «dedicar a Dios lo de adentro» y así todo lo demás iba a estar bien.
Los seis «ayes» de nuestro Señor contra los fariseos y escribas (estudiosos de la Ley de Moisés) fueron ciertamente pronunciados en angustia y no en ira (Véanse Mt 23). Estos religiosos se especializaban en minucias, pero ignoraban lo que era en realidad importante. Amaban que los hombres les reconocieran y les honraran, pero se olvidaban del honor que viene sólo de Dios. Glorificaban el pasado, pero no brindaban ayuda alguna a los necesitados que les rodeaban. En lugar de eso, los líderes religiosos sólo hacían más pesada la carga de la gente común. Jesús vio esta clase de hipócritas religiosos como asesinos de los verdaderamente justos (2 Cr 24.20–27), y sabía que pronto lo crucificarían.
Al rechazar a Jesucristo, los líderes religiosos desecharon la llave que les abriría el mensaje de sus propias Escrituras (Lc 24.44–48). No entraban ellos mismos en la vida y estorbaban la entrada de otros.
Es bastante malo rechazar la verdad y perderse para siempre; pero cuando usted influye en otros a que hagan lo mismo, es culpable de la sangre de ellos.

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Jesús exhortó a sus discípulos a tener las debidas prioridades en su vida.

I. TEMER A DIOS (12.1-12)

Los líderes religiosos estaban tratando de entrampar a Jesús, las multitudes se arremolinaban por Jesús, pero Él ni temía a sus enemigos, ni se impresionaba por las multitudes. Vivía sólo para agradar a Dios. Vio a los doce preocupados por los fariseos, de modo que les advirtió a temer nada más a Dios y no a los hombres. Si tememos a Dios, no tenemos por qué temerle a nadie más ni a ninguna otra cosa (Sal 112). Cuando empezamos a temerle a la gente, estamos en peligro de entrar en compromisos para agradarle y protegernos, y esto lleva a la hipocresía («juego de actuación»).
Jesús comparó la hipocresía con la levadura: empieza como algo pequeño, se esparce y con el tiempo infecta toda la masa. Los judíos reconocían la levadura como un cuadro de impureza (Éx 12.15– 20; véanse 1 Co 5.6–8; Gl 5.9). Pero la hipocresía está destinada al fracaso debido a que a su tiempo Dios revelará todas las cosas (vv. 2–3), y Él es el Juez final.
El temor del hombre entristece al Padre que nos cuida (vv. 4–7), al Hijo que murió por nosotros (vv. 8–9) y al Espíritu Santo que nos capacita para ser fuertes en el Señor (vv. 10–12). En el poder del Espíritu debemos confesar a Cristo intrépidamente y dejar que los hombres hagan como quieran. Dios está en control (Hch 4.23–31).
La «blasfemia contra el Espíritu Santo» (v. 10) tiene una referencia especial a la nación judía que estaba rechazando la evidencia que Jesús les daba de quién era Él y lo que necesitaban ellos hacer.
Cuando rechazaron el ministerio de Juan el Bautista, rechazaron a Dios el Padre que envió a Juan; pero todavía estaba el testimonio del Hijo. Cuando rechazaron a Jesús, Él oró por ellos (Lc 23.34). Todavía tenían el testimonio del Espíritu (Hch 1.8). Cuando rechazaron el testimonio del Espíritu a través de la Iglesia (Hch 2–7), pecaron en contra del Espíritu Santo (Hch 7.51) ¡y no quedaba ya más testimonio!

II. CONFIAR EN DIOS (12.13-34)

Este rico estaba más interesado en ganar mucho dinero que en oír la Palabra de Dios (Véanse 8.14).
Quería que Jesús resolviera sus problemas, ¡pero no que lo salvara de su codicia! Si Jesús hubiera hecho simplemente la división de la propiedad, eso no hubiera resuelto su problema, porque «el corazón de todo problema es el problema del corazón». La afirmación del versículo 15 contradice la filosofía del mundo y se ilustra en la parábola (vv. 16–21).
El dinero no necesariamente resuelve los problemas; creó nuevos problemas para el agricultor. No es un pecado ser rico, pero es un pecado hacer de la riqueza su dios (Col 3.5). Nótese el énfasis que el viñador se auto-concedió («yo» y «mis»). La riqueza puede ser una ventana por la cual podemos ver a Dios (1 Ti 6.17), o un espejo en el cual nos vemos solamente a nosotros mismos. Puede hacernos generosos o egoístas, dependiendo de lo que haya en nuestro corazón.
Los ricos son proclives a la codicia y los pobres a la ansiedad. Ambas cosas son pecado. Cuando sustituimos las cosas por la vida, dejamos de vivir por fe y de confiar en Dios. Todo en la naturaleza confía en Dios para suplir sus necesidades, y también debemos hacerlo nosotros. El afán sólo nos derriba. La clave para una vida libre de ansiedad es un corazón completamente centrado en Dios (v. 31; Mt 6.33). Esta es el «ojo bueno» de 11.34–36. Si pertenecemos a Dios, es su obligación cuidarnos; de modo que no necesitamos afanarnos.

III. SERVIR A DIOS (12.35-59)

Vivir por las posesiones materiales puede cegarnos al futuro y dejarnos desprevenidos en cuanto a la venida del Señor. Podemos enredarnos tanto en los bienes de este mundo que nos olvidamos de la eternidad. Debemos ser siervos fieles esperando y velando al Novio (vv. 35–40), y trabajando para el Maestro (vv. 41–48). Él vendrá como ladrón (v. 39; 1 Ts 5.2; Ap 16.15), de modo que debemos estar listos.
Si decidimos que el Señor tal vez no regrese hoy, empezamos a vivir por nosotros mismos (v. 45); y esto querrá decir juicio cuando comparezcamos ante el Señor (vv. 46; 1 Jn 2.28). La frase «le castigará duramente» (v. 46) y «azotado» (vv. 47–48) no sugiere que habrá disciplina física en el tribunal de Cristo, porque tendremos cuerpos glorificados. Son un recordatorio vívido de que Jesús se enfrentará a los siervos infieles y no les dará su recompensa. Es algo serio tener una responsabilidad dada por Dios.
Si pensamos que el servicio a Cristo es exigente y difícil, ¡piense lo que Él experimentó! (vv. 49–50). Él sintió las olas y ondas del juicio de Dios en su bautismo en la cruz. ¿Estamos en el horno de la aflicción? Él sintió ese fuego antes que nosotros. ¿Estamos atravesando «guerra» en el hogar debido a nuestra fe en Cristo? Él también supo lo que es eso (8.19–21; Miq 7.6; Jn 7.1–5).
Debemos cuidar de que algo nos impida servir fielmente al Señor, ni lo que parece retraso de su venida (v. 45), ni la persecución (vv. 51–53), ni la actitud incrédula del mundo (vv. 54–59). Nuestro mundo moderno entiende de ciencia, puede predecir tormentas y la llegada de cometas, y puede poner hombres en la luna, pero no puede entender «las señales de los tiempos». Como la gente en los días de Noé tienen una falsa seguridad basada en la ignorancia. El tiempo de juicio se aproximaba sobre Israel, pero ellos desperdiciaron la oportunidad que Dios les dio de tener la paz (vv. 58–59; 19.41–44).

13

En su camino a Jerusalén (v. 22) nuestro Señor analiza algunas preguntas importantes.

I. ¿HAY JUSTICIA EN ESTE MUNDO? (13.1-9)

Poncio Pilato, el gobernador romano, no fue conocido por su amabilidad. No se llevaba bien con los judíos y no vacilaba en matar a la gente que se interponía en su camino. Este incidente quizás ocurrió cuando los judíos protestaron de que Pilato tomara dinero del templo. El gobernador tenía en la multitud que se hallaba en el templo soldados en ropas de civiles y mataron a algunos judíos desarmados. ¿Dónde estaba Dios cuando sucedió esto? ¿Por qué permitió Dios que mataran a sus fieles sin advertencia?
Jesús destacó que estas muertes en el templo no eran sino una de las muchas tragedias que ocurren en nuestro mundo. ¿Qué se puede decir en cuanto a la caída de la torre de Siloé? ¿No podía Dios impedir este accidente y librar la vida de dieciocho personas? Según Jesús la pregunta real no es: «¿Por qué murieron otros?, sino: «¿Por qué estoy todavía vivo?» En los versículos 3 y 5 Jesús hizo esta respuesta muy personal; y en la parábola la personalizó aún más.
La nación judía era como la higuera sin fruto: tenía la apariencia externa de vida, pero no daba fruto. Juan el Bautista colocó su hacha a la raíz del árbol (3.9) y Jesús ministró a la nación por tres años, pero todavía no había fruto. Dios podía juzgar a la nación de inmediato, pero les concedió inclusive más tiempo. En el año 70 d.C. permitió que las legiones romanas destruyeran Jerusalén y el templo.
Pero también hay una aplicación individual: Dios espera que demos fruto para su gloria. En lugar de preguntar: «¿Por qué mueren otros?», debemos preguntar: «¿Vale algo para Dios el que todavía esté vivo?»

II. ¿ESTAMOS PREOCUPADOS POR LAS NECESIDADES HUMANAS? (13.10-21)

¡Imagínese la aflicción de la mujer a la que Satanás ató por dieciocho años! Sin embargo, ella fielmente asistía a la sinagoga y adoraba a Dios. Como Abraham, tenía fe para creer que Dios podía hacer lo imposible (v. 16; Ro 4.19–25). Jesús la sanó en el día de reposo para imprimir en el corazón de la gente la verdadera libertad que sólo Él puede dar. Los líderes religiosos judíos habían encadenado a la gente con tantas reglas y regulaciones que la gente estaba agobiada con cargas, así como esa mujer lo estaba con su aflicción. El dirigente de la sinagoga era un hipócrita: ¡rescataría a uno de sus animales, pero no auxiliaría a un ser humano hecho a la imagen de Dios!

III. ¿ES NUESTRA SALVACIÓN PERSONAL O TEÓRICA? (13.22-30)

Una vez más Jesús usó una pregunta abstracta y la redujo a la realidad concreta. La pregunta no es: «¿Son pocos los que se salvan?», sino: «¿Estaré entre los salvos?» La palabra esforzaos quiere decir «agonizar como un atleta». Esto no implica que somos salvos por nuestro arduo trabajo, sino que somos salvos por gracia cuando confiamos en Jesucristo. Más bien nos advierte a evitar la actitud fácil, complaciente y teórica respecto al destino eterno del alma. Si no tomamos la salvación seriamente, podemos hallar la puerta cerrada y que ¡otro tomó nuestro lugar en el banquete! Los que piensan que son los primeros (como los fariseos), se hallarán que son los últimos; mientras que los que se humillan pensando ser los últimos (los pecadores), hallarán que son los primeros.

IV. ¿POR QUÉ SE PIERDEN MUCHAS PERSONAS? (13.31-35)

Puesto que Jesús estaba en territorio gobernado por Herodes Antipas, los fariseos pensaron que podían asustarlo; pero se equivocaron grandemente. El padre de Herodes Antipas fue Herodes el Grande, el que mató a los niños de Belén (Mt 2.16–18), y Herodes Antipas había asesinado a Juan el Bautista (9.7–9), de modo que este gobernador era capaz de hacer lo mismo con Jesús. Los fariseos querían que Jesús fuera a Judea donde tenían autoridad para disponer de Él, pero el Señor sabía sus planes y continuó siguiendo su propio plan.
Pero Jesús no tenía miedo. Vivió en un calendario divino y sabía que no podía morir sino cuando hubiera llegado su hora (Jn 2.4; 7.30; 8.20; 13.1; 17.1). «Al tercer día» se refiere a la resurrección de nuestro Señor de entre los muertos, cuando se completaría su obra terrenal de redención. Nótese el «santo sarcasmo» de las palabras de nuestro Señor en el versículo 33 y conéctelas con las de 11.47–51.
La nación estaba perdida debido a que desperdició sus oportunidades de salvación (vv. 34–35).
Durante los años de su ministerio público Jesús le dio a las personas muchas oportunidades para creer al Evangelio; pero ellos prefirieron seguir su propio camino. Pero Dios es misericordioso y paciente, y un día traerá salvación a la nación y llegará el tiempo cuando den la bienvenida a su Mesías (Zac 12.10; 14.4; Mt 24.30–31).

14

I. CRISTO EL INVITADO (14.1-14)

Comer juntos era una parte importante de la vida de los judíos, y llegó a ser valioso en la vida de la Iglesia (Hch 2.46). En el Oriente comer juntos es una muestra de amistad y de compromiso del uno con el otro. Sin embargo, cuando invitaron a Jesús a una comida en el sabbat, vio algunas cosas que le dolieron en el corazón y habló respecto a ellas.

A. IGNORAR AL NECESITADO (VV. 1-6).

¿Fue este enfermo el «cebo» para atrapar a Jesús? Si fue así, ¡qué manera tan terrible de tratarlo!
Jesús curó al hombre y silenció a Sus acusadores. ¡Qué triste que la gente todavía hoy se preocupen más por proteger a los animales que por ayudar a los seres humanos! Una vez más Jesús deliberadamente violó sus tradiciones respecto al día de reposo (4.31–39; 6.1–10; 13.10–17; Véanse Jn 5; 9).

B. BUSCAR EL HONOR (VV. 7-11).

Los asientos más cercanos al anfitrión eran los mejores, y los invitados que buscaban reconocimiento trataban de asegurarse de ellos. Si el sitio donde nos sentamos nos hace importantes, ¡no somos muy importantes! Lo que somos es lo que realmente cuenta. Tal vez Jesús tenía en mente
Proverbios 25.6–7 cuando habló estas palabras. El versículo 11 es un principio básico que se halla en las Escrituras (18.14; Mt 23.12; Stg 4.6, 10; 1 P 5.5; Pr 3.34).

C. ESPERAR RECOMPENSAS (VV. 12-14).

El punto central de la admonición de Cristo al anfitrión era: «No acostumbres a invitar sólo a los que te pueden devolver la invitación». R.G. LeTorneau solía decir: «Si damos solamente para recibir, no recibiremos». Nuestros motivos deben ser puros si nuestro servicio es honrar a Dios y ser una bendición para otros (6.32–36). La comunión que se basa en la competencia egoísta de ninguna manera es comunión cristiana.

II. JESÚS EL ANFITRIÓN (14.15-24)

Los judíos concebían su reino futuro como un gran banquete con los patriarcas como invitados de honor (13.28–29; Is 25.6–9), y Jesús usó este cuadro para ilustrar la importancia de aceptar la invitación de Dios al «banquete de la salvación». La salvación es un banquete, una fiesta, no un funeral; todo lo que necesitamos ya ha sido provisto. ¡Todo lo que tenemos que hacer es aceptar la invitación: ¡vengan y estarán satisfechos!
Cuando una persona planeaba un banquete les decía a los invitados el día de la fiesta, pero no la hora. Tenía que saber cuántos iban a acudir para poder matar suficientes animales y proveer suficiente alimento. Los sirvientes luego iban cuando la hora de la fiesta se acercaba y les decían a los invitados que vinieran. Recuérdese, los invitados en esta historia ya había acordado venir; pero entonces se echaron atrás. Sus acciones y excusas fueron tanto una terrible ruptura de la etiqueta como un insulto para el anfitrión.
Las tres personas tenían excusas endebles. En el Oriente, las transacciones de bienes raíces son largas y complicadas; y, ¿cómo podía él ir a examinar la propiedad en la oscuridad? Todavía más, cualquiera que compra diez yuntas bueyes sin probarlas primero es un necio. Por último, la esposa del tercer hombre no tenía en realidad nada que ver con la actividad, porque usualmente no se invitaba a las mujeres a las fiestas públicas. ¡Era sólo una excusa!
Hubo dos respuestas del anfitrión: cerró la puerta a los que presentaron excusas y buscó a otros que ocuparan sus lugares en el banquete. Dios quiere que su casa se llene; y si los que invitaron no van a venir, Él llamará a otros.

III. JESÚS EL MAESTRO (14.25-35)

Es importante notar el contraste entre los versículos 23 y 25. Cuando se trata de la salvación Dios quiere que todo el mundo venga; pero cuando se refiere al discipulado, quiere nada más a los que están dispuestos a pagar el precio. Jesús no se impresionaba por las grandes multitudes que le seguían, ya que conocía sus corazones. Se encaminaba a una cruz fuera de Jerusalén y las multitudes no estaban listas para eso. Es fácil estar entre la muchedumbre, pero no es fácil cargar una cruz. Después de «entrar» y hallar salvación (v. 23), debemos «venir» a Él y tomar nuestra cruz (v. 26), y entonces «ir en pos» de Él en obediencia a su voluntad (v. 27). Jesús es el Anfitrión en el «banquete de la salvación», pero es el Maestro de nuestro andar cristiano por fe.
El constructor (vv. 28–30) y el rey (vv. 31–33) representan al Señor Jesús y no al creyente. Jesús está edificando su iglesia y necesita tener los mejores materiales. Está librando una batalla y debe tener los mejores soldados. ¿Somos la clase de personas de calidad que Él puede usar para la construcción o la batalla? Si no somos discípulos fieles, Él no puede usarnos para realizar el trabajo. Nótese la repetición «no puede ser mi discípulo» (vv. 26, 27, 33). No hay «no puede» en la cena de la salvación, excepto el «no puedo ir» (v. 20) que en realidad significa: «me niego a ir». Pero cuando se trata del discipulado Dios fija los requisitos y espera que los satisfagamos. Busca a los que tendrán un «carácter de sal» (Mt 5.13) que le ayudarán a influir en este mundo en decadencia (vv. 34–35).

15

Las parábolas en este capítulo se dieron en respuesta a las críticas de los escribas y fariseos de que Jesús había recibido pecadores y hasta había comido con ellos. Estos «pecadores» eran judíos que no estaban obedeciendo la ley o las tradiciones de los ancianos y eran, por consiguiente, «proscritos» en Israel. Jesús ya había dejado en claro que Él vino a salvar a los pecadores y no a los que se consideraban justos, tales como los escribas y fariseos (5.27–32; 14.21–24). Jesús vio a estos «pecadores» por lo que en realidad eran: ovejas perdidas que necesitaban de un pastor, monedas perdidas que tenían valor y necesitaban que se pusieran en circulación, hijos perdidos que necesitaban estar en compañerismo y comunión con el Padre.

I. BÚSQUEDA (15.1-10)

El pastor es responsable por cada una de las ovejas; y si una se perdía o la mataban, debía pagarlo de su propia cuenta. Las ovejas se perdían por su necedad; se alejaban y no veían el peligro en que se encontraban. Jesús vino «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (19.10). Nótese el énfasis en el gozo: el pastor se goza, los vecinos se alegran y en el cielo hay gozo.
Las diez monedas de plata se usaban como collar o tocado y significaban que una mujer era casada.
Perder una de las monedas sería la ruina del collar y una vergüenza para la mujer. Como la moneda, los pecadores llevan en sí el sello de la imagen de Dios y son valiosos (20.24–25); pero se pierden y están «fuera de circulación». Cuando los pecadores se hallan de nuevo, son útiles y capaces de servir al Señor. Se recupera el gozo en la familia porque se ha hallado al perdido.
¿Qué quiere decir estar perdido? Significa, como la oveja, estar lejos de la seguridad y en peligro; o, como la moneda, ser inútil o estar fuera de circulación. En el caso del hijo menor, quiere decir estar separado de la comunión con el Padre y lejos de los goces de la familia.

II. ESPERA Y BIENVENIDA (15.11-24)

Es significativo que el padre no fue en busca de su hijo, sino que esperó en casa a que el muchacho regresara. Cuando el muchacho en efecto regresó, el padre corrió para salirle al encuentro. Como la oveja que se había descarriado, algunos pecadores se pierden debido a su propia necedad; y, como las monedas, algunos se pierden por el descuido de otros. Pero el hijo se perdió debido a su voluntad y el padre tenía que esperar hasta que él se hubiera quebrantado y estuviera listo para someterse.
Que el hijo menor pidiera la herencia ¡era como pedir que el padre se muriera! Debe haberle partido el corazón al padre, sin embargo, ¡le dio su parte de la herencia! De la misma manera, Dios ha dado de su riqueza a un mundo de pecadores perdidos y ellos la han desperdiciado (Hch 14.15–17; 17.24–28).
No fue lo malo de su vida lo que hizo recapacitar al muchacho, sino la bondad del padre (v. 17; Ro 2.4).
En el Oriente es inusual que los hombres mayores corran; pero el Padre tuvo que hacerlo debido a su compasión por el muchacho. También el hijo había deshonrado a su familia y a su pueblo, y corría el riesgo de que lo apedrearan hasta la muerte (Dt 21.18–21). Si empezaban a lanzarle piedras, ¡hubieran apedreado al padre! El mejor vestido debía haber sido el costoso manto festivo del padre; el calzado indica que el hijo no era un sirviente (a pesar de su petición); y el anillo era la prueba de su condición de hijo. De nuevo hay gozo, ¡porque se había hallado lo que se había perdido!

III. SÚPLICA (15.25-32)

El hermano mayor es la persona olvidada en esta parábola y sin embargo es la clave de la historia.
Si el hijo pródigo simboliza a los «publicanos y pecadores», el hijo mayor representa a los escribas y fariseos. Hay pecados del espíritu tanto como pecados de la carne (2 Co 7.1). Los líderes religiosos tal vez no eran culpables de cosas groseras como las que hizo el hijo menor, pero eran igualmente pecadores, culpables de un espíritu de crítica, de orgullo, sin disposición para perdonar y sin nada de amor.
Debido a que el hijo menor había recibido su herencia, los bienes raíces le pertenecían al hermano mayor; pero eran controlados por el padre, quien se beneficiaba de las ganancias. Si el hermano menor regresó a casa, confundiría aún más la herencia, de modo que el hermano mayor no quería su regreso, ni tampoco lo buscó.
Ahora descubrimos que el hermano mayor tenía «su propia agenda oculta», un deseo ardiente de tener una gran fiesta con sus amigos. Se enfureció con su hermano porque regresó a casa y con su padre por haberle dado la bienvenida y haberle perdonado. Como los escribas y fariseos se quedó fuera del gozo y del compañerismo de los que habían sido perdonados.
Al quedarse fuera de la casa el hermano mayor humilló al padre y a su hermano. El padre podía haberle ordenado que entrara, pero prefirió salir y rogarle. Eso fue lo que Jesús hizo con los líderes religiosos judíos, pero ellos no querían que los persuadieran. Pensaban que eran salvos debido a su conducta ejemplar, pero estaban fuera de la comunión del Padre y necesitaban arrepentirse y buscar perdón.

16

La parábola de los dos hijos trajo a colación el tema de la riqueza, y en este capítulo Jesús avanzó todavía más sobre el tema. Los judíos pensaban que la riqueza era una señal de salvación y del favor de Dios (Mc 10.17–27), pero Jesús enseñó que la riqueza puede llevar a la condenación. En este capítulo vemos tres peligros que se deben evitar.

I. DESPERDICIAR LA RIQUEZA (16.1-12)

Como el hijo pródigo (desperdiciador) este mayordomo desperdició los bienes de su patrón, así como mucha gente lo hace hoy. Todo lo que tenemos viene del Señor y se debe usar para el bien de otros y la gloria de Dios. No somos propietarios; somos mayordomos de sus posesiones, y un día tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho con lo que Dios nos ha dado.
Jesús no elogió al mayordomo por engañar a su amo, sino por aprovechar bien su oportunidad. La gente de este mundo es mucho más apta para ver las oportunidades y aprovecharlas que los hijos de Dios (Ef 5.15–17). Durante esta breve vida tenemos la oportunidad de usar la riqueza para hacer amigos para Dios, ¡amigos a los que encontraremos en el cielo!
La clave es la fidelidad (vv. 10–12). El injusto mamón (dinero) es lo menos, pero las riquezas eternas son «lo mucho». Si usamos la riqueza de Dios según su voluntad, Él nos dará nuestras verdaderas riquezas. Jesús no vio un «gran golfo» fijo entre lo material y lo espiritual, porque una de las cosas más espirituales que podemos hacer es usar las cosas materiales para la gloria de Dios en ganar a los perdidos.

II. CODICIAR LA RIQUEZA (16.13-18)

Los fariseos eran piadosos externamente, pero llenos de codicia por dentro (Mt 23.14; Tit 1.11). Creyendo, como pensaban, que la riqueza era una señal de la bendición de Dios, se reían de Jesús y de lo que Él enseñaba. No eran nada diferentes a los «predicadores del éxito» de hoy, que igualan la felicidad y la santidad con la prosperidad. Intentaban servir a dos señores: a Jesús y al dinero; y esto es imposible de hacer. O bien servimos al dinero, o servimos a Dios; no puede haber compromiso (Mt 6.24).
Los hombres admiran grandemente el éxito material y el poder y el prestigio que este trae, pero Dios lo ve como abominación (Pr 10.2–3). No es pecado ser rico, porque hombres piadosos como David y Abraham eran ricos, ni tampoco es pecado disfrutar de la riqueza que uno tiene (1 Ti 6.17); pero sí es pecado tener una actitud mundana hacia la riqueza y no usarla para la gloria de Dios.
El problema con los fariseos era que le seguían la corriente a la multitud y no se esforzaban por entrar en el reino (v. 16). No estaban dispuestos a pagar el precio de seguir al Señor. En su deseo de obedecer la letra de la ley ignoraban su significado interno, como lo enseñaba Jesús.

III. ADORAR LA RIQUEZA (16.19-31)

Lucas no dijo que esta narración era una parábola; tal vez fue algo que ocurrió en realidad. El rico usó su riqueza no sólo para auto-complacerse y mantener su estilo de vida extravagante. No la usó para cuidar del pobre y del necesitado, ni siquiera del pobre mendigo que estaba a su misma puerta. Lázaro en efecto testificó al rico (vv. 27–28); pero el rico en su falsa seguridad no quiso arrepentirse. A él la muerte le parecía demasiado distante.
Cuando la muerte llegó, todo cambió: el rico quedó pobre y atormentado, ¡y el pobre mendigo fue rico y en el paraíso! Tenga presente que la fe estableció la diferencia. El rico no fue al lugar de castigo (Hades) debido a que fue rico, así como el mendigo no fue al paraíso sencillamente porque fue pobre.
El mendigo era un creyente y el rico incrédulo. No sólo que sus situaciones estaban invertidas, sino que también eran fijas y no se podían cambiar.
¡Qué convicción es oír a la gente en el Hades pidiendo que alguien vaya a testificarles a sus seres queridos! No se puede forzar ni atemorizar a la gente para que confíe en Cristo: se debe persuadir (v. 31; 2 Co 5.11; Hch 18.4). Si el pueblo de Dios pasara un solo segundo en el infierno, tal vez se convertirían en testigos intrépidos del Señor. Esta es en verdad un narración solemne que tanto creyentes como incrédulos deben considerar con toda seriedad.

17

I. EL QUE NO PERDONA (17.1-6)

La palabra tropiezos significa «ocasiones de tropezar». La palabra griega nos da el vocablo castellano «escandalizar», y originalmente se refería a la vara que disparaba una trampa. Estas cosas deben venir porque hay pecado en el mundo, pero nosotros no debemos ser los causantes. Si hacemos que alguna otra persona peque, es mejor que prestemos atención a la severa advertencia del Señor en el versículo 2. Por «estos pequeñitos» Jesús se refiere tanto a los nuevos creyentes (tales como los publicanos y los pecadores en 15.1), como a los niños pequeños (Mt 18.1–7).
Debemos también tener cuidado de no pecar en contra de nuestros hermanos en Cristo que son más maduros en la fe. La iglesia es una familia de fe y nos ministramos unos a otros al admitir nuestros pecados, pedir perdón y concedernos perdón unos a otros (Ef 4.32; Mt 5.43–48; 18.21). No es probable que un creyente cometa el mismo pecado siete veces en un día, pero debemos estar listos para perdonar con esa frecuencia. El perdón debe ser un hábito, no una batalla.
Uno esperaría que los discípulos dijeran: «¡Aumenta nuestro amor!» Pero el perdón viene de la fe en la Palabra de Dios, la confianza en que Dios obrará lo mejor para toda persona involucrada, en tanto y en cuanto nosotros hacemos lo que Él quiere. Algunas veces es doloroso perdonar a alguien que ha pecado contra nosotros, pero debemos obedecer la Palabra de Dios por fe y creer en Romanos 8.28. Si nuestra fe es como la semilla, viva y creciendo, nada será imposible.

II. EL INÚTIL (17.7-10)

Jesús sabía cómo equilibrar una verdad con otra de modo que sus discípulos no se fueran a extremos. La fe milagrosa del versículo 6 se debe balancear con el «servicio ordinario» que tal vez no sea tan excitante. Aquí tenemos un siervo que ara, cuida del ganado y ¡hasta cocina! Hace con fidelidad cada trabajo para poder complacer a su amo. Pero cuando hacemos nuestras tareas todavía somos «siervos inútiles». La palabra que se traduce «inútil» significa «sin necesidad», esto es, nadie le debe nada. Incluso las recompensas que recibimos del Señor ¡son por pura gracia! Él no nos «debe» nada porque nosotros tan solo hemos cumplido nuestro deber.

III. EL INGRATO (17.11-19)

Jesús todavía está en camino a Jerusalén (9.51; 13.22, 33), y su viaje le llevó por la frontera entre Samaria y Galilea donde encontró diez leprosos. Estos proscritos vivían y viajaban juntos porque la sociedad los rechazaba. Reconocieron a Jesús puesto que de inmediato le suplicaron misericordia. Él les ordenó que fueran a mostrarse al sacerdote (Lv 13–14), y cuando obedecieron su mandato, recibieron la salud.
Sólo uno de los diez hombres se sintió lo suficientemente agradecido como para venir primero a Jesús y agradecerle su misericordioso regalo de la sanidad. (Véanse Sal 107.8, 15, 21, 31.) Pero lo asombroso es que ¡este era un samaritano! Imagínese, ¡un samaritano agradeciendo a un judío! Pero debido a eso, este hombre recibió incluso un obsequio aún mayor: la salvación de sus pecados: «Tu fe te ha salvado» (v. 19). La salud física es una gran bendición, pero termina con la muerte; en tanto que la bendición de la vida eterna es para siempre.

IV. EL DESPREVENIDO (17.20-37)

Así como muchas personas hoy se emocionan con las profecías y los sucesos futuros, también los judíos en los días de Jesús vivían en la expectación de la venida del Mesías. La palabra griega para «advertencia» significa «estar a la espera, espiar». Jesús nos advierte que no dediquemos nuestro tiempo a espiar el futuro o tratar de adivinar lo que Dios va a hacer. Los judíos esperaban la venida de su Rey, ¡y Él estaba ya en medio de ellos! Podemos estar tan absortos en el futuro que perdemos las oportunidades del presente.
Lo importante no es hacer una tabla cronológica del futuro, sino estar listo para su venida en cualquier momento. Esto significa no prestar atención a los sensacionalistas y a la gente que dice saber todos los «secretos» (v. 23). Jesús comparó los días finales a «los días de Noé» (vv. 26–27) y a «los días de Lot» (vv. 28–33). Ambos hombres vivieron justo antes de grandes juicios: el diluvio (Gn 6–8) y la destrucción de Sodoma (Gn 19). Noé le advirtió al mundo de su época que el diluvio vendría (2 P 2.5), y los ángeles advirtieron a Lot y a su familia respecto a la destrucción que se avecinaba; pero las advertencias no tuvieron efecto. Unicamente Noé y su familia (ocho personas) se salvaron, y sólo Lot y sus dos hijas solteras escaparon de Sodoma.
¿Cómo será el mundo justo antes del juicio final y de la venida del Señor? Será como «negocios de costumbre» con muy poca preocupación por las advertencias que Dios envía. Las personas comerán y beberán, asistirán a bodas y realizarán sus trabajos; y entonces el juicio los sorprenderá desprevenidos.
En los días de Noé había mucha violencia (Gn 6.11, 13); y en los de Lot los hombres se habían entregado a deseos lujuriosos contra naturaleza (Gn 19.4–11). Estas mismas características las vemos en la actualidad.
Los versículos 30–37 no se refieren al Arrebatamiento (1 Ts 4.13–18), sino a la venida de Cristo a la tierra para establecer su reino justo (Ap 19.11; Mt 24.15–20; Mc 13.14–18). Cuando Cristo venga repentinamente por su Iglesia, ¡es cierto que no habrá tiempo para regresar a la casa y recoger algo! (1 Co 15.51–52). El verbo «tomado» en los versículos 34–36 no significa «llevado al cielo», sino «llevado a juicio». Los que queden entrarán en el reino.
Jesús vio a la sociedad humana al fin de la edad como un cadáver putrefacto que invita a las águilas y los buitres (v. 37); y esto nos recuerda de Apocalipsis 19.17–19 esa última batalla antes de que Jesús establezca su reino. Como creyentes de su Iglesia debemos obedecer el versículo 33 y procurar vivir por completo para Él (Mt 10.39; Jn 12.25). Esa es la única manera de estar preparados para su venida.

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I. UNA MUJER NECESITADA QUE NO SE ALEJÓ (18.1-8)

Cuando se vive en una sociedad corrompida (17.37), el aire es venenoso y ¡es fácil desmayarse!
Pero la oración nos pone en contacto con el oxígeno puro del cielo para que podamos continuar. En esta parábola sobre la oración Jesús contrasta (no compara) al juez egoísta y al Padre celestial. En ese día era muy difícil para las viudas pobres conseguir justicia debido a que no tenían los medios para sobornar a los oficiales que lograrían conseguir la actuación del juez. Pero esta viuda no cejó en su empeño hasta que el juez le dio lo que debía recibir.
Ahora, si un juez egoísta finalmente satisfizo las necesidades de una viuda pobre, ¿cuánto más el amante Padre celestial suplirá las necesidades de sus hijos que claman a Él? Esta parábola no nos insta a «hostigar a Dios» hasta que Él actúe; simplemente nos dice que no necesitamos «hostigarlo» porque
Él está listo y deseoso de responder a nuestras oraciones. (Véanse un argumento similar en 11.5–10.) La viuda no tenía abogado, pero nosotros tenemos un sumo Sacerdote ante el trono de Dios en el cielo.
Ella no tenía promesas, pero nosotros tenemos una Biblia llena de promesas que podemos reclamar. Ella era una extranjera, ¡pero nosotros somos hijos de Dios! ¡Qué privilegio es orar!

II. UN PECADOR QUE SE FUE JUSTIFICADO (18.9-17)

De nuevo tenemos un estudio en contrastes. El fariseo hablaba consigo mismo y de sí mismo, pero el publicano oraba a Dios y fue oído. El fariseo podía ver los pecados de otros, pero no el suyo (7.36–50), en tanto que el publicano se concentró en sus necesidades y las admitió con franqueza. El fariseo se jactaba; el publicano oraba. El fariseo regresó a su casa peor que como había venido, pero el publicano se fue a su casa perdonado.
Justificado quiere decir «declarado justo». Es un término legal que significa que se ha destruido toda la evidencia y que no hay constancia de que hayamos pecado. También significa que Dios ya no conserva un historial de nuestros pecados (Sal 32.1–4; Ro 4). En lugar de eso, Él pone a nuestra cuenta la rectitud y justicia de Cristo (2 Co 5.21). Todo lo cual es por la misericordia de Dios (Lc 18.13) y no por los méritos del hombre. Somos justificados por fe (Ro 5.1–5).
En contraste con el orgulloso fariseo están los niños que Jesús recibió y bendijo (vv. 15–17). Sus discípulos tenían algo del espíritu del orgulloso fariseo de la parábola, y Jesús tuvo que reprenderlos con cariño. El publicano, sin embargo, era como un niño en su humildad y fe, y entró en el reino de Dios.

III. EL JOVEN QUE SE ALEJÓ TRISTE (18.18-34)

Cuando usted combina lo que registran Mateo, Marcos y Lucas, descubre que este hombre era rico, joven y un dirigente, tal vez de alguna sinagoga. Era inusual que un joven tuviera tal posición, de modo que debe haber sido uno de los más ejemplares. Sin embargo, quería la salvación bajo sus términos, no en los del Señor; y Jesús no podía aceptarlo. Nadie se salva por guardar la ley (Gl 2.21; 3.21–24; Ro 3.20) o por convertirse en pobre y generoso. De esta manera el Señor quiso enfrentarlo a su pecado de codicia. Era cierto que externamente el joven había obedecido las leyes que Jesús mencionó en el versículo 20, pero se olvidó de «no codiciarás» (Éx 20.17; véanse Col 3.5; Ro 7.7, 8). Si codiciamos, ¡acabaremos quebrantando todos los demás mandamientos!
Las palabras de nuestro Señor respecto a las riquezas asombraron a los doce, porque, como la mayoría de los judíos, también pensaban que las riquezas eran evidencia del favor de Dios. No es la posesión de riquezas lo que condena al alma, sino la confianza en las riquezas. Abraham fue un hombre muy rico, pero se salvó por su fe en la Palabra de Dios, no por la fe en su dinero (Gn 15.6). Un deseo de adquirir y confiar en las riquezas puede estorbar el crecimiento de la Palabra de Dios en el corazón (Mt 13.22), hacer que nos olvidemos de Dios (Dt 8.13, 14) y llevarnos a muchas clases de tentaciones y pecados (1 Ti 6.9, 10).
Los versículos 28–30 deben ser conectados con Mateo 19.27–20.16. ¿Había un poco de jactancia en la afirmación de Pedro y quizás algo de orgullo? Jesús vio esta peligrosa actitud en el corazón de Pedro («¿qué tendremos?» y no «¿qué podemos dar?») y a modo de advertencia dio la parábola de Mateo 20.1–16 a él y al resto de los doce. Les prometió bendiciones en esta vida y en la venidera, pero también les recordó que pronto Él moriría en Jerusalén (vv. 31–34). Si su Señor tenía que sufrir para entrar en su gloria, ellos también tendrían que sufrir.

IV. EL HOMBRE QUE SE FUE CON JESÚS (18.35-43)

Todavía en camino a Jerusalén Jesús dejó la vieja ciudad de Jerusalén, ahora en ruinas, y se aproximaba a la nueva ciudad construida por Herodes el Grande; y allí encontró a dos ciegos (Mt 20.30), uno de ellos, Bartimeo, era el más vocinglero. ¿Pudo Bartimeo decir que la multitud que andaba con Jesús era diferente a la de los otros grupos de peregrinos que pasaban? Sin duda, la gente que andaba con Jesús debía ser diferente como para que pudieran atraer a otros.
Como el publicano, el ciego clamó por misericordia (vv. 13, 39) y persistió en ello a pesar de la resistencia de la multitud. Jesús siempre se detiene cuando un corazón necesitado clama por Él. Los ciegos no podían hallar el camino hasta el Maestro, pero algunas personas les ayudaron; Jesús instantáneamente los sanó. Ambos siguieron a Jesús y dieron un testimonio en alta voz de lo que Él había hecho por ellos.
Lea el canto de alabanza de María en Lucas 1.46–55 y compruebe cómo sus declaraciones se aplican a las personas que hemos encontrado en este capítulo.

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I. JESÚS VIENE A TRAER SALVACIÓN (19.1-10)

Zaqueo («uno justo»), como jefe de los publicanos, supervisaba a los hombres que cobraban los impuestos y, por supuesto, recibía su tajada. ¡No es de sorprenderse que haya sido rico! Cuando Jesús y sus seguidores pasaban por Jericó rumbo a Jerusalén, Zaqueo «procuraba ver» a Jesús, pero su corta estatura hacía esto muy difícil. En su anhelo, hizo dos cosas poco comunes para un hombre de su posición: corrió (en el Oriente los hombres no corren) y ¡se subió a un árbol! Pero su curiosidad de muchacho ¡le llevó a su conversión!
Fue Jesús el que quiso ver a Zaqueo. Jesús se detuvo, miró hacia arriba y le dijo a Zaqueo que bajara y le recibiera como su invitado. Zaqueo había estado buscando, ¡pero ahora había sido hallado!
Recibió a Jesús con gozo (Jn 1.11–13) y dio muestras de que había experimentado nueva vida en su corazón. La salvación vino a la casa de Zaqueo (Ap 3.20) debido a que ejerció la misma clase de fe salvadora que Abraham (Ro 4.12).
Qué contraste entre la actitud de nuestro Señor hacia Zaqueo y la actitud de la multitud (v. 7). Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido; ellos podían sólo merodear y criticar (Véanse 15.1–2).
El versículo 10 es clave en el Evangelio de Lucas; porque Lucas describe al compasivo Hijo del Hombre, el Salvador de los perdidos (1.47, 71; 2.11; 7.50; 9.56; 18.42). Lo que le ocurrió a Zaqueo puede ocurrirle a cualquier persona que confía en el Señor Jesucristo.

II. JESÚS VIENE A TRAER RECOMPENSAS (19.11-27)

La temporada de la Pascua traía mucha emoción al pueblo judío al recordar la gran victoria del éxodo y entonces al preguntarse respecto a su aflicción como vasallos de Roma. ¡Tal vez el Mesías venga este año! Esta parábola quizás se basó en la historia. Treinta años antes Arquelao, hijo de Herodes el Grande, fue a Roma para pedirle a César Augusto su reino; y algunos de los judíos habían enviado una delegación para protestar por ese nombramiento.
No se debe confundir la parábola de las minas con la parábola de los talentos (Mt 25.14–30). Los talentos representan oportunidades de usar la capacidad; y puesto que todos tenemos diferentes capacidades, se nos da diferentes oportunidades. Pero los siervos de esta parábola recibieron cada uno una mina (el salario de tres meses), que representa el «depósito del evangelio» que se le ha dado a cada creyente (1 Ti 1.11; 6.20; 2 Co 4.7). Dios quiere que nosotros multipliquemos su mensaje de modo que todo el mundo pueda oírlo (1 Ts 1.8; 2 Ts 3.1).
Cuando Jesús regrese recompensará a los siervos fieles (vv. 15–19), arreglará cuentas con los siervos infieles (vv. 20–26) y juzgará a sus enemigos (v. 27). El siervo infiel no tiene excusa; su miedo le paralizó cuando debía haberlo movilizado al servicio. En el tribunal de Cristo el Señor «hará cuentas» y dará a cada uno exactamente lo que se merece. Debemos «ocuparnos» (negociar) hasta que Él venga.

III. JESÚS VIENE A TRAER PAZ (19.28-44)

A lo mejor, los dueños de los dos animales eran discípulos del Señor y el plan se fraguó en secreto de modo que los líderes judíos no pudieran interferir. Cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino, cumplió Zacarías 9.9 y se declaró Rey de los judíos. Pero también despertó la preocupación de los líderes religiosos, de modo que se vieron obligados a actuar (Jn 12.19). Querían arrestarlo después de la Pascua (Mt 26.3–5), pero Dios había dispuesto que su Hijo muriera como el Cordero de Dios en la Pascua (Jn 1.29).
Había tres grupos especiales en la muchedumbre de la Pascua: los judíos nativos que sospechaban de Jesús, los galileos que le seguían y los visitantes de fuera de Judea que no sabían quién era Jesús (Mt 21.10–11). Entre la multitud de Judea había gente que le vio levantar de los muertos a Lázaro (Jn 12.17–18). La declaración de que «la multitud que clamaba "¡Hosanna!" el domingo de ramos acabó gritando "¡crucifícale!" en el viernes santo» no es verdad. Fueron principalmente los judíos de Jerusalén, influidos por los principales sacerdotes, los que pidieron su sangre (Mt 27.20).
Jesús vino a traer paz (2.14), pero la gente le rechazó y declaró la guerra (12.49–51). ¡Desperdiciaron su oportunidad! No hay paz en la tierra, pero hay paz en el cielo debido a la obra de Cristo en la cruz (19.38); y hay paz con Dios para los que confían en el Salvador (7.50; 8.48; Ro 5.1). Al pensar en los terribles juicios que vendrían sobre su pueblo, Jesús lloró sobre la ciudad.

IV. JESÚS VIENE A TRAER PUREZA (19.45-48)

En el esquema divino de las cosas, la justicia y la paz siempre van juntas (Sal 85.10; Is 32.17; Heb 7.1–2; Stg 3.17). La nación era perversa porque la adoración estaba corrompida. El templo santo se había convertido en un «mercado religioso» donde la familia del sumo sacerdote se enriquecía obteniendo ganancias de los judíos extranjeros que tenían que comprar sacrificios y cambiar moneda.
Jesús citó a Isaías 56.7 y Jeremías 7.11 para respaldar su purificación del templo. Como en la entrada triunfal, este acto público exacerbó el odio de los líderes religiosos, y así determinaron actuar lo más pronto posible.

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Los líderes religiosos querían arrestar a Jesús y condenarle, pero no sabían cómo hacerlo con éxito durante la Pascua. La población de Jerusalén se triplicaba durante la fiesta y Jesús era popular entre la gente. Era una situación volátil y tenían que hallar evidencias que fueran suficientes para declararlo culpable. Judas se prestó para resolver su problema; pero mientras tanto los diversos partidos religiosos y políticos de Jerusalén trataban de reunir evidencias contra Él. Este capítulo nos dice cómo Jesús se relacionó con estos líderes religiosos hipócritas.

I. DEFENDIÓ SU AUTORIDAD (20.1-18)

Los principales sacerdotes, escribas y ancianos fueron los primeros en atacar, esgrimiendo la purificación del templo que había efectuado del templo. ¿Qué autoridad tenía Él para hacer tal cosa, o quién le dio esa autoridad? Cuando Jesús les hizo retroceder tres años al ministerio de Juan el Bautista no estaba evadiendo la pregunta; estaba llevándolos a enfrentar la cuestión básica de la autoridad. ¿De dónde recibió Juan su autoridad? Estos líderes religiosos habían rechazado la autoridad del ministerio de Juan, de modo que, ¿por qué tenían que preguntar sobre la autoridad del ministerio de Jesús? Si hubieran aceptado a Juan, hubieran aceptado a Jesús.
La parábola (vv. 9–18) se basa en Isaías 5.1–7 y el Salmo 80, de modo que los líderes del templo sabían a qué se refería Jesús. Por siglos Israel había sido culpable de maltratar y aun matar a los mensajeros que Dios le enviaba; y tratarían al Hijo de Dios de la misma manera. Jesús citó el Salmo 118.22 para mostrarles cuán ignorantes eran de la verdad de Dios. Eran los «expertos religiosos» de la nación, ¡y ni siquiera supieron cuándo vino su Mesías! (Véanse Hch 4.11; 1 P 2.7–8). El versículo 18 se refiere a Daniel 2.34–35, 44.

II. DESTRUYÓ SU ESTRATEGIA (20.19-26)

Sus enemigos continuaban vigilándolo, buscando una oportunidad para atraparlo en lo que decía; pero Él no dijo nada que pudieran usar como evidencia para arrestarlo. De modo que trataron una nueva estrategia y esperaban que Él «mordiera el anzuelo» y dijera algo que era criminal. Una de las cuestiones más explosivas del día era si los judíos debían pagar impuestos a Roma. Si Jesús decía que no, se hubiera buscado problemas con los romanos; pero si decía que sí, se hubiera metido en problemas con los judíos. ¡Era una trampa perfecta!
Pero Jesús no lidió con la cuestión como si fuera política. Él la vio como un asunto espiritual. Así como la moneda llevaba la imagen de César, el hombre lleva la imagen de Dios y tiene una responsabilidad hacia Él. Pero esto también significa que tiene una responsabilidad hacia el César (gobierno humano), debido a que el gobierno fue instituido por Dios (Ro 13). No es una situación de «es esto o lo otro», sino de «esto y lo otro». Incluso el profeta Jeremías aconsejó que cooperaran con los oficiales y procuraran ser pacificadores (Jer 29.4–7; véanse 1 P 2.9–17; 3.8–17). La respuesta de nuestro Señor silenció a sus enemigos.

III. DEMOLIÓ SU TEOLOGÍA (20.27-38)

Los saduceos pensaron que podían atraparlo con una pregunta teológica. No creían en el mundo espiritual o la resurrección de los muertos (Hch 4.1–2; 5.17; 23.8), de modo que le propusieron una pregunta hipotética basada en la ley judía del levirato del matrimonio (Dt 25.5–10). Si la mujer tiene siete maridos, ¿cuál será su marido en la resurrección?
Jesús demolió su argumento al destacar que no hay necesidad de matrimonio en la vida venidera, porque allí no puede haber muerte. Si la gente no puede morir, no hay necesidad de casarse y tener hijos para preservar la población. «Como los ángeles» (v. 36) no significa que el pueblo de Dios se convertirá en ángeles, porque somos mucho más superiores que los ángeles, puesto que seremos como Cristo (1 Jn 3.1, 2). Seremos «como los ángeles» sólo en cuanto al matrimonio, porque los ángeles ni se casan ni tienen familias.
Pero Jesús llevó el argumento un paso más adelante y les mostró la necedad de su negación de los espíritus y de la resurrección del cuerpo humano. Se refirió a Éxodo 3, especialmente a los versículos 6, 15 y 16, para mostrar que los patriarcas estaban vivos cuando Dios le habló a Moisés. Dios no dijo:
«Yo fui el Dios», sino: «Yo soy el Dios». Una continuación de la vida después de la muerte implica una resurrección futura; porque Dios hizo promesas de pacto con Abraham, Isaac y Jacob que incluían bendiciones futuras. ¿Daría Él estas bendiciones a espíritus privados de cuerpos? La salvación es para la persona completa, no sólo para el espíritu (1 Ts 5.23); y esto incluye el cuerpo. En tanto que la doctrina de la resurrección del cuerpo no se enseña con claridad en las Escrituras del AT, la enseñanza de todas maneras está allí (Job 19.25–27; Sal 16.9–10; 17.15; Dn 12.2). La luz completa de esta doctrina vino con el ministerio de Cristo (2 Ti 1.10; Jn 11.25–26).

IV. DECLARÓ SU DEIDAD (20.39-44)

Ahora le tocaba a Jesús preguntar, y Él lo enfocó en un salmo aceptado como mesiánico, el Salmo 110. Los escribas enseñaban que el Mesías era el Hijo de David, un título que a menudo se le asignó a Jesús (Mt 9.27; 15.22; 21.9). Pero en el Salmo 110.1 David llamó al Mesías su Señor. ¿Cómo puede el Mesías ser a la vez el Señor de David y el hijo de David?
La respuesta es, por supuesto, la encarnación. El Mesías es el Señor de David porque Él es Dios, pero es el hijo de David debido a que se hizo hombre y nació en la familia de David. (Véanse Ro 1.3; Hch 2.32–36; 13.22–23.) Jesús es ambos «la raíz y el linaje de David» (Ap 22.16). Como «la raíz de David», trajo a David a la existencia; pero como «del linaje de David», David lo trajo al mundo (2 S 7.13, 14; Is 11.1).

V. DENUNCIÓ LA HIPOCRESÍA DE ELLOS (20.45-47)

Jesús avanzó de la doctrina a la práctica y públicamente exhibió la hipocresía de los líderes religiosos (Véanse Mt 23). En sus vestiduras, en sus deseos de elogios y recibir alabanzas, y en el ansia por los lugares prominentes, demostraban que eran cualquier cosa menos siervos. Usaban su religión para robar a los necesitados y guardarse el dinero. Dios está buscando siervos, no celebridades; Él ve el corazón.

21

Nuestro Señor no sólo enseñó y sanó en el templo, sino que también observó a los adoradores. Él ve lo que damos y por qué lo damos, y conoce quiénes dan a Dios lo mejor. Está interesado en la proporción, no en la porción; cuánto se conserva, no cuánto se da. Jesús no se impresionó con la belleza del templo, porque Él sabía que era una «cueva de ladrones» (19.46) que Dios la había dejado desolada (Mt 23.38). Cuando anunció que el templo estaba destinado para ser destruido, cuatro de sus discípulos le preguntaron más detalles sobre el acontecimiento. «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas?» (Mc 13.3, 4). Esta es la versión de Lucas del discurso en el Monte de los Olivos, que también se halla en Mateo 24–25 y en Marcos 13.

I. ESTÍMULOS (21.8-9)

Puesto que estaba escribiendo en especial para gentiles, Lucas no incluyó todos los detalles proféticos que se relacionan particularmente a la nación de Israel. Jesús les dijo a sus discípulos que vendrían tiempos difíciles para la Iglesia, pero que ellos debían prestar atención a su Palabra y no dejar que los engañadores los descarriaran. Tampoco deberían asustarse por las calamidades nacionales, internacionales o naturales, o darse por vencidos cuando la persecución se vuelva intensa. Los tiempos de tribulación pueden ser tiempos de testimonio, y el Espíritu les daría la sabiduría y las palabras que necesitarían. Debido a que sabrían lo que ocurriría, podían estar listos para cuando lo enfrentaran.
En tanto que nuestro Señor se refería principalmente tanto al ministerio de los apóstoles de su época, como al ministerio de los creyentes durante el período de la tribulación, estos estímulos hablan al pueblo de Dios de todos los tiempos. Debemos tener cuidado con el engaño y el temor, y confiar en que el Espíritu nos dará poder.

II. ADMONICIONES (21.20-24)

Es este párrafo Jesús preparó a su gente para la caída de Jerusalén, la cual tuvo lugar en el año 70 d.C. Amonestó a la gente a huir de Jerusalén y de Judea, y los que prestaron atención a sus palabras libraron la vida. «Los tiempos de los gentiles» se refiere al período cuando los gentiles dominarán a Jerusalén y tomarán el control. «Los tiempos de los gentiles» empezaron con la cautividad de Jerusalén por parte de los babilonios en 606–586 a.C. (2 Cr 36) y concluirán cuando Jesucristo regrese a la tierra y liberte a la ciudad (Zac 13–14).

III. SEÑALES (21.25-33)

Jesús enseña lo que ocurrirá en la última mitad del período de la tribulación, justo antes de que Él aparezca en gloria y regrese a la tierra. La última mitad de la tribulación será un tiempo de gran aflicción, con grandes juicios del cielo y grandes calamidades en la tierra (Ap 13–19). Los creyentes hallarán gran consuelo en las señales que apuntan a su venida y esperarán con expectación la misma.
No debemos confundir este acontecimiento con su venida por la Iglesia (1 Ts 4.13–18), porque eso puede ocurrir en cualquier momento. Nosotros no buscamos señales; esperamos al Salvador (Flp 3.19–20).
Sin embargo, puesto que «los acontecimientos que se avecinan arrojan su sombra hacia delante», cuando veamos que estas cosas «comiencen a suceder», sabremos que su venida será pronto. El brote de la higuera debe interpretarse como un símbolo de la restauración de la nación de Israel. La frase «y todos los árboles» (v. 29) tal vez indique el crecimiento del nacionalismo entre las naciones del mundo.
En años recientes ciertamente hemos visto un aumento tremendo del nacionalismo. «Esta generación» se refiere a la generación viva cuando todas estas cosas sucedan. Dios preservará a su pueblo Israel y lo cuidará en los sufrimientos que atraviese, para que pueda entrar en su reino glorioso.

IV. PELIGROS (21.34-38)

En vista a que el Señor Jesús puede regresar en cualquier momento es propio que nosotros, como su pueblo, estemos listos para cuando venga. Debemos cuidarnos de la mundanalidad y de los cuidados de esta vida. En tanto que no debemos ignorar nuestros deberes diarios, debemos tener cuidado de vivir a la luz de la eternidad. Al acordarnos todos los días de que Jesús puede regresar antes de que el día termine, andaremos con cuidado para que no nos encuentre desprevenidos cuando Él venga (1 Jn 2.28).

22

I. JESÚS DEMUESTRA SU AMOR (22.1-20)

La enemistad hacia Jesús que primero se reveló en la sinagoga en Nazaret (4.28) y luego infectó a los líderes religiosos (6.11; 11.15, 53–54; 19.47, 48; 20.19), se revelaría ahora en la condenación oficial del Hijo de Dios. Pero, ¿cómo podían arrestar a un rabí tan popular durante la Pascua cuando las multitudes podían empezar un motín? Judas resolvió el problema al convertirse en traidor y prometer entregarles a Jesús sin crear un disturbio.
Mientras que Judas estaba regateando el dinero, Pedro y Juan hacían los arreglos en el aposento alto para la celebración de la Pascua (Véanse Éx 12). Es probable que Judas no recibió esta información de antemano, porque de lo contrario tal vez podría haber arreglado que la guardia del templo viniera y arrestara allí a Jesús. Era inusual que un hombre llevara un cántaro de agua, puesto que ese era trabajo de las mujeres; de modo que no fue difícil para los discípulos hallar al hombre.
La fiesta tradicional de la Pascua empezaba con acciones de gracias, a las cuales seguía la primera copa de vino. Entonces comían un pedazo de pan mojado en hierbas amargas, cantaban los Salmos 113–114 y bebían la segunda copa de vino. A esto seguía comer del cordero asado y del pan, beber la tercera copa y luego el canto del Salmo 115–118. El festejo terminaba al beber la cuarta copa (v. 17).
Fue entonces que Jesús le dio un nuevo significado al pan y al vino, e instituyó la Cena del Señor (1 Co 11.23–26).
La Fiesta Pascual miraba hacia atrás, a la liberación de Israel de Egipto, mientras que la Cena del Señor mira hacia atrás a la muerte de Cristo en la cruz y hacia adelante, a su venida («hasta que el reino de Dios venga», v. 18). Jesús vio un futuro cumplimiento de la fiesta cuando su pueblo estaría reunido en su reino glorioso (vv. 16, 18, 29–30). Jesús es el Cordero Pascual (Jn 1.29; 1 P 1.18–21) que murió, no sólo por los pecados de una nación, sino por los pecados del mundo. Tanto la Pascua como la Cena del Señor eran demostraciones de su amor por un mundo perdido.

II. JESÚS ACONSEJA (22.21-38)

A. SOBRE LA GRANDEZA (VV. 21-30).
Cuando Jesús anunció que el que le traicionaba estaba a la mesa, los doce dieron dos respuestas.
Cada uno preguntó: «¿No soy yo, verdad?» (esperando una respuesta negativa), y luego debatieron entre ellos mismos ¡sobre quién sería el mayor! Nuestro Señor no les dijo a sus discípulos quién sería el traidor; es más, en amor, Jesús protegió a Judas hasta el último momento. Le lavó los pies, le advirtió y le dio toda oportunidad para que se arrepintiera. Nunca debemos pensar que a Judas lo forzaron para que traicionara a Jesús porque fue predicho en los Salmos (41.9; 55.12–14; 69.25; 109.8; Véanse Hch 1.15–20). Fue la propia decisión de Judas vender a Jesús por treinta piezas de plata; sólo él lleva su responsabilidad.
¿Por qué los discípulos empezaron a argüir respecto a quién sería el mayor cuando Jesús terminó de lavarles los pies (Jn 13.1) y de hablar sobre su sufrimiento y muerte? Tal vez brotó del orden en que estaban sentados a la mesa, porque Judas estaba en el lugar de honor, a la izquierda de nuestro Señor y Juan a su derecha. O tal vez la presencia del desconocido traidor les hizo pensar que tenían que probar su lealtad al Señor y esto quizás los llevó a compararse el uno con el otro.
Cualquiera que haya sido la razón, su actitud fue la del mundo, donde la competencia y la autoridad son importantes para el éxito. En el reino de Dios la grandeza se mide por a cuántos sirve, no por cuántos le sirven a usted. Jesús es el modelo para nuestro ministerio y Él fue un siervo (Flp 2.1). El Señor les aseguró que la gloria más grande aún no había venido (vv. 29–30), de modo que, ¿por qué contentarse con la gloria pasajera de este mundo?
B. SOBRE SATANÁS (VV. 31-34).
El «os» del versículo 31 es plural; Satanás quería tener a todos los discípulos para zarandearlos.
Todos abandonarían a Jesús y huirían, y Pedro le negaría tres veces; sin embargo, el Señor oró especialmente por Pedro, para que él confirmara a los otros discípulos. «Vuelto» significa «regresar» o «dar la vuelta» y se refiere al arrepentimiento de Pedro y a su restauración al ministerio (Jn 21). No hay duda de que Pedro era un hombre valiente, pero fallaría de todas maneras debido a su autoconfianza. Si hubiera atendido la advertencia del Señor, se hubiera evitado mucho dolor y vergüenza.
C. SOBRE EL FUTURO (VV. 35-38).
El versículo 35 se refiere al ministerio de los discípulos descrito en Lucas 9, un ministerio que no sería igual ahora que Jesús iba a dejarlos y regresar al cielo. Los discípulos enfrentarían un juego completamente nuevo de circunstancias y necesitarían una nueva perspectiva. Jesús citó Isaías 53.12 para mostrarles que a Él le tratarían como a un criminal y que la gente trataría a sus seguidores de la misma manera. Lo que dijo respecto a la espada fue sólo una metáfora acerca de los peligros que enfrentaban, pero los hombres la tomaron literalmente. Por cierto que Pedro usó su espada en el jardín (vv. 50–51).

IV. JESÚS EXPERIMENTA SUS SUFRIMIENTOS (22.54-71)

A. EN LA NEGACIÓN DE PEDRO (VV. 54–62).
Los que critican a Pedro por seguirle «de lejos» deben recordar que Jesús le advirtió a Pedro que no le siguiera (Mt 26.31; Jn 18.8, 9). Si Pedro hubiera obedecido, no hubiera caído en la tentación. Pedro se quedó cerca del fuego y se sentó con el enemigo, y terminó negando tres veces al Señor (Sal 1.1). Al Señor le dolió profundamente que Pedro le negara en el momento que Él daba testimonio ante sus acusadores. La mirada amorosa del Salvador y el canto del gallo (Mc 14.30) llevaron a Pedro al arrepentimiento.
B. EN LA MOFA DE LOS SOLDADOS (VV. 63-65).
A Jesús no lo habían declarado culpable y, sin embargo, los soldados se mofaban de Él y le golpeaban. Si hoy en día trataran a un prisionero de esa manera, llevarían a los soldados a corte marcial. Jesús en silencio soportó la brutalidad y los cielos permanecieron en silencio (Mt 26.52–53).
C. EN LA CEGUERA DEL CONCILIO (VV. 66-71).
Jesús fue llevado primero a Anás, el ex sumo sacerdote (Jn 18.13) y luego a Caifás, yerno de Anás, donde el concilio religioso (sanedrín) se había reunido. El concilio no podía dictar sentencia en tales casos por la noche, de modo que se reunieron de nuevo al amanecer (Mt 27.1). Después de condenar oficialmente a Jesús, le llevaron a Pilato (23.1–5), el cual le envió a Herodes Antipas (23.6–12), quien a su vez le envió de regreso a Pilato (23.13). El concilio judío estaba ciego respecto a sus propias Escrituras y sordo a la Palabra que Jesús les había enseñado por tres años.
Al afirmar que se sentará a la diestra de Dios, Jesús declaraba que era en verdad el Hijo de Dios, el Mesías (Sal 110.1; Dn 7.13–14; véanse Hch 2.34; 5.31).

23

I. JESÚS NO PRESENTA DEFENSA (23.1-25)

El juicio judío se enfocó en la cuestión religiosa (blasfemia); pero cuando los judíos enviaron a Jesús a Pilato, enfatizaron la cuestión política («pervierte al pueblo»). Pilato trató de enviar a Jesús de regreso al sanedrín (Jn 18.31), pero su estratagema no resultó. Los principales sacerdotes y escribas insistieron que el gobernador romano ratificara su decisión. Pilato dijo que no hallaba ninguna base para condenar a Jesús y esto hizo que los líderes judíos fueran más vehementes en sus intentos de matar a Jesús.
Siempre listo para cualquier otra vía de escape, Pilato envió a Jesús a Herodes, puesto que Jesús venía de la jurisdicción de Herodes; pero esto tampoco dio resultados. Herodes había querido por mucho tiempo conocer a Jesús (9.7–9), esperando verle hacer algún milagro; pero cuando finalmente se encontraron, Jesús ni dijo ni hizo nada. Al matar a Juan el Bautista, Herodes había silenciado la voz de Dios. Nuestro Señor soportó gran humillación de manos de sus enemigos, pero lo soportó todo con valentía (Is 53.7; 1 P 2.21–23).
Pilato intentó por tercera vez escaparse cuando Jesús regresó a él: ofreció azotar a Jesús y soltarle, puesto que se acostumbraba dejar en libertad a un prisionero durante la temporada de la Pascua. La multitud, incitada por los principales sacerdotes (v. 23; Mc 15.11), pidió que dejara en libertad a Barrabás y al final Pilato accedió. El trabajo del gobernador romano era procurar que se hiciera justicia y, sin embargo, Pilato cedió a la presión de la multitud ¡después de afirmar tres veces que Jesús era inocente! Jesús «dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato» (1 Ti 6.13), pero Pilato no quiso aceptar la verdad (Jn 18.33–39).

II. JESÚS NO PIDIÓ SIMPATÍA (23.26-32)

Se exigía que el criminal condenado llevara la cruz al lugar de ejecución. Jesús lo hizo así al principio de la jornada (Jn 19.17), pero no pudo continuar, probablemente debido a la debilidad resultante de todo lo que había sufrido aquella noche. Los soldados, queriendo acelerar la ejecución, obligaron a Simón a que llevara la cruz por Él (Mt 5.41). Fue una experiencia humillante para este judío de Cirene que había venido a Jerusalén para la fiesta (Hch 2.10), pero tal vez le condujo a la conversión de él y su familia (Mc 15.21; Ro 16.13). Simón Pedro había ofrecido ir a prisión y muerte con Jesús (Lc 22.33), pero fue otro Simón el que fue con Jesús al Calvario.
Algunas de las personas en Jerusalén que amaban a Jesús lamentaban su tortura, pero Él les advirtió que no lloraran por Él. Demasiado a menudo en nuestra predicación y enseñanza enfatizamos tanto los aspectos físicos de los sufrimientos de nuestro Señor que nos olvidamos de la agonía espiritual que soportó en la cruz por la separación con su Padre. Al mirar hacia el futuro Jesús veía su gloria (Heb 12.2), pero juicio para la nación judía. Demasiada «devoción religiosa» es sólo emoción sentimental superficial y pasajera. Jesús quería que hagamos nuestra «la participación de sus padecimientos» (Flp 3.10) y no que tratemos de duplicar las sensaciones de sus sufrimientos.

III. JESÚS NO MANIFESTÓ RESENTIMIENTO (23.33-49)

La crucifixión es tal vez la más humillante y dolorosa forma de ejecución jamás encontrada, y sin embargo Jesús no ofreció resistencia ni manifestó resentimiento. Incluso oró por los responsables de su muerte (v. 34). Su oración no obtuvo automáticamente perdón personal para sus enemigos, pero sí contuvo la ira de Dios por casi cuarenta años, dándole así tiempo a la nación para que se arrepintiera.
Es triste, pero no recibieron la Palabra y hasta cometieron otro asesinato cuando apedrearon a Esteban (Hch 7).
A Jesús lo crucificaron entre dos criminales e intercedió por los transgresores para dar cumplimiento a Isaías 53.12. La mofa dio cumplimiento al Salmo 22.6–8; y la bebida que le ofrecieron, el Salmo 69.21. La luz y las tinieblas nos recuerdan el Salmo 22.1–2 y el grito en el versículo 46 dio cumplimiento al Salmo 31.5.
Lucas es el único escritor que registra la conversación entre Jesús y el ladrón. ¿Cómo sabía el ladrón que Jesús tenía un reino? Probablemente por el letrero que habían colocado sobre su cabeza (v. 38). ¿Cómo supo que Jesús podía salvarlo? Oyó a los burladores gritar: «¡Salvó a otros!» (v. 35).
Incluso la ira del hombre puede alabar a Dios. Nuestro Señor, en su compasión, sacó a un ladrón de su pecado y le dio la salvación, y lo hizo en un instante. Pero nunca debemos usar a este ladrón como una excusa para dilatar la decisión por Cristo, porque lo más probable es que él se salvó en su primera oportunidad. No tenemos evidencia de que haya conocido antes a Jesús.
El hecho de que Jesús entregó su espíritu demuestra que estaba en pleno control de la situación (Jn 10.15, 17–18). La palabra «encomiendo» en el versículo 46 significa «deposito, lo entrego para que se guarde con seguridad». Pablo la usó en 1 Timoteo 1.18 y 2 Timoteo 2.2, y Pedro en 1 Pedro 4.19. Esta afirmación, citada del Salmo 31.5, la usaban los niños judíos como oración al acostarse.

IV. JESÚS NO SUFRIÓ DESHONRA (23.50-56)

La sepultura de nuestro Señor dio cumplimiento a Isaías 53.12. Los criminales condenados perdían todo derecho a un entierro decente, pero Dios tenía a José y a Nicodemo (Jn 19.38–42) listos para cuidar del cuerpo de Cristo. Es importante para el evangelio que sepamos con certeza que Jesús en realidad murió y fue sepultado, porque su resurrección depende de la realidad de su muerte y sepultura (1 Co 15.1–11). Puesto que todos los miembros del concilio judío condenaron a Jesús (Mc 14.64), y debido a que José no había consentido con ellos, es probable que no estuvo en aquella reunión para dar su voto. José vivía como a treinta kilómetros de Jerusalén, de modo que es obvio que no preparó él mismo la tumba.
No es muy probable que hubiera escogido un sitio tan cerca al lugar de ejecución pública. Tenía la tumba y las especies preparadas, y estuvo cerca en el momento en que Jesús murió. Él y Nicodemo habían investigado en las Escrituras (Jn 7.50–53) y aprendieron que el Cordero de Dios moriría; y así estuvieron listos. ¡Qué servicio realizaron y qué precio deben haber pagado cuando los demás miembros del concilio se enteraron de lo que habían hecho!

24

I. CONFUSIÓN (24.1-12)

Las mujeres que se habían quedado cerca de la cruz y visto la sepultura fueron las primeras en ir de nuevo a la tumba cuando el sabbat terminó (23.55–56). Estaban preocupadas respecto a cómo abrir la tumba (Mt 16.1–3), para descubrir después que la tumba no sólo estaba abierta, ¡sino vacía! ¡El cuerpo de Jesús no estaba allí! Un ángel había venido y rodado la piedra (Mt 28.2). Al entrar en la tumba, las mujeres vieron a dos ángeles (Marcos menciona sólo a uno; Véanse Mc 16.5), quienes les dijeron que Jesús estaba vivo y había resucitado de entre los muertos. Si hubieran recordado sus palabras se hubieran ahorrado mucho sufrimiento (9.22; Mt 17.9, 22–23; 20.17–19; Jn 2.19–22).
Las primeras embajadoras del mensaje de la resurrección fueron las devotas mujeres que fueron fieles a Jesús. Dieron el mensaje a los once apóstoles, ¡los cuales no lo creyeron! ¿Pensaron los apóstoles que las mujeres estaban engañadas o delirando? Pedro y Juan corrieron a examinar la evidencia (v. 12; Jn 20.1–18), pero esto los dejó perplejos. ¡Qué diferente hubiera sido si los creyentes hubieran sólo recordado y creído en sus promesas!

II. COMUNIÓN (24.13-32)

Cleofas y su compañero eran dos hombres desilusionados; porque con la muerte de Jesús se esfumaron todas sus esperanzas acerca de Israel (nótense v. 21; y 1.68; 2.30–32, 38; 21.28, 31). Emaús se encontraba como a trece kilómetros al noroeste de Jerusalén, y ellos iban de regreso a casa para decidir qué hacer después. Mientras caminaban, conversaban respecto a los sucesos recientes y comentaban qué podrían significar esos acontecimientos. Hicieron lo mejor que pudieron con el limitado conocimiento que poseían, pero les faltaba la clave que hubiera abierto las Escrituras proféticas: que el Mesías debía sufrir y morir antes de que pudiera entrar a su gloria. Esta era la clave que Jesús les proveyó mientras caminaban y conversaban en el camino.
Estos dos hombres eran «tardos [lentos] de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho» (v. 25). Creyeron las promesas respecto a la gloria del Mesías, pero no podía aceptar las profecías respecto a su sufrimiento (1 P 1.8–12). Jesús les abrió los ojos y los corazones para que comprendieran todas las Escrituras, y esto alentó sus corazones (v. 32). Vieron al Mesías en la Palabra; pero, ¡no se dieron cuenta de que caminaba con ellos! No fue sino hasta que Jesús bendijo su sencilla comida que Él se les reveló personalmente. ¡Qué revelación! ¡Los transformó de peregrinos desalentados en testigos entusiastas!

III. CONFIRMACIÓN (24.33-45)

Entusiasmados por las buenas nuevas, los dos hombres se apresuraron a regresar a Jerusalén, tan solo para enterarse de que Jesús le había aparecido a Pedro (1 Co 15.5; Mc 16.7). No sabemos cuándo fue esta reunión en ese primer día de resurrección, pero trajo a Pedro de regreso a la comunión con su Señor. Posteriormente Jesús restauró a Pedro a su discipulado (Jn 21).
Entonces Jesús mismo se apareció en el aposento alto, sin que importara que las puertas estuvieran cerradas (Jn 20.19–25). En lugar de darle la bienvenida y regocijarse, los creyentes quedaron aterrorizados, temerosos y atribulados, de modo que Jesús les aseguró que era Él y que estaba vivo. Las heridas (no «cicatrices») en sus manos y pies (Sal 22.16) y su costado (Jn 20.20) eran suficiente identificación. Al comer un poco de pescado y de miel probó que no era un fantasma. Su cuerpo de resurrección tenía carne y huesos (v. 39), y sin embargo podía aparecer y desvanecerse, e incluso atravesar puertas sólidas cerradas.
Durante esa reunión Jesús les dio su paz (v. 36), les aseguró de su presencia real y les dio una nueva comprensión de las Escrituras (v. 45). Durante sus años junto a ellos, Él les había enseñado mucho de la Palabra; pero ahora les dio una perspectiva de lo que el AT decía sobre Él y su ministerio redentor.

IV. COMISIÓN (24.46-53)

Pero los discípulos no conservarían para ellos mismos el conocimiento de la Palabra. Comenzando en Jerusalén, serían tanto predicadores (heraldos de un mensaje) como testigos (que contaban una experiencia) de lo que el Señor había hecho por ellos y les había dicho (Hch 1.8). Pero, ¿cómo podía este pequeño grupo esperar siquiera alcanzar el mundo entero con el mensaje de redención? Solamente mediante el poder del Espíritu Santo. La iglesia primitiva no poseía los recursos financieros y técnicos que tenemos hoy en día, y sin embargo realizaron su trabajo.
Lucas terminó su Evangelio en el punto en que empieza su segundo libro, Hechos de los apóstoles: la ascensión de Cristo y la espera de la venida del Espíritu Santo. Si Jesús no se hubiera ido al cielo, el Espíritu no hubiera podido venir (Jn 16.7–15). También el Evangelio de Lucas empieza en el templo (1.8) y termina en el templo. Empieza con María y Elisabet regocijándose y termina con todos los creyentes regocijándose. Antes de que se convirtieran en testigos llenos del poder del Espíritu, los creyentes fueron adoradores gozosos; lo cual es un buen ejemplo para que nosotros sigamos.