Es una carta breve en la que Pablo insta a
un hermano creyente, Filemón, a aceptar el regreso de su esclavo Onésimo que
había huido y que ahora era su hermano en Cristo.
Filemón era un
habitante de Colosas, persona de cierta notoriedad y riqueza, convertido en el
ministerio de San Pablo. Onésimo era el esclavo de Filemón que había huido de
su amo, yéndose a Roma donde se convirtió a la fe cristiana por la palabra
presentada por Pablo, que lo tuvo consigo hasta que su conducta demostró la
verdad y sinceridad de su conversión. Deseaba reparar el daño que había
infligido a su amo, pero temiendo que se le infligiera el castigo merecido por
su ofensa, pidió al apóstol que escribiera a Filemón.
San Pablo no
parece razonar en otro lugar con mayor belleza o exhortar con más fuerza que en
esta epístola.
BOSQUEJO SUGERIDO DE
FILEMÓN
I. Saludo (vv.
1–3)
II. El aprecio
de Pablo a Filemón (vv. 4–7)
III. Pablo apela
a favor de Onésimo (vv. 8–17)
IV. Pablo
asegura el pago (vv. 18–25)
NOTAS
PRELIMINARES A FILEMÓN
I. EL HOMBRE
Filemón era un cristiano que vivía
en Colosas (Flm 2; Véanse también Col 4.9, 16, 17). Es posible que su hijo
Arquipo pastoreaba la iglesia de Laodicea (Col 4.16, 17); había también una
congregación en la casa de Filemón (Flm 2). Este había sido ganado para Cristo
a través del ministerio de Pablo (v. 19), tal vez en Éfeso, puesto que Pablo no
había visitado personalmente a Colosas.
II. LA CARTA
Onésimo era uno de los esclavos de
Filemón (v. 16) que le había robado a su amo y huido a Roma.
Por la dirección providencial del
Señor este esclavo fugitivo conoció a Pablo, el cual le condujo a Cristo.
Legalmente Filemón hubiera podido mandar a matar a su esclavo porque había
quebrantado la ley, pero Pablo intervino para interceder a favor del nuevo
cristiano y salvarle la vida. Esta breve carta nos habla como volúmenes, puesto
que demuestra de manera vívida el corazón del gran apóstol.
Sus propósitos al escribir fueron:
(1) informar a Filemón que su esclavo
no sólo estaba bien, sino también que había sido salvado;
(2) pedirle que
perdonara a Onésimo;
(3) pedirle que le preparara
alojamiento, el cual esperaba que lo pusieran pronto en libertad.
Por supuesto, la lección principal
de la carta es su cuadro de Cristo como el Redentor de los pecadores perdidos.
Así como Pablo estaba dispuesto a pagar el precio para salvar la vida del desobediente
Onésimo, Cristo pagó el precio en la cruz para redimir a sus hijos
descarriados. «Recíbele como a mí mismo», escribió Pablo, recordándonos que
nosotros somos «aceptos en el Amado» (Ef 1.6; 2 Co 5.21). El cristiano nunca
entrará en el cielo por sus méritos. Cuando el creyente esté ante el Padre, Cristo
tendrá que decir: «¡Recíbele como a mí mismo!» ¡Gracias a Dios que su justicia
nos ha cubierto!
III. LA
ESCLAVITUD
Necesitamos recordar que la
esclavitud era una institución aceptada en el Imperio Romano. Los romanos y
griegos traían multitud de esclavos (jóvenes y viejos) al regresar de las
guerras, y comprar y vender esclavos era una parte diaria de la vida. Pablo
tenía un gran interés en los esclavos (1 Co 7.20– 24; Col 3.22–4.1; Ef 6.5–9),
animándoles a ser los mejores cristianos posibles y a ganar su libertad legalmente
si podían. No leemos que Pablo específicamente atacara a la esclavitud; el
evangelio en sí mismo, predicado y vivido en la iglesia primitiva, a la larga
acabó con este problema social. La carta de Pablo a Filemón es un ejemplo
clásico de cómo Cristo cambia un hogar y la sociedad al cambiar las vidas. No
era que Pablo evadía el problema de la esclavitud; antes bien, se daba cuenta
de que la verdadera solución se encontraría conforme hombres y mujeres
entregaran su corazón a Cristo.
I. SALUDO (VV. 1–3)
El saludo de Pablo en los
versículos 1–3 lo identifica como preso, tema que repite en los versículos 7,
13, 22 y 23. Tal vez quería recordarle a Filemón el precio que él mismo estaba
pagando, sugiriendo que cualquier cosa que Filemón pudiera hacer por Onésimo
sería insignificante en comparación. Por supuesto, Pablo era prisionero de
Cristo, no de Roma, y no se avergonzaba de sus cadenas. ¡Pablo logró más desde
su prisión en Roma que lo que logramos nosotros como ciudadanos libres!
A Apia la llama «amada hermana».
Lo más probable es que era la esposa de Filemón y madre de Arquipo (Col 4.17).
Sin duda alguna, estaría preocupada por Onésimo y jugaría un papel importante
en el ministerio de «la iglesia que estaba en su casa».
II. EL APRECIO DE PABLO POR
FILEMÓN (VV. 4–7)
Un hombre guiado por el Espíritu
ciertamente usará de gracia y de tacto, y Pablo ilustra esta actitud en su
manera de abordar el problema del esclavo fugitivo. En lugar de suplicar de
inmediato por la vida del hombre, Pablo expresa primero su aprecio sincero por
su amigo Filemón. Esto no es lisonja vacía; era estimación cristiana sincera,
«el amor de Dios derramado» en el corazón de Pablo.
Filemón parece ser la clase de
hombre que cualquiera de nosotros quisiera tener como amigo. Era un hombre de
amor y de fe (Véanse Tit 3.15); después de todo, el amor por los hermanos es la
mejor evidencia de la fe en Cristo. Nótese en el versículo 5 el alcance doble
de la vida de Filemón; hacia arriba, a Cristo, y hacia afuera, a otros. Véanse
Gálatas 5.6.
Filemón no guardaba su fe para sí
mismo; la daba (participaba) a otros. Pablo había estado orando por Filemón,
que su fe pudiera ser «eficaz» y de bendición a otros. El versículo 7 indica
que Filemón era un «cristiano que confortaba» y la clase de hombre que otros
apreciaban. Filemón estaba a punto de enfrentar una prueba seria de fe y amor,
al enterarse de la conversión de su esclavo Onésimo.
III. PABLO APELA A FAVOR DE
ONÉSIMO (VV. 8–17)
Pablo pudiera haber usado su
autoridad apostólica y ordenado a Filemón que perdonara y recibiera a Onésimo,
pero esto no hubiera sido lo mejor. Por un lado, no hubiera ayudado a Filemón a
crecer en la gracia, o recibir una bendición real de la experiencia. La ley es
una motivación mucho más débil que el amor, y Pablo quería que Filemón ampliara
su comprensión espiritual. Por esto es que Pablo usa la palabra «te ruego» (v.
9).
La apelación de Pablo se basa en
varios factores. Por una parte, apela al amor cristiano de Filemón, amor que ya
había elogiado (v. 5). Luego Pablo se refiere al esclavo desobediente
llamándole su hijo en la fe, recordándole así a Filemón que Onésimo era ahora
un hermano en Cristo. El juego de palabras del versículo 11 se basa en el
significado del nombre «Onésimo», que significa «útil». En otras palabras,
Onésimo había demostrado ser útil para el servicio cristiano de Pablo en Roma.
¡Ahora era un esclavo de Jesucristo! Pablo hubiera retenido a Onésimo como uno
de sus colaboradores (v. 1), pero no quería hacer nada sin el conocimiento y
consentimiento de su amigo.
Aquí se describe hermosamente la
doctrina de la identificación del creyente con Cristo. «Recíbele, como a mi
corazón» era el ruego de Pablo. Onésimo era tan parte de Pablo que le dolía
tener que enviarlo de regreso. El versículo 17 es lo que Jesús dice de todo
verdadero creyente: «¡Recíbele como a mí mismo!» Somos «aceptos en el Amado»
(Ef 1.6). Onésimo no regresaba como la misma persona anterior. Tenía una
posición completamente nueva ante su amo: ahora era un hermano amado, identificado
con Pablo y por consiguiente aceptado. Esto es lo que la Biblia quiere decir
por justificación: estamos en Cristo y por consiguiente Dios nos acepta.
IV. PABLO ASEGURA EL PAGO
(VV. 18–25)
¿Qué hacer con la ley romana? ¿Qué
hacer debido al dinero que Onésimo robó? ¿Cómo podría Filemón perdonar si no
había restitución? Esta clase de perdón tan solo lo hubiera hecho cómplice de un
crimen. «¡Yo lo pagaré!», promete el anciano apóstol. «Ponlo a mi cuenta».
De nuevo, este es un cuadro
precioso del Calvario. Cristo nos halló como esclavos fugitivos, que habíamos
quebrantado la ley, rebeldes, pero nos perdonó y nos identificó consigo mismo.
Fue a la cruz y pagó nuestra deuda. Esta es la doctrina de la imputación.
«Imputar» significa «poner a la cuenta de uno». Nuestros pecados fueron puestos
a la cuenta de Cristo y su justicia fue puesta a nuestra cuenta cuando creímos
en Él. ¡Qué gracia maravillosa! «Bienaventurado el hombre a quien Jehová no
culpa de iniquidad» (Sal 32.2; Ro 4.1–8). Nuestros pecados fueron puestos a su
cuenta, aun cuando Él nunca cometió pecado (2 Co 5.21). Nuestros pecados fueron
puestos en Cristo y su manto de justicia fue imputado a nosotros.
El cristiano debe tener presente
la distinción entre «aceptos en Cristo» y «aceptables a Cristo». El que ha
confiado en Cristo para salvación es aceptado para siempre en Cristo y nunca el
Padre lo rechazará. Cuando los creyentes pecan, son aceptos, pero sus acciones
no son aceptables. Es necesario confesar ese pecado y recibir de Cristo el
limpiamiento (1 Jn 1.9). Debido a que somos aceptados en Él, tenemos la calidad
de hijos; según vivimos vidas aceptables a Él, tenemos comunión.
El versículo 19 ilustra la forma
común de «yo lo pagaré» de los días de Pablo. Él estaba en realidad tomando
sobre sí la deuda de Onésimo.
Pablo concluye con saludos
personales a Filemón y a su familia, recordándoles a sus amigos las muchas
obligaciones que tenían hacia él. Por cierto que le debían su propia salvación
a Pablo. El apóstol estaba seguro que Filemón correría «la segunda milla» y
haría incluso más de lo que le había pedido. Es hermoso leer que Pablo pide que
oren por él y que le preparen hospedaje para cuando le liberaran de la prisión.
Qué maravilloso tener amigos cristianos que se preocupan por las necesidades físicas
y espirituales de otros.
Esta breve carta es de inestimable
valor por lo que revela del corazón de Pablo. También ilustra lo que Cristo ha
hecho por el creyente. Las dos frases que la resumen son: «Recíbele como a mí
mismo» (v. 17) (nuestra identificación con Cristo) y «ponlo a mi cuenta» (v.
19) (imputación: nuestros pecados puestos sobre Cristo).