JEREMÍAS

BOSQUEJO SUGERIDO DE JEREMÍAS

Introducción: El llamado del profeta (1)
I. Nacional: Mensajes a Judá (2–33)
A. Condenación (2–24)
1. La nación en general (2–20)
2. Los líderes en particular (21–24)
B. Cautiverio (25–29)
C. Restauración (30–33)
II. Personal: Sufrimientos de Jeremías (34–45)
A. Antes del asedio de Jerusalén (34–39)
B. Después del asedio, con el remanente (40–45)
III. Internacional: mensajes a las naciones (46–51)
A. Egipto (46)
B. Filistea (47)
C. Moab (48)
D. Amón (49.1–6)
E. Edom (49.7–22)
F. Siria, Cedar, Elam (49.23–39)
G. Babilonia (50–51)
(Babilonia se menciona ciento setenta veces en Jeremías)
Conclusión: cautiverio y liberación del profeta (52)
JEREMÍAS (heb., yirmeyahu, Jehovah funda, o quizá, exalta). Jeremías es un libro de oráculos o sermones proféticos, combinados con mucho material autobiográfico e histórico que proveen el trasfondo de estos oráculos. El material contenido en el libro de Jeremías no está arreglado en forma cronológica.
A pesar del hecho de que el libro no está del todo en orden cronológico, es posible fechar varias de sus secciones porque las mismas contienen anotaciones cronológicas. Enseguida se anotan esas secciones juntamente con sus fechas:
1. Durante el reinado de Josías. En el decimotercer año, cap. 1. Más tarde en su reinado, caps. 2—6. Es posible que la mayoría de los caps. 7—20 (excepto el material anotado enseguida) debe fecharse en la época de Josías.
2. Durante el reinado de Joacaz. Ninguno.
3. Durante el reinado de Joacim. En los primeros años de su reinado, cap. 26 y probablemente Jeremías 7:1—8:3; 22:1-23. En el cuarto año, caps. 25; 36; 45; Jeremías 46:1-12. Después del cuarto año, cap. 35.
4. Durante el reinado de Joaquín. Jeremías 22:24-30; posiblemente cap. 14.
5. Durante el reinado de Sedequías. Al comienzo de su reinado, caps. 24; <Jeremías 49:34-39. En el cuarto año, caps. 27, 28; Jeremías 51:59-64. En tiempo no especificado, caps. 21; 29. Durante la primera parte del sitio, cap. 34. Durante la interrupción del sitio, cap. 37. Durante la reanudación del sitio, caps. 32; 33; 38; Jeremías 39:15-18.
6. En Judá después de la caída de Jerusalén. Jeremías 39:1-4; 40:1—43:7.
En Egipto después de que fue llevado allí. Jeremías 43:8—44:30.
Fue el último profeta que Dios mandó a Judá antes de que cayera ante el poder de Babilonia y de que Jerusalén fuera destruida. Jeremías anunció el juicio inminente de Dios y llamó al pueblo a arrepentirse y someterse a Dios.
Jeremías era un sacerdote, nacido en Anatot, de la tribu de Benjamín. Fue llamado al oficio profético siendo muy joven, unos setenta años después de la muerte de Isaías, y lo ejerció durante unos cuarenta años con gran fidelidad, hasta que los pecados de la nación judía completaron su medida y vino la destrucción. Las profecías de Jeremías no están ordenadas como fueron entregadas. Blayney se ha propuesto arreglarlas en un orden más regular, a saber, los capítulos 1 al 20, 22, 23, 25, 26, 35, 36, 45, 24, 29, 30, 31, 27, 28, 21, 34, 37, 32, 33, 38, 39 (versículos 15—18; versículos 1—14) 40 al 44, 46 al 52.
El tema general de sus profecías es la idolatría y otros pecados de los judíos; el juicio por el cual eran amenazados, con referencias a su futura restauración y liberación, y promesas del Mesías. Son notables por las reprensiones fieles y sencillas, las amonestaciones afectuosas y las advertencias solemnes.
AUTOR Y FECHA
La historia del profeta Jeremías cubre un lapso de casi cincuenta años, desde su llamado en 627 a.C. (1.1; 25.3, «el año trece de Josías») hasta sus oráculos en Egipto poco después de la tercera deportación a Babilonia en 582 a.C. (43.8–13; 44).
Jeremías es el profeta de cuya vida e intimidad más se conoce. Era hijo del sacerdote Hilcías y descendiente de Abiatar (1 R 2.26), quien a su vez era descendiente de Elí, el sacerdote de Silo en tiempos premonárquicos. Su llamado, a temprana edad (1.4–10), confirma en él una profunda vocación.
Con él, la conciencia profética alcanzó su nivel más alto, y se expresó como un constante estar «en la presencia de Dios». Con un temperamento profundamente emotivo como el suyo, y en las condiciones trágicas de su pueblo, la comunión con Dios es una lucha. Jeremías es tierno y sensible por naturaleza, pero su vocación profética lo obliga a una constante denuncia de la desobediencia, idolatría y rebeldía de su pueblo. Declara la destrucción de Judá frente a la fallida reforma deuteronómica bajo Josías. La agonía del ministerio del profeta se refleja en varios pasajes autobiográficos (8.18, 21; 9.1; 15.10; 20.14–18).
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS. Jer: 23: 6; 33: 16. El Señor De Nuestra Justicia.
NOTAS PRELIMINARES A JEREMÍAS
I. EL NOMBRE
El nombre «Jeremías» significa «aquel a quien Jehová nombra». Sin el nombramiento de Dios, el profeta no podría haber continuado ministrando fielmente. Procedía del linaje sacerdotal y vivía en la ciudad sacerdotal de Anatot. Parece que tenía cierta riqueza personal porque pudo comprar tierras e incluso contratar a un escriba. Lo llamaron al ministerio cuando era «un niño» (1.4–6); esto fue en el año 627 a.C.
II. LOS TIEMPOS
Jeremías ministró durante los últimos cuarenta años de la historia de Judá, desde el año treinta y nueve de Josías (627 a.C.) hasta la destrucción de Jerusalén y más allá (587 a.C.) Menciona a los reyes durante cuyos reinados sirvió (1.1–3), los últimos líderes del una vez próspero reino de Judá. Josías fue un rey piadoso; murió en el 608 a.C. Fue durante su reinado que se halló el libro de la ley y se restauró la adoración en el templo. Joacaz le siguió, pero sólo reinó tres meses, de modo que Jeremías ni lo menciona. Siguió Joacim (608–597 a.C.); hombre impío que fue al extremo de perseguir a Jeremías.
Fue quien quemó el rollo de las profecías de Jeremías, según Jeremías 36. Joaquín fue el siguiente rey, pero también sólo reinó tres meses antes de ser llevado cautivo a Babilonia. El último rey fue Sedequías (597–586 a.C.); presidió sobre la ruina de la nación y la captura de la ciudad de Jerusalén.
De modo que el profeta Jeremías vivió para ver a su amada nación caer en el pecado, la guerra y el juicio; sin embargo, a través de todo eso fue fiel al predicar la Palabra de Dios por toda la tierra.
Cuando Jeremías empezó su ministerio, Asiria era la mayor potencia del mundo, pero Egipto y Babilonia rápidamente fueron ganando fuerza. En el 607 a.C., Babilonia conquistó Nínive y destruyó el poder de Asiria. Babilonia entonces atacó a Judá y los «políticos» de Judá le aconsejaron al rey que pidiera la ayuda de Egipto. Jeremías siempre estuvo en contra de la alianza con Egipto. Sabía que Dios era la única esperanza de Judá, pero los pecados de la nación eran tan grandes que había perdido la bendición de Dios. Babilonia a la larga capturó a Judá y tomó a Jerusalén (606–586). Jeremías escribió
Lamentaciones para conmemorar la muerte de la ciudad santa.
III. EL MENSAJE
La tarea de Jeremías no fue fácil porque tenía que tañer la muerte de su nación. En la primera parte de su libro aparecen varios de sus sermones, dados en Jerusalén, en los cuales denuncia al pueblo, a los sacerdotes y a los príncipes por sus pecados, especialmente el pecado de idolatría. En el capítulo 25 anuncia que la nación irá setenta años al cautiverio y luego volverá para establecerse de nuevo. En el capítulo 31 profetiza un «nuevo pacto» entre Jehová y su pueblo, no un pacto de ley y obras escrito en piedra, sino uno de amor y fe, escrito en el corazón. En los capítulos finales Jeremías se refiere a las naciones gentiles que rodeaban a Judá y les cuenta los planes de Dios para ellas.
Una de las palabras clave en el libro es «rebelde» o «rebeldía» (2.19; 3.6, 8, 11–12, 14, 22; 49.4).
La nación le dio las espaldas al Señor y seguía a los falsos profetas que la llevaban a adorar ídolos. El profeta esperaba el arrepentimiento, pero la nación no se arrepintió. Leemos que Jeremías lloró, apabullado por la caída de su nación. Véanse 9.1; 13.17; 14.17; 15.17–18; Lamentaciones 1.2; 2.11, 18.
Debido a que profetizó el cautiverio y les dijo a los reyes que se rindieran ante Babilonia, a Jeremías lo llamaron traidor y su pueblo lo persiguió. Ningún profeta del AT enfrentó mayor oposición de falsos profetas como Jeremías (véanse 2.8, 26; 4.9; 5.31; 6.14; 14.13–16; 18.18; 23.9–40; 26.8–19; 27.9–16; caps. 28 y 29). Si Judá se hubiera arrepentido y vuelto a Dios, Él la habría librado de Babilonia. Como la nación persistió en sus pecados, tuvo que ser castigada, pero entonces Dios prometió restauración «por amor a su nombre».
Jeremías usó muchas ilustraciones dramáticas para presentar sus mensajes: fuentes y cisternas (2.13); medicina (8.22); un cinto «bueno para nada» (13.1–11); una vasija de barro (caps. 18–19); yugos (cap. 27); hundir un libro (51.59–64).
IV. JEREMÍAS Y JESÚS
Las similitudes entre Jeremías y Jesucristo son dignas de notarse. Nunca se casaron (16.2) y a ambos los rechazaron sus propios pueblos (11.21 y 12.6 con Lc 4.16–30). Jeremías ministró bajo la amenazante sombra de Babilonia, Jesús bajo la sombra de Roma. A ambos el pueblo los consideró traidores. A Jeremías se le opusieron ferozmente los falsos profetas; a Jesús los escribas y fariseos, falsos líderes de su día. Ambos lloraron sobre la ciudad de Jerusalén y predijeron su ruina. Jeremías reunió un puñado de discípulos a su alrededor; Jesús tuvo un pequeño grupo que le seguía. A ambos los arrestaron falsamente y persiguieron. Ambos enfatizaron una religión del corazón y no una de simples formas y ceremonias externas. Fue Jeremías 7.11 que Jesús citó cuando limpió el templo y les dijo a los sacerdotes que lo habían hecho «cueva de ladrones». Ambos enfatizaron el nuevo pacto del corazón (Jer 31.31–37; Heb 8.7). En su predicación, usaron ilustraciones y comparaciones de impacto.
Revelaron un corazón tierno y lleno de simpatía que se destrozó por la perversidad de una nación que debía haber obedecido a la Palabra de Dios. Al final parecía que ambos fueron fracasos en sus vidas y ministerio, pero Dios los honró e hizo su obra un éxito.

18–19

En el capítulo 18 el profeta visita la casa del alfarero y le observa modelar el barro, mientras que en el capítulo 19 lleva una vasija terminada y la rompe en el valle de Hinom. El primer acto es un cuadro de la gracia de Dios; el segundo, de su juicio. Al considerar al alfarero y el barro se puede ver un cuadro de nuestras vidas y relación con Dios. Cada objeto tiene su significado.

I. DIOS ES EL ALFARERO

A. UNA PERSONA.
Nuestras vidas no están en las manos de alguna «fuerza» invisible o «destino» ciego; están en las manos de una Persona: el Dios todopoderoso. Dios no es simplemente nuestro Creador; es nuestro Padre y tiene un interés personal en nuestras vidas. Él es el Alfarero. Véanse Isaías 64.8.
B. PODER.
El barro no puede moldearse a sí mismo; sólo Dios tiene el poder para dirigir nuestras vidas. Él aclara en 18.6–10 que es soberano sobre todas las personas. No podemos ser bendecidos si discutimos con Él o tratamos de decirle lo que tiene que hacer; Véanse Romanos 9.20–24. Por supuesto, esto no quiere decir que Dios es culpable de los pecados de los hombres ni de los fracasos de las naciones.
C. UN PLAN.
El alfarero tiene un plan perfecto para el barro; ve en su mente el producto terminado. Dios tiene un plan perfecto para nuestras vidas (Ro 12.1–2; Ef 2.10; Flp 1.6). Nosotros no podemos ver el producto terminado, pero Él nos promete que es maravilloso (1 Co 2.9).
D. PACIENCIA.
El alfarero trabaja con paciencia con el barro, moldeando tiernamente su forma. Dios dirige con paciencia nuestras vidas, tratando de cumplir su voluntad. A menudo usa las manos de otros para ayudar a formarnos: padres, maestros, otros creyentes, incluso los que nos persiguen. Demora hacer un producto que valga la pena y Dios está dispuesto a esperar.

II. NOSOTROS SOMOS EL BARRO

Por supuesto, en el mensaje de Jeremías el barro representaba al pueblo de Judá, pero no nos equivocamos al aplicarlo a nuestras vidas. Los creyentes son los vasos de Dios, moldeados por Él para contener el tesoro del evangelio (2 Ti 2.19–21; 2 Co 4.7; Hch 9.15). Los seres humanos están hechos de barro; el barro es polvo mezclado con agua. Somos polvo (Sal 103.14), pero el agua del Espíritu de Dios nos ha dado viva mediante la fe en Cristo. El barro no tiene gran valor en sí mismo, pero puede convertirse en algo grande si lo moldean manos apropiadas y para el propósito apropiado. Nadie puede calcular el tremendo potencial en la vida de un individuo.
La cualidad más importante del barro es que se somete. Si no se somete a las manos del alfarero, se arruinará. El barro no se puede auto-moldear; tiene que tener al alfarero. No hay cristianos «de cosecha propia» en la voluntad de Dios. Cuando decimos «el barro no puede auto-moldearse», no sugerimos que las personas no juegan ninguna parte en el cumplimiento de la voluntad de Dios. No somos inactivos ni resignados, simples montones de barro en las manos de Dios. Él quiere que cooperemos en la oración, la meditación, la obediencia a su voluntad y al rendirnos a su toque tierno.
III. LA VIDA ES UNA RUEDA
El alfarero hace girar la rueda con rapidez y es el único que controla su velocidad. A nuestras vidas como creyentes no las controlan la suerte ni la casualidad; Dios las controla. Él arregla las circunstancias de la vida que nos moldean. Él fue quien dispuso que el joven José fuera a Egipto, donde sería moldeado como gobernante. Tal vez nos preguntemos sobre las circunstancias de nuestras vidas y pensemos que Dios ha sido riguroso con nosotros, pero un día nos daremos cuenta de la verdad de Romanos 8.28 y afirmaremos que todas las cosas en efecto ayudaron a bien. Lo más importante en cuanto a la rueda no es su tamaño (algunas vidas son más cortas que otras), sino su centro. Si la rueda está «centrada», todo estará equilibrado. Cristo es el centro de la vida cristiana consagrada (Mt 6.33).

IV. DESOBEDECER ESTROPEA

Sería maravilloso si el barro siempre se sometiera a las manos del alfarero, pero este no es el caso.
El profeta vio que la vasija se estropeó. ¿Tiró el alfarero el barro y empezó con un nuevo montón? No, lo volvió a hacer. Este es un cuadro de la rebelión del hombre y su restauración por la gracia de Dios.
¿Por qué se estropeó el barro? Debido a que quería salirse con la suya (Véanse 18.11–12). Cuán a menudo nosotros como cristianos estropeamos nuestras vidas haciendo nuestros planes fuera de la voluntad de Dios. Si sólo pudiéramos ver el producto terminado que Dios ha planeado, nunca le desobedeceríamos. Es triste, pero pensamos que sabemos más que Él acerca de la vida.
Dios en su gracia nos perdona y «nos hace de nuevo». Algunas veces usa pruebas difíciles para conseguir que nos sometamos. Invirtió veinte años moldeando a Jacob, quien al final llegó a ser un instrumento útil. Después de que estropearon sus vidas, Dios les dio una segunda oportunidad a David, Jonás y Pedro. Primera de Juan 1.9 es una promesa maravillosa de perdón, pero no es una excusa para la desobediencia.

V. LAS PRUEBAS SON EL HORNO

Jeremías no menciona el horno del alfarero, pero tenía que estar allí. Ninguna vasija sirve para algo mientras no haya atravesado el horno. El calor le da al barro fuerza y belleza, e incrementa su utilidad y valor. La vida debe tener sus hornos. Job atravesó el horno del dolor (Job 23.10) y 1 Pedro 4.12 habla del horno de la persecución. Los tres jóvenes hebreos fueron arrojados en el horno y descubrieron que el Alfarero estaba allí en el fuego con ellos (Dn 3.19–25). Dios sabe exactamente cuánto calentar el horno; sabe exactamente cuántas pruebas podemos soportar (1 Co 10.13). Los cristianos que han vivido protegidos, fuera de los hornos de Dios, se pierden muchas de las bendiciones de su gracia que reciben quienes han estado dispuestos a sufrir con Cristo y por Él. Cuando las pruebas nos salen al paso, debemos rendirnos al Alfarero y permitirle que haga su voluntad.

VI. EL JUICIO ES LA VASIJA QUEBRADA

En 19.1–13 Jeremías se fue al valle de los hijos de Hinom, lugar que los judíos dedicaron a la adoración a los ídolos. Algunos de los peores pecados en la historia judía se cometieron en ese lugar; Véanse 7.31. El nombre «hijos de Hinom» se escribía «ge-Hinom» y con el correr del tiempo se convirtió en «Gehenna», en griego, la palabra que usa el NT para el infierno. El rey Josías convirtió este lugar idolátrico en el basurero de Jerusalén (2 R 23.10). Qué terrible cuadro del infierno: el eterno basurero del universo. Esta vez el profeta trajo una vasija terminada y sosteniéndola ante los ancianos de la tierra predicó un sermón de juicio. «Vosotros os habéis olvidado de Dios y habéis adorado ídolos aquí. Vosotros habéis pecado contra su Palabra. Pero viene pronto el día cuando este valle no será llamado “Tofet” (ardiente o inmundicia), sino “Valle de la Matanza”. El juicio se avecina sobre Judá».
Entonces rompió la vasija y nunca más podría repararse. Véanse los versículos 10–11. Una nación o la vida de un individuo puede llegar al «punto sin regreso». Si el barro se endurece, ya no puede ser modelado. Qué importante es rendirse a Cristo en la vida. Sansón rehusó someterse y Dios tuvo que quebrar el instrumento. «Hay pecado de muerte» (1 Jn 5.16).
Dios quiere que seamos instrumentos útiles. Una vasija no produce nada; sólo recibe, contiene y da.
Recibimos sus bendiciones y se las damos a otros. Todo lo que Dios pide es que estemos a su disposición, que seamos limpios y estemos vacíos. Véanse 2 Timoteo 2.19–21, donde Pablo nos advierte que nos apartemos del pecado. Si estamos demasiado llenos de nosotros mismos, Dios no puede llenarnos, y si no estamos llenos, no podemos darle nada a otros. Que el Señor nos ayude a ser vasijas de honor, apropiadas para el uso del Maestro.

36 Y 45

Jeremías había predicado más de veinte años cuando ocurrieron estos sucesos. Babilonia acababa de derrotar a Egipto, de modo que la «política foránea» del rey Joacim quedó arruinada. El profeta sabía que Babilonia un día llevaría a Judá cautiva, pero aún anhelaba ver a su pueblo arrepentirse. Se requiere de un siervo piadoso para que continúe ministrando cuando la situación parece no tener esperanza.

I. LA INSPIRACIÓN DE LA PALABRA (36.1–4)

Hasta aquí el ministerio de Jeremías fue oral; predicó en los atrios del templo e intentó despertar a la nación rebelde. Pero Dios quería los mensajes de Jeremías escritos para siempre como parte de su Palabra. En los versículos 17–18 vemos cómo se hizo esto: Dios le hablaba al profeta; Jeremías le decía las palabras a su secretario, Baruc; y Baruc las escribía. Lo que Baruc escribió era la revelación de Dios, verdades que ningún ser humano podría descubrir por sí mismo. La Biblia es la revelación de Dios a los seres humanos; la mente humana no podría descubrir las verdades que hay en ella. La Biblia es el libro de «así dice el Señor».
Inspiración es la palabra que se usa para describir cómo se escribió la Biblia. «Toda la Escritura es inspirada por Dios», dice 2 Timoteo 3.16. Esto significa que «Dios sopló la Biblia»; no es el producto que la mente humana elaboró. «Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 P 1.21). El mundo se refiere a los grandes escritores como «inspirados», pero esto no es lo que la Biblia quiere decir por «inspiración». Shakespeare fue un escritor inspirado en el sentido humano de grandeza, pero sus escritos no los inspiró Dios como lo hizo con la Biblia. El Espíritu Santo habló a los hombres de Dios y por medio de ellos para darnos la Palabra de Dios. No soslayó sus personalidades, ni hizo «robots» de ellos; cada escritor bíblico revela su personalidad en sus escritos.
Pero lo que escribieron es la Palabra de Dios, final, completa y autoritativa. Usted puede confiar en la Biblia.

II. LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA (36.5–10)

Al comparar el versículo 1 con el versículo 9 recibimos la impresión de que se necesitó al menos un año para escribir este libro. El pueblo pidió un día especial de ayuno, al parecer para buscar la ayuda de Dios en contra de Babilonia. El rey concedió su petición, aun cuando los hechos posteriores mostraron que no respetaba a Dios ni a su Palabra. Era como muchos líderes políticos que siguen la corriente de las «festividades religiosas» nacionales y sin embargo personalmente rechazan a Cristo y la Palabra.
Baruc proclamó la Palabra al leer el libro al pueblo que ayunaba en el templo. Jeremías estaba en prisión, pero la Palabra de Dios no se podía atar (2 Ti 2.9; Véanse 2 Ts 3.1–2). Exigió valor de parte de Baruc hacerlo, puesto que Jeremías no era popular en la ciudad.
Dios ordenó que su Palabra debía esparcirse mediante predicación y enseñanza. Sin duda hay lugar para la literatura bíblica y la distribución de tratados, pero es la predicación de la Palabra lo que Dios bendice especialmente. Dios usa su Palabra para convencer a las personas de pecado, llevarlos a un genuino arrepentimiento y darles la seguridad de la salvación (Véanse v. 3). Baruc trataba de advertir a Judá a que huyera a los brazos de la misericordia de Dios debido al juicio que se acercaba. Hoy procuramos ganar a muchos para Cristo debido a que la ira de Dios ya está sobre ellos (Jn 3.36).

III. LA PRESERVACIÓN DE LA PALABRA (36.11–32)

Es interesante ver cómo responden a la Palabra de Dios las diferentes personas, Micaías estaba presente cuando Baruc leyó la Palabra en el templo frente a la cámara del escriba Gemarías, quien era el padre de Micaías. La Palabra estimuló a Micaías e inmediatamente se la comunicó a otros líderes de la nación. Ellos enviaron por Baruc, el cual leyó la Palabra por segunda vez. Los príncipes ahora se llenaron de temor (v. 16). Alguien debe decírselo al rey.
El rey Joacim era un hombre impío que recibió su trono sólo por su sumisión a Egipto (2 R 23.31–24.7). Ya había matado a un profeta de Dios, Urías (Jer 26.20–24); y no era amigo de Jeremías. Pero consintió en oír la lectura sentado cómodamente en su casa de invierno. Debería haber estado en el templo, humillándose delante de Dios. Cuánta gracia muestra Dios al traerle la Palabra cuando la necesitaba. Pero cuando Jehudí leyó el rollo, el rey con altanería lo cortó en pedazos y lo usó como combustible para su brasero. No temía a Dios. Tres de los líderes protestaron (v. 25), pero el rey no quiso escucharlos. En lugar de someterse a la Palabra, la resistió y procuró arrestar y ejecutar a Jeremías y a Baruc.
La gente impía ha atacado a la Biblia durante siglos, sin embargo ella aún se yergue firme. Jeremías escribió una nueva copia de su libro, de modo que los esfuerzos del rey fueron en vano. Todavía tenemos la profecía de Jeremías, pero el rey Joacim hace ya mucho que es polvo. Muchos que aman el pecado se oponen a la Biblia porque ella los deja al descubierto y les advierte respecto a la ira venidera.
En el año 303 el emperador Diocleciano de Roma confiscó y quemó ejemplares de la Palabra de Dios y luego erigió un monumento que decía: «Extinto es el nombre de los cristianos». Veinte años más tarde Constantino hizo del cristianismo la religión oficial de Roma y puso la Biblia de nuevo en las manos del pueblo. Los que detestaban la verdad persiguieron a Wycliffe porque tradujo la Biblia al inglés; a Tyndale lo quemaron en la hoguera; sin embargo, la Biblia aún está aquí. Dios preserva su Palabra. «Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos» (Sal 119.89). «El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán» (Mt 24.35). El que edifica su vida sobre la Biblia edifica en lo que no se puede derribar.
A esta nueva copia Jeremías añadió un juicio especial para el rey. Joacim pensó que había destruido la Palabra, pero la Palabra lo destruyó a él. Tendría una muerte miserable y no dejaría heredero que reclamara su trono (v. 30). Véanse Jeremías 22.18–19. Su hijo Joaquín subió al trono cuando su padre murió, pero duró sólo tres meses y después lo llevaron cautivo a Babilonia (2 R 24.6–12). Y Babilonia en efecto capturó a Judá, exactamente como Jeremías lo profetizó. La profecía cumplida es una de las más grandes evidencias de la divina inspiración de la Biblia.

IV. LA CONSOLIDACIÓN DE LA PALABRA (45)

Este capítulo narra las reacciones de Baruc ante los hechos del capítulo 27. Participó en la escritura de la Palabra de Dios, sin embargo se ocultó para salvar su vida. En lugar de recibir honra por su fidelidad, lo obligaron a sufrir persecución. Qué gran desilusión.
Sin duda algunos de los ayudantes del rey le ofrecieron a Baruc «un buen empleo» entre el personal del rey, ya que es cierto que era un escriba muy capaz. Su hermano Seraías era uno de los oficiales del rey (32.12; 51.59). ¿Por qué identificarse con un predicador detestado cuando podría ser un secretario popular del rey? Dios conocía su corazón y Él le habló a Jeremías al respecto. «¿Buscas para ti grandezas?», le preguntó Dios a Baruc. «No las busques. No hay futuro en esta tierra de Judá porque Babilonia vendrá y destruirá la ciudad y la tierra». Si Baruc se hubiera olvidado de Jeremías y de la Palabra a cambio de «un lugar fácil» con el rey, lo hubiera perdido todo. Pero así como fue, Dios protegió su vida y le usó en su servicio.
No es fácil permanecer fiel a la Palabra en días de oposición y persecución. Pablo escribió: «Demas me ha desamparado, amando este mundo» (2 Ti 4.10). Y Pablo mismo, como Jeremías y Baruc, sufrió persecución y problemas debido a la Palabra (2 Ti 2.8–9), pero al final de su vida pudo decir: «He guardado la fe».

¿Cómo está usted tratando la Palabra de Dios? ¿Está poniéndola en un anaquel? (36.20). ¿Está destrozándola como lo hacen los «críticos modernos» de la Biblia? ¿Está procurando destruirla? ¿O está inclinándose ante ella y obedeciendo sus verdades? «Por esto estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira» (Sal 119.128).