LOS LIBROS DE REYES
Estos libros, como lo indica su
título, tratan de los reyes de la nación, empezando con el glorioso reino de
Salomón y concluyendo con el trágico cautiverio de Judá por Babilonia. Podemos
bosquejar los libros de la siguiente manera:
A. El reino
unido (1 R 1–11)
1. Riqueza y
sabiduría de Salomón (1–4)
2. El templo de
Salomón (5–9)
3. Pecados de
Salomón (10–11)
B. El reino
dividido (1 R 12–22)
1. Roboam y
Jeroboam (12–14)
2. Una serie de
reyes buenos y malos (15–16)
3. Elías y el
rey Acab (17–22)
C. El reino
llevado cautivo (2 R 1–25)
1. Cautiverio
de Israel (1–17)
2. Cautiverio
de Judá (18–25)
I. TEMA
1ª Y 2ª DE REYES: Estos
han sido llamados en el castellano, como también en el heb., de acuerdo con el
tema: cubren cuatro siglos de reyes israelitas, desde David (su muerte en 930
a. de J.C.) a Joaquín (en Babilonia, después de 561). La LXX les puso de título
a 1 y 2 Samuel “Libros A y B de los Reinos” (Vulgata tiene de subtítulo “I y II
Libros de los Reyes”), de modo que 1 y 2 Reyes correspondería a 3 y 4 Reinos.
Así como Samuel, Reyes fue escrito como unidad entera pero fue dividido en dos
durante la traducción LXX, cerca del año 200 a. de J.C. En el canon hebreo
original (Ley, Profetas y Hagiógrafos), Reyes precedía a Isaías-Malaquías como
el volumen que concluía la sección de los Primeros Profetas siguiendo a Josué,
Jueces y Samuel. Porque, aunque clasificados entre los libros históricos en
castellano (y en gr.), estas cuatro obras poseen un carácter esencialmente
profético (en contraste con los volúmenes sacerdotales de Crónicas), utilizando
los acontecimientos de historia pasada como vehículo de predicación contemporánea
(Daniel 9:6).
La llave para comprender las metas teológicas de
Reyes aparece en la primera advertencia de David: Guarda lo que Jehovah tu Dios te ha
encomendado como está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en
todo lo que hagas (1 Reyes 2:3; 3:14; 2 Samuel 7:14). El castigo divino se puede ver
trazado por medio de la historia de Salomón (1 Reyes 1—11) y los reinos
divididos, en un tratamiento sincrónico, (1 Reyes 12—2 Reyes 17), y la historia
de cómo Judá sobrevivió (2 Reyes 18—25). Por lo tanto, un castigo es
distribuido a la pecaminosa Israel (2 Reyes 17:7-23) y Judá (2 Reyes 23:26, 27;
24:1-4), pero recompensas también son dadas a los justos tanto en el reino del
norte (1 Reyes 21:29) como en el del sur (2 Reyes 22:19, 20). La esperanza
continúa hasta en el exilio (2 Reyes 25:27-30).
Empieza con el
reinado de *Salomón y la construcción del *templo. Después de la muerte de
Salomón el reino se dividió en dos naciones: el reino del norte (*Israel: diez
tribus) y el reino del sur (*Judá: dos tribus).
La historia que
ahora tenemos por delante explica los asuntos de los reinos de Judá e Israel,
aunque con especial consideración del reino de Dios entre ellos; porque es
historia sagrada. Es anterior en el tiempo, enseña más, y es más interesante
que cualquiera de las historias corrientes.
II.
AUTOR Y FECHA
El autor de estos libros no es nombrado en
las Escrituras. La tradición judía (Mishna, Baba Bathara 15) los atribuye a
Jeremías. Dado que Jeremías fue contemporáneo del rey Josías y de los
siguientes reyes de Judá hasta la caída de Jerusalén, esta teoría ofrece
bastante interés. Por otra parte, quizá sea ésta la razón que justifique la
inexplicable ausencia de Jeremías de los libros de los reyes (porque es obvio
que el Jeremías de 2ª de reyes 23: 31 y 24: 18, padre de Hamutal, no es el
profeta, pues según todas las apariencias éste nunca estuvo casado. Jer. 16:
1-2).
Sin embargo
Jeremías fue llevado a Egipto por el partido pro-egipcio (Jer. 43: 6-7)
mientras que al final de 2ª de reyes muestra evidente familiaridad con los
eventos que tuvieron lugar en Babilonia. En conclusión, parece que los libros
de los Reyes fueron escritos en Babilonia probablemente por el año 550 a. de
J.C. por un profeta no identificado.
No hay indicios de la
paternidad literaria de Reyes. Referencias como 1 Reyes 8.8; 9.21; 12.19; 2
Reyes 8.22; 16.6 indican una fecha anterior a la destrucción del templo (586
a.C.), pero el relato de la libertad de Joaquín (562 a.C., 2 R 25.27–30), y los
comentarios sobre la destrucción de Jerusalén indican el tiempo del cautiverio.
Por eso muchos postulan dos o más ediciones de Reyes; una por un autor
deuteronomista allá por el año 621 a.C., otra cerca del 562, y otro retoque
posterior. Una tradición judía atribuye Reyes a Jeremías, basada en las
semejanzas que hay entre Reyes y la profecía de Jeremías.
Véase, por ejemplo, la
frecuencia de la frase: «La palabra de Jehová». Y aunque la mayoría de las
tradiciones judías afirman que Jeremías murió en Egipto, hay una tradición
rabínica que asegura que cuando Nabucodonosor conquistó a Egipto (568), llevó
al profeta a Babilonia. En tal caso, Jeremías habría tenido casi cien años de
edad al escribir Reyes. El autor del libro, tal como lo tenemos hoy, podría
haber sido un contemporáneo de Jeremías, quien tenía la misma preocupación por
la desobediencia de Israel.
NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: 1ª Rey: 8: 15, 26: Jehová Dios De Israel.
1–4
Empezamos ahora el estudio de la
vida y reinado de Salomón, el hijo de David y sucesor suyo en el trono de
Israel. En David tenemos un tipo de Cristo en su humillación, exilio y rechazo;
pero en Salomón vemos al «Príncipe de Paz» (el nombre Salomón significa
«pacífico») reinando en gloria y esplendor sobre su pueblo. David hizo las
conquistas que le permitieron a Salomón vivir y reinar en paz y magnífica
prosperidad.
I. SALOMÓN CUMPLE LA PALABRA DE
DIOS (1)
David ya no podía desempeñar sus
deberes reales, de modo que Adonías se aprovechó de la situación y se
autoproclamó rey de Israel. «¡Yo seré el rey!» anunció, dándose cuenta cabal de
que Dios había designado a Salomón para suceder a David (1.17; y Véanse
2.13–15). Adonías se rebelaba a propósito contra la voluntad de Dios. Triste es
decirlo, pero algunos de los asesores confidenciales de
David cayeron en el perverso
complot, incluyendo a Joab (a quien David una vez trató de reemplazar; véanse 2
S 19.11–15 y 20.4–13) y Abiatar el sacerdote. El traidor príncipe siguió el
ejemplo de Absalón al preparar carros y tratar de impresionar al pueblo (Véanse
2 S 15.1).
Sin embargo, tres siervos leales
tomaron el asunto en sus manos y se lo informaron a Betsabé. Ella, a su vez,
llevó el mensaje al rey David, sabiendo que él no quebrantaría su voto de que
Salomón su hijo sería coronado como el próximo rey. Todo el plan funcionó sin
tropiezos y David dejó muy en claro que quería que Salomón asumiera el trono de
inmediato. Sadoc, Natán y Betsabé no perdieron tiempo para montar a Salomón en
la mula real y proclamarle como el nuevo rey de Israel. El versículo 40 sugiere
que el pueblo de la tierra recibió las noticias con gran gozo. Sin embargo,
cuando Adonías y su ingenuo grupo de admiradores oyeron las noticias, se
llenaron de pánico, porque ahora se conocía su traición. El príncipe rebelde
corrió al altar de Dios buscando protección y Salomón prometió no matarlo.
Demasiado a menudo la gente perversa recurre a Dios buscando ayuda sin
arrepentirse en sus corazones.
II. SALOMÓN EJECUTA LA IRA DE
DIOS (2)
A. LOS ÚLTIMOS CONSEJOS DE DAVID (VV. 1–11).
Véanse también 1 Crónicas 22–29.
David enfatizó lo espiritual antes que lo político, porque quería que su hijo
anduviera en los caminos del Señor. Le amonestó a que estudiara y obedeciera la
ley (véanse Dt 17.14–20 y Jos 1.8). Dios hizo maravillosas promesas con
respecto a Salomón (2 S 7.8–17), pero no podía cumplirlas sin la fe y
obediencia de Salomón. David también le recordó a Salomón acerca de enemigos
que se le opondrían y amigos que le ayudarían.
B. JUICIO SOBRE ADONÍAS (VV. 12–25).
Si Adonías se hubiera quedado en
su lugar apropiado, hubiera vivido, pero obstinadamente rehusó someterse. Al
pedir la mano de Abisag, la última de las esposas de David (1.1–4), Adonías
hacía una petición temeraria; porque todo lo que fue de David se le dio a
Salomón. Betsabé parece que fue una inocente intermediaria en este episodio.
Salomón se dio cuenta de las traidoras implicaciones de la petición de su
hermano y dejó en claro que conocía también la traición de Abiatar y Joab (v.
22). Adonías había ido demasiado lejos; ahora debía morir.
C. JUICIO SOBRE ABIATAR Y JOAB (VV. 26–35).
Salomón honró el oficio del sacerdote
al no matarlo, pero lo expulsó del servicio. Esto cumplió 1 Samuel 2.30–36.
Cuando Joab oyó del exilio de su amigo, sabía que el juicio pronto le vendría
también a él; de modo que, como Adonías, huyó al altar en busca de protección.
Joab era culpable de asesinar a varios hombres y tenía que pagar por sus
pecados. Benaía llegó a ser el nuevo general del ejército y Sadoc sumo
sacerdote. Es interesante notar que Benaía era un sacerdote (1 Cr 27.5) que
llegó a ser general.
D. JUICIO SOBRE SIMEI (VV. 36–46).
Este fue el hombre que con tanta
crueldad maldijo a David cuando este huía de Absalón (2 S 16.5). Salomón le
ordenó que permaneciera en Jerusalén, donde podía vigilársele, sentencia que
era más misericordiosa de la que se merecía. Sin embargo, Simei trató de «hacer
alarde» desobedeciendo la orden del rey y le costó la vida. Si estos muchos
juicios de Salomón parecen crueles, téngase presente que estos eran enemigos
del rey y por consiguiente del Señor.
III. SALOMÓN RECIBE SABIDURÍA DE
DIOS (3)
El matrimonio de Salomón con una
princesa egipcia fue un movimiento puramente político; más tarde se casaría con
otras mujeres paganas (11.1) y se alejaría de la adoración verdadera a Jehová.
Pero al principio de su carrera
tenía un sincero amor por el Señor y quería ponerle primero en su vida.
Cuando Dios le dio a Salomón el
privilegio de solicitar cualquier cosa que quisiera, pidió sabiduría y un
corazón entendido; y Dios contestó su oración. Todavía más, Dios le dio todas
las otras bendiciones también (Mt 6.33). Por supuesto, si Salomón quería
disfrutar estas bendiciones, tendría que andar en obediencia a la Palabra (vv.
13–14).
El relato de las dos madres es
sólo una de las muchas ilustraciones de la sabiduría de Salomón. El hecho de
que estas dos mujeres tenían acceso al trono del rey muestra cuánto amaba el
joven Salomón a su pueblo y quería servirles. Qué maravilloso es que todo
cristiano tiene acceso al trono de Aquel que «es mayor que Salomón» (Mt 12.42)
y que promete dar sabiduría y satisfacer toda necesidad. Sin duda todos
dependemos de la sabiduría de Dios, no de la sabiduría de este mundo (1 Co
1.18–31; Stg 3.13– 18).
Es una preciosa verdad para el
cristiano que Dios nos equipa para nuestro llamamiento. Dios hizo rey a Salomón
y suplió todo lo que este necesitaba para que su servicio fuera acepto. «Pedid,
y se os dará».
IV. SALOMÓN DISFRUTA DE LA
RIQUEZA DE DIOS (4)
En los versículos 1–6 tenemos los
nombres del «gabinete» de Salomón, y en los versículos 7–19 los nombres de los
que supervisaban las divisiones de Israel. La advertencia de Samuel respecto al
rey se tornaron realidad: léase 1 Samuel 8.10–18 así como Deuteronomio
17.14–20. Parece ser que la prosperidad material de la nación no la acompañó
una prosperidad espiritual, porque en pocos años el reino se dividiría y el
esplendor de Salomón se desvanecería. El pueblo «comía, bebía, y estaba alegre»
(4.20), pero no leemos de su interés por la ley del Señor. Es posible que una
persona disfrute de prosperidad material y a la vez ser espiritual, como en el
caso de Abraham, pero la mayoría de las personas no pueden manejar mucha
riqueza.
El reinado de Salomón fue el más
largo en la historia de Israel (v. 21; y Véanse Gn 15.18). Aquellos fueron días
de paz y prosperidad (v. 25). Sin embargo, las semillas del pecado y la
apostasía se estaban sembrando. Salomón compró caballos de Egipto (10.26–29) en
directa desobediencia a la ley (Dt 17.16). También multiplicó a sus esposas
(11.1 con Dt 17.17). Estos pecados a la larga trajeron la ruina al reino.
Salomón fue un gran estudioso de la naturaleza y no se puede dejar de notar
esto al leer el libro de Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los cantares. No
tenemos todos sus tres mil proverbios y los únicos «cantos» son los que tenemos
en Cantares. Podemos aprender mucho de los caminos de Dios al observar la
naturaleza; Jesús señaló los lirios, las semillas, las aves y otras formas en
la naturaleza para enseñarnos acerca de Dios.
Sin embargo, Jesucristo es «mayor
que Salomón». Es mayor en su persona, siendo el mismo Hijo de Dios; y es mayor
en su sabiduría (Col 2.3) y en su riqueza (véanse Col 1.19 y 2.9). Salomón tomó
esposas extranjeras, sin embargo Jesucristo un día tomará a su Esposa, la
Iglesia, hecha con pecadores comprados con sangre de toda tribu y nación. Cristo
es mayor en su poder y gloria, y un día reinará por siempre jamás sobre un
reino incluso más grande.
5–8
Estos capítulos señalan el
cumplimiento de la promesa de Dios de que Salomón construiría un templo para la
gloria de Dios (2 S 7.12–16; y Véanse 1 R 8.15–21). No es difícil imaginar que
esta fue una gigantesca empresa para un rey tan joven, pero el Señor se lo
garantizó y Salomón confió en el Señor (Véanse 6.11–14). Los pasajes paralelos
se hallan en 1 Crónicas 22-2 Crónicas 7.
I. PREPARACIÓN (5)
David fue el hombre que empezó el
proyecto. Dios lo aprobó, pero dejó en claro que Salomón realizaría la obra en
sí. David preparó los planos (1 Cr 28.11–21) y los costosos materiales (1 Cr
22.5, 14–16). Animó a su hijo a la tarea y le aseguró que Dios fielmente le
ayudaría (1 Cr 28.1–21).
Hiram, el rey gentil de Tiro,
acordó suplir la madera y hombres hábiles para hacer el trabajo.
Salomón a su vez le pagaba cuatro
millones ochocientos mil litros de trigo y cuatro mil ochocientos litros de
aceite puro de oliva cada año (1R 5.11). Véanse también 1 Reyes 9.10–14.
Israel proveyó la mano de obra
mediante una leva o «reclutamiento» por turnos. Los cananitas hicieron el
«trabajo de esclavos» pesado, ciento cincuenta mil de ellos (5.15; 9.20–22), en
tanto que treinta mil judíos hicieron el resto del trabajo «en levas». Diez mil
estaban un mes en el trabajo y luego pasaban dos meses en sus casas. Esta leva
representaba aproximadamente un 2, 5% de los hombres disponibles en la tierra,
de modo que no fue opresiva y el servicio era temporal.
La construcción del templo
representaba los esfuerzos cooperativos de muchas personas, tanto judíos como
gentiles. Los materiales que se usaron fueron sólo los mejores: grandes y
costosas piedras que durarían, y metales preciosos que daría gloria a la casa.
Nos recuerda la amonestación de Pablo respecto a la iglesia local que
construimos con «oro, plata, piedras preciosas», y no con «madera, heno, hojarasca»
(1 Co 3.9–23). Aun cuando Dios no mora hoy en templos materiales (Hch 17.24),
esto no es razón para que el trabajo que hagamos para Él sea barato o de mala
calidad.
II. CONSTRUCCIÓN (6–7)
Por favor, examine en su
diccionario bíblico el plano del templo. Notará que el «área del templo» incluía
otros edificios además del templo propiamente dicho (7.1–12). Salomón construyó
primero el templo; esto llevó siete años (6.38). Luego construyó la casa del
rey y las otras estructuras y atrios que constituían el área del templo (9.10).
Todo el proyecto se realizó en veinte años.
No es necesario entrar en todos
los detalles de la construcción del templo. Usted notará que las dimensiones
del templo eran el doble de las del tabernáculo, de modo que el templo en sí
mismo no era una estructura enorme. El templo se hizo de piedra tallada, recubierta
de madera y oro, y embellecida con piedras preciosas. En 6.7 notamos que las
piedras de construcción se cortaban de antemano en la cantera y se colocaban en
silencio en su lugar. Los canteros seguían los planos de Dios, de modo que todo
encajaba. Este es un buen ejemplo que deben seguir los obreros cristianos de
hoy al ayudar en la construcción del templo del Señor, la Iglesia (Ef 2.19–22;
y Véanse 1 P 2.5–8).
El templo era más grande y más
elaborado que el tabernáculo. No era una tienda temporal con pieles como
cubierta; más bien era un magnífico edificio de piedra que no podía
trasladarse. A diferencia del tabernáculo había ventanas y un piso en el templo
(6.4 y 15). Salomón añadió dos querubines en el Lugar Santísimo (6.23–30) y
colocó el arca debajo de ellos. En lugar de un polvoriento atrio exterior, el
templo tenía un hermoso portal (7.1–12) con dos columnas (13.22) llamadas
«Jaquín» («Él establecerá») y «Boaz» (en Él hay fortaleza»). La fuerza y
estabilidad pertenecen al Señor y ahora le pertenecerían a su pueblo conforme
ellos se establecían en su tierra. En lugar de una pequeña fuente para lavarse,
hicieron un gran «mar fundido» (7.23–26) que se apoyaba en doce bueyes. También
hicieron diez fuentes de bronce (7.27–39) para usarse en toda el área del
templo.
En 2 Crónicas 4.1 se nos dice que
el altar de bronce era igual en tamaño al Lugar Santísimo. Había diez candeleros
en vez de uno (2 Cr 4.7–8), así como también diez mesas para el pan.
El NT no nos da tanta instrucción
en cuanto al significado del templo como la da respecto al tabernáculo. Algunos
ven el tabernáculo como un cuadro de Cristo en su humildad en la tierra y el templo
como un tipo de su presente ministerio en gloria, edificando ese «templo
sagrado» de piedras vivas. O, el tabernáculo tipifica nuestra vida peregrina
actual, mientras que el templo (edificio permanente) tipifica nuestro reinado
glorioso con Cristo cuando Él vuelva. Qué trágico que los judíos confiaron en
la presencia de su templo en vez de confiar en las promesas del Señor; porque
en unos de quinientos años destruyeron este templo cuando llevaron cautivos a
los judíos por sus pecados. En 6.11–13 Dios le recordó a Salomón que lo
importante es obedecer su Palabra, no construir un gran templo.
III. DEDICACIÓN (8)
Dios llenó el templo con su gloria
cuando se trajo el arca (vv. 1–11). En años posteriores Ezequiel vería que la
gloria se iba (Ez 8–11). Salomón le habló al pueblo (vv. 12–21) y les recordó
la fidelidad de Dios para cumplir sus promesas. Luego oró al Señor a favor de
su familia (vv. 22–30), ciudadanos que habían pecado (vv. 31–40), extranjeros
(vv. 41–43) y la nación en el exilio futuro (vv. 44–53). El pensamiento clave
de su oración es que Dios oiga los clamores y sea misericordioso con ellos a
pesar de sus pecados. Salomón aclara en su oración que la condición del corazón
de Israel era más importante que la presencia del templo. Sabía que el pecado
traería castigo, pero que el arrepentimiento traería perdón y bendición. Era
más importante dedicar al pueblo que el edificio.
Los versículos 44–53 no se
hicieron realidad, porque Israel fue llevada al cautiverio por sus pecados y
Dios le trajo de nuevo a su tierra para reconstruir su templo y servirle otra
vez. Esta oración y promesa también se cumplirán en los últimos días, cuando
Israel regrese a su tierra en incredulidad.
Después de la oración Salomón
bendijo al pueblo (vv. 54–61) y les exhortó a que arreglaran las cuentas con
Dios. Nótese que el rey se preocupa porque las otras naciones conozcan la
verdad del Señor (v. 60, y Véanse vv. 41–43). Fue muy malo que Israel no
cumpliera su misión de llevar la verdad a los gentiles. La celebración duró
catorce días (v. 65), con la primera semana llena de sacrificios, fiestas y las
ceremonias de dedicación oficial. En la segunda semana el pueblo regresó a sus
tiendas para regocijarse en el Señor. En 9.1–9 Dios le apareció a Salomón para
recordarle que con sus privilegios venían grandes responsabilidades; que
establecería su trono para siempre si el pueblo seguía al Señor en obediencia;
pero que cortaría a la nación si pecaban. Desafortunadamente, la nación cayó en
el pecado y la incredulidad, y la profecía de 9.6–9 se hizo realidad. El
hermoso y costoso templo fue saqueado y destruido en el 586 a.C. cuando los
babilonios llevaron cautivo al pueblo.
Dios en un principio moraba en el
tabernáculo (Éx 40.34), luego en el templo de Salomón. La gloria de Dios vino
luego a la tierra en la Persona de Cristo (Jn 1.12–14). Hoy, cada cristiano
verdadero es templo de Dios (1 Co 6.19–20) como lo es la iglesia colectiva (Ef
2.21) y localmente (1 Co 3.16).
Habrá un futuro templo judío
durante el período de la tribulación (2 Ts 2.1–12) en el cual un mundo incrédulo
adorará al anticristo. También habrá un glorioso templo durante el reinado milenial
de Cristo (Ez 40–48).
9–11
Véanse en 2 Crónicas 7–9 los
pasajes paralelos. Estos capítulos abarcan la vida de Salomón después de finalizados
los grandes programas de construcción. Muestran cómo el sabio y piadoso rey
poco a poco declinó espiritualmente y acarreó la división del reino.
I. AMONESTACIÓN DIVINA (9.1–9)
Dios le apareció a Salomón poco
después de su ascenso al trono (3.5–15), es en este tiempo cuando el joven rey
pide la sabiduría divina para desempeñar sus deberes. Dios también le envió un
mensaje de estímulo al rey durante los difíciles años de la construcción del
templo (6.11–13). Ahora que sus grandes proyectos finalizaron, Salomón recibió
otro mensaje del Señor. Esta vez amonestándole a obedecer la Palabra de Dios. A
menudo enfrentamos nuestras más grandes tentaciones después de un período
ministerial de éxito.
Dios reafirmó su pacto con David y
le recordó a Salomón su responsabilidad de «guardar su corazón con toda
diligencia» (Pr 4.23) y andar en obediencia a la Palabra. Si Salomón obedecía
la Palabra de Dios, su trono sería estable y Dios bendeciría a Israel. Pero si
Salomón desobedecía y también sus hijos después de él, Dios tendría que retirar
sus bendiciones y sacar a la gente de su buena tierra. Entonces las grandes
casas edificadas serían ruinas y dejadas detrás como monumentos a la incredulidad
de Israel. No importa a qué parte de la Biblia acuda usted, el mismo principio
es verdad: la obediencia conduce a la bendición; la desobediencia lleva al
castigo. Es triste, pero veremos en este estudio que el rey Salomón no prestó
atención a esta advertencia, sino que en lugar de eso se alejó poco a poco del
Señor hasta que (casi al final de su vida) trató de matar a un hombre inocente
(11.40).
II. ALIANZAS PELIGROSAS
(9.10–10.13)
A. CON HIRAM (9.10–14).
Ya hemos visto que Salomón
dependía de Hiram para la madera y los obreros hábiles para la construcción del
templo (5.1–12). Es evidente que en años posteriores Salomón necesitaba más
dinero, de modo que «tomó prestado» de Hiram, dándole veinte ciudades de
Galilea como garantía. Esta es la «Galilea de los gentiles» de Mateo 4.15.
Cuando Hiram vio las ciudades, las consideró «despreciables» (que es el
significado de «Cabul»). En 2 Crónicas 8.1–2 se nos dice que Hiram también le
dio a Salomón algunas ciudades como parte de la transacción. En todo caso,
tales alianzas con las naciones paganas estaban prohibidas por la ley y sólo
llevaron a Salomón a profundizar más sus problemas. Véanse 2 Corintios
6.14–7.1.
B. CON EGIPTO (9.15–24).
El matrimonio de Salomón con una
princesa egipcia fue estrictamente una táctica política, porque estaba
importando caballos y otros lujos de Egipto (10.28–29). Para los judíos
«regresar a Egipto» era contrario a la voluntad de Dios. «¡Ay de los que
descienden a Egipto por ayuda!» clamó Isaías (31.1).
Al casarse con una mujer pagana
Salomón estaba dando un mal ejemplo a su nación e involucrando innecesariamente
al pueblo en los asuntos de los paganos.
C. CON OTRAS NACIONES
(9.25–10.13).
La armada de Salomón debía haber
navegado hasta la India para conseguir los lujos que su reinado exigía. La
visita de la reina de Sabá también fue más que una visita personal; involucraba
establecer acuerdos comerciales y otras alianzas con su país. Salomón y la
reina intercambiaron regalos costosos, y ella se fue a su país completamente
asombrada por su sabiduría y riqueza. Jesús lo mencionó en Mateo 12.42, usando
su visita para dar una advertencia a los judíos de su día. Si la reina de Sabá invirtió
todo ese esfuerzo para ir a oír la sabiduría de Salomón, ¡cuánto más grande
juicio caerá sobre los judíos que tenían a «uno mayor que Salomón» en su mismo
medio y sin embargo lo rechazaron!
Estos relatos muestran el peligro
de la fama y la fortuna. Nótese que en 10.7 tenemos «sabiduría y prosperidad»,
pero en 10.23 es «riqueza y sabiduría»; las riquezas vienen primero. No hay
duda de que Salomón gradualmente declinó en las cosas espirituales conforme lo
material llegaba a ser más importante.
III. AMBICIONES DESTRUCTIVAS
(10.12–49)
«Los que desean enriquecerse caen
en tentación y en lazo», advierte 1 Timoteo 6.9; y esto fue cierto en la vida
de Salomón. No estaba contento con la abundancia de las bendiciones que Dios le
dio; tenía que enviar lejos por lujos aún mayores para satisfacer su corazón.
No hay duda de que los últimos años de la vida de Salomón se revelan en
Eclesiastés, un libro que manifiesta lo vano de vivir para los placeres
materiales. Tal vez tenga algún significado que Salomón recibía 666 talentos de
oro al año (Véanse Ap 13.18). Usaba sólo vasos de oro (v. 21), a diferencia del
Señor que usa cualquier vaso santificado
(2 Ti 2.20–21). Sí, Salomón vivía en gloria y lujo, pero Jesús dijo que ni aun
Salomón con toda su gloria era tan hermoso como uno de los sencillos lirios de
Dios (Mt 6.28–29).
Léase en Deuteronomio 17.16–20 las
instrucciones de Dios para el rey y nótese cómo Salomón las desobedeció.
Multiplicó los caballos y carros, el dinero y las esposas. Tal vez Salomón
pensaba que la construcción del templo era suficiente para su vida espiritual;
ahora podía darse el lujo de «dejarse llevar por la inercia» de las bendiciones
pasadas. Léase Eclesiastés 2 para ver el interés de Salomón en la ganancia
material.
IV. APOSTASÍA DELIBERADA (11)
Es increíble que el hombre que escribió
Proverbios 5.20–23 y 6.20–24 multiplicara esposas y concubinas tomadas de
naciones paganas. La poligamia en sí misma ya es lo suficiente mala (a su padre
David le causó problemas sin fin), pero tomar esposas de tierras paganas era
apostasía deliberada. Véanse Deuteronomio 7.1–14. ¿Cuál fue la causa de la
repetición de este pecado? El corazón de Salomón no andaba bien con el Señor
(11.4). Dios quería «integridad de corazón» (9.4), que significa un corazón de
un solo sentir que glorifique a Dios. Pero Salomón tenía un corazón dividido: amaba
al mundo mientras trataba de servir a Dios. Qué tragedia que el hombre que
construyó el templo al único Dios verdadero empezara a adorar en los altares
paganos. Dios se disgustó por esto, así que envió varias disciplinas para traer
al descarriado rey de regreso a la fe.
A. UN MENSAJE DE ADVERTENCIA (VV. 1–13).
Dios amenazó con quitarle el reino
a Salomón y dárselo a otro. Usted pensaría que esta advertencia impactaría a
Salomón lo suficiente para devolverle el sentido común, pero es evidente que no
lo logró.
Si una persona no escucha la
Palabra, el Señor tiene que tomar medidas aún más drásticas.
B. UNA INVASIÓN DE PARTE DE EDOM (VV. 14–22).
El «reinado del descanso» de
Salomón estaba ahora en guerra. Léase en Santiago 4 una explicación espiritual
de esto. Evidentemente las alianzas de Salomón con Faraón no lograron mucho,
porque Egipto resultó ser un aliado de los edomitas.
C. PROBLEMAS CON REZÓN (VV. 23–25).
Esta banda de guerreros hostigó
muchos años las fronteras de Salomón. El rey apóstata perdía terreno
rápidamente.
D. COMPETENCIA DE PARTE DE JEROBOAM (VV. 26–43).
Salomón mismo promovió a Jeroboam
a una buena posición debido a su bravura y laboriosidad.
Pero Dios escogió a este poco
conocido joven para ser el rey sobre diez tribus. La tribu restante sería Judá,
pero este reino del sur incluiría «a la pequeña Benjamín» (12.21). Cuando
Salomón oyó que tenía un rival, trató de matarlo. El rey debe haber sabido que
suficiente gente gemía bajo los pesados impuestos y programas de trabajos
forzados (Véanse 12.6–11). Es más, Adoram, quien estaba a cargo de las «obras
públicas», fue apedreado por el pueblo (12.18).
La muerte de Salomón dejó a su
hijo Roboam para que reinara en su lugar. Si Salomón hubiera permanecido fiel
al Señor, sus últimos años hubieran sido llenos de bendición y victoria en
lugar de estar llenos de castigo y derrota. Dejó a su hijo el problema de
recuperar el cariño del pueblo y de levantar las pesadas cargas de impuestos
que contribuyeron a hacer tan rico a Salomón. Sí, Israel parecía estar
solazándose en gran gloria y esplendor, pero no todo andaba bien. Era una
gloria hueca que no duraría. La descripción de Apocalipsis 3.17–18 encaja bien
en esta situación.
12–16
Estos capítulos registran «el principio
del fin». Con la muerte de Salomón la gloria de la nación empieza a
desvanecerse. En 1 Reyes se abarca aproximadamente ciento veinticinco años de
historia, cuarenta del reinado de Salomón y casi ochenta y cinco del reino
dividido de Israel y Judá. Sólo cinco reyes reinaron en Judá durante ese
período, mientras que ocho reinaron en Israel y todos eran malos e impíos.
Segundo de Reyes toma entonces el relato del cautiverio asirio de Israel (las
tribus del norte) y del cautiverio babilónico de Judá (las tribus del sur).
I. LA DIVISIÓN DEL REINO
(12.1–14–20)
A. NECEDAD DE ROBOAM (12.1–15).
El vasto programa de Salomón de
construcción y expansión le trajo fama y gloria a la nación, pero los impuestos
pesaban sobre el pueblo, el cual esperaba algún alivio de la carga. En sus
últimos años los valores de Salomón cambiaron y estaba más interesado en la
riqueza material que en la bendición espiritual (Véanse Ec 1.12–2.26). Si su
hijo Roboam hubiera escuchado a la sabiduría de los líderes ancianos, se hubiera
ganado el corazón del pueblo; pero no estaba dispuesto a ser siervo del pueblo.
Oyó a los jóvenes que carecían de
experiencia y, por consiguiente, tomó una decisión necia. El camino para ser un
gobernante es ser siervo (Mc 10.42–45).
B. REBELIÓN DE JEROBOAM (12.16–13.34).
Dios ya había escogido a Jeroboam
para que fuera el rey de las diez tribus (11.26–40) debido a los pecados de
Salomón (11.9–13). El pecado es un gran divisor y destructor. Sólo Judá y
Benjamín quedaron para Roboam, y Dios hizo esto por amor a David. Es triste,
pero Jeroboam fracasó y no vivió de acuerdo a sus oportunidades, porque guió a
las diez tribus a la idolatría. Temía que el pueblo de su reino fuera a
Jerusalén para las fiestas anuales y allí se rebelaran contra él, de modo que
creyó «conveniente» que adoraran en su territorio. Repitió el pecado de Aarón
(Éx 32.1–6) e hizo becerros de oro, poniendo uno en Dan y el otro en Bet-el.
También consagró lugares de adoración y organizó su propio sacerdocio.
Fue una religión hecha por el
hombre y para la conveniencia del pueblo; por consiguiente, no tenía ni el
poder ni la bendición de Dios. Por supuesto, Dios no podía permitir que tal apostasía
continuara, así que le envió al rey un mensaje de advertencia y juicio (cap.
13). Nótese que el rey estaba quemando incienso en el altar, actuando como
sacerdote. El misterioso varón de Dios anunció el nacimiento del futuro rey
Josías (13.2; Véanse 2 R 23.15–18) y también advirtió que la religión humana
que el rey creó sería juzgada y destruida. Cuando Jeroboam trató de arrestar al
profeta, la mano que el rey tenía extendida se le secó y el altar se quebró,
exactamente como el profeta predijo.
El rey suplicó ser sanado y el
hombre oró por él. El rey entonces trató de tenderle una trampa al profeta invitándole
al palacio, pero el varón de Dios rehusó caer en el truco. Es desafortunado que
el varón de Dios dio oídos a las mentiras del colega profeta y perdió su vida.
Si hay alguna lección que aprender de 13.11–34 es esta: no permita que otras personas
determinen la voluntad de Dios en su vida. Obedezca lo que la Palabra de Dios
le dice, cueste lo que cueste.
C. EL JUICIO DE DIOS (14.1–20).
Abías era un joven cuando se
enfermó mortalmente (su padre reinó veintidós años) y, por supuesto, al rey le
preocupaba que no hubiera hijo que le sucediera en el trono. Jeroboam no podía
acudir a sus falsos dioses por ayuda; tuvo que hacerlo al profeta Ahías en
busca de dirección. Este fue el profeta que le había dicho primero a Jeroboam
que iba a ser el nuevo rey.
El rey no se atrevió a ir él
mismo; envió a su esposa disfrazada. Pero el profeta ciego veía más con sus
ojos espirituales que lo que Jeroboam veía con sus ojos físicos. Ahías expuso
el disfraz y envió al perverso rey un mensaje de juicio. El mensaje se hizo
realidad: la reina regresó a su casa y, cuando entró en ella, el hijo murió. Es
trágico que Jeroboam se haya alejado del Señor, porque podía haber guiado a las
diez tribus a una maravillosa bendición y victoria. En lugar de eso, dejó un
terrible ejemplo para que lo siguieran otros reyes.
II. DECLINACIÓN DE JUDÁ
(14.21–15.24)
A. ROBOAM (14.21–31).
Por diecisiete años el malvado
hijo de Salomón guió al pueblo a terribles pecados. En lugar de andar en las
leyes del Señor, tomó como modelo las perversas naciones que Israel había
derrotado.
Dios le castigó trayendo a Egipto
para que derrotara a la nación. El pueblo perdió sus valores espirituales: los
costosos escudos de oro se reemplazaron con escudos de bronce barato. Las cosas
«parecían lo mismo», pero Dios sabía que no eran así.
B. ABIAM (15.1–8).
«De tal palo, tal astilla». Dios
le permitió reinar sólo tres cortos años. Nótese que su madre era pariente de
Absalón («Abisalom» en v. 2). Declaró guerra a Jeroboam (léase 2 Cr 13), y Dios
le dio la victoria por amor a David. La
victoria fue puramente militar; no hubo avivamiento espiritual en la nación.
C. ASA (15.9–24).
Lea 2 Crónicas 14–16. Asa fue un
rey bueno, un cambio bien
recibido después de años de reyes malvados. Trató de quitar los pecados
establecidos por Roboam (14.24). Bajo su liderazgo hay un breve período de
reposo y avivamiento. Incluso depuso a su madre debido a que adoraba ídolos (2
Cr 15.16). Triste como suena, su reino no acabó tan bien como empezó, porque
confió en los hombres para su protección y fracasó al no confiar en el Señor.
Usó la riqueza del templo para contratar a Siria para que luchara por él; y
esta alianza impía le costó mucho personalmente.
D. JOSAFAT (15.24).
Véanse también 22.41–50 y 2
Crónicas 17.1–21.3. El escritor aquí no da la historia de este rey bueno, el
cual purgó la idolatría y procuró enseñar al pueblo la Palabra de Dios. Dios le
dio muchas victorias, porque «de todo su corazón buscó a Jehová» (2 Cr 22.9).
III. DECADENCIA DE ISRAEL
(15.25–16.34)
Aquí se mencionan a seis reyes,
empezando con Nadab y terminando con Acab, y todos fueron malos. Nadab mantuvo
la perversa idolatría de su padre; Baasa lo asesinó durante una de las batallas
contra los filisteos. Baasa reinó veinticuatro años y cumplió la profecía de
14.14–15 de que toda la descendencia de Jeroboam sería destruida. No obstante,
Jehú el profeta vino con un mensaje para Baasa prediciendo la destrucción de la
casa de Baasa. Su hijo Ela reinó menos de dos años y lo mató Zimri, uno de sus
capitanes, mientras el rey estaba ebrio. Zimri guió a la nación sólo una semana
(16.15), pero durante ese tiempo exterminó a la familia de Baasa y cumplió la
profecía de Jehú (16.1–4).
El ejército se rebeló y nombró a
Omri como el nuevo rey. Omri marchó contra Zimri, quien le prendió fuego al palacio
y se suicidó pereciendo en el incendio. Omri reinó doce años (después de
sofocar una pequeña revuelta del pueblo) y llevó al pueblo a mayores pecados.
Su hijo Acab se casó con Jezabel y esto trajo oficialmente la adoración de Baal
al reino. Lo único de Omri que le da fama es el establecimiento de Samaria como
la capital del reino del norte. A su muerte su hijo Acab subió al trono y bajo
su liderazgo las tribus cayeron aún más en la idolatría y el pecado.
Usted notará que cuando la nación
se hundía en la idolatría era que Dios llamaba a sus profetas a predicarle al
pueblo. En el capítulo 13 ya hemos encontrado a un profeta anónimo, y más tarde
encontraremos a Elías y Eliseo. Por supuesto, Jehú y Ahías deben mencionarse también.
Cuando el pueblo de Dios peca, sólo la Palabra de Dios proclamada por los
siervos de Dios es capaz de llamarlo a volverse y salvarlo.
«La justicia engrandece a la
nación, mas el pecado es afrenta de las naciones» (Pr 14.34). Cuando reyes
piadosos reinaban, Dios bendecía a su pueblo; cuando hombres impíos reinaban,
Dios enviaba juicio y derrota. ¡Qué trágico es ver a esta gran nación, llamada
por el Señor, declinando ahora en las cosas espirituales y alejándose de la
verdad. Sí, a menudo tenían prosperidad material, pero esto no era señal de que
Dios se complacía en sus obras. A decir verdad, la codicia de las cosas
materiales con frecuencia alejó al pueblo más de Dios. La mejor manera de
edificar una nación piadosa es tener ciudadanos piadosos en iglesias piadosas
(1 Ti 2.1–6).
17–18
Dondequiera que una nación cae en
el pecado y la idolatría, Dios envía profetas para llamarlos a que vuelvan a la
verdadera fe. El profeta no era sólo un «pronosticador»; era también un
«proclamador» que anunciaba el juicio de Dios y exponía los pecados del pueblo.
Tal profeta fue Elías tisbita (nativo del pueblo de Tisbi), un hombre «sujeto a
pasiones semejantes a las nuestras» (Stg 5.17), y sin embargo con gran valor y
fe. En estos dos capítulos vemos a Elías obedeciendo dos mandamientos del
Señor: «Escóndete» y «muéstrate».
I. SU MINISTERIO PRIVADO: «ESCÓNDETE» (17)
Lucas 4.25 nos dice que la sequía
duró tres años, pero en 1 Reyes 18.1 hallamos que la competencia en el monte
Carmelo se efectúa «en el tercer año». Sin duda la sequía comenzó seis meses
antes de que Elías apareciera de repente en el palacio de Acab para proclamar
que la sequía duraría otros tres años.
La falta de lluvia a menudo era un
castigo por los pecados del pueblo (Dt 11.13–17; Véanse 2 Cr 7.12– 15). Acab y
su malvada esposa pagana Jezabel condujeron al pueblo a la adoración de Baal,
una religión tan degradante que no nos atrevemos a describirla. Los tres años
adicionales de la sequía fueron una respuesta a la oración de Elías (Stg 5.17).
Después de dar el mensaje, el profeta se retiró tres años del ministerio
público y durante este tiempo el Señor en su gracia cuidó de él. El siervo
obediente siempre puede depender del cuidado fiel de su Maestro. Nótense las
tres disciplinas que Elías experimentó:
A. EL ARROYO SECO (VV. 2–7).
Dios le dijo a Elías exactamente a
dónde ir y qué hacer. Véanse Proverbios 3.5–6 y Salmo 37.3–6.
Dios retiró de Israel el
ministerio de Elías como otro castigo por sus pecados (Sal 74.7–9). El Señor le
permitió beber del arroyo y todos los días le proveía de pan y carne entregados
por los cuervos. El cuervo es la primera ave mencionada en la Biblia (Gn 8.7);
era un ave inmunda y sin embargo Dios la usó para ayudar a su siervo. Nótese
que mientras Elías disfrutaba de pan, agua y carne en el lugar designado por
Dios, los cien profetas escondidos en cuevas (18.4) tuvieron que conformarse
sólo con pan y agua. Pero llegó el día cuando el arroyo se secó. ¿Quería esto
decir que Elías había pecado o que estaba fuera de la voluntad de Dios? ¡No!
Sencillamente significaba que Dios tenía otro lugar para él y era un
recordatorio a Elías de que confiara en el Señor y no en el arroyo.
B. LA VASIJA VACÍA (VV. 8–16).
La Palabra de Dios siempre guía al
siervo de Dios a un tiempo de prueba. Pero qué extraño mandamiento: «Vete a
territorio gentil en donde una viuda te alimentará». Véanse Lucas 4.22–26.
«Sarepta» significa
«refinamiento»; y Dios sin duda ponía a su siervo en el horno. Imagínese los sentimientos
de Elías cuando descubrió cuán pobre era la viuda y ella estaba a punto de
preparar su última comida. Pero los mandamientos de Dios nunca son errados;
porque cuando la viuda puso a Dios primero (al obedecer los mandamientos de
Elías), Dios proveyó para ella, su hijo y su huésped. Nótese en el versículo 14
que Elías honró al Señor Dios de Israel ante esta mujer gentil. Todo lo que
Dios pide es que le demos lo que tenemos y Él se encargará del resto. Él puede
alimentar a miles con sólo unos pocos panecillos y pescados.
C. EL MUCHACHO MUERTO (VV. 17–24).
El arrollo seco fue la prueba para
Elías; la muerte del muchacho fue la prueba para la viuda. Por lo general, a
las grandes bendiciones de Dios le siguen grandes pruebas. Es desafortunado que
la fe de la viuda fallara, como se indica en el versículo 18; véanse en Salmo
119.75 y 1 Samuel 3.18 la manera correcta de reaccionar a la desilusión y las
pruebas. «Dame acá tu hijo» es la respuesta de Elías, porque sabía que Dios
podía devolver al muchacho la vida. Este es el primer ejemplo de resurrección
en la Biblia. El profeta llevó el cadáver a su habitación privada (una en el
terrado) y allí oró a Dios por la vida del muchacho. Nótese que agonizaba por
el joven e incluso tendió su cuerpo sobre el cadáver. Qué ejemplo para nosotros
hoy, los que procuramos «levantar a los muertos» espirituales. El milagro produjo
un testimonio de fe de parte de la mujer.
II. SU MINISTERIO PÚBLICO: «MUÉSTRATE» (18)
Después de la preparación y la
prueba en privado, el profeta ahora está listo para su ministerio público, así
que Dios le ordena que vaya a ver al malvado rey Acab (Véanse 16.33). Debemos
admirar la paciencia de Elías al esperar tres años para predicar un sermón.
A. ELÍAS Y ABDÍAS (VV. 1–16).
Abdías es un cuadro del creyente
que hace componendas y su vida está en contraste directo con la de Elías, quien
servía al Señor públicamente y sin temor; Abdías servía a Acab (vv. 7–8) y
trataba de servir a Jehová en secreto (vv. 3–4). Elías estaba «fuera del
campamento» (Heb 13.13); Abdías estaba dentro del palacio. Elías conocía la
voluntad de Dios; Abdías no sabía lo que pasaba. Mientras que Elías se
esforzaba por salvar a la nación, Abdías buscaba pasto para salvar los caballos
y las mulas.
Cuando Elías confrontó a Abdías,
el atemorizado siervo no confió en el profeta. Y nótese que Abdías tuvo que
«jactarse» de su servicio secreto para impresionar a Elías con su devoción (v.
13). Es triste, ¡pero tenemos demasiados Abdías en estos días y muy pocos
Elías!
B. ELÍAS Y BAAL (VV. 17–29).
El profeta no tuvo miedo de
enfrentarse al rey Acab; ni tampoco tuvo miedo de decir la verdad. El malo
siempre culpa al creyente por los problemas del mundo; nunca piensa en culpar
sus pecados. La competencia no era entre Elías y Acab. Era entre Dios y Baal.
La nación estaba «claudicando entre dos caminos» y era tiempo de tomar una
decisión (véanse Éx 32.26; Jos 24.15; Mt 12.30). Confrontado con sus pecados,
el pueblo no respondió (v. 21). Elías pidió una situación imposible: el
verdadero Dios contestaría por fuego. Por supuesto, sabía que a menudo Dios
había «contestado por fuego» en años pasados (Lv 9.24; 1 Cr 21.26). Cuando el
siervo de Dios obedece y confía en la Palabra de Dios, no necesita temer el
fracaso. Por supuesto, Baal no podía contestar por fuego porque Baal no existe.
Satanás podía haber enviado fuego
para engañar a la gente (Job 1.16; Ap 13.13), pero Dios no lo permitiría. Elías
se burlaba de los profetas de Baal: «El que mora en los cielos se reirá» (Sal
2.4). Es asombroso hasta qué perversos extremos van los paganos tratando de conseguir
que sus falsos dioses contesten sus oraciones. Mire el Salmo 115. Cuando llegó
el momento del sacrificio de la tarde (las tres de la tarde), era obvio que
Baal era un dios falso y no podía contestar.
C. ELÍAS E ISRAEL (VV. 30–46).
Dejar al descubierto la necedad y
pecado de la adoración de Baal no fue sino la mitad de la tarea de Elías para
ese día. Era más importante traer a la nación de nuevo a la verdadera adoración
a Jehová.
Elías no trataba sólo de reformar
al pueblo; quería también avivarlo. Primero, reparó el altar que el pueblo dejó
que se destruyera. Este es el primer paso para la bendición: reparar el altar
personal de devoción, el altar familiar, el altar del sacrificio y la comunión
con Dios. Al usar doce piedras Elías le recordó a la nación su unidad, porque
durante muchos años la nación había estado dividida. Para hacer imposible que
alguien prendiera fuego Elías hizo vaciar cuatro cántaros de agua tres veces
sobre la madera y el sacrificio, lo cual sería doce cántaros de agua. El profeta
hizo una oración sencilla de fe y el fuego de Dios consumió la madera, el
sacrificio, el agua y el altar.
Pero Elías todavía tenía trabajo
que hacer. Para empezar, los falsos profetas (850 de ellos, v. 19) tenían que
ser degollados; Véanse Deuteronomio 13.1–5. No es suficiente que reconozcamos
que «Jehová es el Dios» (v. 39); también debemos detestar lo que es malo y
eliminarlo de nuestras vidas. El juicio siempre prepara el camino para la
bendición.
Entonces el profeta le dijo al rey
que regresara a su casa, porque la lluvia se acercaba. Baal era el «dios de la
lluvia», pero no podía enviar fuego ni hacer llover. Al emprender el rey su
camino, Elías empezó a orar por lluvia de la misma manera en que tres años
antes oró por la sequía (Stg 5.17). Sabía cómo velar y orar (Col 4.2), y sabía
cómo persistir en la oración hasta que Dios enviara respuesta. Dios no envía
lluvias de bendición sino hasta que el pecado se ha juzgado. Antes que pasara
mucho tiempo el cielo se oscureció con nubes, el viento empezó a soplar y las
lluvias cayeron. Dios le dio a Elías fuerza sobrehumana para correr delante del
rey y su carro hasta Jezreel.
Lo que hacemos con Dios en privado
es mucho más importante de lo que hacemos por Dios en público. Nuestra vida
oculta nos prepara para nuestra vida pública. A menos que estemos dispuestos a atravesar
tales disciplinas como el arroyo seco, la vasija vacía y el muchacho muerto,
nunca tendremos las victorias del monte Carmelo. «Los que esperan a Jehová
tendrá nuevas fuerzas» (Is 40.31).
19
¡Qué contraste tenemos aquí con la
escena de victoria en el capítulo 18! Cuán a menudo nuestras pruebas más
grandes vienen a continuación de nuestras más grandes bendiciones. Aquí el
hombre de fe retira sus ojos del Señor y se convierte en un hombre de temor;
sin embargo, a pesar de los fracaso de Elías, Dios tiernamente trata con su
siervo.
I. DIOS REFRESCA A ELÍAS (19.1–8)
Santiago 5.17 nos recuerda que
Elías era un hombre «con pasiones semejantes», un hombre de barro sujeto a las
mismas pruebas y fracasos como cualquier creyente. ¡Qué extraño que Elías se enfrentara
a ochocientos cincuenta encolerizados profetas y no tuviera miedo, para luego
huir ante las amenazas de una mujer! Es cierto que había un motivo físico para
su fracaso: la gran competencia en el monte Carmelo agotó a Elías y le dejó
exhausto emocionalmente. Los cristianos harían bien en cuidar mejor sus
cuerpos, en especial después de los períodos de intenso ministerio y sacrificio
(cf. Mc 6.31).
Pero la principal causa para el
fracaso de Elías fue espiritual: vio a Jezabel y no miró al Señor; escuchó las
amenazas de ella y se olvidó de esperar en las promesas de Dios. Esperó la
orden de Dios en cada paso que dio (17.2, 8; 18.1, 36), pero ahora su temor le
llevó a la impaciencia y esta a la desobediencia (Is 28.16). Ya no arriesgaba
más su vida para la gloria de Dios; antes bien, trataba de salvarla por causa de
sí mismo.
Dios ordena los pasos de un hombre
bueno (Sal 37.23), pero los del profeta incrédulo y desobediente sólo lo llevan
a peores problemas. Elías huyó a Judá, se olvidó de que la hija de Acab reinaba
allí con Joram (2 R 8.16–18). Viajó más de ciento treinta kilómetros a un
peligro mayor.
Deseando estar solo con su
abatimiento, Elías dejó a su criado allí y se fue al desierto. Es mejor que un hombre
camine con otro, porque «no es bueno que el hombre esté solo». Por lo general,
la soledad y el abatimiento van juntos. Exhausto física y emocionalmente, Elías
se acostó para dormir, y su «oración junto a la cama» fue: «¡Quítame la vida!»
Moisés elevó esta oración en un momento de gran desaliento (Nm 11.15) y también
Jonás (Jon 4.3). Elías tenía sus ojos puestos en sí mismo y lo que hizo (o no hizo),
en vez de mirar al Señor.
Con cuánta gracia el Señor
refresca a su siervo. El Señor sabía que Elías necesitaba alimento y descanso,
así como un despertamiento espiritual. Elías comió y luego se volvió a dormir.
No vemos evidencia de arrepentimiento ni confesión de pecado; parece como si se
hubiera dado por vencido. De modo que Dios le alimentó por segunda vez y en
esta ocasión Elías se levantó y volvió a emprender su camino. La mano del Señor
le guió al monte Horeb, en donde Moisés recibió el llamamiento de Dios (Éx 3) y
donde se dio la ley. Es alentador saber que aun cuando el hijo de Dios anda
descarriado y desanimado, Dios lo cuida en su gracia.
II. DIOS REPRENDE A ELÍAS (19.9–18)
La palabra de Dios vino a Elías en
la cueva (v. 9). «¿Qué haces aquí?», es una buena pregunta para hacérnosla en
cualquier momento. La respuesta de Elías reveló de nuevo el desaliento de su
corazón; se sentía como si fuera el único fiel al Señor en Israel. En lugar de
confesar su orgullo y deseo de vindicación personal, Elías sigue discutiendo su
caso ante el Señor, así que Dios tuvo que usar otros medios para enseñarle y
traerlo al lugar de sumisión.
¿Por qué Dios envió el viento, el
terremoto y el fuego? Por un lado, le enseñaba al desalentado profeta que Él
tiene muchos instrumentos disponibles a su alcance. A Dios no le faltan siervos
obedientes en toda la naturaleza (Sal 148.1–10); sin embargo, los hombres
hechos a imagen de Dios no le obedecen. Qué reprensión debe haber sido esta
para el descarriado profeta. Es más, cuando «el silbo apacible y delicado» vino
después de la tormenta, Dios le mostró a Elías que su trabajo no siempre se hace
de una manera grande y ruidosa. Los milagros del monte Carmelo fueron
maravillosos, pero la obra espiritual duradera en la nación debía lograrse por
la Palabra de Dios obrando en silencio en los corazones del pueblo. Elías quería
que se hiciera algo sonoro y grande, pero algunas veces Dios prefiere lo
apacible y pequeño. No nos toca a nosotros dictarle a Dios qué métodos debe
usar. Nuestro deber es sólo confiar y obedecer.
«¡Regresa!», fue la palabra de
Dios al profeta después que este trató de defenderse por segunda vez (vv.
14–15). Dios le da otra oportunidad de servir ungiendo a Hazael como el nuevo
rey de Siria, a Jehú como el nuevo rey de Israel y a Eliseo como el nuevo
profeta. Dios le estaba diciendo a Elías: «Deja de quejarte y lamentarte por lo
que te parecen fracasos. Vuelve a tu trabajo». Esto es sin duda un buen consejo.
III. DIOS REEMPLAZA A ELÍAS (19.19–21)
Es maravillosa la manera en que
Dios animó a Elías asegurándole que habían siete mil creyentes fieles en la tierra.
Nos preguntamos dónde estaban esos creyentes cuando Elías se levantó solo en el
monte Carmelo. Nunca sabemos cuánto bien nuestro trabajo ha hecho, pero Dios sí
lo sabe, y eso es todo lo que importa. El ministerio de Elías se acercaba a su
fin; tenía que escoger a su sucesor y prepararlo para que continuara la tarea
de proclamar la Palabra de Dios. Esto también fue un estímulo para Elías,
porque ahora sabía que su trabajo continuaría incluso después de su partida.
Hay una lección práctica para nosotros aquí: si esperamos que el Señor nos dé
su mensaje por su Palabra y no salimos huyendo, Él nos dará el aliento que
necesitamos.
El primer paso de Elías fue
nombrar a Eliseo como su sucesor. Lo hizo al echar sobre Eliseo su manto (o
túnica exterior), mientras este araba en el campo. Este acto simbolizaba el
hecho de que Eliseo sería un profeta con el mismo poder y autoridad de Elías.
Eliseo quiso despedirse de sus seres queridos y esto se le permitió aun cuando
en la mayoría de los hogares tales despedidas hubieran tomado varios días. Véanse
Lucas 9.61–62. Cuando Dios nos llama, es importante que sigamos al momento y
que no pongamos a otros por delante de Él.
El hecho de que Eliseo mató los
bueyes y usó sus implementos como leña indica cuán definitivamente rompía con
el pasado. Estaba «quemando los puentes detrás de sí», por así decirlo. En la
fiesta participaron los amigos del vecindario tanto como la familia de Eliseo;
todos vinieron a desearle que le fuera bien en su nuevo llamamiento. Pero una
vez finalizada la fiesta, Eliseo se levantó y siguió a su maestro y le
ministró.
Elías no ungió a Hazael; Eliseo lo
hizo más tarde (2 R 8.8–15). Fue también Eliseo el que ungió a Jehú (2 R
9.1–10). Sin embargo, puesto que Elías ungió a Eliseo, indirectamente ungió a
los otros.
Debido a que Eliseo contaba con la
ayuda de otros once hombres al arar (quizás los criados de su padre, v. 19),
sugiere que procedía de una familia acomodada. ¿Ha notado en la Biblia que por
lo general Dios llama a personas muy ocupadas? Moisés estaba pastoreando las
ovejas; Gedeón estaba trillando el trigo; Pedro, Santiago y Juan estaban muy
atareados en su negocio de pesca; Nehemías era el copero del rey. Dios no tiene
lugar para gente ociosa. Sin duda, Eliseo dio muestra de fe y rendición al dejar
a su familia y hogar, y la riqueza que tal vez heredaría. Permaneció en un
segundo plano hasta la ascensión de Elías (2 R 2), en cuyo momento asumió el
ministerio. El ministerio de Elías fue de «terremoto, fuego y viento»; pero
Eliseo ministraría como «el silbo apacible y delicado». Por supuesto, también
habría juicios en su ministerio ya que el pecado siempre debe juzgarse.
Esta experiencia en la vida de
Elías es una buena advertencia contra el desaliento y el desánimo.
Cuando sintamos que no hemos logrado
nada, Dios nos revela que nos ha usado más de lo que nos damos cuenta. Es
peligroso pensar que somos los únicos que tenemos la verdad. Por supuesto,
hubiera sido mejor si los siete mil «ocultos» hubieran asumido su posición
junto con el profeta. Es probable que la actitud de amargura de Elías acortó su
ministerio. La mejor solución para el desaliento está en Isaías 40.31: esperar
en el Señor.
20–22
Acab ha quedado en la historia
como el más perverso rey que Israel jamás tuvo (véanse 1 R 16.29–33 y 21.25–26).
Su esposa pagana, Jezabel, lo gobernaba detrás de la escena e hizo que la
adoración a Baal fuera la religión oficial de la tierra. Acab «se había vendido
para hacer lo malo» (21.20, 25). En estos capítulos vemos sus pecados y su
juicio final de parte de Dios.
I. LA DEFENSA DE ACAB (20)
A. EL DESAFÍO (VV. 1–12).
El rey de Siria trajo su numeroso
ejército, ayudado por otros treinta y dos reyes, y amenazaba a Samaria. Sus
mensajeros exigieron la riqueza y la familia del rey, y Acab accedió obedecer. Pero
cuando quisieron el privilegio de saquear su palacio, este se negó. Acab trató
de dárselas de valiente, pero sabía que el fin estaba cerca. Si hubiera andado
con Dios, podía haberle entregado este problema a Él, pero Baal fue incapaz de
librar al rey.
B. LA CONQUISTA (VV. 13–30).
El Señor intervino para salvar al
rey y a su pueblo, no porque Acab lo mereciera (porque de seguro no lo
merecía), sino porque Dios tenía causa contra Siria y el tiempo de su juicio
había llegado. El profeta anónimo le dio el mensaje al aterrorizado rey (v. 13)
y la respuesta inmediata de Acab en el versículo 14 indica que creyó en el
mensaje. Acab no era un hombre de fe, pero se aferraba a la última esperanza
que se le ofrecía. De inmediato, obedeció a la Palabra del Señor y envió a su
pequeño ejército a enfrentarse a los numerosos ejércitos de los sirios. Dios
les dio a los israelitas una gran victoria; entonces el rey mismo salió para
hacerse cargo de la batalla y finalizarla en gran gloria. Los sirios
concluyeron que el Dios de Israel podía ganar victorias en las colinas, pero no
en los valles y llanuras, de modo que planearon otra invasión para el año
siguiente. Una vez más Dios, en su misericordia, envió un mensaje de esperanza
al malvado rey y el Señor le dio a Israel otra tremenda victoria.
C. EL COMPROMISO (VV. 31–43).
Lo que Satanás no pudo lograr con
la fuerza, lo hizo con artimañas; porque llevó a Acab a un impío compromiso con
el enemigo. El rey enemigo y sus siervos pretendieron arrepentirse y humillarse
ante el orgulloso Acab, y el vanidoso rey cayó en la trampa: «¡Es mi hermano!»,
dijo de Ben-adad, su enemigo. Los dos reyes hicieron un pacto de paz y Acab
envió a Ben-adad vivo en abierta desobediencia a la Palabra de Dios. El profeta
anónimo, con su cara golpeada por su amigo, esperó para ver al rey y anunciar
el veredicto del juicio divino. Al contar la historia del prisionero que
escapó, el profeta consiguió que el rey Acab confesara su culpa y dictara su
sentencia. (Natán usó este mismo método con David, 2 S 12.) Acab mismo moriría
junto con muchos de su pueblo debido a que rehusó seguir la dirección de Dios.
Por favor, tenga presente que Dios
libró por completo a Israel de sus enemigos por su gracia; el rey no lo
merecía, ni tampoco el pueblo. Dios había ya decretado que Acab sería
asesinado, no por Benadad, sino por Hazael (19.15–17), así que el tiempo no era
el apropiado. Dios cumplirá su Palabra y no está apurado para cumplir su
voluntad, porque en su misericordia les da a los hombres tiempo para arrepentirse.
II. EL ENGAÑO DE ACAB (21)
A. EL PECADO (VV. 1–16).
El corazón del malo codicia
constantemente cosas e incluso el rey no está satisfecho de su vacía idolatría.
Ahora codicia la viña de su prójimo y «se molesta» porque su prójimo no quiere
desobedecer la Palabra de Dios y dársela (véanse Lv 25.23 y Nm 36.7). La reina
Jezabel resuelve el problema presentando falsos testigos contra Nabot,
falsificando cartas a nombre de su esposo y ocultando todo el complot bajo el
disfraz de ayuno religioso. Nabot, un inocente, fue apedreado hasta morir sólo
para satisfacer la codicia del rey Acab y su esposa adoradora de Baal.
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo
conocerá?» (Jer 17.9).
B. EL JUICIO (VV. 17–29).
Dios sabía todo lo que había
ocurrido y envió a Elías a arreglar el asunto con el perverso rey. «¿Me has
hallado?», preguntó Acab, y esto nos recuerda a Números 32.23: «Sabed que
vuestro pecado os alcanzará». Elías anunció destrucción para la casa de Acab y
al poco tiempo sus profecías se hicieron realidad (2 R 9–10). Acab «se había
vendido para hacer lo malo» y por consiguiente tenía que aceptar la paga que se
había ganado. El rey se humilló ante el Señor (si fue sincera o hipócritamente,
no lo sabemos), así que el Señor pospuso el juicio.
III. LA DERROTA Y MUERTE DE ACAB (22)
Acab no derrotó a Siria cuando
tuvo la oportunidad, así que el enemigo volvió a atacarle y al final le mató.
De manera similar el rey Saúl falló al no destruir a los amalecitas y uno de
sus jóvenes le mató. Puesto que la hija de Acab estaba casada con el hijo del
rey Josafat (2 Cr 21.1–7), no sorprende su alianza con Acab para esta batalla.
Nótese que el rey Josafat quería saber la voluntad de Dios respecto a la
batalla, así que indagó de los profetas que ministraban a Acab.
Por supuesto, los profetas paganos
en su ceguera complacieron los deseos de los dos reyes y prometieron victoria.
Pero las promesas sonaban huecas; Josafat quería oír a un profeta del Señor.
Micaías era el único disponible (y
estaba preso), de modo que enviaron por él y le pidieron su mensaje.
En santo sarcasmo Micaías hizo eco
de las promesas de los profetas paganos, pero el rey sabía que fingía. ¿No es
extraña la manera en que el perdido quiere oír del Señor, pero sin embargo no
quiere oír la verdad y obedecerla? Micaías dijo la verdad: se estaban usando a
los profetas paganos para decir mentiras, porque el rey Acab moriría en la
batalla e Israel sería esparcido. ¿Qué recibió el fiel profeta por su
ministerio? Pan y agua en la prisión. Pero fue fiel al Señor y eso era lo que
contaba.
Acab pensó evadir la muerte
disfrazándose, porque los soldados buscarían primero al rey. (Pablo sigue esta
idea en Efesios 6 al advertirnos a no luchar contra sangre y carne, sino a
batallar contra Satanás mediante la oración y la Palabra. Una vez que se
derrota al rey, el resto es fácil.) Josafat entró en la batalla vestido con sus
atuendos reales y el Señor le protegió, pero a Acab con su disfraz lo mataron.
El versículo 34 indica que el soldado disparó la flecha sin siquiera apuntar y
sin embargo el Señor le dirigió al blanco apropiado. Cuando viene el juicio del
Señor, ninguna artimaña ni disfraz protegerá al pecador. Israel perdió la
batalla y también a su rey.
Al rey lo sepultaron en Samaria;
el carro lleno de sangre lo lavaron en el estanque; y los perros lamieron la
sangre, tal como Dios lo prometió (20.42 y 21.19). Ocozías, el perverso hijo de
Acab, reinó en su lugar y la nación siguió su curso de pecado.
El rey Acab fue un gran soldado que podía haber
llevado a Israel a la victoria y la paz si hubiera seguido al Señor en verdad,
pero su alianza con la adoración a Baal y la perversa influencia de su esposa
impía, le trajeron la derrota. Acab experimentó la bondad de Dios en las
victorias militares y sin embargo rehusó someterse a la ley. Se humilló
externamente cuando se anunció el juicio e incluso entonces recibió una
«dilación en su ejecución», pero su superficial arrepentimiento no duró. Los
tres años y medio de sequía y la gran demostración de la gloria de Dios en el
monte Carmelo no ablandaron su duro corazón. Se «había vendido para hacer lo
malo» y no quiso arrepentirse. Oyó a uno de los más grandes profetas de la
historia del AT, Elías, y sin embargo no se arrepintió. Sus veintidós años de reinado
sólo alejaron más a la nación de Dios