1–5
Describe
el reinado del rey *David, empezando con la guerra civil que siguió a la muerte
de Saúl. David estableció a *Jerusalén como su capital.
Este libro es la
historia del reinado de David. Relata sus victorias, el aumento de la
prosperidad de Israel y la reforma que hizo del estado de la religión. Junto
con estos hechos se registran los pecados aborrecibles que cometió y los
problemas familiares y públicos con que fue castigado. Aquí hallamos muchas
cosas dignas de imitar, pero muchas quedan escritas como advertencia.
La historia del
rey David se da en la Escritura con mucha fidelidad, de la cual se revela que
era un hombre bueno y grande, para quienes ponen en la balanza sus muchas
virtudes y cualidades excelentes, y sus faltas.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 2ª Sam:
7: 13: Simiente De David.
Estos capítulos describen los
acontecimientos que conducen a la coronación de David como rey de Israel. Usted
querrá leer los relatos paralelos en 1 Crónicas 10.1–14; 11.1–19 y 14.1–8.
I. DAVID LAMENTA LA MUERTE DE SAÚL
(1)
Alguien menos santo se hubiera
regocijado de la muerte del enemigo, pero David era un hombre conforme al
corazón de Dios y sintió profundamente la tragedia del pecado de Saúl. Por
supuesto, Jonatán, el querido amigo de David también había muerto; el pecado de
un padre desobediente trajo juicio sobre gente inocente. En nuestro estudio de
1 Samuel ya hemos notado las lecciones de la muerte de Saúl, pero sería
provechoso considerar algunos otros detalles.
Nótese que un amalecita trajo las
noticias y se adjudicó de que al final quitó la vida a Saúl. Si Saúl hubiera
obedecido a Dios en 1 Samuel 15 y matado a todos los amalecitas, esto no hubiera ocurrido. El pecado que no
eliminamos es el que nos eliminará. Véanse Deuteronomio 25.17–19.
La lamentación de David es
conmovedora; Véanse Proverbios 24.17. Este «Canto del arco» [como algunos le
llaman] se conecta con el uso que Jonatán hizo del arco (1 S 20.20). No hay
palabras desagradables acerca de Saúl en este canto. La principal preocupación
de David era que al ungido del Señor dieron muerte y la gloria del Señor se
había reducido. Estaba ansioso de que el enemigo no salvo no se regocijara por
la victoria. «¡Cómo han caído los valientes!» es su tema (vv. 19.25, 27). En 1 Samuel
10.23 Saúl «era más alto» que todos los demás hombres, ¡pero ahora había caído
más bajo que el enemigo!
II. LOS CONFLICTOS DE DAVID CON
LA FAMILIA DE SAÚL (2–4)
Ahora empezamos las «intrigas
políticas» que plagaron a David durante toda su vida. Aun cuando David buscaba
la mente de Dios, no podía escaparse de los complots y planes de otros; y
debido a que estaba endeudado con estos hombres, era difícil oponérseles. La
marcha de David hacia el trono fue difícil.
A. EL ASESINATO DE ASAEL (CAP. 2).
Joab, Abisai y Asael eran hijos de
Sarvia, la media hermana de David (1 Cr 2.16; 2 S 17.25). Así, eran sobrinos de
David y valiosos en su ejército. David primero reinó sobe Judá, su propia
tribu, con su capital en Hebrón. Sin embargo, Abner, comandante del ejército de
Saúl, había hecho a Is-boset, hijo de Saúl, rey sobre las demás tribus. Reubicó
la capital al otro lado del Jordán, en Mahanaim, para protegerse a sí mismo y
al nuevo rey de los hombres de David.
Por supuesto, Abner tenía un
interés personal en la casa de Saúl, puesto que era su primo (1 S 14.50). Le
convenía que Is-boset reinara, pero al coronarlo se rebelaba deliberadamente
contra la Palabra de Dios. Dios dejó bien en claro que David solo debía reinar
en Israel. Tal vez los cristianos de hoy son como los judíos de aquel día: le permitimos
a nuestro Rey que reine sólo sobre una parte de nuestras vidas y el resultado
es conflicto y tristeza. El asesinato de Asael a manos de Abner fue el preludio
de una «larga guerra» entre los dos reyes (3.1). Como veremos, los dos hermanos
restantes vengaron su muerte, para tristeza de David.
B. EL ASESINATO DE ABNER (CAP. 3).
Las muchas esposas de David fueron
escogidas en directa violación de Deuteronomio 17.15–17.
Algunos estudiosos creen que esta
expresión de la lujuria de David a la larga le llevó al sinnúmero de problemas
familiares de sus últimos días. Amnón violó a su media hermana Tamar (cap. 13);
Absalón se rebeló contra David y trató de apoderarse de la corona (caps.
13–18); y Adonías trató de arrebatarle el reino a Salomón (1 R 1.5). Abner
tenía problemas con la lujuria también; porque tomó una de las concubinas de
Saúl y cayó en desgracia ante el rey pretendiente. Esto condujo a una ruptura
entre Abner e Is-boset. Abner trató de llegar a un acuerdo pacífico con David,
pero los «hijos de Sarvia» tramaron en su contra y le mataron (vv. 26–30). Aun
cuando Joab fue el que en realidad lo mató, es probable que su hermano estaba
involucrado en los planes.
Las manos de Joab se mancharon de
sangre antes de que le llegara su muerte; porque no sólo mató a Abner, sino
también a Absalón (2 S 18.14) y a Amasa (2 S 20.10). David le pidió a su hijo
Salomón que castigara a Joab y así lo hizo (1 R 2.5–6, 28–34). Es difícil saber
cuán diferente hubiera sido si Abner hubiera vivido. Sin duda Joab tenía poder poco
común sobre David, en particular después de que ayudó al rey en su complot
homicida contra el inocente Urías (11.14). Nótese, sin embargo, la piadosa
conducta de David en el asunto de la muerte de Abner.
C. EL ASESINATO DE IS-BOSET (CAP. 4).
Este fue el punto decisivo: cuando
Is-boset murió el camino quedó abierto completamente para que David reinara
sobre toda la nación. No obstante, debe notarse que David no aprobó el método
que los hijos de Rimón usaron e hizo matar a los asesinos debido al crimen
cometido. David sabía que Dios podía elevarlo al trono; no haría ningún mal
para que le vengan bienes (Ro 3.8). Estos tres homicidios muestran que el
camino de David al trono fue sangriento. ¡Qué contraste con nuestro Salvador,
quien derramó su sangre y no la de otros para obtener su trono! Véanse en 1
Crónicas 22.8 la evaluación de Dios en cuanto a la carrera de David.
III. DAVID LLEGA AL TRONO DE SAÚL
(5)
David reinó siete años en Hebrón
sobre la tribu de Judá; ahora iba a reinar treinta y tres años sobre toda la
nación, para un total de cuarenta años. Este es el tercer ungimiento de David:
Samuel le ungió en su casa en Belén y los hombres de Judá le ungieron en Hebrón
(2.4). Véanse en el Salmo 18 el canto de victoria de David después que Dios
derrotó a todos sus enemigos y le dio paz. Este es un buen salmo para leer
cuando se está en problemas, porque muestra cómo el Señor nos saca y nos
conduce a un lugar de mayor bendición. No cabe duda de que David no disfrutó de
sus muchas pruebas, pero podía mirar hacia atrás y dar gracias a Dios por
ellas.
El rey necesitaba ahora una nueva
capital y escogió Jerusalén. Esta fortaleza no se había capturado antes (Jos
15.63; Jue 1.21) y los jebuseos eran arrogantes y desafiaron a David a que los
atacara. «¡Los cojos y los ciegos te pueden derrotar!», se mofaron, pero David
y sus hombres convirtieron sus mofas en gritos de derrota. En 1 Crónicas 11.5–8
se nos narra que Joab fue el hombre que Dios usó para abrir la ciudad. Hay
quienes opinan que los hombres de David se deslizaron en la ciudad sin ser
notados a través del acueducto, pero algunos arqueólogos sostienen que el sistema de acueducto no estaba ubicado en ese punto. Parece claro
por el texto que David usó el túnel del agua como su medio para entrar y que
Joab llevó a cabo el plan maestro del rey.
No mucho después de que David se
estableciera en su ciudad volvieron sus viejos enemigos, los filisteos. Cuán
cierto es esto en nuestras vidas: Satanás espera por la «paz después de la
tormenta» para atacarnos de nuevo. David sabía que la voluntad del Señor era el
único camino a la victoria, de modo que de inmediato le consultó. Nótese que el
segundo ataque (vv. 22–25) fue diferente al primero y que David fue lo
suficientemente sabio como para buscar de nuevo la dirección de Dios. Dios le
guió en una nueva forma. Debemos tener cuidado de no guardar «copias carbón» de
la voluntad de Dios, sino buscarle de nuevo para cada nueva decisión.
Es cierto que la voluntad de Dios
era que David reinara sobre la nación entera, así como es su voluntad que
Cristo sea el Señor en todo en nuestras vidas. Cualquier parte que se deje
fuera de su voluntad va a rebelarse y causar problemas. Somos «huesos de sus
huesos y carne de su carne» (5.1; Ef 5.30) y debemos invitarle a reinar sobre nosotros.
Sólo así tendremos paz y victoria completas.
El camino de David al trono abarcó
muchos años y pruebas, pero a través de toda la jornada él puso a Dios primero
y nunca buscó venganza ni tomó represalias contra Saúl. Dios tuvo a bien que
David fuera protegido y promovido de acuerdo a su tiempo y su plan. Él hará lo
mismo por nosotros si sólo confiamos en Él.
6
Usted querrá leer 1 Crónicas 13,
15 y 16 mientras estudia este capítulo, puesto que dan información adicional
acerca de este hecho importante en la vida de David. El Salmo 132.1–6 nos
indica el intenso deseo de David de honrar al Señor trayendo el arca del pacto
de regreso a su lugar. Por casi veinte años el arca estuvo en Kiriat-jearim
(Baala de Judá, Véanse 1 S 6.21–7.2); de modo que David preparó una tienda
especial para ella en Jerusalén (1 Cr 15.1) e hizo los preparativos para el
regreso del arca sagrada a su lugar. Le llevó más de tres meses terminar la
tarea (6.11).
I. DAVID DESAGRADA AL SEÑOR
(6.1–11)
Sin duda que era un deseo noble de
parte de David traer el arca a Jerusalén, pero es posible tener «celo sin
conocimiento» y hacer una buena obra en una forma equivocada. Para empezar,
David no consultó al Señor; consultó con sus líderes políticos (1 Cr 13.1–4;
nótese 2 S 5.19, 23). Parece que su principal motivo fue unificar a la nación
bajo su gobierno antes que glorificar al Señor. Nótese en 1 Crónicas 13.3 que
David critica a Saúl por descuidar el arca. Tal vez esta declaración tenía algo
que ver con la conducta de la hija de Saúl, Mical, según se anota en 6.20.
Todos los líderes y la congregación estuvieron de acuerdo con el plan de David,
pero esto no garantiza que las acciones subsiguientes sean correctas.
La próxima equivocación de David
fue ignorar la Palabra de Dios. En lugar de pedir que los levitas llevaran el
arca en hombros (Nm 3.27–31; 4.15; 7.9; 10.21), siguió el ejemplo mundano de
los filisteos y puso el arca en un carro nuevo (1 S 6). Dios les permitió a los
filisteos usar este método puesto que no eran su pueblo del pacto, instruidos
en su Palabra. Pero que los judíos ignoraran el mandamiento divino e imitaran a
las naciones paganas era incitar el desastre. ¿Cuántos cristianos e iglesias
locales hoy «se conforman al mundo» (Ro 12.2) en lugar de «seguir el modelo»
dado por Dios desde el cielo? (Éx 25.40). Todo el pueblo estaba entusiasmado y
gozoso, pero esto no dice que el método sea correcto a los ojos de Dios. Israel
quería ser «como las otras naciones» (1 S 8.5) y esto los condujo a la
tragedia.
Naturalmente, a la larga el método
humano de hacer la obra de Dios falla: ¡los bueyes tropezaron y el arca corría
peligro de caer! Esto llevó a un tercer error: un hombre que no era levita tocó
el arca (Véanse Nm 4.15). Dios tuvo que juzgarlo de inmediato o de otro modo
sacrificar su gloria y permitir que se violara su Palabra. La reacción de David
a este repentino juicio revela que su corazón no andaba del todo bien con Dios
en el asunto; porque primero se encolerizó, luego temió. En lugar de detenerse
y buscar la voluntad de Dios para descubrir la razón del juicio, David detuvo
la procesión y rápidamente se deshizo del arca. En 1 Crónicas 26.1–4 se indica
que la familia de Obed-edom pertenecía a la familia levítica y podía cuidar el
arca sin peligro.
¡Un error condujo a otro! Cuán importante
es determinar la voluntad de Dios y luego seguirla para realizar esa voluntad.
II. DAVID MUESTRA SU CELO
(6.11–19)
Durante el ínterin de tres meses,
David sin duda examinó su corazón y confesó sus pecados. Se volvió a la ley
para descubrir las instrucciones de Dios para transportar el arca (1 Cr 15.1–2,
12–13).
Dios estaba bendiciendo la casa de
Obed-edom y David quería la bendición para toda la nación. Esta vez preparó la
tienda y también cuidó de que los levitas estuvieran debidamente aptos para la
tarea.
Se piensa que el Salmo 24 quizás
se compuso para celebrar este acontecimiento. Por 1 Crónicas 16.7 descubrimos
que el Salmo 105 también brotó de este feliz acontecimiento. Dios usó a David para
dar expresión al gozo de su corazón y este canto glorificó al Señor. El rey
dejó a un lado sus vestidos reales y dirigió la procesión en los humildes
atuendos de los levitas. Los levitas dieron seis pasos y se detuvieron,
esperando para ver si el Señor los aceptaba; al no venir juicio, ofrecieron sacrificios
y luego emprendieron el resto del camino hasta Jerusalén.
Es obvio que la «danza» de David
delante del Señor fue una expresión espontánea de su alegría porque se le
devolvía al pueblo el arca de Dios. ¿Era indigno que David actuara así? ¡Sin
duda que no!
Aun cuando sus acciones no se nos
dan como ejemplo a seguir, no nos atrevemos a ir al otro extremo y excluir
todas las expresiones de gozo y alabanza en nuestra adoración al Señor. Aun
cuando algunos creyentes pueden llevar tales actividades a extremos, otros
pueden ser culpables de entristecer al Espíritu debido a una falsa sobriedad.
Por último, la «danza» de David no es en ninguna manera excusa para el «baile»
moderno; porque sus acciones las hizo delante del Señor para glorificarle.
David bendijo al pueblo y les dio
regalos para celebrar el regreso del arca. Años antes «la gloria se había
retirado»; ahora Jehová de los Ejércitos (Dios de los ejércitos) estaba de
nuevo en medio de su pueblo. ¡No es de extrañarse que David se alegró!
III. DAVID DISCIPLINA A SU ESPOSA
(6.20–23)
Hemos notado antes que Mical, la
hija de Saúl, nunca fue una esposa apropiada para David.
Pertenecía a la familia de Saúl y
nunca dio muestras de fe en el Dios de Israel. En 1 Samuel 19.13 se indica que
adoraba ídolos. David no la tomó por esposa por dirección del Señor; la «ganó»
al matar a Goliat (1 S 17.25) y al cumplir los homicidas requisitos impuestos
por Saúl (1 S 18.17–27). Esta alianza vitalicia con la familia de Saúl trajo
problemas desde el mismo inicio, como ocurre con todas las alianzas impías (2
Co 6.14–18). El conflicto entre David y Saúl es una ilustración de la batalla
entre la carne y el Espíritu, y el que David se uniera a Mical significaba
someterse a la carne.
Requiere poca imaginación ver por
qué Mical menospreció a su esposo. Sin duda su actitud de pecado había estado
creciendo en su interior por años. Estaba resentida por haberse casado con el escudero
de su padre como «premio» por la victoria y porque David tenía otras esposas
(véanse 3.2–5; 5.13–16), las cuales fueron escogidas después que ella se casó
con David. Su padre murió de forma vergonzosa y su enemigo ahora reinaba
victoriosamente sobre todo Israel. Por supuesto, debajo de todas estas razones
yace la razón básica: era un incrédula que no comprendía ni apreciaba las cosas
del Señor (1 Co 2.14–16). Quería que David mostrara su poder real con gran
pompa y ceremonia; él prefirió tomar su lugar con el pueblo común y glorificar
a Dios.
Sus ásperas palabras a David
después de un gran tiempo de alabanza deben haberle herido profundamente. Por
lo general, Satanás tiene una «Mical» que nos sale al encuentro cada vez que hemos
estado regocijándonos en el Señor y procurando glorificarle. Las perversas
palabras de ella revelan su corazón perverso y David sabía que tenía que
resolver el asunto. «¡Si tu mano es tropiezo, córtala!» David debe haberse dado
cuenta de que Mical nunca le ayudará en la obra del Señor; por consiguiente, la
echó a un lado y rehusó darle los privilegios del matrimonio. Que una mujer
judía muriera sin hijos era, por supuesto, una gran vergüenza para ella. David
respondió a la necia de acuerdo a la necedad de ella (Pr 26.5).
Cuando otros nos critican y
sabemos que nuestro corazón y motivos son correctos, no debemos desalentarnos.
Si David hubiera sido como algunos santos, hubiera dicho: «¡Está bien, ya no
serviré más al Señor! ¡Ni siquiera mi esposa lo aprecia!» No; en lugar de eso
hallamos en el siguiente capítulo que David planeaba hacer aun más y construir
un templo para el Señor. Este es el espíritu apropiado para el cristiano,
honrar al Señor sin tener en cuenta los obstáculos que Satanás nos ponga en el camino.
7
Dos frases en este capítulo
resumen la lección principal: «tu linaje» (v. 12) y «tu trono» (v. 16). Este pacto
davídico (dado también en 1 Cr 17) es importante en el programa de Dios, porque
en él Dios promete ciertas bendiciones especiales a la nación judía mediante
David. En su pacto con Abraham (Gn 15) Dios prometió una simiente, una tierra y
una bendición para todas las naciones a través de Israel.
En este pacto Dios revela que el
Mesías prometido vendría por medio de la línea de David (Ro 1.3) y gobernaría
desde el trono de David sobre el reino mesiánico prometido.
I. UN PROPÓSITO NOBLE (7.1–3)
Los días del exilio y peligro
habían terminado, y David disfrutaba del descanso y la bendición en su casa. El
rey estaba conversando con el profeta Natán y hablaban sobre las cosas del
Señor.
David siempre amó la casa de Dios
(Sal 132) y su deseo era edificar una hermosa casa para Él. Dios no se lo iba a
permitir (1 Cr 22.8), pero reconoció el amor de David tocante al deseo de su
corazón (1 R 8.18). Natán no sabía la voluntad expresa de Dios al respecto, de
modo que sólo elogió a David y le animó a que hiciera lo que tenía en su
corazón. David y Natán tenían su corazón abierto a la dirección de Dios; y,
cuando el Señor hablaba, escuchaban y obedecían. Debemos siempre alentarnos
unos a otros en los asuntos espirituales y estimularnos a las buenas obras (Heb
10.24–25).
David era en realidad «hombre
conforme al corazón de Dios», porque tenía la Palabra de Dios y la casa de Dios
profundamente en su corazón. ¡Ojalá que más personas del pueblo de Dios sean
como él!
II. UNA PROMESA MARAVILLOSA
(7.4–17)
Natán debe haber estado meditando
en la Palabra «en la noche» (Sal 119.55) cuando Dios le habló.
¡Con cuánta frecuencia Dios nos
habla cuando es oscuro! Véanse Génesis 15. «Me has visitado de noche» (Sal
17.3). Dios le dio a Natán un mensaje para el rey y este involucraba varios
factores importantes.
A. LA GRACIA DE DIOS (VV. 5–10).
¡Cuánta gracia la de Dios al
«habitar en una tienda» desde que la nación salió de Egipto! No pidió ningún
templo elaborado, como los que albergaban a los dioses de Egipto. No; se
«humilló a sí mismo» y moró en el tabernáculo, viajando con su pueblo y yendo
delante de ellos para abrirles el camino. Juan 1.14 dice: «Y aquel Verbo
[Cristo] fue hecho carne, y habitó [hizo
su tabernáculo] entre nosotros».
Otra evidencia de la gracia de
Dios fue la manera en que trataba a David. Dios le llamó de los potreros y le
puso en el trono. Dios le dio la victoria sobre todos sus enemigos. Dios trajo
a Israel al lugar de bendición y no se mudaría de nuevo (v. 10, donde los
verbos deben leerse en tiempo pasado: «Yo he fijado lugar»).
B. EL PROPÓSITO DE DIOS (VV. 11–16).
Por favor note que la palabra
«casa» tiene un doble significado en este pasaje: (1) una casa material, el
templo, v. 13; y (2) una casa humana, la familia de David, vv. 11, 16, 19, 25,
27, 29. Se acostumbra a referirse a la familia real como una «casa», tal como
la «Casa de Windsor» en Gran Bretaña. David quería edificar para Dios una casa
de piedra, pero Dios iba a edificarle a David una casa real, una familia que
reinaría en su trono.
Los términos de este pacto son
importantes porque incluyen los propósitos de Dios al enviar a Jesucristo al
mundo. Debemos notar primero que una parte de este pacto se cumplió en Salomón,
el sucesor de David en el trono; Véanse 1 Crónicas 22.6–16. Dios en efecto puso
a Salomón en el trono, a pesar de los perversos complots de otros en la
familia, y capacitó a Salomón para que construyera el hermoso templo. Cuando
Salomón y sus descendientes pecaron, Dios cumplió su promesa (v. 14) y los castigó;
Véanse Salmo 89.20–37. Debe notarse también que hay algunos asuntos en este
pacto aplicables sólo a Jesucristo. Dios afirma que el trono sería para siempre
(v. 13) y que la casa y el reino de David serían para siempre (v. 16). Pero
David no tiene un descendiente sobre su trono hoy. Es más, no hay trono en
Jerusalén. ¿Acaso Dios no cumplió sus promesas? Dios afirma en el Salmo
89.33–37 que nunca quebrantaría su pacto con David, aun cuando podría castigar
a los hijos de David.
El cumplimiento final de estas
promesas se halla en Jesucristo. Lea con cuidado el mensaje del ángel a María
en Lucas 1.28–33 y note que Dios le promete a Cristo el trono y el reino de
David.
Algunos «espiritualizan» estos
versículos y los aplican a la iglesia de hoy; pero si el resto del mensaje del
ángel se ha de tomar literalmente, ¿qué derechos tenemos para espiritualizar el
trono y el reino? Guiado por el Espíritu Zacarías afirma con claridad que
Cristo cumplirá los pactos hechos a los padres (Lc 1.68–75). Estamos
convencidos de que Cristo cumplirá este pacto davídico cuando se siente en el trono
de David y reine durante el reino milenial (Ap 20.1–6). Es entonces que se
cumplirán todas las grandes promesas del reino en los profetas del AT. Los
apóstoles, en Hechos 15.13–18, comprendieron que Dios edificaría casa
(tabernáculo) a David otra vez después
que Dios haya acabado de visitar a los gentiles y llamar pueblo para su
nombre (la Iglesia).
III. UNA ORACIÓN HUMILDE
(7.18–29)
David recibió el mensaje de Natán
y se fue a orar, pidiéndole a Dios que cumpla su Palabra (vv. 28–29). Cuánto
más recibiríamos de lecciones y sermones si sólo pasáramos tiempo con Dios
después y «oráramos respecto al mensaje».
Dios disfruta dándole a sus hijos
«más abundantemente de lo que pedimos o entendemos». David pidió permiso para
construir un templo terrenal; ¡Dios respondió prometiéndole un reino eterno!
Este tremendo acto de la gracia postró en humildad a David ante el Señor, y en
su oración el rey alaba la grandeza del Señor. Se percató de la privilegiada
posición de Israel (vv. 22–24). ¡Ojalá que el pueblo de Dios hoy comprendiera
cuán grande es Dios y qué grandes cosas ha hecho por los suyos! Sin embargo, la
preocupación de David no era que su nombre sea alabado, sino que sea
magnificado el nombre del Señor (v. 26; Véanse Flp 1.20–21). «Tú has hablado;
¡ahora cumple tus promesas!», oró David. Como Abraham, David estaba «plenamente
convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido»
(Ro 4.21).
¿Se decepcionó David porque Dios
no le permitió construir la casa? Tal vez, sin embargo no era importante que él
fuera su constructor, sino que hiciera la voluntad de Dios y que el nombre del
Señor fuera glorificado.
9
Este capítulo presenta una
conmovedora ilustración de la salvación que tenemos en Cristo. La manera en que
trató David a Mefi-boset es sin duda la de «un varón conforme al corazón de
Dios».
I. MEFI-BOSET: EL PECADOR PERDIDO
A. NACIÓ EN UNA FAMILIA RECHAZADA.
Como hijo de Jonatán, Mefi-boset
era miembro de una familia rechazada. Era hijo de un príncipe, sin embargo
vivía dependiendo de otros lejos de Jerusalén. Cada pecador perdido hoy nace en
pecado, nace en la familia de Adán y por tanto está bajo condenación (Ro 5.12;
Ef 2.1–3).
B. SUFRIÓ UNA CAÍDA Y NO PODÍA CAMINAR.
Mefi-boset era cojo de ambos pies
(v. 3, 13) y por tanto no podía caminar. Todas las personas hoy son pecadores
debido a la caída de Adán (Ro 5.12) y no pueden caminar como para agradar a
Dios. En lugar de andar en obediencia, los pecadores andan «siguiendo la
corriente de este mundo» (Ef 2.2). Tal vez traten de andar para agradar a Dios,
pero ningún esfuerzo propio ni buenas obras pueden salvarlos.
C. SE PERDÍA LO MEJOR.
Mefi-boset vivía en Lodebar, que
significa «no pastos». Esa es una descripción apropiada de este mundo presente:
no hay pastos, no hay lugar en donde las almas encuentren satisfacción. Los
pecadores están hambrientos y sedientos, pero este mundo y sus placeres no los
pueden satisfacer.
D. HUBIERA PERECIDO SIN LA AYUDA DE DAVID.
Nunca hubiéramos oído de
Mefi-boset si no fuera por los pasos de gracia que David dio para salvarlo. Su
nombre se escribió en la Palabra de Dios porque David extendió su mano y le
ayudó.
El pecador perdido está en una
situación trágica. Ha caído; no puede andar como para agradar a Dios; está
separado de su hogar; está bajo condenación; no puede auxiliarse a sí mismo.
II. DAVID: EL SALVADOR DE GRACIA
A. DAVID DA EL PRIMER PASO.
¡La salvación es del Señor! Él debe
dar los primeros pasos, porque el pecador perdido por naturaleza nunca buscará
a Dios (Ro 3.10–12). David envió por el pobre Mefi-boset, así como Dios envía a
Cristo a esta tierra para «buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19.10).
B. DAVID ACTUÓ POR AMOR A JONATÁN.
Esto brotó del pacto de amor que
David hizo con Jonatán años antes (1 S 20.11–23). David nunca había visto a
Mefi-boset, sin embargo le quiso por amor a Jonatán. No somos salvos por
nuestro mérito; somos salvos por amor de Cristo. Por Él se nos perdona (Ef
4.32). Somos «aceptos en el Amado» (Ef 1.6). Fue una parte del «pacto eterno»
(Heb 13.20–21) que el Padre salvaría por causa de Jesús a todos los que
confiaran en el Salvador.
C. FUE UN ACTO DE BONDAD.
En el versículo 3 David lo llama
«misericordia de Dios». Cristo muestra su misericordia al salvarnos (Ef 2.7;
Tit 3.4–7). El trono de David era un trono de gracia, no de justicia.
Mefi-boset no tenía nada que demandarle a David; no tenía ningún caso que
presentar. Si hubiera comparecido ante el trono pidiendo justicia, hubiera
recibido condenación.
D. DAVID LE LLAMÓ PERSONALMENTE Y ÉL VINO.
David envió a un criado para que
le trajera (v. 5), pero el criado hizo más de lo pedido para complacer al rey.
Nadie es salvo por un predicador ni un evangelista; todo lo que el siervo puede
hacer es guiar al pecador a la presencia de Cristo. Nótese cómo Mefi-boset cayó
postrado humildemente ante David, porque sabía su lugar como condenado. Con
cuánta ternura David dijo: «Mefi-boset».
E. DAVID LE HIZO UNO DE SU FAMILIA.
Como muchos pecadores hoy,
Mefi-boset quería ganarse el perdón (vv. 6, 8), pero David le hizo hijo (v.
11). El hijo pródigo quería también ser un criado, pero nadie puede ganarse la
salvación (Lc 15.18–19). «Amados, ahora somos hijos de Dios». Véanse 1 Juan
3.1–2 y Juan 1.11–13.
F. DAVID LE HABLÓ EN PAZ.
«No temas» fueron las palabras de
gracia de David al tembloroso tullido; y «no temas» es lo que Cristo le dice a
cada pecador que cree. «Ahora, pues, ninguna condenación hay» (Ro 8.1).
Mediante la Palabra de Dios ante nosotros y el Espíritu de Dios dentro de
nosotros, experimentamos paz.
G. DAVID PROVEYÓ PARA TODAS SUS NECESIDADES.
Mefi-boset no viviría más en el
«no pastos»; porque ahora comería diariamente a la mesa del rey.
Todavía más, el siervo Siba y sus
hijos serían criados de Mefi-boset. Y David le dio a Mefi-boset toda la
herencia que le pertenecía. Así Cristo satisface las necesidades espirituales y
materiales de su familia. Él nos ha dado una herencia eterna (Ef 1.11, 18, 1 P
1.4; Col 1.12). Si Él nos diera la herencia que nos corresponde, ¡iríamos al
infierno! Pero en su gracia ha escogido que participemos con Él de su herencia,
porque somos «coherederos con Cristo» (Ro 8.17).
H. DAVID LE PROTEGIÓ DE JUICIO.
En 2 Samuel 21.1–11 vemos que Dios
envió una hambruna a la tierra para castigar a su pueblo.
Cuando David buscó la voluntad de
Dios, llegó a ser evidente que la hambruna vino debido a la perversa manera en
que Saúl trató a los gabaonitas. En la Biblia no hay constancia de la manera
exacta en que Saúl los trató, pero como Israel había hecho un tratado con este
pueblo (Jos 9), las acciones de Saúl estuvieron en directa violación a la
verdad y fueron un pecado contra Dios. Él esperó muchos años para revelar este
pecado y enviar juicio: «Sabe que vuestro pecado os alcanzará». Véanse Éxodo
21.23–25. No nos toca a nosotros en esta edad de gracia juzgar a estas personas
por pedir el sacrificio de siete descendientes de Saúl; es suficiente que Dios
permitiera que esto ocurriera. Nótese que con toda intención David libró a
Mefi-boset (v. 7). Había otro Mefi-boset entre los descendientes de Saúl (v.
8), ¡pero David sabía la diferencia! Hay muchos hoy que profesan ser hijos de
Dios y tal vez no siempre podamos encontrar la diferencia; pero cuando venga el
día del juicio, Dios revelará quiénes son realmente suyos.
Por supuesto, mientras estudiamos
esta ilustración, debemos tener presente que la salvación que tenemos en Cristo
suple «mucho más». David rescató a Mefi-boset del peligro físico y suplió sus necesidades
físicas, pero Cristo nos ha salvado del infierno eterno y todos los días suple
nuestras necesidades físicas y espirituales. No somos hijos de algún rey
terrenal; somos los mismos hijos de Dios.
En 2 Samuel 16.1–4 se ilustra esta
diferencia. Cuando David huyó de Jerusalén durante la rebelión de su hijo
Absalón, Siba el sirviente le salió al encuentro e hizo una acusación contra
Mefi-boset.
David la creyó y precipitadamente
le dio al siervo toda la tierra de Mefi-boset. Sin embargo, cuando David
regresó más tarde a Jerusalén, encontró a Mefi-boset y se enteró de la verdad
(2 S 19.24–30).
Siba mintió. Prometió suplir un
animal para que Mefi-boset lo usara para escapar con David, pero no cumplió su
promesa. Siba calumnió a un hombre inocente y David le creyó al calumniador.
Por supuesto, esto nunca puede ocurrir entre el creyente y Jesucristo. «¿Quién
acusará a los escogidos de Dios. ¿Quién condenará?» (Ro 8.33–39). Satanás puede
acusarnos y calumniarnos, pero Cristo jamás cambiará su amor por nosotros ni
sus promesas.
Podemos ver en Mefi-boset la
actitud que el creyente debe tener respecto a la «venida del Rey».
¡Este cojo exiliado vivía para el
día en que el rey regresara! No pensaba en su comodidad; más bien esperaba y
oraba por el regreso de uno que le quería y le había rescatado de la muerte.
Tan contento estuvo Mefi-boset al regreso de David que hasta renunció a su
tierra.
11–12
La Biblia narra con franqueza los
pecados del pueblo de Dios, pero nunca para hacer aceptable el pecado. A
diferencia de los tantos llamados «libros fieles a la vida» de hoy, la Biblia
indica los hechos y muestra las lecciones, pero no deja nada para que la
imaginación se eche a volar. Hay algunas cosas «de las cuales es vergonzoso
hablar» (Ef 5.12) y los sucesos en este capítulo deben estudiarse con una mente
y corazón dirigidos por el Espíritu, «considerándote a ti mismo, no sea que tú
también seas tentado» (Gl 6.1).
I. DAVID Y
BETSABÉ (11. 1–4)
No fue un apasionado adolescente
el que se metió a propósito en este pecado, sino un hombre de Dios que había
llegado a la edad mediana. Es fácil ver cómo David cayó en este pecado:
(1) se sentía confiado
en sí mismo, después de disfrutar victorias y prosperidad;
(2) fue
desobediente, quedándose en casa cuando debería haber estado en el campo de
batalla;
(3) estaba
ocioso, acostado al atardecer;
(4) se dio a la
indulgencia, dando libertad a sus deseos cuando debería haber estado Auto-disciplinándose;
y:
(5) fue
descuidado, permitiendo que sus ojos vagaran y se rindieran a «los deseos de la
carne y los deseos de los ojos» (1 Jn 2.16). El soldado cristiano nunca debe
descuidar su armadura (Ef 6.10).
Santiago 1.13–15 describe
perfectamente el caso de David:
(1) sus deseos
fueron activados por la vista y fracasó al no contenerlos;
(2) el deseo
concibió el pecado en su imaginación;
(3) su voluntad
se rindió y esto le llevó al pecado;
(4) el resultado
de sus acciones fue la muerte.
No «vigiló y oró» como ordena
Mateo 26.41; ni tampoco trató con decisión a sus «ojos errantes» (Mt 5.29 y
18.9). David podía haber vencido esta tentación (porque no es pecado ser
tentado) acudiendo a la Palabra de Dios (Éx 20.14), o al considerar que Betsabé
era hija de un hombre y esposa de otro (v. 3). Es más, estaba casada con uno de
los soldados más valientes del ejército de David (23.39) y también era nieta de
Ahitofel, quien más tarde se reveló contra David y tomó partido del lado de
Absalón (23.34 y caps. 16–17).
David tenía ya muchas esposas y
Dios le hubiera dado más (12.8). Es en extremo malo que la historia de este
hombre piadoso quedó manchada para siempre «por la cuestión de Urías heteo» (1
R 15.5). Por supuesto, debemos admitir que la mujer participó de la culpa, pero
David, siendo el rey, de seguro tiene más culpa.
II. DAVID Y URÍAS (11.5–27)
«Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado» advierte Santiago 1.15.
Cuán ciertas son estas palabras en
la experiencia de David. En lugar de clamar al Señor y confesar su pecado, el
rey envió a llamar al marido y trató de engañarlo para que fuera a su casa.
Esto, por supuesto, hubiera cubierto el pecado. ¡Pero Urías era mejor hombre
que su rey y rehusó irse a su casa!
Compárese la indulgencia que se
dio David en los versículos 1–2 con la disciplina de Urías en el versículo 11.
Entonces, cuando este primer plan falló, David trató una nueva artimaña y
emborrachó al hombre. Pero incluso bajo la influencia del vino, ¡Urías era más
disciplinado que David cuando estaba sobrio!
El pecado seguía creciendo: David decidió
que mataran al hombre y luego tomar su mujer. Joab estaba más que dispuesto a
cooperar, puesto que esto le daría la oportunidad más tarde de aprovecharse del
rey. Urías llevó ese día al campo de batalla su sentencia de muerte. El plan
resultó y el bravo soldado murió en la batalla. David «fingió» y esperó hasta
que pasara la semana de duelo; luego se casó con la viuda. Algunos en el
palacio tal vez elogiaron en su mente a David por consolar a Betsabé, pero el
Señor pensaba de otra manera.
III. DAVID Y EL SEÑOR (12)
A. LA CONFESIÓN DE DAVID (VV. 1–14).
Pasó por lo menos un año durante
el cual David escondió su pecado. Léase en los Salmos 32 y 51 las descripciones
de los sentimientos de David durante ese difícil período. Se debilitó y se
enfermó físicamente; perdió su alegría; perdió su testimonio; perdió su poder.
Dios le dio a David mucho tiempo para que arreglara las cosas, pero él
persistió en esconder su pecado. Si se hubiera acercado al Señor en sincero
arrepentimiento, las cosas tal vez hubieran sido diferentes más adelante. Por
último, Dios envió a Natán, no con un mensaje de bendición como en el capítulo
7, sino con uno de convicción. ¡Qué fácil es convencerse de los pecados de
otros! Pero Natán sin temor le dijo a David: «¡Tú eres aquel hombre!»
Debemos elogiar a David por
inclinarse ante la autoridad de la Palabra de Dios y confesar su pecado. Podía
haber matado a Natán. (Nótese que David incluso llamó a un hijo Natán, 1 Cr
3.5; Lc 3.31.) Dios estaba listo para perdonar los pecados de David, pero no
podía impedir que aquellos pecados den «a luz la muerte» (Stg 1.15). La gracia
de Dios perdona, pero el gobierno de Dios debe permitir que los pecadores
cosechen lo que siembren. Véanse Salmo 99.8. «¡Debe pagar con cuatro tantos!»
David declaró el castigo respecto al hombre en la historia de Natán, así que
Dios aceptó su sentencia. La espada nunca se apartó de la casa de David: el
niño murió; Absalón mató a Amnón, quien violó a Tamar (cap. 13); luego Joab
mató a Absalón (18.9–17); y Benaía mató a Adonías (1 R 2.24– 25). ¡Cuatro
tantos! Añada a estas pruebas la horrible ruina de Tamar, el vergonzoso
tratamiento que Absalón dio a las esposas de David (12.11; 16.20–23), más la
rebelión de Absalón y verá que David pagó caro por unos pocos momentos de placer
lujurioso. Sembró lujuria y cosechó lo mismo; sembró homicidios y cosechó
homicidios, porque «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gl 6.7).
B. LA CONTRICIÓN DE DAVID (VV.
15–25).
Pronto se movió la mano
castigadora de Dios y el niño se enfermó. Natán dijo que moriría (v. 14), pero
no obstante David ayunó y oró por la vida del niño. Ni siquiera quería oír a
sus siervos, pero al final de la semana, el niño murió. El ayuno y las
oraciones de David no alteraron el consejo de Dios.
David cometió un pecado de muerte
y no era correcto orar al respecto (1 Jn 5.14–16). Sin embargo, apreciamos la
preocupación de David por el niño y su madre, y su fe en la misericordia de
Dios.
Apreciamos también su confianza en
la Palabra de Dios, porque sabía que el niño había ido al cielo (v. 23).
Mientras que detestamos el pecado de David y todo el problema que produjo, le
agradecemos a Dios este maravilloso versículo de seguridad a los padres
afligidos que han perdido un hijo que ha muerto. (Como Vance Havner dijo:
«Cuando uno sabe dónde está algo, no lo ha perdido».) «Donde el pecado abunda,
la gracia sobreabunda». Nótese también que es incorrecto orar por los muertos.
David dejó de orar por el niño.
C. LAS CONQUISTAS DE DAVID (VV. 26–31).
Este trágico episodio empezó con
David mimándose en su casa, pero acaba al ocupar su lugar correcto en el campo
de batalla y dirigiendo a la nación a una victoria importante. Es estimulante
ver que Dios estaba dispuesto a usar a David de nuevo a pesar de sus pecados.
David confesó sus pecados; Dios le perdonó; ahora podía luchar de nuevo por el
Señor. Es malo que los creyentes pequen; es también malo que vivan en el pasado
y piensen que son inútiles incluso después de confesar sus pecados. A Satanás
le encanta encadenar al pueblo de Dios con los recuerdos de los pecados que
Dios ya ha perdonado y olvidado. Satanás es el acusador (Ap 12.10; Zac 3), pero
Jesús es el Abogado (1 Jn 2.1–2).
Cómo brilla la gracia de Dios en
los versículos 24–25, ¡porque Dios escogió a Betsabé para que fuera la madre
del próximo rey! «Salomón» significa «Pacífico»; «Jedidías» significa «amado
del Señor». Dios convirtió la maldición en una bendición, porque Salomón fue el
cumplimiento de la promesa dada a David en 1 Crónicas 22.9.
Este suceso en la vida de David
debería ser una advertencia para todos los cristianos a mirar «que no caigan»
(1 Co 10.12). En 1 Corintios 10.13 se promete una vía de escape al enfrentar la
tentación.
Sin embargo, como en el caso de
David, no podemos vencer la tentación si permitimos que nuestros deseos tomen
el control. Necesitamos darnos cuenta de los principios del pecado y cuidar de
tener limpia nuestra imaginación. El apóstol Pablo nos ordena que «hagamos
morir» los miembros del cuerpo que puedan llevarnos a pecar (Col 3; Ro 6). Es
necesario que todos los creyentes vigilen y oren y no hagan provisión para la
carne (Ro 13.14).
15–19
David continúa cosechando la
triste siembra de sus pecados; Véanse 2 Samuel 12.10–12. En tanto que Dios en
su gracia perdona cuando confesamos nuestros pecados, no violará su santidad
interfiriendo los trágicos resultados de nuestros pecados.
I. LA REBELIÓN DEL PRÍNCIPE
(15.1–12)
Lea los capítulos 13–14 para
conocer la historia completa. Tamar, la hermosa hermana de Absalón, fue violada
por su medio hermano Amnón, quien era el hijo mayor de David (3.2). David
cometió adulterio con Betsabé; ¡ahora la violación invadió su casa! Absalón
tuvo un propósito doble en mente cuando descubrió lo que Amnón había hecho;
quería vengar a Tamar matando a Amnón, pero al mismo tiempo eliminaría al obvio
heredero del trono. Parece que David no tenía influencia disciplinaria sobre su
familia. En 13.21 leemos de la cólera de David, pero no leemos nada de sus
acciones para corregir las cuestiones. Tal vez el recuerdo de sus pecados le
contuvieron. Absalón tomó el asunto en sus manos y mató a Amnón; luego huyó a
territorio gentil para esconderse de los parientes de su madre (13.37 y Véanse
3.3). En el capítulo 14 Joab intercede por Absalón y engañó a David para que
hiciera que su hijo descarriado volviera a casa.
Absalón no desperdició ni un
momento para reunir un grupo leal de seguidores. En público criticaba la
administración de su padre y en secreto se robaba el corazón del pueblo.
(Nótese que los «cuatro años» en 15.7 se traduce «cuarenta años» en otras
versiones. Si el número «cuarenta» es el correcto, no sabemos a partir de cuál
hecho del pasado narra el escritor.) Después de un tiempo Absalón halló que su
movimiento era lo suficiente fuerte como para arriesgarse a una revuelta
abierta.
No es extraño que Ahitofel, el
consejero de David, se puso al lado de los rebeldes, porque era su nieta Betsabé
a quien David había tomado (11.3 con 23.34). Parecía como que Absalón tendría
éxito y le arrebataría la corona a su padre.
II. LAS REACCIONES DEL PUEBLO
(15.13–16.23)
Mientras que David reinaba en
poder, sus enemigos reales no se atrevían a oponérsele, pero la revuelta de
Absalón les dio lo que parecía ser una maravillosa oportunidad para resistir al
rey y salirse con la suya. Fue un tiempo de cribar lo verdadero de lo falso.
A. LOS AMIGOS DE DAVID (15.13–37).
Salir de Jerusalén fue un
movimiento sabio de David, porque no se hubiera necesitado mucha fuerza para
apresarlo en su palacio. Note que los gentiles de su ejército, dirigidos por
Itai geteo, fueron leales a su rey. Es indudable que estos hombres estuvieron
con David durante sus años de exilio. Los dos sacerdotes, Sadoc y Abiatar,
también empezaron a seguir a su rey, pero David los envió de nuevo a la ciudad.
Esto en sí fue un paso de fe, porque David confiaba en que Dios le daría la
victoria y le devolvería el trono. David no cometió la misma falta de los hijos
de Elí cuando precipitadamente llevaron el arca a la batalla (1 S 4–5); David
envió a los sacerdotes y el arca de regreso a Jerusalén. Por supuesto, los
sacerdotes podían espiar a su favor y enviar a sus hijos con la información.
Husai también fue enviado de regreso a la ciudad para fingir que era aliado de
Absalón; su consejo alteraría el de Ahitofel. Es un cuadro triste ver a David y
su pequeño ejército huir de la ciudad y cruzar el arroyo del Cedrón. Nos
recuerda a nuestro Señor Jesús cuando fue rechazado en Jerusalén, salió de la
ciudad y cruzó el Cedrón para orar en el huerto (Jn 18.1). El «Judas» en la
situación de David fue su antiguo amigo Ahitofel; tal vez el Salmo 55.12–15 se
escribió en este tiempo. La composición de los Salmos 3 y 4 fue durante esta
rebelión y en ellos vemos dónde David tenía puesta su fe.
B. LOS ENEMIGOS DE DAVID (CAP. 16).
Los tiempos de rebelión son
tiempos de revelación; usted ve lo que la gente realmente cree y dónde están.
Siba le mintió a David respecto a Mefi-boset (Véanse 19.24–30) y David se
precipitó a dictar juicio. Simei era pariente de la familia de Saúl y sin
ocultarse mostró su odio hacia David. La paciencia de David bajo este juicio
fue maravillosa; sabía que el Señor le vengaría en su tiempo apropiado.
Abisai quería cortarle la cabeza
al hombre (véanse Lc 9.54 y 1 P 2.23), pero David lo detuvo. David cayó en
desgracia no sólo en el desierto, sino también en su palacio. Porque Ahitofel
aconsejó a Absalón que tomara para sí las concubinas de su padre y así rompiera
abiertamente con su padre. Esto fue un cumplimiento de la profecía de 12.11–12.
Hoy los hombres menosprecian y rechazan
a nuestro Señor, así como David lo fue durante la rebelión. Requiere valor de
hombres y mujeres permanecer leales al Rey en la actualidad, pero podemos estar
seguros de que Dios recompensará tal lealtad cuando Jesús vuelva.
III. EL RECONOCIMIENTO DEL SEÑOR
(17–19)
Dios permitió esta rebelión como
parte del precio que David tenía que pagar por los pecados que cometió en
relación a Urías y Betsabé. Dios también invalidó los sucesos como para purgar
el reino de David y separar al leal del desleal. Un día de reconocimiento
finalmente llegó. Algunas veces el juicio de Dios cae de súbito, mientras que
en otras Él espera y actúa con lentitud.
A. AHITOFEL MUERE (CAP. 17).
No hay duda de que el plan de
Ahitofel era el mejor de los dos, pero Dios hizo que Absalón lo rechazara. Note
el método sicológico que usó Husai, sugiriendo que Absalón mismo dirigiera la
batalla.
Esto apeló a la vanidad del
hombre, pero tristemente esta vanidad a la larga sólo le llevó a la muerte.
Cuando Ahitofel vio que se rechazó
su consejo, se quitó la vida. Este es otro paralelo con la experiencia de
Cristo en el NT, porque Judas fue y se ahorcó.
B. ABSALÓN MUERE (18.1–19.15).
El vanidoso príncipe siguió el
consejo de Husai y dirigió a su ejército a los bosques de Efraín. Sin duda no estaba
preparado para presentar guerra, pero: «Antes del quebrantamiento es la
soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr 16.18). La cabeza de
Absalón, debido a su larga cabellera (14.25–26), quedó enredada en una rama y
no pudo zafarse. (Véanse Job 20.1–7.) Joab desobedeció la orden de David (18.5)
y mató al rebelde; luego envió las noticias al rey que, al oírlas, lloró amargamente.
David era un «varón conforme al corazón de Dios» y «no halló placer en la
muerte del culpable» (Ez 33.11). La aflicción poco común de David, sin embargo,
por poco le cuesta el reino.
C. SIMEI ES PERDONADO (19.16–23).
Muchos rebeldes tratan de «cambiar
de tonada» cuando el rey regresa. David estaba tratando de reunir su
fragmentado reino, de modo que no podía darse el lujo de perder ninguna de las
tribus, pero más tarde Salomón le dio a Simei su merecido (1 R 2.36–46).
D. SIBA Y MEFI-BOSET SE RECONCILIAN (19.24–30).
No dice nada de bueno en cuanto a
Siba que arribe en compañía de Simei (vv. 16–17). No cabe duda que Siba mintió
con respecto a su amo y David trató de emitir un juicio equitativo. Triste como
suena, su precipitada decisión anterior hizo difícil arreglar las cosas del
todo; pero apreciamos la actitud de David. Vemos en Mefi-boset un buen ejemplo
de preocupación por el rey ausente.
E. BARZILAI ES RECOMPENSADO (19.31–43).
Barzilai había salido al encuentro
de la compañía de David en la hora de necesidad (17.27–29); y sin duda alguna
este acto de bondad le costó algunos amigos, ¡pero fue maravillosamente recompensado
cuando el rey regresó! Barzilai no quería dejar su casa y morir lejos de sus
seres queridos, de modo que sugirió que le diera la bendición a Quimam (tal vez
un hijo o nieto). Jeremías 41.17 nos informa que David le dio a Quimam la
tierra cerca de Belén y que su familia vivió allí muchos años.
Todo este episodio del rechazo y
regreso de David ilustra las actitudes de la gente de hoy respecto a Cristo.
Hay unos pocos leales que están a favor del Rey ausente y existe la mayoría
egoísta que prefiere rebelarse. Pero, ¿qué ocurrirá cuando el Rey vuelva? ¿Y
qué estamos haciendo nosotros, sus seguidores, para acelerar su venida? (2 P
3.12).
24
Usted querrá leer en 1 Crónicas 21
el relato paralelo de este gran pecado de la vida de David. Aquí hay otro ejemplo
de cómo Dios le permite a Satanás obrar para que se cumplan los propósitos del
Señor. Véanse Lucas 22.31–34.
I. PECADO (24.1–9)
¿Qué había detrás del deseo de
David de realizar un censo nacional? Quizás orgullo: había ganado un buen
número de grandes victorias (1 Cr 18–20) y a lo mejor quería solazarse en la
gloria del éxito.
Es verdad que no había nada de
malo con un censo, puesto que el pueblo se ha contado a menudo durante su
historia nacional; pero debemos tener presente que un censo que alaba a los
hombres jamás glorificará a Dios.
Otro factor a considerar es Éxodo
30.11–16. En relación al censo estaba la cuestión del «dinero del rescate» o
redención, que cada uno debía dar, porque este dinero era un recordatorio de
que el pueblo era posesión comprada por Dios. Éxodo 30.12 advierte que Dios
enviaría plaga a la nación si el pueblo ignoraba dar el dinero del rescate y
esto fue exactamente lo que ocurrió.
Dios le dio a David casi diez
meses para cambiar de parecer y evitar la disciplina (v. 8). Dios incluso usó
el consejo sabio de Joab para desalentarlo, pero David no quería escuchar. Es
muy malo que los hijos de Dios a veces se obstinen en su corazón e insistan en
salirse con la suya.
El pecado de David no fue algo
apresurado; lo realizó con precisión fría y calculada. ¡Estaba rebelándose
contra Dios! Hay una serie interesante de contrastes entre este pecado y su
pecado con Betsabé:
(1) este fue un
pecado del espíritu (orgullo) en tanto que el otro fue de la carne;
(2) actuó con persistencia
deliberada, mientras que su pecado con Betsabé vino como resultado de los
repentinos deseos incontenibles de la carne;
(3) este pecado
involucró a la nación y setenta mil personas murieron; su otro pecado fue un
asunto familiar y cuatro personas murieron.
(4) Sin embargo,
en ambos pecados Dios le dio a David tiempo para arrepentirse, pero él esperó
demasiado.
Tal vez pensemos que el orgullo y
la rebelión contra la Palabra de Dios no son pecados serios, pero en la vida de
David produjeron más grande aflicción y tragedia que su adulterio. Debemos
evitar los pecados «de la carne y del espíritu» (2 Co 7.1).
II. SUFRIMIENTO (24.10–17)
«La paga del pecado es muerte».
Nótese que David quedó convicto en su corazón antes de que cayera el juicio.
Fue sincero consigo mismo y con el Señor, pero su convicción y arrepentimiento vinieron
demasiado tarde. En 12.13 David dijo: «He pecado», pero aquí dice: «Yo he
pecado gravemente». Desde el
punto de vista humano contar al pueblo no parecería un pecado mayor que el adulterio
o el homicidio; sin embargo, desde el punto de vista de Dios, fue un pecado más
grande en su desobediencia y consecuencia.
Cuando Jesús estaba en la tierra,
era perdonador con los publicanos y pecadores pero severo con los orgullosos y
rebeldes. Los pecados tanto de la carne como del espíritu son malos y una
persona no debería participar de ninguno de ellos, pero no nos atrevamos a
subestimar los terribles resultados del orgullo y la desobediencia obstinada.
Dios le permitió a David escoger
su propia disciplina y su elección mostró la compasión de su corazón. («Siete
años de hambruna» en el versículo 13 debe leerse «tres años» para que sea
paralelo a los tres meses y tres días de los otros dos castigos.) David escogió
caer en manos del Señor misericordioso antes que en las manos de los hombres. A
las seis de la mañana el ángel del Señor vino y empezó la plaga entre la gente.
A la hora del sacrificio de la tarde (las tres de la tarde) el ángel había matado
a setenta mil personas con una plaga. David y los ancianos vieron al ángel
juzgando y David de inmediato intercedió por el pueblo. «¿Qué hicieron estas
ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí». Sin embargo, debemos
recordar que Dios tenía una causa definida contra la nación entera (24.1) y
usaba el pecado de David como la oportunidad para juzgar al pueblo. Tal vez
Dios castigaba a la nación por su rebelión en contra de David cuando muchos de
ellos siguieron a Absalón.
Hay una advertencia práctica aquí
para quienes están en lugar de autoridad: mientras más alto el oficio, más
grande la influencia para bien o para mal. En Levítico 4 vemos que si el sumo
sacerdote pecaba, debía traer un becerro como ofrenda (v. 3), ¡el mismo
sacrificio que Dios exigía si la congregación entera pecaba (vv. 13–14)! El
pecado de David involucró en esta ocasión a la toda la nación, así como su
«pecado de familia» involucró a toda su casa.
III. SACRIFICIO (24.18–25)
Dos factores intervinieron para
detener el juicio: la misericordia del Señor (v. 16) y la confesión y sacrificio
del pecador (vv. 17). Dios envió a su siervo un mensaje para que construyera un
altar en el lugar donde había visto al ángel, la era de Arauna (u Ornán). David
y sus ancianos fueron de inmediato al sitio y arreglaron la compra: pagó
seiscientos siclos de oro por «el lugar» (el área entera, 1 Cr 21.25) y
cincuenta siclos de plata por los bueyes y la era (2 S 24.24). Ornán le hubiera
dado gratis todo al rey, pero David no lo aceptó. ¡No le daría al Señor el
sacrificio de otro hombre! Un sacrificio barato es el peor de los sacrificios.
Este es un buen principio a seguir en nuestro andar cristiano.
David inmediatamente ofreció los
bueyes como holocausto de dedicación al Señor y el derramamiento de sangre
resolvió la cuestión de los pecados. En 2 Crónicas 3.1 se nos informa que esta misma
área llegó a ser el sitio del templo de Salomón. ¡Dios fue capaz de convertir
la maldición en bendición! Es interesante notar que Salomón nació de Betsabé,
la cual participó con David en el adulterio; y sin embargo Salomón llegó a ser
el próximo rey y en realidad construyó el templo en aquel pedazo de tierra
asociado con el pecado más grande de David al censar al pueblo. ¡Tal es la obra
asombrosa de la gracia de Dios! No debemos «hacer males para que nos vengan
bienes» (Ro 3.8), pero podemos descansar en la confianza de que «a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Ro 8.28).
Notemos algunas lecciones
prácticas de este capítulo:
A. NUNCA CRECEMOS MÁS ALLÁ DE LA TENTACIÓN.
¡David no era ningún adolescente
inexperto cuando cometió este pecado! Si hubiera estado «velando y orando» no
hubiera caído con tanta facilidad en la tentación y el pecado.
B. EN SU GRACIA DIOS DA TIEMPO PARA ARREPENTIRSE.
Le dio a David más de nueve meses
para arreglar sus pecados y resolver el asunto. «Buscad a Jehová mientras puede
ser hallado».
C. LOS PECADOS DEL ESPÍRITU HACEN MUCHO DAÑO.
De seguro, todo pecado es malo y
debe evitarse, pero debemos darnos cuenta de que la Biblia condena
constantemente el orgullo obstinado. Una vez que David empezó su sendero
pecaminoso, fue demasiado orgulloso como para retroceder. Su predecesor, el rey
Saúl, cometió el mismo error. Tal vez no seamos culpables de adulterio u
homicidio, pero un corazón endurecido y un semblante orgulloso llevarán a males
tal vez mayores.
D. NUESTROS PECADOS INVOLUCRAN A OTROS.
Setenta mil personas murieron
debido a la desobediencia de David al Señor.
E. LA VERDADERA CONFESIÓN ES COSTOSA.
¿Nos damos cuenta del alto costo
de pecar? Una verdadera confesión es mucho más que una oración de prisa y citar
1 Juan 1.9. La verdadera confesión incluye enfrentar sincera y honradamente el pecado
y obedecer la Palabra de Dios cueste lo que cueste.
F. DIOS PERDONA Y BENDICE.
Pongámonos en las manos del Señor,
¡porque sus misericordias por nosotros son grandes!