BOSQUEJO SUGERIDO DE NÚMEROS
I. La vieja
generación desechada (1–20)
A. Contada
(1–4)
B. Asesorada
(5–10)
C. Castigada
(11–12)
D. Condenada
(13–20)
II. La nueva
generación apartada (21–36)
A. Viaje
(21–25, 33)
B. Conteo
(26–27)
C. Ofrendas
(28–30)
D. División de
la heredad (31–36)
NOTAS
PRELIMINARES A NÚMEROS
I. NOMBRE
El
cuarto libro del Pentateuco, llamado por los judíos En el Desierto, por la primera palabra importante del
libro. El título heb. Es mucho más significativo que el español, porque el
libro recoge el relato de la travesía por el desierto luego de la llegada al
Sinaí (Éxodo 19) y registra el viaje en el estilo de los beduinos que Israel
realizara en su deambular por 40 años.
El
título Números nos llega de la traducción gr. Tanto al
comienzo (Números 1:2-46) y cerca del final (Números 26:2-51) se da el número
de los israelitas: algo más de 600.000 varones de 20 años de edad o más. Este
era el número de las fuerzas de combate, mencionadas dos veces porque en dos
oportunidades el ejército fue convocado a la batalla: primero en el frustrado
intento de invadir la tierra desde Cades-barnea, y luego al final de los 40
años en el desierto, a un paso de iniciar la conquista de Canaán.
El
bloque que llega hasta Números 10:11 de Números proporciona legislación
adicional y la organización de la multitud. De Números 10:11 a 12:16 se
registra la marcha desde Sinaí hasta Cades-barnea. Luego viene el desastre en
Cades, registrado en los caps. 13 y 14. Los tres líderes en esta oportunidad “Josué
y Caleb, los espías que creyeron, y Moisés el intercesor” quedan por siempre
recordados como entre los grandes hombres de Dios. Los caps. 15 a 21:11
registran las repetidas infidelidades del pueblo.
Al
parecer, durante gran parte de los 40 años (Amós 5:25; Josué 5:2), el pueblo se
alejó de Dios, y hasta es posible que por momentos haya faltado su unidad
nacional.
De
Números 21:11 en adelante se encuentran los relatos de la conquista del otro
lado del Jordán y los preparativos para pasar a ocupar la tierra. Sejón y Og,
en el territorio del norte fueron conquistados en ágiles maniobras detalladas
de manera más extensa en Deuteronomio. Luego Números describe la muy interesante
actividad de Balaam el profeta mercenario, a quien de manera sobrenatural se le
impidió maldecir a Israel (caps. 22—24). La sección final incluye la
instalación de Josué (cap. 27), el resumen de los viajes (cap. 33) y la
provisión de ciudades de refugio (cap. 35).
Describe
el tiempo de Israel en el desierto, desde el monte Sinaí, donde Dios dio la
ley, hasta Cades-barnea, donde sólo dos espías querían obedecer a Dios y entrar
en la Tierra Prometida. También abarca los cuarenta años de vagar en el
desierto como resultado de la desobediencia de Israel.
Este libro se
llama Números debido a los censos del pueblo que contiene. Va desde la entrega
de la ley en el Sinaí hasta su llegada a las llanuras del Jordán. Se da cuenta
de sus quejas e incredulidad por lo que fueron sentenciados a vagar por el
desierto durante casi cuarenta años; también, habla de algunas leyes,
ceremoniales y morales.
Las pruebas del
pueblo tienden marcadamente a distinguir los malos e hipócritas de los siervos
fieles y verdaderos de Dios que le sirvieron con corazón puro.
El libro toma su nombre de los dos
conteos de los hombres de guerra en los capítulos 1–4 y 26–27.
El primer censo se hizo el segundo
año después que la nación salió de Egipto y el segundo se hizo treinta y ocho
años más tarde cuando la nueva generación estaba a punto de entrar a Canaán.
Estos conteos no fueron de la nación entera, sino sólo de los hombres aptos
para luchar. El primer censo reveló que había 603.550 hombres disponibles; el
segundo, que había 601.730.
II. TEMA
AUTOR Y FECHA
Números
es uno de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento que tradicionalmente
se atribuyen a Moisés. Él es el personaje central, y no es extraño que dejara
por escrito el relato de esos acontecimientos en los que jugó un papel
principal. Un pasaje de Números dice: «Moisés escribió sus salidas conforme a
sus jornadas por mandato de Jehová» (33.2). Hay muchas referencias como esta en
todo Números, lo que apoya la convicción de que él escribió el libro.
Moisés
debe haber escrito Números un poco antes de su muerte, cuando los hebreos se
preparaban para entrar a Palestina. Si es así, debe haberlo escrito en 1404
a.C.
Números es el libro del desierto
en el AT. Describe el fracaso de la nación en Cades-barnea y su peregrinaje en
el desierto hasta que la generación adulta incrédula murió. Alguien ha descrito
el deambular de Israel por el desierto como «la marcha fúnebre más larga de la
historia». De la generación anterior, sólo a Caleb y Josué se les permitió
entrar en Canaán debido a que confiaron en Dios y se opusieron a la decisión de
la nación de regresar a Cades-barnea. Incluso a Moisés se le prohibió entrar en
la tierra prometida debido a su pecado cuando golpeó la roca en lugar de
hablarle.
III. LECCIÓN
ESPIRITUAL
Números tiene una importante
lección espiritual para los cristianos de hoy, según se explica en Hebreos 3–4
y 1 Corintios 10.1–15. Dios honra la fe y castiga la incredulidad. La raíz de
todos los pecados de Israel en el desierto era la incredulidad: no confiaron en
la Palabra de Dios. En Cadesbarnea dudaron de la Palabra de Dios y fracasaron
no entrando en su herencia. En lugar de recibir a Canaán por fe, vagaron por el
desierto en incredulidad. Muchos cristianos hoy están «a medias» en sus vidas
espirituales. Se han librado de Egipto por la sangre del Cordero, pero aún no
han entrado en su herencia en Cristo.
Canaán no es un cuadro del cielo.
Más bien es una ilustración de nuestra herencia espiritual en Cristo (Ef 1.3),
herencia que debe recibirse por fe. Canaán era una tierra de batallas y bendiciones,
como lo es la vida cristiana hoy. Triste es decirlo, ¡pero demasiados
cristianos llegan al lugar de decisión (su Cades-barnea) y luego fracasan al no
entrar en su herencia por fe! En lugar de ser vencedores (como se describe en
Josué), se convierten en peregrinos, como se describe en Números. Sí, son
salvos, pero no cumplen el propósito de Dios para sus vidas. No confían en Dios
para vencer a los gigantes, derribar murallas y recibir la herencia que les ha
prometido. No cruzan el Jordán (que ilustra la muerte a sí mismos) ni marcharán
por fe para recibir lo que Cristo les ha prometido.
Es interesante notar que la nación no creció durante su peregrinaje en
el desierto. Es más, el segundo censo mostró 1.820 hombres de guerra menos. La
nación desperdició treinta y ocho años, soportó aflicciones innecesarias, no
creció y fracasó no honrando a Dios durante el tiempo de su «marcha de muerte».
Esto es lo que les hace la incredulidad a los cristianos. Desperdician tiempo, esfuerzo
y mano de obra, y no aporta ninguna bendición real. Qué triste es cuando las
iglesias fracasan por no marchar en fe y, como resultado, empiezan a degenerar
espiritual, numérica y materialmente. ¡Que Dios nos ayude a confiar en su
Palabra!
EL NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: Núm. 21: 8; 24: 17: Estrella De Jacob Y Serpiente
De Bronce.
9–12
Estos capítulos describen algunas
de las experiencias de la nación de Israel en el desierto y en ellas vemos las
experiencias del cristiano de hoy.
I. DIOS DIRIGE A SU PUEBLO (9–10)
A. DA SABIDURÍA EN LOS PROBLEMAS (9.1–14).
Era ya el segundo año desde la
maravillosa liberación de Israel de Egipto y la nación debía observar la
Pascua. Esta fiesta era el constante recordatorio de que su redención dependía
de la sangre del cordero y del poder de Dios. Cada bendición que experimentaron
vino mediante la sangre, asimismo con la iglesia de hoy (Ef 1.3). Sin embargo,
ciertos hombres se contaminaron ceremonialmente con un cadáver y necesitaban
saber el pensamiento de Dios acerca de si podían participar en la fiesta.
Moisés con gracia admitió que no
sabía la respuesta, pero que le preguntaría al Señor. Véanse Santiago 1.5. El
Señor les permitió a estos hombres observar la fiesta más tarde, en el segundo
mes, que muestra que incluso bajo la rígida Ley de Moisés había libertad cuando
las circunstancias lo exigían (Véanse 2 Cr 30.13–15). Es interesante, pero
cuando Nicodemo y José bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús en la Pascua, se
contaminaron y no pudieron participar en la fiesta (Jn 19.38–42). Sin embargo,
hallaron salvación en Cristo, el verdadero Cordero de Dios.
B. GUÍA EN NUESTRO CAMINAR DIARIO (9.15–23).
Antes, en Éxodo 13.21–22, vimos la
nube que les guiaba. Es alentador saber que el mismo Dios que nos salva y nos
cuida también nos guía en nuestra jornada. Por supuesto, Dios quería guiar a la
nación al lugar de su bendición, pero su incredulidad le estorbó. Es probable
que la columna de nube y fuego es un cuadro de la Palabra de Dios que es
nuestra asesora y guía en la vida presente. Usando la Palabra el Espíritu nos
guía «siempre[…] de día, y de noche» (v. 16). A decir verdad, sería necio,
peligroso, que el campamento o alguna parte del mismo se moviera sin la
dirección de Dios. Los judíos eran un pueblo peregrino, viviendo en tiendas y
debían estar listos para emprender la marcha en el momento de la noticia.
El versículo 22 aclara que la
dirección de Dios va más allá de los cálculos humanos: algunas veces la nube
permanecía en su sitio por unos pocos días, otras un mes y en ocasiones hasta
un año. A veces Dios los guiaba durante el día y en otras en la oscuridad (v.
21). Pero daba lo mismo, pues Dios era el único que dirigía.
C. NOS ADVIERTE CUANDO LO NECESITAMOS (10.1–10).
Estas dos trompetas estaban hechas
de plata (metal que habla de redención) y se usaban para convocar a las
asambleas para las marchas del campamento. Los sacerdotes y levitas vivían al
lado del tabernáculo y serían los primeros en ver a la nube moverse. Sería su
responsabilidad advertir al campamento. Al leer estos versículos vemos que las
trompetas se usaban para otros propósitos: convocar al campamento a la puerta
del tabernáculo (vv. 3, 7); reunir a los jefes de las tribus (v. 4); tocar
alarma, bien sea para la guerra o para que el campamento marchara (vv. 6, 9); y
anunciar los días especiales, las lunas nuevas, etc. (v. 10).
Es interesante que las trompetas
se asocian tanto con Israel como con la Iglesia. El Rapto de la Iglesia, cuando
Dios reúna a su pueblo celestial, será con el toque de la trompeta (1 Co
15.51–53; 1 Ts 4.16–17; Véanse también Ap 4.1). Él la usará también para reunir
al Israel esparcido (Mt 24.31), y Véanse la Fiesta de las Trompetas en Levítico
23.23–25.
D. GUÍA A SU PUEBLO DE UNA MANERA ORDENADA (10.11–28).
Cada tribu acampaba en un lugar
específico alrededor del tabernáculo y cada sección se ponía en marcha según lo
ordenaban las trompetas.
E. NO NECESITA LA SABIDURÍA DEL MUNDO (10.29–36).
Hobab era el cuñado de Moisés;
Ragüel (o Reuel) su suegro, también llamado Jetro (véanse Éx 2.18–21 y 3.1).
Dios prometió guiar a su pueblo y sin embargo Moisés quería apoyarse en el
brazo de carne.
II. DIOS CASTIGA A SU PUEBLO
(11–12)
Después de las asombrosas
evidencias del amor de Dios en los capítulos 9–10, es sorprendente que leamos
que el pueblo se quejó. Sin embargo, tal es la naturaleza humana: no apreciamos
lo que Dios ha hecho por nosotros.
A. EL PUEBLO SE QUEJÓ Y EN CASTIGO DIOS ENVIÓ FUEGO (11.1–3).
El mismo pueblo que se quejó,
suplicó a Moisés ayuda y él tuvo la suficiente gracia como para orar por ellos.
Tabera significa «ardiendo». Es serio quejarse contra Dios.
B. EL PUEBLO CODICIÓ CARNE Y DIOS SE LA DIO (11.4–35).
La «multitud extranjera» viajaba
con Israel, pero, como los miembros mundanos de la iglesia de hoy, sus
corazones aún estaban en Egipto. En lugar de recordar la bondad de Dios,
¡recordaban las cosas carnales de Egipto! Y se quejaron del maná celestial que
Dios les daba diariamente. El versículo 8 indica que el pueblo hacía lo mejor
que podía para mejorar el maná, porque lo molía, amasaba y horneaba. Harían
cualquier cosa para lograr que el pan de Dios tuviera el sabor de la comida de
Egipto, pero el problema era su apetito y no el pan de Dios. Éxodo 16.31 dice
que el maná sabía a miel, pero el versículo 8 indica que cuando los judíos
trataron de «mejorar» el maná, ¡consiguieron que tuviera sabor a aceite!
Uno de los tristes resultados de
la carnalidad entre el pueblo de Dios es el desaliento de los líderes (v. 10).
¡Ahora el mismo Moisés se quejó a Dios! Nótese cuán a menudo dijo «yo» y «a mí»
o «mío» en esta oración, porque su preocupación era él mismo y no la gloria de
Dios. Moisés debería haber sabido que el mismo Dios que les libró, les guió y
proveyó para ellos, les daría carne en el desierto; pero, como ocurre con
frecuencia, la oración egoísta mató su fe. Al final, Moisés estaba listo para rendirse:
«No puedo» (v. 14). Vea lo que dijo su suegro en Éxodo 18.18. Por supuesto,
Moisés solo no podía dirigir a Israel, pero con Dios podía hacer lo imposible.
Sin embargo, ¡Moisés estaba tan desalentado que incluso pidió que lo matara!
Dios suplió para ambas
necesidades: le dio a Moisés setenta ancianos para que le ayudaran en su trabajo
y dio a los judíos codiciosos la carne que deseaban. Nótese, sin embargo, que
en ambos casos las respuestas de Dios fueron costosas. Dios tomó del mismo
Espíritu que había dado a Moisés y le dio a los setenta ancianos para que le
ayudaran, pero, ¿no tenía el Espíritu que se le dio a Moisés todo el poder que
necesitaba para su trabajo? Y la gente que comió de la carne murió de gran
plaga incluso mientras comía (Sal
78.25–32; 106.13–15). Dios algunas veces responde a nuestras oraciones, ¡y hallamos
que la respuesta no es ninguna bendición! Nótese en los versículos 26–30 que
Moisés no mostró ninguna envidia hacia los hombres que recibieron el Espíritu
para profetizar. Esto es una señal de un gran hombre. Sin duda Moisés tuvo sus
días de desaliento, como todos nosotros, pero era un hombre de Dios a pesar de
sus fracasos.
En el versículo 31 vemos que un
viento trajo codornices del mar y volaban más o menos a una altura de un metro,
lo suficiente para que los judíos las atraparan. El pueblo pasó dos días y una
noche recogiendo su carne, sin embargo, ¿cuántos fueron fieles para recoger el
maná celestial? El nombre «Kibrot-hataava» significa «tumbas de los
codiciosos». «Ocuparse de la carne es muerte» (Ro 8.6).
C. LOS LÍDERES CRITICARON Y DIOS LOS CASTIGÓ (CAP. 12).
Aarón, el sumo sacerdote, y María,
una profetiza (Éx 15.20–21), eran líderes de Israel junto con su hermano
Moisés. El motivo aparente de su discusión fue la esposa de Moisés, que era
cusita (etíope y, por consiguiente, gentil). Pero la causa real fue el celo por
el liderazgo de Moisés (v. 2). Moisés demostró su mansedumbre (humildad) al
rehusar luchar con ellos; dejó su causa en las manos de Dios.
Él ha prometido defender a sus
siervos (Is 54.17). Es evidente que María era la cabecilla, porque le cayó
lepra y su pecado detuvo siete días la marcha del campamento. Aarón confesó su
culpa y Moisés oró por su hermana María, evidencia de verdadero amor y
humildad. Es serio cuando los líderes espirituales se envidian entre sí, porque
su pecado afecta a toda la congregación.
Si esta era una nueva esposa, o
Séfora, la mujer de Moisés años antes, no lo sabemos. Quizás fue un segundo
matrimonio, pero no hay indicios en ninguna parte de que Séfora haya muerto.
Nótese la frase «cara a cara» en el versículo 8; Dios le hablaba a Moisés cara
a cara.
13–14
Hebreos 3–4 es el comentario del
NT sobre estos capítulos. El pensamiento clave es que la incredulidad nos priva
de la bendición. Nótense las evidencias de la incredulidad en la nación y sus
líderes.
I. SE ENVÍAN LOS ESPÍAS (13.1–27)
Lea aquí Deuteronomio 1.20–23,
donde Moisés aclara que el envío de los espías fue el deseo del pueblo, no el
mandamiento del Señor. Él permitió que se usara este plan para revelar al
pueblo cómo eran en realidad sus corazones. Dios ya les había dicho muchas
veces cómo era Canaán, las naciones que allí había, cómo derrotarían a sus
enemigos y que les daría la herencia prometida; por tanto, ¿qué necesidad había
para que los hombres fueran a espiar la tierra? Triste es decirlo, pero la
naturaleza humana prefiere andar por vista, no por fe.
Los espías observaron la tierra e
incluso volvieron con un poco de su maravilloso fruto, pero también trajeron un
informe malo y desalentaron el corazón del pueblo. A excepción de Moisés, Caleb
y Josué, ¡nadie en la nación creyó que Dios podía cumplir sus promesas! Los
diez espías incrédulos ilustran a muchos cristianos de hoy; han «espiado» su
herencia en Cristo y hasta han probado algo del fruto de su bendición; pero su
incredulidad les impide entrar en ella por fe.
Es interesante notar la
«promoción» de Josué. En Números 11.28 se le llama «el siervo de Moisés»; a la
larga llega a ser su sucesor (Jos 1). Le vemos como soldado en Éxodo 17.8–16;
Éxodo 24.13 lo muestra con Moisés en el Sinaí; en Éxodo 33.11 está a cargo del
tabernáculo de reunión; y Números 13 le muestra como uno de los espías. Debido
a que fue fiel en cada tarea que Dios le dio, Josué fue promovido de una
responsabilidad a otra.
II. REHÚSAN ENTRAR EN LA TIERRA
(13.28–33)
Los diez espías describieron las
glorias de la tierra, y luego añadieron: «Mas» Por lo general, esta palabra es
una señal de incredulidad. El pueblo era fuerte; las ciudades amuralladas; y
había gigantes en la tierra. Vieron los gigantes y se vieron a sí mismos como
langostas; pero no vieron a
Dios. Sus ojos estaban en los
obstáculos, no en el Dios que les condujo allá. Caleb mostró verdadera fe cuando
dijo: «Más podremos nosotros». El pueblo mostró incredulidad cuando dijo: «No
podremos».
En lugar de informar las
bendiciones de la tierra, los diez espías enfatizaron las dificultades, dando
un «informe malo» de la tierra santa de Dios. La incredulidad siempre ve los
obstáculos; la fe siempre ve las oportunidades.
Este rechazo a entrar en la tierra
es un tipo del creyente que se niega a recibir su herencia en Cristo (Heb 3–4).
En vez de entrar en el pleno reposo en Cristo y de confiar en Él para cada
necesidad, los cristianos que dudan ven los problemas y los obstáculos,
deambulan sin rumbo y sin descanso, ciegos a sus bendiciones.
III. SE REBELAN CONTRA SUS
LÍDERES (14.1–39)
En Éxodo 15 vemos a Israel
cantando en gran victoria, ¡pero aquí lloran en derrota! ¿Olvidaron su canción?
Véanse Éxodo 15.14–18. ¿Olvidaron todo lo que Dios hizo por ellos en los
pasados dos años?
Vieron su poder y gloria y sin
embargo ahora Él los prueba debido a su actitud rebelde e incrédula (vv. 22–23).
Dios esperó hasta que el pueblo
expresara el deseo de reemplazar a Moisés y regresar a Egipto; entonces empezó
a actuar. Caleb y Josué se dieron cuenta de que la respuesta de la nación no
era sino rebelión (v. 9). La gloria de Dios apareció de repente y Dios le habló
a Moisés.
A. LA OFERTA DE DIOS (VV. 11–12).
Dios estaba dispuesto a destruir
la nación entera y hacer una nueva nación por medio de la familia de Moisés,
pero este rechazó la oferta. ¡Qué humildad y amor! Usted puede estar seguro de
que Moisés se daba cuenta de que sus descendientes no serían nada diferente a
la nación que ahora dirigía, porque «toda carne es como hierba». Véanse en
Éxodo 32.10 una oferta similar de Dios.
B. LA INTERCESIÓN DE MOISÉS (VV. 13–19).
Poco tiempo antes Moisés se
quejaba de la carga que representaba la gente y ahora suplica a su favor. Tenía
el corazón de un verdadero pastor; amaba a su pueblo y oraba por él. Nótese que
Moisés le recordó a Dios sus promesas y obras: ¡era la gloria de Dios lo que
estaba en juego! Moisés también le recordó al Señor su misericordia y perdón
(véanse Éx 33.18–23; 34.5–9). En esta escena Moisés es un cuadro de Cristo,
quien estuvo dispuesto a dar su vida para salvarnos.
C. EL JUICIO DE DIOS (VV. 20–39).
En su gracia Dios perdonó su
pecado; pero en su gobierno tenía que permitir que el pecado produjera su
amargo fruto (Véanse 2 S 12.13–15). Primero, le dio al pueblo lo que pidió,
anunciando que morirían en el desierto (vv. 2, 28–30). Sólo se excluirían a
Caleb y Josué de este juicio debido a su fe y fidelidad. El pueblo se inquietó
por sus niños, sin embargo, ellos serían precisamente los que vivirían y entrarían
en la tierra. Puesto que los hombres espiaron la tierra cuarenta días, Dios les
dio a los judíos cuarenta años para vagar por el desierto mientras morían uno a
uno. Qué contraste con la iglesia de hoy: cuando muriera el último judío
incrédulo, la nación podría entrar en Canaán; pero cuando el último de los
pecadores incrédulos entre en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia dejará este mundo
y entrará en su herencia. Al final, a los diez espías que trajeron el informe
los mató de inmediato una plaga (v. 37).
No se puede enfatizar demasiado
que Dios honra la fe y juzga la incredulidad. La fe conduce a la obediencia y
glorifica a Dios; la incredulidad conduce a rebelión y muerte. Tenemos la
Palabra de Dios llena de sus promesas y seguridad. No hay razón para que alguno
de nosotros vague en la incredulidad cuando podemos estar andando en victoria y
disfrutando de las riquezas espirituales que tenemos en Cristo.
IV. INTENTAN LA BATALLA SIN DIOS
(14.40–45)
¡Qué voluble es la naturaleza
humana! Un día la nación lamenta su situación y al siguiente trataba neciamente
de lograr la obra de Dios sin su voluntad y sin su bendición. Pensaban que como
confesaron su pecado, Dios cambiaría su opinión y les daría la victoria. Moisés
les advirtió, pero lo ignoraron, demostrando que no andaban por fe en el poder
del Espíritu. La carne siempre se confía en sí misma y es autosuficiente, como lo
ilustra Pedro (Lc 22.31–54).
Los hombres avanzaron hasta la
cumbre de la colina y el enemigo los derrotó. Toda la aventura fue «presunción»
de parte de ellos; vivían al azar, no por fe. El Señor no estaba con ellos a
pesar de lo que parecía arrepentimiento y celo. Nunca podemos hacer nada por fe
que contradiga la Palabra de Dios.
Cuántos cristianos hoy se percatan
de sus fracasos y luego tratan de repararlos mediante actividades carnales que
sólo llevan al desaliento y a la derrota. Todo lo que los israelitas podían
hacer era aceptar el juicio de Dios y someterse a su voluntad. Es mucho mejor
deambular en el desierto en la voluntad de Dios que librar una batalla perdida
fuera de ella.
Estos dos capítulos enfatizan de
nuevo la importancia de la fe. La fe no es ciega; tiene como cimiento todas las
promesas y seguridades de la Palabra de Dios. «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones» (Véanse Heb 3.7–8).
16–17
«La contradicción de Coré» se
menciona en Judas 11 como una de las características de los falsos maestros de
los últimos días; y sin duda hoy vemos una rebelión unida contra la autoridad
de Moisés y el sacerdocio de Aarón (el camino de Dios de salvación por sangre).
Es evidente que Coré era primo de Moisés (Éx 6.21), lo que hace la rebelión más
seria.
I. CORÉ DESAFÍA A MOISÉS Y AARÓN
(16.1–18)
Coré era un levita que no estaba
contento ayudando en el tabernáculo; quería servir también como sacerdote (v.
10). Por supuesto, esta actitud estaba en directa rebelión contra la Palabra de
Dios dada por Moisés, puesto que fue Dios el que hizo los nombramientos para el
tabernáculo. No contento con rebelarse solo, reunió a 250 príncipes de Israel,
hombres bien conocidos (es probable que la mayoría de ellos eran levitas), así
como a tres hombres de la tribu de Rubén, el primogénito de Jacob. En nombre, número,
unidad y actitud, aquellos rebeldes daban la impresión de tener un caso sólido
contra Aarón y Moisés. Parece ser que Coré y sus seguidores desafiaron a Aarón,
en tanto que Datán, Abiram y On (descendientes de Rubén, el primogénito)
cuestionaron la autoridad de Moisés. Sin embargo, estaban unidos en su complot.
Los rebeldes rara vez dan la razón
real para sus ataques; en el versículo 3 los hombres argumentan que toda la
nación era «un reino de sacerdotes» (Éx 19.6) y por lo tanto Moisés y Aarón no
tenían derecho a tomar los lugares de liderazgo. Por supuesto, esta rebelión se
basaba en el egoísmo y la envidia. Estos hombres querían «ensalzarse a sí
mismos» delante de la congregación. Es cierto que toda la nación era santa para
Dios, pero Él había colocado a algunas personas en posiciones de liderazgo según
quiso. Lo mismo es cierto en la iglesia de hoy: Dios ama a todos los santos,
pero a algunos se les han dado dones y oficios espirituales para la obra del
ministerio (Ef 4.15–16; 1 Co 12.14–18). Se nos estimula a «desear los dones
espirituales» (1 Co 14.1), pero no a codiciar el oficio espiritual de otro. Si un
creyente quiere un lugar de liderazgo espiritual, que demuestre que es digno
por su carácter y conducta (1 Ti 3.1).
La Iglesia debe acatar la
advertencia de Pablo en Hechos 20.28–31. Moisés y Aarón no se defendieron;
dejaron que Dios los defienda. Moisés instruyó a Coré y a sus seguidores para
que trajeran incensarios (vasijas para quemar incienso) al tabernáculo en donde
Dios demostraría quién tenía razón en la disputa. Les dijo a Datán y Abiram que
vinieran, pero ellos desafiaron la autoridad de Moisés y rehusaron obedecer. En
el versículo 25 Moisés salió a ellos, pero su visita significaba condenación,
no bendición. Nótese cómo los hombres culparon a Moisés por su fracaso al no
entrar en la tierra prometida (vv. 13–14), cuando fue su propia incredulidad lo
que les trajo esa derrota. Rebelarse contra Moisés quería decir rechazar la
Palabra de Dios, porque él era el profeta de Dios; y rebelarse contra Aarón
significaba rechazar la obra de Dios en el altar, salvación por la sangre.
II. DIOS DEFIENDE LA AUTORIDAD DE
MOISÉS (16.19–35)
Al día siguiente Dios intervino y
juzgó a los rebeldes. Fuego del Señor mató a los seguidores (v. 35), y la
tierra se abrió y tragó a sus líderes, Coré, Datán, Abiram y sus posesiones. En
26.11 se nos dice que la familia de Coré no fue destruida. Esto explica por qué
tenemos salmos titulados «para los hijos de Coré» en nuestra Biblia (Sal 84;
85; 87; 88). Es evidente que los descendientes de Coré estaban contentos de ser
ministros humildes y no sacerdotes, porque escribieron en el Salmo 84.10:
«Escogería antes estar a la puerta
de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad». En cuanto a
«moradas de maldad» Véanse Números 16.26. Es trágico cuando unas pocas personas
pecan y causan la muerte de muchos otros. Antes de que la rebelión concluyera,
casi 15.000 personas habían muerto (Véanse v. 49). Léase 2 Pedro 2.10–22 para
ver cómo estima Dios a quienes «menosprecian la autoridad» y se rebelan en
contra de la verdad de Dios.
III. DIOS DEFIENDE LA AUTORIDAD
DE AARÓN (16.36–17.13)
A. LE DA A AARÓN LOS INCENSARIOS DE LOS REBELDES (16.36–40).
Moisés le dijo al hijo de Aarón,
Eleazar, que reuniera los incensarios y los convirtiera en láminas para cubrir
el altar de bronce. Cuando los adoradores venían al altar, podían ver estas
láminas y recordar que Dios juzga severamente el pecado de rebelión. ¿Por qué
eran estos incensarios «santos» (santificados)? Debido a que Dios los usaba de
una manera especial para enseñarle a Israel una lección.
Permitir que los incensarios se
trataran como «chatarra» o como implementos ordinarios hubiera disminuido el
impacto del juicio.
B. HIZO QUE AARÓN INTERCEDIERA (16.41–50).
Tal vez piense que las muertes de
todas esas personas llenarían de terror y temor reverencial los corazones de la
nación, pero no fue así. ¡Al día siguiente la congregación entera se rebeló de
nuevo!
Sólo la gracia de Dios puede
cambiar el corazón humano; ninguna cantidad de ley o juicio hará jamás nuevo el
corazón. La congregación se unió en contra de Moisés y Aarón y les acusaron de
asesinos, pero Dios intervino y defendió a sus siervos. Si Moisés hubiera
tenido un espíritu amargado, hubiera permitido que la plaga destruyera al
pueblo. En lugar de eso, ordenó a su hermano Aarón que pasara por en medio de
la plaga con su incensario y que detuviera el juicio. Cuán poco se dio cuenta
el pueblo del amor y sacrificio de Moisés por ellos. Aarón literalmente se
convirtió en su salvador; se puso entre los vivos y los muertos y detuvo la
plaga. ¡Su incensario consiguió más que los 250 incensarios de los rebeldes! En
cierto sentido Aarón ilustra la obra de nuestro Salvador, porque Cristo dejó el
lugar de seguridad para estar entre los vivos y los muertos y rescatar de la
muerte a los pecadores.
C. HIZO QUE LA VARA DE AARÓN REVERDECIERA (17.1–3).
Dios iba ahora a declarar de una
vez por todas, la autoridad del sacerdocio aarónico. El pueblo no había
aprendido la lección, así que Moisés instruyó a cada tribu que trajera una
vara, una rama muerta, para colocar ante el arca en el tabernáculo. Dios
anunció que la vara que floreciera indicaría a quien había escogido para el
sacerdocio. El versículo 8 nos dice que la vara de Aarón no sólo reverdeció y arrojó
renuevos, ¡sino que floreció y llevó fruto! Las demás varas seguían muertas y
cada príncipe se llevó de nuevo su vara, quedando sólo la de Aarón en el
tabernáculo como testimonio de la rebelión de la nación y del nombramiento que
hizo Dios a Aarón como sumo sacerdote.
El florecimiento de la vara es un
hermoso cuadro de la resurrección de Cristo. Mediante la resurrección Dios ha
declarado que Cristo es su Hijo y el único Sacerdote que Dios acepta. Él
rechaza los demás sacerdocios. No importa cuántos participen, ni cuán grandes
sean los nombres, ni cuán sincera sea su obra; cualquier otro sacerdocio es
rechazado. Solo hay un Sumo Sacerdote, un sacrificio y un camino abierto al
cielo; léase Hebreos 10. Hoy tenemos muchos como Coré que se atreven a tomar
posesión del sacerdocio, pero que no tiene autoridad celestial.
Nótese en los versículos 12–13 que
el pueblo temió después que vio esta demostración del poder de Dios. Lo que la
muerte de casi 15.000 personas no pudo lograr, ¡lo consiguió el florecimiento silencioso
de una vara muerta! «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu» (Zac
4.6).
20–21
En estos dos capítulo tenemos dos
maravillosos tipos de Cristo.
I. CRISTO LA ROCA HERIDA
(20.1–13)
En Éxodo 17.1–7 ya se introdujo
este tipo. En muchos lugares de las Escrituras, a Dios se le pinta como una
Roca; y 1 Corintios 10.4 aclara que la Roca en Éxodo y Números es un cuadro de
Cristo. El pueblo no podía vivir sin agua, ni tampoco hoy podemos vivir sin el
agua de la vida (Jn 4.13–14; 7.37–39). En la Biblia el agua para beber es un
tipo del Espíritu Santo, quien viene al interior y satisface nuestra vida
espiritual. El agua para lavarse es un tipo de la Palabra de Dios, que tiene
poder limpiador (Jn 15.3; Ef 5.26).
Los hechos aquí contrastan con los
de Éxodo 17. En el pasaje de Éxodo Dios le dijo a Moisés que golpeara la roca,
lo que es un cuadro de la muerte del Señor en la cruz. Pero aquí se le dijo que
le hablara, porque Cristo murió una sola vez. Todo lo que necesitamos ahora es
pedir y Él dará de su Espíritu Santo (Jn 7.37–39). Cuando Moisés golpeó la roca
usó la vara de Aarón y no la suya propia.
Esta es la vara sacerdotal de la
vida (Éx 17.1). Esta es la explicación de por qué Moisés debía hablarle a la
roca y no golpearla: Cristo nuestra roca ha resucitado de los muertos; es
nuestro sumo Sacerdote viviente; y nos da las bendiciones espirituales que
necesitamos conforme se las pedimos.
Una persona no tiene que salvarse
una vez tras otra, ni tampoco el don del Espíritu Santo debe repetirse.
Recibimos el Espíritu una sola vez cuando confiamos en Cristo; recibimos
llenuras del Espíritu muchas veces conforme venimos a Cristo y se lo pedimos.
La principal razón, sin embargo,
por la que Dios juzgó a Moisés y le impidió entrar en la tierra prometida fue
esta: se exaltó a sí mismo y no le dio la gloria a Dios. Al llamar al pueblo
«rebeldes» y al decir: «¿Os hemos [Aarón y yo] de hacer salir aguas de esta
peña?» (v. 10), Moisés no le daba a Dios la gloria debida a su Nombre. Fue una
evidencia de orgullo e incredulidad (v. 12). El punto más fuerte de Moisés era
su mansedumbre (12.3), sin embargo aquí es donde falló. Sin duda Pedro era un
hombre valiente, pero fracasó precisamente en eso mismo cuando negó al Señor. A
menos que glorifiquemos a Dios en todo lo que hacemos, Dios se enfrentará a
nosotros y hará que perdamos las bendiciones que Él tiene planeadas para
nosotros.
II. CRISTO LA SERPIENTE DE BRONCE
LEVANTADA (21.1–9)
Juan 3.14 es nuestra autoridad
para hacer esto un tipo de Cristo. Nótese cómo es un cuadro de la salvación que
tenemos en Cristo.
A. LA NECESIDAD.
El pueblo pecó de dos maneras:
hablaron contra Dios y contra Moisés. Debido a esto estaban muriendo. «La paga
del pecado es muerte» (Ro 6.23). Aquí tenemos los dos aspectos de la ley de
Dios: conducta hacia Dios y conducta de los unos con los otros. Debido al
pecado la muerte está en el mundo y todos estamos condenados (Jn 3.16–18). A
cada persona nacida en este mundo la ha mordido la feroz serpiente del pecado y
está destinada a morir.
B. LA GRACIA DE DIOS.
Dios podía haber ignorado el
aprieto de la gente, porque merecía morir, pero su amor y gracia proveyeron el
remedio. La intercesión de Moisés en el versículo 7 nos recuerda la oración de
Cristo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23.34).
C. OTRA SERPIENTE.
¡Qué extraño que Moisés hiciera
otra serpiente cuando en un principio las serpientes fueron las causantes del
problema! ¿No había ya suficientes en el campamento? Pero la serpiente de
bronce es un cuadro de Cristo, que se hizo pecado por nosotros (2 Co 5.21). El
bronce es el metal que habla de juicio y en la cruz Cristo llevó el juicio por
nosotros. Nótese que la serpiente no fue eficaz en la mano de Moisés, ni en un
anaquel. Tenía que ser «levantada»; Cristo tuvo que ser crucificado. Véanse
Juan 3.14, 8.28 y 12.30–33.
D. POR FE.
El pueblo oró: «¡Quítanos las
serpientes!» Pero el método de Dios fue vencer el aguijón de la muerte por fe.
«¡Miren, y vivan!», fue la respuesta. No fue ignorando las mordeduras,
aporreando las serpientes, aplicando medicina, ni tratando de huir que se salvó
la gente. La salvación vino al mirar por fe a la serpiente levantada en el
centro del campamento (Cf. Is 45.22). Nótese que la serpiente no estaba
relacionada en nada con el tabernáculo. Ninguna cantidad de sacrificios hubiera
salvado de la muerte a la gente.
E. DISPONIBLE.
La serpiente no se levantó en
algún rincón escondido. Se levantó en el centro del campamento donde todos
pudieran verla y vivir. Cristo está a nuestra disposición hoy; no está lejos. Véanse
en Romanos 10.6–13 una aplicación más completa. El remedio está al alcance de
todos: «El que quiera, tome» (Ap 22.17).
F. GRATUITO.
A los pecadores que morían en los
días de Moisés no les costaba nada mirar y vivir. Tal vez no entendieron el
cómo o el porqué de todo (¿y quién entiende la salvación?), ¡pero podían creer
y vivir!
G. SUFICIENTE.
Una sola serpiente levantada era
suficiente para todo el campamento. Sólo Cristo es suficiente para nuestra
salvación; no necesitamos nada más. El que se estaba muriendo no se salvaba por
mirar a la serpiente y guardar la ley, ni mirar y traer un sacrificio, ni mirar
y prometer portarse mejor. Se salvaron sólo por fe. Cristo es suficiente para
suplir todas nuestras necesidades para el tiempo y la eternidad.
H. SANIDAD INMEDIATA.
La salvación no es un proceso; es
un milagro inmediato que ocurre cuando el pecador mira a Cristo por fe. Cristo
en su muerte y resurrección no nos salva «poco a poco». Salva instantánea,
inmediata y completamente.
I. UN REMEDIO PARA TODOS.
La gente insensata dice: «Así como
todos los caminos llevan a Roma, todos los caminos llevan al cielo, ¡y hay
muchas maneras de ser salvos!» Había sólo una manera de ser salvo en el
campamento de Israel y hay sólo un camino hoy. Léanse Juan 14.6 y Hechos 4.12.
A menos que el pecador mire por fe a Cristo, está perdido para siempre.
J. DOBLE SEGURIDAD.
¿Cómo sabía la gente que se estaba
muriendo que el remedio serviría? Primero, tenían la seguridad de la Palabra de
Dios. Él había prometido que cualquiera que mirara viviría. Segundo, podía ver
lo que ocurría en la vida de otros. Dios no daría ninguna revelación especial,
ningún sentimiento especial; los pecadores tenían que depender de lo que Dios
había prometido.
Todo esto le parece necio a la
gente del mundo (1 Co 1.18–31). Imagínese, ¡mirar a una serpiente levantada
para ser salvo de la muerte! La gente de hoy se mofa de la cruz, mientras que
tratan de matar serpientes y fabricar nuevos remedios contra ellas. Sin
embargo, ¡cada remedio que el hombre ha fabricado ha fracasado! Reforma,
educación, mejores leyes, religión: todo ha tenido su día. Y sin embargo la
gente sigue muriendo en el pecado. La única respuesta es la cruz de Jesucristo,
el Salvador levantado.
Lea 2 Reyes 18.4 y descubrirá que
los judíos conservaron esta serpiente de bronce y la convirtieron en ídolo. Así
es la naturaleza humana, mira al objeto material e ignora al Dios que merece nuestra
confianza. No fue la serpiente la que curó al pueblo; fue el Dios que ordenó
que se hiciera la serpiente.
Esto es idolatría: «Honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Ro 1.25). Ezequías hizo
pedazos a la serpiente ídolo y la llamó «Nehustán», «pedazo de bronce». Nos
preguntamos qué pensará Dios de los millones de ídolos esparcidos en todo este
mundo, pedazos de madera o metal que le roban la confianza y la gloria que se
merece.
22–25
Pocos hombres en la Biblia
provocaron tantos problemas como Balaam. Al parecer procedía de una nación
gentil y sin embargo conocía al Dios verdadero. Era un adivino, pero pudo
predecir el futuro de Israel. Escuchó la Palabra de Dios y la proclamó
fielmente, mas se volvió y guió a Israel al pecado y al juicio. ¡Qué enigma es
él!
I. BALAC VISITA A BALAAM (22)
A. LA PRIMERA VISITA (VV. 1–14).
Balac era el rey de Moab y es
evidente que estaba aliado a los madianitas de alguna manera. Vio las conquistas
de Israel (Nm 20–21) y temía que su pueblo también fuera vencido. Se percató de
que la fuerza física nunca derrotaría a los judíos, de modo que recurrió al
engaño espiritual al contratar a Balaam para que maldijera a Israel. Le ofreció
a Balaam una buena recompensa por el trabajo, pero el profeta (habiendo consultado
con el Señor) rehusó. Los mensajeros de Balac regresaron e informaron el fracaso.
B. LA SEGUNDA VISITA (VV. 15–41).
Balac no se daba por vencido
fácilmente; envió príncipes más nobles que los primeros, prometiéndole a Balaam
mayor riqueza y honor, y sugiriéndole que reconsiderara el asunto. Esto es lo que
Satanás a menudo hace una vez que hemos tomado una decisión definitiva de
obedecer la Palabra de Dios. En lo profundo de su corazón Balaam quería ir con
los mensajeros porque codiciaba la ganancia. Este es «el camino de Balaam» (2 P
2.15–16), usar la religión como un medio de enriquecimiento. Dios le permitió a
Balaam que fuera con los príncipes, pero lo hizo sólo para probarle (vv.
20–22). Es aquí que sucede el bien conocido episodio del ángel y el asna. El
ángel se puso en el camino de Balaam, ¡pero el profeta no lo vio! El asna sí lo
vio y actuó tan extrañamente que Balaam la golpeó.
Esto debería haber sido una
advertencia para él, pero estaba decidido en su misión egoísta y no era sensible
a la voluntad de Dios. Cuando le fueron abiertos los ojos, Balaam vio al ángel
y se dio cuenta de su equivocación. Dios le dijo directamente: «Tu camino es
perverso» (v. 32), de modo que no hay razón para que Balaam dijera: «Si te
parece mal, yo me volveré» (v. 34). Balaam estaba jugando con la voluntad de
Dios, queriendo ver hasta dónde podía ir. Dios le permitió a Balaam que se
reuniera con Balac, el cual le hizo un gran festín («hizo matar» en el
versículo 40 significa «sacrificar, como para una fiesta») y le llevó para que
viera a Israel.
La principal lección aquí es
hallar la voluntad de Dios y obedecerla, sin importar los deseos personales o
circunstancias posteriores.
II. LAS VISIONES DE BALAAM ACERCA
DE ISRAEL (23–24)
Balac quería que Balaam maldijera
a Israel y así protegiera a Madián y a Moab, ¡pero cada vez que Balaam abría su
boca más bien bendecía a Israel!
A. PRIMERA VISIÓN: LLAMAMIENTO DE ISRAEL (23.1–12).
Balaam deja en claro que no podía
maldecir a Israel porque Dios lo había bendecido. Ve a la nación como un pueblo
especial, llamado por Dios y separado de las otras naciones (Dt 26.18–19;
32.8–9; Lv 20.26). Ve el crecimiento de Israel (como el polvo) y expresa su
deseo de morir como moriría un justo judío, en la bendición y el favor de Dios.
Esta visión, por supuesto, desagradó a Balac, quien llevó a Balaam a «otro
lugar» para «una perspectiva diferente».
B. SEGUNDA VISIÓN: ACEPTACIÓN DE ISRAEL (23.13–30).
Esta vez Balaam aclara que Dios
habla y cumple su Palabra. No es como los hombres que cambian de parecer o
fracasan al no cumplir sus promesas. Anuncia el asombroso hecho de que Dios no
ve iniquidad en Israel. Sin duda los judíos habían pecado con frecuencia, pero
en lo que respecta a su posición delante de Dios, eran aceptos. Fueron librados
de Egipto mediante la sangre del Cordero y eran la posesión comprada de Dios
(Éx 19.1–6). Humanamente hablando eran un fracaso, pero desde el punto de vista
divino eran el pueblo de Dios para siempre. A estas alturas, por supuesto,
Balac estaba furioso, pero llevó a Balaam a que mirara a Israel desde otro
lugar.
C. TERCERA VISIÓN: ISRAEL Y CANAÁN (24.1–9).
Esta vez Balaam no usó ninguno de
sus sortilegios; en lugar de eso, el Espíritu de Dios vino sobre él y le abrió
los ojos. Esta visión describe a Israel disfrutando de sus bendiciones en la
tierra prometida, con las otras naciones derrotadas. Nótese en esta visión el
énfasis en el agua, líquido precioso en el desierto. Esta visión fue más de lo
que Balac pudo aguantar. Amenazó a Balaam, dando indicios de que «el Señor» le
había impedido de que recibiera riqueza y honor (vv. 10–11). Luego el profeta
tuvo una cuarta visión.
D. CUARTA VISIÓN: GLORIA FUTURA DE ISRAEL (24.10–25).
Hay quizás dos maneras de mirar
este mensaje simbólico. Sin duda el rey David se ajusta a la descripción,
puesto que derrotó a los moabitas, edomitas y otros pueblos (Véanse 2 S 8.2,
14). Pero el gran cumplimiento está en Cristo, el Mesías, la «Estrella de Jacob
y Cetro de Israel». Israel tendrá completo dominio cuando Cristo vuelva y
establezca el reino milenial. Los muchos enemigos de Israel serán derrotados. Véanse
Lucas 1.68–79.
En estas cuatro visiones Balaam da
una maravillosa historia de Israel, desde su elección como nación hasta su
exaltación en el reino. Podemos aplicar estas verdades, por supuesto, al
creyente del NT, a quien Dios lo ha escogido, justificado (de modo que somos
aceptos en el Amado), le ha dado una rica herencia en Cristo y le ha prometido
la gloria futura.
III. LA VICTORIA DE BALAAM SOBRE
ISRAEL (25)
Si Balaam se hubiera detenido con
sus visiones de Dios, hubiera estado seguro, pero quería el dinero y el honor
que Balac le prometió. De modo que le dijo al rey cómo derrotar a Israel. Su
plan era simple: invitar a los judíos a participar en los festines sacrificiales
y corromperlos con idolatría y lujuria. Las ceremonias incluidas en la
adoración a Baal eran muy corruptas y Balaam sabía que los hombres judíos se
verían tentados a unirse con las mujeres moabitas.
Esto es exactamente lo que ocurrió.
Es más, un israelita fue lo bastante osado como para traer a una mujer pagana a
su casa a plena vista de Moisés (v. 6). Lo que los ejércitos de otras naciones
no podían hacer, las mujeres de Moab y de Madián lo estaban logrando. Si
Satanás no puede vencer al pueblo de Dios como un león (1 P 5.8), viene como
una serpiente. ¡Tenga cuidado de la amistad con los enemigos de Dios! Sus
sonrisas son trampas.
Finees, nieto de Aarón, asumió una
posición definida por el Señor y se opuso al compromiso del pueblo de Dios con los
paganos (2 Co 6.14–18). Una plaga del Señor había ya comenzado. Cuando Finees
mató al hombre y a la mujer culpables, la plaga se detuvo, pero no antes de que
24.000 personas murieran. Véanse Números 31.16. En esta época, cuando la gente
les dice a los cristianos que hagan amistad con sus enemigos espirituales,
necesitamos más hombres valientes como Finees, que tomen una posición de
separación y santidad.
Por supuesto, Balaam pensó que los
pecados de Israel destruirían a la nación. Este es el «error de Balaam»
mencionado en Judas 11. La gente que mira a la iglesia de hoy la condena por
sus «manchas, arrugas y defectos», pero Dios ve a su Iglesia desde un punto de
vista diferente. Es verdad, Él castiga nuestros pecados y nos disciplina cuando
desobedecemos, pero nunca nos dejará ni desamparará. Es este bendito hecho de
gracia que Balaam no entendió. Apocalipsis 2.14 menciona la doctrina de Balaam.
Esto es el consejo que dio a Balac de invitar a los judíos a mezclarse con los
gentiles, a casarse con moabitas y a participar en sus fiestas diabólicas. Tal
«doctrina» no es sino compromiso. Es interesante que la advertencia del NT
viene en la carta a la iglesia de Pérgamo, porque «Pérgamo» significa «casado».
Este es el gran peligro hoy: Los cristianos como individuos y las iglesias (y denominaciones)
como grupos olvidan su llamamiento a separarse y se unen con el mundo. Esto
sólo puede significar juicio.
Véanse otras referencias a Balaam
en Deuteronomio 23.4–5, Josué 24.9–10, Nehemías 13.2, Miqueas 6.5, 2 Pedro 2.15–16,
Judas 11 y Apocalipsis 2.14.
33–36
Estos capítulos tratan de la
designación de la herencia de las tribus, mirando hacia adelante al tiempo cuando
la nación poseería Canaán. A las tribus se les asigna porciones, a los levitas
sus ciudades especiales y, lo más importante de todo, se definen las ciudades
de refugio. Consideraremos estas seis ciudades desde tres puntos de vista.
(Léanse otros hechos en Dt 19 y Jos 20.)
I. EL SIGNIFICADO PRÁCTICO
La nación no tenía fuerza policial
y los ancianos de cada ciudad constituían una «corte» para considerar crímenes
capitales. Si una persona accidentalmente mataba a otra, necesitaba algún tipo
de protección; porque era legal que un pariente de la persona muerta tratara de
vengar la sangre del fallecido. Génesis 9.6 establece el principio de la pena
capital, lo cual reafirmó Moisés en 21.12–14.
(No obstante, nótese en el
versículo Éxodo 13 la sugerencia de las ciudades de refugio.) En otras palabras,
la vida de la persona que mataba a otra corría peligro, porque el «vengador de
la sangre» (el redentor) podía matarla antes de que el homicida tuviera la
oportunidad de demostrar su inocencia.
Números 35.16–23 aclara que Dios
considera el asesinato (con intención deliberada) y el homicidio (por
accidente) dos cosas diferentes. En la ley moderna seguimos esta distinción. El
asesino tiene una intención deliberada de matar; tiene un historial de
aborrecer a la víctima. Pero quien mata a otro por accidente no tiene intención
de asesinar. Merece el derecho de explicar el caso y salvar su vida. Este fue
el propósito de las ciudades de refugio.
El homicida tenía que huir a la
más cercana de tales ciudades, en donde los ancianos lo recibirían, oirían su
caso y realizarían un juicio. Si decidían que era culpable de asesinato, lo
entregarían a las autoridades competentes para su ejecución (Dt 19.11–13). Si era
claro que la muerte fue accidental, a la persona se le permitiría vivir en la
ciudad bajo su protección y el vengador de la sangre no podía tocarle. Mas, sin
embargo, si la persona salía de la ciudad, podía matársele. Cuando el sumo
sacerdote moría, la persona era libre de regresar a su ciudad con seguridad.
Nótese que el objetivo de esta ley
era evitar la contaminación de la tierra (Nm 35.29–34). El asesinato
contaminaría la tierra y los asesinos sin condenar llevarían a la tierra a un
pecado mayor. Esta ley proveía protección al inocente y condenación al
culpable. Era una ley justa. Es desafortunado que nuestras leyes de hoy a
menudo se aplican erróneamente de modo que es fácil para el culpable salir libre.
No sorprende que nuestra nación está contaminada con sangre y hay muy poco
respeto para la ley y el orden.
II. EL SIGNIFICADO TÍPICO
Estas seis ciudades de refugio son
hermosos tipos de Cristo, a quien «hemos acudido para asirnos de la esperanza
puesta delante de nosotros» (Heb 6.18).
A. DESIGNADAS POR DIOS.
Este fue un acto de gracia, porque
todos los hombres son pecadores y merecen morir. Moisés no escogió las
ciudades, porque la ley no puede salvar a nadie. Aunque eran ciudades
sacerdotales, no era un sacerdote terrenal el que las seleccionó. La
designación y envío del Mesías vinieron del corazón amante de Dios. «De tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Jn 3.16).
B. ANUNCIADAS EN LA PALABRA.
Las seis ciudades se nombran en
Josué 20.7–8 y nunca se podían cambiar. Por la autoridad de la Palabra de Dios,
¡el homicida podía entrar en una ciudad y nadie podía prohibírselo! Así con
nuestra salvación: la Palabra nos la promete y esto jamás puede cambiar. Había
ciudades en Israel que eran más grandes y más prominentes, pero ninguna podía
dar refugio al pecador. Hay muchas «religiones» hoy, pero sólo un camino de
salvación según se anuncia en la Palabra de Dios: la fe en Jesucristo (Hch 4.12).
C. ERAN ACCESIBLES PARA TODOS.
Si usted consulta un mapa de la
Tierra Santa, verá que las seis ciudades estaban ubicadas de tal manera que
ninguna tribu estaba demasiado lejos del lugar de seguridad. En el lado oeste
del Jordán estaban Cades en el norte, Siquem en el área central y Hebrón en el
sur. Al lado oriental del río (donde Rubén, Gad y Manasés decidieron
establecerse) estaban Golán al norte, Ramot en la sección central y Beser en el
sur. Estas ciudades eran accesibles. Algunas se ubicaban en montes para ser
incluso más visibles.
La tradición nos dice que los
sacerdotes se aseguraban de que los caminos que conducían a estas seis ciudades
estuvieran en buenas condiciones y que se erigieran señales regulares para
guiar al fugitivo. Los rabíes nos dicen que las puertas de estas ciudades nunca
se cerraban. ¡Qué cuadro de Cristo! ¡Sin duda el «camino a la ciudad» está
libre! Nadie nunca tiene que preguntarse quién es el Salvador o cómo venir a
Él, porque venimos a Él por fe. Él nunca desprecia ni deja fuera al pecador (Jn
6.37). Hay un punto de contraste entre las ciudades y Cristo: cuando el
homicida llegaba a la ciudad, se le admitía pero también se le juzgaba. Con
nosotros no hay juicio, ¡porque ya estamos condenados!
Véanse también Juan 3.18. Los
ancianos de la ciudad admitían a alguien que era inocente de asesinato, pero
Cristo recibe a pecadores culpables. ¡Cuánta gracia!
D. ADECUADAS PARA SATISFACER LA NECESIDAD.
Siempre que el homicida
permaneciera en la ciudad, estaba seguro y sería libre cuando el sumo sacerdote
muriera. Esto no sugiere que podemos «dejar a Cristo» y perder nuestra
salvación, porque no construimos las doctrinas sobre tipos; más bien
interpretamos los tipos en base a las doctrinas. El verdadero cristiano nunca
puede perecer, pero al no «permanecer en Cristo» abre la puerta a los peligros
espirituales y físicos. Nuestro Sumo Sacerdote jamás morirá y porque Él vive
nosotros también vivimos.
Para ver cuán adecuado es
Jesucristo para satisfacer todas nuestras necesidades, considérese el nombre de
las ciudades. Cades significa «justicia» y esta es nuestra primera necesidad.
Cuando venimos a Cristo Él nos da su justicia y perdona nuestros pecados (2 Co
5.21; Col 2.13). Siquem significa «hombro» y sugiere que hallamos en Cristo un
lugar de reposo, un amigo en quien podemos echar nuestras cargas. «¿Podré
sostenerme?», es la pregunta que siempre hace el nuevo creyente. La respuesta
es: «¡Él te sostendrá!» Hebrón significa «comunión», sugiriendo nuestra
comunión con Dios en Cristo y también nuestra comunión con otros creyentes.
Beser significa «fortaleza», sugiriendo la protección y victoria que tenemos en
Cristo.
El lugar más seguro en el mundo
está en la voluntad de Dios. Ramot significa «alturas» y nos recuerda que los
creyentes están sentados «en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Ef
2.4–10). El pecado siempre aplasta a la persona, pero Cristo nos levanta; ¡y un
día seremos arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire! Por
último, Golán significa «círculo» o «completo» y sugiere que en Cristo estamos
completos (Col 2.9–10). Algunos dicen que significa «felicidad» y sin duda el
cristiano es una persona feliz, a pesar de las pruebas y problemas de la vida.
Nótese que al homicida se le dice
que huya a la ciudad. ¡Tal persona no puede darse el lujo de esperar! Tampoco
los pecadores perdidos pueden darse el lujo de dilatar su huida al único
refugio: Jesucristo.
III. EL SIGNIFICADO
DISPENSACIONAL
Hay algunos eruditos que ven en
estas ciudades un cuadro de Israel y su rechazo de Cristo. Israel mató a
Jesucristo en ignorancia y ceguera (Hch 3.14–17; 1 Co 2.8). Jesús oró: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23.34). Esto significa que a
Israel se le trata como a un homicida y no como a un asesino alevoso, y que hay
perdón y seguridad para Israel. Sin embargo, Israel está ahora «en el exilio»
como lo estaba el homicida en la ciudad de refugio. En otras palabras, Dios
protege a Israel y un día la hará salir adelante en perdón y bendición cuando
vea a su Mesías (Zac 12.10–13.1).
Estas mismas ideas se aplicarían a
Pablo, quien fue culpable de matar a otros (Véanse 1 Ti 1.12–16). Él es un
«modelo» para los judíos que serán salvos en el futuro, porque verán a Cristo
en gloria así como Pablo lo vio (Hch 9).