SAMUEL (heb., shemu’el, nombre de Dios, o su nombre es El; algunos gramáticos prefieren la derivación de yishma’El, Dios oye; otros asocian el nombre con sha’al, preguntar, sobre la base de 1 Samuel 1:20). Samuel a menudo es llamado el último de los jueces (1 Samuel 7:6, 15-17) y el primero de los profetas (1 Samuel 3:20; Hechos 3:24; 13:20). El fue el hijo de Elcana, un zufita, y Ana, de Ramataim en la región montañosa de Efraín.
Los eventos asociados con el nacimiento de Samuel
indican que sus padres eran una pareja dedicada y devota (1 Samuel 1:1—2:10).
La oración de Ana por un hijo fue contestada. Después que Samuel fue destetado,
ella lo llevó a la casa del Señor en Silo.
Los libros llevan el nombre de Samuel, la figura sobresaliente
de la primera sección. Originalmente, había un solo libro de Samuel, pero la
LXX lo dividió en dos.
Existe poca evidencia externa o interna acerca de la
autoría de Samuel. La tradición judía atribuye la obra al profeta Samuel. Todos
los eventos de 1 Samuel 25—31 y 2 Samuel ocurrieron después de la muerte de
Samuel. La afirmación de 1 Samuel 27:6 es tomada por algunos para referir a una
fecha en el reino dividido; otros insisten en que ésta no necesita ser más
tarde que el final del reino de David. Samuel era escritor y ciertamente su
escritura fue utilizada en la composición de estos libros (1 Crónicas 29:29).
Los libros de Samuel presentan el establecimiento de la
monarquía en Israel. En preservar la narrativa de Samuel, el juez y profeta,
los libros marcan la transición del gobierno de los jueces al gobierno de los
monarcas, en vista de que Samuel ocupó el oficio profético y administró la
instalación divina en el oficio de los dos primeros reyes de Israel.
Abarca
la historia de Israel desde el nacimiento de *Samuel, el profeta que ungió a
los dos primeros reyes de Israel, hasta la muerte de Saúl.
En este libro
tenemos el relato acerca de Elí, y de la maldad de sus hijos; también de
Samuel, su carácter y sus hechos. Después narra el nombramiento de Saúl como
rey de Israel, y de su mala conducta hasta que su muerte dio lugar a la
ascensión de David al trono, que fue un tipo prominente de Cristo. La
paciencia, modestia, constancia de David y el ser perseguido por enemigos
francos y amigos fingidos, son un patrón ejemplar para la iglesia y para cada
miembro suyo.
Muchas cosas de
este libro estimulan la fe, la esperanza y la paciencia del creyente que sufre.
Contiene también muchos consejos útiles y advertencias espantosas.
AUTOR
Y FECHA
Según la tradición judía,
Samuel escribió la parte del libro que termina con su muerte y el resto lo
escribieron Natán y Gad. Sin embargo, el libro parece obra de un solo autor.
Según 1 S 9.9, fue escrito
mucho después de los sucesos relatados (a menos que 9.9 sea una interpolación).
El uso de «Israel» y «Judá» indica que había transcurrido un tiempo después de la
división del reino en 931 a.C. (1 S 27.6).
Ciertamente el autor usó
varias fuentes de información. Samuel escribió las leyes del reino (1 S 10.25).
Se menciona el libro de Jaser (2 S 1.18). Se sabe que David tenía un cronista y
un escriba particulares (2 S 8.16, 17). En 1 Cr 29.29 se mencionan escritos de
Samuel, Natán y Gad.
Varios otros personajes se
han sugerido como autores de Samuel, pero no se ha determinado uno con certeza.
Probablemente fuera un profeta que vivió poco después de la división del reino
y que se valió de los escritos antedichos. Si era uno de los «hijos de los
profetas», sin duda tenía acceso a los datos que tenían guardados los profetas.
Puesto que Samuel fundó la escuela de profetas, este autor en realidad estaba
continuando la obra que Samuel empezó.
NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: 1ª Sam: 2: 10. Gran Juez.
NOTAS
PRELIMINARES A LOS LIBROS HISTÓRICOS
I. TEMA
Samuel, Reyes y Crónicas son
libros de historia que narran el establecimiento del reino, sus años de victoria
y derrota, y el fin del reino dividido. Una lección es obvia al leer estos
libros: «La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las
naciones» (Pr 14.34). Dondequiera que una nación exaltó a Dios, Dios exaltó a
la nación; pero cuando los gobernantes, profetas y pueblo se alejaron de la
ley, Dios les quitó su bendición.
Esta verdad no sólo se ve en la
historia de toda la nación, sino también en la vida de sus líderes. David y
Salomón desobedecieron a Dios y pagaron muy caro con sus familias y vidas.
II. LOS PROFETAS
En un período de declinación
espiritual Dios envió a sus profetas para despertar a su pueblo. Hay varios
«profetas anónimos» en estos libros y siervos famosos de Dios tales como Elías,
Eliseo, Isaías, Joel, Amós, Jonás y Miqueas. Verifique en su diccionario
bíblico o manual bíblico las semejanzas en las vidas de los profetas y la
historia de la nación.
III. LOS
LIBROS DE SAMUEL
Estos libros narran la transición
del período de los jueces al tiempo cuando se estableció la monarquía. Samuel
fue el último de los jueces y el primero de los profetas nacionales. Fue quien
ungió a Saúl, el primer rey, y luego a David su sucesor.
SE PUEDE BOSQUEJAR LOS LIBROS JUNTOS COMO SIGUE:
A. Samuel (1 S
1–7)
1. Nacimiento
e infancia (1–3)
2. Principios
del ministerio (4–7)
B. Saúl (1 S
8–15)
1. Hecho rey
(8–10)
2. Primeras
victorias (11–12)
3. Pecados y
rechazo (13–15)
C. David (1 S
16-2 S 24)
1. El pastor (1 S
16–17)
2. El siervo (1
S 18–19)
3. El exilio (1
S 20–31)
4. El rey (2 S
1–24)
a. Sus triunfos
(2 S 1–12)
b. Sus
aflicciones (2 S 13–24)
I) Pecado
personal (11–12)
II) Pecado de
Amnón (13)
III) Pecado de
Absalón (14–18)
IV) Intranquilidad
nacional (19–24)
1–3
Los sucesos en los primeros
capítulos del libro se centran alrededor de tres personas.
I. ANA: UNA MADRE PIADOSA
(1.1–2.11)
A. SU AFLICCIÓN (1.1–10).
Aun cuando el modelo perfecto de
Dios para la familia, desde el mismo principio, ha sido un esposo para una
esposa, «por la dureza del corazón humano» (Mt 19.8) Dios permitió la poligamia.
Véanse Deuteronomio 21.15–17.
Elcana era un hombre piadoso, pero tenía un hogar dividido y su esposa
favorita, Ana («gracia»), llevaba una carga constante de tristeza debido a su
esterilidad y al acoso de la otra esposa.
B. SU SÚPLICA (1.11–19).
Ana era una mujer de oración, de
modo que no sorprende hallar que su hijo Samuel fue un gran hombre de oración.
Tan cargado estaba el corazón de Ana que no comió en la fiesta y se fue al tabernáculo
a orar. (La palabra «templo» en 1.9 significa «un edificio público grande» y no
se refiere al templo de Salomón, el cual aún no se había construido.) Ana no
«regateó» con el Señor; más bien demostró su espiritualidad al ofrecer
voluntariamente a Dios lo mejor que podía: Su primogénito. El versículo 21
sugiere que su esposo estuvo de acuerdo con el voto; Véanse también Números
30.6–16.
Las regulaciones nazareas se
hallan en Número 6. Sin duda Elí, el sumo sacerdote, juzgó con severidad a Ana
(Mt 7.1–5), especialmente porque consideraba que sus propios hijos eran «hijos
de Belial [Satanás]» (Véanse 2.12).
C. SU SOMETIMIENTO (1.20–28).
Dios respondió las oraciones de
Ana y le dio un hijo, así que ella le llamó Samuel: «pedido de Dios». Las
mujeres judías destetaban a sus hijos alrededor de los tres años; y en ese tiempo
Ana llevó a Samuel a Elí y cumplió su voto al Señor. Los tres becerros fueron
quizás para la ofrenda por el pecado, el holocausto y una ofrenda especial por
el voto nazareo; Véanse Números 15.8. «Por este niño oraba».
¡Qué testimonio de una madre piadosa!
Véanse 2 Timoteo 1.5. Si tuviéramos más padres como Elcana y Ana, tendríamos
más gente piadosa como Samuel. «Dedico» quiere decir «dar»; Samuel le
pertenecía al Señor por el resto de su vida.
D. SU HIJO (2.1–11).
Mientras Elcana adoraba (1.28), su
esposa oraba y alababa a Dios. Compárese este pasaje con el canto de María en
Lucas 1.46–55. En ambos casos las mujeres alabaron a Dios por su victoria y por
honrar las oraciones de los humildes. Nótese los dos nombres de Cristo en 2.10:
«su Rey» y «su
Ungido» (Mesías, Cristo): porque
la carga de Ana era la gloria de Dios entre su pueblo. No cabe duda que Ana es
un ejemplo de una madre piadosa, porque puso a Dios primero, creyó en la
oración, cumplió sus votos y le dio toda la gloria a Él.
II. ELÍ: UN PADRE DESCUIDADO
(2.12–36)
A. SUS HIJOS PECADORES (VV. 12–21).
¡Qué trágico es cuando un siervo
del Señor (y además sumo sacerdote) fracasa al no ganar a sus hijos para el
Señor! Estos hijos de Elí eran egoístas, porque ponían sus deseos antes que la
Palabra de Dios y las necesidades del pueblo; eran imperiosos; y llenos de
lujuria (2.22). Filipenses 3.17–19 es una descripción perfecta de estos
sacerdotes impíos. Nótese la repetición de la palabra carne. Advierta también en el versículo 18 el contraste entre
los hijos de Elí y el joven Samuel: «Pero Samuel». No hay duda de que los hijos
de Elí se reían del joven Samuel y le ridiculizaban por su ministerio fiel;
pero Dios iba a intervenir y arreglar cuentas sin que pasara mucho tiempo.
B. SU DESOBEDIENCIA EGOÍSTA (VV. 22–26).
Elí rehusó enfrentar los hechos
con honradez y obedecer la Palabra de Dios; véanse Deuteronomio 21.18–21 y
17.12. En 3.13 Dios afirma claramente que Elí rehusó disciplinar a sus hijos;
en lugar de eso, los malcriaba. Su débil advertencia en 2.23–25 no fue
sustituto de la disciplina definida. Compárese 2.26 con Lucas 2.52.
C. SU SEVERO JUICIO (VV. 27–36).
Dios, en su gracia, envió un
severo mensaje a Elí por boca de un desconocido hombre de Dios, advirtiéndole
que su familia sufriría debido a los pecados de los hijos y a su propio
descuido. Honraba a sus hijos más que al Señor (v. 29); esto era idolatría. Elí
no fue celoso de la gloria del Señor, así que Dios tenía que eliminarlo. Años
más tarde Saúl mató a muchos de los descendientes de Elí (1 S 22.17–20); y más
adelante Salomón sustituyó a la familia de Elí con la familia de Sadoc (1 R
2.26–27, 35).
Por supuesto, el «sacerdote fiel»
del versículo 35 se refiere de momento a Samuel, pero al final a Cristo. El
versículo 34 predice la muerte de los dos hijos de Elí; Véanse en 4.17–18 el
cumplimiento.
III. SAMUEL:
UN HIJO DEVOTO (3)
A. SU LLAMAMIENTO DEL SEÑOR (VV. 1–10).
La tradición afirma que Samuel
tenía alrededor de doce años en este tiempo. Creció en la presencia del Señor y
aprendió a servir en su tabernáculo, sin embargo, no había tenido una
experiencia personal con el Señor (v. 7). Cuán importante es que quienes crecen
en hogares cristianos tomen sus decisiones personales por Cristo. Samuel había
llenado el candelero con aceite; era cerca del amanecer y la lámpara estaba a
punto de apagarse. Samuel dormía y el Señor le llamó. Primero pensó que el
ciego Elí necesitaba ayuda, de modo que fue corriendo a verlo. (Véanse qué
rápido obedecía este muchacho cuando le llamaban.) El versículo 10 narra la
conversación de Samuel: «Habla, porque tu siervo oye».
Años más tarde Dios le diría a
Samuel: «Habla, siervo, ¡que tu Señor oye!» Porque Samuel llegó a ser un gran
hombre de oración.
B. SU MENSAJE DEL SEÑOR (VV. 11–14).
La persona que se somete al Señor
y está siempre dispuesta a escuchar, aprenderá la voluntad de Dios. Elí
desobedeció al Señor y puso a su familia primero, por lo tanto Dios no le
hablaba directamente. Fue un mensaje de juicio para la casa de Elí y en el
corazón de Samuel debe haber pesado mucho. Samuel quería a Elí y había
aprendido mucho de él, pero él sabía que debía ser fiel al Señor a pesar de sus
deseos personales.
C. SU MENSAJE A ELÍ (VV. 15–21).
Esta tremenda experiencia
espiritual no impidió que Samuel siguiera cumpliendo sus tareas diarias a la
mañana siguiente. No «se exhibió» ante la gente; no, caminó con gran humildad,
llevando en su corazón la carga del Señor. Así como le dijo al Señor: «Heme
aquí», contestó: «Heme aquí» cuando Elí le llamó. Los que honran al Señor
también honran a sus ancianos. Samuel hubiera preferido guardar el triste
mensaje en su corazón, pero Elí le pidió que se lo dijera; y así lo hizo. Aun
cuando no admiramos el fracaso de Elí con su familia, sí admiramos su
resignación a la voluntad de Dios a pesar de que significaba la muerte para él
y sus hijos.
Este hecho fue un punto decisivo
en la historia. Hasta aquí Dios no había hablado con las personas abiertamente,
ni en visiones «con frecuencia» (v. 1); pero ahora todos sabían que Samuel era
el profeta de Dios y que el Señor estaba con él. El Señor pudo aparecer de
nuevo porque había un siervo en quien podía confiar. Sin duda Dios haría más
por su pueblo, incluso hoy, si pudiera hallar creyentes consagrados dispuestos
a ser sus siervos.
Varias lecciones prácticas se
hallan en estos capítulos:
1. Nunca subestime el poder del
pecado en una familia. Los hijos de Elí necesitaban disciplina, pero él más
bien los consentía. Esto le costó su vida y a la larga a la familia le costó el
sacerdocio.
2. Nunca subestime el poder de la
oración en el hogar. Ana y Elcana eran personas de oración y Dios contestó sus
oraciones. Hoy somos bendecidos debido a la dedicación de Ana, porque por medio
de ella Dios le dio al mundo a Samuel, el último de los jueces y el primero de
los profetas nacionales.
3. Dios habla a niños y a jóvenes, y
los adultos deben facilitarles que oigan la voz de Dios y respondan en fe. Cuán
sabio fue Elí al saber que Dios estaba llamando al joven Samuel. Educar a los niños
en las cosas espirituales es una gran responsabilidad que no debemos eludir.
4–7
Estos capítulos relatan tres
grandes sucesos en la historia de Israel
I. LA GLORIA DE DIOS SE VA (4)
A. UN GRAN PECADO (VV. 1–5).
Israel perdió cuatro mil hombres
en la primera batalla y esto debió haberles mostrado que desagradaron a Dios.
¿Se arrepintieron y se volvieron a Dios en oración y confesión? ¡No! En vez de eso
echaron mano a la superstición y llevaron el arca del pacto al campo de
batalla. No podían llevarla con fe porque Dios no lo ordenó en su Palabra.
Actuaban por impulsos y no por fe. Debido a que el arca fue delante de la
nación en el desierto y marchó en victoria alrededor de Jericó, pensaban que su
presencia les aseguraría la victoria sobre los filisteos. En lugar de
reverenciar el arca como símbolo de la presencia de Dios, ¡la convirtieron en
una reliquia religiosa! Véanse Números 10.35.
B. UNA GRAN MASACRE (VV. 6–10).
Los filisteos estaban primero
temerosos; luego determinados; incluso si el Dios de Israel estaba en el
campamento, ¡iban a comportarse como soldados valientes! Puesto que Dios
abandonó a su pueblo, los filisteos tuvieron una victoria fácil. El Salmo 78.56
es una descripción vívida de esta tragedia.
Israel debía haber sabido que la
presencia de Dios entre ellos dependía de su obediencia a su Palabra.
Ofni y Finees eran sacerdotes
impíos; su presencia trajo juicio, no bendición.
C. UNA GRAN AFLICCIÓN (VV. 11–22).
Elí, el sacerdote ciego de noventa
y ocho años de edad, estaba sentado junto al camino cuando llegó el mensajero a
Silo con las malas noticias; pero este mensajero pasó de largo y anunció su
mensaje en la ciudad. El clamor de la ciudad despertó la curiosidad de Elí,
porque sin duda esperaba el cumplimiento de la profecía de Samuel (3.11–14;
2.34–35). Nótese cómo el mensajero da las cuatro malas noticias en orden de
importancia: Israel huyó; mataron a muchos; los dos hijos de Elí habían muerto;
y el arca había sido capturada por el enemigo. El versículo 13 nos dice que la
seguridad del arca era la mayor preocupación de Elí. Ahora vemos aflicción tras
aflicción: Elí cae en un estado de shock, se rompe el cuello y muere; y su
nuera también pierde su vida al dar a luz un hijo.
El nombre «Icabod» significa «sin
gloria» o «¿dónde está la gloria?» Véanse Éxodo 40.34. La palabra «traspasada»
puede traducirse «ha ido al exilio». La historia de Israel es una de recibir y
luego perder la gloria de Dios.
II. SE DEFIENDE EL NOMBRE DE DIOS
(5–6)
A. ANTE LOS PAGANOS (CAP. 5).
Dios no revelará su poder a favor
de su pueblo pecador, pero no permitirá que un enemigo se ría satisfecho y
ponga en ridículo su gloria o manche su nombre. Los señores de los filisteos
añadieron el arca a sus otras reliquias religiosas en el templo pagano y puso a
Jehová en el mismo nivel de su dios pez Dagón. Por supuesto, ¡Dios está muy por
encima de los demás dioses! ¡No sorprende que el ídolo pagano cayera postrado
ante el arca! Véanse Isaías 19.1. Los hombres enderezaron a Dagón de nuevo debido
a que era impotente para hacerlo por sí mismo; ¡pero al día siguiente
encontraron a su adorado ídolo sin manos y sin cabeza! Jehová demostró que
Dagón era un dios falso; vindicó su Nombre.
Dagón perdió sus manos, pero la
mano del Señor se agravó en juicio sobre Asdod (v. 6); Dios envió forúnculos
(«tumores», inflamaciones) y ratones (6.4) como plaga sobre el pueblo. Los
ratones arruinaron la cosecha y llevaban gérmenes de enfermedad. El arca fue
llevada de Asdod a Ecrón, ¡pero los ciudadanos pidieron que se la llevaran! De
nuevo, Dios defendió su Nombre.
B. ANTE LOS ISRAELITAS (CAP. 6).
Los filisteos decidieron devolver
al arca a Israel, pero nadie tenía el valor para acometer la tarea.
Finalmente decidieron poner el
arca en un carro nuevo y permitir que las vacas recorrieran el camino sin
ayuda. Sería natural que las vacas buscaran a sus terneros (v. 10); pero si se
encaminaban más bien a Bet-semes sería evidencia de que Dios las dirigía y por
consiguiente que Él había enviado las plagas.
Los filisteos añadieron también
una ofrenda por las transgresiones: cinco figuras de sus tumores y cinco de
ratones. Dios condujo a las vacas y trajeron el carro al campo de Josué, un
habitante de Betsemes.
Los israelitas que estaban en el
campo cosechando se regocijaron al ver el arca devuelta. Sin embargo, los
venció la curiosidad y miraron dentro del arca (vv. 19–20) y Dios tuvo que
juzgarlos. Los números en el versículo 19 crean un problema, porque no había
cincuenta mil en aquella pequeña aldea. En hebreo se usan letras para los
números y es fácil que algún escriba haya copiado o leído erróneamente alguna
letra. Es probable que setenta hombres fueron juzgados al instante, sin duda
«una gran masacre» para un pueblo tan pequeño.
El problema no afecta nada
crucial. Es importante que sepamos que Dios los juzgó por su pecado. Cuántos murieron
no es un asunto vital.
Ofni y Finees pensaron que podían
ganar victorias confiando en el arca cuando sus vidas eran perversas y Dios los
mató. Elí murió porque no disciplinó a sus hijos que deshonraban al Señor. Los filisteos
murieron porque trataron a Jehová como a uno de sus dioses. Los hombres de
Bet-semes murieron porque con presunción miraron dentro del arca. Cuesta caro
burlarse de Dios.
III. LIBERACIÓN DEL PUEBLO DE
DIOS (7)
El arca no regresó a Silo;
permaneció veinte años en casa de Abinadab. ¿Qué hacía Dios en ese tiempo?
Preparaba a su siervo Samuel para derrotar al enemigo y establecer el reino.
Sin duda Samuel ministraba al pueblo de lugar en lugar, dándoles la Palabra de
Dios. El versículo 3 indica que Samuel llamaba al pueblo a arrepentirse y a
volver al Señor. Esto quería decir desechar los dioses de los paganos y luego
preparar sus corazones para servir al Señor. ¡Cuán trágico que la gran nación
de Israel haya caído en derrota y desprestigio debido a sus pecados! Si Elí
hubiera sido un padre fiel y sus hijos sacerdotes fieles, esta derrota nunca
hubiera ocurrido. Baal y Astarot representan las deidades masculina y femenina.
Su adoración se celebraba con ceremonias de inmundicia abominable.
¡Samuel convocó a la nación en
Mizpa para una reunión de oración! A Samuel siempre debe asociársele con la
oración; Véanse 12.23. Nació en respuesta a las oraciones de una madre (cap.
1); oró por su nación y derrotó al enemigo (7.13); oró cuando Israel desafió al
Señor y pidió rey (8.6); y oró por el rey Saúl (15.11) incluso después que Dios
lo rechazó. Alguien ha llamado a Samuel «el hombre de emergencia de Dios», y
sin duda que el nombre le queda bien. Samuel entra en escena cuando el sacerdocio
había decaído, cuando la nación estaba derrotada y cuando la gloria de Dios se
había ido.
No cabe duda que Ana debe haberse
dado cuenta de cuán maravillosamente Dios usaría a su hijo; Véanse su canto (y
predicción) en 2.9–10.
Los sucesos de Mizpa fueron estos:
(1) Samuel vertió
agua delante del Señor como un símbolo del arrepentimiento de la nación, sus
corazones derramándose en tristeza por sus pecados;
(2) ofreció un holocausto
para indicar la completa entrega de Israel a Dios;
(3) oró por la
nación mientras temían la llegada de los filisteos; Dios le dio al ejército de
Israel una gran victoria. ¡
Qué día fue ese! ¡Con una sola
oración Samuel consiguió una victoria que Sansón no pudo ganar en sus veinte
años de liderazgo! Desde ese día (hasta la gran victoria de David sobre los
filisteos), el enemigo mantuvo su distancia. Tal es el poder de una vida
consagrada, el poder de la oración (Stg 5.16).
Samuel tuvo un ministerio como
profeta y juez, viajando de ciudad en ciudad para ministrar al pueblo y
arreglar disputas. Fue el último de los jueces y el primero de los profetas
nacionales. (El oficio profético de Moisés fue de una naturaleza diferente.) Es
triste ver que los hijos de Samuel no siguieron en los caminos piadosos de su
padre (8.5). Tal vez estuvo tan ocupado con los asuntos de la nación que no los
educó. Elí cometió un error similar.
Estos acontecimientos nos muestran
la importancia de un hogar piadoso. La nación cayó en pecado y derrota debido a
que Elí descuidó su casa; pero Dios salvó a la nación debido a las oraciones de
una mujer piadosa (Ana) y el hijo que Él le dio. Conforme marchan los hogares,
así marcha la nación.
8–15
Estos capítulos abarcan la primera
etapa de la vida de Saúl y narran los pecados que condujeron a que Dios lo
rechazara.
I. LA PETICIÓN DE UN REY (8–10)
Jehová Dios había sido Rey de
Israel y había cuidado a la nación desde sus inicios; pero ahora los ancianos
de la nación querían un rey para que los dirigiera. Su petición la motivaron
varios factores:
(1) los hijos de Samuel no eran
piadosos y los ancianos temían que cuando Samuel muriera llevarían a la nación
a descarriarse;
(2) la nación tuvo una serie de
líderes temporales durante el período de los jueces y los ancianos querían un
gobernante más permanente; y:
(3) Israel quería ser como las otras
naciones y tener un rey a quien honrar.
Las poderosas naciones alrededor
de Israel eran una amenaza constante y
los ancianos sentían que un rey
les daría más seguridad. La reacción de Samuel al pedido muestra que comprendió
por completo su incredulidad y rebelión; que estaban rechazando a Jehová. Al
escoger a Saúl la nación rechazó al Padre; mucho después, al escoger a
Barrabás, rechazaron al Hijo; y cuando escogieron a sus líderes en lugar del
testimonio de los apóstoles, rechazaron al Espíritu Santo (Hch 7.51).
Aquí tenemos una ilustración de la
voluntad permisiva de Dios: Les concedió su petición, pero les advirtió lo que
les costaría. Véanse en Deuteronomio 17.14–20 la profecía de Moisés en cuanto a
este suceso. ¡La nación escuchó a Samuel y luego de todas maneras pidieron rey!
Querían ser como las demás naciones, aun cuando Dios los llamó a que fueran un
pueblo separado de las naciones. El capítulo 9 explica cómo Saúl fue traído a
Samuel y ungido en privado para ser rey. Nótese su humildad en 9.21 y también
en 10.22 cuando vaciló para ponerse ante el pueblo. Dios le dio a Saúl tres
señales especiales para confirmarle (10.1–7). Samuel también instruyó a Saúl
para que se quedara en Gilgal y esperara su regreso (10.8). El versículo 8
debería traducirse: «Cuando vayas antes que yo a Gilgal»; o sea, en alguna
fecha futura cuando Saúl tuviera el ejército listo para la batalla. Este suceso
ocurrió varios años más tarde; Véanse el capítulo 13.
Saúl tenía todo a su favor: (1) un
cuerpo fuerte, 10.23; (2) una mente humilde, 9.21; (3) un nuevo corazón, 10.9;
(4) poder espiritual, 10.10; (5) amigos leales, 10.26; y, sobre todo, (6) la
dirección y oraciones de Samuel. Sin embargo, a pesar de estas ventajas,
fracasó miserablemente. ¿Por qué? Porque no le permitió a Dios ser el Señor de
su vida.
II. LA RENOVACIÓN DEL REINO
(11–12)
Saúl regresó a su casa y en
realidad estaba renuente para hablar de su gran experiencia. Téngase presente
que esto fue al principio del reino cuando todo era nuevo. Samuel era aún el
líder espiritual de la tierra, y él y Saúl esperaban la dirección de Dios
concerniente al futuro de la nación. Sin los medios modernos de transporte o
comunicación, hubiera llevado meses para que Saúl y Samuel convocaran al pueblo.
La primera oportunidad de Saúl llegó cuando Nahas amenazó a la nación. No cabe
duda que esta victoria nacional puso a Saúl ante el pueblo y estableció su
autoridad. Algunos de sus allegados querían que Saúl matara a los Israelitas
que se opusieron a que reinara (10.27), pero Saúl mostró humildad y dominio
propio al dar la gloria al Señor y rehusar vengarse de otros.
Esta victoria fue la ocasión para
una renovación del reino y una rededicación de la nación. Samuel repasó su
ministerio y les recordó al pueblo que él fue fiel a ellos y al Señor. Luego repasó
la historia de la nación y condujo al pueblo a comprender que pecaron
grandemente contra el Señor al pedir rey.
Pidió lluvia para mostrarle al
pueblo su fe y el poder de Dios, y la tormenta súbita en la cosecha (acontecimiento
poco común en esa época del año) atemorizó al pueblo. Admitieron su pecado y Samuel
les volvió a asegurar la gracia de Dios. Necesitaban saber que su rey no les
iba a salvar; sería su fidelidad y obediencia al Señor que les aseguraría las
bendiciones de Dios. Se equivocaron, pero Dios lo anularía si obedecían.
III. EL RECHAZO DEL REY (13–15)
Estos tres capítulos narran tres
pecados del rey Saúl; pecados que a la larga le costarían el reino.
A. IMPACIENCIA (CAP. 13).
Ahora le llegó a Israel el día de
congregarse en Gilgal como Samuel y Saúl acordaron meses antes (10.8). Nótese
cómo Saúl se adjudica la victoria que obtuvo su hijo en Gabaa para impresionar
al pueblo y lograr que lo siguieran. La vasta horda de filisteos empezó a
reunirse, y mientras más esperaba Saúl, más peligrosa se ponía su situación. Si
atacaba de inmediato, podía derrotar al enemigo, pero su demora sólo les daba
la oportunidad de fortalecerse. La impaciencia (e incredulidad) de Saúl le condujo
a actuar sin Samuel de modo que cuando Saúl estaba ofreciendo el sacrificio
apareció el profeta.
Los versículos 11–12 narran las
excusas de Saúl mientras trataba de echarle la culpa a Samuel y al pueblo. «¡Me
esforcé!», le dijo a Samuel, pero el profeta sabía la verdad. Este era el
principio del fin: si Dios no podía confiar en él para algo tan pequeño, ¿cómo
podría confiarle el reino? La impaciencia de Saúl le costó el reino.
B. ORGULLO (CAP. 14).
Jonatán, el hijo de Saúl, era
evidentemente un hombre piadoso; porque el Señor le dio a él y a su escudero
una victoria sobre los filisteos. Saúl fue sólo un espectador (vv. 16–18), pero
entonces reunió sus tropas y participó en la victoria. Desafortunadamente, sin
embargo, Saúl pronunció un necio voto que prohibía a sus soldados comer en ese
día. ¡Cuán necio es pensar que un voto sacrificial le daría la victoria cuando
su corazón no estaba bien con Dios! Más tarde se enteraría que «obedecer es
mejor que los sacrificios». Jonatán no sabía nada respecto a esta maldición, de
modo que comió un poco de miel y se sintió fortalecido (v. 27), y su ejemplo de
sabiduría práctica animó al ejército a proceder y comer después de su victoria
(vv. 31–32).
Es triste, pero los judíos tenían
tanta hambre que comieron carne con sangre (Lv 17.10–14), que era mucho peor
que quebrantar el voto. Saúl trató de enmendar esto ofreciendo los despojos
como sacrificio a Dios. Cuando el ejército entabló la siguiente batalla, buscaron
la dirección de Dios pero no pudieron lograr respuesta. ¡Esto llevó a Saúl a
descubrir la desobediencia de Jonatán y el insensato rey iba a matar a su hijo!
¡Cuán fácil es dejarse convencer de los pecados de otro! El pueblo rescató a
Jonatán, pero las acciones de Saúl revelaron las tinieblas de su corazón. Los
problemas empezaron pronto. Su orgullo le haría caer.
C. DESOBEDIENCIA (CAP. 15).
Dios le daría a Saúl una
oportunidad más de dar prueba de sí mismo, esta vez destruyendo por completo a
los viejos enemigos de Israel, los amalecitas (Dt 25.17–19; Éx 17.16). Pero
Saúl no obedeció al Señor: conservó lo mejor de los despojos para sí mismo y no
mató al rey Agag. Dios le dijo a Samuel lo que Saúl había hecho y el
entristecido profeta oró toda la noche. Cuando Samuel se acercó a Saúl, el rey
le mintió y le dijo que había obedecido la Palabra de Dios. En ese momento los
pecados de Saúl lo alcanzaron, porque los animales empezaron a hacer ruido.
Una vez más Saúl recurrió a las excusas:
«Ellos» (el pueblo) guardó los animales, pero «nosotros» (él y los líderes)
destruimos por completo el resto. Entonces Samuel le entregó el mensaje de Dios
al rey rechazado: Saúl perdió su humildad anterior (9.21) y se tornó orgulloso
y desobediente; se rebeló contra la Palabra del Señor y trató de cubrir con
sacrificios su desobediencia (vv. 21–23). Sustituyó el decir en lugar del hacer
(15.13); las excusas en lugar de las confesiones (15.15, 21); y el sacrificio
en vez de la obediencia (v. 22). Era pronto para criticar y culpar a otros,
pero no estaba dispuesto a enfrentar y juzgar sus pecados.
Cuando Samuel estuvo a punto de
alejarse de Saúl, el rey confesó sus pecados, pero su confesión no impresionó
al profeta (vv. 24–27). La verdadera confesión involucra más que decir: «He
pecado»; significa arrepentimiento y verdadera tristeza por el pecado. Al
volverse Samuel, Saúl le tomó del manto y lo rasgó, y Samuel tomó esto como una
profecía de que el reino le sería quitado y dado a otro (David). El versículo
30 revela que a Saúl le preocupaba más lo que la gente pensaba que lo que Dios pensaba;
quería tener una buena reputación, pero no quería un carácter verdadero. Samuel
adoró con
Saúl y luego mató a Agag como Dios
había ordenado, pero esta fue la última vez que Samuel anduvo con Saúl. Este
perdió su mejor amigo; perdió la bendición del Señor; perdió su reino. De ahora
en adelante andaría en un camino serpenteante y oscuro que acabaría con él,
convirtiéndose en un fracasado que moriría a manos de uno de los mismos
amalecitas que se negó destruir (2 S 1.13).
16–17
Entramos ahora a estudiar la vida
de David, el «hombre según el corazón de Dios». Así como Saúl es un cuadro de
la vida carnal, David es un cuadro de la vida espiritual del creyente que
camina por fe en el Señor. Es verdad que David pecó. Sin embargo, fue todo lo
contrario a Saúl, confesó sus pecados y procuró restaurar su comunión con Dios.
Vemos en estos capítulos tres escenas en la primera etapa de la vida de David.
I. EL HIJO OBEDIENTE (16.1–13)
Qué declaración tan solemne: «¡He
desechado a Saúl!» Todavía el pueblo no sabía del rechazo y Saúl aún «guardaba
las apariencias» como rey de la tierra. Dios puede desechar a una persona y los
hombres aún la aceptan, pero a la larga el juicio de Dios cae. Tan peligroso
era Saúl que Samuel tuvo que inventarse un plan para escapar de su ira al
visitar Belén. Véanse en 22.17–19 un ejemplo de la ira de celos de Saúl.
Cuando bajo la dirección de Dios
Samuel llegó a la casa de Isaí para invitarlos a la fiesta, ¡David no estaba
allí! Estaba en el campo cuidando las ovejas. No podemos sino quedar
impresionados por la obediencia y humildad de David. El «bebé de la familia»
tenía muy poca consideración, pero era fiel a su padre y al Señor. La vida de
David ilustra Mateo 25.21: empezó como siervo y llegó a ser gobernante; fue
fiel con unas pocas ovejas y heredó la nación entera; sabía cómo trabajar, de
modo que Dios le dio gozo. Compárese esto con el hijo pródigo de Lucas 15, que
empezó como líder y acabó como sirviente; empezó poseyendo muchas cosas y acabó
pobre; empezó con el placer y terminó como esclavo. Mateo 25.21 bosqueja el
método de Dios para el éxito y lo vemos demostrado en la vida de David.
Samuel estaba a punto de cometer
el error de evaluar a los hombres por sus apariencias físicas (Véanse 10.24)
cuando Dios le recordó que el corazón era lo más importante. Léase Proverbios
4.23.
Cuando David apareció, a quien
buscaron en el campo, Dios le dijo a Samuel: «¡Este es!» David era de buen
parecer y rubio. Su parecer y su corazón rendido eran una maravillosa
combinación. Era el octavo hijo, y ocho es el número de un nuevo comienzo. Su
ungimiento con aceite le trajo una unción especial del Espíritu de Dios y desde
esa hora fue el hombre de Dios. No es probable que David ni su familia comprendieron
la importancia de la unción aquel día. Sin duda Samuel lo explicaría a David en
el momento oportuno.
II. EL SIERVO
HUMILDE (16.14–23)
Qué contraste tan trágico: ¡El
espíritu vino sobre David, pero se apartó de Saúl! Dios le permitió a un
espíritu malo que afligiera a Saúl y a veces parecía un loco. Véanse 18.10 y
19.9. Su conducta extraña llevó a sus criados a sugerirle que llamara a un
músico hábil para calmarlo. Qué triste es que los criados de Saúl trataron los
síntomas pero no las causas, porque la música jamás podría cambiar el corazón
lleno de pecado de Saúl. Es verdad que el rey tal vez «se sintió mejor» después,
pero sería una falsa paz. ¡Los criados deberían haber orado que Saúl arreglara
las cuentas con Dios!
David era precisamente el hombre
que Saúl necesitaba, y uno de los criados lo sugirió. Ya vemos el reconocimiento
de las capacidades de David, sin embargo este no se exaltaba a sí mismo: Dios
lo hacía.
Lea cuidadosamente Proverbios
22.29 y también 1 Pedro 5.6. Demasiados jóvenes de hoy tratan de alabarse y
llegar a lugares prominentes sin demostrar primero lo que valen en su casa en
los asuntos pequeños. David llegó a la corte y de inmediato se convirtió en un
favorito. Por supuesto, si Saúl hubiera sabido que Dios había escogido a David
para que fuera rey, pronto hubiera tratado de matar al muchacho. Cuando en
efecto lo descubrió, Saúl empezó a perseguir a David en los campos de Israel. David
no se quedó permanentemente en la corte; 17.15 debería leerse: «Pero David fue
y regresó, dejando a Saúl, para alimentar las ovejas de su padre». Iba al
palacio cuando lo necesitaban, pero no descuidó sus obligaciones en casa. ¡Qué
humildad! Aquí tenemos a un joven dotado, escogido para ser rey, ungido de Dios
y, sin embargo, ¡todavía cuida las ovejas y trabaja como siervo! No es de
extrañar que Dios pudo usar a David.
III. EL SOLDADO VICTORIOSO (17)
La historia de David y Goliat es
familiar y lleva consigo muchas lecciones prácticas para la vida cristiana.
Todos enfrentamos gigantes de una clase u otra, pero podemos vencerlos mediante
el poder de Dios. Goliat medía probablemente tres metros de estatura y su armadura
pesaba ciento cincuenta libras. Era «el filisteo» (17.8), su gran campeón, y
era tan aterrador que llenó de pánico al ejército judío (v. 11). Si Saúl
hubiera sido un líder piadoso, hubiera clamado Deuteronomio 20 y conducido a su
ejército a la victoria; pero cuando la gente está fuera de la comunión con
Dios, sólo pueden llevar a otros a la derrota.
David llegó con provisiones para
sus hermanos e inmediatamente se interesó en el desafío del gigante. Nótese que
sus mismos hermanos lo acusaron y trataron de desanimarlo: Satanás siempre
tiene a alguien que nos dice: «No se puede hacer». Hasta Saúl trató de
disuadirlo: «No podrás» (v. 33). Pues bien, en sí mismo David no podía, pero en
el poder del Señor vencería a cualquier enemigo. (Véanse Flp 4.13; Ef 3.20–21.)
Saúl trató de darle a David alguna armadura, pero puesto que nunca la había usado,
David la rehusó. ¡Imagínese a Saúl diciéndole a alguien cómo obtener la
victoria! David había probado el poder de Dios en privado en los campos
cuidando sus ovejas; y ahora demostraría este poder públicamente para la gloria
de Dios. Nótese cómo en todo este episodio David le da la gloria a Dios.
La lección práctica aquí es que
Dios da la victoria en respuesta a nuestra fe. Dios había probado a David a
solas con un león y un oso; ahora iba a probarlo ante todos con un gigante. Si
somos fieles en las batallas privadas, Dios nos hará salir adelante en las
pruebas públicas. Demasiado a menudo el pueblo de Dios desmaya ante la más
pequeña prueba que se cruza en su camino, sin darse cuenta de que las «pruebas
pequeñas» no son sino preparación para las batallas mayores que de seguro
vendrán (Jer 12.5). David usó armas sencillas, humildes: una honda y cinco
piedras (véanse 1 Co 1.27–28 y 2 Co 10.3–5). David sabía cómo se le dio la
victoria a Gedeón con armas débiles y sabía que el Dios de Gedeón no estaba
muerto. Ni las críticas de sus hermanos, ni la incredulidad de Saúl, evitaron
que David confiara en Dios para la victoria. La piedra dio en el banco; ¡el
gigante cayó y David usó la espada del gigante para cortarle la cabeza! Esta
victoria abrió el camino para que Israel atacara a los filisteos y saqueara el
campamento. «Y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe» (1 Jn 5.4). Somos
«más que vencedores».
Hay una lección típica aquí,
porque David es un cuadro de Jesucristo. El nombre David significa «amado» y
Cristo es el Hijo amado de Dios. Ambos nacieron en Belén. A ambos los
rechazaron sus hermanos. (Por supuesto, cuando David llegó a ser rey, sus
hermanos le recibieron, así como los judíos recibirán a Cristo cuando vuelva
para reinar.) David fue rey ungido años antes de que se le permitiera reinar,
así como Cristo es Rey ahora pero no reinará en la tierra sino cuando Satanás
sea expulsado. El rey Saúl tipifica a Satanás en la edad presente; porque Saúl
fue rechazado y derrotado, y sin embargo se le permitió reinar hasta que David
llegó al trono. A Satanás se le ha permitido perseguir al pueblo de Dios, pero
un día será derrotado.
Así como David fue enviado por su padre
al campo de batalla, Cristo fue enviado por el Padre a este mundo. Goliat
ilustra a Satanás en su orgullo y poder. Lea cuidadosamente Lucas 11.14–32.
Satanás es el hombre fuerte
guardando sus bienes (la gente bajo su control) y Cristo es el Hombre Más Fuerte
que le vence. Cristo invadió el reino de Satanás, venció su poder, le quitó su
armadura y ahora está dividiendo los despojos al salvar a los perdidos y
hacerlos hijos de Dios. Esto es lo que David hizo aquel día: venció al hombre
fuerte y permitió a Israel dividirse el botín (vv. 52–54). Los cristianos no luchamos
sólo por la victoria; luchamos desde la victoria, la victoria ganada
en la cruz (Col 2.15). «Confiad», dijo Jesús, «yo he vencido al mundo» (Jn
16.33).
No es claro por qué Saúl no
reconoció a David, su propio escudero. Es probable que vio a David cuando
estaba bajo la influencia del espíritu malo. Otro factor es que David no sería
sino uno de sus varios siervos en la corte y no sería nada extraño que Saúl los
confundiera. Puesto que Saúl le prometió su hija al vencedor, sin duda hubiera
preguntado respecto a la familia del muchacho.
18–21
Estos capítulos forman la
transición entre el servicio de David en la corte de Saúl y su exilio como fugitivo.
Explican cómo David pasó de ser el favorito de Saúl a ser su enemigo. El asunto
principal es la fe de David y podemos ver en estos capítulos cómo este hombre
de Dios llegó casi a perder su confianza en Dios debido a las pruebas que
vinieron a su vida.
I. DAVID CONFÍA EN EL SEÑOR (18)
La más grande prueba de la fe de
David no ocurrió cuando se enfrentó a Goliat, sino cuando tuvo que servir
diariamente en la corte de Saúl. Nótese las diferentes maneras en que fue
probado:
A. POR LA POPULARIDAD (VV. 1–11).
Jonatán, el hijo de Saúl, quería a
David y esto en sí fue una oportunidad para la prueba. David sería el próximo
rey, pero por derecho Jonatán debía heredar la corona. La amistad entre estos
dos hombres de Dios es un gran ejemplo para nosotros. Es evidente que Jonatán
no sentía celos debido al honor conferido a David. Sin embargo, con Saúl fue
otro asunto, porque David era popular con el pueblo. Es significativo el hecho
de que las mujeres elogiaron a David y no a su Dios. David fue sabio al no
darle mucha importancia a sus palabras.
Pero el corazón de Saúl se llenó
de envidia cuando oyó que David recibía más alabanza que él. «El crisol prueba
la plata, y la hornaza el oro, y al hombre la boca del que lo alaba» (Pr
27.21). La alabanza es como un horno ardiente: revela de qué realmente está
hecha una persona. La alabanza que hizo a David humilde sólo sacó a la
superficie la escoria de Saúl y reveló su orgullo y deseo de gloria.
B. POR LA DEGRADACIÓN (VV. 12–16).
El versículo 5 sugiere que David
era el jefe de los guardaespaldas personales de Saúl, pero ahora es degradado a
ser un simple capitán de mil hombres. ¿Cambió esto a David? ¡No! Su fe estaba
en el Señor, y continuó sirviendo y honrando a su rey. ¡Esto hizo a Saúl más
temeroso! El rey sabía que Dios se había apartado de él y que le había dado a
David las bendiciones. Requiere fe real experimentar una degradación ante los
ojos del pueblo y mantener la humildad y el servicio.
C. POR LA DECEPCIÓN (VV. 17–30)
Saúl prometió una de sus hijas al
que derrotara a Goliat (17.25) y ahora iba a cumplir su promesa.
Nótese en el versículo 18 la
humildad de David ante el rey. Pero, ¿guardó Saúl su palabra? ¡No! La mujer se
la dio a otro hombre. Luego Saúl trató de usar a su hija Mical como herramienta
para matar a David; porque el rey exigió una dote imposible, esperando que
David muriera tratando de obtenerla.
Pero el Señor estaba con David y
finalizó con éxito la misión. Fue lamentable que se casara con Mical, porque la
unión nunca fue feliz. Mientras estaba en el exilio David perdió a Mical, fue
dada a otro hombre (25.44), pero la recuperó cuando empezó a reinar en Hebrón
(2 S 3.13–16). La actitud de ella hacia David condujo a una completa separación
más tarde (2 S 6.20–23).
II. DAVID CONFÍA EN LOS HOMBRES
(19)
El plan de Saúl para matar a David
ya no era ningún secreto, porque ahora se ordena a los siervos del rey que lo
mataran. Pero Saúl no logró matar a David en los intentos anteriores (18.11,
25) y ahora al parecer su ira se había aplacado y David pudo regresar a la
corte. Aquí vemos la fe de David vacilando, porque en lugar de confiar en Dios
y buscar su voluntad, confía en seres humanos.
A. CONFÍA EN JONATÁN (VV. 1–10).
Sin duda el hijo del rey podía
interceder por David. Saúl hasta juró que protegería a David, pero nunca
cumplió estas promesas. Tan pronto como David ganó una gran victoria en el
campo de batalla, volvió la antigua envidia de Saúl y quiso atravesarlo con la
lanza de nuevo. David cometió un error al confiar en Jonatán para que
«arreglara las cosas» a su favor. El corazón de Saúl necesitaba ser cambiado
antes de que se pudiera confiar en sus palabras.
B. CONFIÓ EN MICAL (VV. 11–17).
Aun cuando su esposa amaba a
David, nunca hubo un lazo espiritual fuerte entre los dos, como lo demuestran
las posteriores acciones de ella. Le advirtió a David que Saúl estaba
vigilándolo, de modo que juntos tramaron una mentira. Esto fue el principio de
serios problemas para David, porque nunca es correcto hacer el mal para que
venga el bien (Ro 3.8). ¡Nótese que Mical usó una estatua para dar la impresión
de que David estaba enfermo en cama! Ahora engañaba a su padre y sólo empeoraba
las cosas. Léase en el Salmo 59 perspectiva adicional sobre la situación.
C. CONFIÓ EN SAMUEL (VV. 18–24).
Este fue tal vez el movimiento más
sabio que hizo David, porque este hombre de Dios podía orar por él y
aconsejarle. Nótese que Samuel derrotó a Saúl no con mentiras ni armas, sino
con el Espíritu de Dios. Al usar armas espirituales, Samuel retrasó a Saúl y le
da a David la oportunidad de escapar.
III. DAVID CONFÍA EN SÍ MISMO
(20–21)
Estos capítulos no reflejan ningún
cuadro hermoso, porque en ellos vemos al hombre vacilando y fallando en su fe.
En lugar de esperar para buscar la voluntad del Señor, David huye atemorizado y
trata de «arreglar» la salida a sus problemas. Nótese las mentiras que dice.
A. LE MINTIÓ A SAÚL (CAP. 20).
El discurso de David a Jonatán en
20.1 sugiere egocentrismo e impaciencia. Cuánto mejor hubiera sido que estos
dos amigos oraran juntos en lugar de tramar su ardid. Jonatán le mintió a su
padre acerca del paradero de David (vv. 6, 28), pero tuvo que esperar algunos
días para ver cómo acababa el asunto.
Entre tanto él y David hicieron un
pacto de que David protegería a la familia de Jonatán cuando llegara a ser rey,
promesa que David cumplió (2 S 9). ¡Saúl no creyó la historia (vv. 24–33) y su
reacción casi le cuesta la vida a Jonatán! Cuando Dios abandona a una persona y
el diablo se hace cargo, no hay fin a la maldad que resulta. Jonatán dejó la
mesa y se encontró con David a la mañana siguiente; lloraron y se despidieron.
B. LE MINTIÓ A AHIMELEC (21.1–9).
David huyó de nuevo, esta vez a
Nob donde estaba establecido el tabernáculo. David siempre tuvo un gran amor
por la casa de Dios, de modo que tal vez quería visitar el tabernáculo de nuevo
antes de ir a esconderse. Pero le mintió al sacerdote al decir que estaba
cumpliendo una misión de Saúl (v. 2). El sacerdote le dio a David y a sus
hombres el pan sagrado para que comieran, y también la espada de Goliat para
protección de David. Todo el plan parecía tener éxito, excepto que uno de los
espías de Saúl, Doeg, estaba allí presenciando los hechos; y esto a la larga
llevó a la traición y al derramamiento de sangre (22.9; Véanse Sal 52 y nótese
el título).
C. LE MINTIÓ A AQUIS (21.10–15).
Las cosas iban de mal en peor, así
como siempre ocurre cuando confiamos en nosotros mismos en lugar de confiar en
la sabiduría de Dios. ¡David huye ahora hacia las manos del enemigo! «El temor
del hombre pondrá lazo», ¡y David por poco se pone el lazo en el mismo
territorio enemigo! Sin duda el rey no toleraría un héroe judío en su tierra y
David tuvo que fingir estar loco antes de escapar. «Oh, qué enmarañada red
tejemos, cuando antes practicamos el engaño». Este pudiera haber sido el fin de
la vida de David, pero el Señor intervino y cambió el corazón del rey para
librar a David. Este entonces huyó a la cueva de Adulam y organizó su «banda de
proscritos». Véanse Salmos 34 y 56.
Es asombroso cómo personas de fe
pueden, gradualmente, llegar a ser temerosas e incrédulas. Si nos apresuramos,
confiamos en las personas y en nuestros planes, antes de que pase mucho todo se
hará pedazos y nos hallaremos fuera del lugar de la bendición y protección de
Dios. Veremos en capítulos posteriores que David aprendió a esperar en el Señor
y a buscar su voluntad.
La amistad entre David y Jonatán
era algo raro, porque en realidad ninguno tenía nada que ganar.
Jonatán perdió la corona y David
podía perder su vida. Su desprendimiento y constancia a pesar de las pruebas es
un hermoso ejemplo de amor cristiano.
22–24
David está ahora completamente
aislado de la corte de Saúl y se le considera un proscrito y rebelde. El Salmo
34 brotó de su escape de Aquis por un pelo (1 S 21.10–15) y tal vez expresa
mejor las pruebas y triunfos de David durante su período de exilio. «Muchas son
las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová» (Sal 34.19).
Dios estaba con David y le ayudó.
I. DIOS GUIABA LOS PASOS DE DAVID
(22)
David reunió una banda leal de
seguidores en la cueva de Adulam, un grupo de cuatrocientos hombres que con el
tiempo creció a seiscientos (23.13). En los Salmos 54 y 142 se hallan sus experiencias
en la cueva. David querría proteger a sus hermanos, puesto que Saúl tal vez
quisiera matarlos tanto como a David. Su «grupo heterogéneo» ilustra la clase
de personas que acuden a Cristo buscando refugio: afligidos o endeudados
(debido a nuestros pecados); descontentos con la vida. La banda de David era
pequeña y menospreciada; ¡pero a ellos
les pertenecía el reino! David logró protección para sus padres en Moab
puesto que su familia (por medio de Rut) procedía de allí. Cuán sensible fue
David al cuidar de sus seres queridos; Véanse Juan 19.26–27.
Este período de persecución en la
vida de David fue una parte de la preparación para el trono. Ya era un gran
soldado; ahora necesitaba sufrir en el desierto para aprender a no confiar en los hombres, sino en el
Señor. Todos necesitamos «pruebas en el desierto» para acercarnos al Señor y
equiparnos mejor para servirle. La persecución de Saúl a David es una
ilustración del conflicto entre la carne y el Espíritu. También es un cuadro de
la persecución de Satanás contra la iglesia de hoy: Saúl no era el rey, sin
embargo continuaba reinando; David era el rey, pero aún no estaba en el trono.
Satanás parece estar «reinando» hoy, pero Cristo es el Rey y un día subirá al
trono que le pertenece por derecho.
La matanza que hizo Saúl de los
inocentes sacerdotes de Nob muestra hasta dónde llegan las personas una vez que
han rechazado al Señor. Saúl era mentiroso y asesino, igual que Satanás (Jn 8.44).
Doeg era un edomita, descendiente de Esaú (Gn 25.30), de modo que su odio hacia
David y los sacerdotes no es sino otra etapa en la batalla entre Esaú y Jacob.
La presencia de David en Nob trajo muerte a estas personas y así su engaño sólo
provocó tragedia. Saúl no estuvo dispuesto a matar a los amalecitas (cap. 15) y
sin embargo no tuvo problemas en matar a los sacerdotes inocentes. Esta masacre
fue un cumplimiento de la profecía de Dios a Elí de que su casa sería juzgada; Véanse
2.30–36.
Saúl pudo matar a los sacerdotes,
pero no pudo evitar que Abiatar huyera a David con el efod, el instrumento para
determinar la voluntad de Dios. ¿Para qué le servía a Saúl el efod? ¡Estaba
decidido a hacer su voluntad! Abiatar más tarde llegó a ser de ayuda para
David; véanse 23.9; 30.7.
II. DIOS GUARDÓ LA VIDA DE DAVID
(23)
Era importante que David viviera,
porque era quien libertaría a Israel, establecería el reino en gloria y
llegaría a ser el padre de Cristo según la carne (Ro 1.3). Satanás usó a Saúl
procurando matar a David, pero Dios era demasiado fuerte para el enemigo.
Mientras que David buscó la mente de Dios, Él le dio protección y victoria.
A. VICTORIA EN KEILA (VV. 1–13).
Los filisteos eran enemigos de
David y de Israel, de modo que era apropiado que luchara contra ellos. Cuando
el hijo de Dios está en la voluntad de Dios puede esperar la ayuda de Él. Tan
intenso era el odio de Saúl que no agradeció a Dios por la victoria de David,
sino que en lugar de eso vino para luchar él mismo contra el vencedor. Y los
hombres de Keila no protegieron a su libertador, ¡sino que trataron de
entregarlo a Saúl! ¡Cuán perverso es el corazón humano que la gracia de Dios no
ha tocado!
B. VICTORIA EN EL DESIERTO (VV. 14–18).
¡Qué paciencia tenía David que
pudo soportar el peligro y la persecución diaria! Era el estratega maestro y
podía haberle puesto una emboscada a Saúl, pero prefirió esperar que Dios le
diera la victoria. Cuán conmovedor es cuando Jonatán le encuentra en el desierto
(a riesgo de su vida) para animarle y alentarle. Triste como suena, a Jonatán
nunca se le permitió reinar con David, porque murió en la batalla junto con su
padre. El justo a menudo sufre debido a los pecados de otros.
C. VICTORIA SOBRE LOS ZIFEOS (VV. 19–29).
Zif estaba en Judá y sus
habitantes deberían haber sido leales a David; pero traicionaron ante Saúl a su
legítimo rey. Léase en el Salmo 54 la oración que David elevó pidiendo
liberación. La roca estuvo entre David y Saúl (23.26), así como la nube estuvo
entre Israel y los egipcios. Parecía que Saúl finalmente capturaría al hombre,
pero una invasión de los filisteos obligó a Saúl a volver. Dios está en control
de las circunstancias y libra a los suyos en el momento apropiado.
III. DIOS LE DA GRACIA A DAVID
(24)
«Mejor es el que tarda en airarse
que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una
ciudad» (Pr 16.32). Dios le dio a David la gracia necesaria para mostrar bondad
a su enemigo y esto es incluso más grande que derrotar al gigante Goliat. Los
hombres de Saúl mintieron respecto a David y le decían a Saúl que David trataba
de matarlo (24.9). Si el Salmo 7 encaja con este acontecimiento, como muchos
opinan, Cus el benjamita era el principal mentiroso. Esta experiencia le dio a
David la oportunidad de demostrarle a Saúl y a los líderes que no trataba de
matar a Saúl, sino que honraba al rey incluso cuando el rey no andaba en la
voluntad de Dios.
A. LA TENTACIÓN (VV. 1–7).
Saúl entró en la cueva para
descansar y hacer sus necesidades, quizás quitándose su túnica externa al
entrar. La cueva era grande y muy oscura, de modo que no vio a David y a sus
hombres escondidos entre las peñas. David pudo cortar el manto de Saúl sin que
lo detectaran. ¡Esta hubiera sido la ocasión para matar a su enemigo! Es más,
algunos de los hombres de David insistieron que Dios había arreglado las
circunstancias para que David actuara (v. 4).
Es importante que siempre probemos
las circunstancias por medio de la Palabra de Dios. Tan tierno era el corazón
de David que se arrepintió abiertamente por su precipitada acción de cortar el
manto de Saúl; porque no había mostrado el respeto apropiado por el ungido de
Dios. David, «un hombre según el corazón de Dios», estaba decidido a que Dios
se encargara de Saúl (Ro 12.19–21).
B. LA EXPLICACIÓN (VV. 8–15).
David y sus hombres estaban
seguros en la cueva, e incluso los hombres de Saúl no se atrevieron a atacarlos;
de modo que David osadamente salió para hablarle a Saúl una vez que el rey se
había alejado un poco. ¡Qué sorpresa debe haber sido para Saúl oír la voz de su
yerno! David le explicó al rey que estaba dando oídos a mentiras (v. 9) y que
podía haber perdido su vida de no ser por la bondad de David (vv. 10–11). El
pedazo de la túnica era evidencia suficiente de que David decía la verdad.
«¡Soy una pulga o un perro muerto!», dijo David. «¿Qué ventaja sacas
persiguiéndome? Pero yo no voy a matarte ni a ponerte emboscada, porque el
Señor librará mis batallas y juzgará mi causa». Qué espíritu de gracia le dio
Dios a David. Ojalá pudiéramos tener la misma actitud hacia nuestros enemigos
hoy.
C. LA SÚPLICA (VV. 16–22).
Imagínese al lastimero Saúl
estando frente a uno que es mejor que él. El llanto de Saúl y su confesión de
culpa no era sino emociones superficiales, pasajeras; no brotaban del corazón.
Estaba apenas muy contento de reconocer la amabilidad de David. Después de
todo, ¡David le había perdonado la vida! Y Saúl estaba preocupado
fundamentalmente por los de su familia para que cuando David en efecto llegara
a ser rey, no los matara. El versículo 20 indica la perversidad del corazón de Saúl:
admitió que David era el rey legítimo, ¡sin embargo persistió en oponérsele!
David cumplió la promesa hecha a
Saúl y hasta vindicó su honor después de la muerte de este. Esta es una
ilustración hermosa de las palabras de Cristo en Mateo 5.10–12. Para David
mostrar bondad hacia Saúl y orar por él fue una victoria más grande que vencer
a los filisteos. Podemos estar seguros, si obedecemos al Señor, que Él se
encargará por nosotros de nuestros enemigos a su debido tiempo.
26–31
Llegamos ahora al trágico fin de
la vida de Saúl. El hombre que «desde los hombros arriba era más alto que todo
el pueblo» (10.23) ahora cae al suelo en la casa de una bruja (28.20) y luego
cae muerto en el campo de batalla (Véanse 2 S 1.19). Tal vez la mejor manera de
estudiar estos sucesos es notar los obvios contrastes entre David y Saúl.
I. AMOR Y
ODIO (26)
Es difícil entender por qué David
regresó al desierto de Zif cuando allí había tenido problemas antes (23.19).
Tal vez es una ilustración de que él, como todos los hombres de barro, cometía equivocaciones.
Se ha sugerido que la poligamia de David (25.42–44) estorbó una comunión íntima
con el Señor, puesto que tales matrimonios no son la voluntad de Dios. Por
supuesto, ¡Saúl perseguía a David! La confesión llorosa de 24.17–21 no duró,
porque no brotaba del corazón.
Abisai era sobrino de David (1 Cr
2.15–16) y un guerrero valiente (2 S 10.10). Más tarde Abisai salvaría la vida
de David de un gigante (2 S 21.17). Sin embargo, Abisai intervino en el
asesinato de Abner (2 S 3.30), crimen que afligió a David. Dios puso un sueño
profundo sobre el campamento (v. 12), de modo que David y su sobrino no corrían
peligro. Las palabras «en el campamento» del versículo 7 indican una barricada
de equipajes y carretas. De nuevo Satanás usó a otros para tentar a David para que
matara a Saúl (v. 8, Véanse 24.4), pero David resistió la tentación. La
venganza estaba en las manos del Señor.
El mensaje de David a Saúl era en
realidad una súplica para que volviera al Señor. «Si Dios te ha guiado a que me
persigas debido a algún pecado en mi vida, ofreceré contigo un sacrificio y
arreglaré el asunto», dijo. «Pero si los hombres me maldicen, puedes estar
seguro de que Dios arreglará cuentas conmigo». Oiga la confesión vacía de Saúl
en el versículo 21: «¡He pecado! ¡He sido un tonto!» sí, lo había sido; ¡pero
ni así se arrepintió! Somos necios cuando nos adelantamos al Señor (13.8);
cuando no le obedecemos por completo (cap. 15); cuando les damos las espaldas a
nuestros amigos piadosos (David y Samuel); cuando buscamos la dirección del
diablo (cap. 28); y cuando rehusamos arrepentirnos cuando sabemos que estamos
equivocados. «Sabed que vuestro pecado os alcanzará».
II. LUZ Y TINIEBLAS (27–30)
Los capítulo 27 y 29–30 tratan de
las victorias de David al buscar la mente del Señor, mientras que el capítulo
28 muestra la terrible derrota de Saúl al buscar ayuda en la casa de una bruja.
Por supuesto, David no siempre andaba en la voluntad del Señor, porque parece
que su fe le falló cuando regresó a Gat para vivir bajo la protección del
enemigo (cap. 27). Ya había tenido problemas allí antes (21.10–15), pero ahora
era el líder de una fuerte banda de seiscientos hombres y su recibimiento fue
mucho mejor. Sin embargo, la estadía de David en territorio enemigo le obligó a
mentirle al rey (27.10–12) y cuando los filisteos en efecto se reunieron
(29.1), ¡David casi se ve obligado a luchar contra su pueblo!
Cuando nos apoyamos en la
sabiduría de la carne, siempre nos metemos en problemas. Fue sólo la gracia de
Dios que evitó que David tuviera que matar a su pueblo.
El contraste entre los capítulos
28 y 30 es impactante: Saúl se apartó del Señor y por consiguiente no tenía la
dirección divina (28.6), mientras que David buscaba al Señor por valor y
dirección (30.6–9). «Buscad a Jehová mientras puede ser hallado» (Is 55.6) fue
una advertencia que Saúl nunca atendió.
Dios capacitó a David no sólo para
recuperar todas sus posesiones y su gente, sino también para recoger el botín
del enemigo. Apreciamos su espíritu de gracia al compartir los despojos con
aquellos que se quedaron con el bagaje, las provisiones y también su bondad al
enviar regalos a los ancianos de Judá. Esta última acción tal vez tenía también
algún significado político.
Es un cuadro muy distinto cuando
vemos la visita de Saúl a medianoche a la casa de la pitonisa (cap. 28). Samuel
había muerto, pero aun cuando vivía, Saúl en realidad no apreciaba su ministerio.
Qué triste cuando las personas
descubren demasiado tarde a sus verdaderos amigos. El único recurso de Saúl fue
visitar a una bruja y esto lo prohibía la ley (Lv 20.6). Es alarmante hasta qué
extremos llega la gente cuando le da la espalda al Señor. Se han suscitado
incontables debates respecto a la aparición de Samuel al llamado de la adivina.
Es probable que:
(1) la venida de Samuel venía del Señor y no por el arte
de la bruja;
(2) la adivina se
sorprendió cuando Samuel apareció ; y:
(3) Samuel vino
debido a que tenía un mensaje especial del Señor para el rey.
La bruja no pudo haber imitado a
Samuel (confabulada con alguien más) puesto que no sabía que Saúl vendría.
Tampoco es posible que Satanás haya podido lograr esto, puesto que Dios no le
permitiría a Satanás entregar un mensaje de tanto peso, ni tampoco daría su
aprobación a una práctica que su Palabra condena. La bruja llegó a ser una
simple espectadora una vez que Samuel está en escena. Es probable que Saúl oyó
las palabras de Samuel (v. 20), pero no vio su figura (vv. 12–14). Allá en
15.35 y 16.1 se llevó a cabo la separación de Saúl y Samuel, y el rey nunca más
volvió a verle.
Es increíble que el rey Saúl, un
hombre escogido por Dios, pudiera haber participado es una acción tan vil; sin embargo,
la narración está allí: «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co
10.12).
Saúl andaba en tinieblas, no en la
luz; se disfrazó (mas en realidad revelaba su verdadero carácter); permitió que
una mujer quebrantara la ley; trajo vergüenza y derrota sobre su nación, su
ejército, su familia y sobre sí mismo.
III. VIDA Y MUERTE (31)
Mientras que David enviaba regalos
a sus amigos, ¡en el campo de batalla despojaban a Saúl y su familia! «La mente
carnal es muerte» (Ro 8.6). Gilboa fue el escenario de algunas grandes
victorias en días de Débora (Jue 4–5) y Gedeón (Jue 7); pero ahora sería la
escena de una trágica derrota. Dios había abandonado a Saúl y lo único que le
quedaba al rebelde rey era la muerte. Qué triste que su inocente hijo, Jonatán,
tuviera que sufrir por los pecados del padre.
Léase en 2 Samuel 1.1–10 otro
recuento de la muerte de Saúl. No es difícil armonizar los dos relatos. Saúl
vio que estaba derrotado; no quería caer vivo en manos del enemigo, porque sólo
le humillarían. Por consiguiente, intentó quitarse la vida arrojándose sobre su
espada. Esto, sin embargo, no lo mató; y estaba aún vivo, apoyándose en su
lanza (2 S 1.6), cuando el amalecita pasó por allí y le dio el golpe de gracia.
(Sin embargo, debe notarse que hay quienes creen que el amalecita de 2 Samuel 1
no dijo la verdad, sino que sólo estaba inventando un cuento para explicar por
qué tenía en su posesión la corona y el brazalete real de Saúl. Tal vez pensó
que David le recompensaría debido a que «le había hecho un favor a Saúl» al
matarlo.) Hay una lección importante en la muerte de Saúl: Debido a que rehusó
acabar con los amalecitas (cap. 15), uno de ellos terminó matándolo. El pecado
con el cual no nos enfrentamos, a la larga causará nuestra caída. Saúl perdió
su corona: «He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno
tome tu corona» (Ap 3.11).
Cómo se regocijó el enemigo ante
la muerte de Saúl. Qué triunfo trajo eso a los templos de sus dioses falsos.
Saúl no glorificó a Dios ni siquiera en su muerte (Flp 1.20–21). Es digno de
encomio que los heroicos hombres de Jabes de Galaad rescataran los mutilados
cuerpos de la familia real y les dieran sepultura decente. Los quemaron, quizás
para impedir futuros insultos. Saúl había rescatado una vez a este pueblo (cap.
11) y este era una manera de compensarle. David más tarde puso los huesos en
una tumba (2 S 21.12–14). Cuando llegó a ser rey en Hebrón, David mostró
aprecio a estos bravos hombres por honrar al difunto rey (2 S 2.5–7).
La vida y muerte trágicas de Saúl
pueden enseñarnos muchas lecciones prácticas:
(1) grandes pecados
a menudo empiezan con «asuntos menores»: impaciencia, obediencia incompleta,
dar excusas;
(2) una vez que
el pecado posee a las personas, estas van de mal en peor;
(3) si no andamos
bien con Dios, tampoco nos llevaremos bien con la gente;
(4) las excusas
no sustituyen las confesiones;
(5) los dones y
capacidades naturales no significan nada sin el poder de Dios; y:
(6) la obediencia
no tiene sustituto.