(EN HEBREO, JEHOVÁ SALVA).
BOSQUEJO SUGERIDO DE
JOSUÉ
I. El cruce del
río (1–5)
A. La comisión
de Josué (1)
B. El pacto con
Rahab (2)
C. El cruce del
Jordán (3–4)
D. La
circuncisión en Gilgal (5)
II. La conquista
del enemigo (6–12)
A. La campaña
central: Jericó; Hai; Gabaón (6–9)
B. La campaña
al sur (10)
C. La campaña
al norte (11)
D. Los reyes
derrotados (12)
III. Demandan la
herencia (13–24)
A. Territorio
tribal asignado (13–19)
1. Canaán
oriental (13–14)
2. Canaán
occidental (15–19)
B. Designación
de ciudades especiales (20–21)
1. Ciudades de
refugio (20)
2. Ciudades
sacerdotales (21)
C. Territorio
de las tribus fronterizas (22)
D. Amonestación
a la nación entera (23–24)
NOTAS PRELIMINARES A JOSUÉ
I. TEMA
Este libro describe cómo el sucesor de Moisés
conquistó Canaán (Josué 1:1; 24:31) Mientras Josué encabeza la lista de “los
libros históricos” en castellano (y en gr.), en el canon heb. De Ley, Profetas
y Hagiógrafos, introduce la sección de los Profetas. Estos libros proféticos
incluyen los profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel y Reyes.
El autor profético de Josué no está nombrado, pero
sus declaraciones acerca de la muerte de Josué y sus colegas (Josué 24:29-31),
además de sus alusiones de Otoniel, la inmigración de los hijos de Dan (Josué
15:17; 19:47) y el nombre Horma (Josué 12:14; 15:30; 19:19:4), todas indican que
vivió después del comienzo del período de los jueces de Israel cerca de 1380 a.
de J.C. (Jueces 1:12, 13, 17). Al mismo tiempo, su designación de Jerusalén
como jebusea (Josué 15:8, 63; 18:16, 28) y sus referencias antes de ser elegida
como lugar para el templo de Dios (Josué 9:27) indican que él escribió antes de
la era de David, 1000 (1 Crónicas 11:4-6; 22:1).
Además, el hecho de que se refiere a Sidón y no a
Tiro como la ciudad principal de Fenicia (Josué 11:8; 13:4-6; 19:28) sugiere
una fecha anterior a 1200. En verdad, el autor debe haber sido un testigo
durante los acontecimientos que describe (Josué 5:1, 6; 6:25; 15:4; ver 2:3-22;
7:16-26; 15:9, 49, 54). Entonces alguien compuso el libro de Josué alrededor de
1375 a. de J.C.
El libro de Josué se compone de dos partes:
conquistas (caps. 1—12) y establecimiento (caps. 13—24).
Se ha recalcado antes que Canaán
es un tipo de la herencia del cristiano en Cristo. Canaán no es un cuadro del
cielo, porque el creyente no tiene que batallar para obtener su hogar
celestial. Canaán representa la herencia de Dios, dada al creyente y tomada en
posesión por fe. La vida cristiana victoriosa es de batallas y bendiciones,
pero también es de descanso. En Hebreos 4–5 vemos que la entrada de la nación a
Canaán es un cuadro del creyente entrando a la vida de reposo y victoria mediante
la fe en Cristo. Demasiados cristianos están «a mitad del camino» en sus vidas
espirituales: entre Egipto y Canaán. Han sido libertados de la servidumbre del
pecado, pero aún no han entrado por fe a la herencia del reposo y victoria. El
tema de Josué es cómo entrar y posesionarse de esta herencia.
Describe la
conquista de la tierra bajo Josué, el sucesor de Moisés. Bajo su liderazgo, se
colonizó la tierra y se la dividió entre las doce *tribus.
Esta es la
historia de la entrada de Israel al territorio de Canaán, conquistándolo y
dividiéndolo, bajo las órdenes de Josué, y la historia de ellos hasta la muerte
de éste. El poder y la verdad de Dios son desplegados maravillosamente al
cumplir Sus promesas a Israel y ejecutar Su venganza de los cananeos,
justamente amenazada.
Esto debe
enseñarnos a tomar en cuenta las tremendas maldiciones estipuladas en la
palabra de Dios contra los pecadores impenitentes y a buscar refugio en Cristo
Jesús.
II. AUTOR Y FECHA
El
libro es tan específico en su narración que si el autor no fue Josué mismo, él
contribuyó en gran manera el contenido total. Esto se puede apreciar en lo
siguiente:
1. El
envío de los espías (cap. 2).
2. El
paso del Jordán (cap. 3).
3. Detalles
precisos de la circuncisión (cap. 5).
4. La
toma de Jericó y Hai (caps. 6–8).
5. La
derrota de los amorreos (cap.10).
Evidentemente
el autor debió ser testigo ocular de los acontecimientos del libro. Ciertas
secciones del libro se atribuyen directamente a Josué (18.9; 24. 26). De igual
manera, hay otras secciones que no pudieron haber sido escritas por él, tales
como el relato de su muerte (24.29–31). El libro debe haberse completado poco
después de la muerte de Josué (1375).
La
tradición judía invariablemente le asigno a Josué la paternidad literaria del
libro de Josué, si bien en ninguna parte del libro aparece identificado el
autor.
NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS: Josué: 5: 14: Príncipe Del Ejercito De Jehová.
III. JOSUÉ EL
HOMBRE
Josué nació en la esclavitud
egipcia. Su padre era Nun, de la tribu de Efraín (1 Cr 7.20–27); no sabemos
nada acerca de su madre. Originalmente su nombre era Oseas, Que significa
«salvación», pero Moisés se lo cambió a Josué, que significa «Jehová es
salvación» (Nm 13.16). Era un esclavo en Egipto y sirvió como ministro de
Moisés durante el peregrinaje de la nación (Éx 24.13). También dirigió el ejército
en la batalla contra Amalec (Éx 17) y fue uno de los dos espías que tuvieron la
fe para entrar en Canaán cuando la nación se rebeló en incredulidad (Nm 14.6).
Como resultado de su fe, se le permitió
(junto con Caleb) entrar en la tierra prometida. La tradición judía dice que
Josué tenía ochenta y cinco años cuando ocupó el lugar de Moisés a la cabeza de
la nación. Josué 1–12 (la conquista de la tierra) abarca aproximadamente los
siguientes siete años; pasó el resto de su vida dividiendo la herencia y
gobernando a la nación. Murió a los 110 años (Jos 24.29). El NT aclara que
Josué es un tipo de Cristo (Heb 4.8, en donde «Jesús» debe traducirse «Josué»).
El nombre «Jesús» en el griego es equivalente a «Josué»; ambos significan
«Salvación de Dios» o «Jehová es el Salvador». Así como Josué conquistó a enemigos
terrenales, Cristo ha derrotado a todo enemigo a través de su muerte y
resurrección. Fue Josué, no Moisés (que representa la ley), quien introdujo a
Israel en Canaán, y es Jesús el que nos conduce al reposo y victoria
espiritual. Así como Josué asignó a las tribus su herencia, Cristo nos ha dado
nuestra herencia (Ef 1.3).
IV. LAS
NACIONES DERROTADAS
Quienes se oponen a la inspiración
de la Biblia disfrutan atacando los pasajes de Josué que relatan la guerra y la
matanza (6.21, por ejemplo). «¿Cómo puede un Dios de amor ordenar tal
masacre?», preguntan. Tenga presente que Dios les dio a esas naciones cientos
de años para arrepentirse (Gn 15.16–21), sin embargo rehusaron volverse de sus
perversos caminos. Si usted desea saber cuáles eran «las obras de Canaán», ¡lea
Levítico 18 y tenga presente que estas prácticas inmorales eran parte de la adoración
religiosa pagana! Cada pecador en la nación (tal como Rahab, Jos 2 y 6.22–27)
podía ser salvo por fe; y hubo adecuada advertencia dada de antemano. (Lea Jos
2.8–13.) Dios algunas veces usa la guerra para castigar e incluso destruir
naciones que se olvidan de Él. Dios hizo destruir a estas naciones perversas
para castigarlas por sus pecados y, así como un médico que desinfecta sus instrumentos
para matar a los gérmenes, Él protege a su pueblo de los caminos impíos.
1–2
«Dios sepulta a sus obreros, pero
su obra continúa». Israel se acababa de lamentar por Moisés y ahora Dios le
habla a Josué con respecto a sus responsabilidades como nuevo líder de la
nación.
I. LA COMISIÓN DE JOSUÉ (1)
A. DIOS LE HABLA A JOSUÉ (VV. 1–9).
Dios escogió a Josué para ser el
sucesor de Moisés desde la misma batalla con Amalec (Éx 17.8–16; nótese el
versículo 14). A Moisés se le dijo que recordara a Josué y que escribiera en su
libro que Amalec debía ser exterminado. En Números 27.15 Dios instruyó a Moisés
que «ordenara» a Josué; y en Deuteronomio 31.7 Moisés dio una palabra final de
bendición y estímulo a su sucesor. Debe haber fortalecido grandemente a Josué
saber que Dios lo llamó, porque tenía una tremenda tarea por delante.
Nótese que Dios le da mucho
aliento a Josué:
(1) la promesa de
la tierra, vv. 2–4;
(2) la promesa de
su presencia, v. 5; y:
(3) la seguridad
de que Dios cumpliría su palabra, vv. 6–9.
Es interesante estudiar los verbos
que Dios usa: «la tierra que yo les doy» (v. 2); «os he entregado» (v. 3); «tú
repartirás a este pueblo por heredad la tierra» (v. 6). Él ya les había dado la
tierra; ¡todo lo que tenían que hacer era marchar por fe y tomar posesión de
ella! Dios ya nos ha dado «toda bendición espiritual» en Cristo (Ef 1.3). Todo
lo que necesitamos hacer es marchar por fe y disfrutar de nuestras posesiones.
Así como Dios estaba con Moisés, estaría
con Josué: «No te dejaré, ni te desampararé» (v. 5). Esta promesa se le repitió
a Salomón (1 Cr 28.20) y a nosotros en Hebreos 13.5–6. Los líderes y los
tiempos cambian, pero Dios no. Nótese que se exige valor en la vida cristiana
(vv. 6–7, 9), pero que este valor lo suple la Palabra de Dios (v. 8). Moisés
había estado escribiendo «el libro de la ley» (Éx 17.14; 24.4–7; Nm 33.2; Dt.
31.9–13) y este libro se le da ahora a Josué. Debía leerlo, meditar en él día y
noche, y obedecer sus mandamientos. Véanse Salmos 1.1–3 y 119.15. Si Josué pudo
conquistar Canaán teniendo sólo los cinco primeros libros de la Biblia, ¡cuánto
más nosotros debemos vencer ahora que tenemos la Biblia completa!
B. JOSUÉ LE HABLA AL PUEBLO (VV. 10–15).
Aquí tenemos una «cadena espiritual
de mando». Dios mandó a Josué (v. 9); Josué mandó a los líderes (v. 10); y los
líderes debían mandar al pueblo (v. 11). Esto es liderazgo espiritual bajo el mandato
de Dios, y este mismo modelo debe prevalecer en la iglesia del NT. Josué les
dijo a los líderes lo que Dios le dijo y ellos rápidamente llevaron el mensaje
a su pueblo. Tres días después cruzarían el Jordán y entrarían en la tierra
prometida, y tenían que prepararse para el acontecimiento. «Tres días» sugiere
resurrección: la nación estaba a punto de tener un nuevo comienzo en una nueva
tierra. Las tres tribus que se separaron decidieron vivir en el otro lado del
Jordán (Véanse Nm 32.16–24), pero prometieron ayudar a conquistar la tierra
antes de tomar posesión de su propia herencia. Josué les recordó su obligación.
C. EL PUEBLO LE HABLA A JOSUÉ (VV. 16–18).
Qué maravilloso es cuando el
pueblo de Dios honra a Dios al respetar y seguir a sus líderes espirituales. Véanse
Deuteronomio 34.9. Al contrario de los cristianos carnales de Corinto (1 Co
1.11–17), no se dividieron en grupos, con los seguidores del muerto Moisés
oponiéndose a los seguidores de Josué. ¡Todos siguieron al Señor! Nótese su
oración por Josué en el versículo 17 y su aliento en el versículo 18. Años
antes Josué había visto su división y oído sus murmuraciones. ¡Cuán agradecido debe
haber estado por este espíritu de armonía!
II. EL PACTO CON RAHAB (2)
Los arqueólogos han hecho una gran
investigación en Jericó. Nos dicen que la ciudad ocupaba alrededor de dos
hectáreas, con una muralla interna y otra externa rodeando la ciudad. Tanto la
muralla interna como la externa tenían dos metros de espesor y había casas
sobre ellas (v. 15). La altura de sus muros era alrededor de quince metros y
las excavaciones muestran que estas murallas fueron «destruidas violentamente».
De las muchas personas que vivían en Jericó sólo sabemos el nombre de una:
Rahab, la ramera (véanse Heb 11.31; Stg 2.25). Ella es un cuadro de la historia
espiritual del creyente en Jesucristo:
A. ERA UNA PECADORA.
El pecado en este caso era
impureza moral, pero «todos han pecado, y están destituidos de la gloria de
Dios» (Ro 3.23). No era raro en esos días que las prostitutas administraran
posadas.
B. ESTABA BAJO CONDENACIÓN.
Ya Dios había declarado condenada
la ciudad de Rahab; era sólo cuestión de tiempo para que la sentencia de muerte
se ejecutara. Todo y cada persona en la ciudad sería destruida (6.21), ¡sea que
la gente se sintiera condenada o no! Jericó es un cuadro del mundo condenado de
hoy. La gente no puede sentirse confiada y en paz, porque la muerte se avecina.
C. SE LE DIO UN PERÍODO DE GRACIA.
La ciudad había sido destinada
para el juicio desde muchos años antes (Dt 7.1–5, 23–24; 12.2–3).
¡Génesis 15.13–16 nos recuerda que
Dios esperó 400 años antes de permitir que el juicio viniera sobre la tierra!
Rahab y los demás residente de Jericó oyeron del éxodo de Egipto (Jos 2.10)
ocurrido cuarenta años antes. Josué 4.19 y 5.10 añade otros días de espera,
llevando a la semana adicional que Israel marchó alrededor de la ciudad (6.14).
¡Qué paciente es Dios!
D. OYÓ LA PALABRA DE DIOS.
Fue un mensaje de juicio lo que
oyó Rahab, pero le presentó al verdadero Dios. Nótese que en su conversación
llama a Dios «Jehová».
E. CREYÓ EN LA PALABRA.
«La fe viene por el oír, y el oír
por la palabra de Dios» (Ro 10.17). Es la fe la que salva al pecador, incluso
al más malo (Ro 4.5). En Hebreos 11.31 se nos dice que Rahab fue salva por fe.
Nótese que la seguridad procedía de la Palabra: «Sé que Jehová os ha dado esta
tierra» (v. 9).
F. DEMOSTRÓ SU FE POR OBRAS.
El hecho de que arriesgó su vida
para recibir, ocultar y proteger a los espías es prueba de que Rahab confiaba
en Dios. Se identificó con el pueblo de Dios, no con los paganos que la
rodeaban. Véanse Santiago 2.25.
G.
Debía ganar a otros.
¡Piense en el riesgo que corría
Rahab al hablar de la Palabra con su familia! Cuando la gente confía en Cristo,
su primer deseo es testificarle a otros, especialmente a su familia (Jn
1.35–42; Mc 5.18–20).
H. FUE LIBRADA DEL JUICIO.
Había un juicio doble sobre la
ciudad: primero, el terremoto que la destruyó; luego, el fuego que destruyó
todo lo que había dentro. La casa de Rahab estaba en la muralla (2.15), ¡pero
evidentemente esa sección de la muralla no cayó! Después que sacaron de la casa
a Rahab y sus seres queridos, Josué ordenó que se destruyera con fuego el resto
de la ciudad. Quizás Rahab y su familia se sintieron perturbados cuando las
cosas comenzaron a estremecerse, pero estaban perfectamente seguros en las manos
de Dios (6.22–25). Los cristianos de hoy ven al mundo estremecerse por todos
lados, pero pueden estar seguros de que Dios los rescatará antes de enviar su
juicio de fuego sobre el mundo (1 Ts 1.10; 5.9).
I. ASISTIÓ A UNA BODA.
En Mateo 1.5 encontramos a Rahab
incluida por matrimonio en la nación judía, ¡y nombrada del linaje del Mesías!
Mientras que el pueblo de Jericó sufrió la muerte, ¡Rahab y su familia
disfrutarían de una fiesta de bodas! Véanse Apocalipsis 19.7–9 y 17.19. Rahab
fue salva por fe, no por carácter u obras religiosas. Esta es la única manera
en que Dios salva a las personas (Ef 2.8–9). ¿Ha confiado usted en Jesús como
Rahab confió en Josué?
3–5
I. EL MILAGRO DEL CRUCE (3)
A. EL PUEBLO SANTIFICADO (VV. 1–5).
Como nuestro Josué del NT (Mc
1.35), Josué se levantó muy de mañana para meditar en la Palabra (1.8; 3.1) y
prepararse para las obligaciones diarias. No se le dijo a Josué que inventara
un método para cruzar el desbordado Jordán, porque Dios le dio todas las
instrucciones necesarias.
La palabra clave en este capítulo
es arca, que se usa diez veces.
Por supuesto, el arca simbolizaba la presencia de Dios. El arca marchaba
delante del pueblo para guiarlos y debía permanecer en la mitad del río hasta
que toda la nación hubiera pasado. Cristo siempre va delante de su pueblo para
abrir el camino, pero la gente debe santificarse (Véanse 2 Co 7.1) y estar
lista para la dirección de Dios. Dios iba a guiar a los judíos de una nueva
manera (v. 4) y estos debían estar listos.
B. JOSUÉ MAGNIFICADO (VV. 6–8).
Por supuesto, toda la gloria se
debe a Dios, pero Él ve apropiado magnificar a sus siervos para que su pueblo
pueda honrarlos (1 Cr 29.25; 2 Cr 1.1; Véanse Jos 4.4). Fue Josué el que ordenó
a los sacerdotes y les dio instrucciones a los líderes para el pueblo. El pueblo
de Dios debe magnificar a Cristo (Flp 1.20–21), pero Dios también se deleita en
magnificar a su pueblo cuando le obedece (Hch 5.12–13).
C. EL SEÑOR GLORIFICADO (VV. 9–13).
En el éxodo Dios demostró ser el
SEÑOR y el verdadero Dios junto al cual los dioses de Egipto no eran sino
ídolos inofensivos. Ahora Dios demostraría ser el «Señor de toda la tierra»
(vv. 11, 13; véanse Sal 97.5; Miq 4.13). ¡Todos los dioses de las naciones
paganas caerían ante Él! Dios demostraría su poder al contener las aguas del inundado
Jordán y permitir que su pueblo cruzara en tierra seca.
D. LA PALABRA VERIFICADA (VV. 14–17).
¡Ocurrió como Dios lo dijo! Los
sacerdotes fueron delante, llevando el arca, y cuando sus pies se mojaron en el
agua, ¡Dios abrió el río delante de ellos! (¡Algunas veces el pueblo de Dios
tiene que «mojarse los pies» por fe antes de que Dios empiece a obrar! Véanse
Jos 1.2–3.) Los sacerdotes entonces avanzaron hasta la mitad del río y se
detuvieron allí mientras que todo Israel pasaba al otro lado. Luego pasaron
ellos también. ¡Qué cuadro perfecto de Cristo! Él va delante de nosotros para
abrir el camino; se queda con nosotros hasta que hayamos cruzado; ¡y luego nos
sigue para protegernos! Dios cumplió su Palabra según su pueblo confió en Él y
le obedeció.
Es instructivo contrastar el cruce
del Mar Rojo (Éx 14–15) y el cruce del Jordán. El primero ilustra separación
del pasado (Egipto, el mundo), en tanto que el segundo es un cuadro de la
entrada por fe en nuestra herencia espiritual en Cristo. El enemigo fue
derrotado de una vez por todas cuando el ejército egipcio se ahogó en el Mar
Rojo, pero los judíos tenían que ganar una victoria tras otra cuando cruzaron
el Jordán y entraron en Canaán. En la cruz Jesús derrotó a nuestros enemigos,
pero tenemos que caminar y hacer la guerra por fe si hemos de tener victoria
cada día. «Cruzamos el Jordán» cuando entramos por fe en la experiencia de
victoria de Romanos 6–8.
II. LOS MONUMENTOS DEL CRUCE (4)
Dos montones de piedras fueron
levantados: uno por los doce hombres seleccionados en la orilla del río (3.12;
4.1–8) y uno por Josué en medio del río (4.9–10). Debían ser monumentos
recordando el cruce y para nosotros nos dan maravillosas verdades espirituales.
Las doce piedras en la orilla del
Jordán procedían del medio del río (v. 8), como evidencia de que Dios dividió
las aguas e hizo cruzar a su pueblo con seguridad. Las doce piedras ocultas en
medio del río sólo Dios podía verlas, pero también hablaban del cruce
maravilloso de Israel. Estos dos montones de piedras son un cuadro de la muerte
y sepultura de Cristo (las piedras ocultas) y la resurrección (las piedras en
la orilla). Al mismo tiempo, ilustran la unión espiritual del creyente con
Cristo; cuando murió, nosotros morimos con Él; fuimos sepultados con Él;
¡resucitamos en victoria con Él! Véanse Efesios 2.1–10; Gálatas 2.20;
Colosenses 2.13; Romanos 6.4–5. Hoy la Iglesia tiene dos monumentos de esta
gran verdad: (1) el bautismo nos recuerda que el Espíritu de Dios nos ha
bautizado en Cristo, 1 Corintios 12.13; (2) la Cena del Señor señala hacia
atrás, a su muerte, y hacia adelante, a su Segunda Venida.
Los judíos no podían lograr la
victoria en Canaán y vencer al enemigo sin antes atravesar el Jordán.
Tampoco los cristianos de hoy
puede vencer a sus enemigos espirituales a menos que mueran a sí mismos, se
consideren crucificados con Cristo y le permitan al Espíritu darles el poder de
la resurrección. Repase la explicación de esta verdad en los Bosquejos expositivos del Nuevo Testamento
sobre Romanos 5–8.
III. LA SEÑAL DEL PACTO (5)
Tan pronto como los judíos
estuvieron seguros en el otro lado, Dios les ordenó que recibieran la señal del
pacto, la circuncisión (Gn 17). Colectivamente como nación habían atravesado la
experiencia de «muerte» al cruzar el río. Ahora debían aplicar esa «muerte a sí
mismos» individualmente.
Por toda la Biblia la circuncisión
física es siempre un cuadro de una verdad espiritual. Por desgracia los judíos
dieron más importancia al rito físico que a la verdad espiritual que enseñaba (Véanse
Ro 2.25–29). La circuncisión es un cuadro de quitarse lo que es pecaminoso, y
en el NT se ilustra con despojarse del «viejo hombre» de la carne (Col 3.1; Ro
8.13). No es suficiente que diga: «Morí con Cristo»; debo hacer esta verdad
práctica en mi vida diaria al «hacer morir» las obras de la carne. El judío del
AT se despojaba de una pequeñísima parte de su carne. Por medio de Cristo, no
obstante, el cristiano del NT se ha despojado «del cuerpo pecaminoso carnal»
(Col 2.9–13). Esta operación en Gilgal, entonces, es una ilustración de la
verdad de que cada creyente debe vivir «crucificado con Cristo» (Gl 2.20).
Los varones judíos no habían
recibido esta señal del pacto durante su peregrinaje por el desierto y por una
buena razón: Su incredulidad suspendió temporalmente su relación de pacto con
Dios (Nm 14.32–34). Cuando rehusaron entrar en Canaán debido a su incredulidad,
Dios «los entregó» a años de peregrinaje hasta que muriera la vieja generación.
Ahora la nueva generación iba a recibir la señal del pacto. «El oprobio de
Egipto» quizás significa el oprobio que los egipcios (y otras naciones) acumularon
sobre los judíos mientras estos deambulaban por el desierto (véanse Éx 32.12;
Dt 9.24–29). Su incredulidad no glorificó a Dios y las naciones paganas
dijeron: «¡El Dios de ustedes no es lo suficiente fuerte para llevarlos a
Canaán!» Ahora Dios los hacía entrar en la tierra prometida y el oprobio había
desaparecido.
La nueva generación cruzó el
Jordán, pero no atacaron de inmediato a Jericó. ¡Muchos de los cristianos de
hoy se hubieran precipitado a la batalla! Pero Dios sabía que su pueblo
necesitaba prepararse espiritualmente para la lucha que quedaba por delante, de
modo que les hizo esperar y descansar. Mientras lo hacían, celebraron la
Pascua. Cuarenta años antes la nación fue liberada de Egipto en aquella noche
de Pascua.
Dios les dio nuevo alimento: el
«fruto» (espigas) de la tierra. El maná era el alimento para la nación cuando
eran peregrinos, pero ahora se establecerían en la tierra. Véanse Deuteronomio
6.10–11 y 8.3.
Las espigas hablan de Cristo en la
bendición de la resurrección, porque la semilla debe sepultarse antes de que
pueda dar fruto (Jn 12.24). El orden de los hechos nos recuerda de nuevo su
muerte, sepultura y resurrección: guardaron la Pascua (su muerte) y comieron
del fruto de la tierra (resurrección).
La principal lección de estos
capítulos es clara: no puede haber conquista sin la muerte a uno mismo (cruzar
el Jordán) e identificación con la resurrección de Cristo (los dos monumentos
de piedras). Antes de que los judíos pudieran lograr la victoria sobre el
enemigo, tenían que experimentar la victoria sobre el pecado y ellos mismos.
6
La conquista de Israel de esta
poderosa ciudad es una ilustración de varias verdades espirituales prácticas:
(1) Es la fe la
que se sobrepone a los obstáculos, Hebreos 11.30 y 1 Juan 5.4;
(2) Las armas que
usamos son espirituales, 2 Corintios 10.4;
(3) Cristo es el
vencedor y podemos confiar en Él completamente, Juan 16.33.
Los cristianos se enfrentan a
muchos «Jericós» en la vida diaria y a menudo se sienten tentados a darse por
vencidos, como los espías lo hicieron en Cades (Nm 13.28).
Pero ninguna muralla es demasiado
fuerte para el Señor. ¡Por fe ganamos la victoria y nos posesionamos de la herencia!
I. EL CAPITÁN DE LOS EJÉRCITOS
(5.13–6.5)
Jericó era una ciudad cerrada.
Josué estaba cerca de la ciudad y vio a un hombre con una espada desenvainada.
Sin temor Josué le preguntó al hombre que declarara quién era, ¡y descubrió que
era el Príncipe de los Ejércitos de Jehová! Este es el título «de batalla» del
Señor; habla de su comando supremo de los ejércitos de Israel y del cielo.
(Véanse Sal 24.10 y 46.7, 11; 1 R 18.15; Is 8.11–14; Hag 2.4; Stg 5.4.)
Jesucristo descendió para dirigir la batalla y Josué rápidamente reconoció su
liderazgo. El primer paso hacia la victoria es confesar que usted es el segundo
al mando.
No puede haber victoria para el
Señor en público a menos que experimentemos adoración al Señor en privado.
Josué se postró sobre su rostro en adoración; se quitó su calzado en humildad;
y le entregó sus planes a su Comandante al decir: «¿Qué dice mi Señor a su
siervo?» Como soldados cristianos (2 Ti 2.3; Ef 6.10), debemos someternos a
Cristo y escuchar sus órdenes en la Palabra. Cristo le dio a Josué las órdenes
exactas para vencer la ciudad (6.2–5) y todo lo que tenía que hacer era
obedecer por fe. «Yo he entregado en tu mano a Jericó», prometió Cristo. Pero
el pueblo tenía que marchar por fe y posesionarse de la victoria.
Los hombres armados debían
encabezar la procesión (vv. 3, 7), siguiéndoles siete sacerdotes con trompetas
(v. 4). El arca debía venir luego (vv. 4, 7) y después el resto del pueblo («la
retaguardia») cerraba la procesión (v. 9). La procesión debía marchar alrededor
de Jericó una vez durante seis días en absoluto silencio excepto por las
trompetas sonando (v. 10). El séptimo día debían marchar alrededor siete veces
(lo que hacía un total de trece marchas) y en la séptima marcha debían tocar
las trompetas y gritar. ¡Qué extraño plan para librar una guerra! Pero los
caminos de Dios no son nuestros caminos y Él usa lo que el mundo llama «necio»
para confundir a los poderosos (1 Co 1.26–31).
Dios nos ha dado en su Palabra
todo lo que necesitamos saber para esparcir el evangelio y conquistar al
enemigo. Triste es decirlo, demasiados cristianos (e iglesias) inventan sus
propios planes, tomando prestados esquemas forjados por el hombre y sus
esfuerzos al final fracasan. Si escuchamos las órdenes de nuestro Capitán y las
obedecemos, Él nos dará la victoria.
II. LA CONQUISTA DE LA CIUDAD
(6.6–25)
Es fácil ver por qué Israel salió
victorioso sobre el enemigo:
A. OBEDECIERON A SUS LÍDERES (VV. 6–9).
En Josué 1 notamos la «cadena
espiritual de mando» y aquí la vemos en acción. El pueblo escuchó con respeto
la Palabra de Dios de sus líderes y obedeció lo que Dios ordenó. Manifestaron
unidad, cooperación y un solo sentir en las filas; y Dios les dio la victoria.
B. TUVIERON PACIENCIA Y FE (VV. 10–14).
¿Podía Dios entregar la ciudad a
Josué en el primer día? ¡Sin duda! Pero el requisito de seis días de marcha
(durante los cuales a la gente no se le permitía hablar) fue un gran medio de
disciplina para la nación. La fe y la paciencia van juntas (Heb 6.11–15).
Mantener silencio y esperar el tiempo designado por Dios también requería
disciplina. Santiago 3.1–2 nos enseña que la gente que puede controlar su lengua
es madura en la fe; Véanse también Proverbios 16.32.
C. CONFIARON EN DIOS PARA LO IMPOSIBLE (VV. 15–16).
¿Quién ha oído de tomar una ciudad
usando gritos y trompetas como armas? Pero el arca (representando la presencia
de Cristo) estaba con ellos y esto quería decir que Dios haría la obra. Con Dios,
todas las cosas son posibles. Véanse Jeremías 33.3.
D. OBEDECIERON A DIOS EN CADA DETALLE (VV. 17–25).
El botín de la ciudad debía ser
«dedicado a Dios» (maldito, consagrado); debía matarse a los animales y los
ciudadanos; y a Rahab y a su familia debía salvárseles la vida. Algunas veces obedecemos
a Dios antes de la batalla, pero (como Acán, cap. 7) le desobedecemos después
de la victoria. Dios les dio a los judíos una victoria total sobre Jericó
porque confiaron en su Palabra. Nótese que Rahab y su familia fueron sacados de
la ciudad antes de que se encendiera el fuego. Véanse 1 Tesalonicenses 1.10;
5.9.
Al leer el libro de Hechos usted
ve cómo el «ejército espiritual» de Dios conquistó una ciudad tras otra por fe.
¡Incluso la poderosa ciudad de Roma cayó ante el poder del evangelio! Hoy, el
pueblo de Dios necesita de nuevo aprender a cómo capturar ciudades y este
capítulo nos dice cómo.
III. LA MALDICIÓN DEL SEÑOR
(6.26–27)
El «juramento» en el versículo 26
quizás se refiere a los que quedaron con vida, porque podían verse tentados a
reconstruir la ciudad. Así como algunos judíos querían regresar a Egipto,
algunos de la familia de Rahab tal vez querrían regresan a Jericó. Por eso Dios
pone una maldición especial en la ciudad y sobre cualquier hombre que intentara
reconstruirla. Véanse Deuteronomio 13.15–18.
Esta maldición se cumplió en 1 Reyes
16.34. Durante el reinado del perverso rey Acab, un hombre llamado Hiel de
Bet-el reedificó a Jericó. Cuando colocó los cimientos perdió a su primogénito;
y al levantar las puertas, perdió su hijo menor. ¡Qué sacrificio por una
ciudad! ¡Cuán necia es la gente que desafía a la Palabra de Dios y se rebelan
contra su voluntad! Jericó figura en el NT en varios lugares. El hombre de la
parábola del Buen Samaritano iba de Jerusalén a Jericó (Lc 10). Zaqueo era de
Jericó (Lc 19.1–10); y en esa ciudad Cristo sanó al ciego Bartimeo (Mc
10.46–52). Jericó en el NT no estaba en el sitio de la ciudad del AT, sino que
era una ciudad completamente nueva conocida por su belleza.
Algunos puntos prácticos al
enfrentarnos a nuestros «Jericó»:
A. EL
SOLDADO QUE QUIERE LUCHAR EN LA MEJOR FORMA DEBE POSTRARSE AL MÁXIMO ANTES DE
LA BATALLA (5.13–15).
Ganamos nuestras batallas sobre
nuestras rodillas y postrados ante el Señor.
B. NADIE PUEDE TOMAR UNA CIUDAD SOLO.
Josué tenía la leal cooperación de
los sacerdotes y del pueblo, y juntos vencieron al enemigo.
C. CUANDO SEGUIMOS LOS MÉTODOS DE DIOS, ÉL GANA LA BATALLA Y RECIBE LA
GLORIA.
Es por eso que Él usa «métodos
necios». Cuando usamos nuestros propios esquemas y sistemas, tal vez consigamos
la gloria pero la victoria nunca dura.
D. LA INCREDULIDAD MIRA A LAS MURALLAS Y A LOS GIGANTES (NM 13.28),
PERO LA FE MIRA AL SEÑOR.
«Obstáculos son aquellas cosas
horrendas que vemos cuando apartamos nuestros ojos de la meta».
Y, pudiéramos añadir, cuando
apartamos nuestros ojos de nuestro Señor. Sus mandamientos son la capacitación
que Él nos da.
E. VEMOS LA GRACIA DE DIOS QUE OBRA INCLUSO EN EL JUICIO, PORQUE RAHAB
Y SU FAMILIA FUERON SALVOS POR FE.
¿Hay una sugerencia aquí de que
«pocos serán salvos» cuando el juicio de Dios finalmente caiga sobre este
mundo?
7–9
La estrategia militar de Josué era
penetrar en Canaán y dividir la tierra, empezando en Jericó y continuando con
Hai, Bet-el y Gabaón. Entonces conquistaría las ciudades al sur y terminaría derrotando
a las ciudades al norte. Sin embargo, experimentó un retroceso en Hai y lo
engañaron los líderes de Gabaón.
I. LA DESOBEDIENCIA DE ACÁN (7)
A. DERROTA (VV. 1–5).
Dios fue claro al decir que los
despojos de Jericó debían ser «consagrados» o dedicados a Él y colocados en su
tesoro (6.18–19), pero Acán desobedeció esta ley. Es posible que Josué se
apresuró demasiado en su ataque a Hai, que no esperó la dirección del Señor. Es
más, actuó según la sugerencia de los espías antes que seguir la Palabra de
Dios. Más tarde Dios rechazó el plan dado por los espías (compare 7.3 con 8.1).
Hay un indicio de excesiva confianza en estos versículos: Jericó había caído ante
Israel y se sintieron confiados pues una ciudad tan pequeña como Hai sería
«cosa fácil». La autoconfianza, dependencia en la sabiduría humana,
impaciencia, falta de oración y pecado secreto, estaban detrás de la derrota de
Israel en Hai.
B. DESALIENTO (VV. 6–9).
Los corazones de los judíos
desfallecieron (v. 5) en lugar de que lo hicieran los corazones del enemigo
(Jos 2.11). Josué y sus líderes pasaron todo el día en oración ante el arca, ¡e
incluso Josué quería «retroceder» y contentarse con una heredad al otro lado
del Jordán! Note, sin embargo, que Josué estaba más preocupado por la gloria
del Señor y el testimonio de Israel ante las naciones paganas, que lo que
estaba por el desánimo de la derrota. Es una marca de verdadera espiritualidad
cuando la gloria de Dios es lo que motiva la vida del siervo.
C. DESCUBRIMIENTO (VV. 10–18).
Dios habló severamente a su
siervo: «¡Levántate! ¡Israel ha pecado!» Por supuesto, sólo un hombre había
pecado, pero esto involucraba a la nación entera (v. 1; 1 Co 12.12). Es una
solemne verdad que la desobediencia de una sola persona puede causar la
aflicción y fracaso de toda una nación, familia o iglesia. Acán pensó que podía
ocultar su pecado, pero Dios vio lo que hizo. Y debido a que había «anatema» en
el campamento, Dios no podía morar con su pueblo. Esto causó la derrota en Hai.
Josué y el sumo sacerdote tal vez usaron el Urim y Tumim para determinar al
culpable (Éx 28.30), o quizás echaron suertes. «¡Sabed que vuestro pecado os
alcanzará!» Acán fue descubierto y su pecado expuesto.
D. DESTRUCCIÓN (VV. 19–26).
«He pecado», confesó Acán,
explicando que «vio, codició, y tomó» de los despojos de Jericó (Véanse Gn
3.6). No cabe duda de que los miembros de su familia sabían del botín y
participaban de su pecado. Todos tenían que ser juzgados por su desobediencia,
así que el pueblo los llevó al valle y los apedreó. Ese lugar fue llamado
«Valle de Acor» (turbación) en memoria de la turbación que Acán trajo sobre el
pueblo. Oseas 2.15 promete que Dios hará del Valle de Acor «una puerta de
esperanza» para los judíos. Ciertamente Israel ha estado en el «valle del
problema» debido a que han rechazado a Cristo, pero un día la nación se volverá
a Él y hallará esperanza.
II. LA DESTRUCCIÓN DE HAI
(8.1–29)
Ahora que la nación se había
santificado (7.13) y su pecado juzgado, Dios podía otra vez guiar a su pueblo a
la victoria. Nótese cómo el Señor usó la derrota para buena ventaja, porque el
pueblo de Hai confiaba que podían vencer a Israel de nuevo. Nótese también que
Dios le permitió al pueblo tomar de los despojos de Hai. Si Acán hubiera
esperado unos pocos días, ¡hubiera tenido toda la riqueza que podía cargar! Lea
Mateo 6.33.
El plan era simple. Josué envió
treinta mil hombres a Bet-el de noche (v. 3) y colocó otros cinco mil entre
Bet-el y Hai (v. 12). Algunos de los soldados atacaron a Hai e hicieron que los
hombres salieran de la ciudad. En ese momento Josué dio la señal para la
emboscada y sus hombres entraron en la ciudad y la conquistaron. ¡Fue una
victoria completa! Josué con su lanza en alto, en el versículo 26, nos recuerda
a Moisés manteniendo en alto sus manos cuando Josué luchaba contra Amalec (Éx 17.8).
Hai fue destruida al punto que los arqueólogos hasta hoy no pueden estar
seguros de su ubicación.
III. LA DECLARACIÓN DE LA LEY
(8.30–35)
Josué interrumpió su campaña
militar para llevar a la nación cincuenta kilómetros hasta Siquem en donde
obedecieron los mandamientos de Deuteronomio 27.4–6. Se nos dice que este valle
es un anfiteatro natural con maravillosa acústica. Josué puso a las tribus de
Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí en el monte Ebal (el monte de las
maldiciones); y puso a Simeón, Leví, Judá, Isacar, Efraín, Manasés y Benjamín
en el monte Gerizim (el monte de la bendición). Josué sabía bien que la
victoria de Israel y la posesión de la tierra dependían de su obediencia a la
Palabra de Dios. Era más importante que la nación oyera la Palabra que librar
cualquier otra batalla. Note que construyó un altar (vv. 30–31), porque sin la
sangre de Cristo no tenemos justicia ante Dios. La ley los hubiera condenado y ajusticiado
si hubieran dejado de realizar los sacrificios. Debemos admirar e imitar el
respeto de Josué por la Palabra de Dios (véanse 1.8; 24.26–27; también 23.14).
IV. EL ENGAÑO DE LOS GABAONITAS
(9)
Las tribus paganas de Canaán
estaban divididas en muchas «naciones» pequeñas (ciudades-estados) con las
ciudades clave como sus centros. Por lo general, peleaban entre ellas, pero
cuando el pueblo de Dios llegó, estos reyezuelos se unieron para oponerse a
Israel. ¡Es asombroso cómo los enemigos se unen contra Dios! Sin embargo, el
pueblo de Gabaón, la siguiente ciudad a ser tomada, decidieron usar del engaño
en lugar de la fuerza. (Satanás es tanto león como serpiente.) Se vistieron
dando la apariencia de hombres que habían hecho un largo viaje, con viejos
sacos, zapatos remendados y alimento enmohecido, y su plan resultó. Dios le había
ordenado a Israel que no hiciera convenio con las naciones de Canaán (Dt 7),
pero los gabaonitas sabían que si lograban conseguir un pacto, Israel lo cumpliría.
Mintieron cuando dijeron que venían de un país lejano. Nótese también que no
dijeron nada de las victorias de Israel en Jericó y Hai.
Josué y los líderes fracasaron al
no buscar lo que Dios pensaba sobre el asunto; en lugar de eso, juzgaron por
las apariencias. La historia de los gabaonitas parecía razonable; era cierto
que el alimento y los vestidos parecían viejos y gastados; y todo aparentaba
estar en orden. Por consiguiente, ¡Josué hizo un pacto con los hombres y
entonces descubrió que eran de Gabaón! Tres días más tarde Israel llegó a
Gabaón y a sus ciudades aliadas (v. 17), pero no pudieron atacarlas debido a su
promesa. Esto causó murmuración entre el pueblo, que a lo mejor quería más
botín. Pero el pueblo de Dios no podía retractarse de su palabra. Todo lo que
Israel pudo hacer fue hacer esclavos a los gabaonitas: los pusieron a trabajar
cortando madera y sacando agua para el servicio del tabernáculo. ¡Al menos hicieron
que sus errores les sirvieran de algún provecho!
Lo que Jericó no pudo hacer con
sus murallas, ni Hai con sus armas, los gabaonitas lo consiguieron con engaño.
Satanás prueba con una artimaña tras otra para derrotar al pueblo de Dios y
debemos estar en guardia constantemente. Nótese que casi siempre después de una
gran victoria Satanás empieza sus sutiles ataques. Fue después de la victoria
en Jericó que Israel fue derrotado en Hai y después de la victoria en Hai fue
Josué engañado por Gabaón. Debemos evitar «juzgar según la carne» (Jn 8.15) y depender
de nuestra sabiduría (Pr 3.5–6). Santiago 1.5 promete que Dios nos dará
sabiduría si se la pedimos. Los cristianos deben cuidarse de las alianzas
mundanas (2 Co 6.14–18). En el capítulo 10 veremos que Josué se vio obligado a
defender a sus enemigos debido a este pacto precipitado. Moisés le advirtió a
Israel en Deuteronomio 7 que la amistad con estas naciones paganas sólo llevaría
a Israel al pecado y eso fue lo que ocurrió.
14–15
Caleb se destaca en la Biblia como
un gran héroe de fe. Seis veces se nos dice que «cumplió siguiendo al Señor»
(Nm 14.24; 32.12; Dt 1.36; Jos 14.8–9, 14). Caleb fue «un vencedor» (1 Jn
2.13–14; 5.4), un hombre que lo sometió todo al Señor y obedeció por completo
su Palabra. Podemos trazar su historia espiritual en tres etapas.
I. CALEB EL QUE SUFRE
Puesto que Caleb tenía cuarenta
años en Cades-barnea (Jos 14.7), tenía que haber nacido en Egipto mientras los
judíos soportaban gran sufrimiento (Éx 1–2). Había nacido como esclavo, ¡sin
embargo murió como un héroe! En Josué 14.13–14 se indica su parentela.
Algunos piensan que Caleb (cuyo nombre
significa «perro») era de parentela mixta, siendo su padre un cenezeo y su
madre de la tribu de Judá (Jos 15.13). Si es así, ¡esto hace su fe una
maravilla incluso mayor! Sin embargo, 1 Crónicas 2.18 hace a Caleb hijo de
Hezrón, descendiente de Fares (1 Cr 2.5); y esto lo pondría entre los
antepasados de Cristo (Mt 1.3). En cualquier caso, Caleb fue redimido por la
sangre del cordero pascual, libertado de Egipto y se le dio la perspectiva de
una gran herencia en Canaán. No tendría herencia bajo Josué si no hubiera
experimentado primero la redención bajo Moisés.
II. CALEB EL DEFENSOR (NM 13–14)
En estudios anteriores ya hemos
hablado de la rebelión en Cades-barnea. La nación había estado fuera de Egipto
alrededor de dos años cuando llegaron a la entrada de Canaán. En lugar de creer
en la Palabra de Dios e inmediatamente demandar su herencia, pidieron un
informe de doce espías (Dt 1.21). Caleb y Josué estuvieron entre esos espías,
lo cual muestra la posición de confianza que ostentaban en la nación. Cuando se
dieron los informes, sólo Caleb y Josué defendieron a Moisés y animaron a la
nación a entrar en Canaán. Los diez espías menospreciaron la tierra (14.36), en
tanto que Caleb y Josué se deleitaron en ella. La nación quería regresar; los
dos hombres de fe querían avanzar.
La mayoría andaba por vista; la
minoría andaba por fe. La nación rebelde veía sólo obstáculos, problemas; los
líderes creyentes veían las oportunidades, las perspectivas. ¿Cuál fue el
resultado? ¡Los diez espías y la generación incrédula murió en el desierto!
Pero Caleb y Josué vivieron para entrar y disfrutar de la tierra prometida. «La
mente carnal es muerte» (Ro 8.6). Exigió valentía de Caleb erguirse en contra
de toda la nación, pero Dios le honró por ello.
III. CALEB EL PEREGRINO
Caleb no murió en el desierto,
pero todavía tuvo que sufrir con la nación incrédula durante casi cuarenta años
de peregrinaje. Piense en lo que tuvo que soportar este hombre creyente y
piadoso. Cada día veía a la gente morir y perder su herencia. Tenía que oír las
murmuraciones y quejas. Este hombre de fe tuvo que soportar la incredulidad de
sus compañeros israelitas. Amaba a Moisés, sin embargo tenía que oír a los
judíos que criticaban y se oponían a su líder.
¿Cómo pudo Caleb mantener su vida
espiritual cuando estaba rodeado de tanta carnalidad e incredulidad? ¡Su
corazón estaba en Canaán! Dios le había dado una maravillosa herencia (léase
Jos 14.9–12) y aunque su cuerpo estaba en el desierto, ¡su corazón y mente
estaban en Canaán! Él es una perfecta ilustración de Colosenses 3.1–4. Poseía
lo que en Romanos 8.6 se llama la «mente espiritual».
Caleb pudo soportar las
aflicciones en el desierto porque sabía que no tenía que temer la muerte, que tenía
una herencia y que Dios no le fallaría. ¡Cuánto mucho más tenemos en Cristo!
Sin embargo, nos rendimos y fallamos con mucha facilidad en nuestro
peregrinaje.
IV. CALEB EL CONQUISTADOR
Esto nos lleva a nuestro estudio
de Josué 14–15. Josué está dándole a cada tribu su herencia especial y Caleb
viene a reclamar su parte. Le recuerda a Josué la promesa de Dios (14.6–9),
porque es únicamente en base a la Palabra de Dios que podemos pedir nuestras
bendiciones. Nótese el glorioso testimonio de fuerza que da Caleb (14.10–11).
La persona de fe es una persona con fuerza. Cuarenta y cinco años después del
fracaso de la nación en Cades-barnea, Caleb tiene ochenta y cinco, y sin embargo
ansía tomar posesión de su herencia para la gloria de Dios. Es triste cuando
los creyentes permiten que «la vejez» los haga quejosos cuando debería hacerlos
(como a Caleb) conquistadores.
«Dame, pues, ahora este monte»
(14.12). Caleb era un hombre tanto de visión espiritual como de vitalidad
espiritual, y estas dos cualidades le condujeron a la victoria espiritual. Dios
le prometió una herencia y Caleb tenía la fe de que lo que Él le prometió podía
cumplirlo (Véanse Ro 4.20–21). Caleb pudo arrojar a los habitantes de su
heredad (Jos 15.13–14), los mismos «gigantes» que los diez espías incrédulos
temieron (Nm 13.28, 33). La incredulidad mira a los gigantes; la fe mira a
Dios. La incredulidad depende del «sentido común» humano; la fe descansa por
completo en la Palabra de Dios.
Otoniel, sobrino de Caleb, le
ayudó en una de sus conquistas (Jos 15.15–17) y se ganó la mano de la hija de
Caleb como esposa. Este hombre más tarde llegaría a ser el primer juez de
Israel (Jue 3.9), y así continuó el liderazgo de la familia. La hija de Caleb
ilustra una maravillosa verdad espiritual.
Después de casarse con Otoniel,
regresó a su padre y le pidió una bendición adicional (15.18–19).
Caleb le había dado un campo, pero
ella también quería las fuentes de agua para nutrir el campo. El cristiano debe
continuar alegremente pidiéndole al Padre una bendición mayor, en especial las
«fuentes espirituales» que derraman la vida fructífera. El campo que Dios nos
da nunca producirá fruto sin las fuentes de agua (Jn 7.37–39).
Qué diferencia hay cuando los
creyentes «cumplen siguiendo al Señor» y ejercen fe en la Palabra.
La dedicación y fe de Caleb le
salvaron la vida, le ganaron una herencia, vencieron al enemigo y le permitieron
enriquecer a su familia por muchos años. El Señor sin duda espera que los
cristianos de hoy sean conquistadores; es más, Pablo afirma que somos «¡más que
vencedores!» (Ro 8.37). Josué y Caleb conquistaron con armas físicas y tomaron
posesión de una herencia material, pero nosotros conquistamos con almas
espirituales (2 Co 10.3–5) para tomar posesión de nuestra herencia espiritual en
Cristo (Ef 1.3). Se espera que los cristianos sean vencedores mediante la fe en
Cristo (1 Jn 5.4).
Debemos vencer al mundo (1 Jn
5.5), la falsa doctrina (1 Jn 4.1–4) y al maligno (1 Jn 2.13–14). Cristo ya
venció a Satanás (Lc 11.21–22) y al mundo (Jn 16.33), de modo que sólo
necesitamos tomar posesión de su victoria por fe. Nótese en las cartas a las
siete iglesias (Ap 2–3) las muchas promesas a los que vencen. «El que venciere
heredará todas las cosas», promete Apocalipsis 21.7.
Vencemos al enemigo y nos
posesionamos de la herencia de la misma manera que Caleb:
(1) debemos
someternos por completo al Señor;
(2) debemos saber
sus promesas y creerlas;
(3) debemos mantener el corazón y la mente fija en la
herencia;
(4) debemos
depender de Dios para obtener la victoria.
«Mas gracias sean dadas a Dios que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co 15.57).
23–24
Por lo general pensamos de Josué
como un gran soldado, y lo fue; pero aquí lo vemos como un gran pastor con una
amorosa preocupación por su pueblo. Sirvió fielmente al Señor y a la nación;
ahora se preocupaba de que el pueblo no se apartara del Señor y perdiera su
herencia. Esta era la misma preocupación que Pedro tenía antes de morir (2 P
1.12–15) y también el apóstol Pablo (Hch 20.13).
Qué trágico es cuando los
sacrificios de una generación obtienen la bendición de Dios y una nueva generación
llega y lo pierde todo.
I. EL DISCURSO DE JOSUÉ A LOS
LÍDERES (23)
Josué congregó a los líderes de
las tribus, tal vez en Silo (18.1). Quería infundir en sus líderes una sincera
devoción al Señor. Él moriría, pero ellos quedarían para llevar adelante la
obra. Josué quería que fueran fieles a su Dios.
A. UN REPASO DEL PASADO (VV. 3–4).
Estos hombres habían visto las
maravillas del Señor, desde el cruce del Jordán hasta el día presente.
Nótese cómo Josué le da a Dios
toda la gloria por lo que habían logrado: El Señor libró las batallas; ¡todo lo
que Josué hizo fue dividir la tierra! Es bueno que recordemos lo que Dios ha
hecho por nosotros.
B. UNA PROMESA PARA EL FUTURO (V. 5).
Los obreros de Dios cambian, pero
la obra de Él sigue siendo la misma. Josué les asegura que Dios continuará
luchando por ellos y dándoles la victoria sobre los enemigos.
C. UNA RESPONSABILIDAD PARA EL PRESENTE (VV. 6–16).
Lo que Dios hace por su pueblo
depende a menudo de lo que el pueblo hace por Dios. Josué les recuerda sus
responsabilidades como pueblo de Dios, y sus palabras nos llevan de nuevo a las
advertencias de Moisés en Deuteronomio 7–11. La palabra clave aquí es naciones, que se usa seis veces en
los versículos 3–13. Israel debía cuidarse de las naciones paganas de la
tierra. La única manera en que Israel podía esperar ganar la tierra y tomar
posesión de su herencia era obedeciendo la ley de Dios (Véanse Jos 1.7–8).
Exigiría valentía confiar en la Palabra y oponerse al enemigo, pero Dios los
capacitaría.
La principal preocupación de Josué
era que Israel fuera un pueblo apartado y que no se mezclara con las naciones
paganas. El versículo 7 presenta lo negativo («para que no os mezcléis con
estas naciones») y el versículo 8 lo positivo («Mas a Jehová vuestro Dios
seguiréis»). ¡Cuán necio sería adorar a los dioses de un enemigo derrotado! Si
Israel se separaba para el Señor, ¡Dios capacitaría a un hombre para que haga
el trabajo de mil! (v. 10). Tenían que unirse o al Señor o a las naciones
paganas (vv. 11–12); pero si se mezclaban con los paganos, Dios les quitaría su
bendición. El principio en el versículo 13 se aplica a todos los creyentes:
cualquier pecado que permitamos que permanezca en nuestras vidas se convertirá
en trampa y espinas para nosotros.
No podemos dejar de notar el
énfasis de Josué en la Palabra de Dios (vv. 6, 14). «¡No ha faltado si una sola
de todas sus buenas promesas!» (Véanse 1 R 8.56). Obedecer a su Palabra
significa victoria y bendición; desobedecer significa derrota y prueba. Véanse
Josué 1.8.
II. LA APELACIÓN DE JOSUÉ AL
PUEBLO (24.1–28)
Después de exhortar a los líderes,
Josué convoca a todo el pueblo en Siquem, un lugar muy querido en el corazón de
Israel, puesto que aquí Dios le prometió primero la tierra a Abraham (Gn
12.6–7).
Aquí también Jacob edificó un
altar (Gn 33.20) y exhortó a su familia a que quitaran sus ídolos (Gn 35.1–4).
Aun cuando no hay «lugares sagrados» en la tierra, sí hay lugares que
despiertan recuerdos sagrados en el creyente.
Josué se preocupaba de que el
pueblo no cayera en la idolatría debido a la influencia de las naciones paganas
que los rodeaban. Israel era proclive a adorar ídolos y Josué sabía que la
idolatría haría que fueran despojados de su herencia. Así, usa varios
argumentos para animarlos a entregarse por completo al Señor.
A. LA BONDAD DE DIOS EN EL PASADO (VV. 2–13).
Josué retrocede hasta el mismo
nacimiento de la nación en el llamamiento de Abraham. Tanto Abraham como su
padre eran idólatras hasta que Dios los llamó en su gracia. («Al otro lado del
río» significa «allá en el río Éufrates». Véanse también vv. 14–15.) Dios llamó
a Abraham, no por su bondad, porque era un pagano, sino debido a la gracia y
amor de Dios. Dios le dio la tierra a Abraham, Isaac y Jacob. Dios protegió a
los judíos en Egipto y luego los libró con mano poderosa. Los guió y proveyó para
ellos en el desierto. Derrotó a las naciones por causa de ellos. Los trajo a
través del río Jordán a la tierra prometida y arrojó de delante de ellos a sus
enemigos. ¡Qué más podía Él haber hecho por su pueblo! Ahora ellos habían
tomado posesión de la herencia y disfrutaban las bendiciones de la tierra. ¡Cuánto
debían amar y servir al Señor!
B. EL PROPIO EJEMPLO DE JOSUÉ (VV. 14–15).
Israel tenía que servir a algún
Dios: bien sea a los dioses de los paganos o al verdadero Dios, Jehová. «Pero
yo y mi casa», dice Josué, «serviremos a Jehová». No sólo es estimulante, sino
también esencial, que líderes piadosos den el ejemplo en sus hogares.
C. EL PELIGRO DE LA DISCIPLINA (VV. 16–21).
El pueblo le asegura a Josué tres
veces que servirán al Señor (vv. 16, 21, 24). Él sabía que lo que se dice con
los labios no siempre es verdad en el corazón. «Si ustedes continúan con sus
ídolos», advierte, «no pueden servir al Señor. Él es un Dios celoso; un Dios
que no compartirá a su pueblo con ningún otro dios». Les advierte que la
idolatría conducirá al castigo, a la disciplina y a la pérdida de su tierra.
D. EL PACTO CON DIOS (VV. 22–28).
Dios hizo un pacto con Israel en
el Sinaí (Véanse Éx 20) y este pacto lo renovó la nueva generación bajo Moisés
en Deuteronomio. Pero cada generación necesita afirmar su fidelidad a Dios, de
modo que Josué renueva el pacto con el pueblo. Escribe las palabras en el libro
de la Ley y entonces levanta una piedra para recordarle al pueblo sus votos.
Esto trae a la mente las piedras levantadas cuando Israel cruzó el Jordán (cap.
4). Somos tan proclives a olvidar, que Dios tiene que usar recordatorios (tales
como la Cena del Señor) para mantener a su pueblo en la senda de la obediencia.
Incluso con tales recordatorios, en los años subsiguientes, los judíos fallaron
al no guardar su pacto con Dios. Léase el triste informe en Jueces 21.25.
III. LOS LOGROS DE JOSUÉ PARA EL
SEÑOR (24.29–33)
El versículo 31 es un gran
testimonio de este hombre de Dios: debido a su liderazgo la nación sirvió al
Señor y continuaría sirviéndole incluso después de su muerte. Dios usó a Josué
para lograr muchas cosas para Israel. Les guió a cruzar el Jordán; les condujo
de victoria en victoria en la tierra; les dio su herencia. Sin duda la tumba de
Josué era otro recordatorio para Israel del poder y misericordia del Señor. Es
correcto que el pueblo de Dios recuerde a sus líderes piadosos y que imiten su
fe (Heb 13.7–8).
Tres entierros aparecen en estos
versículos: el de Josué, el de José y el de Eleazar. Los hermanos de José le
habían prometido sepultar sus huesos en Canaán (Gn 50.25), de modo que los
judíos se llevaron su féretro al salir de Egipto (Éx 13.19). Esto es un cuadro
de nuestra futura resurrección, porque así como el cuerpo de José fue redimido
de Egipto, nuestros cuerpos estarán un día no sólo en reposo en su hogar
apropiado, sino también serán transformados para ser semejantes al cuerpo de
Jesucristo (Flp 3.20–21). Es fácil creer que la tumba de José también era para
el pueblo un recordatorio de la fidelidad de Dios. Dios usó a José para
preservar a la nación con vida en la hambruna y él fue fiel al Señor incluso en
la tierra pagana de Egipto.
Al cerrar este libro, recordemos
que Cristo es nuestro Josué (Salvador), y que Él libra nuestras batallas y nos
ayuda a tomar posesión de la herencia.