(heb., haggay,
festivo).
Uno de
los profetas que el Señor enviara a los judíos alrededor del año 520 a. de J.C.
Se tiene muy poco conocimiento de su historia personal. Vivió un poco después
del cautiverio y fue contemporáneo de Zacarías (Hageo 1:1 con Zacarías 1:1).
Después
del retorno del cautiverio, los israelitas pusieron el altar sobre su base, estableciendo
así la adoración diaria y pusieron los cimientos para el segundo templo;
después fueron forzados a abandonar la construcción por algunos años.
Sin embargo,
durante su reinado, Dario Hystaspes (Esdras 4—6; Hageo; Zacarías 1—6) brindó su
ayuda y estimuló a los judíos a continuar y no permitió la oposición. En el
segundo año de Darío (520) Hageo llevó a cabo su brillante misión de amonestar
y animar a los judíos. Los cinco mensajes breves que conforman su libro están
todos fechados, cubriendo sólo tres meses y 23 días; y en esas pocas semanas la
situación cambió totalmente de derrota y desánimo a victoria. Zacarías apoyó a
Hageo en el último mes de su ministerio, según los registros que se tienen
(Zacarías 1:1-6).
Contemporáneo de
Zacarías, alentó a los judíos que habían vuelto del exilio para que terminaran
de reconstruir el templo. Hageo prometió que Dios nuevamente habría de llenar
el templo con su gloria, como lo había hecho en los días de Salomón.
Después del
retorno desde el cautiverio, Hageo fue enviado a exhortar al pueblo para que
reconstruyera el templo y para reprobar la negligencia de ellos. Para exhortar
su empresa, le asegura al pueblo que la gloria del segundo templo excederá
mucho a la del primero por manifestarse ahí Cristo, el Deseado de todas las
naciones.
Para comprender la obra de estos
tres últimos profetas (Hageo, Zacarías y Malaquías) debemos repasar la historia
judía. En el año 536 Esdras llevó de regreso aproximadamente cincuenta mil
judíos a la Tierra Santa. Reedificaron el altar y empezaron de nuevo los
sacrificios y en el 535 se colocaron los cimientos del templo. Pero hubo una
considerable oposición y el trabajo se detuvo. No fue sino hasta el 520 que el
pueblo empezó de nuevo la obra; y en el 515 finalmente el templo quedó
completo. Fue la obra de cuatro hombres piadosos que condujo la tarea hasta su
final: Zorobabel, el gobernador; Josué, el sumo sacerdote; y Hageo y Zacarías,
los profetas. Véanse Esdras 5.1 y 6.14.
El propósito del ministerio de
Hageo fue despertar al pueblo ocioso y animarlos a concluir el templo de Dios.
Fue fácil lograr empezar el trabajo cuando acababan de llegar a la Tierra
Santa, por cuanto todos tenían dedicación y entusiasmo. Pero después de meses
de pruebas y oposición, la obra se hizo más lenta y a la larga se detuvo. En
este pequeño libro tenemos cuatro sermones de Hageo y cada uno tiene una fecha
específica. En cada mensaje Hageo destaca un pecado particular que les impedía cumplir
la voluntad de Dios y terminar la obra.
AUTOR Y FECHA
Hageo 1.1 identifica al profeta y da
el tiempo de su ministerio. El libro lo escribió un profeta del mismo nombre.
Como las personas que quería alentar, probablemente pasó muchos años cautivo en
Babilonia antes de regresar a su tierra natal.
Fue
contemporáneo del profeta Zacarías. Su voz profética resonó en Jerusalén con
mensajes de aliento «en el año segundo del rey Darío» (1.1), un monarca persa.
Esto sitúa su libro en el año 520 a.C.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Ag:
2: 7: Deseado De Todas Las Naciones.
I. PONERSE POR DELANTE DEL
SEÑOR (1.1–15)
Fue el 1º de septiembre de 520
cuando Hageo predicó este mensaje. Habían pasado dieciséis años desde la
colocación de los cimientos y el templo aún estaba inconcluso. Este mensaje se
le predicó a los
dos líderes de la nación,
Zorobabel y Josué, líder civil y religioso respectivamente. Hageo no desperdicia
tiempo; va directo al punto de su mensaje: «El pueblo está dando excusas y
descuidan la casa de Dios. Pero es tiempo de poner manos a la obra y terminar
la casa de Dios».
Destaca el egoísmo de ellos;
construyeron sus casas, pero decían que no tenían tiempo para edificar la casa
de Dios. En otras palabras, se anteponían al Señor. Algunos de los judíos
tenían incluso «casas artesonadas», lo cual sería lujo en aquel día. Este pecado
está con nosotros hoy, anteponemos nuestros deseos a la voluntad del Señor.
¡Qué fácil es dar excusas para no hacer la obra de Dios! El tiempo es demasiado
malo como para salir a visitar o para asistir a los cultos, pero no para salir
de cacería o ir de compras. La gente se queda sentada durante un partido doble
de béisbol y jamás se queja, sin embargo, empiezan a moverse incómodos si el
culto de la iglesia se extiende cinco minutos.
Hageo nos advierte que en realidad
perdemos cuando nos anteponemos a Dios. En 1.6 nos dice que nuestras ganancias
se desvanecen y nuestras posesiones no duran cuando se deja a Dios fuera. Dios retuvo
la lluvia (v. 10) y por eso las cosechas fracasaron (v. 11). Al fin y al cabo,
los judíos conocían la promesa de Dios de que bendeciría su tierra si le
honraban (Véanse Dt 28), pero no confiaron en la Palabra, de modo que perdieron
la bendición. Mateo 6.33 es una gran promesa a la cual aferrarse; lo mismo que
Filipenses 4.19.
El mensaje se recibió con
convicción real (vv. 12–15) y los líderes se entusiasmaron para hacer la voluntad
de Dios. «Yo estoy contigo», prometió Dios. «Yo seré glorificado». Nótese que
toda la empresa fue una aventura espiritual y no una simple obra de la carne.
El pueblo de Dios se levantó y puso a Dios primero en sus vidas.
II. MIRAR ATRÁS EN LUGAR DE
MIRAR HACIA ADELANTE (2.1–9)
Ya el pueblo había trabajado
alrededor de siete semanas cuando Hageo predicó su segundo sermón, el 21 de
octubre, el último día de la Fiesta de los Tabernáculos (Lv 23.34). Se suponía
que debía ser un gran día de gozo y alabanza, pero en vez de eso fue uno de
desánimo y quejas. ¿Por qué? Porque el pueblo miraba hacia atrás en lugar de
mirar hacia adelante. Cuando colocaron los cimientos, dieciséis años atrás, los
ancianos lloraron porque recordaban la gloria del templo de Salomón (Esd 3.12);
y ahora algunas de las personas estaban desanimadas porque al nuevo templo le
faltaba esplendor y gloria.
Por supuesto, el problema del
pueblo se debía a sus pecados, pero a pesar de esto, no era razón para mirar
hacia atrás. En la obra de Dios debemos mirar hacia adelante por fe.
«¡Esforzaos y no temáis!», les dijo Dios a los líderes desanimados. «Voy a
hacer temblar al mundo y un día estableceré mi reino».
Véanse Hebreos 12.26–29. Dios
promete que la gloria de la casa final (el templo durante el reino milenial)
excederá grandemente a la de la casa anterior (el templo de Salomón). «Y
entonces les daré paz». Lo mejor aún no ha llegado.
III. FRACASAR POR NO
CONFESAR NUESTROS PECADOS (2.10–19)
El pueblo esperaba bendiciones
materiales el mismo día que empezaron a trabajar en el templo, pero ya era el
24 de diciembre y las cosas seguían difíciles. Hageo explicó por qué Dios no
los había bendecido: todavía estaban inmundos; no habían confesado sus pecados.
«Vosotros no podéis dar a nadie santidad ni salud», explicó, «sino que podéis
darle la inmundicia y enfermedad que poseéis». Y debido a que el pueblo era
inmundo su obra también lo era (v. 14). Léase Zacarías 3 en conexión con este
mensaje: Zacarías predicó en el octavo mes del mismo año (Zac 1.1), apenas un
mes antes de Hageo 2.10–19. Dios podía limpiar al pueblo de sus pecados, si tan
solo se arrepentía.
Una vez que la nación fue limpiada
Dios le prometió bendecirla (v. 19). No es suficiente hacer la obra de Dios;
debemos hacerla con manos limpias y corazón puro. El pecado no confesado es uno
de los obstáculos más grandes para realizar la obra del Señor.
IV. INCREDULIDAD (V. 20–23)
Este mensaje final, predicado el
mismo día del tercer mensaje, fue dirigido al gobernador personalmente. Sin
duda Zorobabel necesitaba estímulo especial al dirigir la obra de Dios. Satanás
siempre ataca a los líderes espirituales y es nuestro deber orar por ellos y
trabajar con ellos. Tal vez Zorobabel vio a los grandes imperios que los
rodeaban y temía por el futuro del diminuto remanente de judíos. Las
circunstancias tienen la facultad de desanimarnos a su modo cuando tratamos de
hacer la obra del Señor.
Pero Dios estimuló la fe del
gobernador. La incredulidad siempre nos roba las bendiciones de Dios.
«Haré temblar los cielos y la
tierra», dijo Dios. «No les temas a estos reinos. Los derrocaré y los destruiré.
En cuanto a ti, Zorobabel, tú eres para mí como un anillo de sellar, una joya
muy preciosa.
Yo te escogí; no te des por
vencido». Cómo este mensaje debe haber animado y fortalecido la fe del gobernador.
Zorobabel fue un antepasado de
Jesucristo; su nombre aparece en las genealogías (véanse Mt 1.12 y Lc 3.27).
Zorobabel es un tipo o ilustración de Cristo en el AT. Aquí se ve a Cristo como
el anillo de sellar de Dios, su sello precioso. Un anillo de sellar habla de
autoridad y honor. Dios le dio a Zorobabel la autoridad para terminar el
templo; Dios le dio a su Hijo la autoridad para salvar a los perdidos y edificar
su templo, la Iglesia (Jn 17.1–3).
¿Qué obra le ha llamado Dios a
hacer antes de que Cristo vuelva? ¿La ha empezado pero no la ha acabado? ¿Está
desanimado? Entonces tenga cuidado de estos pecados que estorban la obra del
Señor: anteponerse uno a Dios; mirar hacia atrás en lugar de hacerlo hacia
adelante; el pecado sin confesar; incredulidad. Pero note las maravillosas
promesas que Dios nos da: «Yo estoy con vosotros» (1.13); «no temáis» (2.5);
«os bendeciré» (2.19); «yo te escogí» (2.23). ¡Aprópiese de la promesa de
Filipenses 1.6 y levántese y haga la obra del Señor!