(gr., Markos, del lat. Marcus, un martillo grande, gr., Ioannes, del heb., Yohanan, Jehovah es bondadoso).
El
Evangelio más breve, fue escrito por Juan *Marcos para lectores *gentiles, e
incluye material recibido de *Pedro. Este Evangelio es un informe vívido y
lleno de acción sobre el ministerio de Jesús desde su *bautismo hasta su
*resurrección. Enfatiza las acciones de Jesús en lugar de sus enseñanzas.
Marcos era hijo de
una hermana de Bernabé, Colosenses 4: 10; Hechos 12: 12 muestra que era hijo de
María, una mujer piadosa de Jerusalén, en cuya casa se reunían los apóstoles y
los primeros cristianos. Se supone que el evangelista se convirtió por
testimonio del apóstol Pedro, porque lo trata de hijo suyo, 1 Pedro 5: 13. Así,
pues, Marcos estaba muy unido a los seguidores de nuestro Señor, si es que él
mismo no era uno del grupo.
Marcos escribió en
Roma; algunos suponen que Pedro le dictaba, aunque el testimonio general dice
que, habiendo predicado el apóstol en Roma, Marcos que era el compañero del
apóstol, y que comprendía claramente lo que predicó Pedro, tuvo el deseo para
poner por escrito los detalles. Podemos comentar que la gran humildad de Pedro
es muy evidente en donde quiera se hable de él. Apenas si se menciona una
acción u obra de Cristo en que este apóstol no estuviera presente y la
minuciosidad demuestra que los hechos fueron relatados por un testigo ocular.
Este evangelio
registra más los milagros que los sermones de nuestro Señor, y aunque en muchos
aspectos relata las mismas cosas que el evangelio según San Mateo, podemos
cosechar ventajas del repaso de los mismos sucesos, enmarcados por cada evangelista
en el punto de vista que más afectara su propia mente.
BOSQUEJO SUGERIDO DE
MARCOS
INTRODUCCIÓN (1.1-13)
I. El ministerio del Siervo en
Galilea (1.14–9.50)
A. Éxito
inicial (1.14–6.29)
B. Retiro
personal (6.30–9.32)
C. Ministerio
final en Galilea (9.33–50)
II. El viaje
del Siervo a Jerusalén (10)
III. La última
semana de ministerio del Siervo (11–15)
IV. La victoria
del Siervo (16)
Características. Marcos registra
casi la mitad de los milagros de Cristo. La sanidad de un ciego y mudo
(7.31–37) y la curación del ciego (8.22–26) se hallan sólo en Marcos. De las
dieciocho parábolas que registra solamente dos son peculiares en el Evangelio
de Marcos (4.26–29; 13.34–37). Se incluye nada más que un discurso largo (cap.
13), porque Marcos enfoca la acción y no los discursos. A menudo menciona las
acciones de nuestro Señor, tales como que «Él miró alrededor», y sus expresiones
de emoción. Su Evangelio es en verdad un recuento emocionante de la vida y
obras de Jesucristo, el Siervo de Dios.
NOTAS
PRELIMINARES A MARCOS
I. AUTOR
Juan Marcos vivía en Jerusalén con
su madre María (Hch 12.12), quien fue líder en la iglesia de Jerusalén. Algunos
eruditos piensan que fue el joven que huyó del jardín cuando arrestaron a Jesús
(Mt 14.51–52), pero esto es sólo una conjetura. Juan Marcos acompañó a su primo
Bernabé (Col 4.10) y a Pablo en su «ministerio de la hambruna» (Hch 11.27–30),
y en su primer viaje misionero (Hch 13.5), pero los dejó en Perge y volvió a
casa (Hch 13.13). Esto causó más tarde la división entre Bernabé y Pablo, e
hizo que Bernabé tomara a Marcos bajo su protección (Hch 15.36–41). Sin
embargo, Pablo antes de morir reconoció el ministerio de Marcos y lo elogió
(Col 4.10; 2 Ti 4.11). Pedro llamó a Marcos «mi hijo» (1 P 5.13), lo cual puede
indicar que fue Pedro quien trajo a Juan Marcos a la fe en Cristo. La tradición
llama a Marcos «el intérprete de Pedro», lo cual sugiere que el Evangelio de Marcos
es el informe de Pedro acerca de las palabras y obras de Jesús. (Véanse 2 P
1.15.)
II. TEMA
Marcos escribió primordialmente
para lectores romanos, y su énfasis está en Jesucristo como el Siervo de Dios
(Mc 10.44–45). Una de sus palabras clave es «inmediatamente», que se usa
cuarenta y una veces en el libro. Muy a menudo, y sobre la marcha, Marcos
describe a Jesús como el Siervo de Dios que suple las necesidades de toda clase
de gente. El hecho de que explica costumbres judías y traduce palabras arameas
indica que tenía en mente a lectores gentiles. Marcos también tiene un énfasis en
el discipulado y la persecución. Es indudable que el Evangelio fue un gran
estímulo para los cristianos que sufrían durante la persecución bajo Nerón
(64–67 d.C.).
AUTOR Y FECHA
Aunque
el Evangelio es anónimo, a su autor se le llama Marcos; y desde el siglo IV se
le ha identificado con el Marcos mencionado en el Nuevo Testamento, que por
cierto no era apóstol como Mateo o Juan. Varios cristianos antiguos se refieren
a este Evangelio y a las circunstancias en que este fue escrito. El testimonio
más antiguo (Papías, 110 d.C.) dice así: «Marcos, quien fue intérprete de
Pedro, escribió exactamente, aunque sin orden, todo lo que recordaba, tanto las
palabras como las acciones del Señor». De este y otros documentos se desprenden
varios datos que concuerdan con los estudios modernos. En una época cuando la
tradición cristiana tendía a atribuir la redacción de los Evangelios a los
apóstoles, es improbable que Marcos haya sido designado como autor sin razones
históricas fehacientes.
Si
bien Marcos no siguió a Jesús en su vida terrestre, como «intérprete de Pedro»
pudo transcribir con fidelidad las enseñanzas del Maestro. Su dependencia de
Pedro se recalcó tanto en la tradición eclesiástica que el segundo Evangelio
llegó a considerarse una simple transcripción de las memorias de Pedro. La
realidad es más compleja, como veremos.
Desde
fecha muy temprana, el Evangelio recibió críticas por su falta de orden y por
incompleto (posiblemente por los círculos en que se escribieron Mateo y Juan).
Sufrió en particular la comparación con Mateo, ya que este Evangelio se
atribuía a un apóstol, era más extenso y ordenado, y retrataba a Cristo en
forma más comprensible y atractiva. De ahí el escaso interés de los
comentaristas en Marcos hasta el siglo pasado.
Para
determinar cuándo se redactó este Evangelio, existen varios testimonios
antiguos. Los mejores (por ejemplo, Papías, allá por el 110 d.C. e Ireneo, allá
por el 180) afirman que Marcos escribió después de la muerte de PEDRO, ocurrida
entre 64–68 d.C.
Además,
el discurso escatológico de Marcos 13 refleja probablemente una situación
anterior a la destrucción de Jerusalén por los romanos en el 70 (Mc 13.14; cf.
Lc 21.20). Así que podemos fechar la composición de Marcos entre el 65 y el 70
d.C. Otros lo datan diez años antes.
EL COMO PRESENTA A JESÚS: Mar. 9: 35; 10:
43-44. El Siervo Dios.
1
La palabra evangelio significa
«buenas nuevas» (1.14–15; 8.35; 10.29; 13.10; 14.9; 16.15). En el AT se usaba
para las «buenas nuevas de victoria» (1 R 1.42; Is 40.9; 41.27; 52.7; 61.1); y
en el NT designa el mensaje de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien murió por los
pecados del mundo (1 Co 15.1–8; Gl 1.6–17). Marcos procede a darnos las
«credenciales» personales de Jesucristo, el Siervo de Dios.
I. ANUNCIO (1.1-8)
Marcos declara desde el principio
que Jesús es el Hijo de Dios; y repite este testimonio a través de todo el
libro (1.11; 3.11; 5.7; 9.7; 12.6; 13.32; 14.61–62; 15.39). Marcos cita a
Malaquías 3.1 en el versículo 2, e Isaías 40.3 en el versículo 3, y ambas
referencias aluden a Juan el Bautista, quien preparó el camino del Señor.
Siempre que personas notables iban a venir a una ciudad, se reparaban los caminos
para que su viaje fuera más fácil. El pueblo de Israel estaba, en ese tiempo,
en un «desierto espiritual», y Juan tenía que alistarlos para la llegada del
Hijo de Dios, el Siervo (Lc 1.13–17, 67–79).
Quería sacarlos de su esclavitud
espiritual en un «segundo éxodo» que les traería salvación. El ministerio de
Juan fue eficaz, y el pueblo respondió con entusiasmo. Sin embargo, los líderes
espirituales no se arrepintieron ni creyeron en el Salvador, y con el correr
del tiempo permitieron que mataran a Juan (11.27–33). Juan fue el último de los
profetas del AT y presentó al Mesías a la nación (Mt 11.1–19).
II. RECONOCIMIENTO (1.9-13)
Jesús no se bautizó debido a que
fuera un pecador arrepentido, puesto que es el Hijo de Dios y nunca cometió
pecado. Su bautismo en agua fue un cuadro de su bautismo de sufrimiento en la
cruz (Lc 12.50), cuando las «ondas y olas» del juicio de Dios cayeron sobre Él
(Sal 42.7; Jon 2.3). Él «cumplió toda justicia» mediante su muerte, sepultura y
resurrección (Mt 3.15). Tanto la voz del Padre como la presencia del Espíritu
en forma de paloma reconocían la deidad del Siervo. Su victoria sobre Satanás es
prueba adicional de su condición divina de Hijo. El primer Adán falló la prueba
en un jardín hermoso (Gn 3; 1 Co 15.45), mientras que el postrer Adán venció al
enemigo en un desierto terrible.
III. AUTORIDAD (1.14-25)
Jesús llegó a Galilea como
predicador, anunciando las buenas nuevas de que el reino de Dios había venido a
los seres humanos en la persona del Siervo de Dios. Aun cuando todavía no había
revelado los hechos acerca de su muerte en la cruz, sin embargo, podía invitar
a la gente a confiar en Él y ser salvos.
A. AUTORIDAD SOBRE EL DESTINO (VV. 16-20).
Varios meses antes, Pedro, Andrés,
Jacobo y Juan encontraron a Jesús y confiaron en Él (Jn 1.35–49), pero este fue
su llamamiento a un ministerio a tiempo completo como discípulos. Zebedeo debe haber
tenido un negocio floreciente para poder contratar trabajadores, de modo que la
partida de sus hijos no lo dejó en la pobreza. Por lo menos siete de los
discípulos de nuestro Señor fueron pescadores profesionales (Jn 21.1–2). Los
pescadores tienen valor y tenacidad, están dispuestos a trabajar duro y saben
cómo trabajar juntos. Estas son buenas cualidades para ser «pescadores de
hombres».
B. AUTORIDAD SOBRE LOS DEMONIOS (VV. 21-28).
Jesús hizo de Capernaum su
«cuartel general» (2.1; 9.33) y salió de allí a las varias regiones del país a
ministrar. A menudo enseñaba en las sinagogas locales, y en este sabbat en
particular libró a un hombre del poder de un demonio. Inclusive, los demonios
tuvieron que confesar que Jesús es el Hijo de Dios, pero su confesión no los
salva (Stg 2.19). Marcos con frecuencia informa el asombro de la gente (1.22,
27; 2.12; 5.20, 42; 6.2, 51; 7.37; 10.26; 11.18). Esta obra poderosa difundió
la fama de Jesús a otros lugares.
C. AUTORIDAD SOBRE LA ENFERMEDAD (VV. 29-34; 40-45).
La casa de Pedro se convirtió en
un lugar de sanidad ¡para toda la ciudad! Qué importante es que «llevemos a
Jesús a casa con nosotros» después que hemos adorado. El Señor suplió la
necesidad en la casa y luego usó la casa para suplir la necesidad de otros. Las
muchedumbres no vinieron sino cuando el sabbat había concluido, debido a que
las tradiciones religiosas decían que sanar era trabajo y que no debía hacerse
en el sabbat. Pero Jesús deliberadamente ya había quebrantado esa tradición
(1.21–28) y lo haría de nuevo (3.1–5; Jn 5; 9). Marcos hace una distinción
entre los que tenían enfermedades y los que estaban poseídos por demonios
(1.32). Aun cuando algunas aflicciones físicas las pueden causar los demonios
(Lc 13.10–17), no toda enfermedad es de origen demoníaco.
Era ilegal que los leprosos se
acercaran a otros; tenían que mantener su distancia y gritar: «Inmundo,
inmundo» (Véanse Lv 13.44–46). Pero este hombre había oído acerca de Jesús y
estaba seguro de que podría sanarlo (1 Ti 2.4; 2 P 3.9). Técnicamente Jesús se
hizo «inmundo» cuando tocó al hombre, pero su toque trajo sanidad inmediata.
Para ver el ritual de restauración que debía cumplir el leproso Véanse Levítico
14; y nótese que el ritual es un cuadro de la obra redentora de Cristo. La compasión
de Jesús se menciona tres veces en Marcos (6.34; 8.2; 9.22).
D. AUTORIDAD EN LA ORACIÓN (VV. 35-39).
Sin importar cuánto trabajaba el
Siervo para ayudar a otros, todavía dedicó tiempo, temprano en la madrugada,
para encontrarse con su Padre (Is 50.4). Esta fue la fuente de su poder, porque
Jesús sirvió en la tierra exactamente como usted y yo servimos: por fe,
dependiendo del poder del Espíritu. Los obreros que están demasiado ocupados
como para orar están demasiado ocupados, y Dios no bendecirá sus esfuerzos (Jn
15.5). Si el Hijo de Dios tenía que pasar tiempo en oración mientras ministraba
sobre la tierra, ¡cuánto más nosotros lo necesitamos!
2
Jesús se había convertido en una
persona «popular», porque la gente quería estar con Él y ver sus milagros. Es
desafortunado que la mayoría estaba tan entusiasmada por sus milagros que
pasaba por alto su mensaje. Marcos a menudo menciona que grandes muchedumbres
seguían al Señor (2.2, 13; 3.7–9, 20, 32; 4.1, 36; 5.31; 7.33; 8.1–2; 9.14–17).
La popularidad de nuestro Señor atrajo la atención de los líderes religiosos
judíos, y esto algunas veces provocó desacuerdos y preguntas. Marcos describe cuatro
de tales desacuerdos.
I. DESACUERDO ACERCA DEL PERDÓN (2.1-12)
«La casa» bien podía haber sido la
de Pedro, porque la ciudad entera sabía donde estaba (1 29.32).
Fue fácil para los cuatro amigos
romper el techo, porque estaba hecho de vigas, ramas de árboles cubiertas de
barro mezclado con paja; y los hombres llegaron al techo mediante una escalera
externa.
Debemos elogiarlos porque amaban
al amigo, se preocuparon por llevarlo ante Jesús y tenían fe de que Jesús le
curaría (v. 5). Los escribas deben haber llegado más temprano, porque estaban
lo suficientemente cerca de Jesús como para ver y oír todo lo que ocurría (v. 6).
Por supuesto, hubiera sido mucho más fácil que Jesús dijera: «Tus pecados te
son perdonados», porque nadie hubiera podido probar si los pecados del hombre
fueron o no en realidad perdonados. Por eso Jesús respaldó su palabra de perdón
con una de sanidad y el hombre se fue sano. Los escribas sabían que Jesús
afirmaba ser Dios, y este fue el principio de oposición a su mensaje y
ministerio; oposición que finalmente condujo al arresto y crucifixión de
Cristo.
II. DESACUERDO ACERCA DE LA COMUNIÓN (2.13-17)
El llamamiento de Leví (Mateo
significa «don de Dios») dejó perplejos a los líderes religiosos oficiales,
pues, ¿qué rabí hubiera querido tener a un cobrador de impuestos como
discípulo? A los judíos que trabajaban para Roma se les miraba como traidores
tanto a Dios como a Israel, y sin embargo Jesús les dio la bienvenida y nueva
vida (Lc 15.1–2). Pero Jesús avanzó aún más y tuvo compañerismo con Mateo y sus
amigos «pecadores». («Pecadores» en el v. 15 quiere decir judíos que no
guardaban la ley y vivían como los gentiles. Para los judíos religiosos eran
como proscritos.) Jesús ve a los pecadores como enfermos que necesitan un
médico y Él es ese médico (Sal 107.20).
III. DESACUERDO ACERCA DEL AYUNO (2.18-22)
Jesús respondió a su pregunta
acerca de sus invitados, y ¡ahora tenía que defender el banquete! En esa época,
en tierras orientales, comer con una persona quería decir un lazo solemne de
amistad.
¿Cómo podía Jesús y sus discípulos
disfrutar de banquetes mientras que otros religiosos ayunaban? (El único ayuno
requerido para los judíos era el Día de la Expiación; Véanse Lv 16.) Jesús se
había comparado a un médico; ahora se describe como el Esposo (Jn 3.29; Ef
5.32). La vida cristiana es un banquete; ¡no un funeral!
Ahora que Jesús ya no está en la
tierra su pueblo puede ayunar si lo desea (Mt 6.16–18; Hch 13.2–3; 2 Co 6.5;
11.27). La frase: «les será quitado» en el versículo 20 es una indicación de su
muerte futura (Is 53.7). Los líderes religiosos querían que Jesús hiciera una
componenda y «mezclara» su mensaje y ministerio al de ellos, pero Él rehusó
hacer tal cosa. Él no vino a remendar lo viejo, sino a traer lo nuevo.
IV. DESACUERDO ACERCA DE LA LIBERTAD (2.23-28)
Para entonces los líderes
religiosos vigilaban todo lo que Jesús hacía. Estaban reuniendo evidencia que
pudieran usar para desacreditarlo ante la gente, y posiblemente acusarlo ante
las autoridades. La tradición judía decía que había treinta y nueve actos que
no debían realizarse en el día de reposo, entre ellos estaba cosechar granos.
Era legal recogerlo en el sembrado del prójimo para comer (Dt 23.25), pero no
en el sabbat. Jesús se defendió, y también a sus discípulos, refiriéndose a la
experiencia de David (1 S 21.1–6) y afirmando que Él era Señor del día de
reposo. ¡Esto era lo mismo que afirmar ser Dios!
En el relato de Mateo (12.1–8)
aparecen tres argumentos que usó Jesús: lo que hizo David, lo que los
sacerdotes tenían que hacer y lo que dijo el profeta (Os 6.6). Escrito para
lectores gentiles, Marcos dejó el material respecto a los sacerdotes y los
profetas, y lo enfocó a quien les hubiera interesado: un rey. El pan de la
proposición era solamente para los sacerdotes (Lv 24.5–9), de modo que David «quebrantó
la ley» cuando comió de él y lo dio a sus hombres. Pero la satisfacción de una
necesidad humana (el hambre) es más importante que proteger una práctica
religiosa, incluso una dada por Dios.
Más tarde, Jesús usaría esta misma
defensa (3.1–15). Marcos identificó al sumo sacerdote como Abiatar (v. 26),
mientras que 1 Samuel 21.1 menciona a Abimelec como el sumo sacerdote. Este era
el padre de Abiatar (1 S 22.20). Es posible que padre e hijo hayan tenido el
mismo nombre. (Véanse 1 Cr 18.16 y 24.6.) Con toda seguridad el Hijo de Dios no
cometería equivocaciones en cuanto a un dato de historia registrado en las
Sagradas Escrituras.
3
Las multitudes continúan siguiendo
a Jesús (vv. 7, 20, 32) y ahora tenían que tomar decisiones personales respecto
a Él. Marcos registra cinco de tales decisiones.
I. «ES UNO QUE QUEBRANTA LA LEY» (3.1-6)
Por tercera vez Jesús a propósito
viola las tradiciones judías respecto al sabbat. El hombre de la mano seca no
tenía idea de que Jesús vendría a la sinagoga para curarle, de modo que esperar
un día más no lo hubiera enfadado. Pero Jesús quería hacer más que simplemente
sanar a un hombre; quería enseñarles a los fariseos (Lc 6.7) que Dios quiere
que su pueblo disfrute libertad y no sufra en esclavitud religiosa (Véanse Hch
15.10). Siempre es correcto hacer el bien; y si no hacemos el bien, hacemos el
mal (Stg 4.17). Jesús sabía lo que sus críticos estaban pensando y se
entristeció por el endurecimiento de sus corazones. Vio la malignidad que se
gestaba en ellos y sabía dónde terminaría.
¡Estos religiosos en realidad se
convertirían en asesinos de su propio Mesías!
II. «ES UNO QUE HACE MILAGROS» (3.7-12)
Grandes multitudes de toda la
región siguieron a Jesús, de modo que no podía tener ni un momento a solas.
Miles de personas venían de todas partes, o para ser sanados, o para ver sanar
a otros. Cuando estaba en las cercanías del mar de Galilea, los discípulos
tenían a mano una barca para que Él pudiera predicar desde allí (Lc 5.3). Es
desafortunado que estas personas vinieran solamente en busca de ayuda física, y
no la bendición espiritual. Las multitudes le creaban problemas a Jesús, porque
los romanos podían pensar que estaba dirigiendo un levantamiento popular y eso
podría interferir con su ministerio.
III. «ES NUESTRO MAESTRO» (3.13-19)
La respuesta de nuestro Señor fue
retirarse solo al monte y pasar la noche en oración (Lc 6.12).
Cuando descendió a la mañana
siguiente, seleccionó a doce hombres y los llamó «apóstoles». La palabra
significa «uno que es enviado con una comisión». Jesús tuvo muchos seguidores,
pocos discípulos verdaderos, pero sólo doce apóstoles. Aunque la palabra
«apóstol» algunas veces se usa en el NT para generalizar a «uno enviado» (Hch
14.14; Ro 16.7), significa específicamente los doce y Pablo. Diez veces en su
Evangelio, Marcos se refiere a «los doce» (3.14; 4.10; 6.7; 9.35; 10.32; 11.11;
14.10, 17, 20, 43). Estos hombres vivirían con Jesús, aprenderían de Él y
saldrían y servirían bajo su autoridad. Las calificaciones dadas en Hechos
1.21–22 indican que hoy no podría haber apóstoles en el sentido estricto de la
palabra.
A estos hombres se les menciona
también en Mateo 10.2–4, Lucas 6.14–16 y Hechos 1.13. Tres de ellos tenían
sobrenombres: Simón Pedro («piedra»), y Jacobo y Juan («hijos del trueno», Véanse
Lc 9.54–55). A Bartolomé se le identifica con Natanael (Jn 1.45) y Tadeo con
Judas, hijo de Jacobo (no el Iscariote) (Jn 14.22; Lc 6.16). La palabra
«cananista» (o cananita) del versículo 18 procede del hebreo y significa
«celoso». Antes de su conversión Simón pertenecía al grupo «clandestino» judío,
los zelotes, que trataban de derrocar a Roma (Lc 6.15). Después de nombrar a
sus ayudantes, Jesús predicó el Sermón del Monte (Mt 5–7). Fue su «sermón de
ordenación» para hacerles saber lo que Dios esperaba de ellos como siervos de
Cristo.
IV. «ESTA FUERA DE SÍ» (3.20-21,31-35)
Los propios amigos y familia de
nuestro Señor, no lo comprendían. Sus amigos vinieron «para apoderarse de Él»
porque pensaban que era un fanático (véanse Hch 26.24–25; 2 Co 5.13), y su
familia estaba muy preocupada por Él. Las enormes multitudes, los milagros y
los informes ampliamente difundidos respecto a Jesús les convencieron de que
tenían que hacer algo. El versículo 31 es la única mención a María en el
Evangelio de Marcos. Después de todo, ¡quién se preocupa por la madre de un Siervo!
Nuestro Señor no fue rudo con su familia; simplemente usó su preocupación como
una oportunidad para explicar lo que significa pertenecer a la familia de Dios.
Los hijos de Dios están más cerca de Jesús que incluso su propia familia
terrenal, porque «somos huesos de sus huesos y carne de su carne» (Véanse Ef
5.30).
V. «ESTÁ ALIADO A SATANÁS» (3.22-30)
Sin estar dispuestos a someterse a
la autoridad del Señor los líderes religiosos tenían que explicar de alguna
manera sus milagros; de modo que dijeron que era el diablo el que le daba el
poder. Jesús destacó la insensatez del argumento; porque si Él echaba fuera a
los demonios por el poder de Satanás, ¡entonces Satanás estaría luchando
consigo mismo! ¡El reino y la casa de Satanás estarían divididos!
(Nótese que Satanás no tiene un
reino, porque es «el príncipe de este mundo». Véanse Jn 12.31; Ef 6.10–20 y Col
1.13.) El hecho de que Jesús echara fuera a los demonios es prueba de que es
más fuerte que «el hombre fuerte» y capaz de librar a los que el diablo ha
atado.
¿Cuál es el «pecado imperdonable»?
(vv. 28–30) Es mucho más que un pecado de palabras (v. 30); porque las palabras
proceden del corazón y allí es donde yace el pecado (Mt 12.34–37). Si es tan
solo un pecado de palabras, ¿por qué se puede perdonar la blasfemia contra
Jesús (Mt 12.32) pero no la blasfemia contra el Espíritu Santo? ¿Es el Espíritu
Santo más grande que el Hijo de Dios?
Jesús dejó en claro que Dios puede
perdonar, y perdonará, todo pecado (v. 28). El único «pecado imperdonable» es
rehusar confiar en Jesucristo (Jn 3.16–18, 36). Cuando Jesús les advirtió a los
líderes judíos, en realidad lo estaba haciendo a la nación judía. Podía
rechazar al Hijo de Dios mientras Él estuviera en la tierra y Dios no los
juzgaría inmediatamente. (Lc 23.34: «Padre, perdónalos».) Pero cuando el
Espíritu vino en Pentecostés y los creyentes hicieron muchas obras
maravillosas, los líderes seguían negándose a creer. Esa fue su última
oportunidad; rechazaron la evidencia y murieron en incredulidad. Pecaron contra
el testimonio del Espíritu y no pudieron ser perdonados.
En el sentido más estricto, hoy no
puede haber «pecado imperdonable»; porque nunca hemos visto a Jesús en la carne
y en la tierra. Pero el pecador que resiste el testimonio del Espíritu y
rechaza a Cristo comete el pecado que Dios no puede perdonar. Satanás usa
pasajes tales como Hebreos 6.1–8 y 10.26–31 para acusar y atacar al pueblo de
Dios, tratando de convencerlo de que está perdido; pero es imposible que un
verdadero cristiano cometa un «pecado imperdonable». Todos nuestros pecados han
sido perdonados (Ef 1.7; Col 2.13); y si pecamos contra Dios, podemos
confesarlo y Él nos perdonará (1 Jn 1.5–2.2).
4
Marcos introduce la palabra
«parábola» en 3.23 y la usa siete veces en este capítulo (4.2, 10–11, 13, 33–34).
La palabra significa «lanzar a la par de algo». Jesús usó imágenes familiares
para ayudar a explicar las verdades espirituales acerca del «reino» (vv. 11,
26, 30). Usó esta analogía para alertar al descuidado e instruir al interesado
y, no obstante, ocultar la verdad que podrían usar en su contra los enemigos
(vv. 10–12). El capítulo presenta cuatro responsabilidades del pueblo de Dios.
I. SEMBRAR (4.1-20,30-34)
Jesús explicó la parábola y
enfatizó que conocerla era básico para comprender las demás parábolas (v. 13; y
Véanse Mt 13.1–23). A menos que nuestros corazones estén preparados para
recibir la semilla de la Palabra, no creceremos en gracia o conocimiento (2 P
3.18). El sembrador originalmente fue Jesús, quien vino enseñando la Palabra de
Dios (la semilla) y buscando una cosecha. Hoy, cualquiera que habla a otros de
la Palabra de Dios está sembrando la semilla. Como semilla, la Palabra de Dios «es
viva y eficaz» (Heb 4.12) y, cuando se cultiva, puede producir fruto. Sin
embargo, hay fuerzas que batallan en contra de que la semilla lleve fruto; el
diablo arrebata la semilla de los corazones endurecidos (vv. 4, 15); la carne
produce una respuesta temporal en los corazones superficiales (vv. 5–6, 16–17);
y el mundo ahoga el crecimiento en los corazones atiborrados (vv. 7, 18–19). El
buen terreno representa el corazón preparado que recibe la semilla y produce
una cosecha en varios grados («fruto, más fruto, mucho fruto», Jn 15.1–8).
Es significativo que tres cuartas
partes de los corazones no produjeron fruto (nunca nacieron realmente de
nuevo), y no todos los corazones que fructificaron produjeron a «ciento por
uno». A medida que sembramos la semilla con nuestra predicación, enseñanza o
testimonio, no debemos desanimarnos (Gl 6.9; Sal 126.5–6), porque Dios usará su
Palabra como crea conveniente y nunca se desperdiciará (Is 55.8–11). Tampoco
debemos entusiasmarnos por el crecimiento falso (vv. 30–34).
Una semilla de mostaza es pequeña,
pero cuando crece, produce una planta grande, no un árbol. Aquí se sugiere que
Satanás (las aves en el árbol, v. 15) promoverá un falso crecimiento que dará
la oportunidad al enemigo para que trabaje. En las Escrituras un árbol grande
simboliza un reino mundanal considerable (Ez 17.22–24; 31.3–9; Dn 4.20–22). El
verdadero pueblo de Dios siempre ha sido una minoría (Lc 12.32), pero la
iglesia profesante es muy parecida a un árbol grande con muchas ramas.
II. BRILLAR (4.21-25)
La palabra «oír» se usa trece
veces en este capítulo, y se refiere a una persona que recibe internamente la
verdad de Dios, así como el suelo recibe la semilla. Debemos tener cuidado de
cómo oímos (Lc 8.18) y de lo que oímos (Mc 4.24); porque esto determina lo que
diremos a otros. No recibimos la Palabra para que la disfrutemos solos. La
recibimos para darla, así como una lámpara da de sí misma para proveer luz a la
casa. Véanse Mateo 5.15–16 y Lucas 11.33–36.
III. COSECHAR (4.26-29)
Esta parábola puede resumirse en
cuatro palabras: sembrar (v. 26), dormir (v. 27), crecer (v. 28), cosechar (v.
29). Todo lo que podemos hacer es sembrar la semilla; el único que da el
crecimiento es Dios (1 Co 3.6–7). Nosotros no podemos hacer crecer a la
semilla; es más, ni siquiera comprendemos por completo cómo crece la semilla.
Nuestra tarea es sembrar la semilla y vigilar para cuando la siega esté lista
(Jn 4.35–38). Aunque a veces dormir es cuadro del pecado (Ro 13.11–14; 1 Ts
5.1–11), aquí simplemente nos recuerda que las personas que trabajan duro
necesitan descansar (Véanse Mc 6.31). Si los trabajadores no se cuidan, no
podrán hacer la obra que Dios les ha llamado a hacer.
IV. CONFIAR (4.35-41)
Jesús completó la lección y luego
¡les hizo a los discípulos un examen inesperado! Habían escuchado la Palabra de
Dios y esa Palabra debía incrementar su fe (Ro 10.17). ¡Qué cosa, fallaron el examen!
No es desusado que tormentas terribles caigan de repente en el mar de Galilea,
aun cuando esta pudo haber sido de origen satánico. La palabra «reprendió» en
el versículo 39 es la misma que Jesús usó cuando se enfrentó a los demonios
(1.25). Tal vez el enemigo estaba tratando de evitar que Cristo llegara a
Gadara, donde liberaría a dos endemoniados del poder de Satanás. «Con Cristo en
su barca, puede sonreír en la tormenta», si su fe está en Él y sólo en Él.
5
Marcos nos presenta a tres
personas que tienen una cosa en común: todas estuvieron a los pies de Jesús (vv.
6, 15, 22, 33).
I. UN ENDEMONIADO (5.1-20)
Mateo nos informa que dos
endemoniados le salieron al encuentro a Jesús (8.28), pero Marcos y Lucas
enfocan en el más vocinglero, el hombre que quería ir con Jesús y ser su
discípulo. La narración describe el horrible aprieto de estos hombres que se
acercaron a Jesús y sin embargo, debido a los demonios, le temían (vv. 6–7).
Una legión romana podía tener casi seis mil hombres. En ninguna parte de las
Escrituras se explica ni la fisiología ni la sicología de la posesión
demoníaca, pero sí deja en claro el poder superior del Salvador. Todo
inconverso está controlado hasta cierto punto por Satanás (Ef 2.1–3; Col 1.13),
aunque a lo mejor en su vida no haya evidencia de las terribles cosas que se describen
aquí (vv. 3–5). Satanás es a la vez un ángel de luz (2 Co 11.14) y un león
rugiente (1 P 5.8).
Los demonios temían que Jesús les
enviaría al abismo (Lc 8.31; Ap 9.1–2, 11; 20.1–3), lo que para ellos hubiera significado
tormento eterno y el final de su libertad para servir a Satanás sobre la
tierra.
Sabía quién era Jesús y lo que
podía hacerles. Algunas personas han criticado a Jesús por destruir dos mil
cerdos, pero sus acusaciones son insensatas. Jesús podía haber enviado a los
demonios a cualquier parte; pero cuando decidió enviarlos a los cerdos, logró
varios propósitos.
Primero, demostró que los demonios
eran reales y que la liberación fue genuina. Segundo, dio una prueba vívida de
que Satanás es un destructor (Ap 9.11; Jn 10.10) y que para el diablo, un cerdo
es tan bueno como cualquier hombre. Si usted le rinde su vida a Satanás y al
pecado, terminará viviendo y muriendo como un animal. Qué advertencia fue esta
para los que lo vieron; pero al parecer no la captaron en su corazón, porque le
pidieron a Jesús que se fuera de ellos. Como Creador Jesús posee todas las
cosas (Sal 50.10) y puede disponer de ellas como le plazca. Por último, la
destrucción de los cerdos reveló la condición espiritual de la gente de ese
distrito: ¡preferían tener sus cerdos antes que al Salvador! El dinero era más
importante que la sanidad de dos hombres o la salvación de sus almas.
Uno de los hombres sanados apreció
tanto lo que Jesús hizo, que quiso ir con Él y servirle, pero Jesús le envió a
su cada para que contara a los gentiles de esa área. Es interesante que Jesús
respondió a las peticiones de los demonios y de los ciudadanos, pero no estuvo
de acuerdo con la petición del hombre que quería ser su discípulo. Esto nos
dice que antes de que usted salga para servir a Jesús en otras partes,
asegúrese de que le ha servido fielmente en su casa.
II. EL PRINCIPAL DE UNA SINAGOGA (5.21-23,35-43)
Jairo mostró una gran valentía
cuando vino a Jesús, porque muchos de los líderes religiosos ya estaban
empeñados en destruirle. Mas su amor por su hija moribunda le obligó a obviar
sus prejuicios e ir a Jesús. El suelo está a nivel de los pies de Jesús, porque
todos los que tienen cargas están allí. Jesús pudo haber sanado a la muchacha a
distancia (Jn 4.46–54; Mt 8.5–13), pero prefirió ir con el preocupado padre.
El retraso que causó la mujer
anónima quizás irritó a Jairo, porque cuando Jesús terminó de ayudarla, llegó
la noticia de que la hija de Jairo había muerto. Los amigos de Jairo estaban seguros
de que Jesús ya no podía hacer nada (Jn 11.37), pero Él es el único que puede
vencer la muerte (Heb 2.14–15). Jesús animó a Jairo con: «No temas, cree
solamente» (v. 36). Cuando todo parece desbaratarse a nuestro alrededor, e
incluso los amigos nos desaniman, todo lo que podemos hacer es aferrarnos por
fe a las promesas de Dios.
Pedro, Jacobo y Juan fueron al
parecer el «círculo íntimo» en el grupo de discípulos, porque Jesús les invitó
sólo a ellos a que participaran de tres experiencias especiales con Él: la
resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración (9.1–8) y su oración en el
Getsemaní (14.33). Cada una de estas experiencias les enseñó una lección sobre
la muerte: Cristo es victorioso sobre la muerte, glorificado en la muerte y
sometido a la muerte.
Esta muchacha estaba muerta de
verdad y los que se lamentaban lo sabían. Pero para el creyente la muerte es
sólo sueño: el espíritu deja el cuerpo (Stg 2.26) y el cuerpo duerme (1 Ts
4.13–18). El espíritu no duerme, sino que a la muerte se va con el Señor (Flp
1.20–23). Vea la ternura y la acción práctica de Jesús: ¡les dijo que le dieran
algo de comer!
III. UNA MUJER SUFRIENTE (5.24-34)
La aflicción de esta mujer no sólo
le produjo incomodidad y desaliento, sino que le impedía adorar en el templo
(Lv 15.19) y le costó todo lo que tenía, pues lo había gastado en remedios
inútiles. (Lucas, un médico, escribió que «por ninguno había podido ser curada»
[Lc 8.43]. Marcos no fue tan cortés con los doctores, porque escribió que
«había sufrido mucho de muchos médicos» [v. 26].)
Debemos admirar la fe de esta
mujer, porque se abrió paso en la densa multitud para poder llegar a Jesús. La
gente le daría paso a un hombre importante, como Jairo, pero, ¿quién se
apartaría para dejar pasar a una mujer necesitada? El texto griego del
versículo 28 dice: «Porque ella decía continuamente».
Fue como si se animara a sí misma
al abrirse paso hasta Jesús. ¡Su fe fue recompensada! Pero Jesús no estaba
dispuesto a que ella experimentara un milagro y no tuviera la oportunidad de dar
gloria a Dios (Sal 107.2, 20–21). Con ternura la animó a que dijera lo que le
había ocurrido; y entonces la envío en paz (v. 34). Esto sugiere que
experimentó mucho más que la sanidad física: conoció a Jesús como su Señor y
Salvador (Véanse Lc 7.40–50). Su testimonio del poder de Cristo debe haber
animado a Jairo, que estaba esperando, pero al parecer no captó el mensaje.
Estas son sólo tres de las
personas que vinieron a los pies de Jesús mientras Él ministraba aquí en la tierra.
Lea los cuatro Evangelios y busque a esas personas. Serán de bendición para
usted cuando le muestren el amor y el poder de Jesús.
6
Este es un capítulo lleno de
oportunidades, algunas de ellas se perdieron debido a la incredulidad y otras
se disfrutaron debido a la fe.
I. OPORTUNIDAD DE CONOCER AL SIERVO (6.1-6)
Un año antes la gente del pueblo
de Jesús intentaron matarlo (Lv 4.29), pero Él con su gracia regresó y les dio
otra oportunidad de que lo conocieran. Pensaron que realmente le conocían
porque creció en su ciudad y vivió allí por treinta años. Sin embargo, le veían
sólo como «el carpintero» (v. 3) y no como el Hijo de Dios, y se asombraban de
su sabiduría y obras. La familiaridad equivocada promovió la incredulidad, y la
incredulidad les robó la bendición. Así como Jesús se maravilló de la fe (Mt
8.10), ahora se quedó maravillado de la incredulidad.
II. OPORTUNIDAD DE ENSEÑAR LA PALABRA (6.7-13)
Los doce eran embajadores de
Cristo, comisionados y autorizados por Él para servir dondequiera que les
enviara. Si usted compara los relatos de Marcos con Mateo (10.1–42), verá que
Marcos ha omitido la mención del ministerio a los judíos, porque escribió para
lectores gentiles. Había una urgencia respecto a esta obra, y Jesús les dijo a
los hombres que no adquirieran nuevo equipo ni se preocuparan por cosas que no
necesitaban. No debemos tomar estas órdenes como apropiadas para cualquier
ministerio, porque Dios espera que usemos el sentido común para planear
nuestros viajes.
Jesús les animó a vivir por fe,
una lección que el pueblo de Dios necesita aprender siempre. Su principal tarea
era predicar la Palabra y guiar a la gente a que confiaran en el Salvador.
III. OPORTUNIDAD PARA ARREPENTIRSE DEL PECADO
(6.14-29)
Herodes Antipas era sólo tetrarca
de Galilea y Perea, pero le gustaba que le consideraran rey. Se casó con su
sobrina Herodías, quien había dejado a su esposo Herodes Felipe para formar
esta alianza diabólica; y Juan el Bautista le reprendía (Lv 18.16). Herodías
quería que su esposo matara a Juan, pero Herodes se las arregló para poner a
Juan en la cárcel, y a veces lo escuchaba predicar. Herodes oyó al más grande
profeta que Dios jamás envió, y sin embargo rehusó someterse a la Palabra de
Dios. La frase «se quedaba muy perplejo» (v. 20) indica la reacción de Herodes a
la predicación de Juan.
La indecisión de Herodes lo
convirtió en homicida, porque en lugar de hacer caso a la Palabra, trató de silenciarla
matando a Juan el Bautista. Un año más tarde, cuando Jesús estuvo frente a
Herodes Antipas (Lc 23.6–12), el Hijo de Dios se negó a hablarle, porque
Herodes había silenciado de una vez por todas, la voz de Dios. Herodes
desperdició todas las oportunidades que Dios le dio.
IV. OPORTUNIDAD PARA MOSTRAR COMPASIÓN (6.30-44)
Jesús envió a los doce, de modo
que regresaron para informarle y contarle lo que Dios había hecho a través de
ellos. Después de un intenso tiempo de ministerio, necesitaban descansar; así
que Jesús y los apóstoles se retiraron aparte. Es bueno ministrar las
necesidades de la gente, pero también es bueno cuidar de uno mismo para poder
estar lo suficientemente fuerte como para volver a ministrar. El Dr. Vance
Havner solía decir: «¡Si uno no se retira y descansa, uno se desbarata!»
Jesús intentó apartarse de las
multitudes, pero no tuvo éxito (Véanse 7.24). El Siervo de Dios no puede ni
siquiera tener tiempo para descansar. Las personas le seguían y Él tuvo
compasión de ellas y les enseñaba y les alimentaba. La alimentación de los
cinco mil se registra en los cuatro Evangelios, de modo que es un milagro importante.
La solución de los discípulos al problema fue: «que vayan y compren» (v. 37);
pero la de Jesús fue: «Id y vedlo» (v. 38). Siempre empiece con lo que tiene
antes de pedirle a Dios que le dé más. El milagro de la multiplicación ocurrió
en las manos de Jesús: Él era el manufacturero; los discípulos sólo los
distribuidores. Qué maravilloso tener un Maestro que puede resolver cualquier
problema, suplir cada necesidad y capacitarnos para ministrar a otros.
V. OPORTUNIDAD PARA CRECER EN LA FE (6.45-52)
Juan nos dice que la multitud,
asombrada por la capacidad de Jesús para alimentar a tanta gente, quería
hacerle rey (Jn 6.15). Los doce, en esta etapa de su fe, quizás hubieran estado
de acuerdo con la muchedumbre; de modo que Jesús los envió en una barca mientras
Él despedía a la gente y luego se fue al monte a orar (Véanse 1.35). Estaba
probando la fe de los apóstoles, porque sabía que la tormenta se avecinaba.
Jonás se vio en medio de una tormenta porque desobedeció a Dios, pero los doce
se vieron en una tormenta debido a que obedecieron al Señor. Los hombres no
querían dejarle; Él tuvo que «obligarlos» a que se fueran.
En la tormenta anterior (4.35–41)
Jesús estaba con los hombres en el barco; pero ahora estaba ausente. Cuando la
situación estaba en su peor punto Jesús vino a ellos, les habló y trajo paz y seguridad.
Marcos no menciona la caminata de Pedro sobre el agua (Mt 14.22–32); pero si
fue el portavoz de Pedro en su Evangelio, esa omisión es comprensible. Sin
embargo, Marcos registra el fracaso de los discípulos al no entender el poder
de Jesús y aprender las verdades espirituales que quería enseñarles (v. 52).
VI. OPORTUNIDAD PARA RECIBIR LA AYUDA DEL SEÑOR
(6.53-56)
Su barca atracó al sur de
Capernaum. La gente reconoció a Jesús, y corrieron a traerle a los enfermos y
afligidos. No lo habían esperado; pero ahora que estaba allí, no querían
desperdiciar la oportunidad. No sólo le trajeron enfermos, sino que esparcieron
las buenas nuevas a otras aldeas, de modo que dondequiera que Jesús iba, la
gente necesitada le esperaba. El Siervo estaba a las órdenes y a disposición de
toda clase de gente, y con su gracia suplió sus necesidades.
Fue al día siguiente que Jesús dio
su sermón sobre el «Pan de vida» y perdió a su multitud (Jn 6.22–71). Querían
pan, pero no querían la verdad. Cuán parecido a muchas personas hoy que quieren
que Jesús les ayude y les sane, pero no que las salve y las libre de sus
pecados.
7
Este capítulo podría ser de
especial interés para los lectores de Marcos, debido a que Jesús responde dos
preguntas importantes respecto a los gentiles.
I. ¿CONTAMINAN LOS GENTILES A LOS JUDÍOS? (7.1-13)
La visita de los escribas y
fariseos fue evidentemente una indagación oficial de parte del sanedrín, el
concilio religioso gobernante de los judíos. Jesús había violado las
tradiciones del sabbat (2.15–28; 3.22–30), y ahora estaban vigilándole de cerca
para ver qué más pudiera hacer. En este caso, fue una violación de su tradición
respecto al lavamiento ceremonial de las manos. Este ritual no tenía nada que ver
con higiene; era puramente ceremonial, para limpiarse de cualquier
contaminación que los judíos pudieran por accidente haber recibido de los
gentiles o samaritanos.
La tradición no es necesariamente
una cosa mala, pero cuando tiene más autoridad que la Palabra de Dios, es un
error. Colosenses 2.8 nos advierte en contra de las tradiciones hechas por los
hombres, pero debemos prestar atención a las que Dios hace y entrega a su
pueblo (1 Co 11.2; 2 Ts 2.15; 2 Ti 2.2). Jesús recalcó que el gran peligro era
la hipocresía: obedecemos las tradiciones con palabras y hechos, pero no
servimos a Dios de corazón (Is 29.13). Nótese los pasos descendentes: primero echamos
a un lado la Palabra de Dios (v. 8), luego la rechazamos (v. 9) y por último le
quitamos cualquier poder en nuestras vidas (v. 13). Las tradiciones de los
hombres, no la verdad de Dios, controlan nuestra vida. ¡Los fariseos podían
privarles a sus padres de toda ayuda escudándose en sus tradiciones! («Corbán»
en el v. 11 significa «una dádiva [a Dios]» y tenía que ver con las leyes en Nm
20.)
Pero Jesús no se detuvo con
exponer la hipocresía de los judíos; también dejó al descubierto sus corazones
(vv. 14–23). Los judíos no se contaminaban externamente por entrar en contacto
con los gentiles, sino internamente debido a sus corazones pecaminosos. Y
ninguna cantidad de lavamiento externo eliminaría la contaminación interior
(Sal 51.6–10). Los discípulos estaban en tanta oscuridad en cuanto a esto como
la gente común, y Jesús tuvo que explicarles en privado la verdad. ¡Qué difícil
es que la gente se desprenda de las tradiciones religiosas que han sido una
parte significativa de sus vidas! Al mismo tiempo Jesús obvió las leyes
dietéticas judías (Lv 11), aunque a los creyentes judíos les llevó largo tiempo
acostumbrarse a su nueva libertad <%-2>(Hch 10–11; Ro 14–15; Gl 2.11–17; Col
2.20–22; 1 Ti 4.4–5). La frase «haciendo limpios todos los alimentos» (v. 19)
es igualmente significativa. Estas fueron las palabras de Marcos y deben
considerarse como un comentario sobre la enseñanza de nuestro Señor.
La lista en los versículos 21–22
debe convencer a cualquier persona sincera que el corazón humano es «engañoso
más que todas las cosas, y perverso» (Jer 17.9). Véanse también la lista en
Romanos 1.29–32; Gálatas 5.19–21; 1 Timoteo 1.9–10; y 2 Timoteo 3.2–5. Únicamente
la sangre de Cristo puede limpiar de pecado el corazón y hacernos nuevas
criaturas.
II. ¿SON LOS GENTILES MENOS IMPORTANTES QUE LOS
JUDÍOS? (7.24-37)
Jesús visitó dos regiones en que
predominaban los gentiles: Tiro y Sidón (vv. 24–30) y Decápolis («Diez
ciudades», vv. 31–37), y ministró a una mujer y a un hombre. La ley judía
separaba a los judíos de los gentiles, no porque los judíos fueran mejores,
sino porque eran diferentes en su relación de pacto con Dios. Una muralla en el
templo evitaba, bajo pena de muerte, que los gentiles entraran en los atrios judíos.
Dios quería que los judíos testificaran a los gentiles acerca del Dios vivo y
verdadero; pero su pueblo falló en su tarea. Jesús rompería la pared de
separación y eliminaría la «distancia espiritual», para que de esta manera los
gentiles y judíos creyentes fueran uno en Cristo (Ef 2.11–22). Nótese que Jesús
sanó a la hija de la mujer a distancia, y sanó al sordo mudo lejos de la
multitud.
La mujer, siendo gentil, no tenía
ningún derecho de pacto para venir a Jesús y llamarle «Hijo de David» (Mt
15.22); pero podía llamarle «Señor», y su oración fue contestada. Jesús no fue
rudo con ella; sólo estaba probando y fortaleciendo su fe. La palabra
«perrillos» en el versículo 27 quiere decir «cachorros». Jesús no la llamó
«perro» de la manera en que algunos de los judíos se dirigían a los gentiles;
¡ella fue rápida en atrapar esta palabra y discutir con ella! Dos veces Jesús
se maravilló de una gran fe; y en ambas tuvo que ver con gentiles (Mt 8.10; y
15.28).
El hombre (vv. 31–37) no podía oír
ni hablar, pero la gente estaba segura de que Jesús podría curarle (Is 35.6).
Puesto que el hombre no podía oír la Palabra, y así tener su fe fortalecida, y
tampoco podía orar verbalmente, el Señor usó saliva y el toque para
estimularle. El «gemido» de nuestro Señor (Véanse 8.12) nos recuerda el de 2
Corintios 5.2 y Romanos 8.22. ¡Cómo debe haber sufrido su santa alma por las
tristes consecuencias del pecado en el mundo! Jesús llevó al hombre lejos de la
multitud curiosa y no hizo espectáculo de él. Jesús no quería que la gente le
siguiera debido a sus milagros; pero mientras más repetía que no lo dijera a
nadie, ¡más hablaban! Por otro lado, nos dice que le digamos a todo el mundo
las Buenas Nuevas, ¡y nosotros nos quedamos callados!
8
Decápolis (griego para «diez
ciudades») era una liga de diez ciudades que era como un país dentro de un
país. Tenían su propio ejército, sistema judicial y moneda, y disfrutaban de un
alto nivel de cultura gentil. Los sucesos descritos en este capítulo tuvieron
lugar en el área de Decápolis mientras Jesús ministraba entre los gentiles.
I. COMPASIÓN (8.1-9)
Siempre que Jesús veía a las multitudes
necesitadas, sentía compasión y quería ayudarlas (Mt 9.36; 14.14; Mc 6.34).
Este milagro no debe confundirse con el registrado en 6.32–44, porque cada uno
tiene sus características distintivas.
Marcos 6.32–44 Marcos 8.1–9
Más de cinco mil personas, la mayoría
judías
Más de cuatro mil personas, la
mayoría gentiles
Un día con Jesús (6.35) Tres días
con Jesús (8.2)
Sucedió en Galilea sucedió cerca
de Decápolis
Cinco panes, dos peces Siete
panes, unos pocos pescados
Sobraron doce cestas (pequeñas canastillas)
Sobraron siete canastas (canastas
grandes)
Por qué los doce quedaron
perplejos con la alimentación de la multitud, es difícil de entender, especialmente
cuando Jesús ya había alimentado a una multitud mucho más grande. Pero, como nosotros,
¡eran proclives a olvidarse de sus beneficios! (Sal 103.1–2).
II. PREOCUPACIÓN (8.10-21)
Jesús y sus discípulos regresaron
a Galilea, sólo para que los recibieran los fariseos que querían una señal del
cielo. La alimentación de los cinco mil no fue un milagro lo suficientemente
grande para ellos, porque Moisés había traído pan del cielo. (Véanse Jn
6.30–33.) De nuevo vemos a Jesús gimiendo (v. 12; 7.34), y su única respuesta
fue salir de nuevo e irse a la orilla oriental del mar. Jesús no creía en la fe
de la gente que dependía de señales y maravillas (Jn 2.23–25).
Jesús les ordenó tan rápido a los
discípulos que se fueran, que no tuvieron tiempo para empacar el almuerzo, y
esto provocó una discusión acerca de quién tenía la culpa. Jesús usó la
discusión acerca del pan para advertir a sus discípulos a que evitaran las
enseñanzas falsas. Comparó las enseñanzas falsas a la levadura: es pequeña,
pero poderosa y puede esparcirse rápidamente. Como judíos, los doce estaban familiarizados
con el simbolismo de la levadura en la Pascua (Éx 12.18–20), de modo que la
imagen no era nueva para ellos. (Véanse Mt 16.11; Gl 5.1–9; 1 Co 5.) La
hipocresía es la levadura de los fariseos y las componendas con el mundo la
levadura de Herodes.
¡Sorpresa! Los doce todavía
carecían de entendimiento espiritual. ¡Eran como el sordo que Jesús curó y el
ciego que estaba a punto de curar!
III. CONDENACIÓN (8.22-26)
Este es el segundo de los dos
milagros que sólo Marcos registra; el otro es la curación del sordomudo
(7.31–37). En ambos casos Jesús llevó a la persona aparte de la multitud; aquí,
¡le lleva fuera del pueblo! ¿Por qué? Para evitar la publicidad, por una parte,
y para que el pueblo supiera que estaba bajo el juicio de Dios (Mt 11.21–24).
Este es el único milagro «gradual» de los que registran los cuatro Evangelios.
De acuerdo al registro de los
Evangelios, Jesús sanó por lo menos a siete ciegos; y cada vez la manera de
hacerlo fue diferente. ¿Estorbó alguna atmósfera de incredulidad del pueblo el
milagro? (6.5)
IV. CRUCIFIXIÓN (8.27-33)
Aunque Él ya había hecho alusiones
a su muerte (Jn 2.19; 3.14), esta es la primera vez que Jesús enseñó claramente
a sus discípulos que iba a morir y resucitar de los muertos. (Véanse 9.30–32;
10.32–34.) Como la mayoría de los judíos ortodoxos, los doce creían que su
Mesías vendría en poder y gloria y derrotaría a sus enemigos, no para que sus
enemigos lo derrotaran. La confesión de fe de Pedro vino del Padre (Mt 16.17),
no del chisme de la multitud; pero la confusión de Pedro la originó el diablo, quien
no quiere que comprendamos la doctrina de la cruz. ¡Pedro quería la gloria,
pero no el sufrimiento que conduce a la gloria! Lea las dos epístolas de Pedro
y vea cuánto nos dicen acerca del sufrimiento y la gloria.
V. CONSAGRACIÓN (8.34-38)
Nos convertimos en hijos de Dios
al confiar en Cristo y confesar que es el Hijo de Dios (1 Jn 4.1–3) que murió
en la cruz por nosotros y resucitó (Ro 10.9–10). Nos convertimos en discípulos
de Jesucristo al rendirnos completamente a Él, tomar nuestra cruz y seguirle.
Si vivimos para nosotros mismos, perdemos nuestras vidas y Él se avergüenza de
nosotros; pero si vivimos por Cristo, salvamos nuestras vidas y le glorificamos
(Jn 12.23–28). El discipulado nos libra de la tragedia de una vida
desperdiciada.
Sí, hay sufrimiento al tomar una
cruz y seguir a Jesús; pero ese sufrimiento siempre conduce a la gloria.
9
Jesús se encaminaba a Jerusalén
para morir. Mientras los doce iban con Él, tuvieron una diversidad de experiencias
en preparación para el ministerio que tenían por delante. La comprensión de
esas experiencias registradas en este capítulo nos ayudará en nuestro
ministerio hoy.
I. UNA CONFIRMACIÓN DE ESPERANZA (9.1-13)
El versículo 1 debe se debe
colocar en el capítulo 8, porque es el clímax de las palabras de nuestro Señor
acerca del discipulado y donde promete su regreso en gloria. Él confirmó estas
palabras al mostrarle a Pedro, Jacobo y Juan esa gloria prometida (Jn 1.14; 2 P
1.16–18). Esta es la única ocasión que se registra, durante el ministerio de
nuestro Señor, en que Él reveló su gloria interna para que otros la vean. Fue
en realidad una confirmación del reino que Dios había prometido a su pueblo
Israel (Mt 16.28).
Moisés representaba la ley y Elías
los profetas, y ambas cosas se cumplieron en Jesucristo (Heb 1.1–2 y véanse Mal
4.4–5; Lc 24.25–27). Ellos hablaban con nuestro Señor sobre su muerte
(«partida» o «éxodo»: Véanse Lc 9.31) que se cumpliría en Jerusalén. La cruz es
el tema de las conversaciones celestiales y de la alabanza en el cielo (Ap 5).
Los discípulos se quedaron
dormidos (Lc 9.32), de modo que las palabras de Pedro brotaron de la confusión
y del temor. (Cuando uno está confundido y con temor ¡es mejor quedarse
callado! Véanse Pr 18.13.) Al sugerir que se quedaran en el monte en la gloria,
Pedro estaba estorbando de nuevo los planes de nuestro Señor de ir a la cruz
(8.32–33). Mientras que una nube de gloria cubría la escena, la voz del Padre
interrumpió a Pedro y con suavidad lo reprendió. «¡Oiganle!», es una orden que
debemos obedecer hoy. Podemos confiar en la Palabra de Dios.
Imagínese tener esta gran
experiencia, ¡y no poder contarla a nadie! (v. 9). Sin duda que los otros nueve
discípulos les preguntaron lo que había ocurrido en la montaña, pero tuvieron
que permanecer en silencio. Vieron la gloria del Hijo y se les recordó la
confiabilidad de las Escrituras y la realidad del reino. También sus preguntas
recibieron respuesta. En un sentido espiritual Juan el Bautista era «el Elías»
prometido a Israel (Mal 3.1; 4.5–6; Lc 1.16–17; Jn 1.21; Mt 17.13).
II. UNA DEMOSTRACIÓN DE FE (9.14-29)
Entre tanto que Pedro, Jacobo y
Juan estaban experimentando la gloria de Dios en la montaña, los otros nueve
discípulos estaban metidos en una situación bochornosa en el valle. Un padre
afligido había traído a su hijo endemoniado, sordo y mudo (v. 25), a los
discípulos para que lo sanaran, pero ellos no habían podido echar fuera al
demonio. Jesús les había dado este poder (3.15; 6.7, 13), pero ellos no pudieron
librar al muchacho. Por supuesto, los líderes religiosos estaban divirtiéndose
de lo lindo discutiendo con los discípulos (v. 14) y tratando de
desacreditarlos ante la gente.
Jesús libró al muchacho, pero el
demonio hizo un último intento de destruirle (v. 26; Lc 9.42). A menudo, justo
ante de la liberación, el diablo parece obtener una gran victoria, pero el
Señor al final gana la batalla. ¿Por qué fallaron los discípulos? Debido a su
incredulidad (vv. 19, 23; Mt 17.20) y su falta de oración y disciplina (v. 29).
Al parecer, durante la ausencia del Señor, los hombres se habían descuidado en
su andar espiritual. Cuán importante es estar con vigor espiritual; uno nunca
sabe cuándo alguien necesitará ayuda. La falta de fe de los discípulos fue una
gran preocupación del Señor (4.40; 6.50–52; 8.17–21).
III. UNA AFIRMACIÓN DE AMOR (9.30-50)
A. EL AMOR DE CRISTO POR LOS PECADORES (VV. 30-32).
Esta es la segunda vez (Véanse
8.31) que Jesús les habló abiertamente a los doce respecto a su cercana muerte
y resurrección, pero ellos todavía no podía captar lo que les estaba diciendo.
El Verbo «será entregado» indica que su muerte no era un accidente o asesinato;
fue el resultado de un plan divino (Ro 4.25; 8.32).
B. AMARNOS UNOS A OTROS (VV. 33-37).
Jesús habló sobre el sufrimiento y
la muerte, ¡pero los doce arguían sobre quién sería el más grande! Entendieron
mal la enseñanza de Jesús. Vivían en una sociedad en la cual la posición y el poder
eran importantes, y pensaron que el compañerismo cristiano funcionaba de la
misma manera.
Incluso en el aposento alto, antes
de que Jesús fuera a la cruz, los doce todavía debatían sobre cuál de ellos era
el número uno (Lc 22.24–30). Dios quiere que seamos como niños, pero no con
niñerías. En el arameo, que Jesús habló «niño» y «siervo» en la misma palabra.
La verdadera grandeza se halla, no en el rango o posesiones, sino en el
carácter y el servicio (Flp 2.1–13).
C. AMAR A LOS QUE ESTÁN FUERA DE NUESTRO CÍRCULO (VV. 38-41).
Juan pensó que impresionaría a
Jesús con su celo, pero el Señor cariñosamente le reprendió por su falta de
amor y discernimiento. ¿Por qué los doce pensaban que eran los únicos que
servían a Jesús? Y los nueve que habían quedado abajo, ¿se habían olvidado de
su fracaso al no poder echar al demonio fuera del muchacho? ¡Cuán a menudo
criticamos a otros por los éxitos que no podemos conseguir nosotros mismos! El
versículo 40 y Mateo 12.30 juntos nos enseñan de la imposibilidad de la neutralidad
con respecto a Jesús. Si no estamos con Él, estamos contra Él; y si no estamos
contra Él, estamos con Él. Es peligroso hacerse la idea de que nuestra comunión
es la única que es correcta y la única que Dios bendice y usa.
D. AMAR AL PERDIDO (VV. 42-50).
Esta es la más larga y la más
asombrosa advertencia que da nuestro Señor sobre el castigo futuro. Si no
estamos sirviendo a otros (v. 35), podemos hacer que otros tropiecen (v. 42); y
esto puede llevarlos a condenación eterna. Debemos tratar drásticamente con el
pecado en nuestras vidas, tanto por causa nuestra como por causa de otros,
porque el fuego del infierno es real y eterno. Jesús comparó al infierno con un
horno (Mt 13.42) y con fuego que no se apaga. La imagen aquí es el valle del
hijo de Hinón, en las afueras de Jerusalén, donde se echaban las inmundicias de
la ciudad (2 R 23.10; Is 66.24), se quemaban y comían los gusanos. La palabra
griega para infierno (gehena) procede del hebreo ge Hinón, o sea «el valle de
Hinón». El infierno es un lugar real y las almas perdidas sufrirán allí para
siempre. ¿Amamos a los perdidos o sólo estamos preocupados por ser «el mayor»?
El pueblo de Dios en verdad será
«salado con fuego» (sufrirán persecución, v. 49), y es importante que nosotros «nos
salemos nosotros mismos» (mantengamos verdadero carácter cristiano e
integridad, Mt 5.13). Los creyentes que leían el Evangelio de Marcos durante
«la feroz tribulación» bajo Nerón deben haberse sentido estimulados por lo que
Jesús dijo aquí (1 P 4.12).
10
El capítulo presenta cinco
peticiones que la gente le trajo al Siervo.
I. UN PEDIDO DE INTERPRETACIÓN (10.1-12)
Los rabíes no concordaban en sus
interpretaciones de Deuteronomio 24.1–4, de modo que persistían en preguntar
(v. 2) lo que Jesús pensaba que el pasaje enseñaba. No cuestionaban la
legalidad del divorcio o del nuevo matrimonio, por cuanto Moisés dejó en claro
que Dios los permitía. La gran pregunta era: «¿Por qué causa puede un hombre
divorciarse de su mujer y casarse con otra?» Por supuesto, su motivo no era
aprender la verdad sino tratar de que Jesús se metiera en problemas. Los discípulos
del rabí Shamai sostenían una interpretación estricta (divorcio únicamente por
infidelidad), en tanto que los discípulos de Jilel sostenían una interpretación
más amplia (divorcio por casi cualquier razón). La ley ordenaba que los que
cometían adulterio fueran apedreados (Dt 22.22; Lv 20.10); pero en los días de
Jesús esta ley casi nunca se obedecía (Mt 1.18–25).
En lugar de tomar partido entre
Shamai o Jilel, Jesús retornó a Moisés y al primer matrimonio (Gn 1.27;
2.21–25). Desde el principio el matrimonio tenía la intención de que un hombre
y una mujer llegaran a ser una sola carne para toda la vida. El mandamiento de
Moisés en Deuteronomio 24.1–4 fue una concesión para los judíos debido a la
dureza de su corazón. No representaba el ideal de Dios para el matrimonio. El
pasaje paralelo (Mt 19.1–12) indica que Jesús permitía el divorcio sobre la
base de la inmoralidad sexual (Mt 12.9). El divorcio por cualquier otra razón,
si bien las cortes lo permiten, conducía al adulterio si las partes volvían a
casarse (vv. 11–12).
El matrimonio es en lo fundamental
una relación física («una carne») y puede romperse únicamente por una causa
física, bien sea por muerte (Ro 7.1–3) o adulterio (Mt 19.9). En el AT se
apedreaba hasta la muerte al culpable, dejando así al otro libre para volverse
a casar. Hoy la Iglesia no tiene ninguna autoridad para matar a la gente, de
modo que el divorcio es el equivalente a la muerte en el NT, dando la
oportunidad para volver a casarse. Por supuesto, antes de divorciarse, el
esposo y la esposa deben hacer todo lo posible para rescatar el matrimonio y
reconstruir la relación. Dios estableció el matrimonio y Él es el Único que
puede regularlo (v. 9). El hombre no puede dividir lo que Dios dice que es «una
carne», pero Dios sí puede hacerlo.
II. UN PEDIDO DE BENDICIÓN (10.13-16)
El matrimonio produce niños que se
deben traer al Señor para dedicarlos a Él. Era costumbre de los rabíes bendecir
a los niños, y los padres traían a los pequeños a Jesús para que los bendijera.
(El pronombre en tercera persona del plural «los» del versículo 13 es
masculino, de modo que los padres también estaban allí.) Esto no era cuestión
de bautismo, por cuanto Jesús no bautizó ni siquiera adultos (Jn 4.1–2), y los
discípulos no hubieran estorbado a los candidatos al bautismo. Los padres
pedían su bendición especial para sus pequeños, y Él estuvo gustoso de
concederles su petición. Los niños son modelos ideales para todos los que
pertenecen a Jesús: son humildes, receptivos, dependientes de otros y llenos de
vitalidad.
III. UN PEDIDO DE INFORMACIÓN (10.17-31)
Este hombre era rico (Lc 18.23),
joven (Mt 19.20, 22), un principal (Lc 18.18) y tenía todo menos la salvación.
Los judíos no hubieran usado la palabra «bueno» al dirigirse a un rabí, de modo
que Jesús tenía todo el derecho de preguntarle al hombre por qué lo había
usado. ¿Creía realmente que Jesús era Dios? Si era así, ¿obedecería lo que
Jesús le diría?
Nadie se salva por guardar la ley
(Gl 3.21). Jesús sostuvo frente al joven el espejo de la ley para que pudiera
ver cuán pecador era (Stg 1.22–25; Ro 3.20). El joven había puesto atención a
la ley desde su juventud, y la ley le había traído a Cristo (Gl 3.24); pero
todavía no se había humillado como un pecador perdido. ¡Quería tener lo mejor
de ambos mundos!
Nadie se salva por vender todo lo
que posee y dar el dinero a los pobres. Somos salvos al confiar en el Hijo de
Dios que dio todo para enriquecernos (2 Co 8.9). Jesús puso «el dedo en la
llaga» de la vida del joven, porque el amor al dinero era el gran pecado que le
mantenía fuera del reino (vv. 23–27). Hay un principio aquí que debe se debe
recordar mientras procuramos guiar a los perdidos a Jesús: los pecadores no
pueden aferrarse a sus pecados y al mismo tiempo tratar de aferrarse a Jesús.
Debe haber arrepentimiento sincero antes de que los pecadores puedan volverse a
Dios y ser salvos por su gracia.
Como muchos judíos, los discípulos
pensaban que la riqueza era prueba de la bendición de Dios, pero Jesús corrigió
su idea equivocada. Pedro estaba seguro de que él y sus amigos recibirían una recompensa
especial por hacer lo que el joven rico no hizo. Dios en efecto recompensa la
fidelidad, pero nuestro motivo debe ser el amor por Cristo y no el deseo de
ganancia. Como el industrial R.G. LeTorneau solía decir: «¡Si das solamente
para recibir, no recibirás!» (Véanse en Mt 20.1–16 la parábola de Cristo
respecto a las malas actitudes en el servicio cristiano.) Muchos que son
primeros a sus propios ojos, serán los últimos a los ojos de Dios.
IV. UN PEDIDO DE CORONACIÓN (10.32-45)
Por tercera vez el Señor les
instruye a los discípulos sobre Su muerte que se avecinaba; ahora les dice que
lo iban a crucificar en Jerusalén (Mt 20.19). Uno pensaría que este tercer
anuncio propiciaría la humillación de los doce; pero en lugar de eso Jacobo y
Juan y su madre (Mt 20.20) ¡se acercaron a Jesús a pedirle tronos! Todavía no
habían aprendido la lección de que la cruz debe venir antes de la corona y que
el sufrimiento viene antes de la gloria.
El «vaso» se refiere a la sumisión
de Jesús a la voluntad del Padre al convertirse en pecado por nosotros (14.36;
Jn 18.11), y el «bautismo» se refiere a su sufrimiento en la cruz por los
pecados del mundo (Lc 12.50; Sal 41.7; 69.2, 15). ¡Qué vanidad que Jacobo y
Juan pensaran que podían beber del vaso y experimentar el bautismo de Jesús!
Jacobo sería el primero de los
doce en morir como mártir (Hch 12.2), y Juan experimentaría la persecución
romana al final de su larga vida (Ap 1.9). ¡Tenga cuidado sobre cómo ora; Dios
puede concederle lo que pide!
Jesús usó este bochornoso
incidente como una oportunidad para enseñar de nuevo a sus discípulos la
importancia del servicio humilde en el nombre de Jesús. El versículo 45 es un
versículo clave en el Evangelio de Marcos, y resume el libro: Cristo vino (cap.
1), ministró (caps. 2–13) y dio su vida en rescate (caps. 14–16).
V. UN PEDIDO DE ILUMINACIÓN (10.46-52)
Seguido de una gran multitud Jesús
iba camino a Jerusalén para esa Pascua final. Habían dos ciudades que se
llamaban Jericó: las ruinas de la antigua ciudad y la nueva ciudad que se
levantaba como a un kilómetro y medio de distancia, construida por Herodes.
Esto ayuda a explicar cómo pudo Él salir de Jericó (Mt 20.29), acercarse a
Jericó (Lc 18.35) y entrar y salir de Jericó al mismo tiempo, y aun encontrar a
los dos ciegos (Mt 20.30). Marcos describe la sanidad de Bartimeo, el más
vocinglero de los dos, así como lo hizo respecto a uno de los endemoniados
gadarenos (5.2).
Bartimeo (arameo para «hijo de
Timeo») oyó la multitud y reconoció que había algo diferente en ella, de modo
que preguntó quién pasaba. Cuando supo que era Jesús, inmediatamente empezó a
gritar clamando misericordia. Había oído acerca de las sanidades milagrosas que
Jesús había realizado, y quería la ayuda del Maestro. ¡Nada pudo impedirle
llegar a Jesús!
11
I. EL TRIUNFO (11.1-11)
Quizás esta descripción de la
«entrada triunfal» de nuestro Señor sorprendió a los lectores romanos de
Marcos, quienes estaban acostumbrados a la gloria del «triunfo romano». Este
era el desfile oficial de bienvenida a un general romano victorioso que había
matado por lo menos cinco mil soldados enemigos, ganado nuevo territorio para
Roma y traído consigo ricos trofeos e importantes prisioneros.
El general montaba en un carruaje
dorado rodeado de sus oficiales; y en el desfile exhibía sus tesoros y prisioneros.
Los sacerdotes romanos estaban allí ofreciendo incienso a sus dioses. Pablo
alude al triunfo romano en 2 Corintios 2.14–17.
Pero la entrada de nuestro Señor a
Jerusalén incluyó un asno, algunos vestidos, ramas tendidas en el suelo y las
alabanzas de algunos peregrinos que habían venido a la Pascua y de los cuales
no se da ninguna descripción en particular. Fue la única ocasión que Jesús
permitió una demostración pública a su favor, y lo hizo para obligar a los
líderes judíos a que actuaran durante la Pascua, según estaba decidido que Él
había de morir (Mt 26.3–5).
Marcos no cita a Zacarías 9.9,
sino al Salmo 118.25–26 (vv. 9–10), un salmo mesiánico. Hosanna significa:
«¡Salve ahora!» («¡Salve al rey!») Cuando Jesús entró en la ciudad, proclamó su
calidad de Rey, pero también firmó su sentencia de muerte.
II. LA HIGUERA (11.12-14,20-26)
A primera vista este es un milagro
que deja perplejo. La Pascua no era temporada de higos y sin embargo el Hijo de
Dios esperaba hallar fruto en la higuera. Cuando no halló ninguno, usó su
divino poder para destruir la planta en lugar de ayudarla a que fuera más
fructífera. La higuera representa a la nación de Israel (Os 9.10, 16; Nah
3.12), la cual no estaba produciendo ningún fruto para la gloria de Dios. Sus
raíces espirituales estaban muertas (v. 20; Mt 3.10) y no podía producir fruto.
Pero Jesús también usó el milagro
para enseñar a sus discípulos algunas lecciones prácticas respecto a la fe y a
la oración. Los montes representan grandes dificultades que se deben vencer
(Zac. 4.7) y es nuestra fe en Dios lo que nos permite vencerlas. Pero la fe en
Dios no es suficiente; también debemos perdonar a otros (vv. 25–26). No nos
ganamos el perdón de Dios al perdonar a otros, sino que el perdón a otros muestra
que tenemos un corazón humilde delante de Dios.
III. EL TEMPLO (11.11, 15-19)
Jesús examinó el templo y luego
regresó al día siguiente para limpiarlo. Había limpiado el templo a inicios de
su ministerio (Jn 2.13–22), pero los mercaderes de la religión habían
retornado. La reformación solamente externa no dura a menos que el corazón
cambie. Lo que empezó como un servicio a los judíos extranjeros (que
necesitaban cambiar la moneda o comprar sacrificios), se convirtió en un
negocio que no debía hacerse en la casa de Dios. La gente usaba el templo como
un atajo entre el Monte de los Olivos (v. 16) y los puestos de venta, donde las
mesas llenaban el atrio de los gentiles en el cual los judíos debían haber
estado testificando acerca del Dios verdadero a sus prójimos gentiles.
En su acusación contra los líderes
(v. 17) Jesús citó a Isaías (Is 56.7) y a Jeremías (Jer 7.11), los cuales
habían condenado a la nación por sus pecados en el templo (Is 1; Jer 7). Una
«cueva de ladrones» es el lugar donde los ladrones se esconden cuando han
cometido un crimen. ¡Los líderes religiosos estaban usando la adoración a Dios
como cobertura para sus pecados!
IV. LA PRUEBA (11.27-33)
Los líderes religiosos se
enfurecieron por lo que Jesús hizo y estaban decididos a destruirle (v. 18); pero
primero tenía que reunir suficiente evidencia para acusarle. Era cuestión de
autoridad (vv. 28–29, 33): ¿Qué derecho tenía Él para limpiar el templo y
llamarlo su casa? ¡Estaba afirmando que era Dios! Jesús les hizo retroceder
tres años, cuando Juan el Bautista ministraba a la gente. «El bautismo de Juan,
¿era del cielo, o de los hombres?», preguntó Jesús (v. 30). Esto puso a los
escribas, ancianos y principales sacerdotes en un dilema. Sin importar cómo
contestaran, ¡estaban en problemas! Estos líderes tal vez habían olvidado su
decisión respecto a Juan el Bautista, pero su decisión no los había olvidado a
ellos.
Finalmente los alcanzó y los
condenó. No se habían sometido al ministerio de Juan (Lc 7.29–30); por
consiguiente, no estaban listos para recibir a Jesús y confiar en Él. En su
incredulidad y cobardía, habían permitido que Herodes Antipas matara a Juan; y
pronto le pedirían a Pilato que crucificara a Jesús.
12
Los líderes judíos estaban
«examinando» al Cordero Pascual de Dios (Jn 1.29), y Él demostraría su perfección
(1 P 1.18–19), a pesar de que no lo aceptaron. Qué trágico es cuando la gente
religiosa se aferra a sus tradiciones y rechaza la verdad viviente que es tan
clara ante sus propios ojos. Al responder a sus muchas preguntas, el Señor
Jesús estaba realmente revelando los pecados de sus corazones.
I. EGOÍSMO (12.1-12)
Jesús sabía que querían matarlo; y
mediante esta parábola reveló el pecaminoso deseo de sus enemigos de destruirle
y reclamar la herencia (Jn 11.45–53). Es evidente que la figura de la viña identifica
a la nación de Israel (Is 5.1–7; Sal 80.8–16; Jer 2.21) y los arrendatarios son
los líderes de la nación (v. 10; Hch 4.11).
Véanse Levítico 19.23–25 con
respecto a las regulaciones sobre la cosecha. El propietario debía recibir
cierta cantidad como «pago simbólico» para mantener sus derechos sobre la
tierra. Al rehusar pagarle, los labradores le despojaron de sus derechos sobre
la tierra. Si el heredero moría, la tierra pasaría a los residentes. Fue una
trama egoísta que ponía a las posesiones por sobre la gente.
Jesús citó el Salmo 118, un salmo
mesiánico (Sal 118.22–23; compárese Mc 11.9 con Sal 118.25–26); y permitió que
sus oyentes pronunciaran su propia sentencia (Mt 21.41). Al aplicarse a Sí
mismo la imagen de la piedra angular, Jesús afirmaba que era en verdad el
Mesías (Hch 4.11; 1 P 2.7). Para los líderes religiosos esto fue una blasfemia
y de no ser porque le temían a la gente, lo hubieran arrestado allí mismo.
II. HIPOCRESÍA (12.13-17)
Los fariseos se oponían a Roma, en
tanto que los herodianos (un partido político) cooperaban con ella. Lo único
que los unió fue su enemigo común: Jesucristo (Véanse Lc 23.12).
En el versículo 13 la palabra
griega para «sorprendiesen» lleva la idea de una trampa en una cacería. El
comité de los fariseos y herodianos pensaron que podían atrapar a Jesús con una
pregunta que tenía connotaciones políticas y religiosas.
Considerándose como el pueblo
escogido de Dios, los judíos ortodoxos detestaban tener que pagar impuestos a
Roma. Significa reconocer tanto el poder de Roma sobre su nación, algo que era demasiado
para que orgullo lo admitiera (Jn 8.33), como respaldar la idolatría pagana. Si
Jesús aprobaba que se pagaran los impuestos a Roma, se metería en problemas con
su propio pueblo; pero si se oponía, se metería en problemas con Roma.
Conociendo su hipocresía, nuestro
Señor replicó en una manera que no sólo evadió lo espinoso del dilema, sino que
inculcó en sus cuestionadores su responsabilidad hacia el estado. Puesto que
usaban monedas de César, estaban admitiendo la autoridad que César tenía sobre
ellos; y cuando pagaban sus impuestos, estaban devolviéndole al César sólo lo
que él había puesto primero a su disposición. Los impuestos no son un regalo al
gobierno; son una deuda que pagamos por los servicios prestados (policía,
protección de los bomberos, agencias sociales, defensa, etc.). Pero al mismo
tiempo la imagen de Dios está estampada en cada ser humano; y debemos
devolverle a Dios lo que es de Dios. Puesto que es Dios el que estableció el
gobierno humano para bien de nosotros, estamos obligados a respetar a las
autoridades y obedecer la ley (Ro 13; 1 Ti 2.1–6; 1 P 2.13–17). Daniel Webster
dijo: «Lo que hace a los hombres buenos cristianos los hace buenos ciudadanos».
III. IGNORANCIA (12.18-27)
Este es el único lugar del
Evangelio donde Marcos menciona a los saduceos. Ellos sólo aceptaban la
autoridad de los cinco libros de Moisés, y no creían en la resurrección del
cuerpo o la existencia de ángeles (Hch 23.8). Basados en Deuteronomio 25.7–10,
su pregunta era hipotética, preparada únicamente con el propósito de tenderle
una trampa a Jesús. Pero en lugar de eso, todo lo que consiguió fue revelar la
ignorancia de ellos respecto a la Palabra y el poder de Dios.
Para Jesús, la respuesta a
cualquier pregunta estaba en las Escrituras y no en el pensamiento de ningún
hombre (Is 8.20; véanse Mc 10.19; 12.10).
Los refirió a Éxodo 3.1–12 y trazó
la conclusión lógica de que puesto que Jehová es Dios de vivos, Abraham, Isaac
y Jacob estaba vivos. Hay vida después de la muerte y por consiguiente una
esperanza de resurrección futura. Pero la resurrección no es la reconstrucción
y la continuación de la vida como es ahora. Los hijos de Dios no se convertirán
en ángeles, sino que serán como Cristo (1 Jn 3.1–3); pero seremos como los
ángeles en que no nos casaremos ni tendremos familias. Será una clase de vida completamente
nueva.
IV. SUPERFICIALIDAD (12.28-40)
Los fariseos probaron con una
pregunta más, una que los rabíes habían estado debatiendo por largo tiempo. De
los 613 mandamientos que se hallan en la ley (365 negativos, 248 positivos),
¿cuál era el más importante? Jesús replicó con la «declaración de fe»
tradicional judía (la shemá) que se encuentra en Deuteronomio 6.4. Los judíos piadosos
la recitaban en la mañana y en la tarde. Luego añadió Levítico 19.18; porque si
amamos a Dios, lo mostraremos amando a nuestro prójimo (Lc 10.25–37).
Uno de los escribas captó el
mensaje claramente, y con intrepidez expresó su acuerdo con Jesús, pero los
demás no captaron nada del punto. Tenían una perspectiva superficial del
significado real de la ley, y no comprendieron la importancia de obedecerla de
corazón.
Jesús hizo la pregunta final, y la
más importante, y los calló (Mt 22.46; Ro 3.19). Cuando entró en la ciudad las
multitudes le llamaron «el Hijo de David» (Mt 21.9), y los niños se hicieron
eco de este clamor en el templo (Mt 21.15). Este era, por supuesto, un título
mesiánico que explica por qué los fariseos querían silenciar a la gente (Lc
19.39–40). Citando el Salmo 110 Jesús les pidió que explicaran cómo el Señor de
David podía también llamarse el hijo de David; y ellos no pudieron contestarle.
La respuesta es que el Señor de David tenía que hacerse hombre, pero los
«teólogos» rehusaron encarar las implicaciones tanto de la pregunta como de la
respuesta. Su conocimiento de la Palabra era superficial y su sumisión a ella
insincera.
Jesús cerró este «debate» con una
advertencia (vv. 38–40) y un ejemplo (vv. 41–44), los cuales exhibieron la
hipocresía de los líderes religiosos. Cuando usted contrasta la conducta de la
viuda y la de los escribas, verá lo que Dios valora en mayor grado. Para una
exposición en detalle respecto a los fariseos, Véanse Mateo 23.
13
Los primeros creyentes que leyeron
el Evangelio de Marcos estaban sufriendo persecución y se sentían tentados a
darse por vencidos o a comprometer su testimonio. Esta versión del discurso del
Monte de los Olivos (Mt 24–25) fue justo el estímulo que necesitaban para
permanecer fieles al Señor. El sermón se enfoca sobre los últimos días y
describe la parte inicial (13.5–13), central (13.14–18) y final de la tribulación,
que conduce al regreso del Señor a la tierra (13.19–27). Pero el sermón también
nos da principios que se aplican a los santos sufrientes en cada edad. Jesús
dio cuatro advertencias para que su pueblo atienda en tiempos de persecución y
oposición.
I. NO ENGAÑARSE (13.1-8)
El hermoso templo estaba desolado
(Mt 23.38) y sería destruido (v. 2). Cuatro de los discípulos preguntaron
cuándo sería destruido y qué señal anunciaría este desastroso acontecimiento.
Pensaban que la destrucción del templo, el fin de la edad y la venida del reino
ocurrirían al mismo tiempo; de modo que Jesús les explicó el curso general de
los últimos días. Pero su gran preocupación era que su pueblo no se dejara
engañar por los falsos Cristos que aparecerían y prometerían llevarlos a la
victoria y gloria. También destacó las «falsas señales» que los podrían
descarriar (vv. 7–8). Esta admonición se relaciona principalmente a los judíos,
porque la Iglesia debe estar alerta en cuanto a los falsos maestros, no los
falsos Cristos (2 P 2); y nosotros esperamos al Salvador y no señales (Flp
3.20–21).
II. NO TEMER (13.9-13)
Los tiempos de persecución son tiempos
de proclamación, y no debemos temer declarar el Evangelio y reconocer a
Jesucristo como nuestro Salvador y Señor. El Espíritu Santo ayuda a quienes andan
con el Señor y sinceramente quieren glorificarle. Esto se ve muchas veces en el
libro de los Hechos.
El versículo 10 no es un requisito
para la venida del Señor. Jesús estaba indicando una determinación y seguridad
divinas: a pesar de todo lo que Satanás haga durante el «tiempo de la tribulación
de Jacob», la Palabra de Dios será proclamada y su voluntad cumplida. ¡Tampoco
el versículo 11 es excusa para un ministerio mediocre! Los predicadores y
maestros deben estudiar, meditar y orar, y no «confiar» en que el Espíritu les
dará su mensaje a último minuto. Jesús nos da la fortaleza para los tiempos difíciles
cuando enfrentamos peligro y no sabemos qué decir.
La promesa en el versículo 13 no
es una condición para la salvación, porque se aplica fundamentalmente a los
creyentes durante la tribulación. «El fin» en el versículo 7 se refiere al fin
de la edad, no al de la vida de uno; y el significado en el versículo 13 es el
mismo. En cada edad de la Iglesia siempre la verdadera fe se demuestra mediante
la fidelidad.
III. NO IGNORAR (13.14-27)
El énfasis aquí está en saber lo
que enseñan las Escrituras (vv. 14, 23). La «abominación desoladora» se refiere
a la imagen que el anticristo («la bestia» de Ap 13) pondrá en el templo judío (Dn
9.27; 2 Ts 2.3–10) y obligará a que los impíos la adoren. Eso ocurrirá a mitad
del período de siete años de tribulación, y será una advertencia especial para
que los de Judea ¡huyan! Esta advertencia no tiene que ver con la venida de
Cristo por su Iglesia (1 Ts 4.13–18), porque no tenemos ni idea de cuándo
ocurrirá tal suceso. ¡Cuán importante es que estudiemos y conozcamos las
Escrituras proféticas para no «estar en tinieblas» y descarriados (2 P
1.12–21).
Los versículos 24–27 describen el
fin de la tribulación y la venida de Cristo a la tierra para derrotar a sus
enemigos y establecer su reino (Ap 19.11–20.5). De nuevo el énfasis está en las
señales; porque «los judíos piden señales» (1 Co 1.22). Véanse Isaías 13.10;
34.4; Joel 2.10, 31 y 3.15. La nación judía esparcida será reunida (Dt 30.3–6;
Is 43.6) y la nación restaurada.
IV. NO DESCUIDARSE (13.28-37)
El énfasis está en saber (vv.
28–29) y en vigilar (vv. 33–35, 37). La parábola de la higuera recalca lo que
sabemos (Su venida está cerca) y la parábola de los siervos enfatiza lo que no
sabemos (cuándo vendrá). «Los acontecimientos que se avecinan arrojan hacia
delante su sombra»; de modo que cuando vemos que comienzan algunas de estas
«señales de tribulación» en nuestros días, sabemos que el tiempo es corto (Lc
21.28). Pero lo importante no es vigilar el calendario, sino edificar nuestro
carácter.
Debemos estar alertas («velar») y
que nos encuentre haciendo su obra cuando Él venga. Véanse 1 Tesalonicenses
5.1–11.
«Esta generación» en el versículo
30 tal vez se refiere a la generación que esté viviendo cuando todas estas
cosas tengan lugar. Nótese cómo Jesús usó la palabra «generación» en 8.12, 38 y
9.19. A pesar de la maldad del hombre y de los programas antisemíticos de
Satanás, la nación de Israel no será destruida.
14
Los principales sacerdotes y
escribas ya habían determinado matar a Jesús, pero querían hacerlo después de
la Pascua. Puesto que Jesús era una persona popular y Jerusalén estaba llena de
judíos enardecidos, parecía lo más sensato esperar hasta después de la
festividad; pero Dios tenía otros planes.
Judas haría posible que los
líderes lo arrestaran durante la fiesta (vv. 10, 11; Mt 26.14–16). El Cordero de
Dios debía morir en la Pascua. En este capítulo Marcos presenta a Jesús en
cuatro papeles diferentes.
I. JESÚS, EL INVITADO DE HONOR (14.1-11)
Este hecho (Mt 26.6–13; Jn
12.2–11) sucedió antes de la entrada triunfal, pero Marcos lo colocó aquí sin
dar tiempo de referencia como lo hizo Juan (Jn 12.1). No sabemos quién era
Simón el leproso.
Tal vez alguien en Betania a quien
Jesús había curado de la lepra y cuya casa estaba abierta para el Maestro, como
lo estaba la casa de María, Marta y Lázaro.
Jesús aceptó el acto de amor de
María, Judas y los demás discípulos lo criticaron (Jn 12.4–6), y lo informaron
en la Iglesia de todo el mundo (v. 9). Durante la Pascua los judíos trataban
especialmente de ayudar a los pobres y Jesús no se opuso a esta buena
costumbre. El costo del ungüento era equivalente al salario de un año de un
trabajador promedio, de modo que si lo hubieran vendido el dinero hubiera dado
de comer a mucha gente pobre. Pero María quería ungir a Jesús en preparación de
su muerte y sepultura, y eso era más importante que dar de comer a los pobres.
Su buena obra glorificó a Dios y
fue una bendición para todo el mundo (vv. 6, 9; Mt 5.14–16). La palabra
«desperdicio» en el versículo 4 es, en griego, la misma para «perdición» que se
usa en relación a Judas en Juan 17.12. Judas era el «desperdiciador», ¡no
María! Él desperdició las oportunidades que Dios le dio y con el andar de los
días desperdició su vida, acabándola al suicidarse. ¡Qué contraste entre María
la adoradora y Judas el traidor!
II. JESÚS, EL ANFITRIÓN LLENO DE GRACIA (14.12-26)
Jesús envió a Pedro y a Juan (Lc
22.8) a preparar el aposento alto para la última cena que celebraría con sus
discípulos. Era inusual que un hombre llevara un cántaro de agua, porque esta
era tarea de las mujeres. A lo mejor este hombre, el propietario de la casa,
era uno de los discípulos. Para que otros no quedaran implicados, Jesús tenía
que hacer las cosas con precaución debido a que sus enemigos lo estaban
vigilando.
Jesús hizo dos revelaciones
sorprendentes esa noche. En primer lugar, reveló que uno de los doce era un
traidor (vv. 17–21). La forma de la pregunta indica que nadie en la mesa se
creyó culpable: «¡De seguro que no soy yo!» Jesús protegió a Judas hasta el mismo
fin y le dio toda oportunidad de arrepentirse. No debemos pensar de Judas como
un robot, destinado a cumplir la profecía (Sal 41.9; 55.12–14), sino como un
hombre que con su pecado desperdició sus oportunidades.
La segunda revelación fue que
Pedro le traicionaría. Esto fue lo primero que reveló Jesús después que Judas
salió de la habitación (Jn 13.31–38; Lc 22.31–38), y luego lo repitió cuando Él
y los discípulos llegaron al Getsemaní (vv. 26–31; Mt 26.30–35). Por supuesto,
en su confianza carnal Pedro negó que tal cosa podría ocurrir; pero de todas
maneras sucedió.
Al concluir la cena pascual Jesús
tomó el pan y el vino y les dio nuevos significados al instituir la Comunión
(Cena del Señor, Eucaristía [«dar gracias»]). Recordamos a las personas por sus
vidas, pero Jesús quiere que le recordemos por su muerte; las bendiciones
espirituales que tenemos como hijos de Dios vienen por medio de su muerte. El
himno que cantaron procedía de los Salmos 115–118. ¡Imagínese a Jesús cantando
un himno justo antes de ser arrestado y crucificado!
III. JESÚS, EL HIJO SUMISO (14.27-42)
Cuando llegaron a Getsemaní (que
significa «prensa de aceite»), Jesús citó Zacarías 13.7 para advertirles a los
discípulos a que no se quedaran cerca ni a seguirle después de su arresto. Les
dio una palabra de ánimo: se levantaría de los muertos y los encontraría en
Galilea. Esta era la quinta mención de su resurrección (8.31; 9.9, 31; 10.34),
pero los discípulos simplemente no captaron el mensaje.
Las expresiones «entristecerse»,
«angustiarse» y «muy triste», revelan el sufrimiento humano de nuestro Señor en
el jardín (Heb 5.7, 8). Estuvo bajo el peso de la angustia al contemplar el
hecho de beber «el vaso»: ser hecho pecado en la cruz y la separación del
Padre. La presencia y las oraciones de sus amigos hubieran significado mucho
para Él, ¡pero ellos se quedaron dormidos! «La hora ha llegado» (Jn 2.4; 7.30;
8.20; 12.23; 13.1; 17.1), y Él estaba listo para hacer la voluntad del Padre.
IV. JESÚS, EL PRISIONERO OBEDIENTE (14.43-72)
Tan ignorante era Judas respecto
al corazón de Jesús, ¡que vino con una «multitud» de soldados romanos armados
para arrestarlo! Tan hipócrita fue Judas que usó besos, una señal de afecto,
para traicionar a Jesús. Tan desprevenido espiritualmente estaba Pedro, ¡que
trató de defender a Jesús con su espada! Si Pedro hubiera estado despierto,
hubiera oído las oraciones de su Maestro y sabido que Él estaba listo para
morir. Jesús tenía el vaso en su mano e hizo la voluntad del Padre, «para que
se cumplan las Escrituras». Pedro tenía una espada en su mano y se opuso a la
voluntad del Padre, y Jesús tuvo que reparar el daño que la espada le hizo a
Malco (Lc 22.49–51).
¿Quién era el joven en el
Getsemaní? (vv. 51–52). Algunos piensan que era Juan Marcos, puesto que es el
único que lo menciona en su Evangelio. ¿Estaba el aposento alto cerca de la
casa de Juan Marcos y Judas y su cuadrilla fueron allí primero? ¿Acaso Marcos
apresuradamente se envolvió en una sábana y les siguió? Nunca lo sabremos a
menos que el Señor nos lo explique en el cielo.
Primero, conducieron a Jesús ante
Anás, suegro de Caifás, el sumo sacerdote oficial (Jn 18.13–24).
Luego lo llevaron a Caifás y al
concilio judío donde hubo algunos que testificaron contra Jesús, pero sus
testimonios no concordaban. Cuando Jesús hizo la afirmación mesiánica del
versículo 62, fue más de lo que el sumo sacerdote pudo aguantar; y le declaró
culpable.
Pedro huyó de la escena como los
otros discípulos (v. 50); pero luego él y Juan desobedecieron la orden del
Señor (v. 27) y empezaron a seguirle. Esto llevó a Pedro a las mismas fauces de
la tentación y negó al Señor tres veces. La predicción del Señor resultó cierta
(v. 30), pero el canto del gallo trajo a
Pedro al arrepentimiento (Lc
22.62). Si un apóstol que vivió con Jesús pudo caer en el pecado, ¡cuánto más
nosotros necesitamos prestar atención, velar y orar! Juan 21.15–19 nos asegura
que Pedro fue perdonado y restaurado al ministerio apostólico.
15
Seis veces en este capítulo a
Jesús se le llama «el rey» (vv. 2, 9, 12, 18, 26, 32). Los líderes judíos sabían
que una acusación religiosa no lograría que Pilato condenara a Jesús, de modo
que inventaron una acusación política: Jesús decía ser rey y por consiguiente
era una amenaza para la paz de la tierra y para la autoridad de Roma.
I. EL REY SOMETIDO A JUICIO (15.1-15)
Temprano en la mañana el sanedrín
se reunió por segunda vez y declaró a Jesús culpable de blasfemia y por
consiguiente digno de muerte (Lv 24.16). Pero sólo Roma podía ajusticiar a un criminal,
de modo que el concilio necesitaba la cooperación del gobernador, Poncio
Pilato. Los principales sacerdotes repetidamente acusaron a Jesús ante Pilato,
pero Jesús no respondió palabra.
¡Era Pilato, no Jesús, a quien
estaban sometiendo a juicio! Véanse Isaías 53.7 y 1 Pedro 2.13–25.
Como defensor de los derechos del
pueblo, Pilato debía haber examinado los hechos y tomado una decisión basada en
la verdad. Pero estaba más interesado en la paz que en la verdad, así que le
ofreció a la multitud un atractivo compromiso: ¿Jesús o Barrabás? Por derecho,
Barrabás debía morir porque era un asesino convicto (Nm 35.16–21). Si Pilato
pensó que la multitud escogería a Jesús, ¡ciertamente ignoraba lo que es el
corazón humano!
II. EL REY SOMETIDO A BURLA (15.16-20)
Jesús les había dicho a los
discípulos que los gentiles se mofarían de Él (10.34), y sus palabras resultaron
ciertas. Si a un prisionero lo trataran de esa manera hoy, ¿cuáles serían las
consecuencias oficiales? ¡Los soldados romanos no pudieron hacer otra cosa que
divertirse ante el pensamiento de un Rey judío! De nuevo, la profecía se
cumplió (Is 50.6; 52.14; 53.5; Sal 69.7).
III. EL REY CRUCIFICADO (15.21-41)
Jesús empezó el recorrido hacia el
Gólgota llevando su cruz (Jn 19.17), pero en el camino los soldados romanos se
la quitaron y exigieron que Simón se la llevara. La palabra «obligaron» en el versículo
21 significa «exigir que alguien realice un servicio público», y los soldados
tenían el derecho legal de hacerlo (Mt 5.41). Cuando Marcos escribió su
Evangelio los lectores conocían a Simón como «el padre de Alejandro y de Rufo»
(v. 21), hombres bien conocidos en la iglesia (Ro 16.13). La experiencia
humillante de Simón le llevó a su propia conversión y a la de su familia. ¡Vino
a Jerusalén para la Pascua y encontró al Cordero de Dios!
La bebida narcótica que se les
daba a los condenados amortiguaba el dolor, pero Jesús la rechazó.
Llevó por completo los
sufrimientos por nuestros pecados. También, les había prometido a sus discípulos
que no bebería del fruto de la vid sino hasta que festejara con ellos en el
reino (Mt 26.29).
Crucificaron a Jesús alrededor de
las nueve de la mañana (v. 25) junto a dos ladrones (Is 53.12; Lc 22.37).
Cuando los soldados echaron suertes sobre sus vestidos, sin saberlo cumplieron
el Salmo 22.18.
Cuando el hombre estaba haciendo
lo peor, Dios estaba todavía en control y logrando sus propósitos.
Uno pensaría que la gente hubiera
callado y guardado reverencia en lugares como el Calvario, pero no fue así; la
mofa continuó. «¡Sálvate a ti mismo!», ha sido siempre el grito del mundo, pero
«¡entrégate tú mismo!», es la orden de nuestro Señor (Jn 12.23–28). También los
que pasaban se burlaban de Jesús (v. 29), así como los líderes (vv. 31–32), los
ladrones (v. 32) y los soldados (Lc 23.36–37). Sin embargo, uno de los ladrones
confió en Cristo y entró en su reino (Lc 23.39–43).
Marcos registra los milagros de
las tinieblas (v. 33) y el velo que se rasgó (v. 38). La oscuridad nos recuerda
de los juicios de Dios sobre Egipto (Éx 10.22) y el velo rasgado anuncia que el
camino a la presencia de Dios ha quedado abierto por la muerte de Cristo (Heb
10.1–25). A Jesús no lo asesinaron; voluntariamente entregó su espíritu (Jn
10.11, 15). Su clamor (v. 34) hace eco del Salmo 22.1; es más, el Salmo 22.1–21
es un cuadro profético de la muerte de nuestro Señor en la cruz. El Padre
abandonó a Jesús para que nosotros nunca pudiéramos ser abandonados.
IV. EL REY SEPULTADO (15.42-47)
Mujeres fieles fueron las últimas
que se hallaban junto a la cruz y las primeras que encontramos frente a la
tumba (16.1). La madre de nuestro Señor estuvo junto a la cruz hasta que Juan
la llevó consigo (Jn 19.25–27). Pero fue a José de Arimatea y Nicodemo (Jn
19.38–42) a los que Dios había preparado para proteger el cuerpo de Jesús y
sepultarlo (Is 53.9; Mt 27.57). Nicodemo fue a Jesús de noche (Jn 3), pero
ahora salió a la luz y adoptó una posición por Cristo. Si estos dos hombres
valientes no hubieran sepultado el cuerpo de Jesús, se hubiera dispuesto de Él
de alguna manera humillante. Es importante para la legitimidad del mensaje del
evangelio que la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo estén
autenticados como datos históricos (1 Co 15.1–4).
16
I. UN MILAGRO INESPERADO (16.1-8)
Las mujeres vinieron a preparar
debidamente el cuerpo de Jesús para la sepultura permanente, y aunque admiramos
su devoción, nos preguntamos si se olvidaron de las muchas promesas de la resurrección.
Ahora que el sabbat había terminado, las lugares de venta estaban abiertos y
podían comprar la gran cantidad de especias que se necesitaban. El mayor
problema era llegar a la tumba, por cuanto una enorme piedra bloqueaba la
entrada. Lo que hallaron en el jardín fue completamente inesperado: ¡la piedra
rodada, el cuerpo desaparecido y un mensajero esperándolas para darles las buenas
noticias de la resurrección del Señor!
No fue suficiente ser
espectadoras; tenían que llegar a ser embajadoras y llevar la palabra a otros.
«¡Vengan y vean! ¡Vayan y digan!»,
es la responsabilidad de la resurrección (Mt 28.6–7). Nótese que el ángel tiene
una palabra especial de estímulo para Pedro y una palabra de dirección para
todos los discípulos (v. 7). Como las mujeres, los hombres se habían olvidado
de Sus promesas e instrucciones (14.28). ¿Fueron las mujeres emocionalmente
capaces de llevar tal mensaje? ¡Ellas temieron, quedaron perplejas y salieron
huyendo del lugar! Mateo nos dice que sus corazones se llenaron «de temor y
gran gozo» (Mt 28.8) ¡debido a que las noticias eran sencillamente demasiado
buenas como para ser verdad!
Se las dijeron a los discípulos,
quienes dudaron de lo que oían, pero Pedro y Juan se fueron a investigar la
tumba abierta (Jn 20.1–10; Lc 24.12).
II. UN MENSAJE INCREÍBLE (16.9-14)
El énfasis de esta sección está en
la incredulidad de los propios discípulos de Cristo, cuando enfrentaron el
hecho de su resurrección. Los discípulos «se lamentaron y lloraron» cuando
deberían haber estado regocijándose y alabando a Dios. La aparición a los dos
hombres en el camino a Emaús se explica en detalles en Lucas (Lc 24.13–32) y la
del aposento alto en Juan 20.19–25. Era una iglesia llorando en lugar de ser
una testificando debido a que realmente no creían que su Maestro estaba vivo.
El milagro de su resurrección
corporal es importante para el mensaje del evangelio y para la motivación del
pueblo de Dios al testimonio y al servicio (Hch 1.21–22; 2.32; 4.10, 33).
III. UN MANDATO ILIMITADO (16.15-18)
Cada uno de los cuatro Evangelios
concluye con una comisión de Cristo a su Iglesia, para que lleve el mensaje del
evangelio hasta los fines de la tierra (Mt 28.18–20; Lc 24.46–49; Jn 20.21–31;
y Véanse Hch 1.8). El énfasis del versículo 16 no es sobre el bautismo, sino
referente a creer. En la iglesia primitiva creer en Jesús conducía a una
pública declaración de fe en la ordenanza del bautismo en agua (Hch 8.36–38;
10.47–48), y ser bautizado algunas veces le costaba a la gente su familia,
amigos y trabajo. Si el bautismo en agua fuera esencial para la salvación,
nadie del AT sería salvo; Hebreos 11 nos dice que los santos del AT fueron
salvos por fe.
Las señales especiales que se
describen en los versículos 17–18 se aplicaban principalmente a la edad
apostólica (Heb 2.3–4; 2 Co 12.12) y se registran en el libro de los Hechos:
hablar en lenguas (Hch 2.1–4; 10.44–46), echar fuera demonios (Hch 8.5–7;
19.12), tomar serpientes en las manos (Hch 28.3–6) y sanar enfermos (Hch
3.1–10; 5.15–16). Pero no hay referencias de alguna persona que haya sobrevivido
después de ingerir veneno, pero no todos los milagro se mencionan en Hechos.
Nos dieron estos milagros de «señales» para animarnos a confiar en Dios y no
tentarlo con experimentos insensatos. Estas señales fueron las credenciales de
los apóstoles (v. 20), pero no es necesario realizar milagros para poder servir
al Señor (Jn 10.39–42).
El mandato ilimitado a la Iglesia
sigue siendo llevar el evangelio a todo el mundo, ¡y tenemos todavía mucho
camino que recorrer!
IV. UN MINISTERIO INCAMBIABLE (16.19-20)
Después de completar su obra en la
tierra, Jesús regresó al Padre en el cielo; y allí nos representa como nuestro
sumo Sacerdote (Heb 4.14–16) y Abogado (1 Jn 2.1–2). Pero hace más que representarnos;
también obra en nosotros y a través de nosotros para cumplir el mandato que
dejó a su Iglesia. Puesto que el Evangelio de Marcos hace hincapié en Cristo el
Siervo, es más que justo que el libro cierre con este recordatorio de que ¡el
Siervo de Dios obra todavía! Obra en nosotros (Heb 13.20–21; Flp 2.12–13), con
nosotros (v. 20) y por nosotros (Ro 8.28) si le permitimos que obre a través de
nosotros por el poder del Espíritu Santo.
A. UNA NOTA ESPECIAL RESPECTO A MARCOS 16.9-20.
Algunos eruditos piadosos y
evangélicos no concuerdan respecto a la autenticidad de los versículos finales
del Evangelio de Marcos. Algunos creen que son una parte del texto original,
mientras que otros piensan que fueron añadidos por algún otro autor, como
«resumen», debido a que el texto original se perdió. (Es difícil creer que una
parte de las Escrituras inspiradas pudieran perderse.) Debe admitirse que el
vocabulario y estilo no son los de Marcos y que el pasaje no aparece en los dos
manuscritos más antiguos.
Algunos de los padres de la
iglesia primitiva citaron este pasaje, mostrando que conocían que existía y que
confiaban en él. Si estos versículos no constituyeran el final del Evangelio de
Marcos, debemos aceptar la terminación abrupta en el versículo 8, y con esto,
un registro incompleto. Puesto que no hay nada en estos versículos que sea
contrario a alguna otra cosa en las Escrituras, parece ser razonable aceptarlos
como históricamente auténticos y vivir con los «misterios» que los rodean.