BOSQUEJO SUGERIDO DE ISAÍAS
I. Condenación
(1–39) (Derrota de Asiria)
A. Sermón
contra Judá e Israel (1–12)
B.
Pronunciación de juicio contra las otras naciones (13–23)
C. Cantos de la
futura gloria de la nación (24–27)
D. Ayes contra
los pecados del pueblo (28–35)
E. Interludio
histórico (36–39) (El rey Ezequías)
1. Su victoria
sobre Asiria (36–37)
2. Su pecado con
Babilonia (38–39)
II. Consolación
(40–66) (Regreso del remanente)
A. La grandeza
de Dios (40–48)
El verdadero Dios versus los
falsos dioses de los paganos
Énfasis en el Padre, Jehová Dios
B. La gracia de
Dios (49–57)
El Siervo sufriente, Jesucristo,
muere por los hombres
Énfasis en el Hijo, Jesucristo
C. La gloria de
Dios (58–66)
La gloria del reino futuro.
I. NOMBRE
El nombre de Isaías (salvación de
Jehovah) casi tiene el mismo significado que el de Josué (Jehovah es salvación), el cual aparece en el NT como Jesús, el nombre del
Mesías de quien Isaías fue un heraldo. Isaías estaba casado y tenía dos hijos a
quienes les dio nombres con significados especiales (Isaías 7:3; 8:3).
Isaías profetizó durante los reinados de cuatro
reyes, desde Uzías hasta Ezequías (Isaías 1:1). La primera fecha provista es la
del año en que murió el rey Uzías (Isaías 6:1), la que probablemente ocurrió
cerca del año 740 a. de J.C. El último evento histórico aludido es la muerte de
Senaquerib (Isaías 37:38), que ocurrió en el año 681 a. de J.C. Los eventos más
importantes son la guerra siroefratea en los días de Acaz (Isaías 7:1-9), la que
Isaías trató, a pesar de su gran devastación (2 Crónicas 28:5-15) como algo
casi insignificante en comparación con el tormento causado por Asiria, algo
mucho más grande y que estaba por llegar (Isaías 7:17-25).
Asiria es el enemigo principal y del cual tratan la
mayoría de los caps. 7—39; y más allá de esto se vislumbra un ene-migo mucho
más poderoso, Babilonia, cuya caída ya se predice en los caps. 13 y 14, y quien
es el tema principal de los caps. 40—48. Es dentro de este contexto de los
terribles instrumentos del juicio divino que Isaías proyecta la esperanza
mesiánica, primero al aconsejar al incrédulo Acaz y, después, repetidamente.
La estructura del contenido del libro de Isaías
pudiera analizarse brevemente de la siguiente manera:
ISAÍAS
1—5, INTRODUCCIÓN. El cap. 1 contiene “la gran
acusación”. Al igual que muchos de los pronunciamientos proféticos de Isaías,
el primer cap. combina amenazas fa-tales con llamados urgentes al
arrepentimiento y ofertas misericordiosas de perdón y bendiciones. Le sigue la
promesa de redención mundial (Isaías 2:1-5). Después siguen una serie de
pasajes con amenazas, incluyendo una descripción detallada de los atavíos de
las mujeres de Jerusalén como ilustración del pecado frívolo de todo el pueblo.
La tierra se compara con una viña sin fruto, que muy pronto será puesta en
desolación.
ISAÍAS
6, LA VISIÓN EN EL TEMPLO. Este cap. contiene una visión de, el Santo de Israel, uno de los
títulos favoritos de Isaías al referirse a Dios.
ISAÍAS
7—12, EL LIBRO DE EMANUEL. Es-tos caps. Pertenecen al período de la guerra siroefratea (2
Reyes 16:1-20; 2 Crónicas 28). En medio de este tiempo de peligro, Isaías
pronuncia la gran profecía relacionada con Emanuel (Isaías 7:14-16; 9:6, 7;
11:1-10).
ISAÍAS
13—23, PROFECÍAS CONTRA LAS NACIONES. Estos son diez oráculos en contra de naciones que eran o serían
una amenaza para el pueblo de Dios: Babilonia (Isaías 13:1—14:27); Filistea
(Isaías 14:28-32); Moab (caps. 15, 16); Damasco (caps. 17, 18); Egipto (caps.
19, 20); Babilonia (Isaías 21:1-10); Duma (Isaías 21:11, 12); Arabia (Isaías
21:13- 17); Jerusalén (cap. 22); Tiro (cap. 23). Aquí las profecías en relación
con el futuro cercano (Isaías 16:14; 21:16; cf. 22:20 y 37:2) aparecen entre
otras que se refieren a un tiempo más distante (Isaías 23:17) o bastante
remoto.
ISAÍAS
24—35. Isaías 24 mira hacia el futuro.
Abarca todo el mundo y muy bien se le puede considerar como un apocalipsis. El
juicio mundial será seguido por un canto de acción de gracias por las
bendiciones divinas (caps. 25, 26). Le sigue una profecía en contra de Egipto
(cap. 27). Después, nuevamente se encuentran seis ayes o lamentos (28—34),
siendo el último una maldición espantosa en contra de Edom. Estos caps.
ter-minan con un hermoso retrato profético de futuras bienaventuranzas.
ISAÍAS
36—39, SECCIÓN HISTÓRICA
(pasajes paralelos en Reyes y Crónicas).
Es-tos caps. describen las amenazas y blasfemias de Senaquerib en contra de
Jerusalén, cómo Ezequías apeló a Isaías, quien ridiculiza al invasor, y la
huida y muerte del blasfemo (36, 37). Este es uno de los episodios más emocionantes
en toda la Biblia. Es probable que la enfermedad de Ezequías y los emisarios de
Merodac-baladán (38, 39) hayan sucedido durante el reinado de Sargón, el rey de
Asiria y padre de Senaquerib. Si fue así, el arreglo del material es temático y
su propósito es preparar al lector para las profecías de consolación que
siguen.
ISAÍAS
40—66. Estos caps. han sido
denominados Libro de la Consolación. Están divididos en tres partes según lo
sugieren las palabras en forma de refrán que dicen: ¡No hay paz para los malos!, dice Jehovah (Isaías 48:22; 57:21), lo cual hace eco
terriblemente en las palabras finales de Isaías (66:24).
Isaías es por excelencia el profeta de la redención.
Los temas que se repiten constantemente en su profecía son los siguientes: la
grandeza y majestad de Dios, su santidad, su odio del pecado, la insensatez de
la idolatría, su gracia, misericordia y amor, y las benditas recompensas de la
obediencia. Redentor y salvador (salvar,
salvación) son términos favoritos de Isaías.
Las palabras que describen el carácter del Mesías
prometido (Isaías 9:6) están frecuentemente en sus labios: Admirable (Isaías
25:1; 28:29; 29:14); Consejero (Isaías 19:17; 25:1; 28:29; 40:13, 14, 16, 17);
Dios Todopoderoso (Isaías 30:29; 33:13; 40:26-28; 49:20-26; 60:16); Padre
Eterno (Isaías 26:4; 40:28; 45:17; 55:3; 57:15; 60:19, 20; 63:16; 64:8);
Príncipe de Paz (Isaías 26:12; 45:7; 52:7; 53:5; 55:12; 57:19; 66:12). Isaías muestra
una profunda apreciación por la belleza y grandeza de la naturaleza (p. ej.,
cap. 35). Una sorprendente figura que él usa repetidamente es el ca-mino, o un
amplio camino (Isaías 11:16; 19:23; 33:8; 35:8; 36:2; 40:3; 49:11; 57:14;
62:10). Todas las barreras que separan a las naciones y demoran la venida del
Rey a su reino serán removidas (Isaías 40:5).
A Isaías se le cita por nombre 21 veces, un poco más
que a todos los otros profetas juntos; y hay muchas más alusiones y citas
don-de no se le menciona por nombre. Isaías ha sido reconocido como el
evangelista del AT, y su libro tiene muchos de los vv. Más preciosos en la
Biblia. Jesús inició su ministerio público en Nazaret leyendo de Isaías 61.
Una nueva teoría en relación con la profecía, la
cual prevalece ampliamente hoy día, minimiza o niega el elemento de predicción,
declarando que los profetas del AT únicamente hablaron para la gente de su
tiempo y no para las futuras generaciones. Esta teoría es refutada por el hecho
de que el NT frecuentemente cita las palabras de los profetas, especialmente
Isaías, como cumplidas durante la vida terrenal de Jesús. Juan 12:38-40 une dos
citas de Isaías, 53:1 y 6:9, 10; y como si quisiera dejar claro que ambas
tienen la misma fuente, el evangelista agrega: Estas cosas dijo Isaías porque vio su
gloria y habló acerca de él (de Jesús).
El argumento principal para un segundo Isaías es que
el profeta se refiere a Ciro como uno que ya ha entrado en su carrera de
conquistas (p. ej.: Isaías 41:1, 2, 25); y se propone que el escritor de todos
o parte de los caps. 40—66 debe haber vivido al final del cautiverio
babilónico. Por lo mismo, debemos notar que los profetas, especialmente Isaías,
a menudo hablaron como si ellos hubieran sido testigos de los eventos futuros
que describen. El punto de vista o la situación que presenta el escritor del
cap. 53 es el Calvario. Los sufrimientos del Siervo son descritos como si ya
hubiesen terminado y presenta vívidamente la gloria que seguirá; sin embargo,
el profeta no pudo haber vivido durante ese tiempo.
Debe haber vivido muchos años, quizá siglos, antes
del advenimiento de aquel cuya muerte él presenta vívidamente.
Consecuentemente, uno debe sostener una de dos posiciones: que ni los caps.
7—12 ni el cap. 53 predicen la venida y obra del Mesías; o, por otro lado, que
el profeta pudo, y así lo hizo, hablar de eventos futuros, de la venida de
Ciro, de uno mayor que Ciro, como si él hubiese estado viviendo en los días
gloriosos de los cuales habló.
Énfasis en el Espíritu (59.19, 21;
61.1; 63.10–14) a primera sección es el castigo de Dios sobre Judá por sus
pecados, mientras que el de la segunda sección es la consolación de Dios a los
cautivos después de su sufrimiento. Isaías experimentó los sucesos de los
primeros treinta y nueve capítulos, pero profetizó los hechos de la segunda
sección del libro. En la primera sección Asiria es el principal enemigo; en la
segunda sección es Babilonia.
Profetizó desde el
año 740 hasta 680 a. de J.C. y es el que con mayor frecuencia se cita en el NT.
Los primeros 39 caps. De Isaías contienen una cantidad de poemas proféticos
sobre el juicio inminente de Dios contra otras naciones e Israel. Durante el
ministerio de Isaías, el reino del norte fue llevado cautivo por Asiria.
Aun Judá fue amenazado (caps. 36,
37), pero Dios protegió milagrosamente a su pueblo. Los caps. 40—66, a veces
llamados el Libro de Consuelo, revelan el regreso del pueblo de su exilio en
Babilonia, la venida del *Mesías y la liberación eterna del pueblo de Dios.
Isaías profetizó
durante los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías. Bien se le llama el profeta evangelista dadas sus
numerosas profecías acerca de la venida, el carácter, el ministerio y la
predicación, los sufrimientos y la muerte del Mesías, y la extensión y
continuación de su reino.
Bajo el velo de la
liberación del cautiverio en Babilonia, Isaías apunta a una liberación mucho
mayor, que iba a ser efectuada por el Mesías; rara vez menciona una sin aludir
al mismo tiempo a la otra; sí, a menudo está tan arrobado con la perspectiva de
la liberación más distante que pierde de vista la cercana para dedicarse a la
persona, oficio, carácter y reinado del Mesías.
II.
ARGUMENTOS A FAVOR DE UN SOLO AUTOR
1. Empezando con el libro apócrifo Eclesiástico (escrito ca. l80 a.C; cf. 48.22–25), la tradición judaica ha sostenido que el
Isaías del siglo VIII escribió todo el libro. Sin embargo, la tradición judaica
no puede considerarse como más autoritativa para el cristiano (Mc 7.8, 9) que
las pruebas internas del estudio científico del libro mismo. El valor de la
tradición disminuye especialmente cuando se remonta a documentos escritos
siglos después del controvertido libro.
2. Los escritos del Nuevo Testamento (y aun Cristo
mismo) introducen sus citas de varias partes de Isaías con frases como «Isaías
dijo» (Jn 12.38–41; Ro 9.27–29; 10.20s, etc.), sin sugerir nunca una diversidad
de autores para Isaías. Sin duda este hecho ha influido más que otros en los
que han querido defender la veracidad de la Biblia. No obstante, debemos notar
los siguientes factores:
(A) En las veintiuna veces que los autores del Nuevo Testamento citan
a Isaías, solamente utilizan once versículos de Isaías 40–66 con frases como
«Isaías dijo». Es decir, estos versículos representan un pequeño núcleo de un
mismo profeta y, por tanto, no muestran necesariamente que todo el contenido de
los veintiséis capítulos viniera de él.
(B) La manera de concebir los estudios de carácter
histórico-literario en la época moderna. Ya en el siglo XIX Delitzsch reconoció
que estos estudios habían alcanzado «la eminencia de una ciencia» (I, 38) y por
eso los trató con todo respeto. Sin embargo, no aceptaba muchas de sus
conclusiones como irrevocables, ya que se basaban más en presuposiciones no
cristianas que en pruebas sólidas y bien interpretadas.
(C) Otro factor básico es el concepto que se tenga de la inspiración
bíblica. La inerrancia de las Escrituras, según las teologías ortodoxas, se
refiere a la plena veracidad de la enseñanza del texto, es decir, a lo que el autor quiere
comunicar y patentizar. Es obvio que ningún pasaje del Nuevo Testamento se
dedica al problema de la paternidad literaria de Isaías. Por eso no podemos
esperar resolver este problema (que surgió en 1775 d.C.) ateniéndonos tan solo
a la manera popular y no científica en que el Nuevo Testamento se refiere al
libro de Isaías. Muchos estudiosos conservadores reconocen que la Biblia emplea
un lenguaje popular, carente de precisión científica, cuando habla de problemas
geográficos, astronómicos, etc.
3. La teoría de la diversidad de autores la impulsó
el pensamiento racionalista del siglo XVIII d.C., el cual no aceptaba (dadas
sus presuposiciones filosóficas anticristianas) la posibilidad de milagros y
profecías del futuro lejano. Sin embargo, Isaías recalca precisamente el poder
de Dios de profetizar el futuro lejano (41.21–23, 26; 44.7, 8, 25; 46.10, 11; 48.3–8).
Un ejemplo sobresaliente de este tipo de profecía, según los que propugnan la
unidad del libro, es la mención de Ciro (44.28; 45.1) unos ciento cincuenta
años antes de su nacimiento. Sin embargo, este ejemplo no es único en la
Biblia: un profeta nombró a Josías más de trescientos años antes del nacimiento
de este (1 R 13.2; y cf. Is 9.6, 7).
La Biblia contiene muchas
profecías respecto al futuro lejano, pero el nombramiento de Ciro no es el
milagro profético que el autor de Isaías 40–55 tenía en mente al subrayar el
poder profético de Dios. Parece referirse más bien a la profecía del cautiverio
(586 a.C.) que Moisés pronunció en el siglo XIII a.C. (Is 48.3–8; cf. Dt.
4.25–31; 28; 31.27– 29, etc.). Recuérdese también que mientras el racionalismo
niega completamente el elemento milagroso y profético, la tradición religiosa
tiende a exagerarlo. El cristiano debe aceptar todo milagro genuinamente
bíblico, pero no cualquier milagro inventado por la tradición religiosa.
4. Los manuscritos de Qumrán, donde se encontraron
textos de Isaías, que se remontan a ca. 100 a.C., incluyen todo el libro en un solo rollo (como también
era la práctica en el tiempo de Jesús, Lc. 4.17), sin ninguna división entre
Isaías 39 y 40. No obstante, según la nueva hipótesis, mucho de Isaías 13–39
también lo escribieron discípulos de Isaías. Específicamente Isaías 34 y 35 se
atribuyen a un Deuteroisaías, y sí existe una división en los manuscritos de
Qumrán entre Isaías 33 y 34.
5. Existen otros argumentos que apenas podemos
mencionar:
(A) que profetas como Sofonías Y Jeremías (que vivieron antes del cautiverio)
utilizaron materiales de Isaías 40–66;
(B) es improbable que los nombres de los autores de las partes
posteriores a Isaías se perdieran (sobre todo el gran genio que escribió Isaías
40–55);
(C) los argumentos que le niegan al profeta 40–66 también tendrían
que negarle 13 y 14 que incluso tienen su nombre; etc.
1. En la actualidad, el punto de partida del nuevo
entendimiento de Isaías es el enfoque histórico de los caps. 40–55; Jerusalén y
su templo han sido destruidos (44.26– 28; 51.3; 52.9) y el pueblo está cautivo
en Babilonia (43.14); Babilonia, y no Asiria, está amenazada con la destrucción
47.1–7; 48.14). Ciro de Persia ha iniciado ya su campaña victoriosa (41.2, 3,
25; 45.1–3). Defensores de la teoría tradicional suelen insistir en que el
profeta del siglo VIII dirigió esta porción del libro a la generación en
cautiverio, ciento cincuenta años después. Por supuesto que esto es
teóricamente posible, pero una recta comprensión de la inerrancia (Véase
arriba) no exige que insistamos en tal divorcio entre la literatura y la
historia.
2. El segundo tipo de pruebas es lingüístico: las
porciones de Isaías con un enfoque histórico del siglo VI a.C. utilizan un
vocabulario y estilo notablemente distintos. Por lo general, se reconoce que a
través del libro también hay varios elementos de unidad estilística y
gramatical, pero esto se espera de autores de una tradición y escuela
común. La nueva teoría explica mejor la
diversidad. Sin embargo, un estudio reciente y profundo hecho por Judith
Reinken, mediante una metodología estadística moderna (en una tesis inédita de
la Universidad de Chicago), concluye que no puede determinarse nada en cuanto a
la unidad o diversidad de autores basándose en el vocabulario de Isaías.
3. El tercer tipo de pruebas es teológico. No hay
contradicciones, como afirman algunos que niegan la inerrancia de las
Escrituras, aunque sí existen énfasis distintos y enfoques variados, que
corresponden a los diversos fondos históricos representados en Isaías (Véase
sección Aporte a la teología).
Quienes sostienen que Isaías escribió todo el libro afirman que Isaías 40–66
corresponde a los últimos años de la vida del profeta, y que en esta sección
este se dedicó a resolver para las generaciones futuras los problemas
provocados por sus profecías anteriores.
NOMBRES QUE LE DA A JESÚS: Is.
7: 14; 9. 6; 52: 13; 53: 3. Emanuel Nacido De Una Virgen, Niño E Hijo,
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe De Paz, Siervo Justo
Y Varón De Dolores.
III.
ESCENARIO HISTÓRICO
Usted recordará que la nación se
dividió después de la muerte de Salomón; las diez tribus del norte se
organizaron como Israel y las dos del sur como Judá. La capital de Israel era
Samaria; la capital de Judá era Jerusalén. Isaías ministró en Jerusalén, pero
sus mensajes atañían tanto al reino del norte como al del sur. Isaías vivió
para ver a Israel (el reino del norte) declinar y finalmente caer bajo Asiria.
El escenario político de Judá era amenazante
en ese tiempo. Asiria era el poder amenazador y las otras naciones querían
formar una coalición para luchar en su contra. Sin embargo, el rey Acaz de Judá
no quiso unirse a la liga. De modo que Siria e Israel se unieron para atacar a
Judá y forzar a Acaz a que cooperara. En lugar de confiar en la ayuda de Dios,
Acaz acudió a Asiria e hizo un
pacto secreto. A Asiria tan solo le encantó meter su pie en la puerta; derrotó
a Israel en el 721 a.C., pero Judá se convirtió en vasallo de Asiria y ese fue
el precio que Acaz pagó por su seguridad.
Tan pronto como Israel dejó de ser
obstáculo, Asiria decidió atacar a Judá
y esclavizar a toda la nación judía. Isaías le dijo al pueblo que
confiara en la ayuda del Señor, pero varios grupos le dijeron al rey que
acudiera a Egipto en busca de ayuda. En los capítulos 36–39 Isaías relata cómo
Dios le dio al rey Ezequías la victoria sobre Asiria cuando el ejército invasor
estaba a las puertas de Jerusalén. Sin embargo, Judá estaba tan debilitada por
la guerra y sus ciudades tan devastadas por el enemigo, que la nación en realidad
nunca se recuperó. Los egipcios derrotaron a Asiria; y los egipcios cayeron
ante Babilonia; y en 606–587 a.C. los babilonios llevaron a Judá al cautiverio.
Así Isaías, en la primera mitad del libro, aconsejó a la nación respecto a
Asiria; en la segunda mitad consoló al remanente respecto a su regreso de
Babilonia.
IV. CRISTO EN
ISAÍAS
Isaías da un rico cuadro profético
de Jesucristo. Vemos su nacimiento (7.14 con Mt 1.23; Véanse también Is 9.6);
el ministerio de Juan el Bautista (40.3–6 con Mt 3.1); el ungimiento de Cristo
por el Espíritu (61.1–2 con Lc 4.17–19); Cristo el Siervo (42.1–4 con Mt
12.17–21); el rechazo de Cristo por Israel (6.9–11 con Jn 12.38, Mt 13.10–15 y
referencias paralelas en los Evangelios; también Hch 28.26–27 y Ro 11.8); la
piedra de tropiezo (8.14 y 28.16 con Ro 9.32–33 y 10.11; 1 P 2.6); el ministerio
de Cristo a los gentiles (49.6 con Lc 2.32; Hch 13.47; Véanse también 9.1–2 con
Mt 4.15–16); el sufrimiento y muerte de Cristo (52.13–53.12); su resurrección
(55.3 con Hch 13.34; 45.23 con Flp 2.10–11 y Ro 14.11); y el Rey que viene
(9.6–7; 11.1; 59.20–21 con Ro 11.26–27; 63.2–3 con Ap 19.13–15).
V. EL SIERVO
SUFRIENTE
Hay diecisiete referencias en
Isaías al «siervo de Jehová». En trece de estas la nación está en la mira
(43.10; 44.1–2, 21, 26; 45.4; 48.20; 49.3, 5–7); en cuatro es Jesucristo (42.1
y 19; 52.13–53.11).
Toda la sección de 52.13–53.12 es
una descripción vívida de los sufrimientos, muerte y resurrección de Jesucristo.
Israel era el siervo de Jehová en el sentido de que Dios la usó para traer al
Verbo y al Salvador al mundo. Sin embargo, Israel fue un siervo desobediente
que se tuvo que castigar. Jesucristo es el verdadero Siervo de Jehová que murió
por el mundo e hizo perfectamente la voluntad del Padre. En 41.8–9 Ciro es el
siervo.
II. LOS DOS
HIJOS DE ISAÍAS
Los nombres simbólicos de sus dos
hijos (7.3 y 8.1–3) ilustran los dos principales mensajes del libro de Isaías.
Sear-jasub significa «un remanente volverá» y encaja con la segunda mitad de la
profecía, el regreso del remanente desde Babilonia. Maher-salal-hasbaz
significa «El despojo se apresura, la presa se precipita» y encaja con los
capítulos 1–39, la derrota de Asiria.
Se ha sugerido que el libro de
Isaías es como «una Biblia en miniatura». Sus sesenta y seis capítulos se
dividen en dos partes: treinta y nueve capítulos en la primera división (como
el AT) y veinte y siete capítulos en la segunda división (como el NT). Los
primeros treinta y nueve capítulos enfatizan el juicio; los últimos veinte y
siete enfatizan la misericordia y el consuelo.
6
El rey Uzías muere y el trono de
Judá está vacío. Como todos los hombres de fe, Isaías acudió a Dios en busca de
ayuda y consuelo, y la hora que parecía de derrota, experimentó una gran
bendición espiritual. ¡Vio que aún Dios ocupaba el trono del cielo! Nótese la
visión triple que Dios le dio a Isaías.
I. LA MIRADA HACIA ARRIBA: VIO AL SEÑOR (6.1–4)
Como todo ciudadano dedicado,
Isaías respetó mucho al rey Uzías. Durante cincuenta y dos años Uzías guió a
Judá en un programa de paz y prosperidad. Fue una época de expansión y logros.
Es triste que el rey se haya rebelado contra la Palabra de Dios y muriera
leproso (2 R 15.1–7; 2 Cr 26). Isaías se dio cuenta de que aunque la nación
prosperó desde el punto de vista material, espiritualmente estaba en terrible
condición. El crecimiento económico y paz temporal eran un barniz que recubría
el perverso corazón de la nación. ¿Qué le iba a ocurrir a Judá?
Dios hizo que Isaías levantara sus
ojos al trono del cielo, quitándolos de sí mismo y de su pueblo.
Quizás había confusión e inquietud
en la tierra, pero en el cielo había perfecta paz: Dios estaba sentado en poder
y gloria majestuosa. Tal vez la gente en la tierra recordaba la vergüenza de la
muerte de Uzías como leproso, pero en el cielo no había vergüenza ni sombra de
fracaso. Antes bien, los serafines decían: «Santo, santo, santo».
Juan 12.38–41 nos informa que
Isaías vio a Jesucristo en su gloria. Estaba en el trono del cielo y los serafines
le alababan. Su manto real llenaba el templo celestial y la casa se llenó del
humo de su ira contra el pecado (Sal 80.4). Sus criaturas angélicas, los
serafines («los de fuego»), le alababan por su santidad y gloria. «Toda la tierra
está llena de su gloria». Isaías no veía mucha gloria en esa época, ni la vemos
nosotros hoy. Más bien parece que la tierra está «llena de violencia» (Gn
6.11). Vemos los hechos desde la perspectiva humana; los ángeles los ven desde
el punto de vista de Dios. Un día, cuando Jesús reine, toda la tierra será
llena de su gloria (véanse Nm 14.21; Sal 72.19 y Hab 2.14). Véanse también
Isaías 11.9. «Jehová de los ejércitos» es el nombre favorito que usa Isaías
para Dios; lo usa sesenta y una veces.
El profeta también llama a Dios
«el Santo de Israel» veinticinco veces. Jehová es el Dios de la guerra santa,
el Dios que se opone al pecado y derrota al enemigo. Isaías necesitaba darse
cuenta de este hecho en un día cuando Judá al parecer estaba derrotado. Esta es
una buena lección práctica para los cristianos de hoy: cuando el día está
oscuro, alce sus ojos al cielo y vea a Cristo en el trono. «Jehová está en su santo
templo».
II. LA MIRADA HACIA EL INTERIOR: SE VIO A SÍ MISMO
(6.5–7)
Una verdadera visión de Dios y su
santidad siempre nos hacen percatarnos de nuestro pecado y fracaso. Job vio a
Dios y se arrepintió (Job 42.6); Pedro exclamó «soy pecador» cuando vio el
poder de Cristo (Lc 5.8). El farisaico rabí Saulo vio que su justicia no era
sino «basura» comparado con la gloria de Cristo (Hch 9 y Flp 3), y creyó y
llegó a ser el apóstol Pablo. Cuando los creyentes tienen una verdadera
experiencia con el Señor, no se vuelven arrogantes; más bien se vuelven
humildes y los quebranta.
Cuando Isaías confesó sus pecados,
mencionó especialmente sus labios inmundos. Por supuesto, los labios inmundos
son el producto de un corazón inmundo. El profeta sabía que no podía predicar
con fidelidad a menos que se preparara y el Señor lo limpiara. Qué diferente a
algunos cristianos que se precipitan a servir a Cristo antes de darse tiempo
para conocerlo y ser limpios. Dios suplió la necesidad del profeta: envió un
serafín que le limpiara con un carbón encendido del altar. ¡Qué trágico sería
tener el trono sin el altar! Habría convicción de pecado, pero no limpieza.
Nótese que fue más importante que el serafín equipara a Isaías para ganar
almas, que alabar a Dios. La verdadera adoración debe conducir al testimonio y
al servicio. Demasiados cristianos quieren aferrarse a la «experiencia espiritual»
con el Señor, antes que prepararse para salir y hablar a otros de Él.
Hay una maravillosa palabra de
aliento aquí: Dios rápidamente contesta la oración y nos limpia (1 Jn 1.9).
Anhela equiparnos para que le sirvamos.
III. LA MIRADA HACIA AFUERA: VIO LA NECESIDAD
(6.8–13)
Todo hasta este punto fue
preparación. Ahora Dios puede llamar a Isaías y usarlo para predicar su Palabra.
Ya al profeta no le preocupan sus necesidades; quiere hacer la voluntad de
Dios. No siente la carga del pecado; le han limpiado. Ha dejado de sentirse
desanimado; sabe que Dios está en el trono. Ahora está listo para salir a
trabajar.
El llamado es una evidencia de la
gracia de Dios. Él está dispuesto a usar a los seres humanos para realizar su
voluntad en la tierra. Es cierto que Dios pudiera enviar a uno de los serafines
y este obedecería al instante y a la perfección. Pero cuando se trata de
proclamar su Palabra, Él debe usar labios humanos. Hoy Dios llama aún a los
creyentes y, es triste, pero pocos responden. En el tiempo de Isaías sólo un
«remanente» obedecería. «Anda y di». Esta es la comisión que Dios nos da hoy.
«Me seréis testigos, hasta lo último de la tierra» (Hch 1.8). Dios no le dio
una misión fácil al profeta, porque la nación no estaba en condiciones de oír
sus mensajes de pecado y de juicio. En el capítulo 1 Dios describe a la nación
como un cuerpo enfermo, cubierto de heridas y llagas purulentas, y como un
animal obstinado y rebelde, demasiado ignorante como para oír a su amo. En el
capítulo 5 se compara a la nación con una hermosa viña que no dio buenas uvas.
Al leer los capítulos 1–5, comprenderá la carga que Dios le daba a Isaías.
La nación prosperaba; ¿por qué
predicar sobre el pecado? A las «damas de distinción» no les gustaría (3.16–26),
ni tampoco a los dirigentes (5.8). Cuando la gente está rica, llena y
satisfecha, no cree que el juicio se avecina.
Seis veces se citan los versículos
9–10 en el NT: Mateo 13.13–15, Marcos 4.12, Lucas 8.10, Juan 12.40, Hechos
28.25–28 y Romanos 11.8; lo que da un total de siete referencias. ¿Dice Dios
que ciega y condena a propósito? No, de ninguna manera. Lo que dice es que la
Palabra de Dios tiene este efecto endurecedor y cegador sobre los pecadores que
no quieren oír ni someterse. El sol que derrite el hielo también endurece el
barro. Nótense los pasos descendentes en Juan 12: no creían (v. 37); por consiguiente, no podían creer (v. 39); y así no creerán (v. 40), porque han sellado su condenación.
El siervo de Dios debe proclamar
la Palabra sin importar cómo responda la gente. Exigió gran fe de Isaías
obedecer tal mandato. «¿Cuánto tiempo debo predicar y por tanto producir estos
resultados trágicos?», preguntó. «Hasta que haya concluido mi juicio sobre la
tierra», responde el Señor. Esta clase de juicio se anuncia en 1.7–9 y 2.12–22.
Pero el Señor salvará un remanente, aun cuando la nación será llevada lejos en
cautiverio (vv. 12–13). Esta profecía se aplicaba a un futuro inmediato al cautiverio,
pero también representa las relaciones de Dios con Israel en los últimos días,
cuando un pequeño remanente de judíos creerá durante el período de la
tribulación. Isaías muestra a la nación como un árbol cortado; donde el tocón
queda y nuevos brotes crecen en él. Relacione esto con 11.1, la profecía del
«Renuevo: Jesucristo».
Cuando Isaías salió del templo
aquel día no era más un doliente; era un misionero. No era un simple
espectador; era un participante. Dios le equipó para que hiciera el trabajo:
Isaías vio al Señor, se vio a sí mismo y vio la necesidad. Al saber que Dios
estaba en el trono y que le había llamado y comisionado, estaba listo para
predicar la Palabra y ser fiel hasta la muerte. Qué ejemplo para seguir hoy.
7–12
Hay dos principios importantes a
tener en cuenta al estudiar la profecía del AT:
(1) los profetas
vieron la venida de Cristo en humillación y gloria, pero no vieron el período
entre estos dos sucesos: la era de la Iglesia (1 P 1.10–12); y que:
(2) cada profecía
brotó de una situación histórica definida, pero que miraba más allá de ese día
presente, al futuro.
Veremos estos principios en los
capítulos que tenemos delante. El profeta se refiere a una crisis en particular
en la historia de Judá: el ataque inminente de Israel (el reino del norte) y de
Siria; y le dice a la nación exactamente lo que ocurrirá. Dentro de estas profecías
Isaías también anunció la venida del Mesías. Nótense las profecías que da.
I. JUDÁ SERÁ LIBRADA DE SUS ENEMIGOS (7.1–16)
A. LA SITUACIÓN (VV. 1–2).
Asiria se fortalecía cada vez más
y amenazaba a las otras naciones, de modo que Israel y Siria unieron sus
fuerzas para protegerse. Querían que Judá se aliara a ellos, pero esta no quiso
hacerlo. En realidad Acaz estaba haciendo arreglos en secreto con Asiria para
que lo protegiera (2 R 16.1–9). La nación estaba asustada porque Siria e Israel
estaban a punto de atacarla y parecía que no había vía de escape.
B. LA PROMESA (VV. 3–9).
Dios envió a Isaías y a su hijo
Sear-jasub («el remanente volverá») a que hablara con el rey Acaz mientras este
inspeccionaba el acueducto de Jerusalén. Isaías le dio al rey un mensaje de
esperanza y confianza: «No temas a Siria e Israel, porque dentro de sesenta y
cinco años serán quebrantados». Esta profecía se cumplió: Asiria derrotó a
Siria (Damasco) en el 732 y a Israel (Efraín, Samaria) en el 721, dentro del
tiempo señalado.
C. LA SEÑAL (VV. 10–16).
Acaz fingió ser muy piadoso al
rehusar pedir señal de Dios. De modo que el Señor dejó a Acaz y le dio una
señal a toda la casa de David (v. 13). Esta señal se cumplió al final en el
nacimiento de Jesucristo (Mt 1.23). Nació de la virgen María y el Espíritu
Santo lo concibió (Lc 1.31–35). Decir que la palabra «virgen» en el versículo
14 significa «joven» es tergiversar las Escrituras. Su nombre era «Emanuel» que
significa «Dios con nosotros» (véanse 8.8 y 10). Jesucristo es Dios venido en
carne humana, pero sin pecado (Jn 1.14). No es un simple «buen hombre» o un
«gran maestro»; es el mismo Hijo de Dios. Negarlo es negar la Palabra de Dios
(1 Jn 4.1–6).
Es posible (pero no necesario) que
hubo algún tipo de cumplimiento inmediato de la profecía como una señal para el
rey y la nación. Esto no significa un nacimiento milagroso, puesto que sólo
Jesucristo nació de esta manera. Pero sí sugiere que una joven judía y virgen
se casaría y que dentro del siguiente año daría a luz a un niño. Antes de que
el niño llegara a la edad legal de responsabilidad (12 años), las naciones
enemigas, Israel y Siria, serían derrotadas. Si esta señal se dio en el 735
a.C., como quizás lo fue, la promesa se cumpliría para el 721. Como hemos
visto, Siria cayó en el 732 y Samaria en el 721.
Es posible que el «hijo-señal» le
nació a la esposa de Isaías; según se narra en 8.1–8. Esto significaría que la
primera esposa del profeta (la madre de Sear-jasub, 7.3) habría muerto y que el
profeta se casó con su segunda esposa poco después de pronunciar esta profecía.
A pesar de la incredulidad y argucias del rey Acaz (robó el templo para
sobornar a Asiria: 2 Cr 28.21, 24–25), Dios por su gracia libró a Judá de sus
enemigos. Pero esta quedó esclavizada a Asiria y sólo la intervención divina en
días de Ezequías libró a la nación (Véanse Is 36–37).
II. ISRAEL SERÁ DERROTADO POR ASIRIA (7.17–10.34)
Desde 7.17 y en adelante Isaías
habla a la apóstata Israel y a Peca, su rey. Advierte al reino del norte que
Asiria vendrá sobre ellos y los arruinará por completo, dejando a la tierra en
pobreza y ruina en lugar de abundancia y bendición. Fue en este punto que el
«hijo-señal» nació (8.1–4) y se le llamó Maher-salal-hasbaz: «El despojo se
apresura, la presa se precipita». Su nombre enfatiza la ruina que se avecinaba
sobre Samaria y Siria (8.4). La confederación de Israel con Siria no protegería
al pueblo (8.11–15); necesitaban unirse a Jehová y permitirle que fuera su roca
de fortaleza. Necesitaban volver a la ley (8.20).
En 9.1–7 Isaías da una segunda
predicción del Mesías que viene; Véanse Mateo 4.13–16. Las áreas mencionadas en
9.1 fueron las que más sufrieron cuando Asiria invadió a Israel, pero serían
las que verían la luz del Mesías. En los versículos 3–5 el profeta mira a los
años cuando Israel se regocijará, cuando las cargas le serán quitadas, cuando
las armas de guerra serán quemadas como combustible: el tiempo cuando
Jesucristo reinará como Príncipe de Paz. Véanse aquí la humanidad de Cristo («Un
niño nos es nacido») y la deidad de Cristo («Hijo nos es dado»). Entonces el
profeta salta de su humilde nacimiento a su glorioso reinado, cuando reinará
desde Jerusalén y habrá perfecta paz.
En 9.8–10.34 Isaías continúa
advirtiendo a Israel de la ruina que se avecinaba. También advierte a Asiria
que no se enorgullezca de sus victorias, porque no era sino un instrumento en
las manos de Dios.
Su día de derrota llegará también.
Podemos ver en Asiria un tipo del anticristo, el cual reunirá a todas las naciones
en contra de Jerusalén en la batalla del Armagedón. Así como Dios derrotó a
Asiria con su poder milagroso, derrotará a Satanás y a sus ejércitos unidos (Ap
19).
III. ISRAEL Y JUDÁ SE UNIRÁN EN EL REINO (11–12)
Nótese 11.12: las naciones
divididas un día se unirán y volverán a su tierra en paz. En 11.1–3 tenemos un
cuadro de Jesucristo: «el vástago» o «retoño». En 6.13 vimos que la nación fue
«derribada» como árbol, quedando sólo el tronco; ahora vemos a Cristo brotando
del trono para salvar al pueblo.
Jesucristo es el descendiente
legal de David; está enraizado en Judá como judío. Se le llama «el renuevo de
Jehová» en 4.2; «renuevo justo» en Jeremías 23.5; «mi siervo el Renuevo» en
Zacarías 3.8; y «el varón cuyo nombre es el Renuevo» en Zacarías 6.12. La
palabra hebrea netzer («renuevo»,
«rama») se identifica con el nombre dado a Jesús en Mateo 2.23: el «nazareno».
Los cuatro Evangelios describen al
«Renuevo» como sigue: Mateo, la
vara justa de David (Jer 23.5); Marcos,
mi siervo el Renuevo (Zacarías 3.8); Lucas,
el varón cuyo nombre es el Renuevo (Zacarías 6.12); y Juan, el Renuevo de Jehová (Is 4.2). Así Jesucristo un día
cumplirá las promesas del AT que Dios dio a los judíos y reinará sobre su reino
en gloria y victoria (Ro 15.8–12). Vemos a las tres Personas de la Deidad en
11.2: «Y reposará sobre Él [Cristo] el Espíritu de Jehová [el Señor]».
Aquí hay un ministerio séptuple
del Espíritu. Sin duda el Espíritu Santo dio poder a Cristo en su ministerio
aquí en la tierra (Jn 3.34); y el Espíritu también nos dará poder hoy para
prepararnos para servir a Cristo y glorificarle (Hch 1.8). A partir de 11.4
tenemos una descripción del glorioso reino que Cristo establecerá cuando vuelva
para reinar. Será un tiempo de juicio justo cuando el pecado se juzgará inmediatamente.
La naturaleza se restaurará (Ro 8.18–25) y no habrá más maldición. La violencia
y la guerra serán cosa del pasado. «La tierra será llena del conocimiento de
Jehová» (v. 9); véanse Isaías 6.3 y Habacuc 2.14. Por favor, no «espiritualice»
estas promesas. Arrebatárselas al judío y aplicarlas a la Iglesia es
tergiversar las Escrituras. Estas son promesas literales de un reino literal sobre
el cual Cristo reinará un día.
En 11.10 se nos dice que Cristo
llamará tanto a gentiles como a judíos. El milagro del cruce del Mar Rojo en el
éxodo se repetirá en los últimos días, de modo que Israel regresará a su tierra
(11.11–16). Antes la gente se reía de estas promesas, pero ahora que Israel
posee su tierra y la ciudad santa, su cumplimiento parece cerca. El capítulo 12
es el canto de victoria de la nación. Entonaron este canto cuando fueron
librados de Egipto (Éx 15.2) y también al regresar después del exilio para
reconstruir el templo (Sal 118.14). Cantarán de nuevo cuando regresen a su
tierra en victoria y gloria, cuando Jesús reine sobre un mundo de paz y
prosperidad.
40–66
A Isaías 40–66 a menudo se le ha
llamado la «sección del Nuevo Testamento» del libro. Tiene veinte y siete
capítulos, en forma similar a los veinte y siete libros del NT. Empieza con el ministerio
de Juan el Bautista (40.3–4 con Mt 3.1–3) y su énfasis está en Cristo y la
salvación. En el mismo corazón de esta sección está el capítulo 53, la más
grande predicción del AT acerca de la muerte de Cristo en la cruz.
Mientras que Isaías 1–39 enfatiza
el juicio de Dios sobre su pueblo, Isaías 40–66 hace resonar una nota de
consuelo y redención. Se escribió para animar al remanente judío acerca de su
futura liberación del cautiverio babilónico después de setenta años de
cautividad. Isaías escribió esta asombrosa profecía más de ciento cincuenta
años antes de que el remanente siquiera la necesitara como aliento.
Al leer estos capítulos notará que
se destacan varias ideas. La primera es el constante énfasis: «No temas».
Véanse 41.10, 13–14; 43.1, 5; 44.2, 8. ¿Qué temían los judíos? Temían a las
grandes naciones gentiles que avanzaban conquistando el mundo. Asiria conquistó
a Israel; Babilonia capturó a Judá y ahora un nuevo imperio, los persas,
surgían en la escena. Y todas estas naciones adoraban ídolos. «Si estas
naciones tienen tal victoria», argüían algunos judíos, «sus dioses deben ser
verdaderos y en Jehová no se puede confiar». Esto lleva a la segunda idea
principal: ¡la grandeza de Dios y la falsedad de los ídolos paganos! Léanse con
cuidado 40.18–20; 41.6–7, 29; 42.8, 17; 43.10–12; 44.9–20 (una acusadora
exposición de la insensatez de adorar ídolos); 45.16, 20; 46.1–2, 5–7. Por
favor, note cuánto se repite que Dios es fiel y que no hay nadie que se pueda
comparar a Él (40.18, 25; 43.10–11; 44.6, 8; 45.5–6, 14). En cada uno de estos
capítulos Isaías expone la insensatez de los ídolos y exalta la grandeza de
Jehová. El remanente judío no debía temer: Dios era lo suficiente grandioso.
La tercera idea principal se
relaciona con Ciro, rey de Persia, el hombre que Dios levantó para conquistar a
Babilonia y permitir que los judíos volvieran a su tierra (léanse 41.2–5, 25;
44.28–45.4; 47.11). Este es el Ciro mencionado en Esdras 1.1; reinó alrededor
del 559 al 529 a.C. El hecho de que Isaías lo llama por nombre dos siglos antes
de que naciera es otra prueba de la inspiración divina de la Biblia. También se
mencionó al rey Josías cientos de años antes de su nacimiento (1 R 13.2 y 2 R 23.15–18).
Al leer estos capítulos tenga
presente que tienen un cumplimiento inmediato en Ciro y el regreso del
remanente desde Babilonia, y también uno superior en Jesucristo y la redención
que tenemos en Él.
La maravillosa liberación de
Babilonia representa la redención que Cristo compró para nosotros en la cruz.
En este sentido, el rey Ciro, a pesar de ser un gobernante pagano, es un tipo
de Cristo, nuestro Redentor (45.1–4). Isaías 42.1–9 presenta a Cristo como el
siervo obediente de Dios, trayendo gloria a los judíos y salvación a los
gentiles. Compárense estos versículos con Mateo 12.18–20. Con estos
antecedentes podemos mirar estos capítulos y ver cómo Dios se revela a su
pueblo y les anima a confiar en Él. Dios les revela varios aspectos de su
grandeza.
I. LA GRANDEZA DE SU PERSONA (40)
Este capítulo contrasta la
grandeza de Dios con la debilidad del hombre (vv. 6–8) y los ídolos (vv. 8–20).
¿Cómo podría este endeble remanente judío volver alguna vez a su tierra y
establecer de nuevo la nación? Dios iría delante de ellos y les abriría el
camino (vv. 3–5). En Mateo 3.3 esta promesa se aplica a Juan preparando el
camino para la llegada de Cristo. «No se miren a ustedes mismos», dice el profeta
en los versículos 9–17. «Miren a su Dios. Él es el creador del universo. ¿No es
Él capaz de fortalecerlos y sostenerlos?» Nótese la bendita promesa en los
versículos 28–31.
II. LA GRANDEZA DE SU PROPÓSITO (41)
Jehová no es simplemente el Dios
de los judíos; es el que controla a las naciones. Levantará a Ciro del este
(Persia, v. 2) pero lo traerá desde el norte (después que conquiste a los
medos, v. 25). Las naciones temblarán y se volverán a sus ídolos, pero estos no
podrán librarlas (vv. 3–7). Dios tiene un propósito en el ascenso y caída de
las naciones; Israel no tenía que temer (vv. 10, 13–14) porque Dios estaba con
ellos y realizaba sus propósitos (Ro 8.28). ¡Él convertiría el «gusano» en
«trillo» y movería montañas! Los ídolos no tenían propósitos; no podían planear
ni controlar los acontecimientos futuros (vv. 21–24).
III. LA GRANDEZA DE SU PERDÓN (42–43)
En 42.1–9 se nos presenta a
Jesucristo (Mt 12.18–20) según vemos su primera venida en humildad y gracia, y
su segunda venida en poder y juicio. Entre estos dos acontecimientos tenemos la
presente edad de la Iglesia. Dios permitió que capturaran y llevaran al exilio
a los judíos para castigarlos por sus pecados (42.18–25), pero su cautiverio no
será para siempre. Él vendrá en juicio y destruirá a Babilonia (42.10–17),
usando a Ciro como su instrumento. El capítulo 43 asegura a Israel: «No temas;
yo estoy contigo». Su liberación los haría testigos al mundo respecto a la
gracia y al poder de Dios (43.10, 12).
Pero Isaías regaña a la nación por
haberse olvidado de Dios (43.22–27); y sin embargo en su gracia Dios les
perdonaría sus pecados (43.25). Es posible aplicar estas promesas de perdón al
remanente futuro judío durante el período de la tribulación.
IV. LA GRANDEZA DE SUS PROMESAS (44–45)
Nótese en estos capítulos la
repetición de las afirmaciones futuras. Aquí Dios le promete a la nación su
ayuda y bendiciones. En 44.1–8 promete restaurarlos a su tierra, bendecir la
tierra y reinar como su Rey. Por supuesto, la nación debe arrepentirse de sus
pecados antes de que Dios restaure y perdone (44.21–23). En 44.9–20 el profeta
de nuevo expresa la insensatez de los ídolos paganos: un hombre corta un árbol,
usa parte del mismo como leña y el resto para hacerse un dios. Jehová es el
Dios que hace promesas y las guarda; los ídolos no son sino mentiras
(44.18–20). En 44.24–45.8 tenemos otra promesa de liberación por medio de Ciro.
Los sacerdotes paganos y
hechiceros pueden prometer derrota (44.25), pero Dios frustrará sus mentiras y
le dará a Ciro la victoria. Judá se habitará otra vez y Jerusalén se
reconstruirá. Esto se cumplió en Esdras 1. En 45.1–3 Isaías incluso dice cómo
Ciro capturará la invencible fortaleza de Babilonia: secará uno de los ríos que
corren por el interior de la ciudad y entrará por debajo de sus puertas. La
historia narra este suceso, pero la profecía se anunció cientos de años antes
de que ocurriera. ¿Puede alguien frustrar u oponerse a las promesas y a los propósitos
de Dios? (45.5–10) No. Dios levantaría a Ciro para que reconstruyera su ciudad
(45.13); le daría a Ciro otras naciones como recompensa por servir a Dios
(45.14). Los ídolos quedarán confundidos, pero Dios será glorificado
(45.16–19). Nótese en 45.17 que lo histórico se amalgama con lo eterno: será
una salvación eterna. Aquí el profeta Isaías mira a través de los siglos a la
salvación que tenemos en Cristo (45.22), así como a la futura liberación de
Israel y el establecimiento del reino.
V. LA GRANDEZA DE SU PODER (46–48)
Estos capítulos describen la
completa ruina de Babilonia. Cuando Isaías habló y escribió estas palabras,
Babilonia aún no era un gran poder mundial. Algunos de los judíos deben haberse
quedado perplejos por este mensaje. Pero Babilonia en efecto ascendió al poder
y en realidad conquistó Judá.
Sin embargo, Dios un día
conquistaría a Babilonia y sus falsos dioses irían al cautiverio. En lugar de que
los dioses paganos llevaran a su pueblo, la gente llevaría a sus dioses
(46.5–7). Pero Dios llevaría a su pueblo (46.3–4) y traería salvación a Sion.
El «ave» de 46.11 es Ciro, por supuesto. Léanse los capítulos 47–48 para ver
cómo el poder de Dios destruiría a la gran nación de Babilonia.
«No temas» es la gran promesa de
Dios para nosotros como cristianos neotestamentarios. Él es más grande que
Satanás y que este mundo; de modo que no tenemos por qué temer. Él tiene un
propósito para nuestras vidas y lo cumplirá si confiamos en Él. Él nos
perdonará nuestros pecados y guardará sus promesas.
53
Este capítulo es el mismo corazón
de Isaías 40–66 y nos lleva a la cruz. Que estos versículos se aplican a
Jesucristo queda demostrado en Juan 12.38, Mateo 8.17, Hechos 8.32–35, Marcos
15.28, Lucas 22.37, Romanos 10.16 y 1 Pedro 2.24. En el NT se cita o se hace al
menos ochenta y cinco referencias a Isaías 53.
La profecía empieza con 52.13–15.
El versículo 13 nos habla de la exaltación de Cristo y el resto de la sección
trata de su humillación. Como nos informa 1 Pedro 1.10–11, esta extraña
«contradicción» dejaba perplejos a los profetas del AT. No se percataban de que
habría un período largo entre la venida del Mesías como Siervo sufriente para
morir y su venida como el Soberano Exaltado para reinar. El versículo 14 nos
informa que los sufrimientos físicos de Cristo le hicieron parecer inhumano, a
tal punto que los hombres se asombraron de Él. Pero cuando vuelva por segunda
vez (v. 15), el mundo entero quedará «asombrado, pasmado». Véanse Zacarías
12.9–10 y Apocalipsis 1.7. La primera vez que vino asombró a unas pocas
personas en Palestina; la próxima vez que venga asombrará al mundo entero.
Ahora pasemos al capítulo siguiente. Traza la vida y ministerio de Cristo.
I. SU RECHAZO (53.1–3)
Ahora se anuncia la incredulidad
de Israel: le vieron, le oyeron, pero no confiaron en Él (Jn 1.11; 12.37–38).
Hubo un rechazo triple: rechazaron sus palabras, su «anuncio» y sus obras, «el
brazo de Jehová». Véanse especialmente Juan 12.37–40. En 6.9–10 se le advirtió
al profeta respecto a esta dureza de corazón.
El tercer foco de rechazo fue su
persona (v. 2). No nació en un palacio; nació en un establo de Belén y creció
en el despreciado pueblo de Nazaret (Jn 1.43–46). La palabra «renuevo»
significa literalmente «un pequeño arbusto», tal como el que brotaría de una
rama baja. En otras palabras, Cristo no era un gran árbol, sino un arbusto
humilde. Véanse Isaías 11.1. Cuando apareció, la nación estaba espiritualmente
desolada y seca. Tenían su forma de religión, pero no tenían vida, y debido a
que Él trajo vida, le rechazaron. Qué Hombre más asombroso, humano («subirá», o
crecerá), y sin embargo divino. Esto ofendió a los judíos que no podían creer
que Dios vendría en forma de siervo (Mc 6.1–3).
Su apariencia física no era
inusual; no había esplendor ni atractivo humano especial al ojo humano. Por supuesto,
para quienes le conocieron, Él es el más hermoso de todos (Sal 45.1). Lo
despreciaron (no lo querían, lo menospreciaban), rechazaron (lo olvidaron sus
discípulos, su nación y su mundo), estimaron en poco (no lo valoraron mucho, no
lo quisieron). Sin embargo, Él hizo el bien y ayudó al desvalido. Esto sólo
muestra la perversidad del ser humano que trata así al mismo Hijo de Dios.
II. SU REDENCIÓN (53.4–6)
¿Por qué un hombre inocente como
Jesucristo sufrió tan terrible muerte en la cruz? Estos versículos explican el
porqué: Tomó el lugar de los pecadores y llevó el juicio en lugar de ellos.
Véanse 1 Pedro 2.24 y 2 Corintios 5.21. Nótese el precio que pagó: (1) herido,
traspasado, refiriéndose a su muerte en la cruz, horadado por los clavos: Juan
19.37, Zacarías 12.10; molido, que significa «aplastado» como debajo de una
carga, el peso del pecado que le pusieron; (3) castigado, como si hubiera
quebrantado la ley, en este caso con las llagas de la flagelación.
Pero estos sufrimientos físicos no
eran nada comparados al sufrimiento espiritual de la cruz, donde llevó nuestros
pecados (vv. 5, 8), rebelión y quebrantamiento deliberado de la ley de Dios;
nuestras iniquidades (vv. 5–6), lo torcido de nuestra naturaleza; y nuestros
dolores y aflicciones (v. 4), nuestras calamidades y los resultados infelices
de nuestros pecados. Somos pecadores de nacimiento («todos nosotros nos
descarriamos como ovejas») y por elección («cada cual se apartó por su camino»).
Véanse Salmo 58.3 y Romanos 5.12. El versículo 6 empieza con el «todos» de la
condenación, pero termina con el «todos» de la salvación. Él murió por todos.
Estos versículos son el mismo corazón del evangelio: «Cristo murió por nuestros pecados».
III. SU RESIGNACIÓN (53.7–9)
No lo trataron con justicia; lo
oprimieron, vejaron, trataron con rigor. Sin embargo, ni se quejó ni clamó. Se
mofaron de Él y le llevaron de un lugar a otro, mas Él permaneció en silencio y
manso como un cordero. Fue el «Cordero de Dios» que vino para quitar los
pecados del mundo (Jn 1.29). El versículo 8 sugiere que lo arrebataron de la
prisión y no permitieron que se le hiciera justicia. Véanse Hechos 8.33 y Mateo
27.22–31. El juicio fue «arreglado» y todo el asunto fue ilegal. Sin embargo,
su «generación» no protestó; sus discípulos le abandonaron y huyeron. Y su
muerte no fue nada gloriosa; lo «cortaron» de la ciudad como a un leproso
inmundo proscrito. A pesar de este tratamiento ilegal e inhumano, Jesucristo no
protestó ni arguyó. ¿Por qué? Porque vino a morir por el pueblo. A Barrabás, el
criminal, lo trataron con más bondad que a Jesús el Hijo de Dios.
El versículo 9 debería decir:
«Dispusieron su sepultura con los impíos, mas fue rico en su muerte».
Si no hubiera sido por Nicodemo y
José, hubieran sepultado el cuerpo de Jesús en un «campo del alfarero» o
arrojado en el basurero (Jn 19.38–42). Dios le prometió a su Hijo un «sepulcro
en el huerto» y esto se cumplió. «Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su
boca». Los hombres fueron injustos, pero Dios fue justo. Qué ejemplo de lo que
Jesús es para nosotros cuando nos sometemos por completo a la voluntad de Dios
(1 P 2.18–25). Cuando los hombres nos tratan injustamente (y lo harán debido a que
seguimos a Cristo), debemos glorificar al Señor sometiéndonos a su voluntad.
VI. SU RECOMPENSA (53.10–12)
Todo esto lo planeó Dios y su plan
fue un completo éxito. Véanse 52.13 y 42.1–4, donde comprobamos el éxito de la
obra del Salvador. Estos versículos del capítulo 53 nos muestran el lado divino
de la cruz: Su muerte «agradó al Señor». ¿Significa esto que el Padre se
regocijó de los sufrimientos y muerte de su Hijo? No. Pero le agradó ver la
obra de salvación completa, el sacrificio aceptado y el pecado expiado. Ahora
un Dios santo podía, en su gracia, salvar a los pecadores inmerecedores. Aun
cuando Cristo fue inmolado por las manos impías de los hombres, sus obras
fueron anuladas para lograr el propósito de Dios (Hch 2.22–24). La muerte de
Cristo no fue un «ejemplo moral»; fue una ofrenda por el pecado (v. 10). Murió
en nuestro lugar.
¿Cuál fue la recompensa de Cristo,
aparte del gozo de haber hecho la voluntad de su Padre? Fue levantado de los
muertos («vivirá por largos días») y se le dio una familia espiritual («verá
linaje»). El versículo 11 presenta el cuadro de una familia espiritual, porque
describe la «aflicción» de su alma en la cruz. Véanse Salmo 22.30 y Hebreos
2.13. En Isaías 9.6 a Cristo se le llama «Padre Eterno» y esta es la razón: Su
muerte y aflicción en la cruz hicieron posible la familia de Dios de pecadores
salvos. Estas son personas a quienes Él ha justificado, declarado justos
mediante su gracia.
El versículo 12 presenta otra
recompensa del siervo fiel: una herencia del Padre. Ha conquistado el pecado y
a Satanás; ahora divide los despojos (Ef 4.8). Cuando estaba en la tierra, a
Cristo lo estimaron en poco, pero ahora se le cataloga «con los grandes». Los
reyes se inclinarán ante Él (52.13, 15; Sal 72.8–11; Ap 19.14). El Salmo 2
describe cómo Cristo un día pedirá su herencia.
Las afirmaciones finales nos
llevan de nuevo a la cruz. Cristo fue contado con los transgresores: fue crucificado
entre dos ladrones y tratado como un criminal (Mt 27.38). Intercedió por los
transgresores, orando por ellos (Lc 23.34, 43). No abrió su boca cuando los
hombres cruelmente le denostaban, pero ahora habla a favor de los pecadores
perdidos. Y hoy intercede por los suyos (Ro 8.34). No hay juicio sobre ellos
debido a que Él lo llevó todo. ¿Ha confiado en Él como su Salvador?
60–66
Estos capítulos describen el
glorioso reino que Jesucristo establecerá cuando vuelva a la tierra a reinar.
La palabra «gloria», en sus
diversas formas, se halla veinticuatro veces en estos capítulos. Sin duda no había
ninguna gloria en Israel ni en Judá cuando terminó el cautiverio babilónico y
el debilitado remanente volvió a su tierra. Qué desalentador debe haber sido
regresar a una tierra agostada por la guerra, a la ciudad con las murallas
destrozadas y las puertas quemadas por el fuego, y a un templo dejado en
ruinas. Pero Isaías miraba a través de los años y veía una «ciudad santa»
gloriosa, con un templo glorioso (60.7; Véanse 64.11), y murallas y puertas
reconstruidas (60.10–11). Israel era burla de las naciones gentiles, pero sería
el centro de la tierra, el mismo trono de Dios; y los gentiles vendrían a Jerusalén
y adorarían al verdadero Dios (véanse 60.3, 5, 11, 16; 61.6, 9; 62.2; 66.12,
19). Estas promesas de la gloria futura de la nación serían un gran estímulo
para los judíos al regresar a su tierra después del cautiverio. Nótense en
estos capítulos cuatro cuadros maravillosos de la nación restaurada.
I. UN GLORIOSO AMANECER (60)
A. NACE EL NUEVO DÍA (VV. 1–9).
Qué sombrío era todo para los
judíos en los días de Isaías y cuánto más oscuro será durante la tribulación,
cuando la nación sufra bajo las manos del anticristo y las naciones gentiles.
Pero las tinieblas acabarán con el regreso de Cristo. El Señor mismo aparecerá
a los judíos: «Mirarán a mí, a quien traspasaron» (Zac 12.10; Ap 1.7). En ese
día Israel participará de la gloria de Cristo cuando Él reine sobre el trono de
David, y la Iglesia reine con Él en su reino. Isaías ve a las naciones gentiles
viniendo a Jerusalén en paz, no en guerra, y a Israel participando de la
riqueza de las naciones (vv. 3–9). Algunos aplican el versículo 5 al Mar
Muerto, porque incluso hoy los judíos extraen algo de riqueza de esta masa de
agua. Hoy las naciones están contra Jerusalén; ha sido el centro de oposición
mundial.
Pero en el día que Cristo restaure
la gloria a Israel, los gentiles se postrarán en paz.
B. LAS BENDICIONES ABUNDAN (VV. 10–22).
La nación se reconstruirá y las
puertas nunca se cerrarán por el peligro. El reino milenial (mil años, Ap
20.4–5) será un tiempo de paz y prosperidad para todo el mundo. Será «un nuevo
día» para la humanidad cuando el Sol de Justicia, Jesucristo, vuelva (Mal
4.1–3). No aplique estas promesas a los cristianos de hoy, espiritualizándolas
o convirtiéndolas en símbolos. Se cumplirán literalmente en la tierra de Israel
cuando Jesús vuelva. Como cristianos neotestamentarios esperamos «la estrella resplandeciente
de la mañana» (Ap 22.16) que precede a la aurora; porque Cristo vendrá en el
aire a buscar a su Iglesia y nos llevará al cielo antes de que sus juicios
caigan sobre el mundo.
II. UNA BODA GOZOSA (61–62)
Cristo leyó en la sinagoga de
Nazaret Isaías 61.1–2 (Lc 4.16–21), y se aplicó a sí mismo las palabras. Vino
para satisfacer las necesidades espirituales del pueblo y a «proclamar el año
agradable del Señor». Allí se detuvo en su lectura, porque «el día de venganza»
no vendrá sino en la tribulación (Véanse 63.1–4). Hoy vivimos en el «año de la
buena voluntad», el día de la gracia. Por supuesto, Isaías habla aquí del
ministerio del Señor a Israel, cuando vuelva para convertir su «funeral» en una
«boda» gozosa. El versículo 3 describe a los dolientes secando sus lágrimas y
vistiéndose de ropas festivas en lugar de su luto. El versículo 10 describe a
la nación regocijándose como lo hacen la novia y el novio.
Israel se «casó» con Jehová en el
monte Sinaí, cuando Él les dio la ley. Pero la nación fue infiel y se fue tras
los dioses de otras naciones. Debido a su «adulterio espiritual» la nación fue
enviada al cautiverio, pero incluso esto no la curó de sus pecados. Hoy Israel
es una «esposa desamparada», pero cuando Cristo vuelva y la nación sea
limpiada, de nuevo «se casará» con Jehová. Isaías 62.4 promete que no será
«desamparada» o «desolada»; más bien será llamada «Hefzi-bá»: «Mi deleite está
en ella», y «Beula»: «Desposada». El versículo 5 describe al Señor
regocijándose por su esposa restaurada. No confunda esto con la Iglesia, la
Novia de Cristo (2 Co 11.1–2. Véanse Oseas 2, Isaías 50.1 y 54.1.
III. UNA VICTORIA JUSTA (63–64)
En 63.1–6 tenemos a Cristo como el
Guerrero salpicado de sangre, regresando de su victoria sobre las naciones en
la batalla del Armagedón (Ap 19.11–21). Su victoria se ilustra como un labrador
que exprime el jugo en el lagar. El primer milagro de Cristo en la tierra fue
convertir el agua en vino; su última victoria antes de establecer su reino en
la tierra será pisar el lagar de su ira. ¿Por qué Cristo derrotará a las
naciones que tratan de destruir a los judíos? Debido a su gracia y fidelidad
(vv. 7–9).
Cuando Isaías consideró la bondad
de Dios hacia Israel, a pesar de su rebelión, tuvo que clamar en oración por el
limpiamiento de la nación (63.15–64.12). Cuánto anhelaba ver a Dios obrar poderosamente
como lo hizo en el pasado. El templo estaba profanado y la nación lo poseyó tan
solo durante unos pocos años (63.18). Isaías destaca sus pecados: impureza
(64.5–6), despreocupación (64.7) y obstinación (64.8). Cuando Jesús entró en
Jerusalén, entró en paz sobre un asno. Cuando venga a la tierra por segunda vez
cabalgará en majestad en un caballo blanco. Y las naciones sabrán que el Príncipe
de Paz es también Varón de Guerra, juzgando el pecado y librando a su pueblo.
V. UN NACIMIENTO MARAVILLOSO (65–66)
Dios describe lo que su voluntad
hará cuando el reino se establezca en la tierra. Le recuerda a la nación sus
pecados (65.1–7) y le reprende anunciando su salvación a los gentiles (Ro
10.19–21). El AT prometía salvación a los gentiles, pero no revelaba que los
creyentes judíos y gentiles serían hechos un solo cuerpo, la Iglesia. La nación
merecía destrucción, pero Dios la preservaría (65.8). Su remanente fiel
heredaría la tierra, mas los incrédulos serían cortados (64.9–17). Isaías
65.18–25 describe las bendiciones del Reino cuando Jerusalén es el centro de la
tierra.
Había una larga vida (65.20); la muerte
no se destruirá sino hasta después de la edad del Reino, cuando Satanás es
finalmente juzgado (Ap 20.7–14; 1 Co 15.26). La gente trabajará en sus labores
en paz y felicidad, y verán sus labores cumplidas. La naturaleza estará en paz
(65.25; Véanse Ro 8.18–24). Qué glorioso será ese día. En 66.7–9 tenemos el
nacimiento milagroso de una nueva nación. El Israel «político» nació el 14 de
mayo de 1948, pero es una nación en incredulidad. El «Israel justo» nacerá
cuando Jesús regrese y le vea y confíe en Él. El período de la tribulación será
el «tiempo de angustia para Jacob» (Jer 30.7), cuando la nación «estará de
parto» por el dolor. Será un tiempo cuando Dios purgará a Israel y un remanente
creyente será librado para establecer el Reino. Al Israel actual le llevó años
de «parto» político para llegar a ser una nación, pero la nación restaurada
nacerá en un solo día cuando vean a Cristo. El nacimiento se anuncia en 66.7–9;
el gozo del nacimiento en 66.10. Pero en lugar del «bebé» que se nutre de
otros, Israel proveerá bendiciones a las otras naciones (66.11–12). Y Jehová
Dios será la «madre» de la nueva nación (66.13) y dará gozo y bendición a toda
la tierra.
Nótese en 66.7 que antes del «parto» de la tribulación,
la nación dará a luz a Cristo. Véanse Apocalipsis 12.1–6. Hay, entonces, dos
nacimientos aquí: el nacimiento de Cristo, el Hombre-Niño (66.7) y el
nacimiento de la nación restaurada después de la tribulación (vv. 8–9). Tenga
presente el orden de los sucesos:
(1) el
Arrebatamiento de la Iglesia (1 Ts 4.13–18);
(2) el
levantamiento del anticristo (2 Ts 2);
(3) la ruptura
del pacto de siete años del anticristo con los judíos (Dn 9.27) después de tres
años y medio;
(4) el
derramamiento de la ira de Dios sobre el mundo (Mt 24.15–28) para juzgar a los
gentiles y purificar a Israel;
(5) el regreso de
Cristo con la Iglesia a la tierra para derrotar a las naciones (Ap 19.11–21,
Armagedón); y entonces:
(6) el
establecimiento del reino milenial (Ap 20.1–6).