1ª, 2ª, Y 3ª DE JUAN

(gr., Ioannes; heb., Yohanan, Jehovah ha sido misericordioso).
Fue escrita para asegurar a los creyentes de la realidad de la *encarnación, y para prevenirles contra los falsos maestros que pretendían ser perfectos (aunque eran inmorales) y que enseñaban que Jesús no había sido realmente un hombre. Juan enfatizó la necesidad de que los creyentes amaran a Dios y se amaran unos a otros.
Esta epístola es un discurso sobre los principios doctrinales y prácticos del cristianismo. La intención evidente es refutar las bases, los principios y las prácticas impías y erróneas y advertir contra ellas, especialmente contra las que rebajan la Deidad de Cristo, y la realidad y el poder de sus padecimientos y muerte como sacrificio expiatorio; también, contra lo que se afirma, que los creyentes no tienen que obedecer los mandamientos una vez salvados por gracia.
Esta epístola también estimula a todos los que profesan conocer a Dios a que tengan comunión con Él, crean en Él, y que anden en santidad, no en pecado, demostrando que una profesión puramente externa es nada sin la evidencia de una vida y conducta santa. También ayuda estimular y animar a los cristianos de verdad a tener comunión con Dios y el Señor Jesucristo, a la constancia en la fe verdadera y a la pureza de vida.
BOSQUEJO SUGERIDO DE 1 JUAN
Introducción: La realidad de Jesucristo (1.1–4)
I. Las pruebas de la comunión: Dios es luz (1.5–2.29)
A. La prueba de la obediencia (1.5–2.6)
B. La prueba del amor (2.7–17)
C. La prueba de la verdad (2.18–29)
II. Las pruebas de la calidad de hijos: Dios es amor (3–5)
A. La prueba de la obediencia (3.1–24)
B. La prueba del amor (4.1–21)
C. La prueba de la verdad (5.1–21)
Primera de Juan está construida alrededor de la repetición de tres temas principales: luz versus tinieblas, amor versus odio y verdad versus error. Estas tres «hebras» se entretejen en toda la carta, dificultando la elaboración de un bosquejo simple. El bosquejo que se indica arriba se basa en la lección principal de cada sección, aun cuando el estudiante atento verá que los tres temas se entremezclan. En estos días cuando muchos cristianos piensan que tienen comunión con Dios, pero no la tienen, y cuando muchos religiosos piensan que son verdaderos hijos de Dios, pero no lo son, es importante que apliquemos estas pruebas y examinemos con cuidado nuestras vidas.
NOTAS PRELIMINARES 1 JUAN
I. EL ESCRITOR
El Espíritu usó al apóstol Juan para darnos el Evangelio según Juan, tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Estas tres obras se complementan mutuamente y nos dan un cuadro completo de la vida cristiana.
EL EVANGELIO DE JUAN
LAS EPÍSTOLAS DE JUAN EL APOCALIPSIS DE JUAN
Énfasis en la salvación
Énfasis en la santificación Énfasis en la glorificación
Historia pasada Experiencia presente Esperanza futura Cristo murió por nosotros
Cristo vive en nosotros Cristo viene por nosotros
El Verbo se hizo carne
El Verbo hecho real en nosotros El Verbo conquistando
II. OBJETIVO
Juan indica cinco propósitos para escribir su primera epístola:
A. QUE TENGAMOS COMUNIÓN (1.3).
«Comunión» es el tema clave de los dos primeros capítulos (Véanse 1.3, 6, 7). Tiene que ver con nuestra comunión con Cristo, no con nuestra unión con Cristo, lo cual es asunto de nuestra calidad de hijos. Nuestra comunión diaria cambia; nuestra condición de hijos sigue siendo la misma.
B. QUE TENGAMOS GOZO (1.4).
La palabra «gozo» se usa aquí solamente, pero la bendición del gozo se ve en toda la carta. El gozo es el resultado de una comunión íntima con Cristo.
C. QUE NO PEQUEMOS (2.1, 2).
La pena del pecado queda resuelta cuando el pecador confía en Cristo, pero el poder del pecado sobre la vida diaria es otro asunto. Primera de Juan explica cómo podemos tener victoria sobre el pecado y cómo recibir perdón cuando pecamos.
D. QUE VENZAMOS EL ERROR (2.26).
Juan enfrentaba las falsas enseñanzas de su día, así como nosotros enfrentamos hoy a falsos maestros (2 P 2). Los falsos maestros de la época de Juan argumentaban que:
(1) la materia es mala, por consiguiente Cristo no vino en carne;
(2) Cristo sólo parecía ser un hombre verdadero;
(3) conocer la verdad es más importante que vivirla; y:
(4) nada más que unas «pocas personas espirituales» podían entender las verdades espirituales.
Al leer esta epístola verá que Juan enfatiza que:
(1) la materia no es mala, sino que la naturaleza del hombre es la pecaminosa;
(2) Jesucristo tenía un cuerpo verdadero y experimentó una muerte real;
(3) no es suficiente «decir» que creemos, debemos practicarlo; y:
(4) todos los cristianos tienen una unción de Dios y pueden conocer la verdad.
E. QUE TENGAMOS SEGURIDAD (5.13).
En su Evangelio, Juan nos dice cómo ser salvos (Jn 20.31), pero en esta epístola nos dice cómo estar seguros de que somos salvos. La carta es una serie de «pruebas» que los cristianos pueden usar para examinar su comunión (caps. 1–2) y su calidad de hijos (caps. 3–5). Nótese que el énfasis de los capítulos 3–5 es que hemos nacido de Dios (3.9; 4.7; 5.1, 4, 18).
III. ANÁLISIS
Estudie el bosquejo sugerido y verá que se destacan dos divisiones en la carta: los capítulos 1–2 enfatizan la comunión y los capítulos 3–5 enfatizan la condición de hijos. En cada una de estas secciones Juan nos da tres «pruebas» básicas: obediencia (andar en la luz), amor (andar en amor) y verdad (andar en la verdad). En otras palabras, puedo saber que estoy en comunión con Dios mediante Cristo si no tengo algún pecado conocido en mi vida, si tengo amor por Él y por su pueblo, y si creo y practico la verdad y no alguna mentira satánica. Es más, sé que soy un hijo de Dios de la misma manera: si obedezco su Palabra, si tengo amor por Él y por su pueblo, y si creo y vivo la verdad. Juan nos pide que apliquemos estas pruebas, de manera que podamos disfrutar al máximo la vida cristiana.
IV. ESTUDIO
Recomiendo que lea 1 Juan en una traducción como Dios habla hoy, o La Biblia al día. Los verbos griegos son importantes en esta carta y a veces la Versión Reina Valera no expresa su significado por completo. Primera Juan 3.9 será discutido más adelante.
AUTOR Y FECHA
Muchos escritos patrísticos del siglo II atribuyen 1ª de Jn, una carta anónima, al apóstol Juan. Como 2ª y 3ª de Juan eran más cortas, tardaron más en incluirse en el canon. El autor de ambas no se identifica sino como «el presbítero» (anciano), pero la mayoría de los comentaristas hoy aceptan que las tres cartas son de un mismo autor. Aunque muchos niegan que este haya sido el apóstol, la teoría tradicional (según la cual el hijo de Zebedeo escribió las tres Epístolas y el Evangelio que se llaman juaninos) parece más probable.
El autor explota mucho los contrastes extremos («luz» y «tinieblas», «vida» y «muerte», etc.) sin matices intermedios; lo mismo encontramos también en los Rollos Del Mar Muerto. Su manera de tratarlos, no obstante, sugiere no solo una mentalidad formada en el judaísmo palestinense, sino también una familiaridad con los moldes del pensamiento helenista.
Esta perspectiva se explicaría si, como afirma la tradición, el apóstol Juan, un galileo, pasó las últimas décadas de su vida en Éfeso y escribió las cartas allí. De hecho, la procedencia efesia de estas epístolas es clara, y se pueden fechar entre 85 y 90 d.C. Con todo, es concebible que el autor haya sido un «anciano» desconocido; en este caso, un discípulo del apóstol Juan.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: 1ª Jn. 1. 1; 2: 1; 2: 2; 3: 8; 4: 15; 5: 5. Verbo De Vida, Abogado, Nuestra Propiciación, El Hijo De Dios.

1–2

Estos dos capítulos se refieren a la comunión, en los cuales Juan nos da las tres pruebas de la verdadera comunión. Nótese el contraste entre decir y hacer: «Si decimos» (1.6, 8, 10; 2.4, 6). ¡Demasiadas veces somos mejores para «hablar» que para «andar»! En 1.1–4 Juan presenta su tema: Cristo el Verbo que el Padre ha revelado. (Véanse Jn 1.1–14.) Explica que cuando Cristo estaba aquí en la tierra era una Persona, no un fantasma, y que tenía un cuerpo verdadero (Lc 24.39). Los falsos maestros del día de Juan negaban que Jesús había venido en carne. Si no tenemos un Cristo real, ¿cómo podemos tener perdón verdadero de pecado? Juan sirve de testigo al decir lo que había visto y oído (Hch 4.20).
Explica que Cristo se manifestó para revelar a Dios y hacer posible nuestra comunión con Él. Véanse también en 3.5, 8 y en 4.9 otras razones por las que Cristo vino.

I. LA PRUEBA DE LA OBEDIENCIA (1.5–2.6)

Juan nos presenta la imagen de la luz (Jn 1.4). Dios es luz, y Satanás es el príncipe de las tinieblas (Lc 22.53). Obedecer a Dios es andar en la luz; desobedecerle es andar en tinieblas. Téngase presente que la comunión es una cuestión de luz y tinieblas; la condición de hijos es un asunto de vida y muerte (3.4; 5.11, 12). Juan destaca que es posible que las personas digan que están en la luz y sin embargo vivan en tinieblas. Nótense los cuatro «mentirosos» aquí: (1) mintiendo respecto a la comunión, 1.6–7;
(2) mintiendo respecto a nuestra naturaleza, diciendo que no tenemos pecado, 1.8;
(3) mintiendo respecto a nuestras obras, diciendo que no hemos pecado, 1.10; y:
(4) mintiendo respecto a nuestra obediencia, diciendo que hemos guardado sus mandamientos, cuando no lo hemos hecho, 2.4–6.
Los cristianos pecan, pero esto no quiere decir que necesitamos salvarnos otra vez totalmente. El pecado en la vida del creyente rompe la comunión, pero no destruye la condición de hijo. Un verdadero cristiano siempre es aceptado aun cuando no siempre sea aceptable. ¿Cómo provee Dios por los pecados de los santos? A través del ministerio celestial de Cristo. Somos salvos de la ira del pecado por su muerte (Ro 5.6–9), y somos salvos diariamente del poder del pecado por su vida (Ro 5.10). La palabra «abogado» quiere decir «uno que defiende un caso» y es la misma palabra griega para «Consolador» en Juan 14.16. El Espíritu Santo representa a Cristo ante nosotros en la tierra y el Hijo nos representa ante Dios en el cielo. Sus heridas testifican de que Él murió por nosotros y por lo tanto Dios puede perdonarnos cuando confesamos nuestros pecados. Lea con cuidado Romanos 8.31–34.
La palabra «confesar» significa «decir lo mismo». Confesar el pecado significa decir lo mismo respecto a lo que Dios dice. Tenga presente que los cristianos no tienen que hacer penitencia, ni sacrificios, ni castigarse cuando han pecado. Todos los pecados han quedado ya resueltos en la cruz. ¿Esto nos permite pecar? ¡Por supuesto que no! El cristiano que entiende de verdad la provisión de Dios para una vida de santidad no quiere desobedecer deliberadamente a Dios.

II. LA PRUEBA DEL AMOR (2.7–17)

A. EL NUEVO MANDAMIENTO (VV. 7–11).
Véanse Juan 13.34. Cuando estamos en comunión con Dios, andando en la luz, andamos también en amor. Es un principio espiritual básico que cuando los cristianos no están en comunión con Dios no pueden llevarse bien con el pueblo de Dios. Todos somos miembros de la familia de Dios, así que debemos amarnos unos a otros. Esto era un «viejo mandamiento», incluso allá en los días de Moisés (Lv 19.18).
B. LA NUEVA FAMILIA (VV. 12–14).
Como un padre amoroso Juan llama «hijitos» a los santos; todos los hijos de Dios han sido perdonados. Pero debemos crecer en el Señor, convertirnos en jóvenes fuertes en la fe y a la larga «padres y madres» espirituales.
C. EL NUEVO PELIGRO (VV. 15–17).
Hay un conflicto entre el amor al Padre y el amor al mundo. Por «el mundo» Juan quiere decir todo lo que pertenece a esta vida y que se opone a Cristo. Es el sistema de Satanás, la sociedad opuesta a Dios y que usurpa su lugar. Si amamos al mundo, perdemos el amor del Padre y dejamos de hacer su voluntad. Cualquier cosa en nuestras vidas que embote nuestro amor por las cosas espirituales o que nos hace más fácil pecar es mundana y se debe descartar. Juan menciona tres problemas específicos: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. ¿No es esto para lo que vive la gente del mundo? Pero vivir para el mundo significa que con el tiempo todo se perderá, porque el mundo es pasajero. Lot sufrió tal pérdida. Pero si vivimos para Dios, permaneceremos para siempre.
No puede haber verdadera comunión sin amor. A menos que amemos a Dios y a sus hijos, no andaremos en la luz y en comunión con Él.

III. LA PRUEBA DE LA VERDAD (2.18–29)

Dios se nos revela en su Palabra, la cual es la Verdad (Jn 17.17); de modo que no podemos creer mentiras y tener comunión con Dios.
Juan advierte en contra de los maestros anticristianos que ya hay en el mundo, y nos dice cómo reconocerlos:
(1) han dejado la comunión de la verdad, v. 19;
(2) niegan que Jesucristo es el Hijo de Dios venido en carne, v. 22;
(3) tratan de seducir a los creyentes, v. 26.
Juan está de acuerdo con lo que Pedro describe (2 P 2): estos falsos maestros estuvieron una vez en la iglesia, pero se apartaron de la verdad que profesaban creer.
Aquí es donde entra el Espíritu Santo: Él es nuestra unción (ungimiento) celestial que nos enseña la verdad. El Espíritu de Dios usa la Palabra inspirada para comunicarnos la verdad de Dios. «Sabéis todas las cosas» en el versículo 20 debe leerse «y todos ustedes saben». No debe interpretarse que el versículo 27 significa que los cristianos no necesitan pastores y maestros, de otra manera Efesios 4.8–16 no estaría en el NT. Más bien lo que Juan dice es que el Espíritu es quien debe enseñar a los creyentes mediante la Palabra y que no siempre deben depender de los maestros humanos. El cristiano en comunión con Dios leerá y comprenderá la Biblia y el Espíritu lo enseñará.
En los versículos 28–29 Juan sugiere (como Pedro también lo enseñó) que la falsa doctrina y la vida falsa van juntas. Si creemos la verdad con nuestro corazón y nos comprometemos a ella, viviremos santamente ante los hombres. Por supuesto, uno de los más grandes incentivos para vivir en santidad es la inminente venida de Jesucristo. Cuán trágico es que algunos cristianos que no permanecen (en el compañerismo) con Cristo se avergonzarán cuando Él vuelva.
Mientras que hay otros muchos detalles en estos capítulos que hemos tenido que pasar por alto, la lección principal es clara: Si los cristianos desean tener comunión con Cristo, deben obedecer la Palabra, amar al pueblo de Dios y creer la verdad. Siempre que el pecado entre, el cristiano debe confesarlo inmediatamente y pedir el perdón de Dios. Debemos dedicarle tiempo a la Palabra, aprendiendo la verdad y permitiendo que esta domine la persona interior. O, para verlo negativamente, el cristiano que deliberadamente desobedece la Palabra, la descuida y no puede llevarse bien con el pueblo de Dios, no tiene comunión con Dios y está en tinieblas. No es suficiente hablar acerca de la vida cristiana; debemos practicarla.
«Propiciación» (2.2 y 4.10) tiene que ver con el significado de la muerte de Cristo desde la perspectiva de Dios. La muerte de Cristo trajo el perdón; pero antes de que Dios pudiera perdonar a un pecador culpable, se debía satisfacer su justicia. Aquí es donde interviene la propiciación. La palabra encierra la idea de satisfacer la santidad de Dios mediante la muerte de un sustituto. No significa que Dios estaba tan enfurecido que Cristo tuvo que morir para lograr que Dios amara a los pecadores. La muerte de Cristo satisfizo las demandas de la ley de Dios y así derribó la barrera entre los hombres y Él, haciendo posible que este quitara el pecado. La palabra «propiciatorio» en Hebreos 9.5 es equivalente a «propiciación». Véanse Éxodo 25.17–22. La sangre en el propiciatorio cubría la ley quebrantada y hacía posible que Dios se relacionara con Israel.

3

Avanzamos ahora a la segunda parte de la carta, la cual se refiere a nuestra condición de hijos. La palabra «comunión» no se halla en ninguna parte de esta sección. Juan hace hincapié en haber «nacido de Dios» (véanse 3.9; 4.7; 5.4). Este pasaje se entrelaza a Juan 3 y enfatiza el tema «Dios es amor» (4.8, 16). En este capítulo Juan afirma que un verdadero hijo de Dios demostrará su nacimiento espiritual al ser obediente a la Palabra de Dios. Juan nos da cinco motivos para la obediencia:

I. EL MARAVILLOSO AMOR DE DIOS (3.1)

«Mirad qué clase de amor extraño nos ha dado el Padre» es literalmente lo que Juan escribe. Pablo tenía esta idea en mente cuando escribió Romanos 5.6–10. El amor es el más grande motivo en el mundo y si comprendemos el amor de Dios, obedeceremos su Palabra. «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Jn 14.15). Por supuesto, el mundo no tiene comprensión de este amor y nos aborrece.
Pero el mundo no conoce a Cristo, de modo que no puede conocer a los que son de Cristo.

II. EL REGRESO PROMETIDO DE CRISTO (3.2, 3)

Es maravilloso lo que ahora somos; ¡pero lo que seremos será incluso más maravilloso! «Seremos semejantes a Él». Esto quiere decir heredar un cuerpo glorificado como el Suyo (Flp 3.20, 21) y participar en su gloria eterna (Jn 17.24). Pero el santo que realmente espera la venida de Cristo obedecerá su Palabra y mantendrá limpia su vida. Le veremos «como Él es», pero debemos también «andar como Él anduvo» (Véanse 2.6) y ser justos «así como Él es justo» (3.7). Se espera que los santos se purifiquen, esto es, que guarden limpios sus corazones (2 Co 7.1).

III. LA MUERTE DE CRISTO EN LA CRUZ (3.4–8)

Juan nos da varias razones por las que Cristo fue manifestado:
(1) para revelar al Padre y permitirnos tener comunión con Él, 1.2, 3;
(2) para quitar nuestros pecados 3.4–5;
(3) para deshacer (anular) las obras del diablo, 3.8; y:
(4) para mostrar el amor de Dios y otorgar Su vida, 4.9.
Debido a que el pecado provocó el sufrimiento y la muerte de Cristo, debe ser razón suficiente para que el cristiano deteste el pecado y huya de él. Juan define el pecado como transgredir la ley. El cristiano que permanece en Cristo (esto es la comunión de los capítulos 1–2) no infringirá deliberadamente la ley de Dios. Todo cristiano peca, tal vez sin saberlo (Sal 19.12); pero ningún cristiano desafiará deliberada y repetidamente la Palabra de Dios y le desobedecerá.
El versículo 6 debe leerse: «Cualquiera que permanece en Él no peca por hábito». Efesios 2.1–3 deja en claro que el no salvo peca de manera constante porque vive en la carne y para el diablo. Pero el cristiano tiene una nueva naturaleza en su interior y ya no es más esclavo de Satanás.

IV. LA NUEVA NATURALEZA INTERIOR (3.9–18)

La clave a través de los capítulos 3–5 es «la condición de hijos», la cual da como resultado una nueva naturaleza en el creyente. Dios no deshace ni erradica la vieja naturaleza; más bien implanta una nueva naturaleza que da al creyente un deseo por las cosas espirituales. El versículo 9 debería decir:
«El que es nacido de Dios no peca habitual, ni deliberadamente; porque tiene dentro de sí la semilla de una nueva naturaleza». Esta nueva naturaleza no puede pecar. Por supuesto, los creyentes que se rinden o someten a la vieja naturaleza tropezarán y caerán. Véanse Gálatas 6.1–2.
Juan contrasta los hijos de Dios y los hijos del diablo, usando a Caín y a Abel como ejemplos. Abel tuvo fe y fue aceptado; Caín trató de salvarse por sus obras, pero no fue aceptado (Gn 4). Caín fue un mentiroso y homicida, como el diablo (Jn 8.44); asesinó a su hermano y luego le mintió a Dios al respecto. Génesis 3.15 afirma que la simiente (hijos) de Satanás se opondrá a la simiente de Dios.
Nótese Mateo 3.7 y 23.33. Esto finalmente culminará en la batalla de Cristo con el anticristo en los últimos días. Pero, por favor, note que los hijos de Satanás son «religiosos». Caín adoró en un altar y los fariseos eran la gente más religiosa de su época. Ninguna religión, sino un verdadero amor hacia Dios y los hijos de Dios, será la prueba de nuestra entrega a Dios. Los verdaderos cristianos no odian ni asesinan; en lugar de eso, muestran amor y tratar de ayudar a otros. La nueva naturaleza que es implantada en el nuevo nacimiento es responsable de este cambio.

V. EL TESTIMONIO DEL ESPÍRITU (3.19–24)

El verdadero cristianismo es asunto del corazón, no de la lengua. Tenemos el testimonio del Espíritu en nuestros corazones de que somos hijos de Dios (Ro 8.14–16). Por lógica, el versículo 19 debe relacionarse con 2.28. Cuando Cristo vuelva, los creyentes con corazones confiados no se avergonzarán.
Los cristianos necesitan cultivar la seguridad. «Tanto más procurar hacer firme vuestra vocación y elección» es lo que Pedro escribió (2 P 1.10). El versículo 19 nos asegura que cuando amamos con sinceridad a los hermanos, pertenecemos a la verdad y somos salvos (Véanse también 3.14). A las personas no salvas les pueden agradar algunos cristianos debido a sus cualidades personales, pero sólo el cristiano nacido de nuevo ama incluso a un total extraño cuando descubre que es un cristiano. Este es el mensaje de Romanos 5.5. Tristemente, nuestros corazones (conciencias) nos condenan porque sabemos que no siempre hemos amado a los hermanos como deberíamos haberlo hecho. Pero Juan nos ayuda a alejar nuestra vista de nuestros sentimientos y dirigirlos al Dios que nos conoce. ¡Gracias a Dios que la salvación y la seguridad no se basan en lo que siente el corazón!
El versículo 21 promete que el cristiano con un corazón confiado puede orar con audacia (confianza). Si hay pecado en nuestro corazón, no podemos orar con confianza (Sal 66.18, 19). Pero el Espíritu Santo que tengo dentro me convence de este pecado y puedo confesarlo y volver a la comunión con el Padre. Qué tremenda revelación: siempre que un cristiano no esté en comunión con otro cristiano, no puede orar como debiera. Léase 1 Pedro 3.1–7 para ver cómo se aplica esto al hogar cristiano. El secreto de la oración contestada es obedecer a Dios y procurar agradarle. Al hacerlo así permanecemos en Él y cuando permanecemos en Él, podemos orar con poder (Jn 15.7).
La fe y el amor van juntos (v. 23). Si confiamos en Dios, nos amamos unos a otros. Amamos a los santos porque todos somos uno en Cristo y porque procuramos agradar al Padre. ¡Qué felices son los padres terrenales cuando sus hijos se aman los unos a los otros! El Espíritu Santo que mora en nosotros anhela la unidad de todos los creyentes en una maravillosa comunión de amor, la clase de unidad espiritual por la cual oró Cristo en Juan 17.20–21.
Dios mora en nosotros por su Espíritu; debemos permanecer en Él rindiéndonos al Espíritu y obedeciendo la Palabra. Las personas que dicen haber nacido de Dios, pero que continuamente desobedecen la Palabra y no tienen ningún deseo de agradarle, deben auto-examinarse para ver si en realidad han nacido de Dios.

4

Usted ha notado que Juan repite y repite. Los temas de la luz, el amor y la verdad están entretejidos en toda esta breve carta. El capítulo 4 afirma que quienes han nacido de Dios lo demuestran por su amor.
En este capítulo Juan usa los mismos motivos para el amor como lo hizo para la obediencia en el capítulo 3. Los verdaderos creyentes se amarán los unos a los otros por estas tres razones.

I. TENEMOS UNA NUEVA NATURALEZA (4.1–8)

Juan empieza con una advertencia acerca de los falsos espíritus en el mundo. Tenga presente que el NT todavía aún no se había completado y lo que ya se había escrito no era muy conocido; hasta que no se terminó el NT las iglesias locales dependían del ministerio de personas con dones espirituales para enseñarles la verdad. ¿Cómo podía un creyente saber cuándo un predicador era de Dios y que se podía confiar en su mensaje? (Véanse 1 Ts 5.19–21.) Después de todo, Satanás es un imitador. Juan afirma que los falsos espíritus no confiesan que Jesús es el Cristo (Véanse 1 Co 12.3). Las sectas falsas de hoy niegan la deidad de Cristo y le hacen un simple hombre o un maestro inspirado. Pero el cristiano tiene el Espíritu dentro de sí, la nueva naturaleza, y esto le da poder para vencer.
Hay dos espíritus en el mundo de hoy: el Espíritu divino de Verdad, que habla a través de la Palabra inspirada y el espíritu satánico de error que enseña mentiras (1 Ti 4.1). Los maestros que Dios envía hablarán de Él y los hijos de Dios los reconocerán. Los obreros de Satanás hablarán a partir de la sabiduría humana y en dependencia de ella (1 Co 1.7–2.16). Las verdaderas ovejas reconocen la voz del Pastor (Jn 10.1–5, 27–28). Las verdaderas ovejas también se reconocen y aman las unas a las otras. Satanás divide y destruye; Cristo une a las personas en amor.

II. CRISTO MURIÓ POR NOSOTROS (4.9–11)

El mundo realmente no cree que Dios es amor. Miran los terribles estragos del pecado en el mundo y dicen: «¿Cómo puede un Dios de amor permitir que ocurran estas cosas?» Pero la gente nunca necesita dudar del amor de Dios: Él lo demostró en la cruz. Cristo murió para que nosotros pudiéramos vivir «por medio» de Él (1 Jn 4.9), «por» Él (2 Co 5.15) y «con» Él (1 Ts 5.9, 10). La lógica es clara: «Si Dios nos amó, nosotros también debemos amarnos los unos a los otros». Debemos amarnos los unos a los otros en la misma medida y manera que Dios nos amó.
La cruz es un signo de adición; reconcilia a los pecadores a Dios y a las personas entre sí. Cuando dos cristianos no se aman, han apartado sus ojos de la cruz.

III. EL ESPÍRITU NOS TESTIFICA (4.12–16)

Las personas no pueden ver a Dios, pero pueden ver a los hijos de Dios mostrando Su amor los unos a los otros y hacia aquellos en necesidad. Este amor no sólo es algo que fabricamos; es la obra interna del Espíritu (Ro 5.5). El amor de Dios fluye de nosotros a medida que nos rendimos y sometemos al Espíritu. Los cristianos no se aman los unos a los otros debido a sus buenas cualidades, sino a pesar de sus malas cualidades. A medida que permanecemos en su amor, no tenemos dificultad en amar a otros cristianos.

IV. CRISTO VIENE POR NOSOTROS (4.17,18)

Los cristianos que obedecen a Dios tiene confianza en Él ahora (3.21, 22); y los que se aman los unos a los otros la tendrán cuando Cristo vuelva. Algunos, sin embargo, se avergonzarán en su venida (2.28). Los cristianos tendrán que llevarse los unos con los otros en el cielo, así que, ¿por qué no empezar a amarnos aquí? Donde hay verdadero amor por Dios y su pueblo, no habrá necesidad de temer el juicio futuro. Dios quizás tenga que castigarnos en amor durante esta vida, pero no necesitamos temer estar frente a Él cuando vuelva. Tal vez nos avergoncemos, pero no hay necesidad de temer.
El versículo 17 debería leerse: «Aquí el amor es perfeccionado con nosotros». El amor de Dios se ha manifestado «hacia» nosotros (4.1), «en» nosotros (4.12) y también «con» nosotros. Esta es una comunión en la vida y en la iglesia saturada con el amor de Dios. Esta clase de amor procura agradar al Padre y no tiene interés en el mundo. No necesitamos temer el día del juicio, porque el testimonio de amor del Espíritu prueba que somos sus hijos y que nunca enfrentaremos condenación. Nótese la asombrosa declaración al final del versículo 17: «cómo Él es (ahora en el cielo), así somos nosotros (ahora en la tierra)». Él está en el cielo representándonos ante el Padre y nosotros estamos en la tierra representándole ante los hombres pecadores. Mientras Él esté en el cielo no tenemos nada que temer.
¿Hacemos tan buen trabajo aquí en la tierra como Él lo hace en la gloria? Dios nunca intentó que la gente viviera en terror. No había temor en la tierra hasta que Satanás y el pecado entraron en el mundo (Gn 3.10). Adán y Eva temieron y se escondieron. El juicio se avecina y todo el que nunca ha confiado en Cristo debe temer. Pero los cristianos nunca deben temer el encuentro con su Señor (2 Ti 1.7; Ro 8.15).

V. DIOS NOS AMA (4.19–21)

El tema del amor de Dios empezó en el capítulo 3 y aquí cierra el capítulo: «Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero». Por naturaleza sabemos muy poco respecto al amor (Tit 3.3–6); Dios nos lo ha mostrado en la cruz (Ro 5.8) y lo ha derramado en nuestros corazones (Ro 5.5). Nótese 1 Juan 4.10. «No hay quien busque a Dios», dice Romanos 3.11, de modo que Dios viene en busca del hombre (Gn 3.8; Lc 19.10).
Juan muestra la contradicción entre decir que amamos a Dios mientras que aborrecemos a otros cristianos. ¿Cómo podemos amar a Dios en el cielo cuando no amamos a los hijos de Dios aquí en la tierra? Juan usa el término «hermanos» diecisiete veces en su carta, refiriéndose, por supuesto, a todos los hijos de Dios. Se espera que los cristianos se amen porque han experimentado el amor de Dios en sus corazones.
Dios nos ordena que nos amemos los unos a los otros; véanse 3.11; Juan 13.34, 35; 15.17; Colosenses 1.4. Es muy malo que nuestros corazones sean tan fríos que Él tenga que seguir recordándonos esta obligación.
Tenga presente que el amor cristiano no quiere decir que debamos estar de acuerdo con todo lo que un hermano piensa o hace. Tal vez no nos gusten algunas de sus características personales. Pero, debido a que están en Cristo, los amamos por causa de Jesús. Lea Santiago 4 para ver lo que ocurre cuando el egoísmo reina en lugar del amor.

5

Ahora llegamos a la tercera prueba de nuestra condición de hijos, la prueba de la verdad. «Sabemos» es la expresión clave aquí (vv. 2, 15, 18–20). Hay varias evidencias en este capítulo.

I. SABEMOS QUÉ ES UN CRISTIANO (5.1–5)

La mayoría de las personas no saben lo que es un cristiano ni cómo pueden convertirse en cristianos. Confían en las obras religiosas y buenas intenciones, dependiendo de la energía de la carne.
Dios dice que un cristiano es alguien que ha nacido de nuevo. Lo que convierte a un hijo de desobediencia en un hijo de Dios es la fe en la obra que Cristo consumó (véanse Jn 1.12, 13; Stg 1.18; 1 P 1.3). Juan usa la frase «nacido de Dios» siete veces en su primera epístola y describe las «características de nacimiento de los creyentes»:
(1) practican la justicia, 2.29;
(2) no practican el pecado, 3.9;
(3) aman a otros cristianos, 4.7;
(4) vencen al mundo, 5.4; y:
(5) se guardan de Satanás, 5.18.
De nuevo Juan enfatiza el amor, la obediencia y la verdad como las pruebas de la verdadera condición de hijos. Si tenemos a Dios como nuestro Padre y le amamos, seguramente amaremos también a sus otros hijos. Este amor conducirá a la obediencia (véanse Jn 14.21 y 15.10). Donde hay amor, hay disposición y voluntad de servir y agradar a otros.
Los mandamientos de Dios no son fastidiosos debido a que le amamos. En cada ciudad hay una ley de que los padres deben cuidar a sus hijos, o de otra manera los encerrarán en la cárcel. ¿Es una carga para los padres trabajar y sacrificarse para cuidar sus hijos? O, ¿los cuidan sólo por temor a esta ley? ¡Nada de eso es verdad! Obedecen la ley porque aman a sus hijos. El cristiano que se queja de que la Palabra de Dios es una carga no sabe el significado de amar. Véanse Mateo 11.28–30.
Los cristianos no deben amar al mundo, ni pertenecer al mundo, ni someterse al mundo. Son vencedores, venciendo al mundo, al diablo (2.13, 14) y a los falsos maestros (4.4). Vencen por fe en la Palabra de Dios, no por su propio poder o sabiduría.

II. SABEMOS QUIÉN ES JESÚS (5.6–13)

Los pecadores deben creer que Jesús es el Cristo y que murió por sus pecados antes de que puedan ser salvos y nacer en la familia de Dios. El versículo 5 recalca la Persona de Cristo y los versículos 6–7 su obra en la cruz. Hay varias explicaciones sugeridas de la frase «agua y sangre». Podemos relacionarla con Juan 19.34–35, donde Juan vio agua y sangre brotando del costado herido de Cristo, probando así que realmente había muerto. O, quizás sea que Juan tuviera en mente a los falsos maestros. Algunos de ellos enseñaban que Jesús era un simple hombre, pero que «el Cristo» vino sobre Jesús en el bautismo y luego le dejó cuando murió en la cruz. Esto significaría que no tenemos ningún Salvador, después de todo. No, dijo Juan, nuestro Salvador Jesucristo fue declarado el Hijo de Dios en su bautismo (Mt 3.17) y lo demostró en la cruz (Jn 8.28; 12.28–33). Por consiguiente, el simbolismo nos recuerda el altar de oro (sangre) y el lavatorio (agua de la Palabra) en el tabernáculo del AT. El Espíritu da testimonio de que Jesús es el Cristo a través de la Palabra escrita de Dios.
La Deidad entera concuerda de que Jesús es el Cristo; y en la tierra el Espíritu, la Palabra (agua) y la cruz (sangre) testifican lo mismo. Dios da testimonio al mundo de que este es su Hijo; y sin embargo la gente no cree. Reciben el testimonio de los hombres, pero rechazan el de Dios. Pero cuando rechazamos este testimonio, hacemos a Dios mentiroso. Todo lo que Dios pide es que confiemos en su Palabra. Podemos descansar en el testimonio interno del Espíritu (v. 10, Véanse Ro 8.16) conforme Él usa la Palabra. Los versículos 11–13 resumen tan claro como es posible la seguridad que tenemos en Cristo. La vida eterna está en Cristo: Dios ha dado testimonio de esto. Si creemos en el testimonio de Dios, tenemos esta vida en nosotros. La seguridad cristiana no es cuestión de «fabricar» una emoción religiosa; es simplemente cuestión de tomarle a Dios en su Palabra.

III. SABEMOS CÓMO ORAR CON CONFIANZA (5.14–17)

Se ha dicho muy bien que la oración no es una manera de vencer la renuencia de Dios sino de aferrarnos a su buena disposición. Si sabemos la voluntad de Dios, podemos orar con audacia. O sea, «orar en el Espíritu» (Jud 20), permitiendo que el Espíritu nos dé el testimonio interno de la voluntad de Dios, respaldado por el testimonio de la Palabra de Dios. Véanse 3.22. Juan menciona que se ore en específico por otro creyente que ha pecado de una manera que pudiera resultar en muerte (1 Co 11.30).
Este «pecado de muerte» no es un «pecado imperdonable» en el cual el creyente cae sin proponérselo, sino un pecado deliberado en desafío a la Palabra de Dios (Heb 12.9), algo que otros creyentes pueden ver y reconocer como rebelión. A Jeremías se le dijo que no orara por los judíos rebeldes (7.16; 11.14; 14.11; y Véanse Ez 14.14, 20). Cuando mostramos verdadero arrepentimiento y confesamos, el Padre es pronto para perdonarnos y limpiarnos (1 Jn 1.9–2.2).
La verdadera oración es mucho más que decirle palabras a Dios. Involucra buscar la Palabra, permitir que el Espíritu busque las cosas de Dios (Ro 8.26–28) y someterse a la voluntad de Dios al hacer nuestras peticiones. Hay un precio que pagar en esta clase de oración, pero vale la pena.

IV. SABEMOS CÓMO ACTÚA UN CRISTIANO (5.18,19)

El verbo griego en el versículo 18 significa «no practica el pecado». Los cristianos no se guardan salvos a sí mismos, pero sí se guardan de las asechanzas del diablo. «Conservaos en el amor de Dios» (Jud 21). «El que fue engendrado por Dios» puede referirse a Jesucristo, el unigénito Hijo, o al creyente; tal vez ambas cosas son verdad. Debemos someternos a Cristo para tener victoria; pero tenemos que luchar «desde» la victoria tanto como «por» la victoria.
El pueblo de Dios debe mantener sus ojos bien abiertos debido a que el mundo está «bajo el maligno». Satanás es el dios de este siglo y el príncipe de las tinieblas. Ha cegado espiritualmente a millones de personas y las ha mantenido en esclavitud.

V. SABEMOS LA VERDAD (5.20, 21)

El Espíritu y la Palabra siempre concuerdan, por cuanto «el Espíritu es la verdad» (5.6) y la Palabra de Dios es verdad (Jn 17.17). El testimonio del Espíritu en el corazón nunca contradecirá las palabras del Espíritu en la Biblia. Los falsos maestros a quienes Juan se oponía enseñaban que uno tiene que pertenecer a un «círculo interno» especial antes de poder entender el conocimiento espiritual, pero Juan afirma que cualquier creyente verdadero puede conocer la verdad de Dios.
El verdadero Dios se opone a los dioses falsos, los ídolos. Un ídolo es la concepción humana de dios. Dios hizo al hombre a su imagen; ¡ahora los hombres hacen dioses a su propia imagen! Léase Romanos 1.21. ¡Nótese que Juan afirma que Jesucristo es el Dios verdadero!
Obediencia, amor y verdad son los pensamientos clave de esta epístola. Son la evidencia de la salvación y esenciales de la comunión, el secreto de una vida verdadera y permanente.

2ª JUAN

(gr., Ioannes; heb., Yohanan, Jehovah ha sido misericordioso).
Fue dirigida a una iglesia o a una mujer en particular y alienta a los creyentes a amarse unos a otros y a cuidarse de falsos maestros.
Esta epístola es como un resumen de la primera; en pocas palabras, trata los mismos puntos. La señora elegida es elogiada por la educación virtuosa y religiosa de sus hijos; se le exhorta a permanecer en la doctrina de Cristo, a perseverar en la verdad y a evitar cuidadosamente los engaños de los falsos maestros.
Pero el apóstol le ruega principalmente que practique el gran mandamiento del amor y la caridad cristianos.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS. 2ª Jn. V. 3. Hijo Del Padre.
El anciano Juan escribió esta breve carta personal a una mujer estimada en una iglesia local. Los versículos 2–3 son introductorios y describen a la mujer como una persona conocida y querida por su práctica de la verdad (la Palabra de Dios). Nótese que la verdad y el amor van juntos; los cristianos no pueden tener comunión donde exista doctrina falsa. Juan analiza a continuación dos asuntos específicos.

I. LA PRÁCTICA DE LA VERDAD (VV. 4–6)

Nótese la repetición de la palabra «andar». La verdad no es simplemente algo que estudiamos o creemos; es una fuerza motivadora en nuestras vidas. No es suficiente saber la verdad; debemos mostrarla mediante nuestras acciones en dondequiera que estemos. Juan se regocijaba porque estaba seguro de que los hijos de esta señora andaban en la verdad, lo cual equivale a «andar en la luz» y que el apóstol analizó en 1 Juan 1.
El amor cristiano no es una emoción que se desarrolla; es simple obediencia a la Palabra de Dios.
Los hijos aman a sus padres al obedecerles. «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Jn 14.15). Qué triste es cuando los cristianos dicen amar la Biblia, pero detestan a los hermanos. Aunque los santos difieran en sus interpretaciones de ciertos pasajes de la Palabra, deben estar de acuerdo en cuanto a amarse los unos a los otros. Donde exista un amor sincero hacia la Biblia habrá amor por el pueblo de Dios. El amor a la verdad y el amor a los hermanos no pueden separarse.

II. PROTEGER LA VERDAD (VV. 7–11)

A. LOS QUE ENGAÑAN (V. 7).
Aquí Juan se refiere a los falsos maestros mencionados en su primera epístola. Nos recuerda que la prueba de un maestro es lo que este cree acerca de Jesucristo. Si el maestro niega que Jesucristo vino en carne, es un maestro falso y procede del anticristo. Mientras que el gran «hombre de pecado» (o anticristo) se revelará al final del siglo (1 Ts 2), el espíritu del anticristo ya está en el mundo (1 Jn 4.3).
B. LOS QUE DESTRUYEN (V. 8).
Aquí Juan nos advierte a no destruir las cosas que han sido forjadas en Cristo. La manera más fácil de desviarse de su andar cristiano y perder todo el terreno espiritual que ha ganado es enredarse con doctrinas falsas. Satanás es un destructor y usa mentiras para robarles las bendiciones a los santos.
C. LOS QUE SE HAN APARTADO (V. 9).
La palabra «extraviarse» aquí significa «ir más allá». O sea, estos falsos maestros no están contentos con quedarse dentro de los límites de la Palabra de Dios. Son «progresistas» y «modernos», prefieren ir más allá de la Biblia y «mejorar» lo que Dios ha escrito. ¡Este es el tipo equivocado de progreso! Mientras que los cristianos deben progresar en su andar, nunca deben ir más allá de los límites de la Biblia. Debemos «permanecer» en la doctrina, afirmando las cosas fundamentales de la Palabra de Dios.
Juan nos advierte a no darles la bienvenida en nuestros hogares a estos falsos maestros ni tan siquiera saludarlos. Cualquier ayuda que le damos a los falsos maestros es una participación en sus obras malvadas. Averigüe lo que la gente cree antes de admitirlos en su casa o darles donativos. Verifique con su pastor si tiene alguna pregunta.

3ª JUAN

(gr., Ioannes; heb., Yohanan, Jehovah ha sido misericordioso).
Fue escrita a Gayo, un líder en la iglesia, para elogiarlo por recibir bien a maestros viajeros enviados por Juan. Otro líder, Diótrefes, rechazaba tanto a Juan como a dichos maestros.
Esta epístola está dirigida a un convertido gentil. El alcance es elogiar su constancia en la fe y su hospitalidad especialmente para con los ministros de Cristo.
La tercera epístola de Juan es asimismo una carta privada del mismo género. Dirigida por «el anciano» al amado Gayo, le expresa el gozo del apóstol Juan al conocer la excelente hospitalidad que había ofrecido a los hermanos. El autor apremia a su amigo para que continúe obrando así, imitando lo bueno.
La carta menciona asimismo a un cierto Diótrefes, opuesto a Juan, y a uno llamado Demetrio, a quien el anciano apóstol alaba mucho. Gayo parece haber tenido un papel muy prominente en una de las iglesias de Asia, pero sin haber tenido ningún cargo eclesiástico. Es imposible identificarlo con ninguno de los personajes de este nombre que figuran en el NT. Por el estilo y el contenido, esta carta se parece a las otras dos de una manera notable. 
Tercera de Juan se escribió a un miembro de una iglesia local que estaba acosado por problemas. En la carta Juan se refiere a tres hombres.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: 3ª Jn. Vr 4, 8. La Verdad.

I. GAYO: UN CRISTIANO PRÓSPERO (VV. 1–8)

Cuánto agradecemos a Dios por miembros de la iglesia como Gayo. Juan usa la palabra «amado» cuatro veces para referirse a él (vv. 1, 2, 5, 11). El versículo 2 sugiere que quizás Gayo no gozaba de buena salud o que se estaba recuperando de alguna enfermedad. Pero esto sí sabemos: tenía una saludable vida espiritual. Cualquiera que fuera la condición externa del hombre, su interior estaba prosperando.
Gayo era la clase de cristiano respecto al cual otros disfrutan de hablar. Los hermanos (tal vez evangelistas y misioneros viajeros) habían conocido a Gayo y habían sido recibido en su casa. Ellos informaron que andaba en la verdad y fielmente trataba de ayudar a los diferentes obreros cristianos que se cruzaban en su camino. Tenga presente que no había hoteles en los días de Juan, sino sólo posadas incómodas y a menudo peligrosas. Los evangelistas viajeros dependían de los santos para su alimentación y alojamiento. Gayo era de los cristianos que le agradaba recibir a los santos y «encaminarlos» según estos iban de lugar a lugar.
¿Por qué ayudaba Gayo a los santos? En primer lugar, porque los amaba y porque quería participar en su ministerio y contribuir al avance de la verdad. Un hombre que no pueda predicar, sí puede ayudar a otros a hacerlo.

II. DIÓTREFES: UN CRISTIANO ARROGANTE (VV. 9–10)

Este es la clase de miembro de la iglesia sin el cual bien podemos vivir. Quería ser el «jefe» de la iglesia; le encantaba tener la preeminencia y ser el primero en todo. Colosenses 1.18 dice que sólo Cristo merece la preeminencia. «Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe», fue como lo dijo Juan el Bautista (Jn. 3.30).
¿Cómo actuaba este miembro? Bien, por un lado, pero rehusaba reconocer el liderazgo de Juan.
Siempre que un miembro de una iglesia quiere posición y prestigio, usualmente ataca al pastor, bien sea en privado o en forma abierta. Por lo general, empiezan una «campaña de murmuraciones» y tratan de socavar el carácter y ministerio del pastor. Como Absalón, en el AT, «sugieren» que el liderazgo presente no es eficiente (2 S. 15.1–6) y que ellos pudieran manejar las cosas en mejor forma. Hebreos 13.7, 17 resuelve esta cuestión de una vez por todas.
Diótrefes decía mentiras sobre Juan. «Parloteando» en el versículo 10 quiere decir «levantar falsas acusaciones» y es similar a las «chismosas» de 1 Timoteo 5.13. Si los miembros de las iglesias recordaran que no deben dar oídos a las acusaciones contra el pastor si no hay testigos presentes, esto ayudaría a resolver el problema del chisme (1 Ti 5.19).
También rehusaba ayudar a los hermanos, e incluso llegaba al extremo de ser un tirano en la iglesia y expulsar de ella a algunos. El NT enseña que en determinados casos de disciplina, se deben separar a algunos miembros, pero Diótrefes los separaba sin darles oportunidad de defenderse ni de ser oídos por la congregación. Nótese 1 Pedro 5.3.
Es esta clase de miembros la que destruye iglesias. Avidos de poder y autoridad, pisotean la verdad, ignoran la Biblia, entristecen al Espíritu Santo y dispersan el rebaño.

III. DEMETRIO: UN CRISTIANO AGRADABLE (VV. 11–12)

¡Qué refrescante pasar de Diótrefes a Demetrio! Este era la clase de persona que otros podían imitar. Los santos hablaban bien de él y de la misma Palabra. Podría someter a prueba su vida mediante la Biblia y pasaba la prueba.

Las iglesias de hoy necesitan más miembros como Gayo y Demetrio, santos que amen la Biblia, la familia de la iglesia y las almas perdidas. ¡Podemos arreglárnosla mejor sin esos como Diótrefes!