Es
una carta sin firma, y hay varias suposiciones sobre quién es el autor
(Bernabé, Apolo, Priscila). Hebreos fue escrita para los creyentes judíos a fin
de recordarles que Cristo era más que los ángeles, Moisés, los sacerdotes del
AT y la ley. Jesús es la más alta revelación de Dios. El autor instó a sus
lectores a ser fieles a su compromiso con Cristo al enfrentar persecución.
Esta epístola
muestra a Cristo como fin, fundamento, cuerpo y verdad de las figuras de la
ley, las que por sí mismas no eran de virtud para el alma. La gran verdad
expresada en esta epístola es que Jesús de Nazaret es el Dios verdadero.
Los judíos
inconversos usaron muchos argumentos para sacar de la fe cristiana a sus
hermanos convertidos. Presentaban la ley de Moisés como superior a la
dispensación cristiana. Hablaban en contra de todo lo relacionado con el
Salvador. Por tanto, el apóstol señala la superioridad de Jesús de Nazaret como
el Hijo de Dios, y los beneficios de sus sufrimientos y muerte como sacrificio
por el pecado, de modo que la religión cristiana es mucho más excelente y
perfecta que la de Moisés.
El objetivo
principal parece ser que los hebreos convertidos progresen en el conocimiento
del evangelio, y así establecerlos en la fe cristiana e impedir que se alejen
de ella, contra lo cual se les advierte con fervor. Aunque contiene muchas
cosas adecuadas para los hebreos de los primeros tiempos, también contiene
muchas que nunca cesan de interesar a la iglesia de Dios, porque el
conocimiento de Jesucristo es la médula y hueso mismo de todas las Escrituras.
La ley ceremonial
está llena de Cristo, y todo el evangelio está lleno de Cristo; las benditas
líneas de ambos Testamentos se juntan en Él, y el principal objetivo de la
epístola a los Hebreos es descubrir cómo concuerdan y se unen dulcemente ambos
en Jesucristo.
BOSQUEJO SUGERIDO DE
HEBREOS
I. Una persona
superior: Cristo (1–6)
A. Cristo
comparado a los profetas (1.1–3)
B. Cristo
comparado a los ángeles (1.4–2.18)
C. Exhortación:
No nos alejemos de la Palabra (2.1–4)
D. Cristo
comparado a Moisés (3.1–4.13)
E. Exhortación:
No dudemos de la Palabra (3.7–4.13)
F. Cristo
comparado a Aarón (4.14–6.20)
G. Exhortación:
No nos endurezcamos contra la Palabra (5.11–6.20)
II. Un
sacerdocio superior: Cristo y Melquisedec (7–10)
A. Un mejor
orden: Melquisedec, no Aarón (7)
B. Un mejor
pacto: nuevo, no viejo (8)
C. Un mejor
santuario: celestial, no terrenal (9)
D. Un mejor
sacrificio: el Hijo de Dios, no animales (10)
E. Exhortación:
No menospreciemos la Palabra (10.26–39)
III. Un principio
superior: Fe (11–13)
A. Los ejemplos
de la fe (11)
B. La
persistencia de la fe (12.1–13)
C. Exhortación:
Una advertencia para no desobedecer la Palabra (12.14–19)
D. Las
evidencias de la fe (13)
NOTAS
PRELIMINARES A HEBREOS
La epístola a los Hebreos presenta
varios problemas interesantes al que la estudia. Aquí tenemos un libro que
empieza como un sermón, sin embargo concluye como una carta (13.22–25). En
ninguna parte se menciona el nombre de su autor, ni tampoco se indica
claramente sus destinatarios. Ciertos pasajes se han usado erróneamente para
molestar a los cristianos; debemos recordar que la epístola fue originalmente
dada para exhortar y animar al pueblo de Dios. Es importante estudiar Hebreos a
la luz de toda la Palabra de Dios y no sólo de manera aislada.
I. EL MENSAJE
El principal mensaje de Hebreos se
resume en 6.1: «Vamos adelante a la perfección [madurez espiritual]». Las
personas a quienes se dirigió Hebreos no estaban creciendo espiritualmente
(5.11–14) y andaban en un estado de segunda infancia. Dios había hablado en la
Palabra, pero no eran fieles para obedecerle. Descuidaban la instrucción de
Dios y se alejaban de su bendición. El escritor procura animarles a avanzar en
sus vidas espirituales, mostrándoles que en Cristo tienen bendiciones «mejores».
Cristo es «el autor y consumador [que lleva a término] de la fe» (12.2). El
libro presenta a la fe y vida cristianas como superiores al judaísmo o
cualquier otro sistema religioso. Cristo es la Persona superior (1–6); su
sacerdocio es superior al de Aarón (7–10); y el principio de la fe es superior al
de la ley (11–13).
I. EL
ESCRITOR
Puesto que no se menciona ningún
nombre en el mismo libro, los eruditos han debatido por siglos sobre quién es
su autor. Las tradiciones primitivas señalan a Pablo. Otros han sugerido que
fue Apolos, Lucas, Felipe el evangelista, Marcos y hasta Priscila y Aquila. El
escritor, obviamente, fue judío, puesto que se identifica con los lectores
judíos (1.2; 2.1, 3; 3.1; 4.1; etc.). También se identifica con Timoteo
(13.23), lo cual sin duda podía haber hecho Pablo. La bendición de gracia en la
clausura es típica de Pablo (Véanse 2 Ts 3.17, 18). El escritor había estado en
prisión (10.34; 13.19). La cuestión parece quedar resuelta por 2 Pedro 3.15–18,
donde Pedro claramente afirma que Pablo había escrito al mismo pueblo al cual
Pedro lo hizo, los judíos de la dispersión (1 P 1.1; 2 P 3.1).
Todavía más, Pedro llama
Escrituras a la carta de Pablo. Ahora bien, si Pablo escribió una carta
inspirada a los judíos esparcidos por el mundo y esta carta se ha perdido, una
parte de la Palabra eterna e inspirada de Dios hubiera sido destruida; y eso es
imposible. La única Escritura que está dirigida a los judíos y que no se acredita
a ningún otro autor es Hebreos. Conclusión: Pablo debe haber escrito Hebreos.
Los que argumentan que el estilo o el vocabulario no son típicos de Pablo deben
tener presente que los escritores son libres de adaptar su estilo y vocabulario
a sus lectores y temas.
III. LAS «ADVERTENCIAS»
Incluso Pedro nos informa que
algunos habían tomado la carta a los Hebreos y mal interpretado las «cosas
difíciles» para su propia destrucción (2 P 3.16). Esto se debe a que destrozan
las Escrituras, o tuercen pasajes fuera de su contexto, pervirtiendo la letra
para hacer que diga lo que en realidad no quiere decir. Debemos cuidarnos de
interpretar Hebreos a la luz de toda la Palabra de Dios. Se han colocado las
cinco exhortaciones (Véanse 13.22) en nuestro bosquejo para que pueda ver con
claridad el desarrollo de la carta. Creemos que estas exhortaciones son para
todos los creyentes, puesto que el escritor se identifica con el pueblo al cual
se dirige: «es necesario que con más diligencia atendamos»; «¿cómo
escaparemos»; «temamos, pues»; etc. Decir que 6.4, 5 describe a personas que
eran «casi» salvas es atropellar el significado de estos versículos.
Algunos cristianos han
malentendido la gracia de Dios y la preciosa doctrina de la seguridad eterna al
punto de olvidarse de que Dios también castiga a su pueblo cuando este peca.
Debemos abordar Hebreos como una carta escrita a creyente que estaban en
peligro de recaer en un estado carnal de inmadurez espiritual debido a su
actitud errada hacia la Palabra de Dios. Tal desobediencia, advirtió Pablo,
podía llevarlos al castigo de Dios y a la pérdida de recompensas ante el
tribunal de Cristo (véanse 10.35, 36; 11.26). Hebreos no advierte a los
creyentes que sus pecados los condenarán, puesto que ningún verdadero cristiano
puede jamás perderse eternamente.
IV. PALABRAS
CLAVE
Las palabras clave son «mejor»
(1.4; 6.9; 7.7, 19, 22; 8.6; 9.23; 10.34; 11.16, 35, 40; 12.24) y «perfecto»
(2.10; 5.9, 14; 6.1; 7.11, 19, 28; 9.9, 11; 10.1, 14; 11.40; 12.2, 23).
AUTOR Y FECHA
Hay
varias conjeturas respecto a la paternidad literaria de esta epístola: Pablo
(porque algunos manuscritos posteriores incluyen su nombre), Bernabé, Apolos,
Priscila y Aquila, etc., pero todas son eminentemente inciertas. Es improbable
que PABLO sea el autor de Hebreos. Tanto su lenguaje como su teología difieren
considerablemente del estilo literario y el pensamiento del Apóstol.
Lingüística y conceptualmente, Hebreos es similar a Lucas-Hechos en el Nuevo
Testamento.
De
todos modos, el autor era un judeocristiano helenista conocedor del idioma
griego que estaba empapado extraordinariamente en la Septuaginta, de donde
proceden sus citas del Antiguo Testamento. Así que podemos concluir que Hebreos
es un documento anónimo.
Se han
propuesto también varios lugares de origen: Roma, Éfeso, Antioquía, pero
ninguno se ha adoptado como definitivo. En cuanto a fecha, la relación
lingüística con Lucas-Hechos señala al período pospaulino, pero antes de 1ª de
Clemente. Esta carta, escrita en el 96, parece conocer a Hebreos pero no
menciona título ni autor (17.1; 36.2–5).
Timoteo,
el joven compañero de Pablo, vivía todavía cuando Hebreos se escribió (Heb 13.23).
Tanto el autor como sus lectores pertenecen a la segunda generación de
cristianos (2.3).
La
referencia a sufrimientos (10.32–34) podría señalar a la época de Domiciano
(81–96), solo que no ha habido martirios en la comunidad (12.4). Probablemente
Hebreos se escribió entre 80 y 90, aunque no faltan partidarios de una fecha
(67–69) antes de la destrucción de Jerusalén.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Hebr. 1: 2; 1:
4, 3: 3; 2: 10; 2: 17; 3: 1; 4: 14; 5: 9; 7: 25-27; 9: 24; 12: 2; 12: 24; 13:
20. Constituido Heredero De Todo, Superior A Los Profetas Y De Los Ángeles,
Capitán De Nuestra Salvación, Sumo Sacerdote Misericordioso Y Fiel, Gran
Intercesor, Mediador Del Nuevo Pacto, Gran Pastor De Las Ovejas.
1
«¡Dios ha hablado!» Este es el
gran mensaje de Hebreos. «Dios ha hablado», por tanto, presten atención a cómo
responden a su Palabra. Después de todo, la manera en que respondemos a la
Palabra de Dios es la manera en que respondemos al Hijo de Dios, porque Él es
la Palabra viva. En este primer capítulo vemos la superioridad de Cristo sobre
los profetas y los ángeles.
I. CRISTO ES MEJOR QUE LOS PROFETAS (1.1–3)
A. EN SU PERSONA.
Cristo es el Hijo de Dios; los
profetas fueron simples hombres llamados a ser siervos. Cristo hizo el universo
y es quien lo sostiene. Su Palabra tiene poder. Le dio existencia al universo
mediante su Palabra y ahora su Palabra controla y sostiene nuestro mundo.
Cristo es también el heredero de todas las cosas. «Todo fue creado por medio de
Él y para Él» (Col 1.16). Es el sacrificio de Dios por los pecados del mundo.
«Purgó nuestros pecados» mediante su muerte en la cruz. Ahora está sentado en gloria,
como el Rey Sacerdote de Dios. Su obra en la tierra está completa; Él se ha
sentado.
B. EN SU MENSAJE.
Las revelaciones de Dios en tiempos
antiguos fueron dadas «muchas veces y de muchas maneras».
Ningún profeta recibió la
revelación completa. Dios hablaba tanto a través de visiones, sueños, símbolos
y acontecimientos, como mediante la boca del hombre. Estas revelaciones
apuntaban a Cristo y Él es la revelación final de Dios. Cristo es «la última
Palabra» de Dios al mundo. Toda la revelación del AT conducía a Cristo, la
revelación final y completa de Dios. Cualquiera que hoy se jacte de tener una
«nueva revelación» de Dios, se engaña. Dios no da revelaciones hoy; Él
esclarece su revelación final y total en Cristo.
II. CRISTO SUPERIOR A LOS ÁNGELES (1.4–14)
En la religión judía los ángeles
jugaban un papel vital. La ley fue dada a través del ministerio de los ángeles,
según Gálatas 3.19, Hechos 7.53 y Deuteronomio 33.2. Si los judíos ponían
atención a la ley, dada por medio de ángeles, debían prestar mayor atención al
mensaje dado por Cristo, quien es mayor que los ángeles. El autor menciona
siete citas del AT para mostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles.
A. LOS VERSÍCULOS 4–5 CITAN AL SALMO 2.7 Y 2 SAMUEL 7.14.
Como Heredero de todas las cosas
Cristo tiene una herencia mayor y por tanto un nombre mayor.
En el Salmo 2.7 Dios el Padre
llama a Cristo «mi Hijo», título que no lo daría a los ángeles. (En el AT a los
ángeles en forma colectiva se les denomina «hijos de Dios», pero este título no
se aplica a ninguno en forma individual.) El Salmo 2.7 se refiere a la
resurrección de Cristo, no a su nacimiento en Belén (Véanse Hch 13.33). Cristo
fue «engendrado» de la tumba virgen cuando fue resucitado de entre los muertos.
Colosenses 1.18 le llama «el primogénito de entre los muertos». La segunda cita
se refiere a Salomón; léase todo el capítulo 7 de 2 Samuel con cuidado, porque
la «casa» de David aparece de nuevo en Hebreos. David quería construir una casa
para Dios, pero Él decretó que Salomón realizaría la obra. Dios le prometió a
David que Él sería un padre para Salomón; y Hebreos 1.5 aplica esta promesa a
Cristo, quien es «mayor que Salomón» (Mt 12.42).
B. EL VERSÍCULO 6 CITA AL SALMO 97.7 (O QUIZÁS A DT 32.43 EN LA VERSIÓN
GRIEGA LLAMADA LA SEPTUAGINTA).
Esta cita se refiere al regreso de
Cristo a la tierra («Y otra vez, cuando introduce al Primogénito»).
Así como los ángeles le adoraron
en la primera venida (Lc 2.8–14), le adorarán cuando vuelva para reinar. Cristo
es mayor que los ángeles.
C. EL VERSÍCULO 7 CITA AL SALMO 104.4.
Los ángeles son espíritus creados
por Dios para ser siervos. La próxima cita muestra que Cristo no es siervo sino
Soberano.
D. LOS VERSÍCULOS 8–9 CITAN AL SALMO 45.6–7.
El Salmo 45 es uno matrimonial,
describiendo a Cristo e Israel. Dios afirma con claridad que Cristo tiene un
trono y el Padre llama al Hijo «Dios». Los que niegan la deidad de Cristo
tergiversan estos versículos tratando de probar su punto. Una versión incluso
dice: «Tu trono es Dios». No, estos versículos firmemente anuncian la deidad de
Cristo; Él es Dios.
E. LOS VERSÍCULOS 10–12 CITAN AL SALMOS 102.25–27.
Aquí de nuevo se le llama «Señor»
a Jesús. Él es desde el principio el Creador del universo. Como un vestido
gastado la creación se deteriorará y caerá hecha pedazos, pero Cristo jamás
cambiará. Él es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Los ángeles son seres
creados; Cristo es el Hijo eterno.
F. EL VERSÍCULO 13 CITA AL SALMO 110.1.
Este es el salmo clave en Hebreos,
por cuanto el versículo 4 declara el sacerdocio de Cristo según el orden de
Melquisedec. Cristo está ahora sentado a la diestra de Dios, como Sacerdote
Rey. Pedro cita el mismo pasaje en Hechos 2.34. Los enemigos de Cristo todavía
no se han postrado ante Él, pero lo harán uno de estos días.
El versículo 14 resume el lugar de
los ángeles: son espíritus ministradores, no hijos en el trono; y su trabajo es
ministrarnos a nosotros que somos herederos con Cristo en su maravillosa
salvación.
Al repasar estas citas se puede
ver la majestad y gloria del Hijo de Dios. Como afirma el versículo 4, Cristo
tiene un nombre más excelente que los ángeles, porque por medio de su sufrimiento
y muerte adquirió una herencia mayor. En su carácter, obra y ministerio, Cristo
es supremo. Aun cuando hoy no se ve en la tierra su glorioso reino, todavía
sigue en el trono como Rey y volverá un día para establecer justicia sobre esta
tierra.
2
Este capítulo continúa el
argumento de que Cristo es superior a los ángeles. El escritor interrumpe su argumento
para dar una exhortación, la primera de cinco que hay en el libro (Véanse el
bosquejo de Hebreos).
I. UNA EXHORTACIÓN (2.1–4)
Puesto que la Palabra hablada por
los ángeles fue firme, ¡ciertamente la Palabra hablada por el Hijo de Dios
también será firme! Si en los días del AT Dios se enfrentó a quienes
desobedecieron su Palabra, ¡con toda certeza que también lo hará en los
postreros días con los que ignoran o rechazan su Palabra dada por su Hijo!
El peligro aquí es a deslizarse
por descuido: «No sea que en algún momento dado nos deslicemos de ella» es la
mejor traducción del versículo 1. Nótese que el versículo 3 no dice: «¿Cómo
escaparan los pecadores si rechazan», sino: «¿Cómo escaparemos nosotros [los
creyentes], si descuidamos». La deterioración espiritual empieza cuando los
cristianos empiezan a descuidar esta gran salvación. A partir de las
amonestaciones dadas en 10.19–25 parece que estos judíos eran culpables de
descuidar la oración y el compañerismo con el pueblo de Dios. Nótese 1 Timoteo
4.14.
La palabra desobediencia literalmente significa «falta de disposición para
oír». Los santos que no quieren oír y prestar atención a la Palabra de Dios son
desobedientes y no escaparán de la mano de castigo de Dios. Es más, Dios
confirmó su Palabra mediante «señales y prodigios y diversos milagros» (v. 4, Véanse
Hch 2.22, 43); esta Palabra no debe tratarse con ligereza. En realidad, la
palabra descuidar se traduce
«sin hacer caso» en Mateo 22.5.
II. UNA EXPLICACIÓN (2.5–18)
El argumento del escritor en el
capítulo 1 de que Jesús es mejor que los ángeles ha hecho surgir una nueva
cuestión: «¿Cómo puede Jesús ser mejor si tuvo un cuerpo humano? ¿No son los
ángeles mejores que Él puesto que no tienen cuerpos humanos que los limiten?»
Esta cuestión se responde con una explicación del porqué Jesús se hizo carne.
A. PARA SER EL POSTRER ADÁN (VV. 5–13).
En ninguna parte de la Biblia Dios
promete a los ángeles que regirán el mundo venidero. Dios le dio a Adán el
gobierno sobre la tierra (Gn 1.26, 27). El escritor cita el Salmo 8.4–6 en el
cual se repite la bendición de Dios en Génesis. Dios hizo al hombre un poco
menor que los ángeles o, literalmente, «por un poco de tiempo un poco menor que
Dios». La sugerencia parece ser que Adán y Eva estaban en un período de prueba.
No fueron creados para quedarse
menos que Dios y si hubieran rechazado el pecado, al final hubieran participado
de la gloria de Dios de una manera maravillosa. Satanás sabía que ellos serían
menos que Dios sólo «por un poco de tiempo», de modo que se apresuró y les
prometió la gloria antes de tiempo. El pecado entró en la raza humana y le
privó a Adán de su dominio terrenal.
Cesó de ser el rey y se convirtió
en esclavo. Por eso es que el versículo 8 dice: «Pero todavía no vemos que
todas las cosas le sean sujetas [al hombre]».
¿Qué vemos? «¡Vemos a Jesús!» Él
es el postrer Adán que por medio de su muerte y resurrección deshizo toda la
ruina que Adán causó cuando desobedeció a Dios. Por un poco de tiempo Cristo
fue menor que los ángeles, incluso en la humillación del Calvario (Flp 2.1–12).
Cristo tenía que tener un cuerpo de carne para poder morir por los pecados del
mundo. Los hombres le coronaron con espinas en la tierra, pero ahora ha sido
coronado con gloria y honor; Véanse 2 Pedro 1.17. Hay ahora una nueva familia
en el mundo: Cristo está trayendo muchos hijos a la gloria.
Adán, por su pecado, hundió a sus descendientes
en el pecado y la muerte; Cristo ahora cambia a los hijos de Adán en hijos de
Dios. Él es el «pionero» (autor) de nuestra salvación, el que abre el sendero
para que podamos seguir. Somos sus hermanos, porque somos de la misma familia,
habiendo sido hechos partícipes de su divina naturaleza y apartado para Dios a
través de su muerte (10.10). Aquí se cita el versículo 22 del Salmo 22, aquel salmo
del Calvario, hablando de la resurrección de Cristo. También se cita a Isaías
8.17, 18.
Los dos hijos de Isaías eran
señales para la nación: Sear-jasub (Is 7.3) significa «un remanente volverá»; y
Maher-salal-hasbaz (Is 8.1) significa «el despojo se apresura». En otras
palabras, en días del profeta Isaías había un remanente fiel que se salvó
cuando la nación fue juzgada. Estas personas eran «hijos de Isaías», por así
decirlo. De la misma manera Cristo tiene una familia de creyentes, un remanente
entre judíos y gentiles; ellos también serán librados de la ira venidera.
B. PARA DERROTAR AL DIABLO (VV. 14–16).
La muerte y el temor fueron las
consecuencias del pecado de Adán (Gn 2.17; 3.10). El temor a la muerte ha sido
una de las armas más poderosas de Satanás, quien no tiene «el poder de la
muerte» en forma absoluta, puesto que, como vemos en el caso de Job, no pudo
hacer nada sin el permiso de Dios (Job 1–2). La palabra que se traduce
«imperio» en el versículo 14 quiere decir «poder» o «fuerza» antes que
«autoridad». Satanás aplica su fuerza o poder sobre los pecadores y las
tinieblas (Lc 22.53), pero Cristo ha librado a sus santos del poder de las
tinieblas (Col 1.12, 13). Satanás se ha apropiado de este «imperio de la
muerte» para lograr controlar a las criaturas de Dios; pero Cristo, a través de
su muerte en la cruz, «destruyó» ese poder y libró así a los que estaban en
esclavitud debido al temor de la muerte. Cristo necesitaba un cuerpo humano
para morir y así derrotar a Satanás. Véanse también 1 Juan 3.8. En el versículo
16 el escritor deja en claro que Cristo no tomó la naturaleza de los ángeles,
sino más bien la simiente de Abraham. En otras palabras, Cristo no se hizo un
ángel; se hizo hombre, un judío. No murió por los ángeles; murió por los seres
humanos. Los ángeles caídos nunca pueden ser salvos; ¡pero los seres humanos
caídos sí pueden ser salvados!
C. PARA LLEGAR A SER UN COMPASIVO SACERDOTE (VV. 17–18).
Esta es la tercera razón por la
cual Cristo tomó cuerpo humano. Dios sabía que sus hijos necesitarían un
sacerdote compasivo que les ayudara en sus debilidades. Permitió que su Hijo
sufriera; y a través de este sufrimiento Él le equipó para su ministerio
sacerdotal (v. 10). La persona de Cristo no necesita perfeccionamiento, puesto
que Él es Dios; pero como el Dios-Hombre soportó el sufrimiento a fin de estar
preparado para suplir nuestras necesidades. Fue hecho carne en Belén (Jn 1.14);
fue «en todo semejante a sus hermanos» durante su vida terrenal; y fue «hecho
pecado» en la cruz (2 Co 5.21).
Ahora es un sumo Sacerdote
misericordioso y fiel; ¡podemos depender de Él! Es poderoso para socorrernos
cuando acudimos a Él buscando ayuda. La palabra socorrer quiere decir «correr cuando se es llamado» y la usaban
los médicos. ¡Cristo corre en nuestra ayuda cuando se la pedimos!
Esta sección completa el argumento
respecto a la superioridad de Cristo sobre los ángeles. El escritor ha mostrado
que Cristo es superior en su persona y obra y en el nombre que el Padre le ha
dado «sobre todo nombre». La conclusión es clara: puesto que Cristo es
superior, debemos prestar atención a su Palabra y obedecerla. Debemos tener
cuidado de no deslizarnos debido al descuido.
3
Pasamos ahora al tercer argumento
sobre la superioridad de Cristo: Él es mejor que Moisés. Por supuesto que
Moisés era el gran héroe de la nación judía y para Pablo probar la superioridad
de Cristo sobre Moisés equivalía a probar la superioridad de la fe cristiana
sobre el judaísmo. ¿Cómo podían estas personas regresar al judaísmo cuando lo
que Cristo ofrecía era mucho mejor que lo que Moisés podía ofrecer?
I. CRISTO ES MAYOR EN SU OFICIO (3.1, 2)
Moisés fue principalmente un
profeta (Dt 18.15–19; Hch 3.22), aun cuando ejerció las funciones de sacerdote
(Sal 99.6) y hasta las de rey (Dt 33.4–7). Sin embargo, Moisés fue llamado por
Dios, en tanto que Cristo fue enviado por Dios. Cristo es el «Apóstol» o «el
Enviado» (véanse Jn 3.17; 5.36–38; 6.57; 17.3, 8, 21, 23, 25). Cristo es
también el sumo Sacerdote, oficio que Moisés jamás ocupó. Todavía más, el
ministerio de Cristo tiene que ver con el «llamamiento celestial» y no sólo con
el terrenal de Israel.
Moisés ministró a un pueblo
terrenal cuyo llamamiento y promesas eran fundamentalmente terrenales; Cristo
es el Apóstol y sumo Sacerdote de un pueblo celestial que son extranjeros y
peregrinos en esta tierra. Podemos también añadir que Moisés fue un profeta de
la ley, mientras que Cristo es el Apóstol de la gracia (Jn 1.17). Moisés pecó,
en tanto que Cristo vivió una vida sin pecado. No sorprende que en el versículo
1 se nos pida «considerar» u «observar atentamente» a Jesucristo.
II. CRISTO ES MAYOR EN SU MINISTERIO (3.3–6)
Dios afirma que Moisés fue fiel
(Nm 12.7) igual que Cristo (Heb 3.2), pero sus ministerios son divergentes a
partir de ese punto. Moisés fue un siervo; Cristo es el Hijo. Moisés sirvió en
la casa, en tanto que Cristo es el Señor sobre la casa. «La casa» quiere decir,
por supuesto, la familia de Dios y no el templo ni el tabernáculo. Moisés fue
un siervo en Israel, la familia de Dios en el AT; Cristo es el Hijo sobre la
familia de Dios que hoy es la Iglesia (Heb 3.6; 10.21; también 1 P 2.5; 4.17;
Ef 2.19).
Véanse un ejemplo del uso de la
palabra «casa» para indicar al «pueblo» en 2 Samuel 7.11, donde Dios promete
«hacerle casa a David», o sea, establecer su familia y su trono para siempre.
Aun cuando Israel era la familia
terrenal de Dios y la Iglesia es su familia celestial, tenemos que tener
presente que la familia de Dios siempre se caracteriza por la fe. Las personas
de los tiempos del AT eran salvas por fe como lo es la gente de hoy. Es esta
continuidad de fe la que vincula al pueblo de Dios bajo ambos pactos. Por esto
es que Gálatas 3.7 llama «hijos de Abraham» a los creyentes, porque es el
«padre de los que creen». Hay todavía otros dos asuntos más en este contraste
entre Moisés y Cristo:
A. MOISÉS FUE UN SIERVO EN TANTO QUE CRISTO FUE EL HIJO.
Esta declaración sugiere que el
ministerio del AT fue de esclavitud y servidumbre, en tanto que el ministerio
de Cristo bajo el nuevo pacto es de libertad y gozo. La ley del AT se le llama
«yugo de esclavitud» (Gl 2.4; 5.1; Véanse Hch 15.10). Los benditos privilegios
de la calidad de hijos que disfrutamos en la familia de Dios por la fe no se
conocieron bajo el antiguo pacto.
B. MOISÉS MINISTRÓ USANDO SÍMBOLOS, EN TANTO QUE CRISTO ES EL
CUMPLIMIENTO DE ESTAS COSAS.
Véanse 3.5: «Para testimonio de lo
que se iba a decir». En Cristo tenemos brillando la verdadera luz; en Moisés
estamos en las sombras. ¡Que los lectores regresaran al judaísmo significaba
dejar el cumplimiento a cambio de los tipos y las sombras!
III. CRISTO ES MAYOR QUE EL REPOSO QUE DA (3.7–19)
La palabra «reposo» se usa doce
veces en el capítulo 4, pero no siempre tiene el mismo significado.
Estudiaremos esta palabra en
detalle en el próximo capítulo, pero en este punto debemos introducir las ideas
básicas. El escritor usa a la nación de Israel como una ilustración de la
verdad espiritual (Véanse también 1 Co 10.1–13). Los judíos estaban en
esclavitud en Egipto, así como los pecadores están bajo esclavitud en el mundo.
Dios redimió a Israel por la sangre de los corderos, así como Él nos redime mediante
la sangre de Cristo. Dios prometió a los judíos una tierra de bendición y Él ha
prometido a los suyos una vida de bendición, una herencia espiritual en Cristo.
Pero esta bendición podría venir sólo a quienes se separan del mundo y siguen a
Dios por fe.
De modo que Dios sacó a Israel a
través del Mar Rojo (separación de Egipto, del mundo) y los condujo a los
límites de Canaán. Deuteronomio 1.2 nos informa que era una jornada de once
días. Pero en este momento Israel se rebeló en incredulidad y rehusó creer a
Dios (Nm 14). Debido a esto Dios juzgó a la congregación entera, exceptuando a
Josué y Caleb, quienes confiaron en Dios y se opusieron al voto del pueblo. Los
judíos tuvieron que vagar por cuarenta años en el desierto, un año por cada día
que los espías estuvieron en la tierra. La nación no entró en el reposo
prometido (Dt 12.9; Véanse Jos 1.13–15).
Es aquí donde el escritor advierte
a sus lectores. Habían sido redimidos por la sangre de Cristo y libertados del
mundo. Ahora, como Israel, se veían tentados a regresar. Hacerlo quería decir
no entrar en la vida de plenitud y bendición que Dios les había prometido. Hay
en los capítulos 3 y 4 diferentes reposos los cuales se relacionan al plan de
Dios:
(1) el de la salvación (4.3, 10);
(2) el de victoria en medio de las
pruebas, simbolizado por la tierra prometida de Canaán (4.11);
(3) el futuro y eterno, el reposo
celestial (4.9). Estudiaremos estas distinciones en detalle en el próximo
capítulo.
La exhortación aquí es a que el pueblo
de Dios confíe en Él a pesar de las dificultades, así como lo hicieron Josué y Caleb
y avancen al reposo prometido. Por favor, tenga presente que Canaán no es un
cuadro del cielo; es un símbolo de la vida de bendiciones y batallas, progreso
y victoria, que tenemos en Cristo conforme nos rendimos a Él y confiamos en Él.
Es ese reposo presente que tenemos incluso en medio de las tribulaciones y
pruebas. Ese reposo no podían darlo ni Moisés ni Josué.
El escritor cita el Salmo 95 y
recuerda a los lectores respecto a la dureza de corazón de Israel. Tal vez
quiera leer Éxodo 17 para ver cómo provocó Israel a Dios y lo probó cuando las
cosas se pusieron difíciles. ¡Los creyentes de hoy hacen lo mismo cuando vienen
las tribulaciones y las pruebas! Y aquí tenemos el tema básico de Hebreos:
Avancemos a la madurez, venciendo al enemigo y reclamando nuestra herencia en
Cristo. Crucemos el Jordán (muramos a la vida vieja, Ro 6) y pidamos la
presente herencia que Dios nos ha preparado (Ef 2.10).
¿Puede aplicarse a los creyentes
la advertencia del versículo 12? ¡Ciertamente! La incredulidad es un pecado que
acosa a los cristianos y esta incredulidad procede de un corazón malo que
descuida la Palabra. Una cosa es confiar en Dios para la salvación y otra muy
diferente someterle nuestras voluntades y vidas para dirección y servicio
diarios. Muchos cristianos están aún «deambulando en el desierto» de la derrota
y de la incredulidad; han sido sacados de Egipto, pero nunca han llegado a Canaán
para reclamar su herencia en Cristo. Los judíos fueron comprados por la sangre
y cubiertos por la nube, sin embargo, ¡la mayoría murió en el desierto! ¿Es
esto cuestión de «perder la salvación»? ¡Por supuesto que no! Es asunto de
perder la vida de victoria y de bendición debido a una falta de confianza en
Dios. ¿Y qué causa este corazón malo de incredulidad?:
(1) No oír la
voz de Dios, (vv. 7, 15); y:
(2) dejarnos
engañar por el pecado (v. 13).
¡Cuán importante es oír la Palabra
de Dios! Si erramos aquí, empezaremos a alejarnos de la Palabra (2.1–4) y
entonces dudaremos de ella (3.18, 19). Rehusamos las exhortaciones de los que
quieren ayudarnos (3.13) y avanzamos a la obstinada desobediencia hasta que
llegamos a cauterizarnos en contra de la Palabra (5.11–6.20).
El pecado en la vida del creyente
es engañoso. Empieza como algo pequeño, pero crece gradualmente. Dudar de Dios
en algo puede conducir a un corazón malo de incredulidad. Los que persisten en
avanzar y retienen su confianza demuestran que son verdaderamente salvos (3.6,
14) y al hacerlo así evitan el castigo de Dios, y posiblemente (como con
Israel) el juicio en esta vida. ¡La incredulidad es algo serio!
4
Este capítulo continúa el tema que
empezó en 3.11: el reposo. La palabra «reposo» se usa en esta sección en cinco
sentidos diferentes:
(1) el reposo de
Dios en el día de descanso, según Génesis 2.2 y Hebreos 4.4, 10;
(2) Canaán, el
reposo para Israel después de vagar por cuarenta años (3.11, etc.);
(3) el reposo en
Cristo del presente de salvación del creyente (4.3, 10);
(4) el reposo
del presente de victoria del vencedor (4.11); y:
(5) el reposo en
el cielo del futuro eterno (4.9).
El reposo del día de descanso de Dios
es un tipo de nuestro presente reposo de salvación, siguiendo la obra que Cristo
concluyó en la cruz. Es también un cuadro del «reposo eterno» de gloria. El
reposo de Israel en Canaán es similar a la vida de victoria y bendición que
obtenemos al andar por fe y reclamar nuestra herencia en Cristo. Hay en este
capítulo cuatro exhortaciones relacionadas a la vida de reposo.
I. TEMAMOS, PUES (4.1–8)
Dios prometió descanso al pueblo
de Israel, pero no entraron a ese reposo debido a la desobediencia que surgió
de la incredulidad. Dios ha prometido un reposo para los suyos hoy: paz en medio
de la prueba, victoria a pesar de los problemas al parecer imposibles. A esta
«vida de reposo» en nuestra Canaán espiritual se la llama «vamos adelante a la
perfección» en 6.1; «plena certeza de la esperanza» en 6.11; y «heredan las
promesas» en 6.12. Téngase presente que los lectores de Hebreos atravesaban un
tiempo de prueba (10.32–39; 12.3–14; 13.13) y estaban tentados, como el antiguo
Israel, a «regresar» a la vida vieja. Dios les había prometido el descanso de
la victoria, sin embargo, estaban en peligro de no alcanzarlo. Dios les había
dado la Palabra, pero «no les aprovechó» (4.2) ni la aplicaron a sus vidas. De
nuevo vemos la importancia de la Palabra de Dios en la vida del creyente.
El argumento del escritor es como
sigue: Dios ha prometido un reposo a su pueblo (v. 1), pero Israel no entró en
ese reposo (4.6). Su promesa todavía sigue firme, porque Josué (v. 8) no les
dio este reposo espiritual, aunque les condujo al reposo nacional (Véanse Jos
23.1). De otra manera David nunca hubiera hablado respecto a ese reposo siglos
más tarde en el Salmo 95. Conclusión: «Queda un reposo para el pueblo de Dios»
(v. 9). El escritor relaciona ese reposo al de Dios (vv. 4, 10); o sea, es uno
de satisfacción, no el que se tiene después de quedar exhausto.
Dios no estaba cansado después de
crear el universo; el «reposo» de Génesis 2.2 habla de concluir la tarea y de
satisfacción. Es un «reposo del alma». Este es el «reposo de fe» que Jesús
promete en Mateo 11.28–30. Este es la salvación y es un don que recibimos por
fe. El reposo de 11.30 es lo que hallamos día tras día conforme tomamos su yugo
y nos sometemos a Él. «Temamos, pues», (v. 1) es la advertencia de Dios, porque
muchos de sus hijos no entraron en esta vida de reposo y victoria.
II. PROCUREMOS OBRAR (4.9–12)
«Procurar» aquí significa «poner
diligencia»: esforcémonos con diligencia en entrar a este reposo. «Poner
diligencia» es exactamente lo opuesto a «deslizarse» (2.1–3). Nadie jamás
maduró en la vida cristiana siendo descuidado u holgazán. Lea cuidadosamente 2
Pedro 1.4–12 y 3.11–18, donde Pedro exhorta tres veces a los creyentes a ser
diligentes. Si no somos diligentes, repetiremos el fracaso de Israel y no
entraremos en el reposo prometido y en la herencia. (Nótese de nuevo, esto no
es salvación, sino victoria en la vida cristiana.)
¿Cuál es el secreto de entrar en
ese reposo? La Palabra de Dios. Hebreos 4.12 es la respuesta a cada condición
espiritual; si permitimos que la Palabra de Dios nos juzgue y revele nuestros
corazones, no fracasaremos en cuanto a entrar en la bendición. Israel se rebeló
contra la Palabra y no quería «oír su voz» (Sal 95); por consiguiente, vagaron
en derrota cuarenta años. La Palabra de Dios es una espada (véanse Ap 1.16;
2.12–16; 19.13; Ef 6.17). Penetra en el corazón (véanse Hch 5.33; 7.54, donde
Israel rehúsa de nuevo someterse a la Palabra). Demasiados creyentes no
escuchan ni prestan atención a la Palabra de Dios y así se privan de la
bendición. Madurar espiritualmente requiere diligencia y por eso el creyente
necesita aplicar con fidelidad la Palabra de Dios.
III. RETENGAMOS NUESTRA PROFESIÓN (4.14)
El versículo 14 no dice:
«Retengamos nuestra salvación». La palabra «profesión» aquí es realmente «confesión,
decir lo mismo» (3.1; 10.23; 11.13). La «confesión» se relaciona con el
testimonio del creyente de su fe en Cristo y su fidelidad para vivir por Cristo
y obtener la bendición prometida. Léase 10.34, 35. Los judíos que vagaron en el
desierto perdieron su confesión incluso cuando todavía estaban bajo la nube y
redimidos de Egipto. ¡Qué pobre testimonio fueron del poder de Dios! Él los
sacó, pero no confiaron en que Él les haría entrar. Su incredulidad les privó
de la bendición de Dios.
Esto explica por qué a estos
lectores judíos se les recuerda los «gigantes de la fe» que se mencionan en el
capítulo 11. Todos enfrentaron dificultades y pruebas, sin embargo, vencieron y
mantuvieron una buena confesión. Hebreos 11.13 afirma que estas personas
«confesaron» (la misma palabra que se usa en 4.14) que eran «extranjeros y peregrinos
sobre la tierra». Antes de que Enoc fuera llevado al cielo tuvo un buen
testimonio (11.5). Al final del capítulo, el escritor resume todo diciendo: «y
todos éstos, aunque alcanzaron buen testimionio [testigo]» (11.39). Donde hay
fe, hay un buen testimonio (11.2); donde hay incredulidad, no hay testimonio.
¿De dónde viene la fe? «Así que la
fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (Ro 10.17). El Israel del AT
no quiso oír la Palabra y por consiguiente no tenía fe. «Si oyeres hoy su voz»
es la advertencia que se repite en 3.7, 15 y 4.7. Los cristianos que oyen y
prestan atención a la Palabra de Dios mantendrán una buena confesión y no
perderán su testimonio ante el mundo.
IV. ACERQUÉMONOS AL TRONO DE LA GRACIA (4.15, 16)
Estos versículos prueban que el
creyente no pierde su salvación. Tenemos un sumo Sacerdote que conoce nuestras
tentaciones y debilidades, que soportó las pruebas que nosotros debemos
soportar.
Cuando vienen los tiempos de
prueba necesitamos acudir al trono de la gracia por el auxilio que solamente
Cristo puede dar. El escritor explicará más el tema en capítulos posteriores,
pero pone esta exhortación aquí no sea que sus lectores se desanimen y digan:
«¡Es imposible que sigamos adelante!
Simplemente no contamos con lo que
se necesita!» ¡Por supuesto que no lo tenemos! ¡Ningún creyente tiene fuerza
suficiente para cruzar el Jordán y conquistar al enemigo! Pero tenemos un gran
sumo Sacerdote que tiene misericordia y «gracia para ayudar en el momento
preciso». (Este es el significado literal del versículo 16.)
¿Por qué el escritor se refiere al
«trono» en este punto? La referencia es a Éxodo 25.17–22, el propiciatorio de
oro. El arca del pacto era un cofre de madera recubierto de oro. Encima del
arca Moisés puso un «propiciatorio» con un querubín en cada extremo. Este
propiciatorio era el trono de Dios, donde se sentaba en gloria y gobernaba a la
nación de Israel. Pero el propiciatorio del AT no era un trono de gracia,
puesto que la nación estaba bajo un yugo de esclavitud legal. «La ley por medio
de Moisés fue dada, mas la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»
(Jn 1.17). Cristo es nuestro Propiciatorio («propiciación» en 1 Jn 2.2). Cuando
venimos a Él, lo hacemos a un trono de gracia, no a uno de juicio; y Él nos recibe,
habla y fortalece.
Lea de nuevo este capítulo y verá
que no es una advertencia a que no perdamos nuestra salvación.
Antes bien nos anima a vivir en la
Palabra y en la oración, y a permitir que Cristo nos lleve a la Canaán espiritual
donde hallaremos reposo y bendición. El progreso espiritual es el resultado de
la disciplina espiritual.
5
En los primeros dos capítulos el
escritor ha mostrado que Cristo es mayor que los profetas y los ángeles; en los
capítulos 3–4 ha mostrado que Cristo es inclusive más grande que Moisés. Ahora apunta
hacia Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel, y demuestra que Cristo es un
sacerdote mayor que Aarón. Si los lectores iban a abandonar a Cristo para irse
al judaísmo, estarían cambiando un sumo Sacerdote mayor por uno menor. El
escritor muestra que Cristo es superior a Aarón por lo menos de tres maneras:
I. LA ORDENACIÓN DE CRISTO FUE MAYOR (5.1,4–6)
Aarón fue tomado de entre los
hombres y elevado a la posición de sumo sacerdote. Pasó este honor a su hijo
mayor y así sucesivamente. Aarón pertenecía a la tribu de Leví; esta fue
separada para ser la tribu sacerdotal para la nación de Israel.
Pero la ordenación de Cristo fue
mayor. Por un lado, Él no es sólo un hombre; Él es Dios en carne, el Hijo de
Dios y el Hijo del Hombre. No se apropió egoístamente de este honor del
sacerdocio. Los hijos de Coré trataron de hacerlo (Nm 16) y murieron por su
pecado. No, Dios mismo ordenó a su Hijo.
Aquí el escritor cita el Salmo
110.4, en el cual el Padre ordena al Hijo al ministerio sacerdotal eterno.
En el versículo 5 vincula este
versículo con la cita del Salmo 2.7, porque el ministerio sacerdotal de Cristo
se relaciona a su resurrección y es esta lo que encontramos en el Salmo 2.7
(Hch 13.33).
El sacerdocio de Melquisedec es el
principal tema de Hebreos 7–10, de modo que no necesitamos entrar en detalles
ahora. Quizás desee leer el trasfondo en Génesis 14.17–20. El argumento entero
de Hebreos 7–10 es que Cristo es un sumo Sacerdote mayor porque su sacerdocio
es de un orden mayor: pertenece a Melquisedec, no a Aarón. El nombre
«Melquisedec» significa «rey de justicia»; fue también sacerdote en Salem, que
quiere decir «paz». Aarón nunca fue un sacerdote rey; pero Jesús es tanto
Sacerdote como Rey. ¡Es un Sacerdote sentado en un trono! Y su ministerio es de
paz, el «reposo» del cual se habló en los capítulos 3–4.
Cristo vino de Judá, la tribu de
la realeza, y no de Leví, la tribu sacerdotal. Melquisedec aparece de súbito en
Génesis 14 y luego desaparece de la historia; no se menciona ni su principio ni
su fin. De este modo se lo compara con la condición eterna de Cristo al ser
Hijo, porque Él también es «sin principio ni fin». Aarón murió y tuvo que ser
reemplazado; Cristo nunca morirá: Su sacerdocio es para siempre.
Aarón fue sacerdote de una familia
terrenal, en tanto que Cristo es Sacerdote de un pueblo celestial.
II. CRISTO TIENE MAYOR SIMPATÍA (5. 2, 3, 7, 8)
El sumo sacerdote no solamente
debe ser escogido por Dios; también debe tener simpatía en el pueblo y ser
capaz de ayudarlos. Por supuesto, Aarón mismo era un simple hombre y conocía personalmente
las debilidades de su pueblo. Es más, tenía que ofrecer sacrificios por sí
mismo y su familia.
Pero Cristo es más capaz de entrar
en las necesidades y problemas del pueblo de Dios. En los versículos 7–8 se nos
menciona de la «preparación» que Cristo recibió al soportar el sufrimiento mientras
estaba aquí en la tierra. Téngase presente que al igual que Dios, Cristo no
necesita nada; pero como el Hombre que un día sería sumo Sacerdote, le fue
necesario experimentar las pruebas y el sufrimiento, tema que se trató en
2.10–11. Los judíos menospreciaban a Cristo y cuestionaban su divinidad por el
sufrimiento que soportó. Estos sufrimientos, sin embargo, eran la misma
característica de su deidad. Dios estaba preparando a su Hijo para que fuera el
sumo Sacerdote lleno de compasión por su pueblo. El versículo 7 se refiere a
sus oraciones en el Getsemaní (Mt 26.36–46). Nótese que Cristo no oró que se le
librara «de la muerte», sino de que la muerte no lo «retuviera». No oró que el Padre
le rescatara evitándole la cruz, sino que lo levantara de la tumba. Y esta
oración fue contestada.
Sin duda Cristo estuvo dispuesto y
listo para enfrentar la cruz y para beber la copa que Dios había dispuesto para
Él (Jn 12.23–34).
Alguien tal vez pregunte: «Pero,
¿puede el Hijo de Dios realmente conocer nuestras pruebas mejor que cualquier
hombre, como por ejemplo Aarón?» ¡Sí! Para empezar, Cristo fue perfecto y experimentó
totalmente cada prueba. Fue probado hasta lo sumo, probando cada tentación que
el hombre y Satanás podrían ofrecer. Esto significa que Él fue más allá de lo
que cualquier hombre mortal podría soportar, puesto que la mayoría de nosotros
nos damos por vencidos antes de que la prueba se ponga realmente difícil. Un
puente que ha resistido cincuenta toneladas de peso ha experimentado más prueba
que uno que ha soportado sólo dos toneladas.
III. CRISTO OFRECIÓ UN MAYOR SACRIFICIO (5. 3,
9–14)
El principal ministerio de Aarón
fue ofrecer sacrificios por la nación, especialmente en el Día de Expiación (Lv
16). Los sacerdotes y levitas ministraban durante el año, pero todo el mundo
miraba al sumo sacerdote en el Día de Expiación, porque solamente él podía
entrar en el Lugar Santísimo con la sangre. Antes que todo, sin embargo, tenía
que ofrecer sacrificios por sí mismo.
¡Pero no fue así con Jesús! Siendo
el Cordero de Dios, sin mancha ni defecto, no necesitaba sacrificios por el
pecado. Y el sacrificio que ofreció por el pueblo no fue de animal, sino de sí
mismo.
Todavía más, no tenía que repetir
este sacrificio; no necesitaba ofrecerse a sí mismo nada más que una sola vez
para que el asunto quedara resuelto. ¡Cuánto más grande que Aarón y sus
sucesores! Cristo es el «autor de eterna salvación» (v. 9); Aarón nunca podía
serlo. La sangre de los toros y machos cabríos solamente cubría los pecados; la
sangre de Cristo quitó para siempre el pecado.
El escritor quiere ahora entrar en
un estudio más profundo del sacerdocio celestial de Cristo, pero se encontró en
dificultades. El problema no fue que era un predicador ni escritor inepto, sino
que tenía oyentes «tardos para oír». Quería pasar de la leche (las cosas
básicas de la vida cristiana, mencionadas en 6.1–2) a la carne (el sacerdocio
celestial de Cristo); pero no podía hacerlo si sus lectores no se despertaban y
crecían. Cuántos cristianos hay que viven de leche: reconocen el ABC del
evangelio y de la misión de Cristo en la tierra, pero no obtienen carne como
alimentación, las cosas que Cristo está haciendo ahora en el cielo. Conocen a
Cristo como Salvador, pero no comprenden lo que Él puede hacer por ellos como
sumo Sacerdote.
Estas personas habían sido salvas
ya hacía suficiente tiempo como para que enseñaran a otros, sin embargo, habían
caído en una «infancia espiritual». Alguien tenía que enseñarles de nuevo las
cosas que habían olvidado. Eran «inexpertos» en la Palabra (v. 13). Vemos de
nuevo el papel vital de la Palabra de Dios. Nuestra relación a la Palabra de
Dios determina nuestra madurez espiritual. Estas personas se había alejado de
la Palabra (2.1, 3), dudado de la misma (caps. 3–4) y sus oídos se habían embotado
respecto a ella. No habían mezclado la Palabra con la fe (4.2) ni la habían
practicado en sus vidas diarias (5.14). No tenían los sentidos espirituales
ejercitados (5.14) y por consiguiente estaban tornándose insensibles e
incapaces en sus vidas espirituales. En lugar de avanzar (6.1), estaban retrocediendo.
Crecer en la gracia depende de
crecer en conocimiento (2 P 3.18). Mientras más sepamos respecto a nosotros
mismos y a Cristo, mejor avanzaremos espiritualmente. ¿Dónde está usted en su
crecimiento espiritual? ¿Es un bebé, todavía viviendo de la leche, deambulando
sin rumbo en un desierto de incredulidad? ¿O está madurando, alimentándose de
la carne de la Palabra y haciendo de ella un hábito el practicarla.
6
Ningún capítulo en la Biblia ha
perturbado a más personas que Hebreos 6. Es desafortunado que hasta creyentes
sinceros hayan «caído» respecto a la doctrina de «caer de nuevo».
Los eruditos han ofrecido varias
interpretaciones de este pasaje:
(1) describe el pecado de la
apostasía; lo que quiere decir que los cristianos pueden perder su salvación;
(2) se refiere a personas que fueron
«casi salvas», pero que nunca llegaron a confiar en Cristo;
(3) describe un posible pecado
solamente para los judíos que vivían mientras el templo judío existía;
(4) presenta un «caso hipotético» o
ilustración que nunca podría ocurrir en realidad.
A pesar de que son los puntos de
vista de otros, debo rechazar todas las ideas que acabo de mencionar. Me parece
que Hebreos 6 (tanto como el resto del libro) fue escrito para creyentes, pero
este capítulo no describe un pecado que provoca que el creyente «pierda su
salvación».
Si mantenemos presente el contexto
total del libro y si ponemos atención cuidadosa a las palabras que se usan,
descubriremos que las lecciones principales del capítulo son de arrepentimiento
y seguridad.
I. UNA APELACIÓN (6.1–3)
El escritor ha regañado
severamente a sus lectores debido a su ineptitud espiritual (5.11–14); ahora les
insta a avanzar hacia la madurez («perfección»). Esto, por supuesto, es el tema
principal del libro.
La palabra «perfección» (madurez)
es la misma que se usa en la parábola del sembrador, en Lucas 8.14 («no llevan
fruto»). Esta imagen se une más tarde, en Hebreos 6.7–8, con la ilustración del
campo. La apelación «vamos adelante» significa literalmente: «Seamos llevados
hacia adelante». Es la misma palabra que se traduce «sustenta» en 1.3. En otras
palabras, el escritor no habla de un esfuerzo propio, sino que apela a que sus
lectores se sometan, se rindan, al poder de Dios, el mismo poder que sustenta el
universo entero. ¿Cómo podemos caer si Dios nos está sustentando?
En lugar de avanzar, sin embargo,
estos judíos creyentes estaban tentados a colocar otra vez «un fundamento» que
se describe en los versículos 2–3. Los seis elementos de este fundamento no se refieren
a la fe cristiana, como tal, sino más bien a las doctrinas básicas del
judaísmo. Enfrentando los fuegos de la persecución estos cristianos hebreos
eran tentados a «apartarse del camino» al olvidarse de su confesión de Cristo
(4.14; 10.23). Ya se habían deslizado al retroceder a la «infancia» (5.11–14); ahora
eran proclives a retornar al judaísmo, colocando así de nuevo el fundamento que
había preparado el camino para Cristo y la luz plena del cristianismo.
Se habían arrepentido de las obras
muertas, refiriéndose a las obras bajo la ley (9.14). Habían mostrado fe hacia
Dios. Creían en las doctrinas de los lavamientos (no bautismo, sino de los
lavamientos levíticos; véanse Mc 7.4, 5; Heb 9.10). La imposición de manos se
refiere al Día de Expiación (Lv 16.21); y todo verdadero judío se aferraba a una
resurrección y juicio futuros (Véanse Hch 24.14, 15). Si no avanzaban estarían
retrocediendo, lo que significaba olvidar la sustancia del cristianismo por las
sombras del judaísmo.
II. UN ARGUMENTO (6.4–8)
Nótese desde el principio que la
cuestión aquí es el arrepentimiento, no la salvación: «Porque es imposible,
sean otra vez renovado para arrepentimiento» (vv. 4, 6). Si este pasaje se
refiere a la salvación, enseña que un creyente que «pierde la salvación» no
puede recuperarla. Esto quiere decir que la salvación depende parcialmente de
nuestras obras y, una vez que perdemos nuestra salvación, nunca podremos
recuperarla.
Pero el tema del capítulo es el
arrepentimiento: la actitud del creyente hacia la Palabra de Dios. Los versículos
4–5 describen a los verdaderos cristianos (Véanse 10.32; así como 2.9, 14) y el
versículo 9 indica que el escritor creía que eran verdaderamente salvos. Aquí
no tenemos gente «casi salva», sino verdaderos creyentes.
Las dos palabras clave en el
versículo 6 son «recayeron» y «crucificando». La palabra griega que se traduce
«recayeron» no es apostasía,
que es la raíz para la misma palabra en español. La palabra griega es parapipto, que significa «caer a un
lado, virar, descarriarse». Es similar a la palabra que en Gálatas 6.1 se
traduce «falta». De modo que el versículo 6 describe a los creyentes que han
experimentado las bendiciones espirituales de Dios, pero que se han desviado o
han cometido faltas debido a la incredulidad.
Habiendo hecho esto, se encuentran
en peligro del castigo divino (Véanse Heb 12.5–13) y de llegar a ser «eliminados»
(1 Co 9.24–27), lo que resulta en la pérdida de la recompensa y la desaprobación
divina, pero no en la pérdida de la salvación. La frase «crucificando al Hijo
de Dios», (v. 6) significa «mientras están crucificando». En otras palabras,
Hebreos 6.4–6 no enseña que los santos que pecan no pueden ser traídos al
arrepentimiento, sino que no pueden ser traídos al arrepentimiento mientras
continúen en el pecado y sigan poniendo en vergüenza a Cristo. Los creyentes que
siguen pecando demuestran que no se han arrepentido; Sansón y Saúl son ejemplos
al respecto.
Hebreos 12.14–17 cita el caso de
Esaú igualmente. La ilustración del campo en los versículos 7–8 relaciona esta
verdad a la figura del fuego divino de la prueba; la verdad que aparece tanto
en 1 Corintios 3.10–15 como en Hebreos 12.28–29. Es que Dios nos salvó para que
llevemos fruto; nuestras vidas un día serán probadas; lo que hacemos y no
recibe aprobación será quemado. Nótese que no es el campo lo que se quema, sino
el fruto. El creyente es salvo «más así como por fuego» (1 Co 3.15). Así, el
mensaje total de este difícil pasaje es: Los cristianos pueden retroceder en
sus vidas espirituales y traer vergüenza a Cristo. Mientras vivan en el pecado,
no pueden ser traídos al arrepentimiento y están en peligro de recibir el
castigo divino. Si persisten, sus vidas no llevarán fruto duradero y «sufrirán
pérdida» ante el tribunal de Cristo. Y, para que no usemos la «gracia» como
excusa para el pecado, Hebreos 10.30 nos recuerda a los creyentes: «El Señor juzgará
a su pueblo».
III. UNA SEGURIDAD (6.9–20)
El escritor concluye con un pasaje
tan sólido sobre la seguridad eterna como cualquier otro que hallamos en otras
partes de las Escrituras. Indica, antes que todo, la propia vida de ellos (vv.
10–12) y les recuerda que habían dado evidencias de ser verdaderos cristianos.
En estos versículos hallamos descritos la fe, la esperanza y el amor, y estas
tres características pertenecen a los verdaderos creyentes (1 Ts 1.3; Ro
5.1–5). Pero les advierte en el versículo 12 a no ser «perezosos» (la misma
palabra que en 5.11). Dios ha dado sus promesas; para recibir la bendición
solamente necesitan ejercer fe y paciencia.
Luego usa a Abraham como una
ilustración de la fe paciente. Es cierto que Abraham pecó, ¡incluso repitió el
mismo pecado dos veces! Sin embargo, Dios mantuvo las promesas que le hizo. Al
fin y al cabo para que los pactos de Dios sean ciertos no dependen de la fe de
los santos; dependen sólo de la fidelidad de Dios, quien verificó la promesa de
Génesis 22.16–17 al jurar por sí mismo: ¡y eso lo afirmó! Abraham no recibió la
bendición prometida debido a su bondad u obediencia, sino debido a la fidelidad
de Dios. Además experimentó muchas pruebas y tribulaciones (así como lo sufrían
los lectores originales de Hebreos), pero Dios le sacó adelante.
En el versículo 17 el escritor
dice que Dios hizo todo esto por Abraham para que los «herederos» pudieran
conocer la confiabilidad del consejo y de la promesa de Dios. ¿Quiénes son esos
herederos?
De acuerdo al versículo 18 todos
los verdaderos creyentes son herederos, porque somos los hijos de Abraham por
fe (Véanse Gl 3). Así, hay «dos cosas inmutables» que nos dan seguridad: las
promesas (porque Dios no puede mentir) y el juramento (porque Dios no puede
cambiar). La inmutable Palabra y la inmutable Persona de Dios es todo lo que
necesitamos para estar seguros de que somos salvos y guardados por la
eternidad. Tenemos una «esperanza» que es el ancla del alma y es Cristo mismo
(7.19, 20; 1 Ti 1.1). ¿Cómo podemos «deslizarnos» espiritualmente (2.1–3)
cuando en Cristo estamos anclados al mismo cielo? Tenemos un ancla firme y
segura; y tenemos un «precursor» (Cristo) que nos ha abierto el camino y
vigilará que un día nos unamos a Él en gloria. En lugar de asustar a los santos
llevándoles a pensar que están perdidos, este maravilloso capítulo es una
advertencia en contra de la incredulidad y del corazón no arrepentido y también
nos asegura que estamos anclados en la eternidad.
7
Este capítulo nos introduce a la
segunda sección principal de Hebreos (Véanse el bosquejo). En ella el propósito
del escritor es mostrar que el sacerdocio de Cristo es mejor que el de Aarón
(cuyos sucesores ministraban en ese tiempo en la tierra, 8.4), porque su
sacerdocio es de un orden superior (cap. 7). Es ministrado bajo un pacto
superior (cap. 8), en un santuario superior (cap. 9), debido a un sacrificio superior
(cap. 10).
La figura clave en el capítulo 7
es ese misterioso rey sacerdote, Melquisedec, quien aparece dos veces en todo
el AT (Gn 14.17–20; Sal 110.4). El escritor presenta tres argumentos
significativos para demostrar la superioridad de Melquisedec sobre Aarón.
I. EL ARGUMENTO HISTÓRICO: MELQUISEDEC Y ABRAHAM
(7.1–10)
Primero, el escritor identifica a
Melquisedec como un tipo de Cristo (vv. 3, 15). Era a la vez rey y sacerdote, y
también lo es Jesús. Ningún sacerdote de la línea de Aarón se sentó jamás en un
trono. Es más, los sacerdotes aarónicos nunca se sentaban (hablando
espiritualmente), porque su trabajo nunca se acababa. No había sillas ni en el
tabernáculo ni en el templo. Véanse Hebreos 10.11–14. Todavía más, Melquisedec
fue rey de Salem, que significa «paz»; y Jesús es nuestro Rey de Paz, nuestro
Príncipe de Paz. El nombre «Melquisedec» significa «rey de justicia», nombre que
ciertamente se aplica a Cristo, el Rey Justo de Dios. Así, en su nombre y en
sus oficios, Melquisedec es una hermosa semejanza de Cristo.
Pero Melquisedec también se
asemeja a Cristo en su origen. La Biblia no contiene ningún registro de su
nacimiento o muerte. Por supuesto, esto no significa que Melquisedec no tuvo
padres o que nunca murió. Simplemente significa que el registro del AT guarda
silencio respecto a estos asuntos. De este modo Melquisedec, como Cristo, «no
tiene principio de días, ni fin de vida»: Su sacerdocio es eterno.
Este no dependía de sucesores
terrenales, mientras que los sacerdotes aarónicos tenían que defender su oficio
mediante los registros familiares (Véanse Neh 7.64). Todos los sumos sacerdotes
que descendieron de Aarón murieron, pero Cristo, como Melquisedec, mantiene su
sacerdocio para siempre (vv. 8, 16, 24, 25).
Después de identificar a Cristo
con el orden de Melquisedec, el escritor ahora explica que Melquisedec es
superior a Aarón, porque Aarón, en los lomos de Abraham, dio sus diezmos a Melquisedec
aun sin haber nacido todavía. Y cuando Melquisedec bendijo a Abraham, bendijo igualmente
a la casa de Leví; y sin duda «el menor es bendecido por el mayor» (v. 7). En
la tierra, en el templo judío, los sacerdotes recibían los diezmos; pero en
Génesis 14 los sacerdotes (en los lomos de Abraham) dieron los diezmos a
Melquisedec. Este acontecimiento muestra con claridad la inferioridad del
sacerdocio aarónico.
II. EL ARGUMENTO DOCTRINAL: CRISTO Y AARÓN
(7.11–25)
Después de establecer claramente
los fundamentos históricos de la superioridad de Melquisedec sobre Aarón, el
escritor muestra que Melquisedec es también superior desde un punto de vista doctrinal.
Aquí usa una cita del Salmo 110.4 como base para el argumento y presenta tres
hechos:
A. MELQUISEDEC REEMPLAZÓ A AARÓN (VV. 11–19).
Cuando Dios le dijo a Cristo en el
Salmo 110.4: «Tu eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec»,
en realidad ponían a un lado al sacerdocio levítico fundando en Aarón. Es
imposible que dos sacerdocios divinos operen lado a lado. El hecho de que Dios
estableciera un nuevo orden demuestra que el viejo orden de Aarón era débil e
ineficaz; también significa que la ley bajo la cual estaba Aarón iba igualmente
a ser echada a un lado: «Pues nada perfeccionó la ley» (v. 19). Por consiguiente,
el sacerdocio no perfeccionó nada (v. 11) y los sacrificios que estos hombres
ofrecieron tampoco perfeccionaron nada (10.1). Por supuesto, la palabra hebrea
para perfecto significa «tener
una posición perfecta delante de Dios» y no tiene nada que ver con ausencia de
pecado. Aarón fue hecho sacerdote por un mandamiento carnal, pero las funciones
del sacerdocio de Cristo es «según el poder de una vida indestructible» (v. 16)
porque, a diferencia de Aarón, Cristo nunca morirá.
B. AARÓN NO FUE ORDENADO POR JURAMENTO (VV. 20–22).
Aun cuando Dios, en las elaboradas
ceremonias que se describen en Éxodo 28–30, reconocía a Aarón y sus sucesores,
no tenemos ningún registro de juramento divino alguno que sellara ese sacerdocio.
A decir verdad, Dios no hubiera sellado con juramento su orden porque sabía que
su obra un día concluiría. Pero cuando ordenó a Cristo para ser sacerdote lo
confirmó con un juramento inmutable.
C. AARÓN Y SUS SUCESORES MURIERON, PERO CRISTO VIVE PARA SIEMPRE (VV.
23–24).
La ley era santa y buena, pero
estaba limitada por las fragilidades de la carne. Aarón murió; y sus hijos y
descendientes también murieron. El sacerdocio era tan bueno como el hombre, y
el hombre no duraba para siempre. ¡Pero Cristo vive y no morirá jamás! Tiene un
sacerdocio inmutable porque vive por el poder de una vida interminable.
«Continúa para siempre» de manera que intercede por el pueblo de Dios y salva
(al pueblo de Dios) «perpetuamente». Con frecuencia aplicamos el versículo 25
al perdido, pero su principal aplicación es al salvo, aquellos por quienes
Cristo intercede cada día. Sí, Él salva «perpetuamente» y cualquier pecador
puede ser perdonado. Pero el punto aquí es que a quienes Él ha salvado están
salvos para siempre, ¡por la eternidad!
III. EL ARGUMENTO PRÁCTICO: CRISTO Y EL CREYENTE
(7.26–28)
«Porque tal sumo sacerdote nos
convenía» (v. 26), o sea, era apropiado para nosotros, se ajustaba a nuestras
necesidades. Ningún descendiente de Aarón podría encajar en la descripción de
Cristo dada en estos versículos. Estos hombres no fueron «santos, inocentes,
sin mancha». Aarón hizo un becerro de oro y guió a Israel a la idolatría. Y los
hijos de Elí fueron culpables de glotonería e inmoralidad (1 S 2.12). Pero
tenemos un sumo Sacerdote perfecto: Él es más santo que ningún otro sacerdote
en la tierra, porque ministra en el tabernáculo del cielo en la misma presencia
de Dios.
Aarón y sus hijos tenían que
ofrecer sacrificios diarios, por sí mismos primero y luego por el pueblo.
Cristo es sin pecado; no necesita sacrificios. Y el solo sacrificio que ofreció
resolvió eternamente el problema del pecado. Todavía más, se ofreció a sí mismo en sacrificio y
no la sangre de toros ni de machos cabríos.
Es fácil ver, entonces, que el
orden de Melquisedec es superior al de Aarón. La historia ha demostrado este
punto porque Abraham honró a Melquisedec por sobre Leví; se ha demostrado doctrinalmente
porque la afirmación del Salmo 110.4 así lo define: Dios creó un nuevo orden de
sacerdocio en la ley; y se ha demostrado en forma práctica, porque ningún
hombre jamás podría calificar para ser sumo Sacerdote, sino sólo Jesucristo. No
hay necesidad de buscar más allá de Cristo: Él es todo lo que necesitamos.
8
Después de demostrar que el sacerdocio
celestial de Cristo es de un mejor orden, el escritor ahora muestra que este
sacerdocio se realiza mediante un mejor pacto. Los sacerdotes levíticos
ministraban de acuerdo al antiguo pacto que Dios hizo con Israel en el Sinaí.
El mismo hecho de que Dios lo llama «antiguo pacto» al introducir un «nuevo
pacto» demuestra que el sacerdocio levítico antiguo había sido puesto a un lado
en la cruz. Para evitar que sus lectores retrocedieran a Aarón y al antiguo
pacto el escritor demuestra, en el capítulo 8, la superioridad del nuevo pacto.
¿De qué forma es el nuevo pacto mejor que el antiguo?
I. EL SACERDOTE SUPERIOR DEL NUEVO PACTO (8.1)
El versículo 1 es un «resumen» de
los argumentos anteriores. «Tenemos tal sumo sacerdote» (según se ha descrito
en 7.26–28), un sumo Sacerdote que ya ha demostrado ser superior a Aarón.
Cristo, nuestro sumo Sacerdote, se ha sentado, puesto que su obra de redención
está terminada. Ningún sacerdote de la línea de Aarón se sentó jamás. Tampoco
ningún sacerdote levítico se sentó jamás en un trono. Cristo es nuestro
Rey-Sacerdote en el cielo; y como es un mejor sumo Sacerdote, es mediador de un
mejor pacto. Es cierto que no ministraría un viejo pacto desde el cielo; un
nuevo sumo Sacerdote exige un nuevo y mejor pacto.
II. EL LUGAR SUPERIOR DEL NUEVO PACTO (8.2–5)
Puesto que Jesús vino de la tribu
de Judá, no de Leví, no habría sido considerado para servir como sacerdote.
Hallamos a Cristo en los atrios del templo mientras estaba en la tierra, pero
nunca en el Lugar Santo o en el Lugar Santísimo. Pero esto sólo prueba la
superioridad del nuevo pacto: se ministra desde el cielo y no desde la tierra.
El escritor añade otro argumento:
el original; el tabernáculo terrenal (y el templo) no eran sino copias del
celestial. Moisés copió el tabernáculo del modelo que Dios le reveló en el
monte (Éx 25.9, 40). Los judíos reverenciaban su templo, su mobiliario y sus
ceremonias; sin embargo, estas cosas eran simplemente sombras de la realidad en
el cielo. Retroceder al antiguo pacto quería decir olvidarse de las realidades
del cielo por las imitaciones terrenales. Cuánto mayor es tener un sumo
Sacerdote ministrando en un santuario celestial.
III. LAS PROMESAS SUPERIORES DEL NUEVO PACTO
(8.6–13)
Este pasaje contiene el argumento
clave de este capítulo: las promesas del nuevo pacto son mucho mejores que las
del antiguo pacto. Por consiguiente, el sacerdocio de Cristo, que se basa en
mejores promesas, debe ser un mejor sacerdocio en sí mismo y lo es. Primero,
lea Jeremías 31.31–34 y luego note que estas mejores promesas son:
A. LA PROMESA DE LA GRACIA (VV. 6–9).
En los versículos 8–13 Dios afirma
seis veces que hará algo. ¡Esto es gracia! El antiguo pacto era un yugo de
esclavitud, exigiendo obediencia perfecta. Pero el nuevo pacto hace énfasis en lo
que Dios hará por su pueblo, no en lo que ellos deben hacer por Él. Nótese que
Dios no halló falta en el antiguo pacto, sino en la gente. La ley es
espiritual, pero el ser humano es carnal, «vendido al pecado», dice Romanos
7.14; y Romanos 8.3 deja en claro que la ley «era débil por la carne». En otras
palabras, el fracaso de Israel no se podía achacar a debilidad alguna en el
antiguo pacto, sino a la debilidad de la naturaleza humana. Es aquí, entonces,
que la gracia interviene; lo que la ley no podía hacer debido a la debilidad
del hombre, Dios lo logró mediante la cruz.
B. LA PROMESA DE UN CAMBIO INTERNO (V. 10).
Léase en Jeremías 31.31 la promesa
del nuevo pacto y nótese que involucra un cambio interno, del corazón. Léase en
2 Corintios 3 para tener una luz adicional sobre este maravilloso tema. El
antiguo pacto lo escribió el dedo de Dios en tablas de piedra, pero el nuevo
pacto lo escribe el Espíritu en el corazón humano. Una ley externa nunca puede
cambiar a una persona; debe llegar a ser parte de la vida interna para que
pueda cambiar la conducta. Véanse Deuteronomio 6.6–9. Esto es lo que significa Romanos
8.4: «Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros». Esto lo logra,
por supuesto, el Espíritu Santo, quien nos capacita para obedecer la Palabra de
Dios.
C. LA PROMESA DE BENDICIÓN ILIMITADA (V. 11).
El día vendrá cuando no habrá
necesidad del testimonio personal, porque todos conocerán al Señor.
El cumplimiento final de esta
promesa, por supuesto, espera el establecimiento del reino. «Todos me conocerán»
(v. 11) es un paralelo a la promesa del Antiguo Testamento que se repite: «La
tierra será llena del conocimiento de Jehová» (Is 11.9), tanto para judíos como
gentiles.
D. LA PROMESA DE LOS PECADOS PERDONADOS (V. 12).
Léase Hebreos 10 y se verá que,
bajo el antiguo pacto, había memoria de los pecados, pero no su remisión. La
sangre de toros y machos cabríos podía cubrir los pecados, pero sólo la sangre
del Cordero de Dios es la que «quita el pecado del mundo» (Jn 1.29). ¡Qué
maravillosa promesa da el nuevo pacto al pecador cargado: Sus pecados serán
perdonados y olvidados para siempre!
E. LA PROMESA DE BENDICIÓN ETERNA (V. 13).
El mismo hecho de que Dios lo
llama un «nuevo pacto» quiere decir que el viejo pacto es obsoleto y
desaparecerá. Alrededor del tiempo en que se escribió la carta a los Hebreos
las legiones romanas se preparaban para invadir Palestina, lo cual ocurrió en
el año 70 d.C. La frase «está próximo a desaparecer» indica que después de un
breve tiempo, el templo iba a quedar destruido y las actividades sacerdotales
suspendidas. Pero el nuevo pacto, como el sacerdocio de Cristo, duraría para
siempre.
¿Cuándo empezó a surtir efecto
este nuevo pacto? Lucas 22.20 y 1 Corintios 11.23–26 dejan en claro que el
nuevo pacto se estableció por el derramamiento de la sangre de Cristo en la
cruz. De acuerdo a Hebreos 12.24 Cristo es ahora el Mediador del nuevo pacto.
Pero Jeremías 31.31 afirma que
Dios prometió este nuevo pacto a los judíos. ¿Qué derecho tenemos de aplicarlo
a la Iglesia? La respuesta está en el carácter dispensacional del libro de
Hechos.
Recordemos que Hechos 1–7 es la
oferta de Dios del reino a lo judíos. Cuando el Espíritu Santo vino a los
creyentes en Pentecostés, el nuevo pacto estaba vigente. Si la nación se
hubiera arrepentido y recibido a Cristo como el Mesías, todas las bendiciones y
promesas del nuevo pacto hubieran seguido.
Pero Israel rechazó el mensaje y
resistió al Espíritu, y así la nación fue echada a un lado. Es en este punto
que Dios trajo a los gentiles al nuevo pacto y formó la Iglesia a partir de los
creyentes judíos y gentiles. Así ahora participamos del nuevo pacto en el
cuerpo de Cristo; pero la nación de Israel algún día disfrutará de las mismas
bendiciones cuando «mirarán al que traspasaron» y se establezca el reino (Zac
12.10).
9
Hemos visto que el sacerdocio de
Cristo es mejor que el de Aarón porque pertenece a un mejor orden, el de
Melquisedec (cap. 7) y porque es administrado bajo un mejor pacto, o sea, el
nuevo pacto (cap. 8).
Aquí en el capítulo 9 veremos que
el sacerdocio de Cristo es superior debido a que es administrado en un mejor
santuario.
I. EL SANTUARIO INFERIOR BAJO EL ANTIGUO PACTO
(9.1–10)
El escritor da cinco razones por
las cuales el santuario del antiguo pacto era inferior:
A. ESTABA EN LA TIERRA (V. 1).
La palabra «terrenal» significa
«de este mundo, de la tierra». Dios le dio a Moisés el modelo desde el cielo,
pero él construyó el tabernáculo (y Salomón el templo) en la tierra y con
materiales terrenales.
El santuario fue destinado
divinamente y los cultos y actividades se realizaban bajo la dirección de Dios.
Sin embargo, todo era terrenal. Como veremos en la última parte de este
capítulo, el nuevo santuario es celestial.
B. ERA SÓLO UNA SOMBRA DE LAS COSAS VENIDERAS (VV.
2–5).
Aquí el escritor describe el
arreglo y el mobiliario del tabernáculo del AT. Nótese que «en la primera
parte», tanto en el versículo 2 como en el 6, significa «la primera sección del
tabernáculo», el Lugar Santo. En el versículo 7 «la segunda parte» no se
refiere al segundo tabernáculo que se construyó después del primero que Moisés
hizo; lo que significa es la segunda división del tabernáculo: el Lugar Santísimo.
El altar de oro y la fuente estaban en el atrio exterior. El primer velo (nótese
el v. 3) colgaba entre este atrio y el Lugar Santo. En el Lugar Santo estaban
el candelero, la mesa del pan de la proposición y el altar del incienso.
Detrás del segundo velo estaba el
Lugar Santísimo, al cual sólo el sumo sacerdote podía entrar y esto únicamente
en el Día de Expiación (Lv 16). En el Lugar Santísimo estaba el arca del pacto.
Todas estas cosas apuntaban a Cristo y eran sombras de las grandes realidades espirituales
que Dios daría en el nuevo pacto.
C. ERA INACCESIBLE AL PUEBLO (VV. 6–7).
Sólo los sacerdotes podían
ministrar en el atrio y en el Lugar Santo, y el sumo sacerdote era el único que
podía entrar en el Lugar Santísimo. Y como veremos, el santuario celestial está
abierto para todo el pueblo de Dios.
D. ERA TEMPORAL (V. 8).
El velo entre los hombres y Dios
le recordaba al pueblo que el camino a su presencia aún no se había abierto. El
versículo 9 dice que mientras el velo permaneciera habría dos partes en el
tabernáculo: Símbolo (figura, paralelo) de la relación entre Dios e Israel.
Cuando Cristo murió, el velo se rasgó y así quedó abolida la necesidad de un
santuario terrenal.
E. ERA INEFICAZ PARA CAMBIAR CORAZONES (VV. 9–10).
Día tras día los sacerdotes
ofrecían los mismos sacrificios. La sangre cubría el pecado, pero nunca lo
limpiaba. Ni tampoco la sangre de animales podía cambiar los corazones y las
conciencias de los adoradores. Estas eran «ordenanzas acerca de la carne», o
sea, ceremonias relacionadas con lo externo, no con la persona interior. Eran
actos temporales, esperando la completa revelación de la gracia de Dios en
Cristo Jesús en la cruz.
II. EL SANTUARIO SUPERIOR BAJO EL NUEVO PACTO
(9.11–28)
En el versículo 11 cambia el
cuadro y el escritor explica por qué el santuario del nuevo pacto es superior
al del antiguo y por qué el sacerdocio de Cristo es superior al de Aarón.
A. ES UN SANTUARIO CELESTIAL (V. 11).
Cristo es un sumo Sacerdote de los
«bienes venideros». Su santuario celestial es mucho más grande y perfecto
porque no fue hecho de manos humanas. Se recalca que no es «de esta creación»,
puesto que pertenece a la nueva creación. El tabernáculo terrenal pertenecía al
antiguo pacto, la vieja creación, pero el santuario de Cristo es del nuevo
pacto, la nueva creación. Véanse también el versículo 24.
B. ES EFICAZ PARA CAMBIAR VIDAS (VV. 12–23).
¡Qué contraste! El sumo sacerdote
llevaba la sangre de otra criatura al Lugar Santísimo muchas veces durante su
vida; pero Jesús llevó su propia sangre a la presencia de Dios una sola vez y
por todas.
Los sacrificios del AT limpiaban
ceremonialmente al cuerpo (v. 13), pero no podía alcanzar al corazón ni a la
conciencia. Pero la sangre de Cristo, vertida de una vez por todas, purifica la
conciencia y da al creyente una posición inmutable y perfecta ante Dios. Todas
las ceremonias judías eran «obras muertas» en comparación con la relación viva
con Dios bajo el nuevo pacto.
Los versículos 15–23 usan la
ilustración de un testamento. La persona hace su testamento y determina cómo
distribuir su legado. Pero la herencia no pasa a nadie sino cuando la persona
muere.
Cristo tenía una herencia eterna
que dar a su Iglesia y esta herencia queda descrita en el nuevo pacto, que es
«el testamento de Cristo». Para que el testamento cobrara efecto Él tenía que
morir. Pero lo sorprendente es esto: ¡Cristo murió para que el testamento surta
efecto y luego regresó de entre los muertos para administrar personalmente su
legado! Incluso el primer pacto, bajo Moisés, se selló con sangre (Éx 24.6–8).
Cuando se erigió el santuario terrenal también se dedicó con sangre. Pero esta sangre
de animales sólo podía producir limpieza ceremonial, nunca limpieza interior.
El versículo 23 indica que la
muerte de Cristo purificó incluso las cosas celestiales. Estas cosas tal vez
sean el pueblo de Dios (véanse 12.22; Ef 2.22) el cual ha sido purificado por
la sangre de Cristo; o tal vez sugiera que la presencia de Satanás en el cielo
(Ap 12.3) exigía una limpieza especial del santuario celestial.
C. ES EL CUMPLIMIENTO Y NO LA SOMBRA (V. 24).
Los sacerdotes aarónicos
ministraban en un tabernáculo temporal; apuntaba a un Cristo que todavía no
había venido. Cristo no ministra en un tabernáculo hecho por hombres, lleno de
imitaciones terrenales; ministra en un santuario celestial que es el
cumplimiento de estas prácticas del AT. El sumo sacerdote rociaba la sangre
sobre el propiciatorio y por el pueblo, pero Cristo nos representa ante la misma
presencia de Dios. Qué tragedia cuando la gente se aferra a las ceremonias
religiosas que agradan a los sentidos y no logran aferrarse, por fe, al gran
ministerio celestial de Cristo.
D. SE BASA EN UN SACRIFICIO COMPLETO (VV. 25–28).
La superioridad del sacrificio de
Cristo es el tema del capítulo 10, pero también se menciona aquí.
El trabajo del sacerdote nunca se
acababa porque los sacrificios tampoco se acababan. La muerte de Cristo fue
definitiva. Apareció «en la consumación de los siglos» para quitar el pecado,
no simplemente para cubrirlo. El velo se rompió y el camino a la presencia de
Dios se abrió. Cristo aparece en el cielo por nosotros; podemos entrar a la
presencia de Dios. El judío del AT no tenía acceso a la presencia inmediata de
Dios; jamás se hubiera atrevido siquiera a entrar al Lugar Santísimo. Pero debido
a la obra completa de Cristo en la cruz («Consumado es») tenemos un camino
abierto a Dios a través de Él.
Nótese que en los versículos 24–28
se usa tres veces la expresión «presentarse» o «aparecer».
Vemos que Cristo se presentó en el
pasado para quitar el pecado (v. 26), en la actualidad se presenta en el cielo por
nosotros (v. 24) y aparecerá en el futuro para llevarnos a la gloria (v. 28).
Cuando el sumo sacerdote desaparecía en el interior del tabernáculo en el Día
de Expiación, el pueblo esperaba fuera con expectación hasta que volvía a
aparecer. Tal vez Dios rechazaba la sangre y mataba al sumo sacerdote. ¡Qué
gozo había cuando este salía de nuevo! ¡Y qué gozo tendremos cuando nuestro
sumo Sacerdote aparezca para llevarnos a nuestro Lugar Santísimo celestial,
para vivir con Él para siempre!
10
Este capítulo cierra la sección
sobre «el sacerdocio superior» (7–10) explicando que el sacerdocio de Jesucristo
se basa en un sacrificio superior: el sacrificio de Cristo mismo. El escritor
da tres razones por las cuales el sacrificio de Cristo es superior a los
descritos en el AT.
I. EL SACRIFICIO DE CRISTO QUITA EL PECADO
(10.1–10)
A. LOS SACRIFICIOS DEL AT ERAN INEFICACES (VV. 1–4).
Por un lado, pertenecían a la edad
de los tipos y las sombras, y por consiguiente jamás podían cambiar el corazón.
Se repetían «cada año» (v. 1) y «día tras día» (v. 11), demostrando así que no podían
quitar el pecado. De otra manera el sumo sacerdote y sus ayudantes no hubieran
tenido que repetir estas acciones. Como lo explica Hebreos 9.10–14, los
rituales del AT se referían sólo a cosas externas e impureza ceremonial. Los
sacrificios eran una «recordación de pecados», pero no una remisión de pecados
(Véanse 9.22). En la Cena del Señor recordamos a Cristo, no a nuestros pecados
(1 Co 11.24; Lc 22.19), porque Él los ha olvidado (8.12).
B. EL SACRIFICIO DE CRISTO ES EFICAZ (VV. 5–20).
Aquí el escritor cita el Salmo
40.6–8. El Espíritu Santo ha cambiado de: «Has abierto mis oídos», a: «Mas me
preparaste un cuerpo». La referencia puede ser a Éxodo 21.1–6. En el año del
jubileo se ordenaba a los judíos que dejaran en libertad a sus siervos hebreos.
Pero si el criado quería a su amo y deseaba permanecer con él, se le marcaba
perforando su oreja. Desde ese momento su cuerpo le pertenecía al amo de por
vida. Cuando Cristo vino al mundo el Espíritu le preparó un cuerpo y Él se dedicó
por entero a la voluntad de Dios y dependía de ella.
Ese cuerpo sería sacrificado en la
cruz por los pecados del mundo. Pasajes tales como el Salmo 51.10, 16, 1 Samuel
15.22 e Isaías 1.11 dejan en claro que Dios no vio ninguna salvación
completamente terminada en la sangre de los animales; quería el corazón del
creyente. En los versículos 8–9 el escritor usa las palabras de Cristo para
mostrar que Dios, a través de Cristo, dejó a un lado el primer pacto con sus
sacrificios de animales y estableció uno nuevo con su propia sangre. Debido al
sometimiento de Cristo a la voluntad de Dios hemos sido apartados para Él
(santificados) de una vez y para siempre.
II. EL SACRIFICIO DE CRISTO NO NECESITA REPETIRSE
(10.11–18)
Nótense los contrastes: los
sacerdotes del AT se ponían de pie diariamente, pero Cristo se sentó; el sacerdote
del AT ofrecía los mismos sacrificios con frecuencia; Cristo ofreció un solo
sacrificio (Él mismo) una sola vez. Por una sola ofrenda Dios ha otorgado la
posición correcta, o sea, perfecta, cabal, para siempre, a los que se han
apartado mediante la fe en Cristo. (En el v. 10 somos santificados de una vez
por todas; en el v. 14 somos santificados diariamente. Esta santificación es
posicional y progresiva.)
Los sacrificios del AT recordaban
los pecados, pero el sacrificio de Cristo hace posible la remisión de los
pecados (v. 18). Remisión quiere
decir: «enviar lejos». Nuestros pecados han sido perdonados y enviados lejos
para siempre (Sal 103.12; Miq 7.19). En el Día de Expiación (Lv 16) el sumo
sacerdote confesaba los pecados de la nación sobre la cabeza del chivo
expiatorio y luego el macho cabrío era llevado al desierto y dejado allí en
libertad. Esto fue lo que Cristo hizo con nuestros pecados. Ya no hay más
sufrimiento por el pecado porque no hay más recordación del pecado. El Espíritu
Santo testifica a nuestros corazones y tenemos la bendición de ese nuevo pacto
prometido (vv. 14–17; Jer 31.33).
III. EL SACRIFICIO DE CRISTO ABRE EL CAMINO HACIA
DIOS (10.19–39)
A. EXPLICACIÓN (VV. 19–21).
El escritor repasa las bendiciones
que los creyentes tienen por la muerte de Cristo que ocurrió una vez y para
siempre. Debido a que en Cristo tenemos una posición perfecta, podemos tener
confianza (literalmente «libertad de palabra») para acercarnos a su presencia.
Ningún velo se interpone entre nosotros y Dios. Ese velo del tabernáculo
simbolizaba el cuerpo humano de Cristo, porque cubría la gloria de Dios (Jn
1.14). Cuando su cuerpo fue ofrecido, el velo se rompió. Tenemos un nuevo
camino basado en el nuevo pacto; tenemos un camino de vida, debido a que
tenemos un sumo Sacerdote viviente (7.25). La familia de Dios (la Iglesia)
tiene un gran sumo Sacerdote en gloria.
B. INVITACIÓN (VV. 22–25).
Hay tres afirmaciones de invitación
aquí (Véanse también 6.1):
(1) «Acerquémonos» en lugar de alejarnos
o deslizarnos;
(2) «mantengamos firme» nuestra
profesión (testimonio) de fe (o esperanza, como dicen algunas traducciones),
sin vacilar debido a las pruebas;
(3) «considerémonos» unos a otros y,
con nuestro ejemplo, estimulando a otros creyentes a ser fieles a Cristo.
Debemos estimularnos al amor (Véanse
1 Co 13.5). La confianza que tenemos en el cielo debe guiarnos al crecimiento y
a la dedicación espiritual en la tierra. Parece que estos creyentes, debido a
las pruebas, estaban descuidando el compañerismo cristiano y el estímulo mutuo
que los creyentes necesitan el uno del otro. Puesto que Cristo es nuestro sumo
Sacerdote y porque somos un reino de sacerdotes (1 P 2.9), debemos congregarnos
para la adoración, la enseñanza y para rendir culto y servicio. El judío del AT
no podía entrar en el tabernáculo y el sumo sacerdote no podía entrar en el
Lugar Santísimo cuando quería. Pero, mediante el sacrificio de Cristo, tenemos
un camino vivo al cielo. Podemos llegarnos a Dios en cualquier momento.
¿Aprovechamos este privilegio?
C. EXHORTACIÓN (VV. 26–39).
Esta es la cuarta de las cinco
exhortaciones (Véanse el bosquejo). Advierte en contra del pecado voluntario.
Por favor, recuerde que esta exhortación es para los creyentes, no para los
inconversos, y se relaciona a las otras tres exhortaciones anteriores. Los
cristianos indiferentes empiezan a alejarse debido a la negligencia; luego
dudan de la Palabra; después se endurecen contra la Palabra; y el siguiente
paso es el pecado deliberado y el rechazo de la herencia espiritual. Nótense
los hechos importantes de este pecado en particular. No es uno que se comete
una sola vez; «si pecáremos voluntariamente» en el versículo 26 debe entenderse
como «voluntariamente queremos seguir pecando».
Es el mismo tiempo gramatical
continuo como en 1 Juan 3.4–10: «El que peca continua y habitualmente no ha
nacido de Dios». Así, este pasaje no se refiere al «pecado imperdonable», sino de
una actitud hacia la Palabra, actitud a la cual Dios llama rebelión voluntaria.
En el AT no había sacrificios para los pecados deliberados, con presunción
(véanse Éx 21.14; Nm 15.30). Los pecados de ignorancia (Lv 4) y los que
resultaban de los arranques de pasión estaban cubiertos; pero los pecados voluntarios
merecían sólo el castigo.
El versículo 29 nos recuerda que
Dios tiene en alta estima nuestra salvación (y el derramamiento de la sangre
que la compró). El Padre valora a su Hijo; el Hijo vertió su sangre; el
Espíritu aplica al creyente los méritos de la cruz. Para nosotros, el pecado
voluntario es pecar contra el Padre y el Hijo y el Espíritu. El escritor cita a
Deuteronomio 32.35, 36 para mostrar que Dios, en el AT, tuvo el cuidado de que
su pueblo (no los inconversos) cosechara lo que sembraba y fuera juzgado cuando
desobedeciera voluntariamente. El hecho de que era su pueblo del pacto hacía
que sus obligaciones fueran mucho mayores (Am 3.2). Dios juzga a su pueblo;
véanse Romanos 2.16; 1 Corintios 11.31, 32 y 1 Pedro 1.17. Por supuesto, esto
no es el juicio eterno, sino más bien su castigo en esta vida y la pérdida de
recompensa en la venidera. Nótense los versículos 34–35, en donde el escritor
enfatiza la recompensa por la fidelidad, no por la salvación. Véanse también 1
Corintios 3.14, 15; 5.5; 9.27 y 11.30.
En los versículos 32–39 (como en
6.9–12) da una seguridad maravillosa a estos creyentes de que sus vidas habían
demostrado que verdaderamente habían nacido de nuevo. Estaban entre los que habían
puesto su fe en Cristo (Hab 2.3, 4) y por consiguiente no podían «salir» como
lo hicieron los que en realidad no eran salvos (1 Jn 2.19). Su destino es la
perfección, no la perdición, debido a que tienen a Cristo en sus corazones y
esperan su venida.
11
Este capítulo ilustra la lección
de 10.32–39 y muestra que a través de toda la historia hombres y mujeres han
hecho lo imposible por la fe. «El justo vivirá por fe» afirma 10.38. Este
capítulo muestra que la fe puede conquistar en cualquier circunstancia.
I. LA FE DESCRITA (11.1–3)
La fe bíblica verdadera no es una
clase emocional de anhelos ensoñadores; es una convicción interna basada en la
Palabra de Dios (Ro 10.17). En el versículo 1 el término certeza (sustancia, en la versión de 1909) significa «seguridad» y convicción significa «prueba»,
«demostración». Así, cuando el Espíritu Santo nos da fe por medio de la
Palabra, ¡la misma presencia de esa fe en nuestros corazones es toda la
seguridad y evidencia que necesitamos!
El Dr. J. Oswald Sanders dice: «La
fe capacita al alma creyente a enfrentar el futuro como presente y lo invisible
como visto». Por medio de la fe podemos ver lo que otros no pueden ver (nótense
los vv. 1, 3, 7, 13 y 27). Cuando hay verdadera fe en el corazón Dios da
testimonio a ese corazón por su Espíritu (nótense los vv. 2, 4, 5 y 39). Por fe
Noé vio el juicio que venía, Abraham vio una ciudad futura, José vio el éxodo
de Egipto y Moisés vio a Dios.
La fe consigue cosas debido a que
hay poder en la Palabra de Dios, como se ilustra por la creación, conforme al
versículo 3. ¡Dios habló y fue hecho! Dios todavía nos habla hoy. Cuando
creemos lo que Él dice, el poder de la Palabra logra maravillas en nuestras
vidas. La misma Palabra que actuó en la vieja creación actúa en la nueva
creación.
II. LA FE DEMOSTRADA (11. 4–40)
A. ABEL (V. 4; GN 4.3).
Dios pidió un sacrificio de sangre
(Heb 9.22) y Abel tuvo fe en esa palabra. Sin embargo, Caín no mostró fe y fue
rechazado. Dios testificó de la fe de Abel al aceptar su sacrificio; y por este
testimonio Abel todavía nos habla hoy.
B. ENOC (VV. 5–6; GN 5.21–24).
En una época impía Enoc vivió una
vida consagrada; lo hizo al confiar en la Palabra de Dios. Véanse Judas 14.
Creyó que Dios le recompensaría por su fe y Dios lo hizo así al llevarle al
cielo sin que viera muerte. La recompensa de la fe es importante en Hebreos
(10.35; 11.26; 12.11).
C. NOÉ (V. 7; GN 6–9).
Nadie había visto, ni esperaba,
juicio mediante un diluvio; Noé lo vio por fe. La fe conduce a las obras. La
actitud y acciones de Noé condenaron al mundo incrédulo y perverso que lo
rodeaba.
D. ABRAHAM (VV. 8–19; GN 12–25).
Aquí tenemos al gran «padre de los
creyentes» que es uno de los más grandes ejemplos de fe en el AT. Abraham creyó
a Dios sin saber dónde (vv. 8–10), sin saber cómo (vv. 11–12), sin saber cuándo
(vv. 13–16) y sin saber por qué (vv. 17–19). Fue la fe en la Palabra de Dios lo
que le hizo dejar su casa, vivir como peregrino y seguir a dondequiera que Dios
le guiaba. La fe le dio a Abraham y a Sara el poder para tener un hijo cuando
estaba «ya casi muerto». Abraham y sus descendientes peregrinos no retrocedieron,
como los líderes hebreos se vieron tentados a hacerlo, sino que mantuvieron sus
ojos en Dios y persistieron en avanzar hasta la victoria (vv. 13–16; 10.38,
39).
E. ISAAC (V. 20; GN 27).
Creyó la Palabra que le había
trasmitido Abraham y confirió la bendición a Jacob.
F. JACOB (V. 21; GN 48).
A pesar de sus fracasos Jacob
tenía fe en la Palabra de Dios y bendijo a Efraín y Manasés antes de morir.
G. JOSÉ (V. 22; GN 50:24; ÉX 13.19; JOS 24.32).
José sabía que Israel un día sería
libertado de Egipto, porque eso es lo que Dios le prometió a Abraham (Gn
15.13–16). Es asombroso que José incluso tuviera fe después de atravesar tantas
pruebas y de haber vivido en Egipto casi toda su vida.
H. MOISÉS (VV. 23–29; ÉX 1–15).
Los padres de Moisés tuvieron fe
para esconderlo puesto que Dios les había dicho (de alguna manera) que era un
niño especial (Hch 7.20). La fe de Moisés le llevó a rehusar la posición en
Egipto y a identificarse con Israel. De nuevo vemos la recompensa de la fe (v.
26) en contraste con los placeres temporales del pecado. La fe en la Palabra
condujo a la liberación en la Pascua (¡cómo deben haberse mofado los egipcios
al ver la sangre en los postes de las puertas!) y a cruzar el Mar Rojo.
I. JOSUÉ (V. 30; JOS 1–6).
Dios prometió a Josué entregarle a
Jericó y la fe en esa promesa lo llevó a la victoria. Israel marchó alrededor
de la ciudad durante siete días y deben haberles parecido ridículos a los
habitantes de Jericó, pero la fe de los judíos fue recompensada.
J. RAHAB (V. 31; JOS 2; 6.22–27).
Su confesión de fe está en Josué
2.11. Su fe la llevó a obrar (Stg 2.25) al arriesgar su vida para salvar a los
espías. A pesar de que era una prostituta fue salva por fe y fue hasta incluida
entre los antepasados humanos de Cristo (Mt 1.5). Su fe fue contagiosa porque
también ganó a su familia (Jos 6.23).
K. «OTROS» (VV. 32–40).
Algunas personas se mencionan por
nombre, otras no. Todos estos hombres y mujeres, no obstante, están entre los
gigantes de la fe. El escritor ve la historia entera del AT como un registro de
victorias de fe. Algunas victorias fueron públicas y milagrosas, tales como la
liberación de la muerte; otras fueron privadas y más bien ordinarias, tales
como «sacaron fuerzas de debilidad» e «hicieron justicia».
Algunos fueron librados por fe;
otros no escaparon, pero por fe recibieron fe para soportar el sufrimiento. El
mundo incrédulo miraba a estos creyentes como basura, «excéntricos» y «pestes».
Dios, sin embargo, dice de ellos: «de los cuales el mundo no era digno» (v.
38). Cada uno de ellos recibió de Dios ese testimonio de fe (v. 39).
Aunque la fe los capacitó a
recibir las promesas (plural), no recibieron la promesa (v. 39); pero ahora, en
Cristo, esa promesa se ha cumplido. Nótense tanto el versículo 13 como 1 Pedro
1.11, 12. El versículo 40 indica que el plan de Dios para estos santos del AT
también incluye a los cristianos del NT que hoy participan en ese nuevo pacto a
través de Cristo. Esa «cosa mejor» se ha descrito en Hebreos: el mejor
sacerdote, el mejor sacrificio, santuario y pacto. En un sentido muy real los
cristianos de hoy son herederos de la promesa (6.17, 18) por la fe en Cristo,
puesto que todas nuestras bendiciones espirituales son debido a las promesas
que Dios le hizo a Abraham y a David (Ro 11.13–29). Por supuesto, aunque estas
promesas se han cumplido espiritualmente en Cristo (Gl 3), también se cumplirán
literalmente en Israel en «el siglo venidero» (Heb 2.5–9).
Las lecciones de este capítulo son
muchas, pero tal vez sería provechoso mencionar unas pocas.
(1) Dios obra mediante la fe y sólo
por la fe. Ejercer fe es la única manera de agradarle y recibir su bendición.
(2) La fe es un don de Dios por medio
de la Palabra y del Espíritu. No es algo que «desarrollamos» por nosotros
mismos.
(3) La fe siempre es sometida a
prueba; a veces parece que confiar en Dios es algo absurdo, pero la fe al final
siempre triunfa.
12
La palabra clave en este capítulo
es «soportar» o «resistir»; se la encuentra en los versículos 1 (traducida
«paciencia»), 2, 3, 7 (traducida «sufrir») y 20. La palabra significa «soportar
bajo prueba, continuar cuando es difícil avanzar». Estos cristianos estaban
atravesando un tiempo de prueba (10.32–39) y estaban tentados a darse por
vencidos (12.3). Ninguno había sido llamado todavía a morir por Cristo (12.4),
pero la situación no se mejoraba en ninguna manera. Para animarles a confiar en
Cristo el escritor les estimula a recordar (nótese el v. 5) tres aspectos que
les ayudarían a continuar avanzando y creciendo.
I. EL EJEMPLO DEL HIJO DE DIOS (12.1–4)
En el capítulo 11 sus lectores
miraban hacia atrás y veían cómo los grandes santos del AT ganaron por fe la carrera
de la vida. Ahora el escritor les insta a «mirar a Jesús» y así ver fortalecida
su fe y esperanza. El cuadro aquí es el de una arena, o estadio; los
espectadores son los héroes de la fe mencionados en el capítulo anterior; los
corredores son los creyentes que atraviesan pruebas. (Esta imagen no
necesariamente implica que las personas que están en el cielo nos observan o
saben lo que ocurre aquí en la tierra. Es una ilustración, no una revelación.)
Para que los cristianos ganen la carrera deben despojarse de todos los pesos y
pecados que les dificultan correr. Sobre todo, ¡deben mantener sus ojos en
Cristo como la meta! Compárese con Filipenses 3.12–16. ¡Cristo ya ha corrido
esta carrera de fe y la ha conquistado por nosotros! Él es el Autor (Pionero,
Explorador) y Consumador de nuestra fe; Él es el Alfa y la Omega, el Principio
y el Fin. Lo que Él empieza, lo termina; Él puede llevarnos a la victoria.
Nuestro Señor atravesó muchas
pruebas mientras estaba en la tierra. ¿Qué le ayudó a lograr la victoria? «El
gozo puesto delante de Él» (v. 2). Esta era su meta: el gozo de presentar su
Iglesia ante el Padre en el cielo un día (Jud 24). Nótense también Juan 15.11;
16.20–24 y 17.13. Su batalla contra el pecado le llevó a la cruz y le costó la
vida. La mayoría de nosotros no correrá en esa pista; tal vez nuestra tarea
será vivir por Él, no morir por Él. «¡Considerad a aquel!» «¡Mire a Jesús!»
Estas palabras son el secreto del aliento y la fuerza cuando la carrera se pone
difícil. Necesitamos apartar los ojos de nosotros mismos, de otras personas, de
las circunstancias y ponerlos en Cristo solamente.
II. LA SEGURIDAD DEL AMOR DE DIOS (12.5–13)
Estos cristianos se habían
olvidado de las verdades básicas de la Palabra (5.12); y el versículo 5 nos dice
que hasta habían olvidado lo que Dios dice respecto a la disciplina. El
escritor citó Proverbios 3.11 y les recordó que el sufrimiento en la vida del
cristiano no es un castigo, sino disciplina. La palabra «disciplina» significa
literalmente la «disciplina de criar o educar a un niño». Eran bebés espirituales;
una manera en que Dios los hacía madurar era permitir que atravesaran pruebas.
El castigo es obra de un juez; la disciplina es la obra de un padre. El castigo
se aplica para confirmar la ley; la disciplina se aplica como prueba de amor,
para el bien del niño. Demasiado a menudo nos rebelamos contra la mano amorosa
de Dios que aplica la disciplina; en lugar de eso debemos someternos y crecer.
Satanás nos dice que nuestras
pruebas son evidencia de que Dios no nos ama; ¡pero la Palabra de Dios nos dice
que los sufrimientos son la mejor prueba de que Él en realidad nos ama!
Cuando el sufrimiento viene sobre
los creyentes, estos pueden responder de diferentes maneras.
Pueden resistir las circunstancias
y luchar contra la voluntad de Dios, amargarse en lugar de mejorarse.
«¿Por qué tiene que ocurrirme esto
a mí? ¡A Dios ya no le interesa! ¡De nada sirve ser cristiano!» Esta actitud no
producirá sino tristeza y amargura del alma. El escritor argumenta: «Tuvimos padres
terrenales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿No deberíamos, entonces,
respetar a nuestro Padre celestial que nos ama y desea hacernos madurar?»
Después de todo, la mejor prueba de que somos hijos de Dios, y no hijos
ilegítimos, es que Dios nos disciplina. Lo que el versículo 9 sugiere es que si
no nos sometemos a Dios, podemos morir. Dios no tendrá hijos rebeldes y, si
tiene que hacerlo, puede quitarles la vida.
Luego, además, el cristiano puede
también darse por vencido y dejarse derrotar. Esta es una actitud incorrecta
(véanse vv. 3, 12, 13). La disciplina de Dios tiene el propósito de ayudarnos a
crecer, no a destrozarnos. La actitud correcta es que soportamos por fe (v. 7),
permitiendo que Dios realice su perfecto plan. Es ese «después» del versículo
11 lo que nos mantiene avanzando. La disciplina es para nuestro provecho, para
que podamos ser partícipes de su santidad y nuestra sumisión trae mayor gloria a
su nombre.
III. EL PODER DE LA GRACIA DE DIOS (12.14–29)
Esta es la quinta de las exhortaciones
en Hebreos y el pensamiento clave es la gracia (véanse vv. 15, 28). Se hace un
contraste entre Moisés y Cristo, el monte Sinaí y el de Sion, el pacto antiguo
y el nuevo. Cuando se dio la ley en el Sinaí, regían el temor y el terror, y la
montaña estaba cubierta de humo y fuego. Cuando Dios hablaba, la gente
temblaba. Pero hoy, tenemos una experiencia más grande que la de Israel en el
Sinaí, porque tenemos un sacerdote celestial, un hogar celestial, una comunión celestial
y una voz que habla desde lo alto y que da un mensaje de gracia y amor.
En los versículos 22–24 se da una
descripción de las bendiciones del nuevo pacto en Cristo. El monte de Sion es
la ciudad celestial (13.14; Gl 4.26), en contraste con la Jerusalén terrenal,
la cual estaba a punto de ser destruida.
Hay tres grupos de personas en la
ciudad celestial:
(1) las huestes
de los ángeles que ministran a los santos;
(2) la Iglesia
del primogénito (Véanse 1.6); y:
(3) los santos
del AT.
«Hechos perfectos» (v. 23) no
significa que los creyentes en gloria están ahora en sus cuerpos perfectos de
resurrección. Se refiere más bien a los santos del AT que tiene ahora una
posición perfecta ante Dios debido a la muerte y resurrección de Cristo (10.14;
11.40). Cualquiera que cree en la Palabra de Dios (como lo hicieron los santos
del AT) va al cielo; pero la perfección de la obra de Dios no llegó sino hasta
la muerte de Cristo en la cruz.
A la cabeza de la lista está
Jesús, el Mediador del nuevo pacto. ¿Cómo podrían estas personas volver a una ciudad
terrenal (a punto de ser destruida) y a un templo terrenal (que también sería destruido),
sacerdotes terrenales y sacrificios terrenales? ¡La sangre de Cristo ha
resuelto todo! La sangre de Abel clama venganza desde la tierra (Gn 4.10), pero
la sangre de Cristo habla desde el cielo para salvación y perdón. ¡Esto es
gracia! Cristo es un ministro de gracia. El nuevo pacto es uno de gracia. La
gracia de Dios nunca falla, aun cuando no la alcancemos (v. 15) debido a que no
llegamos a apropiarnos de ella. Esaú es la ilustración de uno que menospreció
las cosas espirituales y perdió la bendición. («Profano» significa «fuera del
templo» o «mundano, común».) Esaú fracasó con la gracia de Dios porque no quiso
arrepentirse (nótese 6.6).
«¡Dios está conmoviendo las
cosas!» es el tema de los versículos finales. A ninguno de nosotros nos gusta
la remoción; nos encanta la estabilidad y la seguridad. Pero Dios ya estaba
removiendo la economía judía y estaba a punto de destruir el templo en
Jerusalén. La cosas materiales desaparecerían para que las realidades
espirituales ocuparan su lugar. Dios edificaba un nuevo templo: Su Iglesia; y
el viejo templo sería quitado. El escritor cita a Hageo 2.6 para mostrar que un
día Dios removerá al mundo mismo y traerá un nuevo cielo y una nueva tierra.
«Así que» (v. 28) introduce la
aplicación práctica: «Tengamos gratitud» o «tengamos gracia».
¿Cómo recibimos gracia? Ante el
trono de la gracia, donde nuestro sumo Sacerdote eterno intercede por nosotros.
Debemos servir a Dios, no las viejas leyes o costumbres. Somos parte de un
reino que nunca será removido o quitado. Edificamos nuestras vidas sobre las
realidades eternas e inmutables que tenemos en Cristo. Por consiguiente,
sirvamos a Dios con reverencia. Prestemos atención a su Palabra y no rehusemos
escuchar, por cuanto en su Palabra está la gracia y la vida que necesitamos. La
amonestación del versículo 25 no se refiere a nuestro destino eterno. Como las
demás exhortaciones en Hebreos, esta se refiere al castigo que Dios aplica en esta
vida y no con el juicio en la venidera.
13
Aquí tenemos la apelación final de
esta epístola. El escritor ha explicado las verdades doctrinales; ahora cierra
con amonestaciones prácticas para todos los creyentes. Sus enemigos estaban
diciendo: «Si permanecen leales a Cristo, perderán todo: Sus amigos, sus bienes
materiales, su herencia religiosa en el templo, los sacrificios y el
sacerdocio». Pero aquí el escritor destaca que el creyente no pierde nada al
confiar en Cristo. Por fe los cristianos dan las espaldas al «sistema
religioso» de este mundo (en este caso, el judaísmo) y fijan sus ojos y
corazones en la adoración espiritual verdadera a Dios en Cristo.
Nótese en este capítulo las
bendiciones espirituales que tienen los cristianos, aun cuando puedan perder todo
en este mundo.
I. UNA COMUNIÓN ESPIRITUAL DE AMOR (13.1–4)
El amor por el pueblo de Dios es
una de las características de un verdadero creyente en Cristo (Jn 13.35; 1 Jn
3.16; 1 Ts 4.9; etc.). El mundo aborrece a los cristianos (Jn 15.17–27) y estos
necesitan del mutuo amor de los santos para aliento y fortaleza. Este amor se
expresa de maneras prácticas, tales como simpatía por los que atraviesan
tribulaciones (v. 3, Véanse 1 Co 12.26) y ser hospitalarios. Se refiere a las
visitas de los ángeles en el Antiguo Testamento, como a Abraham (Gn 18), Gedeón
(Jud 6.11) y Manoa (Jud 13). Por supuesto, el verdadero amor cristiano debe
verse primero en el hogar y en la familia, de modo que advierte en contra de
los pecados sexuales que pueden destruir el matrimonio. Es esta época cuando se
toman tan a la ligera los votos matrimoniales, necesitamos recordar que Dios
juzga a toda persona inmoral, sea creyente o incrédula.
II. TESOROS ESPIRITUALES (13.5–6)
Costaba algo ser cristiano en el
primer siglo. Estas personas habían sufrido el saqueo de sus bienes (10.34) y
estaban pagando un precio por su testimonio. ¡Qué fácil es que los cristianos
codicien y deseen las cosas del mundo (1 Ti 6.6; Lc 12.15). Es fácil leer:
«Contentos con lo que tenéis ahora!», pero difícil de practicar. El verdadero
contentamiento nunca viene al poseer muchas cosas; viene cuando nos apoyamos
por completo en Cristo.
El escritor cita la promesa del AT
que Dios le dio a Moisés (Dt 31.6–8) y a Josué (Jos 1.5) y la aplica al pueblo
de Dios hoy. Puesto que Cristo siempre está con nosotros, ¡tenemos todo lo que
necesitamos! Nunca necesitamos desear alguna otra cosa material (Flp 4.19);
nunca necesitamos temer los ataques de la gente. Cristo es nuestro Ayudador; nunca
debemos temer (Sal 118.6). Cuando los hijos de Dios están en la voluntad de
Dios, obedeciendo su Palabra, nunca les faltará nada y nunca se les puede hacer
daño. Esta es una promesa con la cual podemos contar.
III. ALIMENTO ESPIRITUAL EN LA PALABRA (13.7–10)
En este capítulo hay tres
mandamientos que se refieren a la iglesia local y al lugar del pastor y las personas:
A. «ACORDAOS DE VUESTROS PASTORES» (V. 7).
Tal vez el escritor se refiere a
los pastores que les habían guiado pero que ya se habían ido. Tal vez habían
sido martirizados. Se espera que el pastor sea el líder espiritual del rebaño.
¿Cómo dirige?
Mediante la Palabra de Dios, la
cual es el alimento espiritual para las ovejas de Dios. Los creyentes deben
seguir el ejemplo de fe de esos pastores, pero se espera que los líderes sigan
a Cristo. Los versículos 7–8 deberían decir: «Considerad el fin [propósito] de
su conducta, que es en Cristo Jesús».
Los pastores vienen y se van, pero
Cristo sigue siendo el mismo.
B. «OBEDECED A VUESTROS PASTORES» (V. 17).
Los cristianos deben someterse a
la Palabra de Dios conforme la enseñan y viven sus líderes espirituales. Es
algo solemne ser un pastor encargado de cuidar almas. El pastor debe rendir
cuentas a Dios de su ministerio; si su rebaño desobedece la Palabra, la
tristeza no será de él sino del rebaño. Qué importante es respetar el liderazgo
pastoral y someterse a la Palabra de Dios.
C. «SALUDAD A TODOS VUESTROS PASTORES» (V. 24).
El pueblo debe comunicarse con sus
líderes y estar en «buenos términos» con ellos. Es una tragedia cuando los
cristianos se enojan y rehúsan hablar con su pastor. Esto es desobediencia a la
Palabra de Dios.
Los creyentes que no se alimentan
de la Palabra se alimentarán de «doctrinas diversas y extrañas» (v. 9) y se
«enfermarán espiritualmente». La única manera de crecer hacia la madurez y
afirmarse es a través de la Palabra de Dios (Ef 4.14; Véanse Heb 5.11–14).
Nuestros corazones se afirman por gracia, no por ley ni sistemas religiosos
terrenales. El «altar» del cristiano es Cristo, el sacrificio por el pecado ofrecido
de una vez por todas; nos alimentamos de Él al alimentarnos de su Palabra. Así
como los sacerdotes del AT comían de la carne y del grano de los sacrificios,
nosotros nos alimentamos de Cristo, el sacrificio viviente.
IV. SACRIFICIOS ESPIRITUALES (13.11–16).
Al volverse a Cristo estos hebreos
perdieron el templo y su sacerdocio y sacrificios; pero ganaron en Cristo mucho
más de lo que perdieron. Cristo rechazó el templo y lo llamó «cueva de ladrones»;
y rechazó la ciudad de Jerusalén al ser crucificado fuera de la puerta (Jn
19.20). El escritor compara la muerte de Cristo con los sacrificios que se
quemaban el Día de Expiación (Lv 16.27), puesto que ambos sufrieron «fuera del
campamento». Los lectores estaban tentados a volver al judaísmo. «No», amonesta
el escritor. «En lugar de regresar, ¡salgan del campamento y lleven el
vituperio con Cristo!»
Se puede resumir el doble mensaje
de Hebreos con las frases «dentro del velo» (comunión con Cristo) y «fuera del
campamento» (testimonio por Cristo). Los creyentes no miran la ciudad terrenal;
tienen una ciudad celestial esperándolos, así como los héroes de la fe de
antaño (v. 14; Heb 11; 10; 12.27).
Como reino de sacerdotes los
cristianos deben ofrecer sacrificios espirituales (1 P 2.5). Un sacrificio
espiritual es algo que se hace o se da en el nombre de Cristo y para su gloria.
En el versículo 15 el escritor afirma que la alabanza es tal sacrificio; véanse
Efesios 5.18, 19; Salmos 27.6; y 69.30–31). Las buenas obras y el compartir las
bendiciones materiales también son sacrificios espirituales (v. 16). Otros
sacrificios espirituales incluyen el cuerpo del creyente (Ro 12.1, 2); ofrendas
(Flp 4.18); oración (Sal 141.2); un corazón quebrantado (Sal 51.17); y almas
ganadas para Cristo (Ro 15.16).
V. PODER ESPIRITUAL (13.17–24)
La bendición de los versículos
20–21 explica cómo se capacita al cristiano para vivir por Cristo en este mundo
impío: Cristo obra en nosotros desde su trono en el cielo.
Hay tres títulos distintos que se han
dado a Cristo: El pastor:
(1) el Buen
Pastor, que muere por las ovejas (Jn 10.11; Sal 22);
(2) El Gran
Pastor, que perfecciona a las ovejas (Heb 13.20, 21; Sal 23); y:
(3) el Príncipe
de los Pastores que vendrá por sus ovejas (1 P 5.4; Sal 24).
Nuestro sumo Sacerdote es nuestro
Pastor y Ayudador; Él obra en nosotros y nos da la gracia y el poder de vivir
por Él y servirle.
«Os haga aptos» es el tema de
Hebreos: «Vamos adelante a la perfección [madurez]» (6.1). La madurez no viene
al esforzarnos con nuestra fuerza; viene conforme le permitimos a Cristo que
obre en nosotros mediante la Palabra de Dios. Esto se encuentra en paralelo a
Filipenses 2.12–16 y Efesios 3.20, 21. Dios no puede obrar a través de nosotros
si no obra primero en nosotros, y Él lo hace mediante su Palabra (1 Ts 2.13).
El saludo de clausura muestra el
amor que unía a los creyentes de la iglesia primitiva. La bendición final de
gracia identifica a Pablo como el escritor (compárese 2 Ts 3.17, 18).