BOSQUEJO SUGERIDO DE DEUTERONOMIO
I.
Preocupaciones históricas: Moisés mira en retrospectiva (1–4)
A. La tragedia
de la incredulidad (1)
B. Jornadas y
victorias (2–3)
C. Apelación
final a que obedezcan (4)
II.
Preocupaciones prácticas: Moisés mira hacia adentro (5–26)
A. Los testimonios (5–11)
1. Proclamación
de la ley (5)
2. Práctica de
la ley (6)
3. Preservación
de la ley (7–10)
a. Peligros
desde afuera (7)
b. Peligros
desde adentro (8–10)
4. Apelación
final (11)
B. Los
estatutos (12–18)
C. Los juicios
(19–26)
III.
Preocupaciones proféticas: Moisés mira hacia adelante (27–30)
A. Bendiciones
y maldiciones (27–28)
B. Arrepentimiento
y regreso (29–30)
IV.
Preocupaciones personales: Moisés mira hacia arriba (31–34)
A. Un nuevo
líder (31)
B. Un nuevo
canto (32)
C. Una nueva
bendición (33)
D. Un nuevo
hogar (34)
NOTAS
PRELIMINARES A DEUTERONOMIO
I. NOMBRE
DEUTERONOMIO
(gr., Deuteronomion, segunda ley). A plena vista del Canaán al
cual no se le permitiría entrar, Moisés juntó a las huestes de Israel a su
alrededor para sus discursos de despedida. Estos, ubicados en el marco histórico
de varios breves pasajes narrativos, forman el libro de Deuteronomio.
El título español se basa en la traducción
equivocada de la LXX de la frase una copia de esta ley (Deuteronomio 17:18). El nombre judío debarim, palabras, viene de la frase inicial: Estas son las palabras que habló Moisés (1:1). El título es apto porque enfoca la atención
en una pauta de la singular naturaleza literaria del libro;
los tratados impuestos por los antiguos señores imperiales sobre sus vasallos comenzaban con una expresión
similar.
Deuteronomio es el texto de las palabras de un pacto
de soberanía feudal entre el Señor del cielo por la mediación de Moisés y el
pueblo servidor Israel más allá del Jordán.
Los discursos de Moisés datan del último mes de los
40 años de vagar por el desierto (Deuteronomio 1:3) y se dice que Moisés no
sólo los habló sino que los escribió (Deuteronomio 31:9, 24; cf. 31:22). Jesús afirmó la paternidad Mosaica de la ley, es decir, el
Pentateuco (Marcos 10:5; 12:26; Juan 5:46, 47; 7:19). Por lo tanto, los
estudiosos cristianos ortodoxos se unen a la antigua tradición judía y
cristiana para sostener la paternidad Mosaica de Deuteronomio así como de los
primero cuatro libros del Pentateuco.
La conformidad de la estructura total con el patrón
de los tratados de soberanía feudal que datan del segundo milenio a. de J.C.
evidencian la unidad, antigüedad y autenticidad de Deuteronomio. El patrón
clásico de los pactos consistía de las siguientes secciones: preámbulo, prólogo
histórico, estipulaciones, maldiciones y bendiciones, invocación de las
deidades de los juramentos, indicaciones para depositar documentos duplicados
del tratado en santuarios y la proclamación periódica del tratado al pueblo
vasallo.
En esencia, éste es el bosquejo de Deuteronomio:
I.
Preámbulo: Mediador del pacto (Deuteronomio 1:1-5).
II.
Prólogo histórico: Historia del pacto (Deuteronomio 1:6—4:49).
III. Estipulaciones: Vida del pacto (5—26).
IV.
Maldiciones y bendiciones: Ratificación
del pacto (27—30).
V.
Disposiciones para la sucesión: Continuidad del
pacto (31—34).
En Deuteronomio 1:1-5 se identifica a Moisés como el
narrador, el representante del Señor. Deuteronomio 1:6—4:49 es un resumen del
trato pasado de Dios en cuanto a los pactos con Israel desde Horeb hasta Moab y
sirve para avivar la reverencia y la gratitud como motivos para una consagración
renovada. Con el 5:26 se pone en claro que cuando se renovaban los pactos se
repetían las obligaciones previas y se las actualizaba. Es así que los caps.
5—11 repasan el Decálogo con su obligación principal de fidelidad a Jehovah,
mientras que los caps. 12—26 en gran medida renuevan las estipulaciones del
Libro del Pacto (Éxodo 21—33) y demás legislación sinaítica, adaptándose donde
hace falta a las nuevas condiciones que le aguardan a Israel en Canaán. En los
caps. 27—30 primero se dan indicaciones para que Josué dirija el acto futuro y
final de esta renovación del pacto en Canaán (cap. 27). Moisés entonces
pronuncia las bendiciones y las maldiciones como motivos para la ratificación
inmediata del pacto por Israel, pero también como profecía del futuro de Israel
hasta su exilio y restauración finales (caps. 28—30). En los caps. 31—34 se
preparara para la continuidad del liderazgo (por medio de Josué) y la lectura
periódica del documento del pacto y una canción profética de testimonio del
pacto (caps. 31 y 32). El libro termina con las bendiciones finales y la muerte
de Moisés (caps. 33 y 34).
Deuteronomio es la exposición a gran escala en la Biblia del
concepto del pacto y demuestra que, lejos de ser un contrato entre dos partes,
el pacto de Dios con su pueblo es una proclamación de su soberanía y un
instrumento para atraer a sus elegidos hacia sí en un compromiso de alianza
absoluta.
«Deuteronomio» en el griego
significa «la segunda ley». Procede de Deuteronomio 17.18 y también del hecho
de que Moisés estaba reafirmando la ley a la nueva generación. Este libro no contiene
una nueva ley, es una segunda afirmación de la ley original.
Presenta una serie de discursos de Moisés a
los israelitas en el momento cuando estaban a punto de penetrar en la Tierra
Prometida. Moisés le recordó al pueblo las leyes que Dios les había dado, su
desobediencia a Dios, y su necesidad de obedecer a Dios en la Tierra Prometida
cumpliendo su ley.
Este libro repite
gran parte de la historia y leyes contenidas en los tres anteriores. Moisés lo
dio a Israel poco antes de morir, por transmisión oral para que los conmoviera
y por escrito para que permaneciera. Los hombres de la generación a la que se dio
originalmente la ley, ya estaban todos muertos y había surgido una nueva
generación a la cual plugo a Dios que Moisés se la repitiera ahora, cuando iban
a tomar posesión de la tierra de Canaán.
El amor
maravilloso de Dios por su iglesia queda estipulado en este libro; cómo
preservó a su iglesia gracias a su misericordia y haría que todavía su nombre
fuese invocado entre ellos. Tales son las líneas generales de este libro, cuyo
todo muestra el amor de Moisés por Israel y lo señala como tipo eminente del Señor
Jesucristo. Apliquemos a nuestra conciencia sus exhortaciones y persuasiones
para estimular nuestra mente a la obediencia agradecida y fiel a los
mandamientos de Dios.
II. AUTOR Y FECHA
Se hace difícil cree que
Moisés haya escrito la narración de su propia muerte (34.1–12). Pero no hay
razón para dudar que tanto la estructura como las enseñanzas básicas del libro
tuvieran su origen en Moisés. Es más, los eruditos bíblicos conservadores están
unidos en la convicción de que Moisés escribió este libro. Pero muchos eruditos
liberales teorizan que el libro se debe a la pluma de algún reformador
religioso de Judá poco antes o durante el reinado de Josías, entre el 640 y el
609 a.C. (Véase 2 R 22–23)
Esta teoría pasa por alto
la declaración del libro mismo de que Moisés escribió la mayor parte del mismo,
si no todo, y pidió que el pueblo lo leyera con regularidad (31.9–13). Los
pronombres personales «yo» y «nosotros» que aparecen en el libro parecen
referirse a las experiencias de Moisés y su pueblo. La conclusión lógica es que
Moisés escribió los primeros treinta y tres capítulos, y que su sucesor añadió
el capítulo 34 como tributo al líder caído. El libro debe haberse escrito allá
por el 1400 a.C.
EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Deut:
18: 15; 32: 4: Profeta Como Moisés Y Gran Roca
III.
PROPÓSITO
Hay varias razones por las cuales
Moisés volvió a indicar la ley en la frontera de Canaán.
A. UNA NUEVA GENERACIÓN.
La anterior generación (excepto
Caleb y Josué) pereció en el desierto y la nueva generación necesitaba oír la
ley de nuevo. Todos tenemos poca memoria y estas personas tenían veinte años o menos
cuando la nación fracasó décadas antes en Cades-barnea.
Era importante que supieran de
nuevo la Palabra de Dios y se dieran cuenta de cuán importante es obedecer a Dios.
B. UN NUEVO DESAFÍO.
Hasta ahora la vida de la nación
era inestable; eran peregrinos. Pero ahora iban a entrar a la tierra prometida
y se convertirían en una nación estable. Habría batallas que luchar y
necesitaban estar preparados. La mejor manera de prepararse para el futuro es
comprender el pasado. «Los que no recuerdan el pasado están condenados a
repetirlo», dijo un famoso filósofo. Moisés quería que la nación recordara lo
que Dios había hecho.
C. UN NUEVO LÍDER.
Moisés estaba a punto de morir y
Josué tomaría el liderazgo de la nación. Moisés sabía que el éxito de la nación
dependía de que la gente obedeciera a Dios, sin importar quién fuera el líder
humano. Si estaban arraigados en la Palabra y amaban al Señor, seguirían a
Josué y ganarían la victoria.
D. NUEVAS TENTACIONES.
Un pueblo establecido en la tierra
enfrentaría problemas diferentes a un pueblo peregrinando por el desierto.
Moisés quería que ellos no sólo poseyeran la tierra, sino que también
mantuvieran esa posesión, de modo que les advirtió acerca de los peligros y les
dio el camino del éxito.
En un sentido espiritual
demasiados cristianos están con Israel en Deuteronomio 1.1–3. Han sido redimidos
de Egipto, pero aún no han entrado en su heredad espiritual. Están «de este
lado del Jordán» en lugar de estar en la tierra prometida de la bendición.
Necesitan oír la Palabra de Dios de nuevo y marchar por fe para recibir su
herencia en Cristo.
E. UN MENSAJE MÁS PROFUNDO.
Al leer Deuteronomio no podemos
sino quedar impresionados con el mensaje tan profundo que Moisés da con
respecto a la vida espiritual de su pueblo. Hallamos palabras referentes al
amor repetidas al menos veintitrés veces en el libro; énfasis que no se halla
de Génesis a Números. «El amor a Dios y el amor de Dios por el pueblo» es un
nuevo tema en (Deuteronomio 4.37; 6.4–6; 7.6–13; 10.12; 11.1; 30.6, 16, 20). Es
cierto que mientras los libros anteriores hablan del amor y demuestran el amor
de Dios por Israel, Deuteronomio enfatiza este tema como nunca antes. La
palabra «corazón» también es importante: la Palabra debe estar en sus corazones
(5.29; 6.6); el pecado empieza en el corazón (7.17; 8.11–20); y deben amar a
Dios de corazón (10.12). En otras palabras, Moisés aclara que las bendiciones
vienen cuando el corazón es bueno. Para que el pueblo posea y disfrute de la
tierra, sus corazones deben estar llenos de amor para Dios y su Palabra.
F. UN LIBRO PARA TODO EL MUNDO.
Éxodo, Levítico y Números son
«libros técnicos» que pertenecían de una manera especial a los sacerdotes y a
los levitas, pero Deuteronomio se escribió para todo el mundo. Aun cuando
repite muchas de las leyes que se encuentran en los primeros libros, da un
nuevo y más profundo significado a estas leyes, y muestra lo que significan en
la vida cotidiana de la gente. Hoy todos podemos aprender mucho de Deuteronomio
respecto a amar a Dios y obedecer su voluntad.
Mencionamos aquí varias de las
palabras clave [o sus derivados] de este libro y el número de veces que se
hallan en la versión Reina-Valera 1960: tierra (237); heredar (49); poseer
(43); oír (66); guardar (56); corazón (46); amor (23). Al juntar estas palabras
repetidas podemos ver rápidamente el énfasis del libro: Ellos entrarían y
poseerían la tierra si amaban a Dios, escuchaban la Palabra y la guardaban (obedecían).
Si amamos a Dios, le obedeceremos; y si obedecemos, Él bendecirá.
1–6
Al empezar Moisés esta serie de
discursos a la nueva generación de Israel repasa la historia pasada de la
nación. Es un pecado vivir en el pasado, pero nunca comprenderemos el presente
ni nos prepararemos para el futuro si ignoramos el pasado.
I. LES
RECUERDA LA DIRECCIÓN DE DIOS (1–3)
La nación se había reunido en las
llanuras de Moab «a este lado del Jordán». Demoraron cuarenta años para llegar
allá y, sin embargo, ¡el versículo 2 indica que el viaje se debió hacer en once
días! Esta es la tragedia de la incredulidad: desperdicia tiempo, energía y
recursos humanos; le roba a Dios la gloria debida a su Nombre. Moisés empezó a
«declarar» la ley de Dios, y esta palabra «declarar» literalmente significa
«grabar». Quería dejarla bien en claro, escribirla en sus corazones.
A. DE SINAÍ A CADES-BARNEA (1.1–46).
La nación acampó en Horeb desde el
tercer mes del primer año (Éx 19–1) hasta el segundo mes del segundo año
después de su éxodo de Egipto (Nm 10.11). Durante este tiempo Moisés recibió la
ley y se construyó y erigió el tabernáculo. Es interesante notar que Moisés
rememora su propio fracaso (vv. 9– 18), así como el de la nación (vv. 19–46).
Sin duda, la nueva generación debería saber por qué la nación estaba organizada
como lo estaba y por qué no había entrado antes en su herencia. Moisés aclara que
su pecado en Cades-barnea fue rebelión (v. 26) basada en la incredulidad. Para
repasar estos hechos véanse sus notas sobre Números 9–14.
B. LAS NACIONES QUE EVITARON (2.1–23).
Moisés pasa los años de
«peregrinaje» en una sola oración (1.46), y ahora se dedica al viaje en las fronteras
de Canaán. Evitaron tres naciones: Edom (los descendientes de Esaú, el hermano
de Jacob); y Moab y Amón (los descendientes de Lot, el sobrino de Abraham).
Puesto que estas naciones tenían relación de sangre con Israel, Dios no les
permitió a los judíos que pelearan contra ellas y los protegió cuando pasaron
por las fronteras de estas grandes naciones.
C. LAS NACIONES QUE DERROTARON (2.24–3.29).
Dios permitió a Israel pelear y
conquistar estas naciones por dos razones: (1) como una advertencia a las
naciones de Canaán, v. 25; y (2) para dejar la tierra disponible para las dos
tribus y media que se establecerían al este del Jordán (3.12–17). Los judíos
fueron amables con estas naciones cuando llegaron, ofreciéndoles pasar
pacíficamente. Cuando las naciones los atacaron de todas maneras, Dios los
conquistó. La nueva generación captura las grandes ciudades amuralladas (3.5),
como aquellas que atemorizaron a la generación anterior. Es cierto que esto les
estimularía al prepararse para entrar en Canaán. Nótese que Josué recibió una
comisión especial en este tiempo. Moisés oró para que se le permitiera entrar
en la tierra, pero Dios no se lo permitiría. Dios guió y protegió a Israel en
el pasado y sin duda estaría con él en el futuro.
II. LES
RECUERDA DE LA GLORIA Y GRANDEZA DE DIOS (4–5)
En esta sección Moisés lleva a la
nación de regreso al Sinaí, donde se le reveló la gloria y la grandeza de Dios
y donde la nación tembló ante la ley de Dios. El pueblo corría el peligro de
olvidar la gloria y grandeza de Dios (Véanse 4.9, 23, 31). Moisés destaca tres
peligros:
A. OLVIDARSE DE LA PALABRA (4.1–13).
¿Qué otra nación había sido
bendecida con la Palabra de Dios? La Palabra de Dios era la sabiduría de Israel
y su poder. Si obedecían su Palabra, Él los bendeciría y ellos poseerían la
tierra. Si cambiaban su Palabra (v. 2) o la desobedecían, Él los castigaría y
se perderían el disfrute de la tierra. Cuando la Palabra de Dios llega a ser
algo común para los hijos de Dios en cualquier tiempo y dejan de respetarla, se
encaminan a serios problemas.
B. VOLVERSE A LOS ÍDOLOS (4.14–49).
¡Guárdate!, es la advertencia de
Moisés que se repite en 4.9, 15, 23. Le recuerda al pueblo que no vieron imagen
de Dios en el Sinaí y les advierte que no deben hacerse ninguna imagen (vv.
15–19; Véanse Ro 1.21–23). Dios demostró ser más grande que todos los dioses de
Egipto, ¿y por qué adorarlos? En amor Dios llamó a la nación para sí mismo. Si
se volvían a los ídolos, sería adulterio espiritual. En los versículos 25–31
Moisés resume el futuro de Israel: se volverían a los ídolos, serían arrojados
de la tierra y esparcidos, y servirían a otros dioses en el cautiverio. Fue en
el cautiverio que Israel aprendería su lección y abandonaría los dioses falsos
de una vez por todas.
C. OLVIDARSE DE SU LEY (5.1–33).
Aquí Moisés repite los Diez
Mandamientos, la base para la ley moral de Dios. Es más, el resto de Deuteronomio
es en realidad una ampliación y aplicación de estos mandamientos. Israel debía
oír, aprender, guardar y hacer estas leyes (v. 1), porque al obedecer la ley
estarían honrando a Dios y abriendo el camino para la victoria y la bendición:
«Oye, Israel» es una frase importante en este libro (véanse 5.1; 6.3–4; 9.1;
20.3). Dios dio esta ley para revelar el pecado (Ro 3.20); para preparar a la nación
para el Cristo que vendría (Gl 3.19–24); y para hacerlos una nación separada
sobre la tierra (Dt 4.5–8).
Nótese que Moisés les recuerda que
su responsabilidad se basa en la redención divina, porque Él los libertó de
Egipto (vv. 6, 15; cf. 6.12; 8.14; 13.5, 10). «No sois vuestros. Porque habéis
sido comprados por precio, pues» (1 Co 6.19–20). Nótese que el versículo 10
introduce el amor de Dios; compárese con 4.37. El versículo 29 aclara que la
ley debe estar en el corazón o no puede haber verdadera obediencia. Véanse
también Hebreos 8.8–12; Jeremías 32.39–40 y 31.31–34. En 2 Corintios 3 se
enseña que el creyente del NT tiene la ley escrita en su corazón por el
Espíritu de Dios; y Romanos 8.1–4 explica que obedecemos la ley por el poder
del Espíritu.
III. LES RECUERDA LA BONDAD DE DIOS (6)
Los versículos 10–12 ilustran la
debilidad básica de la naturaleza humana: damos por sentado las bendiciones de
Dios. «Cuídate de no olvidarte de Jehová». Cuán proclives somos a pensar que
nuestra sabiduría y nuestra fuerza nos han dado lo que tenemos. Véanse 8.17–18.
Dios escogió en su amor a Israel; soportó sus pecados en su gracia; los guió y
los protegió; y luego les dio una tierra maravillosa.
Qué ingratitud mostraría Israel si
a propósito (y descuidadamente) ignoraban a Dios y no le obedecían.
Demasiado a menudo queremos
disfrutar de las bendiciones, ¡pero no queremos obedecer al que nos da las
bendiciones! «Dios celoso» (v. 15). Esto nos lleva de nuevo al Sinaí (Éx 20.5),
en donde Dios entró en una relación de pacto con Israel. Así como un marido
tiene el derecho de ponerse celoso por su esposa, así Dios tiene el derecho de
ser celoso por su pueblo. Véanse Josué 24.19 y Santiago 4.5. La idolatría es adulterio
espiritual e Israel fue culpable a menudo de este pecado.
Los padres debían recordar a sus
hijos lo que Dios hizo por la nación, así como Moisés ese día le recordaba a
Israel el cuidado de Dios (vv. 20–25). Los versículos 6–9 aclaran que la
Palabra debía hacerse parte del hogar, el centro de conversación y el medio
para instruir a los hijos en amar a Dios y obedecerle. Desafortunadamente los
judíos tomaron la letra de esta ley y no el espíritu, y acabaron haciendo
filacterias (Mt 23.5), cajitas que contenían pasajes de la ley. Las llevaban en
sus brazos y cabezas, pero esto no significaba que tuvieran la Palabra en sus
corazones.
Los cristianos del Nuevo
Testamento necesitan también estas advertencias. Cuán proclives somos a olvidarnos
de la dirección de Dios y nos quejamos cuando las circunstancias se ponen
incómodas. Él nos ayudó en los días pasados; no nos va a olvidar ahora.
Necesitamos recordar la gloria y grandeza de Dios, porque es fácil que los
ídolos se introduzcan de manera solapada en nuestras vidas. Y necesitamos
recordar la bondad de Dios. Cuán maravillosamente nos ha cuidado. Si le amamos
a Él y a su Palabra con todo nuestro corazón, Él nos bendecirá y seremos una
bendición para otros.
7–11
Después de recordar al pueblo los
hechos del pasado (caps. 1–6), Moisés advierte ahora de los peligros del
futuro. Por siglos Israel fue una nación esclava y por cuarenta años fue un
pueblo peregrino. Ahora iba a establecerse en su tierra, de modo que
necesitaban percatarse de los peligros venideros con este nuevo medio. Nótense
al menos cinco peligros que el pueblo tenía que reconocer y evitar.
I. COMPROMISO CON EL ENEMIGO
(7.1–16)
El propósito de Dios era expulsar
a las naciones paganas y establecer a Israel en Canaán. Pero tenía que advertir
a Israel que destruyera por completo a estas naciones y que de ninguna manera
se comprometiera con ellas. Había una razón doble para esta destrucción
completa:
(1) las naciones
eran impías y estaban listas para el juicio (Gn 15.16; cf. Dt 9.4–5); y:
(2) si se las
dejaba en la tierra, conducirían a Israel al pecado.
La gente que no comprende el
juicio de Dios o lo terrible del pecado, arguyen que Dios era «perverso» al destruir
estas naciones. Si comprendieran la perversidad de estas religiones paganas y
cómo estas naciones resistieron a Dios, tales críticos estarían más bien agradecidos
de que Israel las destruyera. Un Israel contaminado nunca podría dar al mundo
la Palabra y el Hijo de Dios.
El argumento de Moisés en este
pasaje es simple: Israel es la nación especial de Dios, un pueblo escogido,
separado de las demás naciones. Dios los escogió porque los amó, y demostró su
amor al sacarlos de Egipto y cuidar de ellos fielmente en el desierto. Este
principio de separación corre a través de toda la Biblia; Dios separó la luz de
las tinieblas (Gn 1.4) y las aguas que estaban debajo de la expansión, de las
que estaban sobre esta (Gn 1.7). Ordenó que Israel se separara de las otras
naciones (Éx 23.20–23; 34.11–16). Ordenó que la Iglesia se separe del mundo (2
Co 6.14–7.1; Véanse Ap 18.4).
Cuando Dios llamó a Abraham para
fundar la nación judía, lo separó de sus alrededores paganos. Dios promete
bendecir cuando su pueblo se separa del pecado (Dt 7.12–16).
Vivimos en un día cuando la
Iglesia y el mundo están tan entremezclados que es difícil saber quién pertenece
realmente a Cristo. Hemos sido llamados fuera del mundo para ser un testimonio
al mundo (Jn 15.16–27). Los cristianos mundanos estorban la obra de Dios.
II. TEMOR DEL ENEMIGO (7.17–26)
Por lo general, el temor conduce
al compromiso; nos «rendimos» para protegernos. Moisés le advierte al pueblo
que no tema al enemigo porque Dios estará con Israel para darles la victoria. ¿No
los había libertado de Egipto y de los reyes en el desierto? Entonces, ¡les
daría la victoria en Canaán! La victoria sería en etapas (v. 23; Jue 2.20–23),
de modo que pudieran poseer la tierra con seguridad. Dios haría la liberación,
pero ellos tenían que ejecutar la destrucción (vv. 23–26): eliminar a los reyes
paganos, los ídolos y los altares. Todo lo que quedara sería tropiezo para
ellos y los conduciría al pecado. Lea 2 Corintios 7.1 y Romanos 13.14.
III. PROSPERIDAD Y SATISFACCIÓN
PROPIA (8)
¡Las «artimañas» del diablo son
más peligrosas que sus ejércitos! En esta sección Moisés advierte a su pueblo
acerca de los peligros de la prosperidad. Se olvidarían de los cuarenta años
del cuidado de Dios, cuando Él les proveía de alimentos y de abundante ropa.
Incluso, se olvidarían de la mano castigadora de Dios cuando pecaban. Y este
olvido los llevaría a pecar: en su prosperidad y bendición en la «tierra que
fluye leche y miel», llegarían a sentirse satisfechos en sí mismos y pensarían
que su fuerza logró todas esas cosas.
¿No está ese pecado con nosotros
hoy? A menudo cuando los tiempos son duros y tenemos que depender de Dios para
nuestras necesidades diarias, nos acordarnos de Él y le obedecemos. Pero cuando
«las cosas marchan bien» y tenemos más de lo que necesitamos, nos volvemos
autosuficientes y nos olvidamos de Dios. «Él te da el poder para hacer las
riquezas» (v. 18) es una afirmación que todos necesitamos recordar. Algunas
veces Dios nos castiga para recordarnos quién está en control de la riqueza de
este mundo.
IV. ORGULLO (9.1–10.11)
Después de conquistar las naciones
paganas en Canaán, Israel se vería tentado a enorgullecerse pensando que fue
debido a su justicia que Dios les dio la victoria. Moisés les recuerda que sus
victorias serían todas debido a la gracia de Dios. Para empezar, Dios les daría
la tierra para cumplir sus promesas a sus padres (Gn 15), promesas que hizo
debido a su gracia. Los judíos no merecían la tierra. Se les dio porque Dios
los amaba. Aún más, arrojaría a las naciones paganas debido a los pecados de
esas naciones, no por la bondad de Israel. Moisés les recuerda a los judíos que
toda su historia había sido de rebelión, ¡no de justicia! Provocaron a Dios en
el desierto; hicieron un ídolo en el monte Sinaí; se rebelaron en incredulidad
en Cades-barnea. Si no hubiera sido por la intercesión de Moisés, la nación entera
hubiera sido destruida.
La aplicación es cierta para los
cristianos hoy. ¡No nos atrevamos a olvidarnos de la gracia de Dios! Somos
salvos por gracia (Ef 2.8–10) y cualquier obra que hagamos para Él es por
gracia (1 Co 15.10; Ro 12.6). Si tenemos bendiciones materiales y espirituales,
es debido a su gracia y no a nuestra bondad.
Tales bendiciones deben hacernos
humildes, no hacernos orgullosos, y debemos querer usar lo que tenemos para su
gloria al ganar almas. Así como Moisés intercedió por la nación y la salvó,
Cristo murió por nosotros y vive para siempre para interceder por nosotros. Por
Él tenemos tan grandes bendiciones hoy.
Tal vez la peor clase de orgullo
es el «espiritual», tal como el que vemos en los fariseos. Si las personas son
espirituales, no pueden ser orgullosas. Jactarse de dones espirituales o gracia
es invitar a la mano castigadora de Dios.
V. DESOBEDIENCIA DELIBERADA
(10.12–11.32)
Esta sección es la apelación final
de Moisés antes de empezar a repasar y aplicar las leyes que gobernarían sus
vidas en la tierra prometida (12.1). «Voy a darles muchas leyes», dice Moisés,
«pero el Señor en realidad pide de ti sólo esto: que le temas, le ames y le
sirvas, y Él te bendecirá» (v. 12). La circuncisión era la señal del pacto (Gn
17), pero este rito se ignoró durante los peregrinajes de Israel (Jos 5). Sin
embargo, lo importante no era la circuncisión física; era la circuncisión
espiritual: el sometimiento de los corazones a Dios (v. 16).
En el capítulo 11 Moisés aclara
que la cuestión real es el corazón: si en verdad amaban a Dios, obedecerían su
Palabra (Jn 14.21). Sí, debían temer a Dios, habían visto sus milagros y
juicios; pero este temor debía ser un amor reverente por el Dios que los
escogió por sobre todas las otras naciones. Dios no podía bendecirlos si
rehusaban obedecer su Palabra.
Algunos de los judíos tal vez
decían: «Una vez que entremos en la tierra, podemos vivir como nos plazca y
todavía disfrutar de su abundancia». No es así, porque la tierra prometida no
es como Egipto (vv. 10–17). En Egipto la gente dependía del sucio río Nilo para
irrigar sus sembrados, pero en Canaán las lluvias vendrían del cielo dos veces
al año para darle al pueblo las cosechas que necesitaban. La productividad de
la tierra prometida dependía de la lluvia del cielo, así como nosotros hoy
dependemos de las «lluvias de bendición» si nuestras vidas han de ser
fructíferas para Dios. Si Israel desobedecía, Dios no enviaría la lluvia,
suceso que se repitió varias veces en la historia de la nación.
El tiempo de decisión había
llegado (vv. 26–32). Tenía que escoger entre una bendición y una maldición.
Este principio básico nunca ha cambiado: si obedecemos la Palabra de Dios de todo
corazón, Él nos bendecirá a nosotros y nuestro trabajo; pero si le
desobedecemos, Él enviará una maldición y nos castigará. La obediencia es la
clave de la felicidad.
27–30
Esta sección es profética y nos da
cuatro cuadros de Israel en relación con la tierra.
I. ISRAEL ENTRA EN LA TIERRA (27)
El cumplimiento de esta profecía
lo encontramos en Josué 8.30–35. Deuteronomio 27.3 enseña que la conquista de
la nación de la tierra dependía de su obediencia a un conjunto de
instrucciones. El valle entre los montes Ebal y Gerizim es un lugar hermoso,
con la ciudad de Siquem en él. Toda el área forma un anfiteatro natural como de
tres kilómetros de ancho y a la gente no le era difícil oír la lectura de la
ley.
Los ancianos de las tribus debían
levantar «piedras grandes» en el monte Ebal y escribir sobre ellas los Diez
Mandamientos. Al pie del monte se sacrificarían ofrendas de paz. La ley trae
condenación (2 Co 3.7–9), pero el altar satisfacía la necesidad del pecador
condenado. Los holocaustos hablan del completo sacrificio de Cristo a nuestro
favor y las ofrendas de paz nos recuerdan que, a pesar de una ley quebrantada,
Él nos ha dado paz con Dios (Ro 5.1). Seis tribus debían estar en el monte
Gerizim, el monte de la bendición; y nótese que todas fueron de Lea y Raquel.
Rubén y Zabulón fueron hijos de Lea, pero ellos eran de los que estaban en el
monte de la maldición (v. 13). Rubén perdió sus derechos de primogénito cuando
pecó contra su padre (Gn 49.4). Los levitas, con el arca, debían estar en el
valle entre los dos montes y proclamar la ley. Nótese que ninguna de las
bendiciones debían recitarse, porque la ley trae una maldición, no una
bendición (Gl 3.10).
Esta ceremonia entera sería un
recordatorio de impacto para los de Israel de que eran una nación de pacto (v.
9), obligados a obedecer la ley de Dios. Léase 2 Corintios 3 para ver los
contrastes entre el ministerio de la ley y el glorioso ministerio de la gracia.
II. ISRAEL POSEE Y DISFRUTA DE LA
TIERRA (28.1–14)
«La obediencia trae bendición»
(vv. 1–2); este es el tema de la Palabra de Dios. Véanse Efesios 1.3, donde el
creyente del NT ya tiene «toda bendición espiritual» en Cristo, y disfruta de
ella al confiar en Dios y obedecerle. Por supuesto, este principio de
obediencia se halla en cada período de la historia de la salvación, porque Dios
no puede bendecir a quienes se rebelan contra Él.
Nótese que Dios prometió a Israel
bendiciones materiales en todos las áreas: la ciudad, el campo, el fruto, el
ganado, al entrar, al salir. Prometió derrotar a sus enemigos y establecerlos
en la tierra como pueblo santo. El versículo 10 indica que la nación sería un
testigo mundial de la gracia de Dios. Es triste, pero se han convertido en un
testigo mundial del castigo de Dios (vv. 45–46). Dios les prometió lluvia a su
tiempo. Afirmó que pondría a Israel por cabeza (v. 13), su instrumento de
bendición al mundo.
Tenga presente que Israel poseía
la tierra debido al pacto de Dios con Abraham, pero el pueblo poseería y
disfrutaría de la tierra sólo si obedecían el pacto de Dios como nación santa.
Hoy tenemos todas las bendiciones que necesitamos en Cristo debido a su gracia,
pero disfrutamos de estas bendiciones si confiamos en Él y obedecemos su voz.
III. ISRAEL DESARRAIGADO DE LA
TIERRA (28.15–29.29)
Aquí está tanto la profecía del
castigo de Israel, su cautiverio y dispersión, como su regreso futuro en
bendición. «Espiritualizar» estas bendiciones y maldiciones, y aplicarlas a la
Iglesia es tergiversar las Escrituras y fracasar al no «trazar bien la Palabra
de verdad». Estas son maldiciones literales y cayeron más tarde sobre Israel
debido a que quebrantaron su pacto con Dios al adorar ídolos y desobedecer su
ley.
Las maldiciones de 28.15–19 son
paralelas a las bendiciones en 28.3–6. Dios les advirtió que las mismas enfermedades
y pestilencias que vieron entre los enemigos vendrían sobre ellos, incluyendo
las plagas que Dios envió sobre Egipto (28.27). Una evidencia de su ira sería
la retención de la lluvia temprana y tardía (28.23–24; véanse 11.10–17; 2 Cr
7.13–14; 1 R 17.1; Jer 14.1). Sus enemigos los derrotarían; serían esparcidos
como esclavos ciegos por toda la faz de la tierra.
En 28.36 tenemos un indicio de que
Israel pediría rey (Véanse 1 S 8). Su tierra rica, fluyendo leche y miel, se
volvería un desierto. Y en lugar de ser la primera nación de la tierra, sería
«la cola» (28.44).
La palabra «perezcas» en el
versículo 45 no significa aniquilación; porque Dios no podía violar su pacto y
destruir por completo a la nación de Israel. Significa «triturado»,
refiriéndose a las terribles pruebas y disciplinas que caerían sobre Israel
debido a la desobediencia. La nación sería «maravilla y señal» al mundo, así
como aún lo es.
En 28.48–68 tenemos la predicción
de los cautiverios de Israel y la remoción de la nación de la tierra prometida.
El versículo 49 se refiere a Babilonia en lo inmediato, pero en lo remoto a
Roma (nótese tanto el águila como el yugo de hierro; Véanse Jer 5.15). Aquí hay
un cuadro de los terribles asedios de Jerusalén (véanse Lm 2.20–22; 4.10; Mt
24.19). Los versículos 63–65 aclaran que la continuada desobediencia resultaría
en que Israel sería desarraigado de la tierra y esparcido entre las naciones
donde no habrá «descanso», un cuadro perfecto de los judíos del mundo de hoy.
¿Qué otra nación ha sufrido más que Israel? El versículo 68 predice que algunos
de los judíos serían llevados a Egipto y esto ocurrió después que Tito
conquistó a Israel en el año 70 d.C. y transportó cierto número de judíos a
Egipto.
El capítulo 29 resume los hechos
básicos del pacto: Dios los redimió y ellos eran responsables de obedecerle; si
lo hacían, habría bendición; si no, Él los juzgaría. Moisés les advirtió que
incluso una persona podía contaminar a la nación entera (29.18–19). Por último,
hay algunos secretos que Dios no ha revelado, pero tenemos la obligación de
obedecer los que ha revelado (29.29).
IV. ISRAEL ES RESTAURADO A LA
TIERRA (30)
Israel disfrutó de las bendiciones
menos de mil años. Entraron en Canaán alrededor del 1400 a.C. y Babilonia
conquistó a Israel alrededor del 587 a.C. Además, muchas veces durante este
período Israel desobedeció a Dios y fue castigado.
Este capítulo promete que Dios
«hará volver la cautividad» de Israel y restaurar a la nación a la tierra, si
tan solo se vuelven al Señor y obedecen su voz. Por supuesto, un remanente
regresó a la tierra en el 536 a.C., pero ese no fue un gran regreso nacional.
Moisés predice aquí el regreso final de
los judíos a su tierra (Véanse Is 11.10–12.6). Por supuesto, regresan a su
tierra en incredulidad, aun cuando han vuelto de nuevo a la ley de Dios.
Incluso hoy vemos a los judíos que van de regreso a Palestina y a los «viejos
caminos» de sus padres. Dios ha comenzado a bendecir de nuevo a la tierra con
la lluvia temprana y tardía, y el desierto ha empezado a florecer como una
rosa. Cuando la nación vea a su Mesías traspasado, se arrepentirán y serán
limpiados de todo pecado (Zac 12.9–13.1).
Pablo cita 30.11–14 en Romanos
10.6–8 y lo aplica a Cristo. Este no está lejano a su pueblo aun si ellos le
dan la espalda. Si lo invocan Él los salvará.
La gran conclusión del discurso de
Moisés está en 30.15–20. La nación tenía que escoger entre la vida y la muerte,
la bendición y la maldición. Como siempre, tal selección es asunto del corazón
(v. 17). La obediencia externa no sirve; debe venir desde adentro.
31–34
La generación anterior ya había
muerto, excepto Caleb, Josué y Moisés; y ahora Moisés iba a salir de la escena.
Estos son «capítulos de transición» a medida que Moisés da sus palabras finales
al pueblo que amó y dirigió cuarenta años. Es asombroso que Moisés permaneció
tan leal a su pueblo, porque le criticaron, se rebelaron en su contra y
mintieron acerca de él. Moisés sabía que no entraría en Canaán, sin embargo,
¡hizo todo lo posible por lograr que Israel entrara! Por supuesto, Moisés fue
fiel al Señor (Heb 3.1–6) y por eso fue tan fiel a Israel.
I. EL NUEVO LÍDER (31)
Primero, Moisés anunció al nuevo
líder del pueblo (vv. 1–6), explicando que ya él no los guiaría más debido al
juicio de Dios. En el versículo 6 Moisés le dio al pueblo esa maravillosa
promesa de la victoriosa presencia de Dios. Esto se le repitió a Josué en el
versículo 8 y en Josué 1.9 (por Dios mismo). También se nos da a nosotros hoy
(Heb 13.5).
Entonces Moisés llamó a Josué y lo
comisionó (vv. 7–13), imponiéndole las manos y concediéndole en ello el poder
espiritual que necesitaría para su gran tarea (34.9). «Dios cambia a sus obreros,
pero continúa su obra». Moisés puso una copia de Deuteronomio en manos de los
sacerdotes para que la colocaran en el arca y para que se leyera en la Fiesta
de los Tabernáculos. Sabía que sólo la Palabra de Dios podía hacer del pueblo
la clase de nación que Dios quería que fuera.
Por último, Dios llamó a Moisés y
a Josué al tabernáculo (vv. 14–30), donde les dijo que la nación se rebelaría y
se alejaría de la ley. Los comisionó a escribir un «canto» (Véanse 32.44) para
que se enseñara al pueblo. El canto sería un testigo en contra de ellos (v.
19), así como lo sería la ley en el arca (v. 26). Una vez más se estimula a (v.
Josué 23) y entonces Moisés congregó a los ancianos para enseñarles el canto,
el cual aparece en el capítulo 32.
A Moisés no se le permitió guiar
al pueblo a que entrara en Canaán por dos razones: (1) pecó contra Dios en
Meriba (Nm 20.7–13; Dt 3.23–29); y (2) Canaán es un tipo del «reposo» que
tenemos en Cristo y Moisés el legislador nunca podía dar reposo. Sólo Josué, el
tipo de Cristo el conquistador, podía hacerlo (Heb 4; y nótese que Heb 4.8
llama a Josué «Jesús» que es como se deletrea en griego).
II. EL NUEVO CANTO (32)
Israel entonó el «canto de Moisés»
en el Mar Rojo (Éx 15), al celebrar su victoria y el poder de Dios; pero este
nuevo canto lamenta la apostasía de Israel y el castigo de Dios sobre su
pueblo. En 31.19–30 Dios dice muy claro que el canto sería un testigo para
recordarles sus pecados. El nombre clave de Dios en el canto es «la Roca» (vv.
4, 15, 18, 30–31). Así Moisés les recordaba del agua de la roca (Éx 17; Nm 20)
y la bondad de Dios para la nación. En el versículo 6 se describe a Dios como
un Padre, como un Redentor que ha comprado al pueblo. Sin embargo, en los
versículos 5–6 se describe a la nación como corrupta, perversa y torcida.
En los versículos 7–14 Moisés le
recuerda al pueblo las bendiciones de Dios: Él los halló en el desierto; los
amó y los protegió; los levantó a «las alturas» de victoria; les dio las más
ricas bendiciones de la tierra. Pero, ¿qué hacía Israel? La nación se rebelaba.
En los versículos 15–18 tenemos una descripción de la apostasía e idolatría de
Israel, el alejamiento de su Roca y el olvido de su amor. ¿Cómo responde Dios a
sus pecados? En los versículos 19–25 tenemos los juicios de Dios: oculta su rostro;
provoca a Israel a volverse a los gentiles (v. 21; Véanse Ro 10.19); y acumula
en ellos su ira al esparcirlos por todo el mundo. Dios hubiera exterminado a
Israel de no ser por sus enemigos (v. 27), quienes se hubieran aprovechado del
juicio de Dios y derramado su odio sobre los judíos. En las edades pasadas Dios
ha usado a las naciones gentiles para castigar a Israel, pero cuando esas
naciones iban más allá de los mandamientos de Dios y derramaban su propia ira
sobre Israel, Dios intervenía y juzgaba a esas naciones (vv. 35–43). Llegaría
el día cuando vengaría y restauraría a Israel al lugar donde las naciones se
van a regocijar con ella (v. 43).
Desafortunadamente Israel no tuvo
en cuenta a su Roca, ni recordó este canto ni puso atención. Un día, sin
embargo, estas palabras hablarán a Israel, ¡y se volverá a su Roca y descubrirá
que es Jesucristo al que crucificaron!
III. LA NUEVA BENDICIÓN (33)
No podemos estudiar estos
versículos en detalle, excepto notar que Moisés no menciona ninguno de los
pecados de las tribus, como Jacob lo hizo en su bendición (Gn 49). El corazón
de Moisés estaba lleno de amor por su pueblo y en este capítulo da su bendición
de partida al pedir la bendición de Dios sobre las tribus. Nótese que empieza
con los hijos de Lea, pero deja fuera a Simeón. Esta tribu a la larga la
absorbió Judá, de modo que Simeón disfrutó de la bendición de Judá.
Rubén participó en la rebelión en
Números 16, pero Moisés ora que la tribu pueda vivir y crecer.
Judá era la tribu real. Cuando
Moisés le pide a Dios «llévalo a su pueblo» (v. 7), quizás se refiere al Mesías,
el Legislador prometido en Génesis 49.10. Leví era la tribu de Moisés y ora que
Dios bendiga su ministerio espiritual a la nación. Nótese la bendición especial
para José (vv. 13–17), cumplida en la riqueza de Efraín y Manasés.
Es interesante notar la posición
espiritual del pueblo de Dios según se describe en este capítulo: En las manos
de Dios y a sus pies (v. 3); entre sus hombros (v. 12); y sostenida por sus
brazos eternos (v. 27). «Como tus días serán tus fuerzas» es una buena promesa
para nosotros hoy (v. 25). «¿Quién como tú, pueblo salvo por Jehová,?» (v. 29).
¡Qué privilegio es ser hijo de Dios!
IV. EL NUEVO HOGAR (34)
Moisés había orado que Dios se
arrepintiera y le permitiera entrar en la tierra prometida, pero Dios se lo
negó (Dt 3.23–29). Dios sabía que Josué («Jehová es salvación») guiaría al
pueblo a su reposo terrenal, así como el Josué celestial, Jesucristo, guiaría a
su pueblo al reposo espiritual. Esto nunca lo haría la ley (Moisés). Sin
embargo, Moisés sí visitó la tierra prometida en el Monte de la Transfiguración,
con Elías; y habló con Cristo del «éxodo» (partida) que Él cumpliría en
Jerusalén (Lc 9.27–31).
Dios le permitió a Moisés ver la
tierra, que es todo lo que la ley puede hacer cuando se trata de la vida santa.
La ley fija una norma divina, pero no puede ayudar a lograrla. Sin la muerte de
Cristo y el don del Espíritu (Ro 8.1–4), no podemos tener la justicia de la ley
cumplida en nuestras vidas. Podemos ver la tierra, pero nunca entrar en ella.
Los que siguen a Moisés (legalismo) nunca entrarán en la tierra de bendición.
Dios fue el único que estuvo
presente cuando Moisés murió y Él le sepultó. No cabe duda que si la gente
hubiera sabido la ubicación de su tumba, la hubiera hecho una capilla idólatra.
Judas 9 sugiere que Satanás quería el cuerpo de Moisés, tal vez arguyendo que
Moisés era un homicida (Éx 2.11–12) y que había pecado en Meriba cuando golpeó
la roca.
El pueblo lloró treinta días a
Moisés. A menudo un líder es más apreciado después de muerto que durante su
vida. El libro concluye recordándonos el carácter único del ministerio de
Moisés: fue un hombre a quien Dios hablaba cara a cara.
El pueblo estaba ahora listo para
entrar y recibir la tierra, y esto será nuestro estudio en Josué.