Fue escrita como
respuesta a acusaciones calumniosas hechas por falsos maestros en contra de
Pablo. En esta epístola intensamente personal, Pablo defendió su apostolado e
instó a los corintios a prepararse para su próxima visita, completando su
colecta para la iglesia en Jerusalén y solucionando el problema de los falsos
maestros.
Probablemente la
Segunda Epístola a los Corintios haya sido escrita como un año después de la
primera. Sus contenidos están íntimamente relacionados con los de la primera
epístola. Se comenta particularmente la manera con que fue recibida la carta
que San Pablo escribiera con anterioridad; esta fue tal que llenó su corazón de
gratitud a Dios, que le capacitó para desempeñar tan plenamente su deber para
con ellos.
Muchos habían dado
señales de arrepentimiento y enmendado su conducta, pero otros aún seguían a
sus falsos maestros; y, como el apóstol retrasaba su visita, por no desear
tratarlos con severidad, le acusaron de liviandad y cambio de conducta; además,
de orgullo, vanagloria y severidad, y hablaban de él con desprecio.
En esta epístola
hallamos el mismo afecto ardiente por los discípulos de Corinto que en la
anterior, el mismo celo por el honor del evangelio, y la misma osadía para la
reprensión cristiana. Los primeros seis capítulos son principalmente prácticos;
el resto se refiere más al estado de la iglesia corintia, pero contienen muchas
reglas de aplicación general.
NOMBRE
COMO PRESENTA A JESÚS: 2ª Cor: 1: 3: Dios De Toda Consolación.
BOSQUEJO SUGERIDO DE 2
CORINTIOS
I. Pablo
explica su ministerio (1–5)
A. Sufriendo,
pero no derrotado (1)
B. Afligido,
pero no desesperado (2)
C. Espiritual,
no carnal (3)
D. Sincero, no
fraudulento (4)
E. Serio, no
descuidado (5)
II. Pablo
exhorta a la iglesia (6–9)
A. El
ministerio de Pablo examinado (6.1–13)
B. Pablo
estimula separarse del pecado (6.14–7.1)
C. Pablo pide
reconciliación en el Señor (7.2–16)
D. Pablo pide
cooperación en la ofrenda (8–9)
III. Pablo
vindica su apostolado (10–13)
A. Pablo
defiende su conducta (10)
B. Pablo
explica sus motivos (11)
C. Pablo
asevera sus méritos (12)
D. Pablo habla
de su misión (13)
Note en esta carta las muchas
referencias a los sufrimientos de Pablo (1.3–11; 4.8–11; 6.4, 8–10; 7.5;
11.23–28; 12.7–10) y también al estímulo (1.3–6; 2.7; 7.4, 6–7, 13).
NOTAS
PRELIMINARES A 2 CORINTIOS
I. TRASFONDO
Repase la introducción a 1
Corintios para ver el trasfondo de la fundación de la iglesia corintia.
Pablo escribió 1 Corintios desde
Éfeso, donde había ministrado tres años. Envió esta carta a la iglesia por
medio de Timoteo (1 Co 4.17), pero los problemas en la iglesia sólo empeoraron.
Tal vez fue la timidez del joven Timoteo que hizo que los creyentes en Corinto
desobedecieran las palabras de Pablo. De todos modos, Pablo entonces envió a
Tito a Corinto para estar seguro de que la iglesia obedeció las órdenes
apostólicas que Pablo les dio (2 Co 7.13–15).
Mientras tanto, el alboroto de que
se habla en Hechos 19.23–41 forzó a Pablo a salir de Éfeso.
Pablo había prometido a los corintios
que les visitaría (1 Co 16.3–7), pero las circunstancias fueron tales que se
demoró en el camino. Había esperado encontrar a Tito en Troas (2 Co 2.12, 13),
pero ese plan falló. Al leer 2 Corintios 1–2 se siente el peso y el dolor que
Pablo sentía, sufriendo tanto física como emocionalmente. Mientras estuvo en
Troas, Pablo predicó un poco, luego se dirigió hacia Macedonia. Finalmente
encontró a Tito, quizás en Filipos (2 Co 7.5, 6), y le dio a Pablo las buenas noticias
de que la mayoría de Corinto lo respaldaba y obedecería su palabra. Fue este
gozo lo que le impulsó a escribir esta segunda carta a los corintios.
II.
PROPÓSITOS
Pablo tenía varios propósitos en
mente cuando escribió esta carta:
(1) Elogiar a la iglesia por
disciplinar al ofensor (1 Co 5), y animarlos a perdonarlo y a recibirlo (2 Co 2.6–11).
(2) Explicar por qué al parecer
«cambió sus planes» y no los visitó como había prometido (1 Co 16.3–7; 2 Co
1.15–22).
(3) Responder a los de la iglesia que
cuestionaban su autoridad apostólica (2 Co 10–12).
(4) Responder a los que le acusaban
de motivos equivocados (2 Co 4.1–2).
(5) Animar a la iglesia a participar
en la ofrenda para los santos de Jerusalén (2 Co 8–9).
(6) Prepararles para su visita
planeada (2 Co 13).
Esta carta contrasta directamente
con el tono de 1 Corintios, porque es muy personal y llena de profundas
emociones del consagrado apóstol. Si 1 Corintios «hace volar el techo» de la
iglesia de Corinto y nos deja mirar adentro, 2 Corintios «abre el corazón» de
Pablo y nos deja ver su amor y preocupación por la obra del Señor. En la
primera carta Pablo es el instructor, respondiendo preguntas y arreglando
cuestiones; en su segunda carta es el pastor cariñoso, el ministro de Cristo,
derramando su vida para que sus hijos espirituales puedan ser perfeccionados en
la fe.
Ninguna carta del NT revela el
verdadero carácter del ministro cristiano como lo hace esta.
Ninguna carta dice tanto acerca de
la ofrenda del cristiano, así como de su sufrimiento y triunfo espiritual.
1
Pocos capítulos del NT revelan el
corazón de Pablo como lo hace este. Aquí vemos al gran apóstol admitiendo sus
temores y fracasos al referirse a los sufrimientos que había soportado. El
problema del dolor siempre ha dejado perpleja a la gente que piensa. «¿Por qué
debe sufrir el justo?» es una pregunta que se halla en las Escrituras desde Job
hasta Apocalipsis. En este capítulo, al recontar Pablo sus experiencias
personales, nos da tres razones por las cuales Dios permite que su pueblo
sufra.
I. PARA QUE PODAMOS CONSOLAR A OTROS (1.1–7)
La palabra «consolar» se usa diez
veces en los versículos 1–7 («consolación» en 5, 6 y 7) y literalmente
significa «llamar a alguien al lado de uno». Es la misma que Jesús usó en Juan
14.16 para el Espíritu, el Consolador. Qué gozo es saber que Dios está a
nuestro lado para ayudarnos siempre que atravesamos problemas (Is 41.10, 13;
43.2–3). Cada miembro de la Trinidad es un consolador: el Padre (2 Co 1.3), el
Hijo y el Espíritu (Jn 14.16). Dios es el Dios de toda consolación, así como es
el Dios de toda gracia (1 P 5.10). ¡Hay consolación y gracia para toda
situación!
Pero esta consolación que
recibimos de Dios no es simplemente para nuestro alivio personal; se nos da para
que ayudemos a otros. Pablo atravesó tribulaciones (1.4, 8; 2.4; 4.17; 6.4;
7.4; 8.2) para que pudiera ser capaz de ministrar a otros. Dios nos prepara
para lo que está preparando para nosotros. No podemos guiar a otros a donde
nosotros mismos no hemos estado. Pablo miraba sus aflicciones como «los
sufrimientos de Cristo» (1.5; 4.10, 11); y según indica en Filipenses 3.10
estaba experimentando «la participación de sus padecimientos». Esto no
significa que participamos de los sufrimientos de Cristo para expiar nuestro
pecado, puesto que eso fue un ministerio que el único que lo puede realizar es
Cristo. Más bien sugiere que sufrimos por su causa y para su gloria, y que Él
sufre con nosotros (Véanse Hch 9.4).
¡Las matemáticas de la
misericordia de Dios son maravillosas! Así como las aflicciones abundan, ¡igualmente
abunda su consuelo! Donde abunda el pecado, ¡abunda también la gracia! (Ro
5.20). Pablo usa la palabra «abunda» con frecuencia en 2 Corintios, de modo que
verifique en su concordancia estas referencias. En el versículo 6 Pablo enseña
la maravillosa verdad de que la aflicción del cristiano da lugar a doble
bendición: primero, para el creyente individual («se opera» significa que obra
en el creyente; véanse 1 Ts 2.13; Flp 2.12–13) y luego para otros.
Nosotros, como cristianos, debemos
estar dispuestos a soportar aflicciones puesto que sabemos que nos traen
personalmente bien espiritual y bendiciones para otros al darles la consolación
de Dios. La palabra griega para «compañeros» en el versículo 7 indica
compañerismo. Debemos estar dispuestos a ser «compañeros» con Cristo en el sufrimiento,
puesto que este «compañerismo» conduce al consuelo y a la consagración.
II. PARA QUE PODAMOS CONFIAR SOLAMENTE EN DIOS
(1.8–11)
Se necesita una alma grande para admitir
el fracaso. Pablo desnuda su corazón aquí y le comunica a los creyentes los
problemas que soportó en Asia. No escribió esto para ganar su simpatía, sino
para enseñarles una lección que aprendió: confiar solamente en Dios. No estamos
seguros del problema a que se refiere Pablo; tal vez incluía tanto el motín en
Éfeso (cf. Hch 19.23–41 y 1 Co 15.32) como las tristes noticias de los
problemas de la iglesia corintia. En 7.5 indica que había problemas de afuera y
de adentro; de modo que tal vez era tanto debilidad y peligro físico como
preocupación espiritual por la incipiente iglesia de Corinto.
Cualesquiera que hayan sido estos
problemas, eran suficientes para aplastar a Pablo y hacerle sentir como
sentenciado a muerte. ¡Perdió la esperanza hasta de la misma vida! (¡Qué
reconfortante saber que incluso los grandes santos de Dios están hechos de
barro!) Pero Pablo aprendió la lección que Dios tenía para él: no debía confiar
en sí mismo, sino únicamente en Dios. Nótese los tres tiempos de los verbos
referentes a la liberación del creyente en el versículo 10 y compárelo con Tito
2.11–14. Sin embargo, Pablo se apresura a reconocer la provechosa oración de
sus amigos (v. 11). Afirma que su liberación en respuesta a la oración hará que
muchos alaben a Dios y le den a Él la gloria que merece.
Avanzamos una gran distancia en
nuestras vidas cristianas cuando aprendemos a poner la fe solamente en Dios y
no en uno mismo, ni en las circunstancias, ni en los hombres. Abraham tomó a
Lot consigo y Lot se fue a Sodoma. Moisés insistió en contar con la ayuda de
Aarón y este llevó al pueblo al pecado. Los consejeros de David desertaron.
Incluso los discípulos abandonaron a Cristo ¡y huyeron!
El creyente que teme al Señor y
vive para agradarle disfruta de paz y seguridad aun en medio de los problemas.
¡Qué lección para aprender!
III. PARA QUE PODAMOS RECIBIR LAS PROMESAS DE DIOS
(1.12–24)
Es fácil ver la conexión entre
este pasaje respecto a los planes de Pablo y el tema general del sufrimiento;
al entender el trasfondo podemos seguir el pensamiento de Pablo. Había
prometido visitar Corinto, primero cuando emprendió camino a Macedonia y luego
cuando en dirigía a Jerusalén con la ofrenda especial. Esta es la «segunda
gracia» mencionada en el versículo 15 Pero las circunstancias le obligaron a
cambiar sus planes y sus enemigos en Corinto le acusaron de ser voluble e
inconstante.
«¡No se puede confiar en las
cartas de Pablo!», decían. «¡Con todo afirma que estas cartas son mensaje de
Dios para nosotros!»
Pablo respondió a estas acusaciones
mostrando que fue sincero al prometerles dos visitas y que sus motivos eran
puros y piadosos. Les aseguró que sus cartas eran sinceras y dignas de
confianza, como descubrirán cuando Cristo vuelva para juzgar (vv. 12–14). Era
la confianza de Pablo en el amor y la comprensión de ellos (vv. 15–16) lo que
hizo cambiar sus planes. Una paráfrasis lo dice así: «Tan seguro estaba del
entendimiento y la confianza de ustedes, que pensaba hacer un alto en mi viaje
a Macedonia y visitarlos, y hacer lo mismo en el viaje de regreso, para serles
de una doble bendición y para que me encaminaran luego a Judea» (La Biblia al
día). Donde hay amor y confianza nunca debe haber duda o cuestionamiento de
motivos. Pablo no era como los hombres del mundo que dicen «sí» cuando quieren
decir «no». Es aquí que Pablo nos enseña una lección duradera: La Palabra de
Dios es fidedigna y todas las promesas de Dios hallan su «sí» en Jesucristo.
Una manera de traducir el versículo 20 es: «Todas las promesas de Dios hallan
sí en Cristo y por medio de Él decimos amén». En otras palabras, las promesas
de Dios son verdaderas en Cristo, Él las cumple y nos da la fe para recibirlas.
¡Cuán agradecidos debemos estar
por la inmutable Palabra de Dios! Con frecuencia requiere que haya problemas y
aflicción en nuestras vidas antes de que podamos reclamar y confiar en las
promesas de Dios. Hacemos planes, pero Dios los deja a un lado. Hacemos
promesas y no siempre podemos cumplirlas. Pero en Cristo todas las promesas de
Dios hallan su cumplimiento y en Él tenemos el poder para reclamar estas
promesas para nosotros mismos y nuestra situación.
En los versículos finales (vv.
21–24) Pablo recuerda a los creyentes que su vida cristiana proviene de Dios.
Él fue establecido en Cristo por el Espíritu, ungido y sellado, y le fue dado
las arras (garantía) del Espíritu. ¿Cómo no ser sincero cuando el Espíritu
estaba obrando en su vida? El sello del Espíritu se refiere a la obra del
Espíritu al marcarnos para la salvación eterna. Una vez que hemos confiado en Cristo,
somos sellados y estamos seguros en Él (Ef 1.13, 14; 4.30). Las «arras» se
refiere a las bendiciones del Espíritu en nuestras vidas hoy, que no son sino
la «garantía» de las bendiciones eternas que disfrutaremos en gloria (véanse Ro
8.9, 14, 23; Ef 1.14).
Finalmente Pablo indica que se
alegraba de que Dios había cambiado el viaje planeado, porque hubiera tenido
que reprenderles si los hubiera visitado en esa ocasión. En lugar de navegar
desde Éfeso a Corinto, viajó a Troas y Filipos, y así le dio más tiempo a la
iglesia para que corrigiera las cosas. Una visita en ese tiempo hubiera sido
dolorosa; pero ahora que las cosas se habían resuelto (2.6–11), podía visitarlos
en gozo y no en aflicción.
2
En este capítulo Pablo sigue
explicando el cambio de sus planes (1.15) y muestra su amor y preocupación por
la iglesia y sus necesidades espirituales.
I. LAS LÁGRIMAS DE PABLO POR LA IGLESIA (2.1–4)
En 11.23–28 Pablo hace una lista
de las muchas tribulaciones que había soportado por causa de Cristo, e indica que
la mayor carga que siente es «la preocupación por todas las iglesias» (v. 28).
Como un verdadero pastor Pablo tenía a estas iglesias infantes en su corazón y
sobre sus hombros, como el sumo sacerdote de Israel (Éx 28.12–21). Las lágrimas
son parte importante de un ministerio espiritual.
Jesús lloró; Pablo ministraba con
lágrimas (Hch 20.19, 31); y el Salmo 126.5, 6 indica que no habrá cosecha sin
lágrimas.
Pablo no quería visitar a la
iglesia como un padre riguroso, sino como un amigo cariñoso. La iglesia debería
haber traído gozo a su corazón, no tristeza. Si los había entristecido, ¿cómo
podían, a su vez, alegrarlo? Quería darles tiempo para que corrigieran las
cosas en la iglesia; entonces los visitaría y su compañerismo sería de gozo.
Cuando les escribió, lo hizo con una pluma mojada en lágrimas. Había llorado al
escribir la carta (2.4). (Tal vez se refería a 1 Corintios o quizás a una carta
austera y dura que no tenemos.)
En el capítulo 1 el tema de Pablo
era la consolación abundante; aquí es el amor abundante. «El amor nunca deja de
ser» (1 Co 13.8). Donde hay amor, siempre existe la preocupación de ver a otros
disfrutar de lo mejor. Cuántas veces los pastores lloran por los cristianos
descarriados. Dios honró las lágrimas de Pablo y obró en la iglesia para que se
corrigiera el pecado.
II. EL TESTIMONIO DE PABLO AL OFENSOR (2.5–11)
Esta sección nos lleva de regreso
a 1 Corintios 5, donde Pablo había amonestado a la iglesia para que
disciplinaran al hombre que vivía en pecado abierto. Aquí Pablo afirma que el
ofensor no le causó problemas y tristezas solamente a Pablo: ¡le causó
problemas a toda la iglesia! Pablo les había instruido que reunieran a la
iglesia y separaran de su compañerismo a este hombre. Este acto de disciplina
le conduciría al punto de lamento y arrepentimiento. Pues bien, así lo
hicieron, pero entonces ¡se fueron al otro extremo! El hombre dio muestras de
arrepentimiento por el pecado, ¡pero la iglesia no estaba dispuesta a recibirle
de nuevo después de su confesión!
«Perdónenlo y recíbanlo de nuevo»,
dice el apóstol. «Si no lo hacen, Satanás les sumirá en demasiada tristeza».
Con cuánta frecuencia los cristianos confiesan sus pecados y sin embargo no quieren
creer que Dios perdona y olvida. Hay una tristeza anormal que no es en realidad
verdadero arrepentimiento; sino remordimiento, la tristeza del mundo. Pedro
mostró arrepentimiento; su tristeza fue piadosa y le condujo de regreso a
Cristo. Judas mostró remordimiento; la suya fue una tristeza sin esperanza, del
mundo, que le alejó de Cristo y le llevó al suicidio. Satanás quiere hacernos
creer que no podemos ser perdonados (Véanse Zac 3.1–5); sin embargo, lea
Romanos 8.31–39. Si Satanás puede acusarnos de pecado y desanimarnos con
nuestros fracasos pasados, nos privará de nuestro gozo y utilidad para Cristo.
Si Dios perdona a una persona de
pecado, nosotros también debemos perdonarla (Ef 4.32).
III. EL TRIUNFO DE PABLO EN CRISTO (2.12–17)
Pablo hace referencia a su viaje
de Éfeso a Filipos. Lo que comenzó como resultado de problemas ¡terminó en
triunfo! Con cuánta frecuencia ocurre esto en la vida cristiana. Las mujeres
vinieron a la tumba aquella mañana de resurrección cargadas de desaliento, tan
solo para encontrar que se había ganado una gran victoria. Pablo vino a Troas y
no pudo hallar a Tito, pero encontró «una tremenda oportunidad» para predicar
el evangelio (Ro 8.28). En cada lugar de tribulación hay siempre una puerta abierta
de oportunidad. José hizo de sus aflicciones un triunfo en Egipto; Daniel lo
hizo en Babilonia; Pablo lo hizo en Troas.
Pero el servicio no es un
sustituto de la paz y Pablo añoraba ver a Tito y recibir noticias de la iglesia
de Corinto. Salió de Troas y se dirigió a Macedonia (quizás a Filipos), pasando
por alto a Corinto. En Filipos encontró a Tito y recibió las buenas noticias de
que habían disciplinado al ofensor, la mayoría de la iglesia respaldaba a Pablo
y las cosas parecían marchar mejor. Esto regocijó tanto a Pablo que prorrumpió
en un canto de alabanza.
El cuadro en los versículos 14–17
era familiar a todo ciudadano romano, pero no lo es para los cristianos del
siglo veinte. Cuando un general victorioso regresaba de la batalla, Roma le
hacía un desfile público, no muy diferente a los grandes desfiles de homenaje
de los tiempos modernos. Este desfile estaba repleto de pompa y gloria, y se
quemaba una gran cantidad de incienso en honor del héroe. En el desfile tanto
soldados como oficiales disfrutaban de gloria y alabanza, pero los esclavos y los
prisioneros presentes terminarían en la arena del circo romano para morir
luchando contra bestias salvajes. Al oler los victoriosos el incienso,
inhalaban el aroma de la vida y el gozo; pero para los cautivos el incienso era
un recordatorio de la muerte que se les aproximaba.
En el «desfile cristiano» que Pablo
describe, Jesucristo es el Victorioso. Por medio de su muerte en la cruz ha
conquistado a todo enemigo. Nosotros los cristianos marchamos con Él en el
desfile, participando de su victoria (1 Co 15.57). El cristiano, sin embargo,
es el incienso (dulce aroma de Cristo) en esta procesión conforme el Espíritu
esparce el conocimiento de Cristo en nuestra vida y a través de ella. Este
aroma, o perfume, quiere decir vida para otros creyentes, pero para el no
creyente que se dirige a la condenación eterna, significa muerte. José fue olor
de muerte para el panadero, pero olor de vida para el copero (Gn 40).
La descripción de Pablo es un
cuadro hermoso y desafiante. ¡Qué tremenda responsabilidad es introducir a las
personas a la vida, o que ellas rechacen a Cristo y vayan a la muerte! Ser
cristiano es una seria responsabilidad, porque nuestras vidas conducen a las
personas bien sea al cielo o al infierno.
No es de sorprenderse que Pablo
exclame: «Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?» (v. 16). ¿Cómo puede un cristiano
poseer todo lo que necesita para ser el mejor cristiano posible, el mejor
testigo, el mejor soldado? En 3.5 Pablo responde a esta pregunta: «Nuestra
competencia proviene de Dios». Pablo usa la palabra «competencia» o
«suficiencia» varias veces en esta carta. Cristo es suficiente para nuestras
necesidades espirituales (3.4–6), materiales (9.8) y físicas (12.7–10).
En el versículo 17 Pablo vuelve a
la acusación de que no se podía fiar en su palabra. Desafortunadamente hay,
incluso hoy, líderes religiosos que «hacen mercadería» (v. 17: medran falsificando)
con la Palabra de Dios, que son insinceros y engañadores. La palabra
«falsificando» tiene la idea de «vender» el evangelio, usando el ministerio
sólo como un medio de ganarse la vida antes que de construir la iglesia de
Jesucristo. Una forma de esta palabra griega se usaba para describir al mesonero
o al vendedor ambulante, y lleva la idea de hacer cualquier tipo de negocio
simplemente para lograr ganancia. El ministerio de Pablo no era un negocio; era
una preocupación. No servía a los hombres; servía a Cristo. Era sincero en el
método, en su mensaje y en su motivo. Se daba cuenta de que el ojo de Dios
estaba sobre él y que la gloria de Cristo estaba en juego.
En estos dos capítulos hemos visto
que el ministerio de Pablo estuvo lleno de sufrimiento y tristeza, sin embargo
experimentó triunfo y gozo en Cristo. Recordemos que «nuestra competencia
proviene de Dios» (3.5).
3
Este capítulo es clave, porque
muestra la relación entre el mensaje del AT de la ley y el ministerio del NT
del evangelio de la gracia de Dios. Todo parece indicar que la facción judía en
Corinto estaba diciendo que Pablo no era un verdadero apóstol porque no tenía
cartas de recomendación de la iglesia de Jerusalén. Al parecer algunos maestros
habían llegado a Corinto con tales cartas y esta falta de credenciales parecía
desacreditar a Pablo. El apóstol usó esta acusación como una oportunidad para contrastar
el evangelio de la gracia con la Ley de Moisés.
I. ESCRITO EN LOS CORAZONES, NO EN PIEDRAS (3.1–3)
«¡No necesito cartas de
recomendación!», dice Pablo. «Ustedes cristianos en Corinto son mis cartas,
¡escritas en los corazones, no en piedras!» «Por sus frutos los conoceréis» (Mt
7.20). La vida y ministerio de una persona se pueden ver en su trabajo. Pablo
se auto-describe como el secretario de
Dios, escribiendo la Palabra en
las vidas del pueblo de Dios. Qué asombrosa verdad: ¡todo cristiano es una
epístola de Cristo que leen todos los hombres!
Tú escribes un evangelio, un
capítulo por día, por tus palabras, tus obras, que son tu expresión de vida.
Los hombres las van leyendo y van
aprendiendo así, de Jesús, ¿verdad? ¿mentira?
Y no les falta criterio, aprenden
en tu evangelio, el quinto según tu vida.
Moisés escribió la Ley de Dios en
piedras, pero en esta era Dios escribe su Palabra en nuestros corazones (Heb
10.16, 17). La ley fue una cuestión externa; la gracia habita internamente, en
el corazón. Pero Pablo no escribió siquiera con tinta que se desvanecería;
escribió de manera permanente con el Espíritu de Dios. La ley, escrita en
piedra, sostenida en la mano del hombre, nunca podría cambiar su vida. Pero el
Espíritu de Dios puede usar la Palabra para cambiar las vidas y hacerlas semejantes
a Jesús. El ministerio del NT, entonces, es un ministerio espiritual, conforme
el Espíritu escribe la Palabra en los corazones de los hombres.
II. TRAE VIDA, NO MUERTE (3.4–6)
Cuando Pablo dice: «La letra
mata», no se refiere a la «letra» de la Palabra de Dios en oposición a su
«espíritu». A menudo oímos a la gente decir confundida: «No está bien seguir la
letra de la Biblia; debemos seguir su espíritu». Tenga presente que por «la
letra» Pablo quiere decir la ley del AT. En este capítulo usa diferentes frases
al referirse a la ley del AT: la letra (v. 6); ministerio de muerte (v. 7); ministerio
de condenación (v. 9).
La ley no vino para dar vida; fue
definitivamente un ministerio de muerte. Pablo era un ministro del nuevo pacto,
no del antiguo pacto de obras y muerte. ¡Ningún hombre jamás fue salvo mediante
la ley!
Sin embargo, había maestros en
Corinto que le decían a las personas que obedecieran la ley y rechazaran el
evangelio de gracia que Pablo predicaba. Trace la palabra «vida» en el
Evangelio de Juan, por ejemplo, y verá que el ministerio del NT es uno de vida
a través del Espíritu Santo.
III. GLORIA DURADERA, NO PASAJERA (3.7–13)
Ciertamente que hubo gloria en el
ministerio del AT. La gloria llenaba el templo; la gloria de Dios flotaba sobre
el pueblo en el desierto. El templo y sus ceremonias, y la misma promulgación
de la Ley de Moisés, todo tenía su debida gloria. Pero era una gloria pasajera,
no era duradera. Pablo cita la experiencia de Moisés que se registra en Éxodo
34.29–35. Moisés había estado en la presencia de Dios y su gloria se reflejaba
en su rostro. Pero Moisés sabía que esta gloria se desvanecería, de modo que se
ponía un velo sobre su cara cuando hablaba con las personas, para que no vieran
la gloria que se desvanecía y perdieran la confianza en su ministerio. (Por lo
general, se enseña equivocadamente que Moisés se ponía el velo para evitar
asustar a la gente. Nótese el v. 13: «Y no como Moisés que ponía un velo sobre
su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de
aquello que había de ser abolido».) Dios nunca intentó que la gloria del
antiguo pacto fuera permanente; debía desaparecer antes de la abundante gloria
del evangelio. Si el ministerio de condenación (la ley) fue glorioso, el
ministerio de justicia (el evangelio) ¡era aun más glorioso! Pablo no necesitaba
velo; no tenía nada qué esconder. ¡La gloria del evangelio está aquí!
IV. SIN VELO, NO VELADO (3.14–16)
Pablo hace una aplicación
espiritual del velo de Moisés. Indica que hay todavía un velo sobre los corazones
de los judíos cuando leen el AT, y que este velo les impide ver a Cristo. El AT
siempre será un libro cerrado para el corazón que no conoce a Cristo. Jesús lo
quitó cuando rasgó el velo del templo y cumplió los tipos y profecías del AT.
Sin embargo, Israel no reconoció que el ministerio de la ley era temporal; se
aferraba a un ministerio que nunca tuvo el propósito de ser duradero, un
ministerio con gloria pasajera. Hay una ceguera doble en Israel: una ceguera
que afecta a las personas para que no puedan reconocer a Cristo según se revela
en el AT y una ceguera judicial por la cual Dios cegó a Israel como nación (Ro
11.25). Satanás ciega el entendimiento de todos los pecadores, ocultándolos del
glorioso evangelio de Cristo (2 Co 4.4).
Pero cuando el corazón se vuelve a
Cristo, es quitado ese velo. Moisés se quitó el velo cuando subió al monte para
ver a Dios y a cualquier judío que sinceramente se vuelve al Señor se le
quitará el velo espiritual y verá a Cristo y le recibirá como Salvador. El
ministerio del NT es uno que apunta hacia Cristo en la Palabra de Dios, tanto
en el AT como en el NT. No tenemos nada que ocultar, nada que poner detrás de
un velo; la gloria durará para siempre y será cada vez más brillante.
V. LIBERTAD, NO ESCLAVITUD (3.17,18)
Se abusa groseramente del
versículo 17 y se cita de manera equivocada para excusar toda clase de prácticas
no espirituales. «El Señor es el Espíritu»; cuando los pecadores se vuelven a
Cristo es mediante el ministerio del Espíritu. En el Espíritu da libertad de la
esclavitud espiritual. El antiguo pacto era un pacto de obras y esclavitud (Hch
15.10). Pero el nuevo pacto es un ministerio de libertad gloriosa en Cristo (Gl
5.1). Esta libertad no es licencia; es libertad del temor, del pecado, del
mundo y de las prácticas religiosas legalistas. Todo cristiano es como Moisés:
con un rostro sin velo podemos entrar a la presencia de Dios y disfrutar de su
gloria. Sí, ¡recibir esa gloria y llegar a ser más como Cristo!
En el versículo 18 Pablo ilustra
el significado de la santificación y de crecer en la gracia. Compara a la
Palabra de Dios con un espejo (Véanse Stg 1.23–25). Cuando el pueblo de Dios
mira su Palabra y ve su gloria, el Espíritu de Dios lo transforma para que sea
como el Hijo de Dios (Ro 8.29).
«Transformados» en este versículo
es la misma palabra que se usa en Romanos 12.2 y que se traduce «transfigurarse»
en Mateo 17.2, y explica cómo se renueva nuestro entendimiento en Cristo. El cristiano
no está en esclavitud y temor; podemos entrar en la misma presencia de Dios y
disfrutar de su gloria y gracia. No tenemos que esperar a que Cristo regrese
para llegar a ser como Él; podemos crecer cada día «de gloria en gloria» (v.
18).
¡Verdaderamente nuestra posición
en Cristo es gloriosa! El ministerio de la gracia es muy superior al del
judaísmo o de cualquier otra religión, aunque los cristianos del NT no tengan
ninguna de las ceremonias y atuendos visibles que pertenecían a la ley. Nuestro
ministerio es glorioso y su gloria nunca se desvanecerá.
4
Algunos en Corinto acusaban a
Pablo de insinceridad en su ministerio. «Pablo lo hace sólo por lo que puede
ganar», era la acusación. En este capítulo Pablo pone de manifiesto que su
ministerio es sincero.
I. SU DETERMINACIÓN (4.1)
¿Por qué continuaba Pablo
predicando, con todos los peligros y esfuerzos que involucraba, si no era sincero?
Un hombre con motivos menos dignos, o con una perspectiva menos espiritual del
ministerio se hubiera dado por vencido mucho tiempo atrás. Pablo miraba al
ministerio como una mayordomía:
Dios se la dio y Dios también le
daba la fuerza para continuar y no desmayar. ¡El evangelio era demasiado
glorioso como para que Pablo se diera por vencido! Para él ser un ministro del
evangelio era un privilegio demasiado grande como para arriesgarse a caer o
descarriarse.
II. SU HONESTIDAD (4.2–4)
Hay algunas cosas que Pablo se
negaba a hacer. Rehusó usar prácticas solapadas y engañosas para ganar
seguidores. Los falsos maestros estaban haciendo estas mismas cosas. «No
empleamos artimañas para que la gente crea», es cómo la versión La Biblia al día
lo dice. Pablo no andaría con astucias ni usaría engañosamente la Palabra, o
sea, «adulterando la palabra de Dios». Usamos la Biblia con engaños cuando
mezclamos la filosofía y el error con la verdad de Dios para ganar la
aprobación humana. No así con Pablo. Su ministerio era honesto. Usaba la
Palabra de una manera abierta, sincera y animaba a las personas a que
escudriñaran las Escrituras por sí mismas (Véanse Hch 17.11).
Si el evangelio está escondido,
nunca debe ser culpa del maestro. Satanás ciega el entendimiento de los
pecadores porque no quiere que vean la gloria de Cristo. Multitudes hoy, que no
quieren mirar el rostro de Jesús para salvación, un día tratarán de esconderse
de su rostro (Ap 6.15–17). La mente del pecado es ciega e ignorante (Ef 4.17–19),
y sólo la luz de la Palabra puede traer el conocimiento de la salvación. Mas
nunca debemos torcer o corromper la Palabra de Dios en un intento de lograr convertidos.
Debemos usar la Palabra con buena conciencia hacia los hombres y hacia Dios.
III. SU HUMILDAD (4.5–7)
Si Pablo quería obtener a alguien
que lo siguiera y hacer dinero, debería haber predicado de sí mismo y no de
Cristo. Sin embargo, no predicaba de sí mismo; procuraba honrar únicamente a
Cristo.
Lea otra vez 1 Corintios 3.1–9
para ver cómo Pablo se presenta a sí mismo como siervo de Dios y esclavo por
amor de Jesús. No, no puede haber luz si exaltamos a los hombres; sólo Dios
puede hacer que la luz brille en las tinieblas.
Aquí Pablo nos refiere de nuevo a
Génesis 1.1–5, donde Dios hizo la luz en la creación y de ella trajo vida y
bendición. El corazón del pecador perdido es como esa tierra original: sin
forma, vacía y en tinieblas. El Espíritu se mueve sobre el corazón. La Palabra
viene y trae luz: la luz del glorioso evangelio. El pecador entonces llega a
ser una nueva creación, una nueva criatura y empieza a dar fruto para la gloria
de Dios.
«Sí, tengo un tesoro», admite
Pablo, «pero está en un vaso de barro. No quiero que me vean a mí; yo soy sólo
el vaso. Lo más importante es que vean a Cristo y que Él reciba la gloria». Es
muy malo cuando los obreros cristianos hacen al instrumento más importante que
el tesoro del evangelio.
IV. SU SUFRIMIENTO (4.8–10)
Si Pablo andaba buscando ganancia
personal, como decían ellos, ¿por qué sufrió tanto? El hombre que entra en
componendas en vez de ajustarse a la Palabra de Dios, no sufrirá; los hombres
le acogerán y le honrarán. Pero la gente maltrataba a Pablo, le rechazaba y le
hacía la vida imposible. Le trataban como los hombres trataron a Cristo.
La disposición de Pablo para
sufrir por Cristo es una de las pruebas más grandes de su sinceridad como
siervo de Dios. Lea estos versículos en una traducción moderna para captar el
vigor de su mensaje.
V. SU ABNEGACIÓN (4.11–15)
Pablo estaba dispuesto a enfrentar
el sufrimiento y muerte por causa de Jesús y por causa de las iglesias. Las
experiencias que le traían muerte significaban vida para los creyentes a medida
que sufría por darles la Palabra. Los falsos maestros no sabían nada de
sufrimiento ni sacrificio. A través de la carta Pablo señala sus llagas como
credenciales de su ministerio. En Gálatas 6.17 dijo: «Yo traigo en mi cuerpo
las marcas del Señor Jesús».
«Todas estas cosas padecemos por
amor a vosotros». ¡Qué espíritu de abnegación y desprendimiento! Pablo estaba
dispuesto a ir dondequiera, dispuesto a sufrir lo que fuera, si daba gloria a
Dios y bien a las iglesias. Tenía el Espíritu de fe; sabía que sus sufrimientos
redundarían en bendiciones.
VI. SU FE (4.16–19)
Estos versículos dan al creyente
la seguridad maravillosa en tiempos de sufrimientos. Aunque el hombre exterior
se va desgastando día por día, el hombre interior, el hombre espiritual, se
renueva de día en día (Véanse 3.18). Aquí Pablo está pesando sus sufrimientos
en las balanzas de Dios. Descubre que sus sufrimientos son ligeros cuando se
les compara con el peso de gloria que Dios tiene almacenado para él. Sus días y
años de aflicción no son nada comparados a la eternidad de bendición que le
espera. Cuán importante es que vivamos «con los valores de la eternidad a la
vista». La vida cobra un nuevo significado cuando vemos las cosas a través de
los ojos de Dios.
El versículo 18 es una paradoja
para el inconverso, pero una preciosa verdad para el cristiano.
Vivimos por fe, no por vista. Es
la fe la que le permite al cristiano ver las cosas que no se pueden ver (Heb
11.1–3); esta fe viene de la Palabra de Dios (Ro 10.17). Las cosas por las que
el mundo vive y muere son temporales, pasajeras; las cosas del Señor duran para
siempre. El mundo piensa que estamos locos porque nos atrevemos a creer a la
Palabra de Dios y a vivir de acuerdo a su voluntad. Pasamos por alto las
«cosas» que los hombres codician porque nuestros corazones están fijos en
valores más elevados.
Es importante que tengamos una
vida y ministerio cristianos sinceros. Nuestros motivos deben ser puros.
Nuestros métodos deben ser bíblicos. Debemos ser fieles a la Palabra de Dios.
Pablo tenía esta clase de ministerio e igualmente debemos tenerlo nosotros.
5
En este capítulo Pablo todavía
está refiriéndose a su ministerio, respondiendo a las acusaciones de sus enemigos.
Destaca que su ministerio es serio, no negligente; que trabaja por motivos
honestos y no por deseos carnales. Pablo explica cuatro motivos que controlan
su vida y su ministerio.
I. SU CONFIANZA EN EL CIELO (5.1–8)
En el capítulo anterior Pablo
mencionó su determinación para servir a Cristo a pesar del sufrimiento e
incluso la muerte. Vivía por fe, no por vista. Pero esta fe no era una
confianza ciega; era una confianza cierta en la Palabra de Dios. Cuando usted
sabe a dónde va, ninguna tormenta puede amedrentarlo ni enemigo derrotarlo. El
hombre exterior se puede estar desgastando (4.16), pero, ¿qué hacía esto
diferente? Pablo sabía que la gloria yacía al otro lado.
La «morada» a que Pablo se refiere
aquí no es el hogar que Cristo está preparando para los creyentes (Jn 14.1); es
el cuerpo glorificado que será nuestro cuando Cristo vuelva (Flp 3.21; 1 Co 15.50).
Nuestra habitación terrestre no es más que una tienda (tabernáculo) que un día
será desarmada (deshiciere). ¡Pero Dios tiene un cuerpo glorificado para
nosotros! No obstante, nuestro deseo como cristiano no es que se nos quite este
cuerpo terrenal en la muerte, sino que sea «vestido» y transformado cuando
Cristo venga. ¿Cómo sabemos que tenemos este glorioso futuro? Tenemos las arras
del Espíritu (v. 5), esa «garantía eterna» que nos asegura que el resto de la
bendición prometida será nuestro. Ahora estamos «en el cuerpo pero ausentes del
Señor». Nuestro anhelo ferviente es estar «en casa con el Señor» y vivir con
cuerpos glorificados que nunca cambiarán. Véanse Filipenses 1.19–24.
II. SU PREOCUPACIÓN POR AGRADAR A CRISTO (5.9–13)
Pero Pablo no es egoísta; su
servicio cristiano está motivado por más que una esperanza para el futuro.
Busca agradar a Cristo y serle aceptable ahora mismo. Pablo quería también
serle «agradable» (v. 9). Tenía un saludable temor del Señor (v. 11), porque
sabía que todos los creyentes un día serían juzgados ante el tribunal de Cristo
(véanse 1 Co 3.10–15; Ro 14.7–13). Sabiendo que sus obras un día serían
reveladas y probadas, Pablo quería vivir la clase de vida que agrada y honra a
Cristo.
La palabra griega para
«comparezcamos» del versículo 10 significa más que «mostrarse» o «presentarse
ante» alguien. Lleva la idea de ser revelado; y su significado es: «porque
todos nosotros seremos mostrados como somos». No habrá pretensión en ese
juicio; nuestro carácter y obras se revelarán como son y se dará la
correspondiente recompensa. Pero el verdadero siervo de Dios se cuida incluso
hoy de tener una vida abierta, manifiesta tanto a Dios como a los hombres (v.
11). Qué importante es que dejemos que Dios juzgue, porque Él ve el corazón.
Los corintios se gloriaban «en las apariencias» (v. 12) al jactarse de varios
predicadores y criticar a Pablo. Tenga presente que los «resultados» no son la
única prueba de la vida y servicio de un obrero. Los motivos del corazón son muy
importantes.
III. SU EXIGENCIA DE AMOR (5.14–17)
A Pablo lo acusaron de estar loco
(Véanse Hch 26.24) puesto que iba a tales extremos para ganar a los hombres
para Cristo. Pero el poder controlador de su vida era el amor de Cristo. Esto
no denota el amor de Pablo a Cristo, aunque es cierto que estaba allí.
Significa más bien el amor que Cristo tenía por Pablo. El apóstol estaba tan
asombrado del amor de Cristo que servirle y honrarle llegó a ser el motivo controlador
de su vida. En los versículos 14–17 describe este amor que llevó a Cristo a la
cruz para morir por los pecadores. ¿Por qué murió? Para que nosotros vivamos
por Él (1 Jn 4.9); para que vivamos juntamente con Él (1 Ts 5.10); y para que
vivamos para Él (2 Co 5.15). No puede haber egoísmo en el corazón del cristiano
que entiende el amor de Cristo.
Uno de los problemas de Corinto
era que los creyentes juzgaban según la carne (1 Co 4.1–7).
Comparaban a Pablo con otros
maestros y usaban juicio carnal en lugar de discernimiento espiritual. Se olvidaban
de que la vida cristiana es una nueva creación con nuevos valores y nuevos
motivos. Es incorrecto juzgar a Cristo según la carne; o sea, mirarle (como el
mundo lo hace) solamente como un gran maestro o ejemplo. Pablo, como rabí judío
inconverso, quizás miró a Cristo según la carne. Pero cuando vio al Cristo
glorificado, cambió su punto de vista. Debemos tener una evaluación espiritual basada
en la Palabra de Dios. Otros maestros dijeron que Pablo se promovía a sí mismo;
juzgaban según la carne y demostraban así que les faltaba ese amor de Cristo
como la fuerza controladora de sus vidas.
IV. SU COMISIÓN DADA POR DIOS (5.18–21)
Hemos visto tres motivos que
controlaban la vida y ministerio de Pablo; su confianza en el cielo, su preocupación
por agradar a Cristo y su exigencia de amor. Había un cuarto motivo: la
comisión que Pablo había recibido de Dios. ¡Pablo era un embajador de Cristo!
Su mensaje era de paz: Dios había pagado el precio por el pecado; Dios no
estaba en guerra contra los pecadores; los pecadores ahora podían creer y ser
salvos. ¡Qué tremendo mensaje! Considere algunos hechos en cuanto a los embajadores.
(1) Los embajadores son escogidos y
Cristo había escogido a Pablo para ser su representante. Pablo no se
representaba a sí mismo (Véanse 4.5). Su mensaje era el evangelio que Cristo le
encomendó (1 Ts 2.4). Su meta era agradar a Cristo y ser fiel a la tarea que se
le dio.
(2) A los embajadores se les protege.
Un embajador debe ser ciudadano de la nación que representa, y Pablo (como lo
es todo cristiano) era un ciudadano del cielo (Véanse Flp 3.20). La nación suple
a sus embajadores de todo lo necesario y está lista para protegerlos. De la
misma manera Cristo suplió toda necesidad de Pablo y estuvo con él en toda
crisis.
(3) A los embajadores se les
considera responsables. Los embajadores representan a sus países y dicen lo que
se les instruye. Saben que un día deben rendir cuenta de su trabajo.
(4) A los embajadores se les llama de
regreso si se declara guerra. Dios todavía no ha declarado guerra a este
perverso mundo, pero un día lo hará.
Hay un día venidero de la ira (1
Ts 1.10) que juzgará a los malos, pero los cristianos serán llevados a su hogar
antes de que llegue ese día (1 Ts 5.1–10). La glesia, los embajadores de Dios,
no atravesarán la tribulación.
El mensaje de la iglesia de hoy es
de reconciliación: Dios reconcilió al mundo consigo mismo por Cristo en la cruz
y está dispuesto a salvar a todos los que confían en su Hijo. Nuestro mensaje
no es de reforma social (aunque el evangelio transforma vidas, Tit 2.11–15); el
nuestro es un mensaje de regeneración espiritual. Representamos a Cristo al
invitar al perdido a que le reciba. ¡Qué privilegio qué responsabilidad!
Todos los creyentes son
embajadores, sea que aceptemos la comisión o no. «Como el Padre me envió, así
también yo os envío», dijo Cristo (Jn 20.21). Asegurémonos de que nuestro
mensaje, métodos y motivos sean los correctos, de modo que nuestra obra pueda
ser duradera y resista la prueba de fuego cuando estemos ante Él.
6
Los capítulos 6–9 se componen de
una serie de amorosas exhortaciones a los cristianos de Corinto. En 6.1–13
Pablo les exhorta a que examinen su vida y ministerio, y que ensanchen sus
corazones para hacerle lugar a Él. Segunda de Corintios 6.14–7.1 (la división
de capítulos aquí no es la más apropiada) es un llamado a la separación,
mientras que 7.2–16 es una súplica por reconciliación. Los capítulos 8–9 se
refieren a la ofrenda que Pablo estaba recogiendo para los santos pobres de
Judea y exhorta a los corintios a que cooperen. Notamos, entonces, dos
apelaciones aquí en el capítulo 6.
I. UNA APELACIÓN A EXAMINAR (6.1–13)
En los primeros cinco capítulos
Pablo ha estado defendiendo su vida y ministerio. Sus enemigos en Corinto le
habían acusado de métodos y motivos errados, y con éxito había respondido a las
acusaciones. Su declaración final en el capítulo 5 analiza su ministerio de
reconciliación, de modo que sólo le quedaba dar un paso hacia adelante para
hacer a los corintios una apelación a reconciliarse con
Él y a recibir la gracia de Dios.
No solamente ruega a los pecadores en 5.20, sino también a los santos en 6.1.
Qué trágico es cuando las iglesias y los cristianos reciben la gracia de Dios
en vano. Los corintios eran niños en Cristo, santos inmaduros, porque no habían
crecido en la gracia y el conocimiento. Tenían el mejor pastor disponible
(Pablo) y sin embargo, ¡no se habían beneficiado de su ministerio!
Pablo se había cuidado de hacer
algo que sirviera de tropiezo a otros o que de alguna manera desacreditara su
ministerio. En los versículos 3–10 Pablo da varios argumentos para probar que
su ministerio era limpio.
A. LAS BATALLAS QUE LIBRABA (VV. 3–5).
«Paciencia» aquí quiere decir
«resistencia». No es un cuadro de un cristiano en una mecedora, sin hacer nada,
sino más bien del soldado en batalla, en pos de la inminente victoria a pesar
de la oposición. Las batallas que Pablo libró en obediencia a Cristo eran
prueba de su ministerio sincero y abnegado. La aflicción vino, no porque fue
desobediente y necesitaba castigo, sino porque fue obediente y una amenaza para
Satanás. Las llagas se refieren a los azotes que Pablo sufrió; tumultos, las
chusmas que enfrentó; «trabajos» nos recuerda de su esfuerzo día y noche para
sostenerse a sí mismo y a sus compañeros; «desvelos» describe las noches que
pasó sin dormir en oración y el ministerio de la Palabra; «ayunos» indica que
con frecuencia se las pasaba sin alimento. ¡Ningún ministro falso hubiera
soportado tanto!
B. LAS ARMAS QUE USABA (VV. 6–7).
El carácter y conducta de Pablo
siempre eran semejante al de Cristo. Tenía las manos y una conciencia limpias,
y su amor por los santos era sincero, no «fingido». Usaba la Palabra de verdad
y las oraciones como armas para derrotar a Satanás. Los ministros deshonestos
hubieran usado métodos carnales para promover su obra.
C. LA REPUTACIÓN QUE GANÓ (VV. 8–10).
Tenemos una serie de paradojas, o
lo que parecen ser afirmaciones contradictorias. Es cierto que al siervo
cristiano los santos lo miran diferente que los pecadores. Los pecadores lo ven
en una luz, los santos en otra, así como los hombres miran a Jesús con
diferentes opiniones. ¡Qué emocionante descripción es el versículo 10 del
cristiano que es todo por Cristo!
Pablo concluye su apelación
recordándoles su amor. Su corazón estaba abierto de par en par en amor, pero
sus corazones se habían estrechado (cerrado). Apeló a ellos como sus hijos a
que lo recibieran.
II. UNA APELACIÓN A APARTARSE (6.13–7.1)
Los problemas en la iglesia
corintia eran espirituales: los miembros vivían como mundanos y no como
cristianos. Estaban en componendas con el pecado. Pablo presenta dos argumentos
principales para apartarse del mundo.
A. EL ARGUMENTO DEL PRINCIPIO (VV. 13–16).
Un principio básico de la vida es
que los contrarios no pueden tener compañerismo. El «yugo desigual» nos lleva
de regreso a la amonestación de Moisés en Levítico 19.19. Estos corintios se enyugaban
con los inconversos en el matrimonio, en los negocios y en otras cosas, y
estaban perdiendo su testimonio por Cristo. Después de todo, si los cristianos
viven como el mundo, ¿cómo pueden testificarle al mundo?
Nótese la serie de contrastes
aquí: justicia/injusticia; luz/tinieblas; Cristo/Belial (nombre del AT para
Satanás); creyente/incrédulo; templo de Dios/ ídolos. La actitud de demasiados
cristianos de hoy es que la Iglesia debe cortejar y complacer al mundo para
tratar de ganarlo. ¡Nada puede estar más lejos de la verdad! Debe haber
separación del pecado. Esto no significa aislamiento, retirarse del mundo; lo que
quiere decir es que nos guardamos de contagiarnos con el mundo. Es correcto que
la nave esté en el agua, pero cuando el agua se mete en el barco, ¡cuidado!
Pablo cita a Levítico 26.11, 12 para mostrar que Dios vive y anda en el
creyente, de modo que su relación con el mundo afecta su comunión con Dios.
B. EL ARGUMENTO DE LA PROMESA (VV. 17–18).
Dios promete bendecir a quienes se
conservan puros. La mundanalidad es sutil; se introduce gradualmente. Esta
progresión descendente empieza con la amistad con el mundo (Stg 4.4); luego con
el amor por el mundo (1 Jn 2.15–17); más tarde conformidad con el mundo (Ro
12.1, 2). Pero Dios promete bendecir a quienes se aparten para Él (Is 52.11).
El cristiano contemporizador pierde la alegría del amor de Dios y una comunión
más profunda en el Espíritu.
El versículo que da inicio al
capítulo 7 debía ser el que terminara el capítulo 6. Este versículo resume de
una manera compacta lo que Pablo tiene que decir respecto a la santidad
personal.
(1) Dos motivos para apartarse del
mundo: el amor a Dios («amados») y el temor de Dios. Ambas condiciones deben
operar en nuestras vidas. Así como la esposa amante se conserva pura debido a
que ama a su esposo, el cristiano mantiene su vida limpia porque ama a Cristo.
Pero también es necesario ese saludable temor de Dios, para que no tenga Él que
disciplinarnos para enseñarnos la obediencia.
(2) Dos responsabilidades: debemos
limpiarnos (esto es negativo) y perfeccionar la santidad (esto es positivo). Es
bueno pedir a Dios que nos limpie (Sal 51.2, 7) y Él nos promete en 1 Juan 1.9
darnos completa limpieza. Pero también debemos limpiarnos nosotros mismos al
sacar de nuestras vidas todo lo que le desagrada. «Lavaos y limpiaos» dice
Isaías 1.16. No debemos esperar que Dios nos quite las cosas con las cuales
nosotros mismos debemos lidiar. «Si tu mano te hace pecar, ¡córtala!» (cf. Mt 6.30).
Entonces, podemos crecer en santidad mediante el Espíritu.
(3) Dos clases de pecado:
contaminación de la carne y del espíritu. Estos son pecados de acción tanto como
de actitud. El hijo pródigo fue culpable de pecados de la carne, pero su
hermano mayor cometió pecados del espíritu. Véanse el Salmo 51.17.
Apartarse es lo negativo;
perfeccionar la santidad es lo positivo. Qué triste es ver a las iglesias y a los
cristianos que se han apartado del pecado, pero que nunca han crecido en
santidad personal ni desarrollado los frutos del Espíritu. Los fariseos se
apartaron del pecado, pero carecían de amor y verdadera obediencia.
7
En 1.12, 13 Pablo empezó a
contarles a los corintios de su experiencia con Tito en Macedonia y en este capítulo
concluye su relato. Así como encontramos con frecuencia la palabra
«consolación» en los capítulos 1–2, reaparece aquí (vv. 4–7, 13). La apelación
en este capítulo es para que los corintios se reconcilien con Pablo. Habían
sido criticones y desobedientes, pero ahora era tiempo de que le recibieran y
tuvieran de nuevo compañerismo con él, particularmente a la luz de su visita
que se aproximaba. En la primera parte de su carta Pablo les refirió las
aflicciones que atravesó cuando salió de Éfeso, esperó a Tito y se preocupó por
la situación en Corinto. Ahora explica cómo Dios lo consoló y le dio gozo. Se
mencionan tres consuelos.
I. EL CONSUELO POR LA LLEGADA DE TITO (7.1–6)
«Admitidnos» literalmente
significa: «Hagan lugar para nosotros en sus corazones» (nótese 6.11, 12).
Pablo de nuevo les recuerda de su vida limpia y ministerio honesto; se apresura
a asegurarles que al escribirles de esta manera no es para condenarles. ¿Cómo
podría condenar a quienes llevaba en el corazón y eran parte vital de su vida?
Es reconfortante para nosotros hoy ver que Pablo conocía lo que era la
aflicción y la desilusión (v. 5). ¿Dónde estaba Tito? ¿Cuál era la situación en
Corinto? ¿Duraría la iglesia de Éfeso? Todas estas preguntas y muchas más
atiborraban la mente de Pablo mientras viajaba a Macedonia.
Pero la llegada de Tito fue una
gran consolación para Pablo. Admite que estaba afligido («humilde», v. 6), pero
que la llegada de su amigo fue para él un gran alivio. Esta es la manera en que
los cristianos deben ayudarse los unos a los otros. Debemos sobrellevar los
unos las cargas de los otros (Gl 6.2); estimularnos mutuamente (Heb 10.25);
ministrarnos los unos a los otros (1 P 4.10, 11). Cristo envió a sus discípulos
de dos en dos sabiendo que «no es bueno que el hombre esté solo» (cf. Gn 2.18),
incluso en el servicio cristiano. Eclesiastés 4.9–12 indica que «dos son mejor
que uno». ¡Qué privilegio y responsabilidad es para los cristianos animarse los
unos a los otros! Cuando Elías pensó que era el único fiel a Dios, empezó a
retroceder. Jonás ministró solo y desarrolló un espíritu de amargura.
II. EL CONSUELO POR LA OBEDIENCIA DE LOS CORINTIOS
(7.7–12)
«Como el agua fría al alma
sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras» (Pr 25.25). Fue un
consuelo ver de nuevo a Tito (Véanse Hch 28.15), pero fue un mayor consuelo oír
las buenas noticias de que la carta severa de Pablo había dado resultados. El
versículo 7 menciona una lista de los resultados: ellos deseaban ardientemente
ver de nuevo a Pablo; se habían lamentado por su pecado; habían reavivado su
cariño por Pablo; se habían arrepentido y habían disciplinado al ofensor (v.
8). Lea en 1 Corintios 5 las órdenes de Pablo para disciplinar al fornicario en
la iglesia. En el versículo 11 Pablo indica otras de sus reacciones: estaban
llenos de solicitud, o preocupación, por obedecer a Pablo; procuraron arreglar
sus cuentas con los hombres y con Dios; mostraron indignación por el pecado, en
lugar de jactarse de él (Véanse 1 Co 5.2); temieron para que Dios no los castigara;
y se esforzaron por obedecer a Dios con fuerte determinación. «Vindicación» en
el versículo 11 no lleva ninguna idea de venganza personal. Indica que el
ofensor había sido castigado adecuadamente.
Pablo enseña aquí la importante
doctrina del arrepentimiento. Indica que hay una vasta diferencia entre el
arrepentimiento y el remordimiento. El arrepentimiento es de Dios y es una
tristeza que atrae a la gente a que se acerque más a Dios y al lugar de
confesar y olvidarse del pecado. El remordimiento es del mundo; aleja a la
gente de Dios y los empuja hacia las manos de Satanás. Por ejemplo, Pedro mostró
arrepentimiento y fue perdonado; Judas mostró remordimiento y se quitó la vida.
La tristeza piadosa es buena; lleva a la vida. Pero la tristeza del mundo
conduce a la muerte. Algunas personas se suicidan porque no saben nada del
verdadero arrepentimiento y del perdón de la gracia que Dios otorga a aquellos
que le invocan con fe.
En el versículo 12 Pablo indica
que había escrito la carta severa (por la cual incluso él mismo se había
entristecido temporalmente, v. 8) para demostrar su amor hacia ellos. No fue
sólo para corregir al ofensor, o proteger a aquella contra la cual este hombre
había pecado, sino para demostrar el interés y solicitud de Pablo por ellos.
Los obreros espirituales que se cohíben de disciplinar y evaden enfrentar los
hechos no aman con sinceridad a su gente ni a su Señor. Pablo anhelaba
fervientemente que los creyentes no sufrieran ninguna pérdida espiritual (v.
9); su aguda reprensión procedía de un corazón de amor, para bien de ellos y
para la gloria de Dios.
III. EL CONSUELO POR VER CÓMO RECIBIERON A TITO
(7.13–16)
Tito estaba muy contento cuando
encontró a Pablo y este gozo se debía a la calurosa recepción que había
recibido en Corinto. La iglesia no había mostrado tanta gracia con Timoteo (1
Co 4.17), de otra manera Tito nunca hubiera sido enviado. Nótese 1 Corintios
16.10, 11.
Pablo se había jactado ante Tito
respecto a la iglesia corintia y ahora su «jactancia piadosa» había demostrado
ser cierta. Qué emocionado estaba Pablo del amor que los corintios habían
mostrado hacia su colaborador. Recibir a Tito con tanto calor, pensaba Pablo,
era lo mismo que haberle recibido a él.
Pablo sabía que su próxima visita
a Corinto sería de gozo. Los corintios recibieron a Tito «con temor y temblor».
Esto se debió a que habían recibido la Palabra de Dios por Pablo y estaban
dispuestos a obedecerla. Dios quiere que temblemos ante su Palabra (Is 66.2).
Es extraño, pero el primer ministerio de Pablo en Corinto se desempeñó con
temor y temblor (1 Co 2.3). Respetaron a Tito como el siervo de Dios y
recibieron su liderazgo como del Señor (véanse 1 Ts 2.13 y 5.12–15). «Obedezcan
a los que los gobiernan [espiritualmente]» es el mandato de Hebreos 13.17. La
manera en que tratamos a los siervos fieles de Dios es la manera en que
tratamos a Cristo, porque sus siervos lo representan (2 Co 5.20; Jn 13.20).
Es interesante leer la Biblia y
notar que los siervos de Dios se regocijan cuando el pueblo de Dios es
obediente, y se preocupan cuando el pueblo de Dios desobedece. Moisés con
frecuencia se sentía a punto de darse por vencido debido a que el pueblo era
rebelde. Jeremías lloró amargamente por la dureza de Israel. Jesús mismo lloró
porque los judíos ignoraron el día de su visitación. El ministerio de Pablo fue
de lágrimas (Hch 20.19, 31). Los siervos de Dios son humanos; tienen el tesoro
«en vasos de barro» (2 Co 4.7) y saben de las desilusiones y decepciones que la
vida puede traer. Qué importante es que nosotros nos acordemos de nuestros
pastores (Véanse Heb 13.7), que los obedezcamos (Véanse Heb 13.17) y que
saludemos (o sea, que los saludemos en amor) «a todos vuestros pastores» (Véanse
Heb 13.24).
Habiendo respondido a sus críticos
y defendido su ministerio, y habiéndole asegurado su amor a la iglesia, Pablo
pasa a suplicar por la ofrenda misionera para los santos pobres de Judea. Es
peligroso recoger ofrendas de cristianos que no andan bien espiritualmente. Les
hacemos daño y hacemos daño a la causa de Cristo. Pablo se enfrentó primero a
las necesidades espirituales de los corintios y después les recordó su promesa
de contribuir en la colecta misionera de auxilio.
8
El tema de los capítulos 8 y 9 es
la ofrenda misionera que Pablo estaba recogiendo para los creyentes de Judea (1
Co 16.1–3; Ro 15.25–28). En los primeros días de la iglesia (Hch 2–10), estos
creyentes judíos habían dado todo y «tenían todas las cosas en común» (Hch
4.32–37). Fue un bocado anticipado de prueba del reino de Dios prometido a Israel.
Pero cuando Israel fue puesto a un lado y la iglesia traída a escena, este
«comunismo cristiano» se extinguió, dejando a estos santos en gran necesidad.
Fue para ellos que Pablo estaba recogiendo la ofrenda. En tanto que estos
capítulos enfocan principalmente una ofrenda misionera especial de socorro, nos
ayudan a captar algunos de los principios y promesas del ofrendar cristiano.
I. LAS OFRENDAS DEBEN TRAERSE A LA IGLESIA (8.1)
En el capítulo 8 se hallan las
mismas instrucciones que Pablo dio en 1 Corintios 16.2, pero que todavía no
habían obedecido. El primer día de la semana (el día del Señor), los creyentes
(el pueblo del Señor) debía traer sus ofrendas (los diezmos y ofrendas del
Señor) a la reunión de la iglesia (la casa del Señor). La primera responsabilidad
del creyente es con su iglesia local. Todavía más, puesto que esta ofrenda iba
a ser un testimonio a los judíos de parte de las iglesias gentiles, era
importante que cada congregación estuviera representada.
El dar espiritual es el dar bíblico.
Si los cristianos no traen sus diezmos y ofrendas a la iglesia local, sus
corazones no están en el ministerio de la iglesia local (Mt 6.21). Es cierto
que se permite dar ofrendas individuales para objetivos apartes a la iglesia
local, porque Pablo recibía ayuda de un sinnúmero de personas (2 Ti 1.16–18; y Véanse
los muchos nombres en Ro 16); pero nuestra primera obligación es la iglesia
donde tenemos comunión y servimos.
II. LAS OFRENDAS DEBEN BROTAR DEL CORAZÓN (8.2–9)
El dar cristiano no depende tanto de
las circunstancias materiales como de las convicciones espirituales. Los
creyentes de Macedonia (v. 1) eran pobres y atravesaban sufrimiento; sin
embargo, debido a que amaban a Cristo, querían participar en la ofrenda. No
dijeron: «¡Debemos guardar esto para nosotros!» Estaban dispuestos a dar para
que otros pudieran recibir ayuda. Consideraban que ofrendar era una gracia
(nótense los vv. 1, 6, 7, 9, 19 y 9.8). El dar cristiano fluye del corazón, la expresión
espontánea del amor a Cristo por su salvación total y completa.
Los corintios habían sido
enriquecidos con muchas bendiciones espirituales (v. 7) y Pablo les instó a que
tuvieran también la gracia de dar. Si profesamos ser espirituales y sin embargo
no damos con fidelidad al Señor, es negar lo que profesamos. La fe, la
predicación, el testimonio, el estudio de la Biblia, nada de esto sustituye a
la gracia de dar.
Pablo usa no sólo el ejemplo de
las iglesias macedonias, sino también el ejemplo de Cristo mismo. ¡Cuán rico
era Él, y cuán pobre se hizo! Lea en Filipenses 2 los detalles. Dar es ser como
Cristo, porque su vida entera fue dedicada a dar.
III. LAS OFRENDAS DEBEN MEDIRSE PROPORCIONALMENTE
(8.10–15)
Un año antes la iglesia corintia
había sugerido la ofrenda y anuncia su disposición para participar en ella.
Tito había ayudado en el comienzo del proyecto (v. 6) y ahora Pablo les
exhortaba a que terminaran lo que habían empezado. ¡Cuán fácil es hacer
promesas y luego no cumplirlas! Si hubieran cumplido sus demás obligaciones
financieras de la misma manera, ¡hubieran ido a parar en la cárcel! Pablo
entonces asentó, en el versículo 2, el principio de la dádiva proporcional, así
como lo hizo en 1 Corintios 16.2 («según haya prosperado»). El diezmo es la
única manera equitativa de dar.
El diezmo no le roba a nadie; es
justo para el rico y también para el pobre. Permite a todos los hombres dar y recibir
la bendición de Dios. Lo que Dios busca no es la porción sino la proporción.
Esta es la única manera en que puede haber «igualdad» (v. 14) en el proyecto.
Pablo cita Éxodo 16.18 para mostrar que así como Dios bendijo a los judíos
conforme le obedecían, Dios bendice a los cristianos que obedecen su Palabra
respecto a dar. Dios no envía más bendiciones a la persona que da el 10% de
$500 que las que envía a la persona que da el 10% de $100, si esto es lo que
tienen para dar. La persona que se opone al diezmo se opone a la única manera
justa de dar.
IV. LAS OFRENDAS DEBEN SER MANEJADAS CON HONESTIDAD
(8.16–24)
Pablo deseaba ardientemente que
nadie lo acusara de malversar esos fondos misioneros, de modo que hizo que las
iglesias designaran tres mensajeros para que manejaran el dinero. Ellos fueron
Tito (vv. 16, 17), otro hermano (vv. 18, 19) y un tercer hermano (v. 22). Esta
es una buena práctica de negocios. Es triste ver iglesias y organizaciones
cristianas manejar fondos de una manera contraria a las prácticas correctas de
los negocios. Debe anotarse y extenderse un recibo por todo el dinero que se recibe.
Los fondos deben contarlos más de una persona. Muchos obreros cristianos han
perdido su reputación y testimonio debido al mal uso de fondos, o al descuido
en el manejo del dinero del Señor.
Los versículos 20 y 21 son la
clave: no debe haber oportunidad para acusaciones, ni de Dios ni de los
hombres. No es suficiente que el obrero cristiano diga: «Dios conoce mi
corazón». Debemos recordar que otros nos están observando y no debemos
atrevernos a darle al enemigo ninguna oportunidad de acusarnos de
deshonestidad.
Ningún cristiano ni iglesia local
debe enviar dinero a obras que no son estables financieramente. El hecho de que
«hay una necesidad» no es suficiente razón para dar; debe haber prueba de que
el dinero se usa con honestidad y se invierte con sabiduría. No estamos
obligados a pagar una deuda que nunca hemos contraído.
9
Después de analizar en el capítulo
8 los principios del dar cristiano Pablo ahora se refiere a las promesas que
podemos reclamar si somos fieles en dar a Dios. Estos dos capítulos presentan
el dar como una gracia cristiana, una bendición, no una obligación legal que
cae sobre la gente como una carga. Si dar es difícil para un cristiano, ¡algo
anda mal en su corazón! Nótese la promesa triple que Pablo da:
I. EL DAR SERÁ DE BENDICIÓN A OTROS (9.1–5)
En 8.1–5 Pablo usó a las iglesias
de Macedonia como ejemplos para animar a los corintios y ahora usa a los
corintios ¡como un estímulo para las iglesias de Macedonia! Los cristianos
deben servir de estímulo los unos para los otros. Pablo se había «gloriado» de
la generosidad de la iglesia en Corinto (8.24) y ahora quería asegurarse de que
los corintios no lo abochornaran. Sabía que tenían buena disposición y que
estaban anhelantes de participar en la ofrenda misionera, pero de todas maneras
quería recordárselo.
«Su entusiasmo ha servido de
estímulo a la mayoría de ellos» (v. 2, NVI). ¡Qué testimonio!
Desafortunadamente algunos
cristianos estimulan a la gente de la manera equivocada. Hebreos 10.24 nos
insta a estimularnos los unos a los otros a las buenas obras, y esto es lo que
los corintios estaban haciendo. Un año antes le insistieron a Pablo a que
recogiera una ofrenda misionera y le prometieron su respaldo. El apóstol usó su
entusiasmo como un estímulo para otras iglesias y ahora les recuerda la promesa
que habían hecho. Tal parece que decía: «Si ustedes no hacen su parte,
desanimarán a otros cristianos y afectarán la ofrenda».
Pablo llamó a esta ofrenda
«generosidad», o sea, una bendición. Quería que la miraran como una oportunidad
para ser de bendición y recibir bendición, y no como un yugo sobre sus cuellos.
¡Con cuánta frecuencia la gente malentiende la verdadera bendición de dar! Esto
es una bendición tanto para otros como para los que reciben (v. 12, «suple lo
que a los santos falta») y para los que dan. Cuando un cristiano es fiel en
dar, es de bendición a otros y estimula a otros cristianos a ser obedientes a
la Palabra.
II. EL DAR NOS SERÁ DE BENDICIÓN (9.6–11)
Pablo usa un principio agrícola
aquí para ilustrar su punto. El agricultor que siembra generosamente segará
generosamente. Véanse Proverbios 11.24, Lucas 6.38 y Gálatas 6.7, 8.
«Generosamente» aquí es la misma palabra que se usa en el versículo 5. Sembrar
así quiere decir «sembrar con bendición» y segar también de esa manera
significa «cosechar con bendición». Dios no es deudor a nadie. Él es fiel para
bendecir cuando somos fieles para obedecer.
Con frecuencia el versículo 7 se
aplica mal. Pablo no habla tanto aquí respecto a cuánto damos sino a cómo lo
damos. En 8.12–15 les dijo cuánto dar; debía ser en proporción a lo que tenían.
Pero que el creyente dé a regañadientes, o por obligación, es perderse la
bendición de dar. Dar debe brotar del corazón y Dios ama al dador alegre
(«hilarante» en el griego). Algunos cristianos interpretan este versículo
diciendo que no importa cuánto demos, con tal que demos con alegría cualquier
cantidad que nos hayamos propuesto en el corazón. ¡De ninguna manera! Un
corazón alegre no es sustituto para un corazón obediente. Nuestros corazones
deben ser tanto fieles como alegres, debido a que damos la ofrenda correcta con
el motivo correcto.
Nótese los «todos» en el versículo
8: toda gracia; todas las cosas; todo lo suficiente; toda buena obra. ¡Nada se
deja fuera! Esta es la promesa de Dios para los que le obedecen. Esta palabra «suficiente»
se halla otra vez en 3.5 y 12.9. Dios es fiel para suplir lo que necesitamos
espiritual (2.6), material (9.8) y físicamente (12.9). Pero Dios suple nuestras
necesidades, no sólo para nuestro contentamiento, sino para que podamos
servirle y ayudar a otros. Debemos abundar en «toda buena obra» (v. 8). Pablo
exhorta a los cristianos a trabajar para que puedan ayudar a otros (Ef 4.28).
Aquí se refiere al Salmo 112.9 e Isaías 55.10 para demostrar que Dios bendice a
la persona que es fiel en dar.
Dios suple la semilla para que el que
siembra pueda hacer el pan para comer y también tener más semilla para sembrar.
Humanamente hablando la persona
que da debe ser la que pierde; pero ese no es el caso. «Más bienaventurado es
dar que recibir» (Hch 20.35). «Dad, y se os dará» (Lc 6.38). Esto no quiere
decir que debemos regatear con Dios o mirar a nuestra ofrenda como un medio de
comprar la bendición de Dios.
¡No! Más bien debemos mirar la
ofrenda como una oportunidad para mostrar nuestro amor a Dios y nuestra
confianza en su Palabra. El industrial cristiano R.G. LeTorneau solía decir:
«¡Si das solamente para recibir, no recibirás!»
III. EL DAR GLORIFICARÁ A DIOS (9.12–15)
Cuántas veces les recordó Pablo a
los corintios sus riquezas espirituales en Cristo (véanse 1 Co 1.5; 4.8; 2 Co
8.9; 9.11). ¡Dios nos enriquece, nosotros enriquecemos a otros y Dios recibe
las acciones de gracias y la gloria! Pablo recalca que la distribución de esta
ofrenda no sólo ayudará a los santos, sino que dará la gloria a Dios.
El versículo 13 muestra dos
razones por las cuales los judíos que recibirían esta ofrenda glorificarían a
Dios:
(1) debido a que
los dadores mostraron obediencia a la Palabra de Dios y:
(2) porque esta
generosa ofrenda les ayudó a ellos y a todos.
Los que la recibían, a su vez,
orarían por las iglesias y los amarían más.
Hay, por supuesto, un pensamiento
muy práctico detrás de esta ofrenda. Pablo anhelaba ligar a las iglesias
gentiles que había fundado con los corazones de los cristianos judíos de Judea.
Esta ofrenda demostraría que Pablo no era enemigo de los judíos y que había
unidad en la iglesia, independientemente de las distinciones raciales,
nacionales o étnicas.
Pablo cierra este capítulo con una
palabra de alabanza. Había estado escribiendo respecto a dar y su corazón había
estado tan lleno de la bondad de Dios que exclama: «¡Gracias a Dios por su don inefable!»
Este don es, por supuesto, el de su Hijo, Jesucristo, y la vida eterna.
Uno no puede leer estos dos
capítulos sin ganar una nueva actitud hacia el dar. En la vida cristiana no hay
tal cosa como lo «material» y lo «espiritual». Todo lo que tenemos viene de
Dios y todo lo que tenemos se debe usar para fines espirituales. Pablo enseña
que dar no es una carga sino una bendición.
Nos muestra que el verdadero dar
cristiano enriquece la vida y abre la fuente de las bendiciones de Dios. Dar es
una gracia (8.1, 6, 7, 9, 19; 9.8, 14) y el cristiano que entiende algo de la
gracia comprenderá cómo dar.
10
Esta última sección de 2 Corintios
(caps. 10–13) presenta a Pablo vindicando su apostolado. En estos capítulos
responde a las acusaciones de sus enemigos en Corinto. Conforme leemos su
respuesta podemos descubrir las mentiras que decían respecto a Pablo; que no
era un verdadero apóstol puesto que le faltaban las credenciales de la iglesia
de Jerusalén; que sus motivos no eran sinceros; que su presencia física era tan
débil que no inspiraba respeto; que sus cartas eran audaces, pero que nunca las
respaldaría en persona; y que sus promesas no eran de confiar.
Tenga presente que Pablo no estaba
defendiéndose a sí mismo en estos capítulos; lo que estaba defendiendo era su
oficio apostólico y, por consiguiente, el mensaje que predicaba. Estas mentiras
las estaban promoviendo los falsos maestros que habían visitado a Corinto y
ganaron a una parte de la iglesia para su falsa doctrina, que era una mezcla de
judaísmo y evangelio. Pablo no estaba meramente respondiendo a sus críticos;
estaba respondiéndole al mismo Satanás (11.13–15). Cuando Pablo habla de
«gloriarse» es con un toque de sarcasmo. «A sus maestros favoritos les encanta
jactarse», dice, «de modo que trataré de ganarme su cariño ¡jactándome yo mismo
un poco!» Por supuesto, la jactancia de Pablo era en el Señor y no en sí mismo.
Aquí en el capítulo 10 Pablo da varias respuestas a la acusación de que su
presencia era débil en tanto que sus cartas eran osadas.
I. SIGO EL EJEMPLO DE CRISTO (10.1)
A los corintios les encantaba
gloriarse en los hombres (1 Co 3.21; 4.6, 7) y se quedaban embelesados con los
predicadores judaizantes que venían de Palestina. A pesar de que estos
predicaban una falsa doctrina (11.4) y se aprovechaban de los cristianos
(11.18–20), la iglesia les hizo un gran recibimiento y les honró más que a
Pablo, quien había fundado la iglesia y arriesgado su vida por ello.
«¡Pablo es tan débil!», decían
estos maestros a medida que se imponían sobre la iglesia. «¡Sígannos, porque
nosotros damos muestra del poder real!» «Si yo soy débil», replicó Pablo, «no
es debilidad, es la mansedumbre de Cristo» (v. 1). Cristo nunca «se impuso como
dictador» sobre la gente; su poder lo ejerció en mansedumbre y humildad.
Mansedumbre no es debilidad;
mansedumbre es poder bajo control, la capacidad de encolerizarse contra el
pecado y sin embargo estar dispuesto a sufrir maltrato por causa de Cristo. No
cometamos el error de juzgar por las apariencias externas (10.7) y pensar que
algún «predicador poderoso» está necesariamente mostrando el poder de Dios.
II. USO ARMAS ESPIRITUALES (10.2–6)
Simplemente debido a que Pablo no
usaba métodos carnales ni ejercía el poder de una «personalidad fuerte», los
creyentes pensaban ¡que era un enclenque! Sus armas eran espirituales, no carnales.
Como todos nosotros, Pablo andaba «en la carne» (o sea, tenía todas las
debilidades del cuerpo), pero no batallaba contra la carne dependiendo de la
sabiduría carnal, ni en las capacidades humanas ni en la fuerza física. Moisés
tuvo que aprender que las armas de Dios son espirituales (Hch 7.20–36) y Pablo
enseñó este principio en Efesios 6.10. La Palabra de Dios y la oración son las únicas
armas eficaces en esta batalla contra Satanás (Hch 6.4).
Había desobediencia en Corinto
debido a que los cristianos estaban creyendo en mentiras en lugar de creer en
la verdad de la Palabra de Dios. Pablo les advierte que hará polvo sus argumentos
y falsas doctrinas, y conducirá sus corazones y mentes a la obediencia. Los
problemas de la iglesia no se resuelven simplemente cambiando la constitución,
revisando su programa o reorganizando una junta, sino al confrontar a la gente
y los problemas con la Palabra de Dios.
III. NO JUZGO POR LAS APARIENCIAS (10.7–11)
La persona que juzga por las
apariencias siempre vive para dar una buena apariencia. Pablo vivía para
agradar a Dios y nunca trataba de agradar a los hombres. Confiaba en su
llamamiento y las credenciales del Señor, y esto era lo que importaba. Por
cierto, pudo haber esgrimido rangos e invocado su autoridad apostólica, pero
prefería usar esa autoridad para edificar la iglesia, no para derribarla.
También es cierto que a menudo es
necesario derribar antes para tener el lugar del edificio real (Jer 1.10).
¡Qué locura la de estos cristianos
al desacreditar a Pablo debido a que le faltaba la vitalidad física de Pedro o
el poder de la oratoria de Apolos! Los cristianos carnales son «jueces de predicadores»
y les encanta comparar un siervo de Dios con otro. ¡Pablo les advierte que su
presencia en su próxima visita sería tan poderosa como sus cartas!
IV. DEJO QUE DIOS HAGA LOS ELOGIOS (10.12–18)
Estos falsos maestros eran
miembros de una «sociedad de admiración mutua», ya que se comparaban unos con
otros; y por consiguiente tenían un exagerado concepto de sí mismos. (Véanse lo
que Jesús dijo respecto a esto en Mt 5.43–48. También Véanse Gl 6.3, 4). Pero,
dice Pablo, ¿dónde estaban estos «grandes maestros» cuando yo arriesgué mi vida
para empezar la iglesia en Corinto?
Cualquiera puede venir después que
el trabajo duro se ha hecho, criticar al fundador y ¡recibir toda la gloria!
Pablo se había esforzado todo lo posible para alcanzar a la gente de Corinto
con el evangelio, y esperaba obtener de ellos ayuda para llevar el evangelio a
«los lugares más allá». Los judaizantes vinieron y se jactaron de una obra que
nunca realizaron. La costumbre de Pablo era llevar el evangelio a donde nadie
había ido antes (Véanse Ro 15.20), en tanto que la costumbre de los judaizantes
era invadir el territorio de otro y apoderarse del trabajo que ya estaba hecho.
Pablo fue lo suficientemente sabio
como para dejar sólo al Señor la cuestión de los elogios. En el versículo 17 se
refiere a Jeremías 9.24 (un pensamiento que cita también en 1 Co 1.31). Después
de todo, es el Señor el que da la gracia para que podamos servirle y únicamente
Él conoce nuestros corazones y motivos. El apóstol estaba dispuesto a esperar
de Dios el «¡bien hecho!» y también debemos hacerlo nosotros.
Al repasar este capítulo notará
varias lecciones importantes que todos debemos aprender para ser obreros
eficaces en el servicio de Cristo.
(1) No se deje influenciar por
asuntos físicos. Los más grandes siervos de Dios no siempre son los más agraciados
o los más fuertes, desde el punto de vista humano. Con cuánta facilidad algunos
cristianos se quedan boquiabiertos por algún obrero cristiano «estilo
Hollywood» que les embelesa con su apariencia imponente u oratoria hipnótica.
Esto no significa, desde luego, que debamos deliberadamente esforzarnos por
mostrar una apariencia desaliñada o practicar una humildad fingida. Dios nos ha
hecho diferentes a cada uno de nosotros y debemos usar para su gloria todo lo
que Él nos da.
(2) La obra más duradera se hace
cuando usamos armas y herramientas espirituales. Es una cosa reunir una
multitud y otra muy diferente edificar la iglesia. Programas teatrales,
esquemas de promoción tipo de grandes almacenes, exhibiciones que honran al
hombre y que dependen de los esfuerzos de la carne, todo esto puede captar la
atención popular, pero nunca recibirán la aprobación de Dios. Edificamos mediante
la oración y la Palabra de Dios, y esto demanda tiempo, dedicación y
sacrificio.
(3) No juzgue antes de tiempo (1 Co
4.5). Deje que Dios dé los elogios. Viva procurando la aprobación de Él, y su
vida y ministerio serán bendecidos. Tal vez sea un fracaso a sus ojos y a los
de otros, pero Dios le verá a usted y a su obra como un gran éxito para su
gloria.
11
Este capítulo presenta lo que
Pablo llama «su jactancia». Observe que aquí hay una «ironía santa» a medida
que Pablo les devuelve a sus enemigos las acusaciones vertidas. «Puesto que a
sus nuevos maestros les encanta jactarse», dice Pablo, «entonces ¡usaré ese
método aprobado y me jactaré un poco también!» Admite que no sigue el ejemplo
de Cristo en esta acción (11.17), pero sabe que «su jactancia» lo glorificará a
Él porque todo lo que había soportado fue para la gloria de Cristo. Pablo se jacta
sobre tres asuntos:
I. SU CELO POR LA IGLESIA (11.1–6)
Hay diferencia entre celo y
envidia. La envidia es carnal y egoísta; el celo se basa en el amor y procura
el bienestar de otros. Es correcto que el esposo cele a su esposa o que un
pastor cele a su iglesia. Pablo compara a la iglesia local con una desposada o
novia. Una comparación similar la hace en Efesios 5.22, 23 con relación a la
Iglesia universal. Ambos ejemplos son válidos. Así como en el AT Israel se
compara con la esposa de Jehová («esposa» porque se había casado con Él en
Sinaí), a la iglesia se le llama la desposada de Cristo («desposada» porque
todavía no está casada con Él). El deseo de Pablo era conservar a la iglesia
pura, libre de falsa doctrina y de vida mundanal. En el AT irse tras los dioses
falsos se compara con el adulterio; en el NT a la mundanalidad se le llama
adulterio (Stg 4.1–4).
¿Cómo puede una iglesia local
dejarse seducir para alejarse de Cristo? Al seguir a los falsos maestros de
Satanás (vv. 3, 13–15). Así como Satanás con su astucia engañó a Eva en Génesis
3, los falsos maestros engañan a los creyentes y los alejan de la verdad.
«Sincera» (v. 3) significa devoción sin dobleces. No podemos servir a Dios y a
Mamón. ¡Cuán importante es que la iglesia permanezca fiel a la Palabra de Dios!
Actualmente, hay líderes religiosos que intentan darnos otro Jesús y no el
Cristo que Pablo predicaba; y otro Espíritu, no el Espíritu Santo de Dios; y
otro evangelio, no el evangelio de la gracia de Dios (Véanse Gl 1). La única
defensa en contra del adulterio espiritual es la fidelidad a la Palabra de
Dios. ¡Cuán celosos debemos ser por la Iglesia por la cual Cristo murió!
II. SU GENEROSIDAD HACIA LA IGLESIA (11.7–21)
«Pablo no puede ser un verdadero
apóstol», decían sus enemigos, «de otra manera aceptaría dinero por sus
servicios. El hecho de que rehúse aceptar sostén de la iglesia de Corinto es
prueba de que sabe que no es honrado». ¡Qué trágico cuando se juzga la
generosidad de un hombre y se cuestiona sus motivos! Pablo usa un poco de
ironía aquí cuando sugiere que ha pecado ¡al negarse al sostén material de los
corintios! (v. 7). Se había mantenido para que no se acusara su ministerio (1
Co 9 analiza esto), ¡y sin embargo sus enemigos hallaban falta!
Les asegura que por amarlos se negó
a su sostén. Permitió que la iglesia de Filipos se lo enviara, pero no lo
recibió de los corintios, aunque su llamamiento apostólico se lo hubiera
permitido. Quería «quitar» cualquier oportunidad que sus enemigos pudieran
tener para acusarlo (v. 12).
Por primera vez Pablo acusa
abiertamente a estos falsos maestros de ser siervos del diablo. El arma más
eficaz de Satanás es la imitación (Véanse Mt 13.24–30, 36–43). Sin embargo, los
cristianos deberían haber sabido que estos maestros venían de Satanás, puesto
que sus vidas y ministerios no manifestaban nada del espíritu de Cristo. El
versículo 20 es una descripción de un ministerio carnal: aquel que lleva a la
gente a la esclavitud, no a la libertad; los devora egoísticamente; sus líderes
se auto-exaltan en lugar de exaltar a Cristo; hiere a los santos en lugar de
ayudarles a sanar de sus heridas. ¡Qué diferencia con el ministerio de Pablo!
¡Qué hay en la carne que le encanta la esclavitud, las artimañas y honores humanos,
en lugar del sencillo amor y la gracia de Cristo?
III. SUS SUFRIMIENTOS POR LA IGLESIA (11.22–33)
Las credenciales principales del
ministerio apostólico de Pablo eran las marcas que llevaba en su cuerpo y que
las recibió al servir a Cristo (Véanse Gl 6.17). Tenga presente que Pablo
escribió esto antes de los acontecimientos de Hechos 20, ¡y la mayoría de las
cosas en esta lista ni siquiera se mencionan en Hechos! Y el gran apóstol nunca
los habría mencionado si no fuera porque estaba defendiendo el evangelio. Es un
hecho contundente que Pablo dijera que sus sufrimientos, no los elogios de los hombres,
eran la mejor prueba que tenía para afirmar su apostolado. Cuando seleccione a
un líder espiritual, busque las marcas.
Estos sufrimientos no necesitan
mayor comentario; hablan por sí mismos. Sea suficiente decir que Pablo fue a
todas partes y lo soportó todo con tal de llevar el evangelio a las almas
perdidas. ¿Por qué nosotros hacemos muchísimo menos hoy cuando tenemos a
nuestra disposición herramientas que hacen la tarea más fácil y rápida?
Al parecer la carga más pesada de
Pablo era «la preocupación por todas las iglesias». Las batallas espirituales
siempre son más costosas que las físicas. Orar por los nuevos cristianos,
alimentar a los corderos y a las ovejas, y rechazar los ataques de Satanás son
tareas absorbentes.
Nótese que Pablo no se jacta de
las cosas que atestiguaban su fuerza, ¡sino de sus debilidades!
Mientras que los judaizantes se
jactaban de sus convertidos, Pablo contaba el número de veces que lo encarcelaron,
azotaron o dejaron en el mar. «¡Me gloriaré en mis debilidades mientras ellos
se jactan de sus poderes!», dice preparándose, desde luego, para el relato de
su aguijón en la carne en el capítulo 12. Cierra con un asunto especialmente
interesante: Su huida de Damasco (Hch 9.23–25). ¡Qué humillante debe haber sido
para este gran rabí que lo descolgaran por el muro en una canasta! ¿Se hubieran
atrevido a descender así los judaizantes? ¡No! Hubieran hecho alguna componenda
con su mensaje ¡y salido por la puerta principal de la ciudad! Pablo enfrentó
sufrimientos desde los primeros hasta los mismos últimos días de su ministerio.
«Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución» (2 Ti 3.12).
Estas actitudes de Pablo hacia la
iglesia deberían estar en el corazón de cada pastor y miembro de la iglesia
hoy. Debemos ser celosos y precavidos por nuestras iglesias, no sea que alguna
mentira satánica empiece a seducirla y la aleje de la verdadera consagración a
Cristo. Qué fácil es para las iglesias (y los cristianos) robarle a Cristo el
amor que se merece. «Has dejado tu primer amor» le advirtió Cristo a la iglesia
de Éfeso (Ap 2.4). Si los cristianos no ejercen un santo celo por la iglesia,
esta se alejará tras el pecado.
Igualmente debemos tener una
actitud desprendida y generosa hacia la iglesia. No debemos tener la actitud de
«¿cuánto puedo obtener?», sino de «¿cuánto puedo dar?» Debemos estar dispuestos
a sacrificarnos para que la iglesia crezca para la gloria de Dios.
12
Aunque con frecuencia extraemos
pasajes de este capítulo para bendiciones devocionales, debemos tener presente
el propósito de Pablo al responder a sus críticos y probar su llamamiento
apostólico. En el capítulo anterior hace un recuento de las cosas que mostraban
sus debilidades, para que Cristo reciba la gloria. En este capítulo hallamos
cuatro pruebas de su apostolado.
I. LA REVELACIÓN DE CRISTO (12.1–6)
El «hombre» del que Pablo habla
aquí es, por supuesto, él mismo. ¡Imagínese poder mantener una experiencia tan
emocionante como esta en secreto catorce años! (¡Imagínese también sufrir en
silencio catorce años!) Es cierto que a Pablo le fueron dadas revelaciones que
ningún otro hombre vio ni oyó.
Fue el instrumento escogido de
Dios para revelar al mundo la grandeza de su gracia (note cuidadosamente Hch
26.16). El «tercer cielo» (v. 2) es el paraíso, el mismo cielo de la presencia
de Dios. No sabemos qué oyó Pablo de Dios. Pablo mismo no dijo nada al
respecto, para que ningún cristiano empiece a honrarle más de lo que se merecía.
¡Qué humildad!
Dios no le hubiera dado estas
revelaciones a Pablo si no hubiera sido su siervo escogido. Como Pablo afirma
en Gálatas 1.11, las verdades que enseñaba las recibió directamente de Dios; no
las recibió de segunda mano de algún otro apóstol.
II. EL AGUIJÓN EN LA CARNE (12.7–10)
No sabemos qué era este aguijón,
pero la mejor sugerencia es que se trataba de alguna enfermedad de los ojos.
Pablo fue cegado sobrenaturalmente cuando se convirtió (Hch 9.9) y es posible
que le quedó alguna debilidad incluso en los años posteriores. Gálatas 4.15 y
6.11 («con cuán grandes letras») sugieren problemas de los ojos. Esto hubiera
sido una dificultad para Pablo, tanto física como emocionalmente, y quizás con
franqueza llamarle un aguijón (estaca) en la carne. (Algunas veces atravesaban
con estacas a los prisioneros y los dejaban sufrir una muerte horrible.)
Cualquier cosa que haya sido el aguijón, era una carga para él y le producía
dolor. Él pidió que le fuera quitado.
La presencia de este aguijón era
prueba de su experiencia celestial relatada en los versículos 1–7; porque Dios
le dio el aguijón (¡qué regalo!) para que no se enorgulleciera. Los enemigos de
Corinto le acusaron de ser débil (véanse 10.1, 10; 11.6, 29), y ahora él admite
que era débil, pero su debilidad era un don de Dios. La misma debilidad de que
se le acusaba ¡era en realidad un argumento en favor de su autoridad
apostólica!
Hay varias lecciones muy prácticas
que aprender de la experiencia de Pablo con el aguijón:
(1) Las bendiciones espirituales son
más importantes que las físicas. Pablo pensaba que podía ser un mejor cristiano
si se aliviara de su debilidad, pero la verdad fue exactamente lo opuesto. Los «sanadores
de fe» que predican que la enfermedad es pecado tienen mucha dificultad con este
capítulo.
(2) La oración sin contestar no
siempre significa que no se suple la necesidad. Algunas veces recibimos mayor
bendición ¡cuando Dios no responde a nuestras oraciones! Dios siempre contesta
la necesidad aun cuando parezca que no responde a la oración.
(3) La debilidad es fortaleza si
Cristo está en ella. Lea una prueba en 1 Corintios 1.26–31; recuerde los cántaros
de Gedeón, la honda de David y la vara de Moisés.
(4) Hay gracia para satisfacer toda
necesidad. ¡La gracia capacitó a Pablo para que aceptara su debilidad, se
gloriara y se regocijara en ella! Pablo sabía que su debilidad daría gloria a
Cristo y eso era todo lo que importaba. Véanse 2 Corintios 4.7.
III. SUS SEÑALES APOSTÓLICAS (12.11–18)
Pablo no se auto-exalta cuando
afirma no ser menor que ninguno de los apóstoles; simplemente defiende su
posición. Nótese que hace una lista de varias «señales» que probaban su
apostolado, empezando ¡con la paciencia! Esperamos que mencione milagros y
maravillas, ¡pero no paciencia! Sin embargo, fue la paciente persistencia de
Pablo bajo la tribulación lo que mostraba que había sido divinamente llamado y
comisionado (Véanse cap. 4).
Pablo menciona su actitud hacia el
dinero. Puede afirmarse como un hecho aceptado que la actitud del siervo hacia
las cosas materiales indica su vida y perspectiva espiritual (Lc 16.1–15). Un
verdadero siervo de Cristo no puede amar el dinero. Pablo les recuerda que él y
Tito demostraron su amor sincero por la iglesia por la manera en que se
sostuvieron y ayudaron generosamente a los corintios.
Señales y milagros por sí solos no
prueban que un hombre es enviado de Dios, porque el mismo Satanás tiene
credenciales milagrosas (Véanse 2 Ts 2). Cuando la vida y motivos de un siervo
son puros, podemos confiar en cualquier señal que Dios pudiera dar; pero cuando
su vida no es correcta, esos milagros no pueden ser del Señor.
IV. SU VALOR AL TRATAR CON EL PECADO (12.19–21)
«Cuando vaya, ¡ya verán cuán débil
soy!», escribe Pablo. «Me parece que será mejor que empiecen a limpiar la iglesia
de inmediato», aconseja. «Si esperan a que yo lo haga, ¡ya verán qué humilde
puedo ser en las manos del Señor!»
Cuando el asalariado ve venir al
lobo, huye (Jn 10.13), pero el verdadero pastor se queda y protege a las
ovejas. Pablo no iba a salir huyendo. Llegó al punto de mencionar los pecados
que predominaban en la iglesia. Aunque arreglaron el asunto del ofensor
mencionado en 1 Corintios 5, había otros pecados ahora que necesitaban
atención. «Un poco de levadura» en verdad había leudado toda la masa (1 Co 5.6).
Hay dos tipos de pecados que se
mencionan aquí: los sociales (v. 20) y los sexuales (v. 21). Había tanto hijos
pródigos como hermanos mayores en la iglesia y ambos necesitaban arrepentirse.
Lo que empezó como facciones en 1 Corintios 1.10 ¡creció hasta convertirse en
contiendas, divisiones y desórdenes! Satanás estaba al mando, porque Dios no es
Dios de confusión. La enseñanza falsa conduce a una vida falsa.
Este capítulo bien pudiera servir
como una prueba para los siervos cristianos. Mientras que ninguno de nosotros
recibe revelaciones especiales hoy, todos debemos estar en comunión con Dios y
recibir nuestros mensajes únicamente de Él. Debemos tener gracia para soportar
el sufrimiento. Ojalá no haya ningún amor al dinero y temor alguno de hombre
que nos impida resolver el pecado. ¡Que Dios nos ayude a ser la clase de
siervos que Él pueda elogiar y bendecir!
13
Pablo llegaba al final de su carta
y la cierra con varias admoniciones para la iglesia.
I. PREPÁRENSE PARA MI VISITA (13.1–4)
En 12.14 mencionó su tercera
visita y ahora repite su admonición. Hace referencia a la ley del AT de que dos
o tres testigos son necesarios para resolver la verdad de un asunto (Dt 19.15)
y como si esa tercera visita fuera la oportunidad final que Dios da para que la
iglesia arregle las cosas. Les dijo antes, y ahora se los recuerda, que su
visita significaría juicio implacable para los culpables de pecado. ¡Su osadía
para resolver el pecado sería prueba suficiente de que no era ningún enclenque!
(véanse 10.10; 11.6).
Es interesante su afirmación en el
versículo 4. Cristo en su muerte pareció revelar debilidad; pero su
resurrección reveló el poder de Dios. En su visita anterior Pablo mostró lo que
parecía ser debilidad mientras servía; la próxima visita sería diferente. Hay
ocasiones cuando mostramos su poder en nosotros dando la apariencia de
debilidad; hay otras en que debemos ser severos mediante el poder de Dios. La
experiencia de su aguijón en la carne es un ejemplo de ser «débil en Él» y sin
embargo vivir por el poder de Dios.
Si los corintios hubieran
obedecido a la Palabra de Dios, se hubieran evitado una gran cantidad de agonía
tanto para ellos como para Pablo. Es cuando los cristianos ignoran y se oponen
a la Palabra de Dios que acarrean problemas para sí mismos, para otros y para
la iglesia. ¡Cuántos pastores han atravesado un Getsemaní debido a cristianos
que rehúsan escuchar la Palabra de Dios!
II. ASEGÚRENSE DE QUE SON SALVOS (13.5–7)
Los corintios estaban gastando una
gran cantidad de tiempo examinando a Pablo; ahora era tiempo de que se auto-examinaran.
Sócrates dijo: «Una vida sin examen no vale la pena vivirla». Una experiencia
cristiana verdadera resistirá el examen. «¿Están en la fe?», les preguntó
Pablo. «¿Son salvos de verdad?» Todo creyente debe probar su fe; nadie puede
decirles a otros si han nacido de nuevo o no.
Un verdadero cristiano tiene a
Cristo en sí. La palabra «reprobados» significa «falsificados».
Significa literalmente «no pasar
el examen». Sus enemigos le acusaron de falsedad (un falso apóstol), acusación
que negó en el versículo 6. Rogó a los corintios que se alejaran de la vida y
de las palabras malas, no simplemente para que pudieran probar que Pablo era un
verdadero apóstol, sino para su bien.
Si se arrepentían, no tendría que probar
su apostolado viniendo a disciplinarlos. Estaba dispuesto a dejar a un lado
este privilegio por amor a ellos. Pablo prefería perder su reputación para
verlos recibiendo la ayuda espiritual antes que continuar en el pecado y
forzarlo a ejercer su autoridad apostólica. Pedro advierte a los pastores que
no deben ejercer dominio sobre la iglesia (1 P 5.1) y Pablo aquí manifiesta el
mismo espíritu humilde. La advertencia de la disciplina nunca tiene el propósito
de exaltar al pastor, sino que siempre es para conducir al ofensor al
arrepentimiento.
En este día de falsificaciones
satánicas es importante que los cristianos profesantes sepan que son salvos.
Recuerde las advertencias de Mateo 7.15–29 y las verdades asombrosas de 2
Corintios 11.13–15.
III. SEAN OBEDIENTES A LA PALABRA DE DIOS (13.8–10)
En el versículo 8 Pablo no sugiere
que no hay ninguna manera de oponerse a la verdad. Satanás ciertamente se opone
a la verdad con mentiras y la gente ¡se inclina más a creer sus mentiras que a creer
la verdad de Dios! Lo que Pablo dice es que el arrepentimiento de los corintios
debería ser «bueno» (v. 7) y según la Palabra de Dios. Puesto que obedecerían a
la verdad, Pablo no haría nada en contra de ellos en términos de juzgar al
pecado o disciplinar a los ofensores. Él mismo no quería hacer nada en la
iglesia de Corinto sino la verdad.
Es más, Pablo prosigue para decir
que se alegraría de hacer de su próxima visita una demostración de su debilidad
(1 Co 2.1–5) si esto quería decir que ellos estaban viviendo en el poder de
Dios. Su meta era la perfección de ellos, su madurez espiritual en Cristo. Eran
niños en Cristo, carnales y mundanos, y necesitaban madurar. «Quiero
edificarlos, no destruirlos», les aseguró. «Por eso es que les escribo una
carta tan severa. Quiero que empiecen a prestar atención a la Palabra de Dios y
a arreglar las cosas en la iglesia. Si lo hacen, no tendré que hablar con
severidad cuando llegue».
IV. SEAN MADUROS EN SU FE (13.11–14)
Nótese el amor que fluye de estas
palabras finales. Llama hermanos a todos los cristianos corintios y no hace
ninguna distinción entre los que le atacaron y los que le respaldaron. «Tened
gozo» dice en el versículo 11. Pablo había escrito con lágrimas (2.1–5) y sin
embargo se dispuso a «regocijarse aún más» y «dar gracias en todo».
«Perfeccionaos» es otra admonición
a crecer en la fe (Véanse v. 9). Si fueran cristianos maduros, la bendición con
la que Pablo cierra en estos versículos sería su porción. Había consolación,
unidad, paz y comunión de los unos con los otros y con Dios.
El «ósculo santo» (v. 12) era una
costumbre oriental entre los creyentes; una versión moderna tal vez diría (como
La Biblia al día): «Dénse un cálido abrazo en nombre del Señor».
Pablo concluye con una de las más
grandes bendiciones de la Biblia, la bendición de la Trinidad (v. 14). «La
gracia del Señor Jesucristo» nos lleva de regreso a Belén, donde Él se hizo
pobre por nosotros (2 Co 8.9); «el amor de Dios» nos lleva al Calvario, donde
Dios el Padre dio a su Hijo; y «la comunión del Espíritu Santo» nos lleva a
Pentecostés, donde el Espíritu bautizó a todos los creyentes del cuerpo de
Cristo. ¡Qué apropiada era esta bendición para esta iglesia dividida y con poca
espiritualidad! Muchas iglesias necesitan esta bendición hoy.