MIQUEAS

(Quién como Jehová).
El quinto de los Profetas Menores, se le da la fecha de las últimas décadas de 700 a. de J.C. El profeta predice la caída de Samaria que ocurrió en 722, pero se preocupa más por los pecados y el peligro de Jerusalén en los días de Ezequías, alrededor del año 700. Como lo demuestra el arreglo que sigue, el mensaje varía entre condena por los pecados actuales y el propósito de Dios de dar a su pueblo una bendición finalmente:
I. Predice desolación de Samaria y Jerusalén (Miqueas 1:1—3:12)
II. Bendiciones futuras para Sion (Miqueas 4:1-8)
III. Invasión y rescate por un gobernador davídico (Miqueas 4:9—5:15)
IV. Condena por los pecados (Miqueas 6:1—7:6)
V. Ayuda futura de Dios (7:7-20)
En la parte inicial del libro (Miqueas 1:1—3:12), se anuncia el juicio de Dios sobre Samaria por su idolatría. Sin embargo, parece que el interés de Miqueas yace mayormente en Jerusalén, la desolación de la cual anuncia en Miqueas 3:12 en términos muy similares. Los caps. 2 y 3 son un catálogo de los pecados de Judá. La opresión de los pobres era una de las características en Judá, pero otra era que rehusaban escuchar a los profetas de Dios. Tal como en los días de Jeremías, los profetas preferidos predecían paz (Miqueas 3:5 con Jeremías 8:10, 11; Ezequiel 13:10).
No es improbable que Jeremías y Ezequiel hayan tomado de Miqueas sus textos para este tema. Al menos las advertencias de Miqueas en 3:12 se conocían muy bien en los días de Jeremías (Jeremías 26:18).
La segunda sección (Miqueas 4:1-8) incluye un pasaje que es prácticamente idéntico a Isaías 2:1-4. Isaías 2:1 llama a este pasaje la palabra de Isaías. Miqueas evidentemente utiliza la profecía de Isaías y con gran habilidad la entreteje de manera que llega a ser parte de su composición.
La tercera sección (Miqueas 4:9—5:15) tiene como fondo las guerras de la época de Ezequías. Los asirios se llevaron cautivas 40 ciudades de Judá y recibieron tributo de Ezequías (2 Reyes 18:13-16).
Las condenas de la cuarta sección (Miqueas 6:1—7:6) incluyen varias referencias al Pentateuco y a otros libros históricos (Miqueas 6:4, 5; también 5:6 con Génesis 10:8, 9). La respuesta de Miqueas 6:8 es famosa. Algunos han argumentado que enseña una salvación aparte de sacrificios. En verdad, alude a Deuteronomio 10:12 y tiene que ver con el deber de Israel de obedecer todos los mandatos de Moisés. Cristo probablemente se refirió a este v. en su condena de los fariseos formalistas (Mateo 23:23). El libro termina con la declaración del profeta de su fe en que el pacto que Dios hizo de bendecir a Abraham encontrará su cumplimiento final.
Profetizó la caída del reino del norte y un juicio futuro sobre la desobediente Judá. Miqueas predijo que la gloria volvería a *Sion por medio de la venida del Mesías.
Miqueas fue levantado para apoyar a Isaías y confirmar sus predicciones, mientras invitaba al arrepentimiento, por los juicios amenazados y las prometidas misericordias. Un pasaje muy notable, capítulo v, contiene un resumen de profecías referidas al Mesías.
Los nombres de los reyes en Miqueas 1.1 nos dicen que el profeta predicó en la misma época que Isaías (Is 1.1). No es difícil imaginarse a estos dos hombres ministrando en Judá, animándose mutuamente y procurando difundir la Palabra de Dios. De los gobernantes, Jotam y Ezequías fueron buenos reyes que ayudaron a la nación, pero Acaz fue un hombre impío que vendió a la nación a la idolatría.
Este pequeño libro se compone de tres «sermones» que Miqueas predicó al pueblo y cada mensaje empieza con la palabra «oíd». Analiza tres temas muy prácticos e importantes:
AUTOR Y FECHA
Miqueas era oriundo de Moreset, Gat (1.14), al oeste de Hebrón y unos cuarenta y cinco kilómetros al sudoeste de Jerusalén. Compartía con sus paisanos de Moreset cierta antipatía hacia la capital y su decadencia. En cuanto a su posición socio-económica, los eruditos debaten si pertenecía a la clase pudiente de los terratenientes o a la clase oprimida a la que defiende tan vehementemente. No sabemos las circunstancias en que recibió su llamamiento.
Efectuó su tarea profética en una época particularmente dramática por causa de las invasiones de Asiria. Actuó bajo los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías (1.1), o sea durante los períodos (750–687 a.C.) antes y después de la toma de Samaria por los asirios (721).
Muchos eruditos contemporáneos le han negado al profeta Miqueas la autoría de varias partes de la obra. Algunos comentaristas conservadores, por su parte, imponen al texto una unidad artificial que ignora algunos cambios bruscos en la temática del libro.
Los más liberales niegan la autoría de Miqueas aduciendo que ciertas perspectivas no son propias del siglo VIII. Sin embargo, esta posición es tan subjetiva como la conservadora y responde a presupuestos teológicos e ideológicos que deben ser debatidos explícitamente.
Una perspectiva que respete el texto completo de la obra, que reconozca su historia editorial y hermenéutica y que respete la cultura oriental en la que se originó parece más propicia.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Miq: 4: 1-5; 5: 2; 7: 18-19. Dios De Jacob, El Belemnita Y El Dios Perdonador.

I. EL JUICIO VIENE (1–2)

Miqueas no pierde tiempo para entrar en su mensaje. Dios le ha hablado y advertido que los pecados del pueblo eran tan grandes que debía enviar juicio. Nombra las ciudades capitales en el versículo 1: Jerusalén (capital de Judá, el reino del sur) y Samaria (capital de Israel, el reino del norte).
Es más, en este primer mensaje Miqueas nombra a doce ciudades y destaca sus pecados. Los pecados de estas ciudades contaminaban la nación entera. Esto suena muy actual.
¿Cuáles era algunos de los pecados que Dios juzgaría? La idolatría («lugares altos», en 1.5) era el pecado principal. El pueblo insistía en adorar «las obras de sus manos» (5.13). Pero la gente también lo hace hoy. Quizás no tallemos estatuas y a lo mejor no nos inclinemos ante ellas, pero vivimos por las cosas que hemos fabricado: automóviles, vestidos, casas, dinero. Aquello a lo cual servimos y por lo cual nos sacrificamos es lo que adoramos. Miqueas advirtió que vendría el día cuando Dios destruiría los ídolos del pueblo y los convertiría en polvo (1.6–7).
En 2.1 vemos el pecado de la codicia: el pueblo se desvelaba por la noche pensando en nuevas maneras de conseguir «cosas» y luego se levantaba temprano para realizar sus planes. De acuerdo a Colosenses 3.5 la codicia es idolatría. Muchos tienen hoy un apetito insaciable de conseguir más cosas.
«Mirad, y guardaos de toda avaricia», previno Jesús, «porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lc 12.15). El pueblo no sólo era codicioso, sino que usaba medios ilegales para conseguir lo que quería: fraude, amenazas, violencia (2.2). El rico se aprovechaba del pobre y los gobernantes no obedecían la ley de Dios.
¿Cómo respondió Miqueas a este terrible mensaje de juicio? Lloró y lamentó (1.8–9). Entonces envió un mensaje personal a cada una de las perversas ciudades, advirtiéndoles que el día de la ira de Dios estaba a la vuelta de la esquina. Usa un poco de sarcasmo en 1.10–16, relacionando cada mensaje al nombre de la ciudad en particular a donde era enviado. Vemos Bet-le-afra, donde afra significa «polvo», y ellos se revolcarían en el polvo. Safir quiere decir «hermoso», pero la gente saldrá desnuda. Zaanán quiere decir «salir», pero los ciudadanos temerían demasiado para salir.
¿Cómo reaccionó la gente a la predicación de Miqueas? Trató de detenerlo. En 2.6 dice: «¡Deja de predicar cosas tan terribles! Tú sabes que eso no nos ocurrirá a nosotros. Somos el pueblo de Dios».
Pero Miqueas dice: «Debo predicar, el Espíritu de Dios me compele». Miqueas sabía que el pueblo no quería predicación sincera; preferían a sus falsos profetas borrachos que vivían tan perversamente como el pueblo (2.10–11).

II. EL LIBERTADOR VIENE (3–5)

Sin desanimarse por sus calumnias, Miqueas avanza ahora a su segundo mensaje, uno de esperanza.
Primero condena a los líderes perversos de la tierra: los gobernantes, los falsos profetas y los sacerdotes (3.1–7). Devoraban al pueblo en lugar de ayudarlo, y rehusaban servir a menos que se les pagara. Era el pecado de la codicia de nuevo. Los profetas predicaban lo que la gente quería oír: «Todo está bien; nada malo nos sucederá». Pero Miqueas sabía que Israel caería ante Asiria (esto ocurrió en el 721) y que los babilonios llevarían a Judá cautiva (esto ocurrió en 606–586).
El capítulo 4, sin embargo, toma un nuevo tema maravilloso: un día habrá paz en la tierra y la justicia reinará. El monte de Sion será la capital del mundo; todos los ejércitos serán desmantelados y las armas destruidas. ¿Cómo ocurrirá? Por medio de la promesa dada en el capítulo 5: El Libertador vendrá. Miqueas mencionó doce ciudades; pero ahora menciona una más: Belén, el lugar de nacimiento de Jesús (5.2–3; Mt 2.6). Es esta profecía la que guió a los sabios a Jesús. Por supuesto, los judíos rechazaron a su Príncipe de paz, de modo que no ha habido paz en el mundo. Pero cuando Cristo vuelva a la tierra, establecerá su reino de paz y no habrá más guerra.
Entretanto los hombres y mujeres pueden tener paz en sus corazones confiando en Cristo como Salvador (Ro 5.1). Y este es el tema del mensaje final de Miqueas, porque llama al pueblo a tomar la decisión de confiar en Dios y obedecerle, injusticia, la falta de honradez y la codicia rigen la tierra. Pero Miqueas tiene fe en Dios (7.7–10).
Si Él va a castigar, todo lo que Miqueas puede hacer es esperar con paciencia a que Él obre. Si el Señor castiga a su pueblo por sus pecados, sin duda también castigará al enemigo por los suyos.
En 7.11–17 Dios le promete al pueblo que le restaurará en el futuro. Las ciudades perversas serán restauradas y limpiadas, y la nación será establecida en gloria. Pero antes los judíos deben atravesar un tiempo de tribulación. Durante siglos han sufrido, por supuesto, pero habrá un tiempo especial de prueba después de que Cristo lleve a la Iglesia al cielo. Esta es la tribulación o el tiempo de aflicción de Jacob.

Los versículos finales (7.18–20) son una maravillosa confesión de fe, el propósito total del mensaje de Miqueas. Quiere traer al pueblo a la fe en el Señor. Dios en el Único que puede perdonar pecados (Mc 2.7; Sal 32.5). Sólo Él mostrará misericordia y amor a los pecadores; arrojará los pecados a lo profundo del mar. Es por esto que Cristo murió, para que los pecadores puedan ser perdonados. ¿Ha confiado en Él y le ha pedido que perdone sus pecados? Este es el tema final del mensaje de Miqueas: «¡Confíe en el Señor hoy!»