(heb., mal’akhi,
mensajero de Jehovah o mi
mensajero).
Es
obvio que el primer entusiasmo por la reconstrucción del templo se había desvanecido
y la situación presente era una de deterioro moral y religioso. Los matrimonios
mixtos (Malaquías 2:10-12), la falta de pago del diezmo (Malaquías 3:8-10) y la
ofrenda de sacrificios impuros (Malaquías 1:6- 14) son condiciones no tan
diferentes de las que se describen en la época de Esdras y Nehemías (Esdras
7—Nehemías 13). Parecería que la profecía de Malaquías fue dada cerca del mismo
tiempo, o posiblemente un poquito después, alrededor de la mitad o final del
siglo V a. de J.C.
Hay dos
temas principales en el libro:
(1) El
pecado y apostasía del pueblo de Israel (caps. 1 y 2), y:
(2) el
juicio que caerá sobre los infieles y la bendición guardada para los que se
arrepientan (caps. 3 y 4).
Un
análisis más detallado sigue:
I. Contenidos
1.
Título, Malaquías 1:1.
2. Un
argumento a favor del amor de Dios para con Israel demostrado en las
experiencias contrastadas de Edom e Israel, Malaquías 1:2-5.
3. Una
protesta en contra de la negligencia del culto por los sacerdotes, Malaquías
1:6—2:9.
4. Una
condenación de los que se divorcian de sus esposas para casarse con mujeres
extranjeras, Malaquías 2:10-16.
5. Una
respuesta para los que se quejan de que Dios es indiferente a la injusticia: un
día de juicio se aproxima, Malaquías 2:17—3:5.
6. Una
amonestación por la negligencia del diezmo y las ofrendas, Malaquías 3:6-12.
7. Una
respuesta a los que dudan y una promesa a los fieles, Malaquías 3:13—4:3.
8. Un
llamado a volver a la ley y profecía de la venida de Elías, Malaquías 4:4-6.
II. Características
sobresalientes
1. El uso
de preguntas y respuestas retóricas como método de comunicación. Este artificio
comienza la mayoría de las ocho secciones mencionadas anteriormente.
2.
Malaquías contiene asuntos de interés proféticos, y sacerdotales. Se le ha
llamado profecía dentro de la ley.
Generalmente
los profetas muestran poco interés en holocaustos y leyes ceremoniales,
prefiriendo enfatizar los aspectos más internos de la vida religiosa. En
cambio, Malaquías ve la apostasía del pueblo manifestada en el descuido de las ofrendas
sacrificiales (Malaquías 1:6-14), la negligencia de los sacerdotes de sus
tareas (Malaquías 2:1-9), y la falta del pueblo en pagar sus diezmos y otras
ofrendas (Malaquías 3:7-12). Este libro refuta la opinión muy común hoy en día
de que los profetas no creían en la necesidad de la ley ritual.
3. En el anuncio del mensajero del pacto de Dios,
vemos un testimonio del desarrollo de la expectación mesiánica en el AT. El
advenimiento de este profeta resultará en la purificación y juicio de Israel
(Mateo 3:1-5; Mateo 11:10). El otro testimonio tiene que ver con el profeta
Elías quien anunciará el día de Jehovah (Mateo 4:5, 6; Mateo 17:9-13).
Reprendió a los
judíos por su culto descuidado y les exhortó a volver a Dios y obedecer la ley.
Predijo la venida del Mesías, que purificaría a su pueblo.
Malaquías fue el
último de los profetas y se supone que profetizó en el 420 a. C. Reprende a los
sacerdotes y al pueblo por las malas costumbres en que habían caído, y les
invita al arrepentimiento y a la reforma, con promesas de bendiciones que serán
impartidas cuando venga el Mesías.
Ahora que la
profecía iba a cesar, habla claramente del Mesías, como que está muy cerca, y
manda al pueblo de Dios que siga recordando la ley de Moisés mientras esperan
el evangelio de Cristo.
Sabemos muy poco respecto a este
penúltimo de los profetas del AT (Juan el Bautista fue el último; Mal 3.1 y
4.5–6, con Mt 11.10–15; Mc 1.2; y Lc 1.17). Ministró a la restaurada nación
judía alrededor de cuatrocientos años antes de Cristo. Los pecados descritos en
este libro se hallan en Nehemías 13.10–30. Malaquías dirige su primer mensaje a
los sacerdotes y luego se vuelve al pueblo en general: «De tal pueblo, tal
sacerdote». Conforme el profeta entrega la Palabra de Dios, el pueblo responde
discutiendo.
Nótese la repetición de «¿en qué?»
(1.2, 6–7; 2.17; 3.7–8, 13). Es peligroso cuando el pueblo discute con Dios y
trata de defender sus caminos pecaminosos. Malaquías recalca los terribles
pecados del pueblo y de los sacerdotes.
AUTOR
Y FECHA
La
Biblia no consigna datos personales en cuanto al autor, ni siquiera en su
propia profecía. Ni aun se puede asegurar con certeza que hubiera un profeta de
este nombre, ya que «Malaquías» bien podría ser el título (3.1) del profeta,
como lo indica la Septuaginta.
En
cuanto a la fecha de la escritura de la profecía de Malaquías, el texto indica
que el templo ya había sido reconstruido y se ofrecían sacrificios (1.7, 10;
3.1). Además, había un gobernador persa (1.8 TM).
Así
que Malaquías pudo haber escrito durante el tiempo en que Nehemías salió de
Jerusalén y estuvo nuevamente con Artajerjes (Neh 13.6), cerca del 435 a.C. Sin
embargo, es más común sugerir una fecha anterior a ESDRAS y Nehemías, como el
450 a.C.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Mal:
3: 16. 4: 2. Señor De La Memoria, Y El Sol De Justicia.
I. DUDABAN DE SU AMOR
(1.1–5)
«Te he amado», dice Dios a su
pueblo. «¿Ajá?», respondieron ellos, «¿en qué nos has amado?
¡Demuéstralo!» Dudar del amor de
Dios es el principio de la incredulidad y la desobediencia. Eva dudó del amor
de Dios y comió del árbol prohibido; pensó que Dios le privaba de algo. Satanás
quiere que nos sintamos abandonados por Dios. «Miren a sus circunstancias
difíciles», le dijo al remanente judío.
«¿Dónde están sus cosechas? ¿Por
qué Dios no los cuida?»
Dios demostró su amor a su pueblo
de dos maneras:
(1) En su gracia
escogió a Jacob, su padre, y rechazó a Esaú, quien de muchas maneras era un
mejor hombre; y:
(2) juzgó a los
edomitas (los descendientes de Esaú) y le dio a Israel la mejor de las tierras.
Le prometió a Israel una tierra
que fluía leche y miel, pero, trágicamente, sus pecados contaminaron la tierra.
Incluso entonces, Él en su gracia los restauró a su tierra y los libró del cautiverio.
II. MENOSPRECIABAN SU
NOMBRE (1.6–14)
Ahora Dios se vuelve a los
sacerdotes, quienes deberían haber sido los líderes espirituales de la tierra.
Los sacerdotes no honraban el nombre de Dios; tomaban lo mejor para sí mismos.
No valoraban los privilegios espirituales que Dios les dio: servir al altar,
quemar incienso y comer del pan consagrado de la proposición. Y no traían lo
mejor para los sacrificios: traían lo peor de los animales (Dt 15.21). Dios les
dio lo mejor y a su vez pedía lo mejor, pero ellos no querían obedecerle.
El versículo 10 debería decir:
«¿Quién es lo suficiente espiritual como para cerrar las puertas del templo y
acabar con esta hipocresía?» Dios prefería ver el templo cerrado antes que
tener al pueblo y a los sacerdotes «jugando a la religión» y guardándose lo
mejor para sí mismos. Los sacerdotes ni siquiera aceptaban un sacrificio si
antes no recibían su porción. Era esta clase de pecado lo que llevó a la
derrota a Israel en los días de Elí (1 S 2.12–17 y 4.1–18). El versículo 11
indica que los gentiles paganos ofrecían mejores sacrificios al Señor que su
propio pueblo. Es muy malo que los inconversos sacrifiquen más para su religión
que los que conocen de verdad al Señor.
Somos sacerdotes mediante Cristo y
nosotros también debemos traerle «sacrificios espirituales» (1 P 2.5). ¿Cuáles
son estos sacrificios? Nuestros cuerpos (Ro 12.1–2); nuestras ofrendas (Flp
4.14–18); alabanza (Heb 13.15); buenas obras (Heb 13.16); almas que hemos
ganado para Cristo (Ro 15.16). ¿Estamos dándole lo mejor o sólo lo que nos
conviene?
III. PROFANABAN SU PACTO
(2.1–17)
No era cosa liviana ser sacerdote,
porque esto era un don de la gracia de Dios mediante su pacto con Leví. Los
versículos 5–7 describen al sacerdote ideal: teme al Señor y le obedece; recibe
la Palabra y la enseña; vive lo que enseña; procura alejar a otros del pecado.
Pero los sacerdotes en los días de Malaquías en realidad hacían descarriar al
pueblo (2.8) y profanaban el santo pacto.
¿Qué les haría Dios? «Maldeciré
vuestras bendiciones». Esto se relaciona con 3.9 y la falta de diezmos y
ofrendas. Dios maldijo las cosechas; el pueblo estaba pobre; no traían las
ofrendas a los sacerdotes y por tanto estos padecían hambre. Al pecar contra el
pacto de Dios estaban simplemente dañándose a sí mismos. Pero los versículos
10–16 destacan otro terrible pecado de los sacerdotes: se divorciaban de sus
esposas judías y se casaban con mujeres paganas. Traicionaban sus mujeres y sus
familias; véanse Éxodo 34.10–17, Esdras 9.1–4, Nehemías 13.23–31. Todo su
llanto sobre el altar (2.13) no cambiaría las cosas; tenían que dejar sus
pecados. Léase el versículo 15 así: «¿No hizo el Señor uno al esposo y la
esposa? ¿Para qué? Para que establecieran una familia piadosa».
En realidad la liviandad de la nación
respecto al divorcio ponía en peligro la promesa de la Simiente, Cristo. Dios aborrece
el divorcio; es el rompimiento del pacto entre esposo y esposa y entre ellos y
Dios.
IV. DESOBEDECÍAN SU PALABRA
(3.1–15)
En 2.17 el pueblo preguntó con
sorna: «¿Nos castigará Dios por nuestros pecados? ¿Realmente le importa?» Dios
responde prometiéndole enviarles a su mensajero (Juan el Bautista), el cual
anunciaría al Mensajero del pacto (Jesucristo). Jesús, en efecto, vino al
templo y descubrió sus pecados y purificó sus atrios. En su ministerio reveló
los pecados de los líderes religiosos, tanto, que ellos al final le crucificaron.
Por supuesto, hay una aplicación futura aquí, cuando el Día de Jehová refine a
Israel y separe a lo verdadero de lo falso. ¿Por qué Dios no abandona a su
pueblo rebelde? El versículo 6 es la respuesta: Él no cambia y debe ser fiel a
sus promesas (Lm 3.22).
El pueblo desobedeció a Dios
robándole los diezmos y las ofrendas. En realidad, cuando el pueblo de Dios no
es fiel en sus ofrendas, no sólo le roban a Dios, sino que se roban a sí
mismos. Dios cerró la lluvia y arruinó las cosechas debido al egoísmo de su
pueblo. Diezmar, por supuesto, no es «regatear con Dios»; sino que Dios promete
bendecir y cuidar a quienes son fieles en su mayordomía (Flp 4.10–19). Dios no
está en bancarrota; Él quiere nuestros diezmos y ofrendas como expresiones de
nuestra fe y amor. Cuando el amor de un creyente hacia Cristo se enfría, por lo
general lo demuestra en el área de la mayordomía. Si cada miembro de la iglesia
trajera al Señor lo que le corresponde (el diez por ciento de los ingresos, el
diezmo) y luego añadiera las ofrendas (como expresión de gratitud), nuestras
iglesias locales tendrían más que suficiente para sus ministerios. Y podrían
dar con generosidad a muchos otros buenos ministerios que merecen respaldo.
Malaquías concluye su mensaje con
algunas maravillosas promesas a los fieles (3.16–4.6). En esa época había ese
fiel remanente que no olvidaba la casa de Dios, pero que se congregaba para
bendición (3.16–18; Véanse Heb 10.25). «Son mis tesoros», dice el Señor. Qué
hermoso cuadro del creyente fiel.
Las joyas son preciosas y nosotros
somos preciosos a los ojos de Dios. Él nos compró con su sangre.
Nos está puliendo con pruebas y
aflicciones; y un día en gloria brillaremos con belleza y esplendor.
A Cristo se le describe como el
Sol de Justicia. Para la Iglesia Él es «la estrella resplandeciente de la
mañana» (Ap 22.16; 2.28), porque aparecerá cuando la hora es más oscura y
llevará a la Iglesia a su hogar. Pero para Israel Él es el Sol que trae el «Día
de Jehová», un día que significará ardor para los perdidos, pero sanidad para
los judíos y gentiles salvos. «Elías» en 4.5–6 se refiere a Juan el Bautista (Mt
17.10–13; Mc 9.11–13), pero tiene una referencia también a uno de los dos
testigos del que se habla en Apocalipsis 11. La última palabra en nuestra
versión castellana del AT es «maldición». Al final del NT leemos: «Y no habrá
más maldición» (Ap 22.3). ¿La diferencia? Jesucristo.