(REGALO DE DIOS, GRACIA).
Que por lo general
se considera que fue escrito por el apóstol Juan, es un Evangelio más reflexivo
que enfoca a Jesús como el Cristo, el *Hijo de Dios. Juan escribió para que sus
lectores pudieran creer que Jesús es
el Cristo y por lo tanto tener vida en su nombre (20:30, 31). Juan
incluyó muchos detalles que no se encuentran en los otros Evangelios.
El apóstol y
evangelista Juan parece haber sido el más joven de los doce. Fue especialmente
favorecido con la consideración y confianza de nuestro Señor, al punto que se
lo nombra como el discípulo al que amaba Jesús. Estaba sinceramente ligado a su
Maestro. Ejerció su ministerio en Jerusalén con mucho éxito, y sobrevivió a la
destrucción de esa ciudad, según la predicción de Cristo, capítulo 21: 22. La
historia narra que después de la muerte de la madre de Cristo, Juan vivió
principalmente en Éfeso. Hacia el final del reinado de Domiciano fue deportado
a la isla de Patmos, donde escribió su Apocalipsis. Al instalarse Nerva, fue
puesto en libertad y regresó a Éfeso, donde se cree que escribió su evangelio y
las epístolas, alrededor del 97 d. C., y murió poco después.
El objetivo de
este evangelio parece ser la transmisión al mundo cristiano de nociones justas
de la naturaleza, el oficio y el carácter verdadero del Maestro Divino, que
vino a instruir y a redimir a la humanidad. Con este propósito, Juan fue guiado
a elegir, para su narración, los pasajes de la vida de nuestro Salvador que
muestran más claramente su autoridad y su poder divino; y aquellos discursos en
que habló más claramente de su naturaleza, y del poder de su muerte como
expiación por los pecados del mundo.
Omitiendo o
mencionando brevemente, los sucesos registrados por los otros evangelistas,
Juan da testimonio de que sus relatos son verdaderos, y deja lugar para las
declaraciones doctrinarias ya mencionadas, y para detalles omitidos en otros
evangelios, muchos de los cuales tienen enorme importancia.
BOSQUEJO SUGERIDO DE JUAN
Prólogo (1.1–18)
I. Período de consideración
(1.19–6.71)
«Aún no
ha venido mi hora». (2.4)
A. Cristo y los
discípulos (1.19–2.12)
B. Cristo y los
judíos (2.13–3.36)
C. Cristo y los
samaritanos (4.1–54)
D. Cristo y los
líderes judíos (5.1–47)
E. Cristo y las
multitudes (6.1–71)
Crisis
# 1: No andaban con Él (6.66–67)
II. Período de
conflicto (7.1–12.50)
(Nótese
cómo los judíos se oponen a Cristo: 7.1, 19, 23, 30, 32, 44; 8.6, 37, 48, 59;
9.22, 34; 10.20, 31–33, 39; 11.8, 16, 46–57; 12.10.)
«Ninguno
le echó mano, porque aún no había llegado su hora». (7.30)
A. Conflicto sobre
Moisés (7.1–8.11)
B. Conflicto
sobre Abraham (8.12–59)
C. Conflicto
sobre la filiación (9.1–10.42)
D. Conflicto
sobre el poder (11.1–12.11)
Crisis
# 2: No creían en Él (12.12–50)
III. Período de
clímax (13.1–20.31)
«Sabiendo
Jesús que su hora había llegado». (13.1)
«Padre,
la hora ha llegado» (17.1).
A. Clímax de
preparación para la cruz (13.1–17.26)
B. Clímax de
incredulidad de los judíos (18.1–19.42)
Crisis
# 3: Le crucifixión (19.13–22)
C. Clímax de fe
de los discípulos (20.1–31)
Epílogo
(21.1–25)
NOTAS
PRELIMINARES A JUAN
I. EL TEMA
DEL EVANGELIO
A. VERSÍCULOS CLAVE: JUAN 20. 30, 31.
El tema de Juan es Jesucristo, el
divino Hijo de Dios. Su libro se refiere a las señales que Cristo realizó
durante su ministerio, señales que prueban su deidad. Estas señales las vieron
testigos dignos de confianza (sus discípulos y otros) y por consiguiente
fidedignos. Juan quiere que los hombres crean en Jesucristo como Señor y
reciban nueva vida por su nombre.
B. COMPARACIÓN CON LOS DEMÁS EVANGELIOS.
A los primeros tres Evangelios se
les llama «Evangelios Sinópticos». Se les aplica ese adjetivo debido a un
vocablo griego que significa «ver juntos». Mateo, Marcos y Lucas ven todos la
vida de Cristo de una manera similar, cada uno con su propio énfasis.
• Mateo presenta a Cristo como el
Rey de los judíos.
• Marcos muestra a Cristo como el
Siervo y escribe para romanos.
• Lucas ve a Cristo como el Hijo
del Hombre y escribe para griegos.
• Juan presenta a Cristo como el
Hijo de Dios y escribe para todo el mundo.
En tanto que los primeros tres
Evangelios analizan principalmente los hechos de la vida de Cristo, Juan se
refiere a los significados espirituales de esos hechos. Va mucho más allá y
presenta verdades que no se enfatizan en los otros Evangelios. Por ejemplo, los
cuatro Evangelios registran la alimentación de los cinco mil, pero sólo Juan
anota el gran sermón sobre el pan de vida (Jn 6) que explica el significado del
milagro. Por eso es que Juan usa la palabra «señal» en lugar de «milagro», porque
una «señal» es un milagro que lleva consigo un mensaje.
C. PALABRAS CLAVE.
Note al leer el Evangelio de Juan
que estas palabras se repiten: vida, creer, luz y tinieblas, verdad, testigo o
testimonio, mundo, gloria, recibir, Padre, venir y eterna. Estas palabras clave
resumen el mensaje del Evangelio.
II. CRISTO EN
EL EVANGELIO DE JUAN
Juan enfatiza tanto la persona de
Cristo como su obra. Anota varios sermones en los cuales Cristo habla acerca de
sí mismo y explica su misión. Nótese también siete declaraciones YO SOY de Cristo:
• YO SOY el pan de vida: 6.35, 41,
48, 51
• YO SOY la luz del mundo: 8.12;
9.5
• YO SOY la puerta de las ovejas:
10.7, 9
• YO SOY el buen pastor: 10.11, 14
• YO SOY la resurrección y la
vida: 11.25
• YO SOY el camino, y la verdad, y
la vida: 14.6
• YO SOY la vid verdadera: 15.1, 5
Estos nombres, por supuesto,
hablan de su deidad; porque el nombre de Dios es YO SOY (Véanse Éx 3.14).
Nótense estas otras ocasiones cuando Cristo usa el YO SOY para hablar de sí
mismo: 4.26; 8.28, 58; 13.19; 18.5, 6, 8. Al leer el Evangelio, ¡usted se dará
cuenta de que Cristo es el mismo Hijo de Dios!
III. LAS
SEÑALES EN EL EVANGELIO DE JUAN
De los muchos milagros que Cristo
realizó, Juan seleccionó siete para probar su deidad. (El octavo, en el
capítulo 21, fue sólo para los discípulos y constituye un postludio al
Evangelio.) Estas siete señales se dan en un orden específico (nótese 4.54:
«Esta segunda señal hizo Jesús») y establece un cuadro de la salvación. Las
primeras tres señales muestran cómo la salvación viene al pecador:
1. Agua en vino
(2.1–11): la salvación es por la Palabra
2. Sana al hijo
de un noble (4.46–54): la salvación es por fe
3. Sana al
paralítico (5.1–9): la salvación es por gracia
Las cuatro últimas señales
muestran los resultados de la salvación en el creyente:
4. Alimenta a
cinco mil (6.1–14): la salvación trae satisfacción
5. Calma la
tormenta (6.16–21): la salvación trae paz
6. Sana al
ciego (9.1–7): la salvación trae luz
7. Resucita a
Lázaro (11.38–45): la salvación trae vida Por supuesto, cada uno de estos
milagros revelan la deidad de Jesucristo (Véanse 5.20, 36). Estas señales
también sirvieron como oportunidades para los discursos y entrevistas de
Cristo. Nicodemo vino a Cristo debido a las señales que Él había realizado
(3.2); la curación del paralítico (5.1–9) dio lugar al discurso en 5.10–47; la
alimentación de los cinco mil fue la base para el sermón acerca del pan de vida
en el capítulo 6; la expulsión del ciego de la sinagoga (9.34) dio lugar al
sermón sobre el Buen Pastor que nunca echa fuera a nadie (cap. 10).
IV. FE E
INCREDULIDAD EN EL EVANGELIO DE JUAN
Un tema importante del Evangelio
de Juan es el conflicto entre la fe y la incredulidad. Juan empieza con el
rechazo de Israel (1.11), que al final culmina con la crucifixión. Por todo el
libro usted ve a la mayoría de los judíos rechazando aceptar la evidencia,
endureciéndose más y más en su incredulidad.
Por otra parte, también ve un
pequeño grupo de personas dispuestas a creer en Cristo: los discípulos, un noble
y su familia, los samaritanos, un paralítico, un ciego, etc. Esta misma
situación existe hoy: el mundo en su inmensa mayoría no cree en Cristo, pero
aquí y allá se encuentran personas que ven la evidencia y le aceptan como el
Hijo de Dios.
Por el bosquejo notará que los
judíos empiezan su controversia con Cristo después del milagro del capítulo 5,
puesto que Cristo sanó al hombre en el sabbat. En los capítulos 7 al 12 el
conflicto se torna más severo y varias veces tratan de arrestarle y apedrearle.
El clímax llega en los capítulos 18–19 cuando le arrestan y crucifican.
Hay tres sucesos de crisis en el
Evangelio de Juan (Véanse el bosquejo): (1) 6.66–71, cuando las multitudes le
dejaron después de querer hacerle Rey; (2) 12.12–50, cuando la gente se negó a
creer en Él; y (3) 19.13–22, cuando le crucificaron. En la primera crisis
querían hacerle Rey, sin embargo le abandonaron; en la segunda le aclamaron
como Rey, sin embargo le rechazaron; y en la tercera clamaron: «No tenemos más
rey que César» (19.15).
Él es el camino, pero no estaban
dispuestos a andar con Él; la verdad, pero no creían en Él; la vida, pero le
mataron.
AUTOR Y FECHA
El
Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el
descubrimiento del Papiro Rylands 457) y se aceptó como autoritativo al lado de
los Sinópticos (cf. Papiro Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron. Sin
embargo, permaneció relativamente desconocido (entre cristianos ortodoxos, pues
los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del siglo II. Las tradiciones que
atribuyeron este Evangelio anónimo a JUAN EL APÓSTOL se repiten en Ireneo (ca. 190),
el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de
Alejandría
(ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de
Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas
de Juan) es difícil de explicar.
Papías
parece distinguir entre el apóstol y un tal «Juan el Anciano». A este último
muchos exégetas quieren atribuir el Evangelio; otros abogan por Lázaro de
Betania.
Es
digna de todo crédito la tradición predominante (hasta el siglo XIX) que tiene
por autor del Evangelio de Juan al hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de
la tradición, Juan pudo:
(1) haber dictado el Evangelio
a un amanuense para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o:
(2) haber dejado memorias a
las que un discípulo suyo diera forma definitiva.
Las
hipótesis de múltiples redactores, no obstante, no son convincentes. La
identificación del autor con «el discípulo amado» parece segura (19.35; 21.24;
18.15).
La
fecha más probable de este Evangelio cae a finales del siglo I d.C.
Es
difícil determinar a quién el autor dirigió este Evangelio, pero es bien fácil
saber por qué lo escribió: «Estas cosas se han escrito para que creáis que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su
nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del
judaísmo: es para el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha
tocado profundamente la vida de todos los cristianos de todas las edades y en
todas partes del mundo.
En
cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso es el más probable, aunque hay quienes
abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo un largo período en que el Evangelio de
Juan se interpretaba como un libro helenístico, cuyos paralelos más
instructivos se hallaban en el judaísmo helenizado, las religiones de misterio
y aun en la filosofía griega. Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo
esencialmente judaico del Evangelio. No solo es semítico el estilo (Arameo;
Hebreo), sino también lo es el pensamiento mismo.
Aunque
cita el Antiguo Testamento solo diecisiete veces, las alusiones a él son un
sinnúmero, y las más de las palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz,
pastor, Espíritu, pan, viña, amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra
conocedor de muchos conceptos rabínicos y otras tradiciones palestinenses
(Qumrán). Si bien utiliza un vocabulario parecido al del Gnosticismo, no es
menos cierto que combate muchas de sus ideas.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Jn: 1: 1-5; 9:
35; 10: 36; 20: 28, 31. El Verbo Encarnado, Dios Eterno, Hijo De Dios.
1
El tema del Evangelio de Juan es
que Jesús es el Hijo de Dios (20.30, 31), y en este primer capítulo prueba su
afirmación. Al leer este maravilloso capítulo no puede menos que ver que Cristo
es el Hijo de Dios debido a los nombres y títulos que lleva, las obras que
realiza y los testigos que le conocieron personalmente y declararon quién es.
I. LOS NOMBRES DE CRISTO DEMUESTRAN QUE ES EL HIJO
DE DIOS
A. ÉL
ES EL VERBO (1.1–3,14).
Así como las palabras revelan
nuestra mente y corazón, Cristo revela a los hombres la mente y el corazón de
Dios. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14.9). Una palabra o
verbo se compone de letras, y Cristo es el Alfa y la Omega (primera y última
letras del alfabeto griego; Ap 22.13), quien nos deletrea el amor de Dios. En
Génesis 1 Dios creó todo por medio de su Palabra; y Colosenses 1.16 y 2 Pedro
3.5 indican que esta Palabra era Cristo. En tanto que Dios se puede conocer en
parte a través de la naturaleza y la historia, se le conoce a plenitud a través
de su Hijo (Heb 1.1, 2).
Cristo, como el Verbo trae gracia
y verdad (Jn 1.14, 17); pero si los hombres no le reciben, esa misma Palabra se
convertirá en ira y juicio (Ap 19.13). La Biblia es la Palabra escrita de Dios
y Cristo es el Verbo de Dios, vivo y encarnado.
B. ÉL ES LA LUZ (1.4–13).
El primer acto creador de Dios en
Génesis 1 fue producir la luz, porque la vida proviene de la luz. Jesús es la
luz verdadera, o sea, la luz original en la cual toda luz tiene su fuente. En
el Evangelio de Juan se puede hallar el conflicto entre la luz (Dios, vida
eterna) y las tinieblas (Satanás, muerte eterna).
Esto se indica en 1.5: «La luz en
las tinieblas resplandece [tiempo presente], y las tinieblas no han podido
apagarla o contenerla» (traducción literal). Nótese 3.19–21; 8.12 y 12.46.
Segunda de Corintios 4.3–6 pinta la salvación como la entrada de la luz en el
corazón en tinieblas del pecador (Véanse también Gn 1.1–3).
C. ÉL ES EL HIJO DE DIOS (1.15–18,30–34,49).
Fue esta afirmación la que
enardeció a los judíos y los llevó a perseguir a Cristo (10.30–36).
Nótense las siete personas en el
Evangelio de Juan que llamaron a Cristo el Hijo de Dios: Juan el Bautista
(1.34); Natanael (1.49); Pedro (6.69); el ciego sanado (9.35–38); Marta
(11.27); Tomás (20.28); y el apóstol Juan (20.30, 31). El pecador que no cree
que Jesús es el Hijo de Dios no puede ser salvo (8.24).
D. ÉL ES EL CRISTO (1.19–28,35–42).
«Cristo» significa Mesías, el
Ungido. Los judíos esperaban que su Mesías apareciera y a esto se debe que se
lo preguntaran a Juan. Incluso los samaritanos le esperaban (4.25, 42). A
cualquier judío que dijera que Jesús era el Cristo lo expulsaban de la sinagoga
(9.22).
E. ÉL ES EL CORDERO DE DIOS (1.29,35–36).
El anuncio de Juan es la respuesta
a la pregunta de Isaac: «¿Dónde está el cordero para el holocausto?» (Gn 22.7).
El cordero pascual en Éxodo 12 y el cordero sacrificial en Isaías 53 apuntan hacia
Cristo. En la historia del AT hubo muchos corderos sacrificados, pero Cristo es
el Cordero de Dios, el único. La sangre de los corderos sacrificados en el
tabernáculo o el templo simplemente cubrían el pecado (Heb 10.1–4), pero la
sangre de Cristo quita el pecado. Los corderos que se ofrecían en los días del
AT eran sólo por Israel, pero Cristo murió por los pecados de todo el mundo.
F. ÉL ES EL REY DE ISRAEL (1.43–49).
El pueblo de Israel estaba
hastiado del gobierno romano y querían un rey. Debido a que Cristo les dio de
comer, querían hacerle Rey (6.15), pero Él se alejó de la multitud. Se ofreció
como su Rey (registrado en 12.12–19), pero los principales sacerdotes dijeron:
«No tenemos más rey que César» (19.15).
G. ÉL ES EL HIJO DEL HOMBRE (1.50,51).
Este título viene de Daniel
7.13–14, y todos los judíos sabían que describía a Dios. (Nótese la pregunta de
los judíos en Jn 12.34.) En 1.51 Cristo menciona «la escalera de Jacob» en
Génesis 28.10–17. Cristo es «la escalera de Dios» entre la tierra y el cielo,
revelando a Dios a los hombres y llevando a los hombres a Dios.
II. LAS OBRAS DE CRISTO PRUEBAN QUE ES EL HIJO DE
DIOS
A. ÉL CREÓ EL MUNDO (1.1–4).
Él estuvo en el principio con Dios
y fue el Agente Divino mediante el cual el mundo se creó.
B. ÉL DA SALVACIÓN A LOS HOMBRES (1.9–13).
Vino a su mundo y pueblo (los
judíos) y no le recibieron. La salvación es un regalo gratuito que el pecador
recibe cuando confía en Cristo. «Creer» y «recibir» son la misma cosa. Un nuevo
nacimiento tiene lugar: no por sangre humana, ni por carne, ni por voluntad de
hombres, sino de Dios.
C. ÉL REVELA A DIOS (1.15–18).
Cristo revela la gracia y la
verdad de Dios. Moisés dio la ley que descubre el pecado y condena; Cristo
revela la verdad que redime. La ley preparó el camino para Él.
D. ÉL BAUTIZA CON EL ESPÍRITU (1.33).
En este capítulo vemos a la
Trinidad: el Padre (1.14, 18); el Hijo (1.14, 18); y el Espíritu (1.32–34). El
descenso del Espíritu le mostró a Juan quién era Cristo; y hoy no podemos ver
en realidad a Cristo a menos que el Espíritu abra nuestros ojos.
E. ÉL CONOCE ÍNTIMAMENTE A LOS HOMBRES (1. 42, 47–48).
Conocía a Pedro y a Natanael mejor
de lo que ellos mismos se conocían (Véanse 2.23–25). Sólo Dios puede ver los
corazones de las personas.
F. ÉL PERDONA PECADOS (1.29).
¡Nadie en la tierra puede quitar
los pecados de una persona!
G. ÉL ABRE EL CAMINO AL CIELO (1.50, 51) Y ES EL CAMINO AL CIELO.
Como Jacob en Génesis 28.10–17,
los pecadores están lejos de su hogar y en la noche del pecado. Pero Cristo
revela la gloria del cielo y lo abre para que entremos. Cristo es la «escalera»
de Dios a la gloria.
III. TESTIGOS QUE PRUEBAN QUE CRISTO ES EL HIJO DE
DIOS
Juan usa a menudo las palabras
«testimonio» y «testigos» en su Evangelio (1.7, 8, 15; 3.26, 28; 5.31–37; 8.18;
15.27; 18.23). Se puede confiar en los testigos de la Biblia porque tuvieron un
contacto personal con Cristo y no ganaron nada de los hombres al testificar por
Cristo. (Es más, sufrieron por eso.) No hay evidencia de que hayan mentido; su
testimonio hoy sería válido en cualquier corte. Estos testigos son:
A.
JUAN EL BAUTISTA (1.7, 15, 29; VÉANSE TAMBIÉN 5.35).
B.
EL APÓSTOL JUAN (1.14: «VIMOS SU GLORIA»).
C.
LOS PROFETAS DEL AT (1.30,45).
Es muy probable que Natanael se
encontraba leyendo los libros de Moisés cuando Felipe le encontró.
D. EL ESPÍRITU SANTO (1.33, 34).
E. ANDRÉS (1.41).
Él fue un ganador de almas y
empezó en casa.
F. FELIPE (1.45).
Felipe respaldó su testimonio con
la Palabra de Dios, una estrategia sabia para todos los testigos.
G. NATANAEL (1.49).
Juan y Andrés se salvaron por
medio de un predicador, Juan el Bautista. Pedro halló a Cristo debido al
trabajo personal de Andrés. A Felipe lo llamó Cristo personalmente; y Natanael
halló a Cristo por medio de la Palabra y el testimonio de Felipe. Dios usa a
diferentes personas y circunstancias para llevar a las personas a su Hijo. Él
es un Dios de variedad infinita.
2
Algunas iglesias enseñan
falsamente que Cristo realizó milagros cuando fue niño, pero Juan 2.11 afirma
con claridad que la conversión del agua en vino fue el principio de sus
milagros. Tenga presente que Juan registró estas señales en orden, para probar
que Jesús es Dios (Jn 20.30, 31), para que la gente pudiera creer en Él y ser
salva. Haremos un estudio triple de este primer milagro para aprender sus lecciones
dispensacionales (un cuadro del fracaso de Israel), sus lecciones doctrinales
(cómo se salva el pecador) y sus lecciones prácticas (cómo servir a Cristo).
I. LAS LECCIONES DISPENSACIONALES (2.1–12)
EL FRACASO DE ISRAEL.
Israel ignoró a su propio Mesías.
«En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis», dijo Juan el
Bautista en 1.26. Esta fiesta de bodas es un cuadro de la nación: el vino se
había acabado, la provisión para la gente se había agotado y sin embargo su
Mesías estaba allí para ayudarles. Las seis tinajas se usaban para la
purificación ceremonial (Véanse Mc 7.3), pero las ceremonias judías no pudieron
evitar la bancarrota espiritual de la nación. Estaba sin gozo (en la Biblia el
vino es un símbolo de gozo; véanse Sal 104.15; Jud 9.13) y sin esperanza. La
gente tenía ceremonias externas, pero no tenía nada que los satisficiera por
dentro.
Cristo un día traerá de nuevo gozo
a Israel, cuando la nación lo reciba como su Rey. Israel se casará de nuevo con
su Dios (véanse Is 54 y Os 2), el vino de su gozo correrá libremente y la
gloria de Cristo se revelará. (Jn 2.11). Hasta que llegue ese día Cristo debe
decirle a Israel: «¿Qué tienes conmigo?» (Jn 2.4). La nación le ha rechazado y
no le recibirá sino hasta aquel día cuando Él regrese en gloria y poder.
II. LAS LECCIONES DOCTRINALES
Cómo se salva el pecadore. Si
usted revisa las notas introductorias al Evangelio de Juan verá que las siete
señales muestran cómo se salva el pecador y los resultados que hay en su vida.
Este primer milagro nos enseña que la salvación es por medio de la Palabra de
Dios. Nótense los símbolos aquí.
A. UNA MULTITUD SEDIENTA.
¿No es este un cuadro del mundo
perdido hoy? Saborean los placeres del mundo, pero no hallan satisfacción
personal y si encuentran alguna, con el correr del tiempo se acaba. La Biblia
invita a los pecadores sedientos a venir a Cristo para hallar salvación y
satisfacción (Jn 4.13–14; 7.37; Is 55.1; Ap 22.17).
B. TINAJAS VACÍAS.
Representan al corazón humano que
está duro y vacío. La Palabra de Dios compara al ser humano con una vasija (2
Co 4; 7; 2 Ti 2.20–21). La vida del pecador puede parecer encantadora por
fuera, pero Dios ve que está vacía e inútil a no ser que Él pueda hacer un
milagro divino.
C. LLENADAS CON AGUA.
En la Biblia el agua para lavarse
es una imagen de la Palabra de Dios (véanse Ef 5.26; Jn 15.3).
Todo lo que los sirvientes
tuvieron que hacer fue llenar de agua las tinajas vacías, que es igual al
siervo de Dios que llena el corazón del inconverso con la Palabra. No es
nuestra tarea salvar almas, sino darle a la gente la Palabra y dejar que Cristo
realice el milagro de la salvación.
D. AGUA EN VINO.
Cuando el corazón del pecador se
ha llenado con la Palabra, Cristo puede realizar el milagro y traer gozo. En
Hechos 8.26–40 Felipe llenó al etíope con la Palabra y cuando el hombre creyó, el
milagro de la salvación tuvo lugar. El etíope se fue por su camino gozoso.
Nótese Juan 1.17: «La ley por medio de Moisés fue dada»; en el AT el agua se
convirtió en sangre (Éx 7.19), lo cual indica juicio. Pero Cristo transformó el
agua en vino, lo cual habla de gracia y gozo. El vino simboliza al Espíritu
Santo (Ef 5.18).
E. EL TERCER DÍA.
Esto es una sombra anticipada de
la resurrección, puesto que Cristo se levantó de los muertos al tercer día. Fue
el tercer día después del «día siguiente» de 1.43, que a su vez fue el cuarto
de los días sobre los cuales Juan escribió en el capítulo 1 (día #1: vv. 19–28;
día #2: vv. 29–34; día #3: vv. 35–42; día #4: vv. 43–51). Tal vez Juan tenía
Génesis 1 en mente cuando escribió de esta primera semana de una nueva creación
(Véanse 2 Co 5.17).
f. el principio de milagros.
La salvación es el principio de
milagros, porque después que la persona es salva Dios realiza milagro tras
milagro en ella; y los milagros que experimentamos dan la gloria a Cristo.
III. LAS LECCIONES PRÁCTICAS
A. CÓMO SERVIR A CRISTO
Todos los que sirven a Cristo
deberían escuchar las palabras de María: «Haced todo lo que os dijere» (2.5).
Debe haberles parecido necio a los sirvientes llenar esas tinajas, pero Dios
usa cosas necias para confundir a los poderosos (1 Co 1.27). Si queremos ver
que los hombres se salven, debemos obedecer a Cristo y darles a ellos la
Palabra de Dios. No es entretenimiento ni recreación lo que salva a las almas,
sino la predicación y enseñanza de la Palabra. Si hacemos nuestra parte, Cristo
hará el resto.
Los sirvientes sabían de dónde
vino el vino, pero «la gente importante» de la fiesta no lo sabían.
Cuando una persona sirve a Cristo,
aprende sus secretos (Véanse Am 3.7). Nosotros somos los siervos de Cristo y
sus amigos (3.29; 15.15), y Él nos dice lo que está haciendo. Es mejor ser un
siervo humilde de Cristo y hablar de sus milagros, que sentarse a la cabecera
de la mesa en algún gran banquete.
Debemos usar cualquier oportunidad
para servir a Cristo, «a tiempo y fuera de tiempo». Jesús glorificó a Dios en
una fiesta de bodas.
3
Este es tal vez el capítulo más
importante del Evangelio de Juan, porque se refiere al tema del nuevo nacimiento.
Algunos grupos religiosos han confundido tanto este tema que muchos miembros de
la iglesia, por no decir muchos líderes religiosos parecidos a Nicodemo, no
tienen ni idea de lo que significa nacer de nuevo.
I. LA NECESIDAD DEL NUEVO NACIMIENTO (3.1–51)
A. Es
necesario para ver (experimentar) el reino de Dios (v. 3).
Nicodemo era un hombre moral,
religioso, uno de los principales maestros (dirigentes) de los judíos, y sin
embargo no entendió la verdad sobre el nuevo nacimiento. Las verdades
espirituales no la puede captar la mente carnal del pecador (Véanse 1 Co
2.10–14). Nicodemo vino «de noche», símbolo del que no es salvo;
espiritualmente estaba «en las tinieblas» (véanse Ef 4.18; 2 Co 4.3–6). Ser religioso
o moral no hace a la persona apta para el cielo; debe nacer de nuevo, esto es,
nacer de arriba.
Nicodemo confundió lo espiritual y
lo físico (Véanse v. 4). Pensaba en términos del nacimiento físico, en tanto
que Cristo le hablaba de un nacimiento espiritual. Todos hemos nacido en
pecado.
Nuestro «primer nacimiento» nos
hace hijos de Adán y esto significa que somos hijos de ira y de desobediencia
(Ef 2.1–3). Ninguna cantidad de educación, religión o disciplina puede cambiar
la vieja naturaleza; debemos recibir de Dios una nueva naturaleza.
B. ES NECESARIO PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS (V.
5).
Por «el reino de Dios» Jesús no
quería indicar un reino terrenal político. Pablo describe el reino de Dios en
Romanos 14.17. Cuando el pecador confía en Cristo entra en el reino y familia
de Dios. Como la mayoría de sus amigos judíos, Nicodemo pensaba que debido a
que nació judío y vivía de acuerdo a la ley, satisfaría a Dios (véanse Mt 3;
7–12; Jn 8.33–39). Desde el mismo pecado de Adán en Génesis 3, todos los seres
humanos han nacido fuera del paraíso. Sólo mediante el nuevo nacimiento podemos
entrar en el reino de Dios.
II. LA NATURALEZA DEL NUEVO NACIMIENTO (3.6–13)
A. EL NUEVO NACIMIENTO ES ESPIRITUAL (VV. 6–7).
Lo que es nacido de la carne (la
vieja naturaleza) es carne, siempre será carne y está bajo la ira de Dios. Lo
que es nacido del Espíritu (la nueva naturaleza de la que habla 2 P 1.4) es
Espíritu y es eterno.
No se puede producir un nacimiento
espiritual por medios físicos. Por eso es que «nacer del agua» en el versículo
5 no puede significar agua literal, porque el bautismo significaría aplicar una
sustancia física (agua) al ser físico. Esta acción nunca produciría un
nacimiento espiritual. (Lea de nuevo Jn 1.11–13 y 6.63.) «Nacer del agua» no se
refiere al bautismo en agua, porque en la Biblia el bautismo habla de muerte,
no de nacimiento (Ro 6.1). Si el bautismo fuera esencial para la salvación,
nadie en el AT fue jamás salvo, porque no hay bautismo bajo la ley. Todos los
grandes santos que se nombran en Hebreos 11 se salvaron por la fe. La salvación
no es por obras (Ef 2.8–10), y el bautismo es una obra humana. Cristo vino para
salvar, sin embargo nunca bautizó (Jn 4.2). Si el bautismo fuera necesario para
la vida eterna, ¿por qué Pablo se regocijaba de que no había bautizado más
personas? (1 Co 1.13–17).
El nuevo nacimiento se puede
producir solamente por medios espirituales. ¿Cuáles son esos medios? El
Espíritu (Jn 3.6; 6.63) y la Palabra de Dios (1 P 1.23; Stg 1.18). El «agua» en
el versículo 5 se refiere al nacimiento físico (todo bebé «nace del agua»), lo
mismo que Nicodemo mencionó en el versículo 4. Una persona nace de nuevo cuando
el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para producir fe e impartir la nueva
naturaleza cuando la persona cree. El Espíritu por lo general usa a un creyente
para darle a otra persona la Palabra (Véanse 1 Co 4.15), pero el Espíritu es el
único que puede dar vida.
B. ES UN NACIMIENTO MISTERIOSO (VV. 8–10).
Nadie puede explicar al viento y
nadie puede explicar la obra del Espíritu. Tanto el Espíritu como el creyente
son como el viento. Nicodemo, instruido en la ley, debería haber conocido la
verdad de la obra renovadora del Espíritu. Véanse Ezequiel 37.
C. ES UN NACIMIENTO REAL (VV. 11–13).
Muchas cosas son misteriosas, pero
sin embargo reales. Jesús le aseguró a Nicodemo que el nuevo nacimiento no era
fantasía, sino una realidad. Si una persona tan solo cree en las palabras de
Cristo y le recibe, descubrirá cuán real y maravilloso es el nuevo nacimiento.
III. LA BASE PARA EL NUEVO NACIMIENTO (3.14–21)
A. CRISTO TUVO QUE MORIR (VV. 14–17).
Cristo de nuevo refiere a Nicodemo
al AT, en esta ocasión a Números 21, o sea, al relato de la serpiente de
bronce. Las serpientes mordían a los judíos y los mataban, y la extraña
solución al problema se halló cuando Moisés hizo ¡una serpiente de bronce!
Mirando por fe a esa serpiente había sanidad. De igual manera, Cristo fue hecho
pecado por nosotros, porque fue el pecado lo que nos estaba matando. Al mirar a
Cristo por fe, somos salvos. El bronce simboliza el juicio y Cristo experimentó
nuestro juicio cuando fue levantado en la cruz. Cristo tenía que morir para que
los hombres pudieran nacer de nuevo: Su muerte trajo vida. ¡Qué paradoja!
B. LOS PECADORES TIENE QUE CREER (VV. 18–21).
La fe en Cristo es el único medio
de salvación. La orden de Dios a Moisés en Números 21 no fue que matara a las
serpientes, ni que hiciera un ungüento para ponerlo en las mordeduras, ni que
tratara de proteger a los judíos para que no los picaran las culebras. Fue que
levantara una serpiente de bronce y les dijera a todos que la miraran por fe.
No mirar a esa serpiente significaba condenación; la fe significaba salvación.
Juan aquí regresa a 1.4–13, al simbolismo de la luz y la vida, las tinieblas y
la muerte. Los pecadores no sólo viven en tinieblas, sino que aman la oscuridad
y se niegan a venir a la luz donde sus pecados se pondrán al descubierto y se
perdonarán.
IV. LA
CONFUSIÓN ACERCA DEL NUEVO NACIMIENTO (3.22–36)
El versículo 25 puede traducirse:
«Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la
purificación» (énfasis mío). ¿Podía ser este judío Nicodemo, todavía en busca
de la verdad? Nicodemo, como mucha gente de hoy, estaba confuso acerca del
bautismo y las ceremonias religiosas. Tal vez pensaba que «nacer del agua»
significaba el bautismo o alguna otra ceremonia judía de purificación. Nótese cómo
Juan el Bautista les dirigió a Cristo. Si el bautismo fuera necesario para la salvación,
este es el lugar para que la Biblia lo dijera; pero nada se dice. En lugar de
eso, el énfasis está en creer (v. 36).
Es evidente que Nicodemo «salió de
la oscuridad» y finalmente llegó a ser un cristiano con un nuevo nacimiento.
Aquí en Juan 3 vemos a Nicodemo en las tinieblas de la confusión; en Juan
7.45–53 le vemos en la aurora de la convicción, dispuesto a darle a Cristo una
debida atención; y en Juan 19.38– 42 vemos a Nicodemo en la luz del día de la
confesión, identificándose abiertamente con Cristo.
4
Hay dos secciones en este
capítulo: (1) El ministerio de Cristo a la samaritana (4.1–42), y (2) el
milagro de Cristo al noble (4.43–54). En cierto sentido, ambas experiencias
involucraron milagros; porque la transformación de esta pecadora fue tan
maravillosa como la sanidad «a distancia» del hijo del noble.
I. EL MINISTERIO DE CRISTO A LA SAMARITANA (4.1–43)
Los samaritanos eran «mestizos»,
parte judíos y parte gentiles. Como tales, los judíos los consideraban
proscritos y los despreciaban. Tenían su propio sistema religioso en Samaria
que competía con las demandas de los judíos (Véanse 4.20–24) y creían en la
venida del Mesías (4.25). A Jesús «le era necesario pasar por Samaria» (v. 4)
debido a que Dios había planeado que esta mujer pecadora se encontrara con Él y
hallara el agua de vida. En la entrevista que se registra vemos las diferentes
etapas que la mujer atravesó para llegar a creer en Cristo.
A. «TÚ, SIENDO JUDÍO» (VV. 1–9).
Que un rabí judío le pidiera un
favor a una mujer, especialmente una samaritana, la sorprendió. Ella veía en
Jesús nada más que a un judío con sed. El pecador está ciego a Cristo y se
interesa más en los asuntos de la vida (como sacar agua) que en las cosas de la
eternidad.
B. «¿ERES TÚ MAYOR QUE NUESTRO PADRE JACOB?» (VV. 10–15).
En el versículo 10 Jesús le dice
que ignoraba dos cosas: el don de Dios (la salvación) y la identidad del
Salvador en su presencia. Jesús le habla del agua viva, agua de vida, pero ella
lo entiende literalmente. ¡Qué típico del pecador que confunde lo físico y lo
espiritual! Nicodemo pensó que Jesús hablaba del nacimiento físico (3.4), e
incluso los discípulos pensaron que Él hablaba del alimento literal más tarde
(4.31–34). Jesús destaca que las cosas del mundo no satisfacen y los hombres
sin Cristo siempre «volverán a tener sed». La parábola en Lucas 16.19–31 lo
deja bien en claro: el rico que bebía sediento los placeres físicos de esta
vida tuvo sed de nuevo cuando se halló en el Hades. Jesús promete que el agua
de vida brotará dentro del corazón y siempre nos refrescará y mantendrá satisfechos:
y la mujer, todavía confundida, pidió de esa agua. Fue una respuesta emocional
y superficial.
C. «TÚ ERES PROFETA» (VV. 16–24).
Después que manifestó su interés
en el agua viva (a pesar de su confusión), la mujer se vio enfrentando sus
pecados. La orden de Cristo: «Ve, llama a tu marido», tenía el propósito de
despertar su conciencia y obligarla a que afrontara sus pecados. Nadie que
esconda sus pecados se puede salvar jamás (Véanse Pr 28.13). Nótese cómo la
mujer trató de cambiar el tema de la conversación. ¡Como los pecadores de hoy
que se sienten culpables, empezó a argüir respecto a las diferencias
religiosas!
«¿Dónde debemos adorar?» «¿Cuál es
la verdadera religión?» Jesús destacó que lo importante es conocer al Padre y
esto únicamente se puede hacer mediante la salvación, y la salvación viene de
los judíos. Ahora Jesús la llevó frente a frente a sus pecados, su deseo de
satisfacción y al vacío de su propia vida religiosa.
D. «ESTE ES EL SALVADOR DEL MUNDO, EL CRISTO» (VV. 25–42).
Sus ojos se abrieron a la Persona
de Cristo y sobre la autoridad de su Palabra creyó en Él y recibió la
salvación. Demostró su fe al dar testimonio público a la gente del pueblo (y
ciertamente conocían su carácter); y ellos también llegaron a confiar en Él.
Nótese el testimonio final de estos creyentes: «Este es el Salvador del mundo,
el Cristo».
Es interesante notar la conducta
de los discípulos en este capítulo. Están más preocupados respecto al alimento
físico que al espiritual. Cristo estaba cansado (v. 6) y con sed, y seguro que
con hambre; pero Él puso las cuestiones espirituales por encima de la comodidad
física. Mientras los discípulos fueron a comprar qué comer (algo bueno), Cristo
estaba ganando almas (algo mucho mejor). Los discípulos al llegar a Samaria tal
vez dijeron: «Nunca podremos ganar a nadie aquí. Esta gente es dura de corazón
y enemiga de nuestro pueblo». Pero Cristo les dijo que miraran los campos que
ya estaban blancos para la siega. Les recordó que todo el pueblo de Dios debe
trabajar unido en el campo, algunos para sembrar, otros para cosechar. Es Dios
el que da el crecimiento (1 Co 3.5–9).
Pudiéramos notar el ejemplo que
Cristo dio como ganador de almas. No permitió que los prejuicios personales o
las necesidades físicas le estorbaran. Trató a la mujer en forma amistosa y no
la forzó a ninguna decisión. Guió la conversación con sabiduría y permitió que
la Palabra hiciera efecto en su corazón. Se relacionó con ella en forma privada
y con cariño le presentó el camino de salvación. Captó su atención al hablarle
de algo común y a la mano como el agua y la usó a fin de ilustrar la vida
eterna.
(De la misma manera, en el fresco
de la noche, a Nicodemo le habló del viento.) No evadió hablar del pecado, sino
que la enfrentó a su necesidad.
II. EL MILAGRO DE CRISTO PARA EL NOBLE (4.43–54)
Este es la segunda de las siete
señales en Juan. Esta señal muestra cómo se salva la persona y los resultados
que siguen (véanse las notas introductorias a Juan). Las primeras dos señales
ocurrieron en Caná de Galilea. Convertir el agua en vino ilustra que la
salvación es por medio de la Palabra. La curación del hijo en este capítulo
muestra que la salvación es por fe.
El hijo iba a morir y estaba en
Capernaum, como a treinta kilómetros de Caná. El hombre quería que Cristo fuera
con él, porque no creía que podría curar al muchacho a la distancia (Véanse una
reacción similar en Marta, en 11.21). Jesús no fue con el hombre, sino que en
lugar de eso pronunció las palabras: «Ve, tu hijo vive» (v. 50). ¡El hombre
creyó a la Palabra!
Al hombre le hubiera llevado
solamente dos o tres horas regresar a su casa, sin embargo el versículo 52
(«ayer») indica que se quedó en Caná un día entero. El muchacho sanó a la una
de la tarde y el padre llegó a su casa al día siguiente. Esto demuestra que
tuvo fe real en la palabra de Cristo, porque no se apresuró a regresar a su
casa para ver lo que había pasado. De esta manera nos salvamos: al poner
nuestra fe en la Palabra de Dios. «Cristo lo dijo, yo lo creo; ¡y eso lo
resuelve!» Es evidente que el noble se quedó en Caná, atendió algunos de sus
asuntos y luego regresó a su casa al día siguiente. Tuvo «gozo y paz en el
creer» (Ro 15.13), porque su confianza estaba solamente en la palabra de
Cristo. No se sorprendió cuando sus criados le dijeron: «Tu hijo vive».
Simplemente les preguntó cuándo sucedió la curación y verificó que fue a la
hora en que Cristo había dicho la palabra.
El resultado: toda su familia
confió en Cristo. «La fe viene por el oír; y el oír por la Palabra de Dios (Ro
10.17).
En el versículo 48 Jesús da la
razón básica por la cual las personas no creen: quieren ver señales y experimentar
maravillas. Tenga presente que Satanás es capaz de realizar señales y milagros
para engañar (2 Ts 2.9, 10). Si su salvación se basa en sensaciones,
sentimientos, sueños, visiones, voces o cualquier otra evidencia carnal, usted
se halla en terreno peligroso. Es la fe en la sola Palabra de Dios que nos da
la seguridad de la vida eterna (Véanse 1 Jn 5.9–13).
5
Como muchos otros capítulos de
Juan, aquí tenemos un mensaje basado en un milagro (5.17–47).
I. EL MILAGRO: LA SALVACIÓN ES POR GRACIA (5.1–16)
Esta señal completa los tres
milagros que muestran cómo se salva una persona. La primera (el agua hecha
vino) muestra que la salvación es por medio de la Palabra de Dios. La segunda
(la curación del hijo del noble) muestra que la salvación es por fe. Este
tercer milagro demuestra que la salvación es por gracia. Este hombre estaba en
una condición deplorable. Debido a su pecado pasado (Véanse v. 14) llevó su
aflicción por treinta y ocho años. Estaba rodeado de personas atribuladas, las
cuales ilustran la triste condición del inconverso; impotentes (sin poder, Ro
5.6), ciegos, cojos (incapaces de caminar correctamente, Ef 2.1–3), paralíticos
y esperando que algo les ocurra (sin esperanza, Ef 2.12). Si estas personas
pudieran meterse en el agua cuando el ángel viene, podrían sanar; pero ¡no
tienen el poder para lograrlo! Como el pecador hoy; si pudiera guardar la
perfecta ley de Dios, podría ser salvo; pero es incapaz de hacerlo.
Sin embargo, vemos la gracia de
Dios obrando. «Betesda» (v. 2) significa «casa de misericordia, o de gracia», y
eso es lo que llegó a ser para este hombre. ¿Qué significa «gracia»? Significa
bondad para quienes no se la merecen. Jesús vio una multitud de enfermos, ¡pero
escogió solamente a un hombre y lo sanó! Este hombre no era más merecedor que
los demás, pero Dios lo escogió. Es un cuadro hermoso de la salvación y de cómo
debe humillarnos saber que hemos sido escogidos «en Él» y no debido a nuestros
méritos, sino por su gracia (Ef 1.4). Lo que Cristo dice en 5.21 se aplica
aquí: «Él da vida» a los que quiere. No podemos explicar la gracia de Dios (Ro
9.14–16), pero si no fuera por ella nadie podría ser salvo (Ro 11.32–36).
Nótese otros puntos: Habían cinco
pórticos y en la Biblia cinco es el número de la gracia; y el estanque estaba
cerca de la puerta de las ovejas, lo cual habla de sacrificio. El Cordero de
Dios tenía que morir antes de que la gracia de Dios se derramara sobre los
pecadores. Cristo sanó al hombre en el sabbat, probando así que la ley no tenía
nada que ver con la sanidad. No somos salvos por guardar la ley. Él sanó al
hombre por sí mismo, porque la salvación es sólo por Cristo. El hombre se
quejó: «No tengo quien» (v. 7), pero aun cuando hubiera tenido una docena de
hombres que le ayudaran no hubieran podido hacer por él lo que Jesús hizo. El
pecador perdido no necesita ayuda; necesita sanidad.
El hombre se fue al templo, tal
vez a adorar (Hch 3.1–8), y testificó públicamente que Cristo lo había sanado
(v. 15). No hay evidencia de que este hombre haya confiado en Cristo para
salvación.
Cuando Jesús sanó en el sabbat,
comenzó el odio y la oposición de los líderes religiosos. Este conflicto
empeoró y finalmente condujo a la crucifixión de Cristo.
II. EL MENSAJE: CRISTO ES IGUAL AL PADRE (5.17–47)
A. LA TRIPLE IGUALDAD DE CRISTO CON EL PADRE (VV. 17–23).
Sanar al hombre en el día de
reposo era contrario a la tradición judía, de modo que los judíos persiguieron
a Jesús considerando que quebrantaba la ley. En la primera parte de su mensaje
les mostró que Él es igual al Padre de tres maneras:
(1) Igual en obras (vv. 17–21). El
día de reposo del Padre se quebrantó en Génesis 3 cuando Adán y Eva pecaron.
Desde ese tiempo Dios ha estado obrando, buscando y salvando a los perdidos.
Cristo afirma que el Padre le capacitó para hacer lo que hace, y le revela su
conocimiento a Él personalmente. Sus obras (milagros) proceden del Padre,
incluyendo el milagro de levantar a los muertos.
(2) Igual en juicio (v. 22). Dios ha
entregado todo juicio al Hijo. Esto hace al Hijo igual al Padre, porque sólo
Dios puede juzgar al hombre por sus pecados. Véanse también el versículo 27.
(3) Igual en honor (v. 23). Ningún
mortal podría atreverse a exigir que los hombres le rindan el honor que sólo
Dios merece. La gente que ignora a Cristo, pero que dice adorar a Dios está engañada.
B. LA TRIPLE RESURRECCIÓN (VV. 24–29).
(1) La resurrección de los pecadores
muertos hoy en día (vv. 24–27). Esta es una resurrección espiritual (Véanse Ef
2.1–3) y ocurre cuando los pecadores oyen la Palabra y creen. El hombre que
Cristo sanó era en realidad un muerto en vida. Cuando oyó la Palabra y creyó,
recibió nueva vida en su cuerpo. Cristo tiene vida en sí mismo, porque Él es
«la vida» (14.6) y por consiguiente puede dar vida a otros.
(2) La resurrección de vida (vv.
28–29a). Esta es la resurrección futura de los creyentes descrita en 1 Tesalonicenses
4.13–18 y 1 Corintios 15.51–58. La Biblia no enseña una «resurrección general»,
así como tampoco enseña un «juicio general». Esta «resurrección de vida» es lo
mismo que «la primera resurrección» en Apocalipsis 20.4–6.
(3) La resurrección de condenación
(v. 29b). Esta se describe en Apocalipsis 20.11–15 y tiene lugar justo antes de
que Dios haga los nuevos cielos y la nueva tierra. Todos los que hayan
rechazado a Cristo serán juzgados, no para ver si van al cielo, sino para ver
cuál será su grado de castigo en el infierno. Al infierno se le llama «la
segunda muerte», separación de Dios. Ningún cristiano jamás estará frente al
juicio ante el gran trono blanco (Jn 5.24).
C. EL TRIPLE TESTIMONIO DE LA DEIDAD DE CRISTO (VV. 30–47).
(1) Juan el Bautista (vv. 30–35). La
gente escuchó a Juan y hasta se alegró con su ministerio, pero rechazaron tanto
a él como a su mensaje. Lea 1.15–34 y 3.27–36 para ver cómo Juan condujo a la
gente a Cristo.
(2) Las obras de Cristo (v. 36).
Hasta Nicodemo admitió que los milagros de Cristo demostraban que había venido
de Dios (3.2).
(3) El Padre en la Palabra (vv.
37–47). Las Escrituras del AT son el testimonio del Padre respecto al Hijo.
Los judíos investigaban las
Escrituras pensando que sus estudios los salvarían, pero las leían con ojos
espiritualmente ciegos. Moisés escribió de Cristo y les iba a acusar en el
juicio. Rechazaron la
Palabra (v. 38); no quisieron ir a
Él (v. 40); no amaron a Dios (v. 42); no quisieron recibirle (v. 43); buscaron
el honor de los hombres y no el de Dios (v. 44); y no quisieron escuchar su
Palabra (v. 47). ¡No sorprende que no podían creer y ser salvos!
6
I. LAS SEÑALES (6.1–21)
Las primeras tres señales ilustran
cómo el hombre se salva por medio de la Palabra, por fe y por gracia. La cuarta
señal (la alimentación de los cinco mil) nos muestra que la salvación satisface
las necesidades internas del corazón. Jesús es el pan de vida. Este milagro
también nos recuerda que mientras que la salvación es del Señor y concedida
solamente por gracia, Dios todavía usa instrumentos humanos para llevar el
evangelio a los hombres. Jesús les dio del pan y de los pescados a los discípulos,
y ellos lo repartieron a la gente. «¿Y cómo oirán sin haber quien les
predique?», pregunta Pablo en Romanos 10.14. Si como el muchachito en Juan 6.9
le damos todo lo que tenemos, Él lo tomará, lo partirá y lo usará para bendecir
a otros. Las cuatro últimas señales en el Evangelio de Juan ilustran los
resultados de la salvación:
• Alimentación de los cinco mil
(6.1–14): La salvación trae satisfacción
• La tormenta se calma (6.15–21):
La salvación trae paz
• Sanidad del ciego (9.1–7): La
salvación trae luz
• Resurrección de Lázaro
(11.34–46): La salvación trae vida
Jesús no iba a ser Rey de un grupo
de personas interesadas sólo en llenar sus estómagos (Véanse v. 26). Despidió a
la multitud y envió a los discípulos al otro lado del mar, sabiendo plenamente
de antemano que la tormenta se avecinaba. Cuán similar a la iglesia de hoy:
estamos bregando contra las tormentas de Satanás, pero nuestro Señor está
orando por nosotros en el monte y un día vendrá para traernos paz. Nótese
también que la barca de manera milagrosa llegó a su destino cuando Cristo subió
a bordo. La salvación trae paz al corazón, paz con Dios (Ro 5.1) y la paz de
Dios (Flp 4.4–7).
II. EL SERMÓN (6.22–65)
En los versículos 22–31 tenemos el
escenario del sermón. La gente interesada en la comida siguió a Cristo al otro
lado del mar hasta Capernaum y le halló en la sinagoga (v. 59). Él reveló los
motivos superficiales, carnales, de ellos (vv. 26–27) y cómo ignoraban lo que
quiere decir ser salvos por fe (vv. 28–29). Así como Él, por gracia, les
alimentó con pan y todo lo que tuvieron que hacer fue recibirlo, de la misma
forma Él quería darles vida eterna, pero ellos pensaron que debían ganársela.
En el versículo 30 los judíos lanzaron un reto a Jesús: «¡Muéstranos una
señal!» Le recordaron la manera en que Moisés les dio pan (maná) del cielo para
alimentarlos (Véanse Éx 16); y Jesús lo usó como base para su sermón. Hay tres
divisiones del sermón, cada una seguida por una reacción de la multitud.
A. REVELA SU PERSONA: EL PAN DE VIDA (VV. 32–40).
¡Esta afirmación de que Él era el
mismo Hijo de Dios fue audaz! El Pan de Dios es una Persona del cielo (v. 33) y
da vida, no sólo a los judíos (como Moisés hizo), ¡sino a todo el mundo! La
manera en que se recibe este Pan es viniendo y tomándolo; y este Pan dará vida
no sólo para hoy, sino también vida en el futuro en la resurrección. Nótese la
reacción de los judíos (vv. 41–42) que negaron su deidad.
Jesús dijo que Dios era su Padre
(v. 32), pero ellos dijeron que era José (v. 42). Es interesante comparar el
maná con Jesucristo:
(1) Vino del cielo por la noche;
Cristo vino del cielo cuando el hombre estaba en tinieblas.
(2) Caía como el rocío; Cristo vino
nacido del Espíritu de Dios.
(3) La tierra no lo contaminaba;
Cristo fue sin pecado, separado de los pecadores.
(4) Era pequeño, redondo y blanco,
sugiriendo la humildad, la eternidad y la pureza de Cristo.
(5) Era de sabor dulce; Cristo es
dulce para los que confían en Él.
(6) Debía recogerse y comerse; Cristo
debe recibirse y la persona se apropia de Él por fe (1.12–13).
(7) Vino como un regalo; Cristo es el
regalo de Dios al mundo.
(8) Había suficiente para todos;
Cristo es suficiente para todos.
(9) Si usted no lo recogía, lo
pisaba; si usted no recibe a Cristo, lo rechaza y lo pisotea (Véanse Heb 10.26–31).
(10) Era el alimento en el desierto;
Cristo es nuestro alimento en este peregrinaje al cielo.
B. REVELA EL PROCESO DE LA SALVACIÓN (VV. 43–52).
El pecador perdido no busca a Dios
(Ro 3.11), de modo que la salvación tiene que empezar con Dios. ¿Cómo Dios
atrae a las personas a Cristo? Él usa la Palabra (v. 45). Lea 2 Tesalonicenses
2.13–14 con cuidado y verá una clara descripción de lo que Cristo quiere decir
por «atraer a los hombres».
Comer el pan terrenal sostiene la
vida por un tiempo, pero la persona al fin de cuentas morirá. Recibir el Pan
espiritual (Cristo) le da a uno vida eterna. Cristo sin ambages afirma en el
versículo 51 que Él dará su carne por la vida del mundo. Los judíos se
rebelaron contra esto (v. 52) debido a que comer carne humana era contrario a
la ley judía. Como Nicodemo, confundían lo físico con lo espiritual.
C. REVELA EL PODER DE LA SALVACIÓN (VV. 53–65).
¿Qué quiso decir Jesús al declarar
que debemos «comer» su carne y «beber» su sangre? No estaba hablando en
términos literales. En el versículo 63 claramente dice: «La carne para nada
aprovecha».
¿Qué da vida? «El espíritu es el
que da vida» (v. 63). «Las palabras que yo os he hablando son espíritu y son
vida». En otras palabras, una persona come la carne de Cristo y bebe su sangre,
o sea, participa de Cristo y le recibe al recibir la Palabra según el Espíritu
la enseña. Cristo no está hablando del pan y la copa de la Cena del Señor, ni
de ningún otro rito religioso. La Cena del Señor todavía ni siquiera se había
instituido y cuando lo fue, Jesús afirmó que era un recordatorio. No imparte
vida. Decir que alguien recibe vida eterna al comer el pan o beber de la copa
es negar la gracia de Dios en la salvación (Ef 2.8, 9).
Jesús es la Palabra de Vida (Jn
1.1–4) y fue «hecho carne» por nosotros (1.14). La Biblia es la Palabra de Dios
escrita. Cualquier cosa que la Biblia dice respecto a Jesús, también lo dice en
cuanto a sí misma. Ambos son santos (Lc 1.35; 2 Ti 3.15); ambos son verdad (Jn
14.6; 17.17); ambos son luz (Jn 8.12; Sal 119.105); ambos dan vida (Jn 5.21;
Sal 119.93); ambos producen el nuevo nacimiento (1 Jn 5.18; 1 P 1.23); ambos
son eternos (Ap 4.10; 1 P 1.23); ambos son poder de Dios (1 Co 1.24; Ro 1.16).
La conclusión es obvia: cuando usted recibe la Palabra en su corazón, recibe a Cristo.
«Comemos de su carne» al participar de la Palabra de Dios. «Yo soy el pan
vivo», dijo Jesús en el versículo 51; y en Mateo 4.4 dijo que: «No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Pedro
captó el significado del sermón, porque en Juan 6.68 dijo: «¿A quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna».
La gente se ofendió con la
doctrina (v. 61) y ya no quería andar con Cristo. Esta es la Crisis # 1 en el
Evangelio de Juan (Véanse el bosquejo sugerido del Evangelio de Juan).
III. EL CEDAZO (6.66–71)
Es la Palabra de Dios revelando a
la Persona de Cristo lo que separa lo verdadero de lo falso. La multitud,
deseando pan para el cuerpo rechazó al Pan de vida para el alma. Pedro y diez
de los discípulos afirmaron su fe en Cristo. Su fe vino por el oír la Palabra
(Ro 10.17). Judas, sin embargo, era un impostor y al fin traicionó a Cristo.
(Nótese: la palabra «discípulos» en el v. 66 no se refiere a los doce
apóstoles, sino a los «seguidores» en la multitud.)
7
Ahora avanzamos a la segunda
sección: El período de conflicto. Los líderes judíos habían visto las señales
de Cristo y oído sus sermones; ahora empezaban a oponérsele. Revise estos
versículos para ver la oposición: 7.1, 19, 23, 30, 32, 44; 8.6, 37, 48, 59;
9.22, 34; 10.20, 31–33, 39; 11.8, 16, 46–57; 12.10.
I. ANTES DE LA FIESTA: DUDA (7.1–9)
La Fiesta de los Tabernáculos se
celebraba a los quince días del séptimo mes (entre septiembre y octubre), y
duraba ocho días (véanse Lv 23.34–44; Dt 16.13–16; Nm 29.12–40). Era un
recordatorio del tiempo cuando Israel vivió en cabañas durante su peregrinaje
por el desierto. Éxodo 23.16 indica que era también una Fiesta de la Cosecha,
una de las tres fiestas anuales a las que todo judío varón debía asistir (Dt
16.16).
Los «hermanos» de Cristo aquí son
sus medio hermanos, los hijos de María y José. Jesús fue el «primogénito» de
María (Lc 2.7), lo que indica que tuvo otros hijos; véanse también Marcos
3.31–35 y Mateo 13.55–56. A estos hermanos nunca se les llama «primos» del Señor,
como algunos lo hacen tratando de defender la enseñanza de la perpetua
virginidad de María. Los hermanos de Cristo no creían en Él en este tiempo, si
bien Hechos 1.14 indicará más tarde que después de su resurrección ellos le
recibieron. El Salmo 69.8–9 predecía su incredulidad y es otra prueba de que
María en efecto tuvo otros hijos.
Cristo vivía de acuerdo al
programa de Dios para su vida. Los inconversos puede ir y venir como quieran,
pero el hijo de Dios debe permitirle al Señor que lo dirija. ¡Qué triste que
los hermanos de Cristo dejaron al Salvador atrás para asistir a una fiesta
religiosa!
II. EN MEDIO DE LA FIESTA: DEBATE (7.10–36)
La alimentación de los cinco mil y
la curación del paralítico (5.1–9; Véanse 7.23) había despertado el interés de
la multitud. Debido a que Jesús sanó al hombre en el sabbat, los judíos dijeron
que Él no venía de Dios. Le dijeron que estaba poseído por los demonios (v. 20)
e incluso hablaron de matarlo; pero la hora de Dios todavía no había llegado
(v. 30). En esa fiesta los judíos debatieron cinco temas diferentes con Jesús:
A. SU CARÁCTER (VV. 10–13).
Algunos decían que era «bueno»,
otros que era un «engañador». ¿Por qué estaban tan confundidos? Debido a que
temían a los líderes judíos. «El temor del hombre pondrá lazo», advierte
Proverbios 29.25. El carácter de Cristo era tan inmaculado que cuando al final
lo arrestaron tuvieron que conseguir falsos testigos para que testificaran en
su contra. Pilato, Judas y hasta un soldado romano, todos reconocieron que Él
nunca cometió ninguna falta.
B. SU DOCTRINA (VV. 14–18).
Los judíos se asombraron del
conocimiento espiritual de Cristo, porque Él nunca había asistido a sus
escuelas o estudiado con algún rabí. La educación es una bendición, pero es
mejor que Dios nos enseñe a tomar prestadas las ideas de los hombres. Las
doctrinas de Cristo vienen del cielo; las enseñanzas de los hombres vienen de
su mente entenebrecida. Pablo nos advierte en contra de «la falsamente llamada
ciencia» (1 Ti 6.20; Véanse Col 2.8). Juan 7.17 indica que el secreto para
aprender la verdad de Dios es una disposición a obedecer. F.W. Robertson dijo:
«La obediencia es el órgano del conocimiento espiritual».
C. SUS OBRAS (VV. 19–24).
Pretendían defender la ley al
acusarlo de trabajar en el día de reposo; pero mostraron que su deseo de
matarlo era contrario a la misma ley que reverenciaban. ¡Qué inconsistente son
las personas que se oponen a Cristo y rechazan su Palabra! Un hombre se puede
circuncidar en el sabbat, ¡pero no se puede sanar! Como muchos en la
actualidad, eran superficiales, juzgando por las apariencias y no por la verdad.
D. SU ORIGEN (VV. 25–31).
El versículo 27 no es una
contradicción del 42. Los judíos sabían dónde nacería el Mesías, pero también
sabían que su nacimiento sería sobrenatural (Is 7.14). En otras palabras, no
sabrían de dónde sería Él (Véanse v. 28). El registro señala que Cristo nació
de la virgen María, pero los judíos no querían creerlo. Juan 8.41 sugiere que
acusaron a Jesús de haber nacido en pecado; la condición de María antes de que
se casara con José fue tal vez lo que hizo que la gente dijera esto. En los
versículo 28–29 Jesús afirma que el Padre lo envió y que si ellos conocieran al
Padre, conocerían también al Hijo.
E. SU ADVERTENCIA (VV. 32–36).
El «todavía un poco de tiempo» de
que Cristo habló duró alrededor de seis meses. Es importante que la gente
busque al Señor «mientras puede ser hallado» (Is 55.6). Muchos pecadores que
rechazan a Cristo hoy lo buscarán mañana y Él se habrá ido de ellos (Pr
1.24–28). Los judíos ignoraban la verdad espiritual y pensaban que Él estaba
hablando respecto a que los judíos serían esparcidos por todas las naciones.
Como no estaban dispuestos a obedecer la verdad, no podían conocer la verdad;
discutieron con Cristo y perdieron sus almas.
III. EL ÚLTIMO DÍA DE LA FIESTA: DIVISIÓN (7.37–53)
El séptimo día de la fiesta era un
gran día de celebración. (El octavo día era de «solemne asamblea»: Lv 23.36; Véanse
Nm 29.35.) Cada mañana de la fiesta, a la hora del sacrificio, los sacerdotes
sacaban agua en una vasija dorada del estanque de Siloé y la llevaban al templo
para derramarla. Esto conmemoraba la maravillosa provisión de agua que Dios les
dio a los judíos en el desierto. Este día séptimo era conocido como «El gran
hosanna» y era el clímax de la fiesta. No se requiere gran imaginación para
captar lo que debe haber ocurrido cuando Jesús exclamó: «Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba» (v. 37), mientras los sacerdotes derramaban el agua. Cristo
era la Roca de la cual fluyeron las aguas (Éx 17.1–7; 1 Co 10.4). Fue golpeado
en la cruz para que el Espíritu de vida se pudiera dar y satisfacer a los
pecadores sedientos. En la Biblia el agua para la limpieza simboliza la Palabra
de Dios (Jn 13.1–17; 15.3); el agua para beber representa al Espíritu de Dios
(Jn 7.37–38).
En lugar de prestar atención a la
invitación de gracia para venir, la gente se puso a discutir y hubo división
entre ellos. Algunos creyeron en Él, otros le rechazaron (véanse Mt 10.31–39 y
Lc 12.51–52).
Los soldados no pudieron arrestarlo
porque su palabra penetró en sus corazones (v. 46). Debido a que los líderes
judíos rechazaron a Cristo, cerraron la puerta de la salvación a otros, porque
estos siguieron su mal ejemplo (Mt 23.13).
Nicodemo entra en el cuadro de
nuevo y esta vez le vemos defendiendo los privilegios legales de Cristo. En
Juan 3 estaba en las tinieblas de confusión; pero aquí experimentaba la aurora
de la convicción; dispuesto a darle a Cristo una debida atención. Por ello
Nicodemo descubrió la verdad, porque una disposición de obedecer la Palabra es
el secreto para aprender la verdad de Dios (v. 17). En Juan 19 vemos a Nicodemo
a la luz del día de la confesión, identificándose abiertamente con Cristo.
¿Cómo llegó a tomar tal decisión?
Estudió la Palabra y le pidió a Dios que le enseñara. Los dirigentes le
dijeron: «¡Escudriña y ve!», y eso fue exactamente lo que hizo. Cualquiera que
lee y obedece la Palabra de Dios saldrá de la oscuridad y entrará en la
maravillosa luz de Dios.
8
Este capítulo muestra a Cristo en conflicto
con los líderes judíos y presenta una serie de contrastes importantes.
I. LUZ Y TINIEBLAS (8.1–20)
Los escribas y fariseos trajeron a
la mujer a Jesús, en el atrio de las mujeres, en la sección del tesoro del
templo (v. 20). Su motivo era tentarlo (v. 6) y obligarlo a que enfrentara un
dilema. Si dejaba libre a la mujer, violaba la Ley de Moisés (Lv 20.10; Dt
22.22); si decía que la apedrearan, no podría decir que perdonaba pecados.
Arthur Pink sugiere que Cristo escribió con el dedo en tierra dos veces para recordarles
las dos tablas de la ley, escritas con el dedo de Dios (Éx 31.18; 32.15–18;
34.1). Los judíos pecaron y Moisés rompió contra el suelo las primeras tablas
de piedra; pero Dios perdonó su pecado, hizo provisión para los sacrificios de
sangre y les dio otras dos tablas de piedra. Cristo murió por los pecados de
esta mujer y pudo perdonarla.
La gran declaración YO SOY del
versículo 12 sigue a este incidente. Como luz del mundo Cristo afirmaba ser
Dios, porque Dios es luz (1 Jn 1.5). Las tinieblas hablan de muerte, ignorancia
y pecado; la luz habla de vida, conocimiento y santidad. La luz reprende al
pecado (Jn 3.20). El pecador perdido vive en tinieblas (Ef 2.1–3; 4.17–19; 5.8)
y pasará la eternidad en tinieblas (Mt 25.30) si rechaza a Cristo. Los judíos,
en lugar de someterse a Cristo, ¡discutieron con Él en el templo!
II. EL CIELO Y LA TIERRA (8.21–30)
Hay dos nacimientos: el de arriba,
nacer de nuevo por el Espíritu de Dios, y el de este mundo, nacer de la carne.
Y hay dos maneras de morir: el pecador muere en sus pecados, pero el creyente
muere en el Señor (Ap 14.13). La fe en Jesucristo hace la diferencia.
Jesús les dijo a los judíos que Él
vino del cielo; el Padre le envió (v. 26), le enseñó (v. 28) y estaba siempre
con Él (v. 29). El Padre abandonó a su Hijo sólo cuando Cristo fue hecho pecado
por nosotros en la cruz. En el versículo 28 Cristo habló de «ser levantado», lo
cual, por supuesto, significa la crucifixión. Él le mencionó esto a Nicodemo en
3.14–16 y lo mencionaría de nuevo en 12.32–34.
III. LIBERTAD Y ESCLAVITUD (8.31–40)
A los judíos que creyeron (v. 30)
se les amonestó a que demostraran su fe mediante su fidelidad. La fe en Cristo
lo hace a uno hijo de Dios, pero permanecer en la Palabra y conocer la verdad
(y vivirla) lo hace a uno un verdadero discípulo del reino. Cristo está
hablando acerca de la esclavitud y libertad espiritual, no de la física o
política. El pecador perdido está en esclavitud a sus deseos y pecados (Tit 3.3),
a Satanás y al mundo (Ef 2.1–3). Al recibir la verdad en Cristo, ¡los esclavos
reciben libertad!
Los oponentes de Jesús, desde
luego, apelaron a sus ventajas humanas: «¡Somos hijos de Abraham!» Le dijeron
lo mismo a Juan el Bautista (Mt 3.8–9). Jesús hizo una distinción entre la simiente
carnal de Abraham (v. 37) y sus hijos espirituales (v. 39). Pablo hace la misma
distinción en Romanos 2.28, 29; 4.9–12; 9.6 y Gálatas 4.22–29.
La gente rechaza a Jesús porque
confunden lo físico con lo espiritual. Jesús le habló a Nicodemo respecto al
nacimiento espiritual, pero él le preguntó acerca del nacimiento físico (Jn
3.4). Cristo le ofreció vida eterna (agua viva) a la mujer junto al pozo, pero
ella hablaba del agua física (4.15). La salvación es una experiencia espiritual
y el nacimiento humano no tiene nada que ver con ella.
IV. HIJOS DE DIOS E HIJOS DE SATANÁS (8.41–47)
La Biblia habla de cuatro
diferentes clases de «hijos espirituales». Por naturaleza nacemos como hijos de
ira (Ef 2.3); cuando alcanzamos la edad de la responsabilidad y pecamos deliberadamente,
nos convertimos en hijos de desobediencia (Ef 2.2). Cuando ponemos nuestra fe
en Cristo, llegamos a ser hijos de Dios (Jn 1.12). Pero la persona que al final
rechaza al Salvador y prefiere la auto-justificación (el sustituto del diablo)
llega a ser un hijo del diablo (Véanse Mt 13.24–30, 36–43, donde los hijos del diablo
se describen como cristianos falsificados). Jesús destacó las características
de los hijos del diablo:
A. No le dan lugar a la Palabra de Dios (v. 37).
B. Confían en la carne: nacimiento humano,
buenas obras (v. 39).
C. Aborrecen a Cristo y tratan de matarlo (vv.
40,44).
Satanás es homicida y sus hijos lo
imitan.
D. No aman a Cristo ni las cosas de Cristo (v.
42).
E. No comprenden la Palabra: Satanás los ciega
(v. 43).
F. Son mentirosos y aman la mentira más que la
verdad (v. 44).
G. No oyen la Palabra de Dios; la detestan (v.
47).
Recuerde, estos «hijos del diablo»
no eran gente groseramente inmoral; eran gente religiosa, justa en su propia
opinión y que rechazaron a Cristo. Satanás arrastra a muchas personas hoy en
día a una forma de piedad externa que no tiene el poder del evangelio y sin
embargo piensan que son realmente salvas y que van a ir al cielo.
V. HONOR Y DESHONRA (8.48–59)
Dios honra a su Hijo, pero los
hombres justos en su propia opinión lo deshonran. Le deshonran verbalmente al
llamarle samaritano y al acusarle de tener un demonio. (Según los judíos, los samaritanos
eran la escoria de la tierra.) Jesús les dijo que Abraham vio su día y se
regocijó. ¿Cómo pudo Abraham ver el día de Cristo? Por fe (Heb 11.8–16). Vio un
destello de su obra redentora cuando ofreció a Isaac sobre el altar (Gn 22).
Dios le comunicó muchos secretos a su amigo Abraham debido a su fe y obediencia
(Gn 18.16–22).
Cuando la brillante luz de la
Palabra de Dios resplandece en los corazones, los hombres deben aceptarla y ser
salvos o rechazarla y perderse. ¡Observe cuánto odiaban a Cristo estos
religiosos judíos y procuraban matarle! Esto en verdad probaba que eran hijos
de Satanás, el homicida. Jesús afirmó ser Jehová Dios cuando dijo: «Antes que
Abraham fuese, YO SOY» (Véanse v. 58; también Éx 3.14). En el versículo 24
también dijo: «Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis».
En el versículo 28 dijo: «Cuando hayáis levantado [en la cruz] al Hijo del
Hombre, entonces conoceréis que yo soy». La mentira de Satanás es que
Jesucristo no es el Hijo de Dios (véanse 1 Jn 2.22; 4.1–3). Es imposible honrar
a Dios y al mismo tiempo deshonrar al Hijo (5.23).
9
Este capítulo presenta el sexto de
los siete milagros especiales registrados en el Evangelio de Juan, que testifican
la deidad de Cristo (20.30–31). Las primeras tres señales muestran cómo se
salva una persona: por medio de la Palabra (el agua convertida en vino), por la
fe (la sanidad del hijo del noble) y por gracia (la curación del paralítico).
Las cuatro señales restantes muestran los resultados de la salvación:
satisfacción (la alimentación de los cinco mil), paz (aquieta la tempestad),
luz (la ración del ciego) y vida (la resurrección
de Lázaro).
I. LA CURACIÓN (9.1–7)
A. EL HOMBRE TIENE LAS CARACTERÍSTICAS DEL PECADOR PERDIDO.
(1) Estaba ciego (Ef 4.18; Jn 3.3; 2
Co 4.3–6). El inconverso, aunque sea intelectual como Nicodemo, nunca puede ver
o comprender las cosas espirituales. Véanse 1 Corintios 2.14–16.
(2) Estaba mendigando. El inconverso
es pobre a la vista de Dios, aunque tal vez sea rico a los ojos del mundo.
Mendiga por algo que satisfaga sus más profundas necesidades.
(3) Estaba impotente. No podía
curarse a sí mismo; otros no podían curarlo.
B. LA CURACIÓN MUESTRA CÓMO JESÚS SALVA AL PECADOR.
(1) Se acerca por gracia al hombre.
Cristo podía haber pasado de largo, porque era el sabbat y se suponía que debía
descansar (v. 14). Mientras que los discípulos discutían acerca de la causa de
la ceguera, Jesús hizo algo por el hombre.
(2) Irritó al hombre. Una pizca de
tierra irrita el ojo; imagínese cómo deben haberse sentido las cataplasmas de
lodo. Pero el lodo en los ojos le estimuló a ir a lavarse. Es lo mismo con la predicación
de la Palabra: irrita a los pecadores haciéndolos que se sientan culpables, de
modo que quieran hacer algo con respecto a sus pecados (Véanse Hch 2.37).
(3) Curó al hombre por su poder. El
hombre probó su fe en Cristo al obedecer a su Palabra. La «religión» hoy en día
quiere darle a los hombres sustitutos para la salvación, pero sólo Cristo puede
librar de las tinieblas del pecado y del infierno.
(4) La curación glorificó a Dios.
Todas las verdaderas conversiones son para la gloria de Dios únicamente. Véanse
Efesios 1.6, 12, 14; 2.8–10.
(5) La sanidad fue notoria a otros.
sus padres y vecinos vieron un cambio en su vida. Así es cuando una persona
nace de nuevo, otros ven la diferencia que se manifiesta en ella (2 Co 5.17).
II. LA CONTROVERSIA (9.8–34)
Los líderes religiosos habían
hecho saber que si alguno confesaba a Cristo abiertamente sería expulsado de la
sinagoga (v. 22). Esto significaba, por supuesto, perder amigos, familia y
todos los beneficios de la religión judía. Fue esta declaración la que forzó a
los padres y a los vecinos del ciego a «andar con rodeos» cuando se les
preguntó sobre la asombrosa curación. La simple confesión del hijo, en el
versículo 11, glorificó a Cristo, aunque en ese tiempo todavía no comprendía a
plenitud quién era realmente «aquel hombre que se llama Jesús». Los fariseos
atacaron a Cristo diciendo que no procedía de Dios (v. 16) y le llamaron
pecador (v. 24). El ciego curado dijo lo que sabía (v. 25) y les mostró a los
fariseos qué necio era su razonamiento (vv. 30–33). El creyente de corazón
sencillo sabe más verdad espiritual que los eruditos teólogos inconversos. (Véanse
Sal 119.97–104.) El resultado final: expulsaron de la sinagoga al hombre.
Hubiera sido fácil para el hijo
esconder su confesión y evitar de este modo la controversia, pero sin temor
alguno se quedó firme en su posición. Conocía la diferencia que Cristo había
hecho en su vida y no podía negarla. Cualquiera que ha conocido a Cristo y ha
confiado en Él lo dirá abiertamente.
III. SU CONFESIÓN (9.35–41)
El hombre no se dio cuenta
entonces, pero su lugar más seguro estaba fuera del redil de la religión judía.
Los judíos lo expulsaron, pero ¡Cristo le recibió! Como Pablo (Véanse Flp
3.1–10), este hombre «perdió su religión», pero halló salvación y fue al cielo.
Nótese con cuidado cómo este
hombre creció en el conocimiento de Cristo:
(1) «Un hombre que se llama Jesús»
(v. 11) era todo lo que sabía cuando Cristo le sanó.
(2) «Un profeta» (v. 17), así llamó a
Jesús cuando los fariseos le interrogaron.
(3) «Un varón de Dios» (vv. 31–33),
fue su conclusión acerca de quién era Jesús.
(4) «El Hijo de Dios» (vv. 35–38),
fue su confesión final y completa de fe. (Véanse 20.30–31.)
«La senda de los justos es como la
luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto», afirma
Proverbios 4.18, y el crecimiento en la «luz» de este hombre lo demuestra. Un cristiano
es alguien que tiene la luz en su corazón (2 Co 4.6) y que es la luz del mundo
(Mt 5.14). Anda en la luz (1 Jn 1) y da el fruto de la luz (Ef 5.8–9). El
«creo, Señor», del hombre fue el punto en que su vida cambió.
La misma luz que guía a una
persona puede cegar a otra (vv. 39–41). Los fariseos admitieron que podía ver y
por consiguiente eran culpables debido a que rechazaron la evidencia y no querían
recibir a Cristo. El evangelio trae diferentes reacciones de diferentes clases
de corazones: el pecador ciego recibe la verdad y ve; la persona religiosa,
justa en su propia opinión, rechaza la verdad y se enceguece más
espiritualmente. Es peligroso rechazar la luz.
10
Los sucesos de la primera mitad de
este capítulo (vv. 1–21) ocurrieron después de la expulsión del hombre que se
anota en 9.34; en tanto que la segunda mitad (vv. 22–42) tuvieron lugar dos o
tres meses más tarde. El capítulo entero está ligado por el simbolismo del
pastor y sus ovejas.
I. LA ILUSTRACIÓN (10.1–6)
Estos primeros seis versículos son
un cuadro de la relación entre el pastor y sus ovejas. El versículo 6 llama a
esto una «parábola», pero sería mejor llamarlo una alegoría. Cristo simplemente
le recuerda a la gente la manera en que actuaban los pastores y las ovejas. Más
tarde en este capítulo Él hace una aplicación más directa.
El redil en el Medio Oriente era
muy simple: una pared de piedras, tal vez de tres metros de altura, y una
abertura que servía de puerta. Los pastores de la aldea arreaban a sus ovejas
al redil al anochecer y dejaban que el portero hiciera guardia. En la mañana
cada pastor llamaba a sus ovejas, las cuales reconocían la voz de su pastor y
salían del redil. El portero (o uno de los pastores) dormía a la entrada del
redil y en realidad se convertía en «la puerta». Nada podía entrar o salir del
redil sin pasar sobre el pastor.
Cristo destaca que el verdadero
pastor entra por la puerta (v. 1), llama a sus ovejas por nombre, estas conocen
su voz (v. 3), él las guía y ellas le siguen (vv. 4–5). Los pastores falsos y
extraños, que son ladrones y salteadores, tratan de entrar al rebaño de alguna
manera solapada, pero las ovejas no los reconocen ni les siguen.
II. LA EXPLICACIÓN (10.7–21)
A. LA PUERTA (VV. 7–10).
Jesucristo es la puerta y como tal
guía a las ovejas «a entrar y a salir». El ciego del capítulo 9 fue «expulsado»
(excomulgado) por los falsos pastores debido a que confió en Jesús, pero fue
recibido por Cristo en el nuevo rebaño. El teólogo Arthur Pink destaca que en
este capítulo en realidad se habla de tres puertas y que debemos hacer una
distinción entre ellas para captar el significado completo de esta explicación:
(1) «La puerta en el redil» (v. 1).
El redil aquí no es el cielo, sino la nación de Israel (Véanse Sal 100). Cristo
vino a Israel a través del camino señalado en las Escrituras; el portero (Juan
el Bautista) le abrió la puerta.
(2) «La puerta de las ovejas» (v. 7).
Esta es la puerta que lleva a la gente fuera de su actual redil; en este caso,
el judaísmo. Cristo abrió el camino para que las multitudes dejaran su antiguo
sistema religioso y hallaran vida nueva.
(3) La puerta de la salvación (v. 9).
Las ovejas que usan esta puerta entran y salen, lo cual habla de libertad,
tienen vida eterna y disfrutan de los pastos de la Palabra de Dios. Satanás, a
través de los falsos maestros (ladrones y salteadores), quiere robar, matar y
destruir a las ovejas; pero Dios da vida abundante y cuida a las ovejas.
B. EL PASTOR (VV. 11–15).
Hay un contraste aquí entre los
fariseos (asalariados), a quienes no les importan las ovejas, y Jesucristo el
buen pastor. Los asalariados huyen y se auto-protegen cuando el enemigo viene;
pero Cristo voluntariamente da su vida por las ovejas (Véanse también Hch
20.29). Cristo, como el buen pastor, da su vida en la cruz (Sal 22); como el
gran pastor, cuida a las ovejas (Heb 13.20 y Sal 23); y como el pastor
principal vendrá otra vez en gloria por sus ovejas (Sal 24; 1 P 5.4). En el
versículo 18 habla tanto de su muerte como de su resurrección.
C. EL REBAÑO (VV. 16–21).
Las «otras ovejas» son los
gentiles que no se hallaban dentro del redil judío. Jesús debe traerlas y lo hará
mediante su voz, su Palabra. Esto vemos que ocurre en Hechos 10, cuando Pedro
fue a los gentiles y les predicó la Palabra; creyeron y se salvaron. El
versículo 16 dice: «y habrá un rebaño [la Iglesia], y un pastor [Cristo]». La Iglesia
está compuesta de judíos y gentiles que han confiado en Cristo, y hay un cuerpo,
un rebaño, y una vida espiritual común (véanse Ef 2.11–22; 3.1–13; 4.1–5).
Cristo es el buen pastor que muere
por las ovejas. (¡En el AT las ovejas morían por el pastor!) Él llama por medio
de su Palabra y los que creen entran por la puerta, salen de su redil religioso
y entran en el verdadero redil de Cristo, la Iglesia.
III. LA APLICACIÓN (10.22–42)
Dos o tres meses más tarde los
judíos todavía argüían con Jesús respecto a lo que Él había dicho. Cristo les
recalcó que ellos no eran «de sus ovejas» y por consiguiente no podían creer.
Él da aquí una hermosa descripción de los verdaderos cristianos, sus ovejas:
(1) Oyen su voz, lo que quiere decir
que oyen su Palabra y responden a ella. Los inconversos tienen muy poco o
ningún interés en la Biblia; las verdaderas ovejas viven en la Palabra.
(2) Conocen a Cristo y son conocidos
(vv. 14, 27), de modo que no seguirán a un falso pastor. Los miembros de las
iglesias que corren de un sistema religioso a otro, o de una secta a otra,
demuestran con eso que no son verdaderas ovejas.
(3) Siguen a Cristo, lo cual habla de
obediencia. Nadie tiene el derecho a reclamar ser una de las ovejas de Cristo
si vive en voluntaria, persistente y abierta desobediencia, y rehúsa hacer algo
al respecto. Así como hay falsos pastores, también hay cabritos que tratan de
pasar por ovejas. Un día Cristo les dirá: «Nunca os conocí» (Mt 7.23).
(4) Tienen vida eterna y están
seguros. Los versículos 28 y 29 declaran la maravillosa seguridad que los verdaderos
creyentes tienen en Cristo. Tenemos vida eterna, no sólo vida «en tanto y en
cuanto no pequemos».
Estamos al cuidado de Cristo y en
las manos del Padre, una seguridad doble de preservación eterna para sus
ovejas. Somos el regalo del Padre al Hijo, y el Padre no le quitará otra vez lo
que ha regalado. Las ovejas son una ilustración hermosa de los cristianos. Las
ovejas son animales limpios y los cristianos han sido limpiados de sus pecados.
Las ovejas se junta en rebaños y también los verdaderos creyentes. Las ovejas
son inofensivas y los cristianos deben ser inofensivos y sin culpa. Las ovejas
son proclives a descarriarse ¡y también nosotros! Las ovejas necesitan un
pastor para protección, guía y alimento; y nosotros necesitamos a Cristo para
protección espiritual, dirección diaria y alimento espiritual. Las ovejas son
útiles y productivas; asimismo los verdaderos cristianos. Finalmente, las ovejas
se usaban en los sacrificios; y los cristianos están dispuestos a entregarse a
sí mismos a Cristo como «sacrificios vivos» (Ro 12.1).
Los judíos demostraron su
incredulidad al tratar de matar a Jesús. Él refutó su opinión citando el Salmo
82.6. Si Dios llamó «dioses» a jueces terrenos, con seguridad ¡Él podía
llamarse a sí mismo Hijo de Dios! Cuidadoso al no ponerse en peligro
innecesario, Cristo dejó la escena; y muchos vinieron a Él y depositaron su fe
en Él. Por fe, salieron por la Puerta, abandonando el redil de la religión
judía, y entraron en la libertad y vida eterna que sólo Cristo puede dar.
11
En este capítulo se halla el
séptimo de los milagros que Juan registró. Aquí vemos la salvación descrita como
la resurrección de los muertos, dar vida a los muertos. Use su concordancia
para ver cuánto dice Juan acerca de la vida; él usa la palabra treinta y seis
veces. Lázaro representa la salvación del pecador perdido en siete maneras.
Miremos de cerca a cada una de estas.
I. ESTABA MUERTO (11.14)
La persona no salva no sólo está
enferma; está muerta espiritualmente (Ef 2.1–3; Col 2.13). Cuando alguien está
muerto físicamente, no responde a tales cosas como alimentos, temperatura o
dolor.
Cuando alguien está
espiritualmente muerto, no responde a las cosas espirituales. No tiene interés
en Dios, ni en la Biblia, ni en los cristianos, ni en la iglesia, sino hasta
cuando el Espíritu Santo empieza a obrar en su corazón. Dios le advirtió a Adán
que la desobediencia traería muerte (Gn 2.15–17): muerte física (el alma se
separa del cuerpo) y muerte espiritual (el alma se separa de Dios). Apocalipsis
20.14 llama al infierno la segunda muerte, que es la muerte eterna. Lo que
necesitan los pecadores muertos a los caminos de Dios no es educación,
medicina, moralidad o religión; lo que necesitan es nueva vida enJesucristo.
II. ESTABA PUTREFACTO (11.39)
Hay tres resurrecciones
registradas en los Evangelios, aparte de la resurrección del mismo Señor Jesús.
Cristo resucitó a una muchacha de doce años que había muerto (Lc 8.49–56), a un
joven que había estado muerto algunas horas (Lc 7.11–17) y a un hombre maduro
que había estado en la tumba por cuatro días (Jn 11). Estos presentan un cuadro
de tres clases diferentes de pecadores:
(1) La muchacha. Los niños son
pecadores, pero la corrupción abierta todavía no se ha afianzado en ellos.
(2) El joven. Los jóvenes son
pecadores cuya corrupción externa empieza a dejarse ver.
(3) El hombre maduro. Los adultos son
pecadores cuya corrupción externa definida se puede ver.
El punto es que los tres estaban
muertos. Una persona no puede estar «más muerta» que otra. La única diferencia
estriba en el grado de putrefacción. ¿No es esto cierto en los pecadores
actualmente?
El miembro moral de la iglesia no
está «putrefacto» como el vagabundo, pero de todas maneras está muerto.
III. LO RESUCITÓ Y DIO VIDA (11.41–44)
Los amigos judíos de las hermanas
pudieron nada más que condolerse y llorar; se necesitó a Cristo para que le
diera vida al hombre. ¿Cómo Cristo le dio vida? Por el poder de su Palabra. De
esta manera Él levantó de los muertos a las personas mencionadas arriba (véanse
Jn 5.24; Ef 2.1–10). ¿Por qué Cristo resucitó a Lázaro? Porque le amaba (vv. 5,
36) y porque le dio gloria a Dios (v. 4). Es por esto que nos salva. Merecemos
morir e ir al infierno, pero por su gran amor nos rescató (léanse de nuevo Ef 1.3–14;
2.1–10).
Tenga presente que la salvación no
es un conjunto fijo de reglas; es vida (Jn 3.14–21, 36; 5.24; 10.10; 1 Jn
5.10–13). Esta vida es una Persona: Jesucristo. Cuando los pecadores muertos
oyen la voz del Hijo de Dios (la Palabra) y creen, reciben vida eterna (Jn
5.25). Rechazar la Palabra es quedarse muerto para siempre.
IV. LO DESATARON (11.44)
Lázaro estaba atado de pies y
manos, y no podía librarse a sí mismo. El creyente no debe quedarse atado a los
sudarios de la vida vieja, sino que debe andar en la libertad de la vida nueva.
Léase cuidadosamente Colosenses 3.1–17 para ver cómo debe el cristiano
«despojarse» del sudario y «vestirse las vestiduras de gracia» de la vida
nueva. Es un pobre testimonio que el cristiano lleve consigo las cosas de la
vida vieja.
V. TESTIFICÓ A OTROS (11.45)
En Juan 11.45 y 12.9–11, 17, vemos
que Lázaro ¡causó gran conmoción en el área! ¡La gente le vio y creyó en
Cristo! A decir verdad, era un milagro andante, así como debe ser cada cristiano
(Ro 6.4).
La gran multitud que se reunió el
domingo de ramos no vino sólo a causa de Jesús, sino también debido a Lázaro.
En 12.11 se nos dice que por causa de Lázaro la gente confiaba en Cristo, pero
esta clase de testimonio es el privilegio y deber de cada cristiano.
VI. TUVO COMUNIÓN CON CRISTO (12.1–2)
Mirando de antemano a 12.1–2 vemos
a Lázaro sentado a la mesa con Cristo, teniendo un banquete con Él. Este es el
lugar apropiado para el cristiano que ha recibido «vida» y se le ha hecho «sentar
en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Ef 2.5, 6). Al pasar tiempo con
Cristo, Lázaro mostraba su gratitud por Su misericordia y amor. Aprendió las
lecciones de su Palabra y recibió nuevo poder para andar con Cristo y para
testificar. El milagro de la salvación nos da vida eterna, pero debemos estar
en comunión diaria con Cristo para poder crecer en la vida espiritual.
Es interesante notar que la
familia entera en Betania demuestra cómo debe ser la vida del cristiano.
A María siempre se le halla a los
pies de Jesús, escuchando su Palabra (Lc 10.38–42; Jn 11.32; 12.3).
Marta es un cuadro del servicio;
siempre se le halla atareada haciendo algo por Cristo. Lázaro habla de testimonio,
un andar diario que lleva a otros a Cristo. Estas tres prácticas deben ser
nuestra experiencia cristiana: adoración (María), trabajo (Marta) y caminar
(Lázaro).
VII. LO PERSIGUIERON (12.10–11)
Los judíos odiaban a Lázaro porque
convencía a otros de la deidad de Cristo (12.10–11). Muchos de los principales
sacerdotes eran saduceos, quienes no creían en la resurrección, y Lázaro era
una prueba viviente de que los saduceos estaban equivocados. Si Dios no hubiera
estorbado los planes de los sacerdotes, hubieran puesto una cruz adicional en
el Calvario para Lázaro. («Y también todos los que quieren vivir piadosamente
en Cristo Jesús padecerán persecución», 2 Ti 3.12.) Satanás siempre lucha
contra un milagro viviente que testifica a favor de Dios.
12
I. CRISTO Y SUS AMIGOS (12.1–11)
Mientras que los líderes judíos
tramaban cómo matar a Cristo (11.53, 57), sus amigos le honraban con una fiesta
en Betania. Marcos 14.3 indica que fue en la casa de Simón, al parecer un
leproso al que Jesús había curado. Marta servía la comida, pero esta vez no
tenía ni la distracción ni la frustración que había experimentado antes. (Véanse
Lc 10.38–42.) Había aprendido el secreto de dejar que Cristo controlara su
vida. Como ya se mencionó anteriormente, Marta representa el trabajo para
Cristo; María habla de adoración (en los Evangelios siempre se le ve a los pies
de Jesús); y Lázaro habla de nuestro andar y testimonio.
El ungüento que María usó hubiera
costado un año de salario para un obrero común. María lo había guardado para
ungir a Cristo y mostrarle su amor. ¡Cuánto mejor es mostrar el amor a las
personas antes de que mueran! Ella podía haber usado el perfume en su propio
hermano cuando murió, pero había guardado lo mejor para Cristo.
Dondequiera que se encuentra un
creyente que muestra amor para Cristo, siempre hay un crítico que se queja. El
corazón de Judas no andaba bien, y por eso sus labios pronunciaron las palabras
equivocadas. Observe cómo Cristo (nuestro Abogado, 1 Jn 2.1) defiende a María.
«Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Véanse también Zac 3, donde
Satanás acusa a Josué y el Señor le defiende.)
El ejemplo de devoción de María de
Betania es uno que debemos seguir. Ella dio lo mejor; lo dio con gran
generosidad; lo dio a pesar de las críticas; lo dio con todo amor. Cristo la
honró por su adoración (Véanse Mc 14.7) y la defendió de los ataques de
Satanás.
II. JESÚS Y LOS GENTILES (12.12–36)
Cuando Jesús nació, vinieron
gentiles del Oriente; ahora cuando su muerte se aproxima, los gentiles vienen
de nuevo. ¿Por qué los menciona Juan en este punto? Debido a que ya Israel
había desechado al Rey. Los judíos habían dicho: «¡Queremos ver señal!» (Mt
12.38); pero los gentiles dijeron: «¡quisiéramos ver a Jesús!» Felipe lleva un
nombre griego, de modo que los visitantes que querían ver a Jesús vinieron a
él; y él llevó el asunto a Andrés, quien también tenía un nombre griego.
(Nótese: cada vez que usted halla a Andrés en el Evangelio de Juan, siempre es
trayendo a alguien a Jesús; véanse 1.40–42; 6.8–9; 12.22. ¡Qué ejemplo de
ganador de almas!)
Cristo menciona a los gentiles
cuando habla de «ser levantado» en la cruz. En Mateo 10.5 y 15.24 Cristo les
había dicho a sus discípulos que evitaran a los gentiles; pero ahora dice que
los gentiles también serán salvos por medio de la cruz. Cristo es el grano de
trigo que debe morir antes de que pueda haber fruto y el mundo pueda tener la
oportunidad de ser salvo.
Cristo tenía que ser levantado
para que «todos» (v. 32) (judíos y gentiles) pudieran ser atraídos a Él.
Esto no significa todas las
personas sin excepción, sino a toda persona sin importar su raza. Cristo menciona
de nuevo «su hora» (vv. 23, 27). Se refirió primero a esto en 2.5 y de nuevo lo
menciona en 7.30; 13.1 y 17.1. Es la hora de su muerte a la que Él llama ¡la
hora de su gloria! Observe que Cristo invita a todo el mundo (v. 26). El
terreno al pie de la cruz está a nivel; ni judío ni gentiles tienen ninguna
ventaja especial. «Todos pecaron, no hay justo ni aun uno» (Ro 3.23, 10). Dios
ha condenado a todos a estar bajo pecado para que Él pudiera tener misericordia
de todos (Ro 11.32).
III. CRISTO Y LOS JUDÍOS (12.37–50)
Las últimas palabras del
ministerio público de Cristo (vv. 35–36) fueron una terrible advertencia en contra
de dejar pasar la oportunidad para la salvación. Nótese el clímax: «Estas cosas
habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos» (v. 36). En los versículos que
siguen el apóstol Juan explica por qué Cristo se ocultó y por qué los judíos se
condenaron.
Para empezar, habían rechazado la
evidencia (v. 37). La luz había estado brillando, pero rehusaron creer y seguir
la luz. Nótense los terribles resultados de rechazar continuamente la Palabra
de Cristo (vv. 37–41):
(1) No creían (v. 37) a pesar de que
veían la evidencia de su condición divina de Hijo.
(2) No podían creer (v. 39) debido a
que sus corazones se endurecieron y su ojos se cegaron.
(3) Por consiguiente, Dios dijo que
no creerían (v. 39) ¡porque habían desdeñado su gracia! Isaías 53.1 predijo su
incredulidad, e Isaías 6.10 su endurecimiento de corazón.
Nótese que Juan 12.40, que cita a
Isaías 6.10, afirma que Dios ciega los ojos y endurece los corazones de quienes
persisten en rechazar a Cristo. Este versículo se halla siete veces en la
Biblia y siempre habla de juicio: Isaías 6.10; Mateo 13.14; Marcos 4.12; Lucas
8.10; Juan 12.40; Hechos 28.26 y Romanos 11.8. Es una advertencia continua que
le recuerda al inconverso a que no tome a la ligera las oportunidades espirituales.
«Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz» (v. 36). «Buscad a Jehová
mientras puede ser hallado» (Is 55.6).
Hemos notado antes que Juan
presenta el conflicto entre la luz y las tinieblas. La luz simboliza la salvación,
la santidad, la vida; las tinieblas representan condenación, pecado, muerte.
Juan habla de cuatro clases diferentes de tinieblas:
(1) Tiniebla mental (Jn 1.5–8, 26).
Satanás ha cegado la mente de los pecadores (2 Co 4.3–6) y no pueden ver las
verdades espirituales.
(2) Tiniebla moral (Jn 3.18–21). El
inconverso ama el pecado y detesta la luz.
(3) Tiniebla judicial (Jn 12.35–36).
Si los hombres no obedecen a la luz, Dios envía tinieblas y Cristo se oculta de
ellos.
(4) Tiniebla eterna (Jn 12.46).
«Permanecer» en tinieblas es vivir en el infierno para siempre.
En los versículos 42–50 Juan cita
a Cristo y muestra por qué muchas personas rechazan la luz.
Algunos lo rechazan por el temor
al hombre (vv. 42–43). Apocalipsis 21.8 da una lista de la clase de personas
que irán al infierno y dicha lista la encabeza los que tienen temor. En el
versículo 48 Cristo afirma que rechazar la Palabra de Dios conduce a la
condenación. La salvación viene a través de la Palabra (Jn 5.24); y la misma
Biblia que los hombres rechazan hoy será una parte de la evidencia en su contra
en el juicio.
Juan cierra este capítulo con el ministerio
público de Cristo. Es un capítulo solemne. Nos recuerda una vez más que no
tengamos en poco las oportunidades espirituales. La luz no siempre brillará;
llegará el día cuando Cristo se ocultará de los que no se interesan en su
salvación o su Palabra. Proverbios 1.20–33 es una buena advertencia que
atender.
13
Contraste 1.11–12 y 12.36 con
13.1, y verá que hemos avanzado a una nueva sección del Evangelio de Juan. «A
lo suyo [el mundo] vino, y los suyos [Su pueblo] no le recibieron». Ahora Él se
aparta de su ministerio público a la nación y se reúne en privado con «los
suyos», los discípulos. Los capítulos 13 al 16 registran el ministerio de
Cristo en el «aposento alto» a los discípulos, mientras los preparaba para su
muerte y la obra que harían después de su ascensión. El capítulo 13 contiene
tres lecciones importantes para todos los cristianos.
I. UNA LECCIÓN DE HUMILDAD (13.1–5)
La acción de Jesús al lavar los
pies fue un ejemplo de humildad y servicio (v. 15). En los países del Medio
Oriente eran los esclavos los que lavaban los pies de los invitados; aquí
Cristo ocupó el lugar de un esclavo. Dejó esto en claro para sus discípulos en
los versículo 13–16: si su Señor y Maestro les había lavado los pies, deberían
también lavarse los pies unos a otros y servirse en humildad. Esto debe haber
sido un contundente reproche a los doce, porque esa misma noche ¡habían
discutido quién sería el mayor! (Véanse Lc 22.24–27).
Las acciones de Cristo en los
versículos 1–5 representan lo que hizo cuando dejó el cielo para venir a la
tierra. Se levantó de su trono, dejó a un lado la expresión externa de su
gloria, se hizo siervo y se humilló para morir en una cruz. Filipenses 2.5–11
delinea hermosamente estos pasos. Después de completar su obra de redención, se
puso sus vestidos y se sentó (v. 12), describiendo como sombra anticipada su
resurrección, ascensión a la gloria y su sentarse a la diestra del Padre.
Pedro debe haber recordado esta
lección en humildad años más tarde cuando escribió 1 Pedro 5.5, 6. Lea esos
versículos cuidadosamente. Hoy en día, demasiados cristianos están luchando por
reconocimiento y posición, y necesitan recordar esta lección de humildad. Dios
resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.
II. UNA LECCIÓN EN SANTIDAD (13.6–17)
Las palabras de Cristo a Pedro en
el versículo 8 son importantes: «Si no te lavare, no tendrás parte [comunión]
conmigo». Hay una diferencia entre unión y comunión. Pedro estaba en unión con
Cristo como uno de «los suyos» por medio de la fe, pero el pecado puede interrumpir
nuestra comunión con el Señor. Hay una diferencia entre la condición de hijos y
la comunión. Solamente en la medida en que permitimos que Cristo nos limpie
podemos permanecer en comunión con Él y disfrutar de su presencia y poder.
En el versículo 10 Cristo hace una
importante distinción entre lavar y limpieza. El versículo literalmente dice:
«El que se ha limpiado de una vez por todas y por completo, no necesita hacer
nada más que lavarse los pies». En tierra orientales la gente usaba baños
públicos; mientras caminaban por las calles polvorientas los pies se
ensuciaban. Al llegar a casa no necesitaban bañarse otra vez; necesitaban
únicamente lavarse los pies. Así es con el creyente. Cuando somos salvados, se
nos lava por completo (1 Co 6.9–11; Tit 3.5–6); cuando confesamos nuestros
pecados diariamente al Señor, se nos lava nuestros pies y se limpia nuestro
«andar» (1 Jn 1.7–9).
A los sacerdotes judíos se les
ordenaba que se bañaran por completo (Éx 29.4), lo cual es un cuadro de nuestra
limpieza de una vez por todas; pero Dios también proveyó el lavatorio (Éx
30.17–21) para que lo usaran diariamente para lavarse las manos y los pies.
Hoy, Cristo limpia a su Iglesia mediante el agua de la Palabra (Ef 5.25–26; Jn
15.3). A medida que cada día leemos la Palabra, permitimos que el Espíritu
escudriñe nuestros corazones (Heb 4.12) y luego confesamos nuestros pecados,
mantenemos nuestros pies limpios y andamos en la luz (Véanse Sal 119.9). Es
este lavamiento diario el que mantiene al creyente en comunión con Cristo. La
lección aquí no tiene nada que ver con «conseguir» o «perder» la salvación. Es
estrictamente una cuestión de comunión, de compañerismo con Cristo. Muchos creyentes
cometen la misma equivocación de Pedro (v. 9); quieren ser salvos (lavados) de
nuevo cuando todo lo que necesitan es solamente lavarse los pies.
III. UNA LECCIÓN EN HIPOCRESÍA (13.18–38)
Judas estaba en el aposento alto
pretendiendo ser de Cristo. En los versículos 10–11 Cristo dejó en claro que Él
sabía que uno de ellos no era salvo. De tanto éxito fue el engaño de Judas que
incluso los demás discípulos no se dieron cuenta de que era falso.
Cristo citó primero el Salmo 41.9
(v. 18) para mostrar que Él sería traicionado. Acababa de lavarle los pies a
Judas; ¡ahora Judas levantaría su calcañar contra Él! Sin embargo, la muerte de
Cristo en la cruz derrotaría a Satanás, quien estaba usando a Judas como su
instrumento (vv. 2, 27). Satanás primero planta el pensamiento en el corazón,
luego entra en la persona para controlar su vida. Cristo les citó a los doce
este versículo para evitar que tropezaran por la incredulidad (v. 19). El
cristiano que sabe la Palabra no se desanimará con facilidad por las derrotas
que aparecen en el camino.
En el versículo 21 Cristo les dijo
abiertamente a los discípulos que uno de ellos le iba a traicionar.
En realidad, esta declaración fue
una advertencia final a Judas. Cristo le había lavado los pies, le había citado
de la Palabra y ahora le previene sin rodeos, dándole así la oportunidad para
cambiar de opinión.
Juan, apoyado en el pecho de
Jesús, descubrió el secreto y se lo dijo a Pedro, pero es evidente que ninguno
de los hombres entendió claramente el significado de las palabras de Señor (v.
28). Es interesante notar que el cristiano que está más cerca del corazón de
Cristo es el que descubre sus secretos. Cuando Judas aceptó el pan, se rindió a
Satanás, el cual entró en él, haciéndolo un hijo del diablo (Véanse Jn 8.44).
Como el Espíritu Santo, Satanás obra en y a través del cuerpo y la voluntad del
ser humano que se rinden a él. «Era ya de noche» (v. 30), denota la oscuridad
en el corazón de Judas, y además que esta era la hora del poder de las
tinieblas (Lc 22.53).
Es peligroso que una persona sea
como Judas. En Marcos 14.21 Jesús dijo: «¡Bueno le fuera a ese hombre no haber
nacido!» Judas pretendía ser cristiano; jugueteaba con el pecado; dilató la
salvación; y cualquier persona que hace estas cosas terminará deseando nunca
haber nacido. Hay algunos misterios que rodean a Judas, pero una cosa es clara:
Judas tomó una decisión deliberada cuando traicionó a Cristo. En Juan 6.66–71
Cristo le advirtió a Judas y le llamó «un diablo». Pedro pensó que Judas era salvo,
porque dijo: «¡Nosotros creímos!» Jesús sabía que Judas nunca había creído y
por lo tanto no era salvo.
Después que Judas salió de la
habitación, Jesús le advirtió a Pedro respecto a sus propias pruebas y fracasos
que se avecinaban. Pedro había estado ansioso por descubrir el pecado de otros
(v. 24); ahora tenía que enfrentar el suyo propio. «No juzguéis, para que no
seáis juzgados» (Mt 7.1). La jactancia de Pedro mostró su falta de comprensión
de su corazón. La autoconfianza es peligrosa en la vida cristiana.
«Me seguirás después» (v. 36),
probablemente se refiere a la muerte de Pedro por causa de Jesús (Jn 21.18–19;
2 P 1.14).
14
¿Por qué se turbaron los corazones
de los discípulos? Cristo les había dicho que les iba a dejar (13.33), que uno
de ellos era un traidor y que Pedro le fallaría (13.36–38). Indudablemente esto
los perturbó a todos, porque miraban a Pedro como su líder. Jesús mismo había
revelado su carga interna (13.21), aunque es cierto que su espíritu angustiado
no era de ninguna manera igual al de la turbación que ellos sentían en su
corazón. En este capítulo Jesús procuró consolar a los doce y acallar la
turbación de sus corazones. Les dio cinco razones por las cuales tenía que
dejarlos e ir al Padre.
I. PARA PREPARAR UN LUGAR PARA ELLOS (14.1–6)
Cristo habla del cielo como un
lugar real, no meramente un estado de la mente. Él describió al cielo como un
hogar amante donde mora el Padre. «Mansiones» en el griego es en realidad
«lugares de permanencia», lo cual habla de la permanencia de nuestro hogar
celestial. El cielo es un lugar preparado para gente preparada. Cristo «el
carpintero» (Mc 6.3) está construyendo un hogar celestial para todos los que
confían en Él. Y Él regresará para recibir a los suyos. Pablo más tarde amplió
esta promesa en 1 Tesalonicenses 4.13–18. «Ausente del cuerpo, presente con el
Señor». Si Cristo hubiera permanecido en la tierra, no podría haber preparado
el hogar celestial para los suyos.
¿Cómo pueden los pecadores esperar
ir al cielo algún día? ¡Por medio de Cristo! Lea Lucas 15.11– 24, la historia
del hijo pródigo, en conexión con Juan 14.6. Como el pecador, el hijo estaba
perdido (Lc 15.24). Pero, ¡vino al Padre! (15.20). Estaba perdido, pero Cristo
es el camino; era ignorante, pero Cristo es la verdad; y estaba muerto
(espiritualmente), pero Cristo es la vida. Y llegó a la casa del Padre cuando
se arrepintió y regresó.
II. PARA REVELARLES AL PADRE (14.7–11)
Felipe parecía tener problemas con
sus ojos: quería ver. Casi sus primeras palabras en 1.46, fueron: «¡Ven y ve!»
Vio la gran multitud de Juan 6 y decidió que Jesús no podría alimentarlos
(6.7). Los griegos que vinieron a Felipe le dijeron: «Quisiéramos ver a Jesús»
(12.21). Jesús dejó bien en claro que verle a Él es ver al Padre. «Desde ahora
le conocéis, y le habéis visto» (v. 7). Es por fe que vemos al Padre, conforme
llegamos a conocer mejor a Cristo.
III. PARA CONCEDERLES EL PRIVILEGIO DE ORAR
(14.12–14)
Mientras Cristo estaba con los
discípulos Él suplió para sus necesidades (Véanse 16.22–24); ahora que
regresaba al cielo les da el privilegio de orar. Promete contestar la oración
para que el Padre sea glorificado. Orar en «su Nombre» significa orar para su
gloria, pidiendo cualquier cosa que Él mismo hubiera deseado. Las «más grandes
obras» de las que se habla en el versículo 12 se refieren a los maravillosos
milagros y bendiciones que los discípulos experimentarían, según se registran
en el libro de los Hechos (véanse Mc 16.20; Heb 2.4). Las obras que Él hace a
través de nosotros son todavía «más grandes», en el sentido de que somos
simplemente instrumentos humanos, mientras que Él es Dios encarnado ministrando
en la tierra.
IV. PARA ENVIAR AL ESPÍRITU SANTO (14.15–26)
Cristo tiene mucho que decir
respecto al Espíritu en los próximos capítulos. Aquí le llama «el Consolador»,
literalmente «Uno que está a su lado para ayudarle». La palabra «otro»
significa «otro de la misma clase», porque el Espíritu es Dios así como Cristo
es Dios. El Espíritu viviendo en los discípulos tomaría el lugar del Salvador
viviendo junto a los discípulos. También se le llama «el Espíritu de verdad».
El Espíritu usa la Palabra para convencer a los pecadores y para dirigir a los santos,
y la Palabra de Dios es verdad (17.17). El mundo no puede recibir al Espíritu
porque Él viene en respuesta a la fe.
Se ha discutido considerablemente
sobre lo que Cristo quiso decir con la expresión: «vendré a vosotros» (v. 18).
De manera literal se lee: «En realidad vengo [tiempo presente] a ustedes». Esta
declaración quizás incluye cosas: La venida de Cristo a los apóstoles después
de su resurrección; su venida en la Persona del Espíritu; y su futura venida
para llevarlos al cielo.
En los versículos 21–26 Cristo
habla de una relación más profunda que los discípulos tendrían con el Padre y
el Hijo por medio del Espíritu. Ellos pensaban que se quedarían «huérfanos» (lo
que en sentido literal quiere decir «sin consolación» en el v. 18), cuando en
realidad la ida de Jesús al Padre hacía posible una relación más profunda entre
el santo y su Salvador. Esta relación involucra la obediencia a la Palabra (v.
21) y amor por la Palabra (v. 24). Incluye también el ministerio de enseñanza
del Espíritu Santo (v. 26). El cristiano que pasa tiempo aprendiendo la Palabra
y que luego va y vive la Palabra, disfrutará de una comunión íntima y
satisfactoria con el Padre y el Hijo. El amor por Cristo no es una emoción
superficial sobre la cual hablar; significa amar y obedecer su Palabra por el
poder del Espíritu Santo. En 14.1–3 Jesús habló sobre el santo yendo al cielo
para morar con el Padre y el Hijo; pero aquí Él habla del Padre y del Hijo que
vienen a morar con el santo.
V. PARA DAR SU PAZ (14.27–31)
¡Cuánta paz necesitaban los
discípulos! La paz que Cristo da no es la del mundo, ni tampoco la da de la
manera en que el mundo la da. La paz del mundo es superficial y temporal;
mientras que la paz de Cristo yace muy profundo en el corazón, satisface y
permanecerá para siempre. El mundo ofrece paz a través de medios externos;
Cristo da paz que mora en el corazón. Los sicólogos hablan de la «paz mental»,
pero Cristo, mediante su muerte, resurrección y ascensión, da «paz con Dios»
(Ro 5.1).
Filipenses 4.4–9 bosqueja cómo el
creyente puede tener la paz de Dios. «El Padre es mayor que yo» (v. 28) se
refiere a los días de su vida terrenal. Como Hijo de Dios es igual al Padre;
como Hijo del Hombre en un cuerpo humano, fue obediente al Padre que le dio sus
palabras y obras (14.10, 24).
Al morir en la cruz y volver al
cielo, Cristo derrotó a Satanás (v. 30), quien es el autor de la confusión e
intranquilidad. Para que los discípulos no pensaran que su muerte fue una
tragedia o un error, Cristo les asegura en el versículo 31 que la cruz es una
prueba de su amor por el Padre. Él murió porque el Padre lo ordenó y por eso
vino a hacer la voluntad del Padre.
Al revisar este capítulo, observe
cuán tiernamente Cristo procura consolar a sus perplejos discípulos. Estas
palabras reconfortantes son para nosotros hoy, de modo que pidámoslas por fe.
15
Juan 14 cierra con: «Levantaos,
vamos de aquí», lo cual sugiere que los próximos dos capítulos tal vez se
pronunciaron en camino al jardín. Es probable que Cristo y sus discípulos
estaban atravesando algunos viñedos, o tal vez el templo con sus vides grabadas
y enchapadas en oro, cuando Él hizo la analogía de la vid y los sarmientos.
Este capítulo se divide en tres secciones: una parábola (vv. 1–11), un
mandamiento (vv. 12–17) y una advertencia (vv. 18–27).
I. UNA PARÁBOLA (15.1–11)
Es importante recordar que todo en
una parábola no debe significar algo. Una parábola enseña una verdad principal
e intentar hacer que una parábola «se pare sobre sus cuatro patas» es a menudo
el primer paso para interpretarla mal. La principal verdad que Cristo enseña en
esta parábola es la importancia de permanecer en Él para poder llevar fruto. La
palabra «fruto» se usa seis veces y «permanecer» por lo menos quince (pero no
siempre se traduce «permanecer»). El principal punto aquí es la comunión, el
compañerismo; no la condición de hijos.
Usar el versículo 6 para enseñar
que el cristiano pierde su salvación y va a quemarse en el infierno si no lleva
fruto es torcer el significado de la parábola. En primer lugar tal cosa
contradice la clara enseñanza de otros versículos: Juan 6.27; 10.27–29; etc.
Todavía más, nótese que la rama de la cual Cristo habla en el versículo 6 se
seca ¡después que es arrojada fuera! Si esta rama describe al cristiano que
resbala y cae y pierde su salvación, debería «secarse» primero y entonces
fallar en cuanto a llevar fruto, y luego ser echado fuera. Permanecer en Cristo
no significa mantenernos nosotros mismos salvos. Significa vivir en su Palabra
y orar (v. 7), obedecer sus mandamientos (v. 10) y mantener nuestras vidas
limpias mediante su Palabra (vv. 3–4). El cristiano que no permanece en Cristo
se vuelve como un sarmiento inútil, como la sal que pierde su sabor y no sirve
para nada. Primera Corintios 3.15 enseña que nuestras obras serán probadas por
fuego. El cristiano que no usa sus dones y oportunidades que Dios le da las
perderá (Lc 8.18; 2 Jn 8).
Ser un sarmiento en la Vid
significa que estamos unidos a Cristo y tenemos su vida. Al permanecer en Él,
su Vida fluye a través de nosotros y da fruto. Es posible que el cristiano
carnal produzca «obras», pero sólo el cristiano espiritual puede llevar fruto
que permanece. Nótese que los sarmientos fructíferos son «limpiados» (vv. 2–3)
para que lleven más fruto. Dios nos limpia por medio de la Palabra, purificándonos
para que seamos más fructíferos, lo cual ayuda a explicar por qué un cristiano
dedicado a menudo tiene que atravesar sufrimiento. A medida que los creyentes
avanzan de producir «fruto» a «más fruto» (v. 2) y a «mucho fruto» (v. 8),
glorifican al Padre. Las evidencias de la vida que permanece son: un sentido
del amor del Salvador (v. 9), obediencia a su Palabra (v. 10), oración contestada
(v. 7) y gozo (v. 11).
II. UN MANDAMIENTO (15.12–17)
Este es el «undécimo mandamiento»,
que nos amemos unos a otros. Ciertamente el cristiano que permanece en Cristo
¡debe llevarse bien con otros creyentes! El amor por los hermanos es una marca del
discípulo. Ahora Jesús llama «amigos» a sus discípulos. Su propia muerte en la
cruz demostraría su amor por ellos; ahora ellos deben demostrar su amor por Él
amando a sus hijos. Los amigos se quieren y ayudan los unos a los otros. La
obediencia que Cristo nos pide no es la del esclavo, sino la del amigo.
Debido a que somos sus amigos y
permanecemos en Él, conocemos su voluntad y tenemos sus secretos. Se nos
recuerda que Abraham fue amigo de Dios y Él le comunicó sus planes para Sodoma.
III. UNA ADVERTENCIA (15.18–27)
Del amor a los hermanos Cristo se
vuelve al odio del mundo. ¿Por qué el mundo aborrece a los cristianos?
(1) Porque
primero aborreció a Cristo y nosotros le pertenecemos a Él (1 Jn 3.13);
(2) debido a que
ya no pertenecemos al mundo (1 Jn 4.5; Jn 17.14);
(3) porque el
mundo ha rechazado su Palabra (v. 20);
(4) porque el
mundo no conoce al Padre (Véanse 16.1–3); y:
(5) debido a que
Cristo ha expuesto el pecado del mundo.
Por supuesto, por «el mundo» Jesús
quiere decir el sistema entero de la sociedad que se opone a Cristo y al Padre.
Está compuesto de gente y organizaciones, filosofías y propósitos, que son anticristianos.
«El mundo» tiene un príncipe en Satanás (Jn 14.30), el archienemigo de Cristo.
Mientras que los cristianos están físicamente en el mundo, no son
espiritualmente del mundo. La vieja ilustración del barco y el agua todavía se
aplica: no es malo que el barco esté en el agua; pero cuando el agua se mete en
el barco, ¡cuidado!
Los cristianos pueden volverse
mundanos y lo hacen (como Lot) por grados. Primero está la amistad con el mundo
(Stg 4.4); luego el amor por el mundo (1 Jn 2.15–17); y finalmente la conformidad
con el mundo (Ro 12.2). Cualquier cosa en nuestras vidas que nos impida
disfrutar del amor de Dios y de hacer su voluntad, es mundana y se debe
desechar. Vivir para el mundo es negar la cruz de Cristo (Gl 6.14). El mundo
aborrece a Cristo; ¿cómo puede el cristiano amar al mundo?
En los versículos 22–24 Cristo
asienta el principio básico de que la revelación trae responsabilidad.
Sus palabras y obras revelaban la
voluntad de Dios y la pecaminosidad de los hombres. La humanidad no tiene
excusa. Debido a que judíos y gentiles por igual se unieron para aborrecer y
crucificar a Cristo es prueba de que todos son pecadores y culpables delante de
Dios.
Para animar a los discípulos
Cristo citó el Salmo 69.4 (v. 25). La Palabra es la que nos fortalece y nos
anima. Él también les promete el ministerio del Espíritu Santo. La obra del
Espíritu es testificar de Cristo y señalar hacia Él. Lo hace por medio de la
Palabra y por medio de las buenas obras que el cristiano realiza en el poder
del Espíritu (Mt 5.16). El Espíritu testifica al cristiano, quien a su vez testifica
a otros (vv. 26–27). Véanse Hechos 1.8.
En resumen, usted notará que en la
primera sección de este capítulo (vv. 1–11) el Señor se refiere a la relación
del creyente con Cristo. En los versículos 12–17 el enfoque está en la relación
del creyente con otros cristianos; en tanto que en los versículos 18–27 Cristo
habla de la relación del cristiano con el mundo. Nótese también que primero se
presenta nuestra relación con el Salvador; porque si permanecemos en Cristo,
amaremos al hermano y obtendremos la victoria sobre el odio del mundo.
16
Los discípulos no pudieron
comprender por qué Cristo tenía que dejarlos, de modo que les mostró que su
regreso al Padre haría posible mayores bendiciones debido a la venida del
Espíritu. La vida cristiana no se puede vivir con la energía de la carne.
Necesitamos al Espíritu de Dios si vamos a llevar vidas que glorifiquen a
Cristo. Nuestro Señor describió cómo el Espíritu trabaja a través del creyente.
I. EL ESPÍRITU CONVENCE AL MUNDO (16.1–11)
El mundo no es amigo del
cristiano. Cristo les advirtió a los suyos respecto a la persecución venidera,
para que cuando suceda, no tropiecen y caigan. Pablo, en su estado inconverso,
es un buen cuadro del tipo de personas del que se habla en el versículo 2.
Cristo no les dijo este hecho antes porque Él estaba con ellos para
protegerles. Ahora que iba a dejarlos les dio su Palabra para animarles.
Por supuesto, Cristo ya les había
hablado respecto a la persecución (Mt 5.10–12), pero no les había explicado su
fuente (los religiosos) y la razón (la ignorancia y el odio del mundo).
Ahora les explicó la obra que el
Espíritu haría en el mundo mediante la Iglesia. El mismo hecho de que el
Espíritu esté en el mundo es una acusación contra el mundo. En realidad, Cristo
debería estar en el mundo, reinando como Rey; pero el mundo lo crucificó. Tenga
presente que el Espíritu no viene a las personas del mundo perdido (14.17),
sino al pueblo de Dios. Su Espíritu está aquí, recordándole a la humanidad su
terrible pecado. El Espíritu le da al mundo una convicción triple:
A. DE PECADO (V. 9).
Y este es el pecado de la
incredulidad. El Espíritu no convence al mundo de pecados individuales; la
conciencia lo debe hacer (Véanse Hch 24.24–25). La presencia del Espíritu en el
mundo es prueba de que el mundo no cree en Cristo; de otra manera Cristo
estaría aquí en el mundo. El pecado que condena al alma es la incredulidad, el
rechazo de Cristo (Véanse Jn 3.18–21).
B. DE JUSTICIA (V. 10).
Nótese que no es lo mismo que la
injusticia, o sea, el pecado de las almas perdidas. Cristo habla de la
convicción que produce el Espíritu en el mundo, no de los incrédulos como
individuos, aun cuando hay una aplicación personal. La presencia del Espíritu
en el mundo es prueba de la rectitud y justicia de Cristo, quien ahora ha
regresado al Padre. Mientras estaba en la tierra, a Cristo lo acusaron de quebrantar
la ley y de ser tanto un pecador como un impostor. Pero debido a que el
Espíritu está en la tierra es prueba de que el Padre levantó al Hijo y le
recibió de vuelta en el cielo.
C. DE JUICIO (V. 11).
No confunda esto con Hechos 24.25,
«el juicio venidero». Cristo habla aquí del juicio pasado en la cruz, no del
juicio futuro. Él ha hablado de juzgar a Satanás y al mundo (12.31, 32; Véanse
también Col 2.15). La presencia del Espíritu en el mundo es evidencia de que
Satanás ha sido juzgado y derrotado; de otra manera Satanás controlaría al mundo.
Usted puede aplicar estos tres
juicios a los creyentes como individuos. El Espíritu usa a los cristianos que
testifican y a la Palabra para convencer al inconverso de su pecado de
incredulidad; de su necesidad de justicia; del hecho de que, puesto que pertenece
a Satanás (Ef 2.1–3), las tiene todas para perder. No hay salvación sin una
convicción guiada por el Espíritu, porque Él usa la Palabra para convencer a
las almas perdidas.
II. EL ESPÍRITU INSTRUYE AL CRISTIANO (16.12–15)
Los discípulos deben haber sentido
su ignorancia de la Palabra, de modo que Cristo los confirmó mediante la
explicación del ministerio de enseñanza del Espíritu. Lo mencionó en 14.26 y
15.26. «No hablará por su propia cuenta» (v. 13) no significa que el Espíritu
nunca habla de sí mismo o llama la atención a sí mismo. Él escribió la Biblia,
¡y en sus páginas hay centenares de referencias al Espíritu!
Esta frase significa que el
Espíritu no enseñará lo que se le antoje, sino que recibirá la dirección del Padre
y del Hijo. El Espíritu nos enseña la verdad desde la Palabra, y al hacerlo
así, glorifica a Cristo.
Guy King sugiere tres maneras en
las cuales el Espíritu glorifica a Cristo:
(1) Escribió un
libro acerca de Él;
(2) Hace un
creyente como Él;
(3) Halla una
Esposa para Él.
El Espíritu puede enseñar a
cualquier cristiano que se rinde a Cristo. Lea el Salmo 119.97–104 para ver
cómo Dios enseña al cristiano humilde. No cuenta mucho la edad, experiencia o
educación, sino una disposición de aprender y vivir la Palabra.
III. EL ESPÍRITU ESTIMULA AL CRISTIANO (16.16–22)
Los discípulos quedaron muy
perturbados y desanimados porque Cristo los iba a dejar. El versículo 16 parece
ser una paradoja: «Me veréis; porque yo voy al Padre». Parece que Cristo dice:
«Debido a que me voy, ¡ustedes me verán de nuevo!» Aquí hay un significado
doble. Primero, «le verán de nuevo» después de su resurrección de entre los
muertos; pero también «le verán» cuando el Espíritu venga a morar con ellos.
Cambiarían la vista física por la percepción espiritual. Hoy los creyentes «ven
a Jesús» (Heb 2.9) por medio de la enseñanza del Espíritu de la Palabra de
Dios. Cristo compara los acontecimientos de sus sufrimientos al nacimiento de
un niño: al parto le sigue el gozo. Isaías 53.11 afirma: «Verá el fruto de la aflicción
de su alma». Los discípulos en efecto lloraron y lamentaron, pero su aflicción
se transformó en gozo. Hoy nosotros tenemos tristezas y sufrimientos; pero
cuando Cristo vuelva se tornará en gozo. Cristo da la clase de gozo que el
mundo no puede quitar.
IV. EL ESPÍRITU AYUDA AL CRISTIANO A ORAR
(16.23–33)
«En aquel día» tal vez se refiere
al día cuando vendría el Espíritu y empezaría su ministerio entre ellos.
Mientras que Cristo estaba en la tierra, los discípulos estaban acostumbrados a
llevarle sus preguntas y necesidades. Cuando Cristo regresó al cielo, envió el
Espíritu para ayudarles en su oración (Ro 8.26, 27) y les instruyó a que oraran
al Padre personalmente. La oración bíblica es al Padre, mediante el Hijo y en
el Espíritu. No es necesario que el Hijo suplique al Padre a nuestro favor (v.
26), porque el Padre está deseoso de responder a nuestras peticiones (v. 27).
¡La oración es un tremendo
privilegio! Considere estas otras palabras de Cristo acerca de la oración: Juan
14.13, 14; 15.7; 15.16. Conforme el creyente permite que el Espíritu le enseñe
la Palabra, crece en su vida de oración, porque la oración y la Palabra van
juntas. Judas 20 nos ordena a «orar en el Espíritu Santo». Demasiada oración de
hoy es carnal, pidiendo por cosas que no están en la voluntad de Dios (Véanse
Stg 4.1–10). Es maravilloso permitir que el Espíritu Santo nos agobie con
peticiones de oración (Ro 9.1–3). El Espíritu conoce la mente del Padre y puede
guiarnos a orar por lo que Dios quiere darnos. Bien se ha dicho que la oración
no es vencer la renuencia de Dios; es aferrarnos a su buena disposición.
El testimonio de los discípulos
debe haber alegrado el corazón de Cristo, pero les advirtió de su próximo
fracaso (v. 32). Incluso, ¡el Padre finalmente abandonaría a Cristo en la cruz!
¡Qué bendición escuchar que el Señor dice: «Confiad» (v. 33). Estaba a punto de
ser arrestado y crucificado, y sin embargo les da paz y gozo a sus seguidores.
Les promete su victoria: «Yo he vencido al mundo» (v. 33).
El Espíritu tiene un ministerio
especial en nuestras vidas. ¿Estamos permitiendo que lo haga a su manera?
17
Algunos han llamado acertadamente
a este capítulo «El Lugar Santísimo del Evangelio de Juan».
Tenemos el privilegio de oír al
Hijo conversando con el Padre. Usted pudiera pasar muchas semanas meditando en
las verdades de este capítulo, pero aquí sólo podemos destacar los puntos más sobresalientes.
I. CRISTO ORA POR SÍ MISMO (17.1–5)
El gran tema de estos versículos
es que Jesús ha concluido la obra de la salvación. Desde 2.4 Juan ha mencionado
con frecuencia «la hora». Use su concordancia y trace el patrón de estos
versículos.
«He acabado la obra» [la obra de
la salvación] y, debido a esto, «te he glorificado en la tierra» (v. 4).
Cristo siempre miró a la cruz como
un medio de glorificar a Dios (12.23). Pablo también siempre vio gloria en la
cruz (Gl 6.14).
Cristo le pide al Padre que le dé
nuevamente la gloria que Él dejó cuando vino a la tierra a morir (Flp 2.1–12).
La única vez en que su gloria se reveló en la tierra fue en el monte de la
transfiguración (Jn 1.14; 2 P 1.16–18). Nótese el verbo «dar» en el versículo
2:
(1) El Padre le
ha dado al Hijo autoridad sobre toda la humanidad;
(2) el Hijo da
vida eterna a.
(3) aquellos que
el Padre le ha dado al Hijo.
Una de las preciosas verdades en
Juan 17 es que ¡cada creyente es un regalo de amor de Dios al Hijo! (Jn 6.37).
Esto es un misterio que no podemos explicar, pero ¡agradecemos a Dios por eso!
«Porque irrevocables son los dones
y el llamamiento de Dios» (Ro 11.29). Esto quiere decir que nuestra salvación
es segura, porque el Padre no nos quitará del Hijo.
«He manifestado tu nombre» (v. 6),
esta declaración debe estar relacionada a las declaraciones «YO SOY» de Cristo
en el Evangelio de Juan. El nombre de Dios es YO SOY (Éx 3.13, 14) y Cristo
revela que Dios es para nosotros lo que quiera que necesite ser. Para el que
tiene hambre Cristo dice: «Yo soy el Pan de vida». Para el perdido le dice: «Yo
soy el Camino». Para el ciego dice: «Yo soy la Luz del mundo».
II. CRISTO ORA POR SUS DISCÍPULOS (17.6–19)
La clave aquí es la santificación,
o sea, la relación de los discípulos al mundo. Jesús dijo: «Yo les he dado tu
palabra» (v. 14), y en el versículo 17 afirma que somos santificados (separados
para Dios) por medio de la Palabra. La santificación no significa perfección
sin pecado, de otra manera Cristo nunca pudiera haber dicho: «Yo me santifico a
mí mismo» (v. 19), por cuanto nunca pecó. Un cristiano santificado es alguien
que crece diariamente en la Palabra y como resultado se aparta cada vez más del
mundo y para el Padre.
Cristo le pidió al Padre que
guardara a los discípulos (v. 11). Esta petición no sugiere la posibilidad de
que los discípulos pudieran perder su salvación. Nótese la petición completa:
«Guárdalos en tu nombre, para que sean uno». El versículo 15 pide que sean
guardados del malo. Cristo estaba físicamente con los discípulos y podía
mantenerlos juntos, unidos en corazón y propósito, separados del mundo. Ahora
que se iba de regreso al cielo, le pidió al Padre que los guardara.
Algunos usan el versículo 12 como
«prueba» de que un creyente puede perder su salvación, pero una lectura
cuidadosa del versículo ¡prueba precisamente lo opuesto! Jesús dijo: «Ninguno
de ellos se perdió, sino el hijo de perdición». Esto muestra que Judas nunca
fue parte del grupo de creyentes discípulos. «Sino» es una palabra de
contraste, que muestra que Judas era de una clase diferente a la de los otros.
En el versículo 11 Jesús afirma con claridad que Él guardó a todos los que el
Padre le dio; puesto que Judas estaba perdido, no podía haber tenido nada entre
los que se les dio. Mucha gente que hoy en día enseña que Judas «perdió su
salvación» cometen la misma equivocación que Pedro hizo (6.66–71) al pensar que
Judas tenía la salvación, ¡cuando no la tenía!
Los cristianos no son del mundo,
pero están en el mundo para testificar de Cristo. Guardamos limpias nuestras
vidas mediante su Palabra. Cristo en realidad nos ha enviado al mundo a tomar
su lugar (v. 18). ¡Qué responsabilidad tenemos!
III. CRISTO ORA POR SU IGLESIA (17.20–26)
El tema principal aquí es la
glorificación: «La gloria que me diste, yo les he dado» (v. 22). No dice: «les
daré», por cuando en el plan de Dios el creyente ya ha sido glorificado (Ro
8.30). Esta es otra prueba de la seguridad eterna del creyente: ya somos
glorificados en tanto y en cuanto a Dios concierne. Cristo ora que podamos
estar con Él y ver su gloria. Colosenses 3.4 afirma que participaremos de su
gloria; Romanos 8.18 promete ¡que manifestaremos su gloria!
Cristo también ora por la unidad
de su Iglesia (v. 21). Hay una vasta diferencia entre unidad (de corazón y
espíritu) y uniformidad (todo el mundo es exactamente igual). Cristo nunca oró
que todos los cristianos pertenecieran a una iglesia mundial. Las fusiones
denominacionales pueden producir uniformidad organizacional, mas la unidad no
la pueden garantizar. La unidad procede de la vida interna, no de la presión
externa. Si bien los verdaderos cristianos pertenecen a diferentes denominaciones,
todos son parte de la verdadera Iglesia, el cuerpo de Cristo; es esta unidad
espiritual en amor la que convence al mundo de la verdad del evangelio. Para
los cristianos es posible diferir en cuestiones menores y todavía amarse unos a
otros en Cristo.
Todo cristiano que muere va al
cielo porque Cristo oró para que esto fuera así (v. 24) y el Padre siempre
responde a sus oraciones (11.41, 42).
En el versículo 26 Cristo promete
más revelaciones del Padre, las cuales Él dio a los apóstoles por el Espíritu.
Pide que podamos disfrutar del amor del Padre en nuestra experiencia diaria (Véanse
14.21–24).
Podemos resumir las partes
principales de su oración como sigue:
En los versículos 1–5 Jesús
enfatizó la salvación y el don de la vida eterna (v. 2). En 6–19 se concentra
en la santificación: «Yo les he dado tu palabra» (v. 14). Los versículos 20–26
enfocan la glorificación: «La gloria que me diste, yo les he dado» (v. 22).
Estos dones abarcan el pasado, el presente y el futuro del creyente.
Nótese también en esta oración las
maravillosas aseveraciones de la seguridad eterna del creyente:
(1) Los creyentes son el don del
Padre al Hijo (v. 2), y Dios no pide que se le devuelva lo que Él regala por
amor.
(2) Cristo concluyó su trabajo.
Debido a que Cristo hizo su trabajo por completo, los creyentes no pueden
perder su salvación.
(3) Cristo pudo cuidar a los suyos
mientras estaba en la tierra y es capaz de seguir cuidándolos hoy, porque es el
mismo Salvador.
(4) Cristo sabe que finalmente estaremos
en el cielo porque Él ya nos ha dado su gloria.
(5) Cristo oró que podamos estar en
el cielo y el Padre siempre responde a las oraciones de su Hijo (11.41–42)
18
Jesús dejó el lugar de oración
para encontrarse con sus enemigos. «El torrente de Cedrón» nos recuerda al rey
David, quien estuvo en el exilio por la rebelión de sus amigos y familia, y
atravesó el mismo caudal de agua (Véanse 2 S 15).
I. EL ARRESTO (18.1–14)
Jesús deliberadamente salió al
encuentro de Judas y los que le acompañaban, porque sabía lo que iba a ocurrir.
(Véanse 13.1–3; 6.6. Jesús siempre sabía lo que debía hacer, porque siempre
sabía la voluntad del Padre.) Es interesante notar que el arresto tuvo lugar en
un jardín. Cristo, el postrer Adán (1 Co 15.45), salió al encuentro del enemigo
en un jardín y triunfó, en tanto que el primer Adán se encontró con el enemigo
en un jardín y fracasó. Adán se escondió, pero Cristo se reveló abiertamente.
Al meditar en estas dos escenas de
los dos jardines, vea qué otros contrastes puede hallar.
Judas estaba con el enemigo. «Y
puestos en libertad, vinieron a los suyos» (Hch 4.23). La gente siempre se va
adonde están sus corazones; Judas tenía a Satanás en su corazón y así estaba
con la muchedumbre de Satanás. Triste es decirlo, ¡Pedro también se mezcló con
la misma multitud! Nótese cómo Jesús los sorprendió cuando usó el nombre
divino: «YO SOY». El mismo nombre que salva a los creyentes (17.6) condena a
los perdidos.
En el versículo 8 Jesús le
advirtió a sus discípulos que se fueran, para que no cayeran en problemas.
Ya les había dicho que serían
esparcidos (16.32), pero Pedro prefirió quedarse y luchar, y se metió en peligro
debido a eso. El pecado de Pedro no fue «seguirle de lejos», sino seguirle de
todas maneras. Él debería haber obedecido a la Palabra y haberse ido.
El versículo 9 es una
retrospectiva a 17.12, donde Cristo habló de la salvación de los discípulos.
Aquí está hablando respecto a su
protección física. De este modo Cristo nos guarda de dos maneras: preserva
nuestras almas en salvación y guarda nuestros cuerpos, sellándolos con su
Espíritu, hasta el día de la redención (Ef 1.13, 14).
Al usar la espada Pedro estaba
definitivamente desobedeciendo a Cristo. Él no necesita nuestra protección; las
armas que debemos usar para luchar contra Satanás son las espirituales (2 Co
10.4–6; Ef 6). Pedro se equivocó al escoger el arma, se equivocó en el motivo,
actuó bajo órdenes equivocadas ¡y consiguió los resultados equivocados! ¡Cuánta
gracia mostró Jesús al curar a Malco (Lc 22.51) y proteger de esa manera a
Pedro de cualquier daño. De otra manera, tal vez hubiera habido otra cruz en el
Calvario y a Pedro lo hubieran crucificado antes de llegar el tiempo de Dios
(Jn 21.18, 19).
II. LA NEGACIÓN (18.15–27)
La narración se enfoca ahora en
Pedro, y vemos su triste declinación. En el aposento alto Pedro se jactó tres
veces de que sería leal a Cristo (Mt 26.33, 35; Jn 13.37). En el jardín se
quedó dormido tres veces (Mc 14.32–41) cuando debería haber estado orando. Luego
negó tres veces al Señor y en Juan 21 tuvo que confesar tres veces su amor por
Cristo. En el aposento alto Pedro cayó en las artimañas del diablo (Lc
22.31–34); en el jardín cedió a la debilidad de la carne; y ahora, en el patio
de la casa del sumo sacerdote, se rendía ante las presiones del mundo. ¡Qué
importante es velar y orar!
No sabemos el nombre del discípulo
anónimo que se menciona en el versículo 15. Tal vez fue Nicodemo o José de
Arimatea; no es muy probable que Juan (a menudo llamado «el otro discípulo», 20.3)
hubiera estado en términos amistosos con el sumo sacerdote. Véanse Hechos
4.1–3. Quienquiera que fuera, este discípulo condujo a Pedro al pecado al
abrirle la puerta. El versículo 18 dice que «hacía frío», de modo que Pedro se
sentó cerca del fuego, pero Lucas 22.44 indica ¡que Cristo había estado sudando
cuando oraba aquella noche! Pedro sentía frío tanto física como espiritualmente
y tuvo que calentarse junto al fuego del enemigo. «Anduvo en consejo de malos»
y ahora estaba «en camino de pecadores». Pronto se sentaría «en silla de
escarnecedores» (Véanse el Sal 1). Mientras Cristo sufría, Pedro se calentaba y
de ninguna manera participaba de sus sufrimientos.
III. EL RECHAZO (18.28–40)
Debido a que había dos hombres
identificados como sumos sacerdotes muestra cuán corrupta estaba la nación en
ese tiempo. Anás y Caifás eran socios en el comercio del templo y detestaban a Jesús
porque había limpiado dos veces el templo.
Mucho se ha escrito respecto a los
aspectos ilegales del juicio de Cristo. Se realizó de noche; al prisionero se
le consideró culpable y como a tal lo trataron; la corte contrató testigos
falsos; el juez permitió que se maltratara al prisionero mientras estaba atado;
la corte no le permitió defensa al acusado. Después del juicio secreto de
noche, los taimados líderes religiosos llegaron a Jesús ante Pilato para la
sentencia final de muerte. No entraron en el recinto gentil «para no
contaminarse», ¡pero no vacilaron en condenar a un inocente a la muerte!
Desde 18.33 hasta 19.15 leemos el
triste relato de la cobarde indecisión de Pilato. Por lo menos siete veces
salió Pilato de su pretorio a los judíos, tratando de lograr un compromiso.
Pilato crucificó a Cristo porque fue un cobarde, «queriendo satisfacer a la
gente» (Mc 15.15). ¡Cuántos pecadores estarán en el infierno porque temieron a
la gente y trataron de complacerla!
Cristo le explicó a Pilato la
naturaleza espiritual de su reino, pero no su declaración: «Mi reino no es de
este mundo». Si los judíos le hubieran recibido, Él podía haber establecido su
reino en la tierra.
Pero le rechazaron, porque su
reino es de naturaleza espiritual, en los corazones de las personas. Un día,
cuando Él regrese, establecerá su reino en la tierra. ¡Cuánto anhelamos ese
bendito día!
La pregunta de Pilato: «¿Qué es la
verdad?», la han formulado por siglos los filósofos. En 14.6 Jesús dice: «Yo
soy la verdad». Juan 17.17 dice: «Tu Palabra es verdad». Primera de Juan 5.6
afirma que «el Espíritu es verdad». El Espíritu y la Palabra apuntan a Cristo,
la Verdad.
El mundo toma las decisiones
erradas cuando se trata de asuntos espirituales. La chusma prefiere a un
asesino antes que al Príncipe de la vida. Prefieren al que quebranta la ley
antes que al dador de la ley. Los judíos rechazaron a su verdadero Mesías, pero
un día aceptarán al falso mesías de Satanás, el anticristo (5.43).
Los hombres rechazan a Jesús por
diferentes razones. Judas rechazó a Cristo porque atendió al diablo; Pilato
escuchó al mundo; Herodes obedeció a la carne.
«Ustedes tienen una costumbre»,
dijo Pilato (18.39). ¡Qué triste que Pilato conociera las costumbres
religiosas, pero no conociera a Cristo! Las personas son así, incluso hoy, se
cuidan de observar las festividades y costumbres religiosas, pero ignoran al
Salvador del mundo. El rechazo significa juicio eterno, pero la fe significa
vida eterna. Todo el mundo tiene que tomar una decisión.
19
I. SE MOFAN DE CRISTO (19.1–22)
Pilato tal vez pensó que si
azotaba a Jesús (lo cual era ilegal), conmovería los corazones de los judíos y
que pedirían que lo dejara en libertad. Pero sus corazones estaban endurecidos
(12.40) y decididos a destruirle. Pilato equivocadamente permitió que los
soldados ridiculizaran a Cristo, presentándole con una corona, un manto y un
cetro de mofa. Compare esta escena con Apocalipsis 19.1–21, cuando toda rodilla
se doblará ante Él.
Los judíos acusaron a Cristo de
quebrantar la ley debido a que afirmaba ser Dios (Véanse 10.33). Sin embargo,
en sus mensajes y milagros Jesús demostró ser Dios. Pero los pecadores de
corazón endurecido rehusaron considerar la evidencia; estaban obstinados en
destruirle.
¿Por qué Cristo no contestó la
pregunta de Pilato en el versículo 9? Por un lado Pilato no había obedecido la
verdad que ya había recibido; y Dios no revela más verdad hasta que obedezcamos
la que se nos ha dado. La jactancia de Pilato en el versículo 10 fue realmente
su sentencia de condenación. Si tenía la autoridad para dejar en libertad a
Cristo y sabía que Jesús era inocente (19.4), ¡debía haber dejado en libertad
al prisionero! Cristo reprendió a Pilato al recordarle que toda autoridad viene
de Dios (Véanse Ro 13.1; Pr 8.15, 16). Pilato estaba en las manos de Dios para
cumplir un propósito especial, pero aun así era responsable por sus decisiones
y culpable por su pecado (Véanse Lc 22.22). «El que a ti me ha entregado» (v.
11) se refiere a Caifás, no a Judas.
«No tenemos más rey que César» (v.
15) fue el clamor de los judíos. En 6.15 querían hacer rey a Jesús; y en 12.13
le vitorearon como rey; y ahora le rechazan. Esta es la tercera crisis del
Evangelio de Juan (Véanse en el bosquejo sugerido del Evangelio de Juan la
lista de estas crisis).
Pilato tuvo «la última palabra»,
porque escribió el título para la cruz: «JESUS NAZARENO, REY DE LOS JUDIOS». Se
acostumbraba que el prisionero romano llevara la acusación escrita en un
letrero que colgaba de su cuello y que luego se clavaba en la cruz encima de su
cabeza. ¡El «crimen» de Cristo fue que se hizo Rey! El título en tres idiomas
representa las tres grandes áreas de la vida humana: la religión (hebreo), la
filosofía y la cultura (griego) y la ley (latín). El título habla del pecado
universal, porque las tres grandes naciones del mundo participaron en su
muerte. La religión, la filosofía y la ley no salvan a los pecadores.
El título también habla del amor
universal: «Porque de tal manera amó Dios al mundo». El título además anuncia
salvación para el mundo entero, porque Cristo es la sabiduría de Dios para el
griego, poder de Dios para el judío y justicia de Dios que cumple su santa ley
(1 Co 1.18). El ladrón arrepentido leyó este título, confió en Cristo y fue
salvo.
II. CRISTO CRUCIFICADO (19.23–30)
Juan registra sólo tres
declaraciones de Cristo en la cruz. Se tiene el cuidado de anotar el cumplimiento
de la Escritura en el sorteo de su túnica sin costura (Sal 22.18), el vinagre
que le dieron (Sal 69.21) y cómo traspasaron su costado sin quebrarle ningún
hueso (Sal 34.20; Éx 12.46; Zac 12.10). Nótese, sin embargo, que el versículo
37 no dice que Zacarías 12.10 se cumplió; más bien que Él sería traspasado. Lo
«mirarán» en el día futuro cuando Él venga en gloria (Ap 1.7). Todos los detalles
respecto a la crucifixión fueron elaborados cuidadosamente por la mano de Dios.
Jesús, al entregar a Juan a María
y viceversa, rompía finalmente los lazos terrenales de familia. Era Cristo el
que controlaba la situación, no María. Admiramos la devoción de María al venir
a la cruz (Lc 2.34–35). Su silencio es prueba de que Jesús es el Hijo de Dios,
porque una palabra suya hubiera podido salvar a Jesús. Después de todo, ¿quién
conoce a un hijo mejor que la madre que lo dio a luz?
«Tengo sed», habla por igual de
agonía física y espiritual, porque Cristo sufrió el tormento del infierno por
nuestros pecados. Tuvo sed para que nos fuera posible no tener sed jamás.
«Consumado es» en el texto griego es una sola palabra: tetelestai. La palabra
era común y usada por los mercaderes para decir: «¡El precio se ha pagado por
completo!» Los pastores y los sacerdotes la usaban cuando hallaban la oveja
perfecta, lista para el sacrificio; y Cristo murió como el Cordero perfecto de
Dios. Los sirvientes, cuando habían terminado su trabajo, usaban esta palabra
para informárselo a sus amos.
Cristo, el siervo obediente, había
terminado la obra que el Padre le dio. Cristo, voluntaria y deliberadamente,
dio su vida; la puso por sus amigos.
III. CRISTO SEPULTADO (19.31–42)
Los judíos no estaban interesados
en la compasión o en lo terrible de su crimen; ¡sólo querían evitar que se
violaran sus leyes respecto al sabbat! El hecho de que los soldados no le
quebraron las piernas a Cristo para acelerar su muerte era prueba de que Él ya
estaba muerto. La sangre y el agua ilustran dos aspectos de la salvación: la
sangre expía la culpa del pecado y el agua lava la mancha del pecado. La sangre
habla de justificación y el agua de santificación. Ambas deben ir siempre
juntas, porque quienes han confiado en la sangre de Cristo para salvarles,
deben tener vidas limpias delante de un mundo que observa.
Por el versículo 35 podemos
inferir que Juan dejó a María en su casa y luego regresó a la cruz.
Estar con Jesús fue más importante
que cuidar a María. Cuando hallamos a María por primera vez en el Evangelio de
Juan, es asistiendo a una alegre fiesta de bodas (2.1–11); su última mención es
al pie de la dolorosa ejecución de Jesús.
Dios había preparado a Nicodemo y
a José, dos miembros del sanedrín, para que sepultaran el cuerpo de Jesús. De
otra manera, su cuerpo probablemente hubiera sido arrojado al basurero fuera de
Jerusalén. Isaías 53.9 prometía que su tumba estaría entre los ricos. Esta es
la tercera y última mención de Nicodemo en Juan y al menos le vemos salir a la
luz de la confesión con audacia (véanse las notas sobre Juan 3). Nicodemo y
José sabían por sus estudios de las Escrituras cuándo, cómo y dónde moriría Cristo.
Tenían la tumba preparada con las especias aromáticas y tal vez se escondieron
en la tumba por un tiempo mientras Cristo estaba en la cruz. José no hizo esta
tumba para sí mismo, porque a ningún rico le hubiera gustado que lo sepultaran
cerca del lugar donde se ejecutaban a los criminales. Él compró la propiedad
cerca al Calvario para poder cuidar del cuerpo de Jesús rápida y fácilmente.
No debemos criticar a José por ser
«un discípulo en secreto», porque podemos ver cómo Dios le usó tanto a él como
a Nicodemo para lograr sus propósitos. Si la fe de ellos hubiera sido conocida abiertamente,
el concilio les hubiera impedido que se ocuparan del cuerpo de Jesús. Cuando
José y Nicodemo tocaron el cuerpo muerto de Jesús se contaminaron
ceremonialmente para la Pascua. Pero no les importó, ¡porque habían llegado a
confiar en el mismo Cordero de Dios!
El Cordero de Dios había dado su
vida por los pecados del mundo. Su trabajo en la tierra estaba terminado y descansó
en el día de reposo.
20
Este capítulo registra tres de las
apariciones de Cristo después de la resurrección. Cada aparición produjo un
resultado diferente en las vidas de los que participaron.
I. MARÍA VIO AL SEÑOR (20.1–18)
Cristo había echado fuera de María
Magdalena a siete demonios (Lc 8.2) y ella le amaba profundamente. En su
confusión y desilusión María llegó a conclusiones y pensó que alguien se había robado
el cuerpo de Cristo. Corrió a decírselo a Pedro y a Juan, quienes a su vez
fueron a la tumba.
¿Por qué Juan corrió más rápido
que Pedro? (v. 4). Puede haber habido razones físicas: tal vez Juan era más
joven que Pedro. Pero también hay aquí una lección espiritual: Pedro todavía no
había afirmado su entrega a Cristo y, por consiguiente, su «energía espiritual»
estaba por los suelos.
Isaías 40.31 dice que los que
esperan en el Señor «correrán, y no se fatigarán», pero Pedro había corrido adelantándose
al Señor y le había desobedecido. Su pecado afectó a sus pies (Jn 20.4), sus
ojos (21.7), sus labios (negó al Señor) e incluso la temperatura de su cuerpo
(18.18; Véanse Lc 24.32).
¿Qué vieron los hombres en la
tumba? Vieron los lienzos de la mortaja colocados como si cubrieran un cadáver,
¡pero el cadáver no estaba! La mortaja era como un capullo vacío. El sudario
(lienzo que cubría el rostro) estaba cuidadosamente doblado, colocado aparte.
No fue la escena de un robo de una tumba, porque ningún ladrón habría podido
sacar el cadáver de la mortaja sin romper los lienzos o dejar las cosas desarregladas.
Jesús regresó a la vida con poder y gloria, ¡y traspasó los lienzos y la misma tumba!
El versículo 8 nos dice que los hombres creyeron en su resurrección debido a la
evidencia que vieron. Más tarde se encontraron con Cristo personalmente y también
llegaron a creer en el testimonio de las Escrituras.
Hay, entonces, tres tipos de
pruebas sobre las cuales usted puede descansar cuando se trata de asuntos
espirituales:
(1) la evidencia
que Dios da en su Palabra,
(2) la Palabra
de Dios, y:
(3) la experiencia
personal.
¿Cómo puede un hombre saber que
Cristo es real? Puede ver la evidencia en las vidas de otros; puede leer la
Palabra; y, si confía en Cristo, puede tener con Él una experiencia personal.
Nótese en el versículo 10 que ellos regresan a su casa sin proclamar el mensaje
del Cristo resucitado. La evidencia intelectual por sí sola no cambia a la
gente. Debemos encontrar a Cristo personalmente.
Eso fue lo que le ocurrió a María:
se quedó en el lugar y se encontró con Cristo. ¡Cuánto nos recompensa a veces
esperar! (Véanse Pr 8.17). María vio dos ángeles en la tumba (Lc 24.4 les llama
«dos varones»), pero estaba demasiado absorta con su dolor que no dejaba que la
consolaran. La descripción de los ángeles, en el versículo 12, nos recuerda el propiciatorio
en el Lugar Santísimo (Éx 25.17–19); el Cristo resucitado es nuestro
propiciatorio en el cielo. María se alejó de los ángeles, pues estaba buscando
a Cristo; ¡hubiera preferido tener su cadáver antes que ver a los ángeles! La
persona que vio era realmente Cristo, pero sus ojos estaban tan nublados que no
le reconoció. La palabra «pensando» en el versículo 15 explica toda su
aflicción. Hoy en día, muchos cristianos se sienten miserables «pensando» algo
que de ninguna manera es verdad. Cuando Jesús la llamó por su nombre, le
reconoció.
Él llama a los suyos por nombre
(Jn 10.3, 4) y ellos conocen su voz. Véanse Isaías 43.1.
El versículo 17 sugiere que
temprano en la mañana del día de resurrección Cristo ascendió al cielo para
presentar al Padre su obra terminada. Esa ascensión secreta cumplió el tipo de
sacrificio del que se habla en Levítico 23.1–14: la «ofrenda mecida de las
primicias», el día que seguía al sabbat (Véanse 1 Co 15.23). ¡El encuentro de
María con Cristo la transformó en una misionera!
II. LOS DISCÍPULOS VEN AL SEÑOR (20.19–25)
Dos veces se ha mencionado ya «el
primer día de la semana» (20.1, 19). Este es el domingo, no el sábado (el
sabbat judío, el séptimo día de la semana). El sabbat indica descanso después
del trabajo y pertenece a la dispensación de la ley. El domingo es el día del
Señor, el primer día de la semana, y habla de vida y descanso antes del
trabajo. Nos recuerda de la gracia de Dios. Cristo atravesó puertas cerradas en
su cuerpo glorificado y trajo paz a los hombres temerosos. Nótese que dos veces
Él habla de la paz (vv. 19, 21). La primera «paz» es con Dios, basada en su
sacrificio en la cruz. Por eso es que les mostró sus manos y su costado. La
segunda paz es de Dios, que viene de su presencia con nosotros (Véanse Flp 4).
Él los comisionó a que tomaran su lugar como embajadores del Padre en el mundo (Véanse
Jn 17.15–18).
El soplo de nuestro Señor nos
recuerda de Génesis 2.7, cuando el Señor sopló vida en Adán y también de 2
Timoteo 3.16, donde «inspiración» significa «exhalada por Dios». Esta acción
fue personal e individual, dándoles el poder y discernimiento espiritual que
necesitarían para cumplir su comisión. La venida del Espíritu en Pentecostés
fue colectiva y les dio poder para el servicio y el testimonio. El poder de
«remitir» que se les da en el versículo 23 no se aplica a los cristianos hoy, excepto
en el sentido de que retenemos o remitimos pecados al darles el evangelio a los
pecadores. No hay ninguna referencia en el Nuevo Testamento de ningún apóstol
perdonando pecados. Tanto Pedro (Hch 10.43) como Pablo (Hch 13.38), hablaron de
la autoridad de Cristo. No hay duda alguna de que los discípulos tuvieron
privilegios especiales, pero estos no son derechos nuestros hoy en día.
III. TOMÁS VIO AL SEÑOR (20.26–31)
Tomás no estaba en la primera
reunión. Cuántas cosas nos perdemos por ausentarnos de las reuniones locales.
Nótese la declaración de Tomás: «Si no viere, no creeré» (v. 25). Se le apodaba
«Dídimo», que significa «gemelo». ¡Él tiene muchos gemelos hoy en día!
El siguiente día del Señor, cuando
los discípulos estaban reunidos, Jesús se les apareció de nuevo y se dirigió a
Tomás. ¡Qué amor perdonador le mostró Jesús! Tomás vio al Señor y ¡se le
olvidaron todas sus exigencias de pruebas! Su testimonio nos emociona: «¡Señor
mío, y Dios mío!» Las heridas de Cristo le ganaron el corazón. Cristo afirma
aquí que usted y yo hoy podemos tener la misma seguridad y bendición, porque
estamos entre los que creen y sin embargo no le hemos visto.
Al repasar estas tres apariciones
de Cristo puede ver los diferentes resultados. Con María la cuestión fue su
amor por Cristo. Le echaba de menos y quería cuidar su cadáver. Con los
discípulos, se trataba de la esperanza. Toda su esperanza había desaparecido;
estaban encerrados en un cuarto, ¡abrazándose en temor! Con Tomás el asunto era
la fe; no creería a menos que viera pruebas. Debido a que Jesucristo vive hoy
nuestra fe es segura. «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana» (1 Co
15.17).
Tenemos una esperanza viva
mediante su resurrección de entre los muertos. Primera Corintios 15.19 dice:
«Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de
conmiseración de todos los hombres».
En los versículos 30–31 Juan
indica el propósito de su Evangelio: que los pecadores crean y tengan vida
eterna por Cristo. Al leer este Evangelio hallará muchas personas que creyeron
y recibieron vida eterna:
(1) Natanael
(1.50);
(2) sus
discípulos (2.11);
(3) los
samaritanos (4.39);
(4) el noble
(4.50);
(5) el ciego
(9.38);
(6) Marta
(11.27);
(7) los judíos
que vieron a Lázaro resucitado de entre los muertos (12.11); y:
(8) Tomás
(20.28). Todos dieron el mismo testimonio: «Creo».
21
El capítulo final muestra a Cristo
como el Maestro de nuestro servicio y el Amigo de pecadores. Si no fuera por
este capítulo nos estaríamos preguntando qué ocurrió entre Pedro y el Señor y
si finalmente se resolvió o no su desobediencia.
I. UNA NOCHE DE DERROTA (21.1–3)
Pedro actuó sin pensar cuando
volvió a pescar. Lo había dejado todo para seguir a Cristo (Lc 5.1–11) y ahora
volvía a su antigua vida. Todo en esta escena habla de derrota:
(1) había
oscuridad, indicio de que no andaban en la luz;
(2) no tenían
palabra directa del Señor;
(3) sus
esfuerzos sólo resultaron en fracaso;
(4) no reconocieron a Cristo cuando
apareció, mostrando que su visión espiritual estaba oscurecida.
Con su precipitada decisión Pedro
hizo que otros seis hombres se descarriaran. ¡Qué trágica es una mala
influencia! Necesitamos tener presente que Dios nos bendice solamente cuando permanecemos
en Cristo y obedecemos la Palabra. «Sin mí, nada podéis hacer» (15.5).
Demasiados cristianos entran en
actividades bien intencionadas, pero antibíblicas, para desperdiciar tiempo,
dinero y energía en nada. Cuidémonos de la impaciencia. Es mejor esperar que el
Señor nos dé direcciones y permitirle que nos bendiga, antes que meternos en
actividades inútiles.
II. UNA MAÑANA DE DECISIÓN (21.4–17)
Cuando Cristo aparece en la escena
la luz empieza a brillar. Les instruye desde la orilla ¡y ellos atraparon una
gran cantidad de peces! ¡Unos pocos minutos de trabajo con Cristo en control
logrará más que toda una noche de esfuerzos carnales! Es interesante comparar
este milagro con el del principio de la carrera de Pedro, en Lucas 5:
LUCAS 5 JUAN
21
1. Siguió a una
noche de fracaso 1. Siguió a una noche de fracaso
2. No se da el
número exacto de peces
2. 153 pescados
(v. 11)
3. Las redes
empezaron a romperse
3. La red no se
rompió
4. Cristo les
dio instrucciones desde el barco.
4. Cristo les
dio instrucciones desde la orilla
Algunos ven en estas escenas un
cuadro de la iglesia de hoy (Lc 5) y de la iglesia al final de la edad, cuando
Cristo regrese (Jn 21). Hoy estamos echando la red del evangelio, pero con
frecuencia nuestras redes se rompen, nos parece que fracasamos y no sabemos
cuántas almas en realidad se ganan.
Pero cuando Cristo vuelva se sabrá
exactamente el número y ninguno se perderá. En la actualidad hay muchos barcos
y pescadores trabajando, pero cuando Cristo regrese, veremos a una sola iglesia
y todos los redimidos en la única red del evangelio.
En realidad, hay varios milagros
en este capítulo aparte de la pesca. Pedro recibió una fuerza milagrosa al
levantar una red que siete hombres juntos no podían con ella (vv. 6, 11).
El hecho de que la red no se
rompiera es asombroso. Sin duda, que fue un milagro que se suplieran las brazas
y el desayuno. La escena entera estaba creada para despertar la conciencia de
Pedro y abrir sus ojos. La pesca le recordó de su decisión pasada de dejarlo
todo y seguir a Cristo. Las brazas le llevarían de nuevo a su negación (Jn
18.18). El lugar, el mar de Galilea, le recordaría las múltiples experiencias
pasadas con Cristo: la alimentación de los cinco mil, andar sobre las aguas,
atrapar el pez con la moneda, la tempestad que calmó, etc.
Debido a que Pedro negó a Cristo
tres veces públicamente, tenía también que enderezar las cosas públicamente.
Nótese que Cristo alimentó a Pedro antes de analizar sus pecados. ¡Cómo le
gusta al Señor bendecirnos primero, y entonces tratar con nosotros! La cuestión
fue el amor de Pedro hacia Cristo. Si una persona realmente ama al Señor, su
vida será dedicada y devota. Nótese que Cristo le da a Pedro una nueva
comisión: ahora es un pastor, además de un pescador de hombre. (Véanse 1 P 5.)
Ahora es el pastor de los corderos
y ovejas, y las alimenta con la Palabra de Dios. Se espera que todos los
cristianos sean pescadores de hombres (ganadores de almas), pero algunos han
sido llamados al ministerio especial de pastorear el rebaño. ¿De qué sirve
ganar a los perdidos si no hay iglesia donde reciban alimentación y cuidado?
III. UN DÍA DE DEDICACIÓN (21.18–25)
Hay una gran diferencia entre la
condición de hijos (ser salvos) y el discipulado (seguir al Señor).
No todos los cristianos son
discípulos. Cuando Pedro pecó, no perdió su condición de hijo, pero se alejó de
su discipulado. Por esta razón Cristo repitió su llamamiento: «Sígueme». Cristo
también enfrenta a Pedro con la cruz (v. 18), indicando que el mismo Pedro un
día sería crucificado (Véanse 2 P 1.12–14). Antes de que podamos seguir a
Cristo debemos tomar nuestra cruz. Cuando usted recuerda que Pedro
anteriormente trató de impedirle a Cristo que fuera a la cruz, este mandamiento
cobra un nuevo significado (Mt 16.21–28).
Pedro ahora comete un error
trágico: retira de nuevo sus ojos del Señor y empieza a mirar a otros, en este
caso, a Juan. Si vamos a seguir a Cristo, debemos mantener nuestros ojos fijos
nada más que en
Él (Heb 12.1–2). «No es asunto
nuestro» cómo Jesús lidia con sus otros obreros; nuestra responsabilidad es
seguir a Cristo y obedecerle. (Véanse en Ro 14 las instrucciones de cómo
debemos relacionarnos con otros cristianos.)
Juan cierra su Evangelio
asegurándonos que el mundo entero no podría contener todos los libros que se
podrían escribir sobre la vida de Cristo. Los cuatro Evangelios no son «Vidas
de Cristo», sino más bien cuatro retratos diferentes de Jesús, cada uno con un énfasis
diferente. Sería imposible, dice Juan, escribir toda su vida.
Si Pedro no se hubiera encontrado
con Cristo en el capítulo 21 de Juan, confesado su pecado y afirmado su amor,
no hubiéramos leído nuevamente de Pedro en Hechos 1. Dios pudo usar a Pedro más
tarde debido a que él arregló sus cuentas con el Señor. Cristo bendice y usa a
los que le obedecen y le siguen.