JUAN

(REGALO DE DIOS, GRACIA).
Que por lo general se considera que fue escrito por el apóstol Juan, es un Evangelio más reflexivo que enfoca a Jesús como el Cristo, el *Hijo de Dios. Juan escribió para que sus lectores pudieran creer que Jesús es el Cristo y por lo tanto tener vida en su nombre (20:30, 31). Juan incluyó muchos detalles que no se encuentran en los otros Evangelios.
El apóstol y evangelista Juan parece haber sido el más joven de los doce. Fue especialmente favorecido con la consideración y confianza de nuestro Señor, al punto que se lo nombra como el discípulo al que amaba Jesús. Estaba sinceramente ligado a su Maestro. Ejerció su ministerio en Jerusalén con mucho éxito, y sobrevivió a la destrucción de esa ciudad, según la predicción de Cristo, capítulo 21: 22. La historia narra que después de la muerte de la madre de Cristo, Juan vivió principalmente en Éfeso. Hacia el final del reinado de Domiciano fue deportado a la isla de Patmos, donde escribió su Apocalipsis. Al instalarse Nerva, fue puesto en libertad y regresó a Éfeso, donde se cree que escribió su evangelio y las epístolas, alrededor del 97 d. C., y murió poco después.
El objetivo de este evangelio parece ser la transmisión al mundo cristiano de nociones justas de la naturaleza, el oficio y el carácter verdadero del Maestro Divino, que vino a instruir y a redimir a la humanidad. Con este propósito, Juan fue guiado a elegir, para su narración, los pasajes de la vida de nuestro Salvador que muestran más claramente su autoridad y su poder divino; y aquellos discursos en que habló más claramente de su naturaleza, y del poder de su muerte como expiación por los pecados del mundo.
Omitiendo o mencionando brevemente, los sucesos registrados por los otros evangelistas, Juan da testimonio de que sus relatos son verdaderos, y deja lugar para las declaraciones doctrinarias ya mencionadas, y para detalles omitidos en otros evangelios, muchos de los cuales tienen enorme importancia.
BOSQUEJO SUGERIDO DE JUAN
Prólogo (1.1–18)
I. Período de consideración (1.19–6.71)
«Aún no ha venido mi hora». (2.4)
A. Cristo y los discípulos (1.19–2.12)
B. Cristo y los judíos (2.13–3.36)
C. Cristo y los samaritanos (4.1–54)
D. Cristo y los líderes judíos (5.1–47)
E. Cristo y las multitudes (6.1–71)
Crisis # 1: No andaban con Él (6.66–67)
II. Período de conflicto (7.1–12.50)
(Nótese cómo los judíos se oponen a Cristo: 7.1, 19, 23, 30, 32, 44; 8.6, 37, 48, 59; 9.22, 34; 10.20, 31–33, 39; 11.8, 16, 46–57; 12.10.)
«Ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora». (7.30)
A. Conflicto sobre Moisés (7.1–8.11)
B. Conflicto sobre Abraham (8.12–59)
C. Conflicto sobre la filiación (9.1–10.42)
D. Conflicto sobre el poder (11.1–12.11)
Crisis # 2: No creían en Él (12.12–50)
III. Período de clímax (13.1–20.31)
«Sabiendo Jesús que su hora había llegado». (13.1)
«Padre, la hora ha llegado» (17.1).
A. Clímax de preparación para la cruz (13.1–17.26)
B. Clímax de incredulidad de los judíos (18.1–19.42)
Crisis # 3: Le crucifixión (19.13–22)
C. Clímax de fe de los discípulos (20.1–31)
Epílogo (21.1–25)
NOTAS PRELIMINARES A JUAN
I. EL TEMA DEL EVANGELIO
A. VERSÍCULOS CLAVE: JUAN 20. 30, 31.
El tema de Juan es Jesucristo, el divino Hijo de Dios. Su libro se refiere a las señales que Cristo realizó durante su ministerio, señales que prueban su deidad. Estas señales las vieron testigos dignos de confianza (sus discípulos y otros) y por consiguiente fidedignos. Juan quiere que los hombres crean en Jesucristo como Señor y reciban nueva vida por su nombre.
B. COMPARACIÓN CON LOS DEMÁS EVANGELIOS.
A los primeros tres Evangelios se les llama «Evangelios Sinópticos». Se les aplica ese adjetivo debido a un vocablo griego que significa «ver juntos». Mateo, Marcos y Lucas ven todos la vida de Cristo de una manera similar, cada uno con su propio énfasis.
• Mateo presenta a Cristo como el Rey de los judíos.
• Marcos muestra a Cristo como el Siervo y escribe para romanos.
• Lucas ve a Cristo como el Hijo del Hombre y escribe para griegos.
• Juan presenta a Cristo como el Hijo de Dios y escribe para todo el mundo.
En tanto que los primeros tres Evangelios analizan principalmente los hechos de la vida de Cristo, Juan se refiere a los significados espirituales de esos hechos. Va mucho más allá y presenta verdades que no se enfatizan en los otros Evangelios. Por ejemplo, los cuatro Evangelios registran la alimentación de los cinco mil, pero sólo Juan anota el gran sermón sobre el pan de vida (Jn 6) que explica el significado del milagro. Por eso es que Juan usa la palabra «señal» en lugar de «milagro», porque una «señal» es un milagro que lleva consigo un mensaje.
C. PALABRAS CLAVE.
Note al leer el Evangelio de Juan que estas palabras se repiten: vida, creer, luz y tinieblas, verdad, testigo o testimonio, mundo, gloria, recibir, Padre, venir y eterna. Estas palabras clave resumen el mensaje del Evangelio.
II. CRISTO EN EL EVANGELIO DE JUAN
Juan enfatiza tanto la persona de Cristo como su obra. Anota varios sermones en los cuales Cristo habla acerca de sí mismo y explica su misión. Nótese también siete declaraciones YO SOY de Cristo:
• YO SOY el pan de vida: 6.35, 41, 48, 51
• YO SOY la luz del mundo: 8.12; 9.5
• YO SOY la puerta de las ovejas: 10.7, 9
• YO SOY el buen pastor: 10.11, 14
• YO SOY la resurrección y la vida: 11.25
• YO SOY el camino, y la verdad, y la vida: 14.6
• YO SOY la vid verdadera: 15.1, 5
Estos nombres, por supuesto, hablan de su deidad; porque el nombre de Dios es YO SOY (Véanse Éx 3.14). Nótense estas otras ocasiones cuando Cristo usa el YO SOY para hablar de sí mismo: 4.26; 8.28, 58; 13.19; 18.5, 6, 8. Al leer el Evangelio, ¡usted se dará cuenta de que Cristo es el mismo Hijo de Dios!
III. LAS SEÑALES EN EL EVANGELIO DE JUAN
De los muchos milagros que Cristo realizó, Juan seleccionó siete para probar su deidad. (El octavo, en el capítulo 21, fue sólo para los discípulos y constituye un postludio al Evangelio.) Estas siete señales se dan en un orden específico (nótese 4.54: «Esta segunda señal hizo Jesús») y establece un cuadro de la salvación. Las primeras tres señales muestran cómo la salvación viene al pecador:
1. Agua en vino (2.1–11): la salvación es por la Palabra
2. Sana al hijo de un noble (4.46–54): la salvación es por fe
3. Sana al paralítico (5.1–9): la salvación es por gracia
Las cuatro últimas señales muestran los resultados de la salvación en el creyente:
4. Alimenta a cinco mil (6.1–14): la salvación trae satisfacción
5. Calma la tormenta (6.16–21): la salvación trae paz
6. Sana al ciego (9.1–7): la salvación trae luz
7. Resucita a Lázaro (11.38–45): la salvación trae vida Por supuesto, cada uno de estos milagros revelan la deidad de Jesucristo (Véanse 5.20, 36). Estas señales también sirvieron como oportunidades para los discursos y entrevistas de Cristo. Nicodemo vino a Cristo debido a las señales que Él había realizado (3.2); la curación del paralítico (5.1–9) dio lugar al discurso en 5.10–47; la alimentación de los cinco mil fue la base para el sermón acerca del pan de vida en el capítulo 6; la expulsión del ciego de la sinagoga (9.34) dio lugar al sermón sobre el Buen Pastor que nunca echa fuera a nadie (cap. 10).
IV. FE E INCREDULIDAD EN EL EVANGELIO DE JUAN
Un tema importante del Evangelio de Juan es el conflicto entre la fe y la incredulidad. Juan empieza con el rechazo de Israel (1.11), que al final culmina con la crucifixión. Por todo el libro usted ve a la mayoría de los judíos rechazando aceptar la evidencia, endureciéndose más y más en su incredulidad.
Por otra parte, también ve un pequeño grupo de personas dispuestas a creer en Cristo: los discípulos, un noble y su familia, los samaritanos, un paralítico, un ciego, etc. Esta misma situación existe hoy: el mundo en su inmensa mayoría no cree en Cristo, pero aquí y allá se encuentran personas que ven la evidencia y le aceptan como el Hijo de Dios.
Por el bosquejo notará que los judíos empiezan su controversia con Cristo después del milagro del capítulo 5, puesto que Cristo sanó al hombre en el sabbat. En los capítulos 7 al 12 el conflicto se torna más severo y varias veces tratan de arrestarle y apedrearle. El clímax llega en los capítulos 18–19 cuando le arrestan y crucifican.
Hay tres sucesos de crisis en el Evangelio de Juan (Véanse el bosquejo): (1) 6.66–71, cuando las multitudes le dejaron después de querer hacerle Rey; (2) 12.12–50, cuando la gente se negó a creer en Él; y (3) 19.13–22, cuando le crucificaron. En la primera crisis querían hacerle Rey, sin embargo le abandonaron; en la segunda le aclamaron como Rey, sin embargo le rechazaron; y en la tercera clamaron: «No tenemos más rey que César» (19.15).
Él es el camino, pero no estaban dispuestos a andar con Él; la verdad, pero no creían en Él; la vida, pero le mataron.
AUTOR Y FECHA
El Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el descubrimiento del Papiro Rylands 457) y se aceptó como autoritativo al lado de los Sinópticos (cf. Papiro Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron. Sin embargo, permaneció relativamente desconocido (entre cristianos ortodoxos, pues los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del siglo II. Las tradiciones que atribuyeron este Evangelio anónimo a JUAN EL APÓSTOL se repiten en Ireneo (ca. 190), el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de
Alejandría (ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas de Juan) es difícil de explicar.
Papías parece distinguir entre el apóstol y un tal «Juan el Anciano». A este último muchos exégetas quieren atribuir el Evangelio; otros abogan por Lázaro de Betania.
Es digna de todo crédito la tradición predominante (hasta el siglo XIX) que tiene por autor del Evangelio de Juan al hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de la tradición, Juan pudo:
(1) haber dictado el Evangelio a un amanuense para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o:
(2) haber dejado memorias a las que un discípulo suyo diera forma definitiva.
Las hipótesis de múltiples redactores, no obstante, no son convincentes. La identificación del autor con «el discípulo amado» parece segura (19.35; 21.24; 18.15).
La fecha más probable de este Evangelio cae a finales del siglo I d.C.
Es difícil determinar a quién el autor dirigió este Evangelio, pero es bien fácil saber por qué lo escribió: «Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del judaísmo: es para el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha tocado profundamente la vida de todos los cristianos de todas las edades y en todas partes del mundo.
En cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso es el más probable, aunque hay quienes abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo un largo período en que el Evangelio de Juan se interpretaba como un libro helenístico, cuyos paralelos más instructivos se hallaban en el judaísmo helenizado, las religiones de misterio y aun en la filosofía griega. Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo esencialmente judaico del Evangelio. No solo es semítico el estilo (Arameo; Hebreo), sino también lo es el pensamiento mismo.
Aunque cita el Antiguo Testamento solo diecisiete veces, las alusiones a él son un sinnúmero, y las más de las palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz, pastor, Espíritu, pan, viña, amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra conocedor de muchos conceptos rabínicos y otras tradiciones palestinenses (Qumrán). Si bien utiliza un vocabulario parecido al del Gnosticismo, no es menos cierto que combate muchas de sus ideas.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Jn: 1: 1-5; 9: 35; 10: 36; 20: 28, 31. El Verbo Encarnado, Dios Eterno, Hijo De Dios.

1

El tema del Evangelio de Juan es que Jesús es el Hijo de Dios (20.30, 31), y en este primer capítulo prueba su afirmación. Al leer este maravilloso capítulo no puede menos que ver que Cristo es el Hijo de Dios debido a los nombres y títulos que lleva, las obras que realiza y los testigos que le conocieron personalmente y declararon quién es.

I. LOS NOMBRES DE CRISTO DEMUESTRAN QUE ES EL HIJO DE DIOS

A. ÉL ES EL VERBO (1.1–3,14).
Así como las palabras revelan nuestra mente y corazón, Cristo revela a los hombres la mente y el corazón de Dios. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14.9). Una palabra o verbo se compone de letras, y Cristo es el Alfa y la Omega (primera y última letras del alfabeto griego; Ap 22.13), quien nos deletrea el amor de Dios. En Génesis 1 Dios creó todo por medio de su Palabra; y Colosenses 1.16 y 2 Pedro 3.5 indican que esta Palabra era Cristo. En tanto que Dios se puede conocer en parte a través de la naturaleza y la historia, se le conoce a plenitud a través de su Hijo (Heb 1.1, 2).
Cristo, como el Verbo trae gracia y verdad (Jn 1.14, 17); pero si los hombres no le reciben, esa misma Palabra se convertirá en ira y juicio (Ap 19.13). La Biblia es la Palabra escrita de Dios y Cristo es el Verbo de Dios, vivo y encarnado.
B. ÉL ES LA LUZ (1.4–13).
El primer acto creador de Dios en Génesis 1 fue producir la luz, porque la vida proviene de la luz. Jesús es la luz verdadera, o sea, la luz original en la cual toda luz tiene su fuente. En el Evangelio de Juan se puede hallar el conflicto entre la luz (Dios, vida eterna) y las tinieblas (Satanás, muerte eterna).
Esto se indica en 1.5: «La luz en las tinieblas resplandece [tiempo presente], y las tinieblas no han podido apagarla o contenerla» (traducción literal). Nótese 3.19–21; 8.12 y 12.46. Segunda de Corintios 4.3–6 pinta la salvación como la entrada de la luz en el corazón en tinieblas del pecador (Véanse también Gn 1.1–3).
C. ÉL ES EL HIJO DE DIOS (1.15–18,30–34,49).
Fue esta afirmación la que enardeció a los judíos y los llevó a perseguir a Cristo (10.30–36).
Nótense las siete personas en el Evangelio de Juan que llamaron a Cristo el Hijo de Dios: Juan el Bautista (1.34); Natanael (1.49); Pedro (6.69); el ciego sanado (9.35–38); Marta (11.27); Tomás (20.28); y el apóstol Juan (20.30, 31). El pecador que no cree que Jesús es el Hijo de Dios no puede ser salvo (8.24).
D. ÉL ES EL CRISTO (1.19–28,35–42).
«Cristo» significa Mesías, el Ungido. Los judíos esperaban que su Mesías apareciera y a esto se debe que se lo preguntaran a Juan. Incluso los samaritanos le esperaban (4.25, 42). A cualquier judío que dijera que Jesús era el Cristo lo expulsaban de la sinagoga (9.22).
E. ÉL ES EL CORDERO DE DIOS (1.29,35–36).
El anuncio de Juan es la respuesta a la pregunta de Isaac: «¿Dónde está el cordero para el holocausto?» (Gn 22.7). El cordero pascual en Éxodo 12 y el cordero sacrificial en Isaías 53 apuntan hacia Cristo. En la historia del AT hubo muchos corderos sacrificados, pero Cristo es el Cordero de Dios, el único. La sangre de los corderos sacrificados en el tabernáculo o el templo simplemente cubrían el pecado (Heb 10.1–4), pero la sangre de Cristo quita el pecado. Los corderos que se ofrecían en los días del AT eran sólo por Israel, pero Cristo murió por los pecados de todo el mundo.
F. ÉL ES EL REY DE ISRAEL (1.43–49).
El pueblo de Israel estaba hastiado del gobierno romano y querían un rey. Debido a que Cristo les dio de comer, querían hacerle Rey (6.15), pero Él se alejó de la multitud. Se ofreció como su Rey (registrado en 12.12–19), pero los principales sacerdotes dijeron: «No tenemos más rey que César» (19.15).
G. ÉL ES EL HIJO DEL HOMBRE (1.50,51).
Este título viene de Daniel 7.13–14, y todos los judíos sabían que describía a Dios. (Nótese la pregunta de los judíos en Jn 12.34.) En 1.51 Cristo menciona «la escalera de Jacob» en Génesis 28.10–17. Cristo es «la escalera de Dios» entre la tierra y el cielo, revelando a Dios a los hombres y llevando a los hombres a Dios.

II. LAS OBRAS DE CRISTO PRUEBAN QUE ES EL HIJO DE DIOS

A. ÉL CREÓ EL MUNDO (1.1–4).
Él estuvo en el principio con Dios y fue el Agente Divino mediante el cual el mundo se creó.
B. ÉL DA SALVACIÓN A LOS HOMBRES (1.9–13).
Vino a su mundo y pueblo (los judíos) y no le recibieron. La salvación es un regalo gratuito que el pecador recibe cuando confía en Cristo. «Creer» y «recibir» son la misma cosa. Un nuevo nacimiento tiene lugar: no por sangre humana, ni por carne, ni por voluntad de hombres, sino de Dios.
C. ÉL REVELA A DIOS (1.15–18).
Cristo revela la gracia y la verdad de Dios. Moisés dio la ley que descubre el pecado y condena; Cristo revela la verdad que redime. La ley preparó el camino para Él.
D. ÉL BAUTIZA CON EL ESPÍRITU (1.33).
En este capítulo vemos a la Trinidad: el Padre (1.14, 18); el Hijo (1.14, 18); y el Espíritu (1.32–34). El descenso del Espíritu le mostró a Juan quién era Cristo; y hoy no podemos ver en realidad a Cristo a menos que el Espíritu abra nuestros ojos.
E. ÉL CONOCE ÍNTIMAMENTE A LOS HOMBRES (1. 42, 47–48).
Conocía a Pedro y a Natanael mejor de lo que ellos mismos se conocían (Véanse 2.23–25). Sólo Dios puede ver los corazones de las personas.
F. ÉL PERDONA PECADOS (1.29).
¡Nadie en la tierra puede quitar los pecados de una persona!
G. ÉL ABRE EL CAMINO AL CIELO (1.50, 51) Y ES EL CAMINO AL CIELO.
Como Jacob en Génesis 28.10–17, los pecadores están lejos de su hogar y en la noche del pecado. Pero Cristo revela la gloria del cielo y lo abre para que entremos. Cristo es la «escalera» de Dios a la gloria.

III. TESTIGOS QUE PRUEBAN QUE CRISTO ES EL HIJO DE DIOS

Juan usa a menudo las palabras «testimonio» y «testigos» en su Evangelio (1.7, 8, 15; 3.26, 28; 5.31–37; 8.18; 15.27; 18.23). Se puede confiar en los testigos de la Biblia porque tuvieron un contacto personal con Cristo y no ganaron nada de los hombres al testificar por Cristo. (Es más, sufrieron por eso.) No hay evidencia de que hayan mentido; su testimonio hoy sería válido en cualquier corte. Estos testigos son:
A. JUAN EL BAUTISTA (1.7, 15, 29; VÉANSE TAMBIÉN 5.35).
B. EL APÓSTOL JUAN (1.14: «VIMOS SU GLORIA»).
C. LOS PROFETAS DEL AT (1.30,45).
Es muy probable que Natanael se encontraba leyendo los libros de Moisés cuando Felipe le encontró.
D. EL ESPÍRITU SANTO (1.33, 34).
E. ANDRÉS (1.41).
Él fue un ganador de almas y empezó en casa.
F. FELIPE (1.45).
Felipe respaldó su testimonio con la Palabra de Dios, una estrategia sabia para todos los testigos.
G. NATANAEL (1.49).
Juan y Andrés se salvaron por medio de un predicador, Juan el Bautista. Pedro halló a Cristo debido al trabajo personal de Andrés. A Felipe lo llamó Cristo personalmente; y Natanael halló a Cristo por medio de la Palabra y el testimonio de Felipe. Dios usa a diferentes personas y circunstancias para llevar a las personas a su Hijo. Él es un Dios de variedad infinita.

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Algunas iglesias enseñan falsamente que Cristo realizó milagros cuando fue niño, pero Juan 2.11 afirma con claridad que la conversión del agua en vino fue el principio de sus milagros. Tenga presente que Juan registró estas señales en orden, para probar que Jesús es Dios (Jn 20.30, 31), para que la gente pudiera creer en Él y ser salva. Haremos un estudio triple de este primer milagro para aprender sus lecciones dispensacionales (un cuadro del fracaso de Israel), sus lecciones doctrinales (cómo se salva el pecador) y sus lecciones prácticas (cómo servir a Cristo).

I. LAS LECCIONES DISPENSACIONALES (2.1–12)

EL FRACASO DE ISRAEL.
Israel ignoró a su propio Mesías. «En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis», dijo Juan el Bautista en 1.26. Esta fiesta de bodas es un cuadro de la nación: el vino se había acabado, la provisión para la gente se había agotado y sin embargo su Mesías estaba allí para ayudarles. Las seis tinajas se usaban para la purificación ceremonial (Véanse Mc 7.3), pero las ceremonias judías no pudieron evitar la bancarrota espiritual de la nación. Estaba sin gozo (en la Biblia el vino es un símbolo de gozo; véanse Sal 104.15; Jud 9.13) y sin esperanza. La gente tenía ceremonias externas, pero no tenía nada que los satisficiera por dentro.
Cristo un día traerá de nuevo gozo a Israel, cuando la nación lo reciba como su Rey. Israel se casará de nuevo con su Dios (véanse Is 54 y Os 2), el vino de su gozo correrá libremente y la gloria de Cristo se revelará. (Jn 2.11). Hasta que llegue ese día Cristo debe decirle a Israel: «¿Qué tienes conmigo?» (Jn 2.4). La nación le ha rechazado y no le recibirá sino hasta aquel día cuando Él regrese en gloria y poder.

II. LAS LECCIONES DOCTRINALES

Cómo se salva el pecadore. Si usted revisa las notas introductorias al Evangelio de Juan verá que las siete señales muestran cómo se salva el pecador y los resultados que hay en su vida. Este primer milagro nos enseña que la salvación es por medio de la Palabra de Dios. Nótense los símbolos aquí.
A. UNA MULTITUD SEDIENTA.
¿No es este un cuadro del mundo perdido hoy? Saborean los placeres del mundo, pero no hallan satisfacción personal y si encuentran alguna, con el correr del tiempo se acaba. La Biblia invita a los pecadores sedientos a venir a Cristo para hallar salvación y satisfacción (Jn 4.13–14; 7.37; Is 55.1; Ap 22.17).
B. TINAJAS VACÍAS.
Representan al corazón humano que está duro y vacío. La Palabra de Dios compara al ser humano con una vasija (2 Co 4; 7; 2 Ti 2.20–21). La vida del pecador puede parecer encantadora por fuera, pero Dios ve que está vacía e inútil a no ser que Él pueda hacer un milagro divino.
C. LLENADAS CON AGUA.
En la Biblia el agua para lavarse es una imagen de la Palabra de Dios (véanse Ef 5.26; Jn 15.3).
Todo lo que los sirvientes tuvieron que hacer fue llenar de agua las tinajas vacías, que es igual al siervo de Dios que llena el corazón del inconverso con la Palabra. No es nuestra tarea salvar almas, sino darle a la gente la Palabra y dejar que Cristo realice el milagro de la salvación.
D. AGUA EN VINO.
Cuando el corazón del pecador se ha llenado con la Palabra, Cristo puede realizar el milagro y traer gozo. En Hechos 8.26–40 Felipe llenó al etíope con la Palabra y cuando el hombre creyó, el milagro de la salvación tuvo lugar. El etíope se fue por su camino gozoso. Nótese Juan 1.17: «La ley por medio de Moisés fue dada»; en el AT el agua se convirtió en sangre (Éx 7.19), lo cual indica juicio. Pero Cristo transformó el agua en vino, lo cual habla de gracia y gozo. El vino simboliza al Espíritu Santo (Ef 5.18).
E. EL TERCER DÍA.
Esto es una sombra anticipada de la resurrección, puesto que Cristo se levantó de los muertos al tercer día. Fue el tercer día después del «día siguiente» de 1.43, que a su vez fue el cuarto de los días sobre los cuales Juan escribió en el capítulo 1 (día #1: vv. 19–28; día #2: vv. 29–34; día #3: vv. 35–42; día #4: vv. 43–51). Tal vez Juan tenía Génesis 1 en mente cuando escribió de esta primera semana de una nueva creación (Véanse 2 Co 5.17).
f. el principio de milagros.
La salvación es el principio de milagros, porque después que la persona es salva Dios realiza milagro tras milagro en ella; y los milagros que experimentamos dan la gloria a Cristo.

III. LAS LECCIONES PRÁCTICAS

A. CÓMO SERVIR A CRISTO
Todos los que sirven a Cristo deberían escuchar las palabras de María: «Haced todo lo que os dijere» (2.5). Debe haberles parecido necio a los sirvientes llenar esas tinajas, pero Dios usa cosas necias para confundir a los poderosos (1 Co 1.27). Si queremos ver que los hombres se salven, debemos obedecer a Cristo y darles a ellos la Palabra de Dios. No es entretenimiento ni recreación lo que salva a las almas, sino la predicación y enseñanza de la Palabra. Si hacemos nuestra parte, Cristo hará el resto.
Los sirvientes sabían de dónde vino el vino, pero «la gente importante» de la fiesta no lo sabían.
Cuando una persona sirve a Cristo, aprende sus secretos (Véanse Am 3.7). Nosotros somos los siervos de Cristo y sus amigos (3.29; 15.15), y Él nos dice lo que está haciendo. Es mejor ser un siervo humilde de Cristo y hablar de sus milagros, que sentarse a la cabecera de la mesa en algún gran banquete.
Debemos usar cualquier oportunidad para servir a Cristo, «a tiempo y fuera de tiempo». Jesús glorificó a Dios en una fiesta de bodas.

3

Este es tal vez el capítulo más importante del Evangelio de Juan, porque se refiere al tema del nuevo nacimiento. Algunos grupos religiosos han confundido tanto este tema que muchos miembros de la iglesia, por no decir muchos líderes religiosos parecidos a Nicodemo, no tienen ni idea de lo que significa nacer de nuevo.

I. LA NECESIDAD DEL NUEVO NACIMIENTO (3.1–51)

A. Es necesario para ver (experimentar) el reino de Dios (v. 3).
Nicodemo era un hombre moral, religioso, uno de los principales maestros (dirigentes) de los judíos, y sin embargo no entendió la verdad sobre el nuevo nacimiento. Las verdades espirituales no la puede captar la mente carnal del pecador (Véanse 1 Co 2.10–14). Nicodemo vino «de noche», símbolo del que no es salvo; espiritualmente estaba «en las tinieblas» (véanse Ef 4.18; 2 Co 4.3–6). Ser religioso o moral no hace a la persona apta para el cielo; debe nacer de nuevo, esto es, nacer de arriba.
Nicodemo confundió lo espiritual y lo físico (Véanse v. 4). Pensaba en términos del nacimiento físico, en tanto que Cristo le hablaba de un nacimiento espiritual. Todos hemos nacido en pecado.
Nuestro «primer nacimiento» nos hace hijos de Adán y esto significa que somos hijos de ira y de desobediencia (Ef 2.1–3). Ninguna cantidad de educación, religión o disciplina puede cambiar la vieja naturaleza; debemos recibir de Dios una nueva naturaleza.

B. ES NECESARIO PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS (V. 5).

Por «el reino de Dios» Jesús no quería indicar un reino terrenal político. Pablo describe el reino de Dios en Romanos 14.17. Cuando el pecador confía en Cristo entra en el reino y familia de Dios. Como la mayoría de sus amigos judíos, Nicodemo pensaba que debido a que nació judío y vivía de acuerdo a la ley, satisfaría a Dios (véanse Mt 3; 7–12; Jn 8.33–39). Desde el mismo pecado de Adán en Génesis 3, todos los seres humanos han nacido fuera del paraíso. Sólo mediante el nuevo nacimiento podemos entrar en el reino de Dios.

II. LA NATURALEZA DEL NUEVO NACIMIENTO (3.6–13)

A. EL NUEVO NACIMIENTO ES ESPIRITUAL (VV. 6–7).
Lo que es nacido de la carne (la vieja naturaleza) es carne, siempre será carne y está bajo la ira de Dios. Lo que es nacido del Espíritu (la nueva naturaleza de la que habla 2 P 1.4) es Espíritu y es eterno.
No se puede producir un nacimiento espiritual por medios físicos. Por eso es que «nacer del agua» en el versículo 5 no puede significar agua literal, porque el bautismo significaría aplicar una sustancia física (agua) al ser físico. Esta acción nunca produciría un nacimiento espiritual. (Lea de nuevo Jn 1.11–13 y 6.63.) «Nacer del agua» no se refiere al bautismo en agua, porque en la Biblia el bautismo habla de muerte, no de nacimiento (Ro 6.1). Si el bautismo fuera esencial para la salvación, nadie en el AT fue jamás salvo, porque no hay bautismo bajo la ley. Todos los grandes santos que se nombran en Hebreos 11 se salvaron por la fe. La salvación no es por obras (Ef 2.8–10), y el bautismo es una obra humana. Cristo vino para salvar, sin embargo nunca bautizó (Jn 4.2). Si el bautismo fuera necesario para la vida eterna, ¿por qué Pablo se regocijaba de que no había bautizado más personas? (1 Co 1.13–17).
El nuevo nacimiento se puede producir solamente por medios espirituales. ¿Cuáles son esos medios? El Espíritu (Jn 3.6; 6.63) y la Palabra de Dios (1 P 1.23; Stg 1.18). El «agua» en el versículo 5 se refiere al nacimiento físico (todo bebé «nace del agua»), lo mismo que Nicodemo mencionó en el versículo 4. Una persona nace de nuevo cuando el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para producir fe e impartir la nueva naturaleza cuando la persona cree. El Espíritu por lo general usa a un creyente para darle a otra persona la Palabra (Véanse 1 Co 4.15), pero el Espíritu es el único que puede dar vida.
B. ES UN NACIMIENTO MISTERIOSO (VV. 8–10).
Nadie puede explicar al viento y nadie puede explicar la obra del Espíritu. Tanto el Espíritu como el creyente son como el viento. Nicodemo, instruido en la ley, debería haber conocido la verdad de la obra renovadora del Espíritu. Véanse Ezequiel 37.
C. ES UN NACIMIENTO REAL (VV. 11–13).
Muchas cosas son misteriosas, pero sin embargo reales. Jesús le aseguró a Nicodemo que el nuevo nacimiento no era fantasía, sino una realidad. Si una persona tan solo cree en las palabras de Cristo y le recibe, descubrirá cuán real y maravilloso es el nuevo nacimiento.

III. LA BASE PARA EL NUEVO NACIMIENTO (3.14–21)

A. CRISTO TUVO QUE MORIR (VV. 14–17).
Cristo de nuevo refiere a Nicodemo al AT, en esta ocasión a Números 21, o sea, al relato de la serpiente de bronce. Las serpientes mordían a los judíos y los mataban, y la extraña solución al problema se halló cuando Moisés hizo ¡una serpiente de bronce! Mirando por fe a esa serpiente había sanidad. De igual manera, Cristo fue hecho pecado por nosotros, porque fue el pecado lo que nos estaba matando. Al mirar a Cristo por fe, somos salvos. El bronce simboliza el juicio y Cristo experimentó nuestro juicio cuando fue levantado en la cruz. Cristo tenía que morir para que los hombres pudieran nacer de nuevo: Su muerte trajo vida. ¡Qué paradoja!
B. LOS PECADORES TIENE QUE CREER (VV. 18–21).
La fe en Cristo es el único medio de salvación. La orden de Dios a Moisés en Números 21 no fue que matara a las serpientes, ni que hiciera un ungüento para ponerlo en las mordeduras, ni que tratara de proteger a los judíos para que no los picaran las culebras. Fue que levantara una serpiente de bronce y les dijera a todos que la miraran por fe. No mirar a esa serpiente significaba condenación; la fe significaba salvación. Juan aquí regresa a 1.4–13, al simbolismo de la luz y la vida, las tinieblas y la muerte. Los pecadores no sólo viven en tinieblas, sino que aman la oscuridad y se niegan a venir a la luz donde sus pecados se pondrán al descubierto y se perdonarán.
IV. LA CONFUSIÓN ACERCA DEL NUEVO NACIMIENTO (3.22–36)
El versículo 25 puede traducirse: «Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación» (énfasis mío). ¿Podía ser este judío Nicodemo, todavía en busca de la verdad? Nicodemo, como mucha gente de hoy, estaba confuso acerca del bautismo y las ceremonias religiosas. Tal vez pensaba que «nacer del agua» significaba el bautismo o alguna otra ceremonia judía de purificación. Nótese cómo Juan el Bautista les dirigió a Cristo. Si el bautismo fuera necesario para la salvación, este es el lugar para que la Biblia lo dijera; pero nada se dice. En lugar de eso, el énfasis está en creer (v. 36).
Es evidente que Nicodemo «salió de la oscuridad» y finalmente llegó a ser un cristiano con un nuevo nacimiento. Aquí en Juan 3 vemos a Nicodemo en las tinieblas de la confusión; en Juan 7.45–53 le vemos en la aurora de la convicción, dispuesto a darle a Cristo una debida atención; y en Juan 19.38– 42 vemos a Nicodemo en la luz del día de la confesión, identificándose abiertamente con Cristo.

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Hay dos secciones en este capítulo: (1) El ministerio de Cristo a la samaritana (4.1–42), y (2) el milagro de Cristo al noble (4.43–54). En cierto sentido, ambas experiencias involucraron milagros; porque la transformación de esta pecadora fue tan maravillosa como la sanidad «a distancia» del hijo del noble.

I. EL MINISTERIO DE CRISTO A LA SAMARITANA (4.1–43)

Los samaritanos eran «mestizos», parte judíos y parte gentiles. Como tales, los judíos los consideraban proscritos y los despreciaban. Tenían su propio sistema religioso en Samaria que competía con las demandas de los judíos (Véanse 4.20–24) y creían en la venida del Mesías (4.25). A Jesús «le era necesario pasar por Samaria» (v. 4) debido a que Dios había planeado que esta mujer pecadora se encontrara con Él y hallara el agua de vida. En la entrevista que se registra vemos las diferentes etapas que la mujer atravesó para llegar a creer en Cristo.
A. «TÚ, SIENDO JUDÍO» (VV. 1–9).
Que un rabí judío le pidiera un favor a una mujer, especialmente una samaritana, la sorprendió. Ella veía en Jesús nada más que a un judío con sed. El pecador está ciego a Cristo y se interesa más en los asuntos de la vida (como sacar agua) que en las cosas de la eternidad.
B. «¿ERES TÚ MAYOR QUE NUESTRO PADRE JACOB?» (VV. 10–15).
En el versículo 10 Jesús le dice que ignoraba dos cosas: el don de Dios (la salvación) y la identidad del Salvador en su presencia. Jesús le habla del agua viva, agua de vida, pero ella lo entiende literalmente. ¡Qué típico del pecador que confunde lo físico y lo espiritual! Nicodemo pensó que Jesús hablaba del nacimiento físico (3.4), e incluso los discípulos pensaron que Él hablaba del alimento literal más tarde (4.31–34). Jesús destaca que las cosas del mundo no satisfacen y los hombres sin Cristo siempre «volverán a tener sed». La parábola en Lucas 16.19–31 lo deja bien en claro: el rico que bebía sediento los placeres físicos de esta vida tuvo sed de nuevo cuando se halló en el Hades. Jesús promete que el agua de vida brotará dentro del corazón y siempre nos refrescará y mantendrá satisfechos: y la mujer, todavía confundida, pidió de esa agua. Fue una respuesta emocional y superficial.
C. «TÚ ERES PROFETA» (VV. 16–24).
Después que manifestó su interés en el agua viva (a pesar de su confusión), la mujer se vio enfrentando sus pecados. La orden de Cristo: «Ve, llama a tu marido», tenía el propósito de despertar su conciencia y obligarla a que afrontara sus pecados. Nadie que esconda sus pecados se puede salvar jamás (Véanse Pr 28.13). Nótese cómo la mujer trató de cambiar el tema de la conversación. ¡Como los pecadores de hoy que se sienten culpables, empezó a argüir respecto a las diferencias religiosas!
«¿Dónde debemos adorar?» «¿Cuál es la verdadera religión?» Jesús destacó que lo importante es conocer al Padre y esto únicamente se puede hacer mediante la salvación, y la salvación viene de los judíos. Ahora Jesús la llevó frente a frente a sus pecados, su deseo de satisfacción y al vacío de su propia vida religiosa.
D. «ESTE ES EL SALVADOR DEL MUNDO, EL CRISTO» (VV. 25–42).
Sus ojos se abrieron a la Persona de Cristo y sobre la autoridad de su Palabra creyó en Él y recibió la salvación. Demostró su fe al dar testimonio público a la gente del pueblo (y ciertamente conocían su carácter); y ellos también llegaron a confiar en Él. Nótese el testimonio final de estos creyentes: «Este es el Salvador del mundo, el Cristo».
Es interesante notar la conducta de los discípulos en este capítulo. Están más preocupados respecto al alimento físico que al espiritual. Cristo estaba cansado (v. 6) y con sed, y seguro que con hambre; pero Él puso las cuestiones espirituales por encima de la comodidad física. Mientras los discípulos fueron a comprar qué comer (algo bueno), Cristo estaba ganando almas (algo mucho mejor). Los discípulos al llegar a Samaria tal vez dijeron: «Nunca podremos ganar a nadie aquí. Esta gente es dura de corazón y enemiga de nuestro pueblo». Pero Cristo les dijo que miraran los campos que ya estaban blancos para la siega. Les recordó que todo el pueblo de Dios debe trabajar unido en el campo, algunos para sembrar, otros para cosechar. Es Dios el que da el crecimiento (1 Co 3.5–9).
Pudiéramos notar el ejemplo que Cristo dio como ganador de almas. No permitió que los prejuicios personales o las necesidades físicas le estorbaran. Trató a la mujer en forma amistosa y no la forzó a ninguna decisión. Guió la conversación con sabiduría y permitió que la Palabra hiciera efecto en su corazón. Se relacionó con ella en forma privada y con cariño le presentó el camino de salvación. Captó su atención al hablarle de algo común y a la mano como el agua y la usó a fin de ilustrar la vida eterna.
(De la misma manera, en el fresco de la noche, a Nicodemo le habló del viento.) No evadió hablar del pecado, sino que la enfrentó a su necesidad.

II. EL MILAGRO DE CRISTO PARA EL NOBLE (4.43–54)

Este es la segunda de las siete señales en Juan. Esta señal muestra cómo se salva la persona y los resultados que siguen (véanse las notas introductorias a Juan). Las primeras dos señales ocurrieron en Caná de Galilea. Convertir el agua en vino ilustra que la salvación es por medio de la Palabra. La curación del hijo en este capítulo muestra que la salvación es por fe.
El hijo iba a morir y estaba en Capernaum, como a treinta kilómetros de Caná. El hombre quería que Cristo fuera con él, porque no creía que podría curar al muchacho a la distancia (Véanse una reacción similar en Marta, en 11.21). Jesús no fue con el hombre, sino que en lugar de eso pronunció las palabras: «Ve, tu hijo vive» (v. 50). ¡El hombre creyó a la Palabra!
Al hombre le hubiera llevado solamente dos o tres horas regresar a su casa, sin embargo el versículo 52 («ayer») indica que se quedó en Caná un día entero. El muchacho sanó a la una de la tarde y el padre llegó a su casa al día siguiente. Esto demuestra que tuvo fe real en la palabra de Cristo, porque no se apresuró a regresar a su casa para ver lo que había pasado. De esta manera nos salvamos: al poner nuestra fe en la Palabra de Dios. «Cristo lo dijo, yo lo creo; ¡y eso lo resuelve!» Es evidente que el noble se quedó en Caná, atendió algunos de sus asuntos y luego regresó a su casa al día siguiente. Tuvo «gozo y paz en el creer» (Ro 15.13), porque su confianza estaba solamente en la palabra de Cristo. No se sorprendió cuando sus criados le dijeron: «Tu hijo vive». Simplemente les preguntó cuándo sucedió la curación y verificó que fue a la hora en que Cristo había dicho la palabra.
El resultado: toda su familia confió en Cristo. «La fe viene por el oír; y el oír por la Palabra de Dios (Ro 10.17).
En el versículo 48 Jesús da la razón básica por la cual las personas no creen: quieren ver señales y experimentar maravillas. Tenga presente que Satanás es capaz de realizar señales y milagros para engañar (2 Ts 2.9, 10). Si su salvación se basa en sensaciones, sentimientos, sueños, visiones, voces o cualquier otra evidencia carnal, usted se halla en terreno peligroso. Es la fe en la sola Palabra de Dios que nos da la seguridad de la vida eterna (Véanse 1 Jn 5.9–13).

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Como muchos otros capítulos de Juan, aquí tenemos un mensaje basado en un milagro (5.17–47).

I. EL MILAGRO: LA SALVACIÓN ES POR GRACIA (5.1–16)

Esta señal completa los tres milagros que muestran cómo se salva una persona. La primera (el agua hecha vino) muestra que la salvación es por medio de la Palabra de Dios. La segunda (la curación del hijo del noble) muestra que la salvación es por fe. Este tercer milagro demuestra que la salvación es por gracia. Este hombre estaba en una condición deplorable. Debido a su pecado pasado (Véanse v. 14) llevó su aflicción por treinta y ocho años. Estaba rodeado de personas atribuladas, las cuales ilustran la triste condición del inconverso; impotentes (sin poder, Ro 5.6), ciegos, cojos (incapaces de caminar correctamente, Ef 2.1–3), paralíticos y esperando que algo les ocurra (sin esperanza, Ef 2.12). Si estas personas pudieran meterse en el agua cuando el ángel viene, podrían sanar; pero ¡no tienen el poder para lograrlo! Como el pecador hoy; si pudiera guardar la perfecta ley de Dios, podría ser salvo; pero es incapaz de hacerlo.
Sin embargo, vemos la gracia de Dios obrando. «Betesda» (v. 2) significa «casa de misericordia, o de gracia», y eso es lo que llegó a ser para este hombre. ¿Qué significa «gracia»? Significa bondad para quienes no se la merecen. Jesús vio una multitud de enfermos, ¡pero escogió solamente a un hombre y lo sanó! Este hombre no era más merecedor que los demás, pero Dios lo escogió. Es un cuadro hermoso de la salvación y de cómo debe humillarnos saber que hemos sido escogidos «en Él» y no debido a nuestros méritos, sino por su gracia (Ef 1.4). Lo que Cristo dice en 5.21 se aplica aquí: «Él da vida» a los que quiere. No podemos explicar la gracia de Dios (Ro 9.14–16), pero si no fuera por ella nadie podría ser salvo (Ro 11.32–36).
Nótese otros puntos: Habían cinco pórticos y en la Biblia cinco es el número de la gracia; y el estanque estaba cerca de la puerta de las ovejas, lo cual habla de sacrificio. El Cordero de Dios tenía que morir antes de que la gracia de Dios se derramara sobre los pecadores. Cristo sanó al hombre en el sabbat, probando así que la ley no tenía nada que ver con la sanidad. No somos salvos por guardar la ley. Él sanó al hombre por sí mismo, porque la salvación es sólo por Cristo. El hombre se quejó: «No tengo quien» (v. 7), pero aun cuando hubiera tenido una docena de hombres que le ayudaran no hubieran podido hacer por él lo que Jesús hizo. El pecador perdido no necesita ayuda; necesita sanidad.
El hombre se fue al templo, tal vez a adorar (Hch 3.1–8), y testificó públicamente que Cristo lo había sanado (v. 15). No hay evidencia de que este hombre haya confiado en Cristo para salvación.
Cuando Jesús sanó en el sabbat, comenzó el odio y la oposición de los líderes religiosos. Este conflicto empeoró y finalmente condujo a la crucifixión de Cristo.

II. EL MENSAJE: CRISTO ES IGUAL AL PADRE (5.17–47)

A. LA TRIPLE IGUALDAD DE CRISTO CON EL PADRE (VV. 17–23).
Sanar al hombre en el día de reposo era contrario a la tradición judía, de modo que los judíos persiguieron a Jesús considerando que quebrantaba la ley. En la primera parte de su mensaje les mostró que Él es igual al Padre de tres maneras:
(1) Igual en obras (vv. 17–21). El día de reposo del Padre se quebrantó en Génesis 3 cuando Adán y Eva pecaron. Desde ese tiempo Dios ha estado obrando, buscando y salvando a los perdidos. Cristo afirma que el Padre le capacitó para hacer lo que hace, y le revela su conocimiento a Él personalmente. Sus obras (milagros) proceden del Padre, incluyendo el milagro de levantar a los muertos.
(2) Igual en juicio (v. 22). Dios ha entregado todo juicio al Hijo. Esto hace al Hijo igual al Padre, porque sólo Dios puede juzgar al hombre por sus pecados. Véanse también el versículo 27.
(3) Igual en honor (v. 23). Ningún mortal podría atreverse a exigir que los hombres le rindan el honor que sólo Dios merece. La gente que ignora a Cristo, pero que dice adorar a Dios está engañada.
B. LA TRIPLE RESURRECCIÓN (VV. 24–29).
(1) La resurrección de los pecadores muertos hoy en día (vv. 24–27). Esta es una resurrección espiritual (Véanse Ef 2.1–3) y ocurre cuando los pecadores oyen la Palabra y creen. El hombre que Cristo sanó era en realidad un muerto en vida. Cuando oyó la Palabra y creyó, recibió nueva vida en su cuerpo. Cristo tiene vida en sí mismo, porque Él es «la vida» (14.6) y por consiguiente puede dar vida a otros.
(2) La resurrección de vida (vv. 28–29a). Esta es la resurrección futura de los creyentes descrita en 1 Tesalonicenses 4.13–18 y 1 Corintios 15.51–58. La Biblia no enseña una «resurrección general», así como tampoco enseña un «juicio general». Esta «resurrección de vida» es lo mismo que «la primera resurrección» en Apocalipsis 20.4–6.
(3) La resurrección de condenación (v. 29b). Esta se describe en Apocalipsis 20.11–15 y tiene lugar justo antes de que Dios haga los nuevos cielos y la nueva tierra. Todos los que hayan rechazado a Cristo serán juzgados, no para ver si van al cielo, sino para ver cuál será su grado de castigo en el infierno. Al infierno se le llama «la segunda muerte», separación de Dios. Ningún cristiano jamás estará frente al juicio ante el gran trono blanco (Jn 5.24).
C. EL TRIPLE TESTIMONIO DE LA DEIDAD DE CRISTO (VV. 30–47).
(1) Juan el Bautista (vv. 30–35). La gente escuchó a Juan y hasta se alegró con su ministerio, pero rechazaron tanto a él como a su mensaje. Lea 1.15–34 y 3.27–36 para ver cómo Juan condujo a la gente a Cristo.
(2) Las obras de Cristo (v. 36). Hasta Nicodemo admitió que los milagros de Cristo demostraban que había venido de Dios (3.2).
(3) El Padre en la Palabra (vv. 37–47). Las Escrituras del AT son el testimonio del Padre respecto al Hijo.
Los judíos investigaban las Escrituras pensando que sus estudios los salvarían, pero las leían con ojos espiritualmente ciegos. Moisés escribió de Cristo y les iba a acusar en el juicio. Rechazaron la
Palabra (v. 38); no quisieron ir a Él (v. 40); no amaron a Dios (v. 42); no quisieron recibirle (v. 43); buscaron el honor de los hombres y no el de Dios (v. 44); y no quisieron escuchar su Palabra (v. 47). ¡No sorprende que no podían creer y ser salvos!

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I. LAS SEÑALES (6.1–21)

Las primeras tres señales ilustran cómo el hombre se salva por medio de la Palabra, por fe y por gracia. La cuarta señal (la alimentación de los cinco mil) nos muestra que la salvación satisface las necesidades internas del corazón. Jesús es el pan de vida. Este milagro también nos recuerda que mientras que la salvación es del Señor y concedida solamente por gracia, Dios todavía usa instrumentos humanos para llevar el evangelio a los hombres. Jesús les dio del pan y de los pescados a los discípulos, y ellos lo repartieron a la gente. «¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?», pregunta Pablo en Romanos 10.14. Si como el muchachito en Juan 6.9 le damos todo lo que tenemos, Él lo tomará, lo partirá y lo usará para bendecir a otros. Las cuatro últimas señales en el Evangelio de Juan ilustran los resultados de la salvación:
• Alimentación de los cinco mil (6.1–14): La salvación trae satisfacción
• La tormenta se calma (6.15–21): La salvación trae paz
• Sanidad del ciego (9.1–7): La salvación trae luz
• Resurrección de Lázaro (11.34–46): La salvación trae vida
Jesús no iba a ser Rey de un grupo de personas interesadas sólo en llenar sus estómagos (Véanse v. 26). Despidió a la multitud y envió a los discípulos al otro lado del mar, sabiendo plenamente de antemano que la tormenta se avecinaba. Cuán similar a la iglesia de hoy: estamos bregando contra las tormentas de Satanás, pero nuestro Señor está orando por nosotros en el monte y un día vendrá para traernos paz. Nótese también que la barca de manera milagrosa llegó a su destino cuando Cristo subió a bordo. La salvación trae paz al corazón, paz con Dios (Ro 5.1) y la paz de Dios (Flp 4.4–7).

II. EL SERMÓN (6.22–65)

En los versículos 22–31 tenemos el escenario del sermón. La gente interesada en la comida siguió a Cristo al otro lado del mar hasta Capernaum y le halló en la sinagoga (v. 59). Él reveló los motivos superficiales, carnales, de ellos (vv. 26–27) y cómo ignoraban lo que quiere decir ser salvos por fe (vv. 28–29). Así como Él, por gracia, les alimentó con pan y todo lo que tuvieron que hacer fue recibirlo, de la misma forma Él quería darles vida eterna, pero ellos pensaron que debían ganársela. En el versículo 30 los judíos lanzaron un reto a Jesús: «¡Muéstranos una señal!» Le recordaron la manera en que Moisés les dio pan (maná) del cielo para alimentarlos (Véanse Éx 16); y Jesús lo usó como base para su sermón. Hay tres divisiones del sermón, cada una seguida por una reacción de la multitud.
A. REVELA SU PERSONA: EL PAN DE VIDA (VV. 32–40).
¡Esta afirmación de que Él era el mismo Hijo de Dios fue audaz! El Pan de Dios es una Persona del cielo (v. 33) y da vida, no sólo a los judíos (como Moisés hizo), ¡sino a todo el mundo! La manera en que se recibe este Pan es viniendo y tomándolo; y este Pan dará vida no sólo para hoy, sino también vida en el futuro en la resurrección. Nótese la reacción de los judíos (vv. 41–42) que negaron su deidad.
Jesús dijo que Dios era su Padre (v. 32), pero ellos dijeron que era José (v. 42). Es interesante comparar el maná con Jesucristo:
(1) Vino del cielo por la noche; Cristo vino del cielo cuando el hombre estaba en tinieblas.
(2) Caía como el rocío; Cristo vino nacido del Espíritu de Dios.
(3) La tierra no lo contaminaba; Cristo fue sin pecado, separado de los pecadores.
(4) Era pequeño, redondo y blanco, sugiriendo la humildad, la eternidad y la pureza de Cristo.
(5) Era de sabor dulce; Cristo es dulce para los que confían en Él.
(6) Debía recogerse y comerse; Cristo debe recibirse y la persona se apropia de Él por fe (1.12–13).
(7) Vino como un regalo; Cristo es el regalo de Dios al mundo.
(8) Había suficiente para todos; Cristo es suficiente para todos.
(9) Si usted no lo recogía, lo pisaba; si usted no recibe a Cristo, lo rechaza y lo pisotea (Véanse Heb 10.26–31).
(10) Era el alimento en el desierto; Cristo es nuestro alimento en este peregrinaje al cielo.
B. REVELA EL PROCESO DE LA SALVACIÓN (VV. 43–52).
El pecador perdido no busca a Dios (Ro 3.11), de modo que la salvación tiene que empezar con Dios. ¿Cómo Dios atrae a las personas a Cristo? Él usa la Palabra (v. 45). Lea 2 Tesalonicenses 2.13–14 con cuidado y verá una clara descripción de lo que Cristo quiere decir por «atraer a los hombres».
Comer el pan terrenal sostiene la vida por un tiempo, pero la persona al fin de cuentas morirá. Recibir el Pan espiritual (Cristo) le da a uno vida eterna. Cristo sin ambages afirma en el versículo 51 que Él dará su carne por la vida del mundo. Los judíos se rebelaron contra esto (v. 52) debido a que comer carne humana era contrario a la ley judía. Como Nicodemo, confundían lo físico con lo espiritual.
C. REVELA EL PODER DE LA SALVACIÓN (VV. 53–65).
¿Qué quiso decir Jesús al declarar que debemos «comer» su carne y «beber» su sangre? No estaba hablando en términos literales. En el versículo 63 claramente dice: «La carne para nada aprovecha».
¿Qué da vida? «El espíritu es el que da vida» (v. 63). «Las palabras que yo os he hablando son espíritu y son vida». En otras palabras, una persona come la carne de Cristo y bebe su sangre, o sea, participa de Cristo y le recibe al recibir la Palabra según el Espíritu la enseña. Cristo no está hablando del pan y la copa de la Cena del Señor, ni de ningún otro rito religioso. La Cena del Señor todavía ni siquiera se había instituido y cuando lo fue, Jesús afirmó que era un recordatorio. No imparte vida. Decir que alguien recibe vida eterna al comer el pan o beber de la copa es negar la gracia de Dios en la salvación (Ef 2.8, 9).
Jesús es la Palabra de Vida (Jn 1.1–4) y fue «hecho carne» por nosotros (1.14). La Biblia es la Palabra de Dios escrita. Cualquier cosa que la Biblia dice respecto a Jesús, también lo dice en cuanto a sí misma. Ambos son santos (Lc 1.35; 2 Ti 3.15); ambos son verdad (Jn 14.6; 17.17); ambos son luz (Jn 8.12; Sal 119.105); ambos dan vida (Jn 5.21; Sal 119.93); ambos producen el nuevo nacimiento (1 Jn 5.18; 1 P 1.23); ambos son eternos (Ap 4.10; 1 P 1.23); ambos son poder de Dios (1 Co 1.24; Ro 1.16). La conclusión es obvia: cuando usted recibe la Palabra en su corazón, recibe a Cristo. «Comemos de su carne» al participar de la Palabra de Dios. «Yo soy el pan vivo», dijo Jesús en el versículo 51; y en Mateo 4.4 dijo que: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Pedro captó el significado del sermón, porque en Juan 6.68 dijo: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».
La gente se ofendió con la doctrina (v. 61) y ya no quería andar con Cristo. Esta es la Crisis # 1 en el Evangelio de Juan (Véanse el bosquejo sugerido del Evangelio de Juan).

III. EL CEDAZO (6.66–71)

Es la Palabra de Dios revelando a la Persona de Cristo lo que separa lo verdadero de lo falso. La multitud, deseando pan para el cuerpo rechazó al Pan de vida para el alma. Pedro y diez de los discípulos afirmaron su fe en Cristo. Su fe vino por el oír la Palabra (Ro 10.17). Judas, sin embargo, era un impostor y al fin traicionó a Cristo. (Nótese: la palabra «discípulos» en el v. 66 no se refiere a los doce apóstoles, sino a los «seguidores» en la multitud.)

7

Ahora avanzamos a la segunda sección: El período de conflicto. Los líderes judíos habían visto las señales de Cristo y oído sus sermones; ahora empezaban a oponérsele. Revise estos versículos para ver la oposición: 7.1, 19, 23, 30, 32, 44; 8.6, 37, 48, 59; 9.22, 34; 10.20, 31–33, 39; 11.8, 16, 46–57; 12.10.

I. ANTES DE LA FIESTA: DUDA (7.1–9)

La Fiesta de los Tabernáculos se celebraba a los quince días del séptimo mes (entre septiembre y octubre), y duraba ocho días (véanse Lv 23.34–44; Dt 16.13–16; Nm 29.12–40). Era un recordatorio del tiempo cuando Israel vivió en cabañas durante su peregrinaje por el desierto. Éxodo 23.16 indica que era también una Fiesta de la Cosecha, una de las tres fiestas anuales a las que todo judío varón debía asistir (Dt 16.16).
Los «hermanos» de Cristo aquí son sus medio hermanos, los hijos de María y José. Jesús fue el «primogénito» de María (Lc 2.7), lo que indica que tuvo otros hijos; véanse también Marcos 3.31–35 y Mateo 13.55–56. A estos hermanos nunca se les llama «primos» del Señor, como algunos lo hacen tratando de defender la enseñanza de la perpetua virginidad de María. Los hermanos de Cristo no creían en Él en este tiempo, si bien Hechos 1.14 indicará más tarde que después de su resurrección ellos le recibieron. El Salmo 69.8–9 predecía su incredulidad y es otra prueba de que María en efecto tuvo otros hijos.
Cristo vivía de acuerdo al programa de Dios para su vida. Los inconversos puede ir y venir como quieran, pero el hijo de Dios debe permitirle al Señor que lo dirija. ¡Qué triste que los hermanos de Cristo dejaron al Salvador atrás para asistir a una fiesta religiosa!

II. EN MEDIO DE LA FIESTA: DEBATE (7.10–36)

La alimentación de los cinco mil y la curación del paralítico (5.1–9; Véanse 7.23) había despertado el interés de la multitud. Debido a que Jesús sanó al hombre en el sabbat, los judíos dijeron que Él no venía de Dios. Le dijeron que estaba poseído por los demonios (v. 20) e incluso hablaron de matarlo; pero la hora de Dios todavía no había llegado (v. 30). En esa fiesta los judíos debatieron cinco temas diferentes con Jesús:
A. SU CARÁCTER (VV. 10–13).
Algunos decían que era «bueno», otros que era un «engañador». ¿Por qué estaban tan confundidos? Debido a que temían a los líderes judíos. «El temor del hombre pondrá lazo», advierte Proverbios 29.25. El carácter de Cristo era tan inmaculado que cuando al final lo arrestaron tuvieron que conseguir falsos testigos para que testificaran en su contra. Pilato, Judas y hasta un soldado romano, todos reconocieron que Él nunca cometió ninguna falta.
B. SU DOCTRINA (VV. 14–18).
Los judíos se asombraron del conocimiento espiritual de Cristo, porque Él nunca había asistido a sus escuelas o estudiado con algún rabí. La educación es una bendición, pero es mejor que Dios nos enseñe a tomar prestadas las ideas de los hombres. Las doctrinas de Cristo vienen del cielo; las enseñanzas de los hombres vienen de su mente entenebrecida. Pablo nos advierte en contra de «la falsamente llamada ciencia» (1 Ti 6.20; Véanse Col 2.8). Juan 7.17 indica que el secreto para aprender la verdad de Dios es una disposición a obedecer. F.W. Robertson dijo: «La obediencia es el órgano del conocimiento espiritual».
C. SUS OBRAS (VV. 19–24).
Pretendían defender la ley al acusarlo de trabajar en el día de reposo; pero mostraron que su deseo de matarlo era contrario a la misma ley que reverenciaban. ¡Qué inconsistente son las personas que se oponen a Cristo y rechazan su Palabra! Un hombre se puede circuncidar en el sabbat, ¡pero no se puede sanar! Como muchos en la actualidad, eran superficiales, juzgando por las apariencias y no por la verdad.
D. SU ORIGEN (VV. 25–31).
El versículo 27 no es una contradicción del 42. Los judíos sabían dónde nacería el Mesías, pero también sabían que su nacimiento sería sobrenatural (Is 7.14). En otras palabras, no sabrían de dónde sería Él (Véanse v. 28). El registro señala que Cristo nació de la virgen María, pero los judíos no querían creerlo. Juan 8.41 sugiere que acusaron a Jesús de haber nacido en pecado; la condición de María antes de que se casara con José fue tal vez lo que hizo que la gente dijera esto. En los versículo 28–29 Jesús afirma que el Padre lo envió y que si ellos conocieran al Padre, conocerían también al Hijo.
E. SU ADVERTENCIA (VV. 32–36).
El «todavía un poco de tiempo» de que Cristo habló duró alrededor de seis meses. Es importante que la gente busque al Señor «mientras puede ser hallado» (Is 55.6). Muchos pecadores que rechazan a Cristo hoy lo buscarán mañana y Él se habrá ido de ellos (Pr 1.24–28). Los judíos ignoraban la verdad espiritual y pensaban que Él estaba hablando respecto a que los judíos serían esparcidos por todas las naciones. Como no estaban dispuestos a obedecer la verdad, no podían conocer la verdad; discutieron con Cristo y perdieron sus almas.

III. EL ÚLTIMO DÍA DE LA FIESTA: DIVISIÓN (7.37–53)

El séptimo día de la fiesta era un gran día de celebración. (El octavo día era de «solemne asamblea»: Lv 23.36; Véanse Nm 29.35.) Cada mañana de la fiesta, a la hora del sacrificio, los sacerdotes sacaban agua en una vasija dorada del estanque de Siloé y la llevaban al templo para derramarla. Esto conmemoraba la maravillosa provisión de agua que Dios les dio a los judíos en el desierto. Este día séptimo era conocido como «El gran hosanna» y era el clímax de la fiesta. No se requiere gran imaginación para captar lo que debe haber ocurrido cuando Jesús exclamó: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (v. 37), mientras los sacerdotes derramaban el agua. Cristo era la Roca de la cual fluyeron las aguas (Éx 17.1–7; 1 Co 10.4). Fue golpeado en la cruz para que el Espíritu de vida se pudiera dar y satisfacer a los pecadores sedientos. En la Biblia el agua para la limpieza simboliza la Palabra de Dios (Jn 13.1–17; 15.3); el agua para beber representa al Espíritu de Dios (Jn 7.37–38).
En lugar de prestar atención a la invitación de gracia para venir, la gente se puso a discutir y hubo división entre ellos. Algunos creyeron en Él, otros le rechazaron (véanse Mt 10.31–39 y Lc 12.51–52).
Los soldados no pudieron arrestarlo porque su palabra penetró en sus corazones (v. 46). Debido a que los líderes judíos rechazaron a Cristo, cerraron la puerta de la salvación a otros, porque estos siguieron su mal ejemplo (Mt 23.13).
Nicodemo entra en el cuadro de nuevo y esta vez le vemos defendiendo los privilegios legales de Cristo. En Juan 3 estaba en las tinieblas de confusión; pero aquí experimentaba la aurora de la convicción; dispuesto a darle a Cristo una debida atención. Por ello Nicodemo descubrió la verdad, porque una disposición de obedecer la Palabra es el secreto para aprender la verdad de Dios (v. 17). En Juan 19 vemos a Nicodemo a la luz del día de la confesión, identificándose abiertamente con Cristo.
¿Cómo llegó a tomar tal decisión? Estudió la Palabra y le pidió a Dios que le enseñara. Los dirigentes le dijeron: «¡Escudriña y ve!», y eso fue exactamente lo que hizo. Cualquiera que lee y obedece la Palabra de Dios saldrá de la oscuridad y entrará en la maravillosa luz de Dios.

8

Este capítulo muestra a Cristo en conflicto con los líderes judíos y presenta una serie de contrastes importantes.

I. LUZ Y TINIEBLAS (8.1–20)

Los escribas y fariseos trajeron a la mujer a Jesús, en el atrio de las mujeres, en la sección del tesoro del templo (v. 20). Su motivo era tentarlo (v. 6) y obligarlo a que enfrentara un dilema. Si dejaba libre a la mujer, violaba la Ley de Moisés (Lv 20.10; Dt 22.22); si decía que la apedrearan, no podría decir que perdonaba pecados. Arthur Pink sugiere que Cristo escribió con el dedo en tierra dos veces para recordarles las dos tablas de la ley, escritas con el dedo de Dios (Éx 31.18; 32.15–18; 34.1). Los judíos pecaron y Moisés rompió contra el suelo las primeras tablas de piedra; pero Dios perdonó su pecado, hizo provisión para los sacrificios de sangre y les dio otras dos tablas de piedra. Cristo murió por los pecados de esta mujer y pudo perdonarla.
La gran declaración YO SOY del versículo 12 sigue a este incidente. Como luz del mundo Cristo afirmaba ser Dios, porque Dios es luz (1 Jn 1.5). Las tinieblas hablan de muerte, ignorancia y pecado; la luz habla de vida, conocimiento y santidad. La luz reprende al pecado (Jn 3.20). El pecador perdido vive en tinieblas (Ef 2.1–3; 4.17–19; 5.8) y pasará la eternidad en tinieblas (Mt 25.30) si rechaza a Cristo. Los judíos, en lugar de someterse a Cristo, ¡discutieron con Él en el templo!

II. EL CIELO Y LA TIERRA (8.21–30)

Hay dos nacimientos: el de arriba, nacer de nuevo por el Espíritu de Dios, y el de este mundo, nacer de la carne. Y hay dos maneras de morir: el pecador muere en sus pecados, pero el creyente muere en el Señor (Ap 14.13). La fe en Jesucristo hace la diferencia.
Jesús les dijo a los judíos que Él vino del cielo; el Padre le envió (v. 26), le enseñó (v. 28) y estaba siempre con Él (v. 29). El Padre abandonó a su Hijo sólo cuando Cristo fue hecho pecado por nosotros en la cruz. En el versículo 28 Cristo habló de «ser levantado», lo cual, por supuesto, significa la crucifixión. Él le mencionó esto a Nicodemo en 3.14–16 y lo mencionaría de nuevo en 12.32–34.

III. LIBERTAD Y ESCLAVITUD (8.31–40)

A los judíos que creyeron (v. 30) se les amonestó a que demostraran su fe mediante su fidelidad. La fe en Cristo lo hace a uno hijo de Dios, pero permanecer en la Palabra y conocer la verdad (y vivirla) lo hace a uno un verdadero discípulo del reino. Cristo está hablando acerca de la esclavitud y libertad espiritual, no de la física o política. El pecador perdido está en esclavitud a sus deseos y pecados (Tit 3.3), a Satanás y al mundo (Ef 2.1–3). Al recibir la verdad en Cristo, ¡los esclavos reciben libertad!
Los oponentes de Jesús, desde luego, apelaron a sus ventajas humanas: «¡Somos hijos de Abraham!» Le dijeron lo mismo a Juan el Bautista (Mt 3.8–9). Jesús hizo una distinción entre la simiente carnal de Abraham (v. 37) y sus hijos espirituales (v. 39). Pablo hace la misma distinción en Romanos 2.28, 29; 4.9–12; 9.6 y Gálatas 4.22–29.
La gente rechaza a Jesús porque confunden lo físico con lo espiritual. Jesús le habló a Nicodemo respecto al nacimiento espiritual, pero él le preguntó acerca del nacimiento físico (Jn 3.4). Cristo le ofreció vida eterna (agua viva) a la mujer junto al pozo, pero ella hablaba del agua física (4.15). La salvación es una experiencia espiritual y el nacimiento humano no tiene nada que ver con ella.

IV. HIJOS DE DIOS E HIJOS DE SATANÁS (8.41–47)

La Biblia habla de cuatro diferentes clases de «hijos espirituales». Por naturaleza nacemos como hijos de ira (Ef 2.3); cuando alcanzamos la edad de la responsabilidad y pecamos deliberadamente, nos convertimos en hijos de desobediencia (Ef 2.2). Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, llegamos a ser hijos de Dios (Jn 1.12). Pero la persona que al final rechaza al Salvador y prefiere la auto-justificación (el sustituto del diablo) llega a ser un hijo del diablo (Véanse Mt 13.24–30, 36–43, donde los hijos del diablo se describen como cristianos falsificados). Jesús destacó las características de los hijos del diablo:
A. No le dan lugar a la Palabra de Dios (v. 37).
B. Confían en la carne: nacimiento humano, buenas obras (v. 39).
C. Aborrecen a Cristo y tratan de matarlo (vv. 40,44).
Satanás es homicida y sus hijos lo imitan.
D. No aman a Cristo ni las cosas de Cristo (v. 42).
E. No comprenden la Palabra: Satanás los ciega (v. 43).
F. Son mentirosos y aman la mentira más que la verdad (v. 44).
G. No oyen la Palabra de Dios; la detestan (v. 47).
Recuerde, estos «hijos del diablo» no eran gente groseramente inmoral; eran gente religiosa, justa en su propia opinión y que rechazaron a Cristo. Satanás arrastra a muchas personas hoy en día a una forma de piedad externa que no tiene el poder del evangelio y sin embargo piensan que son realmente salvas y que van a ir al cielo.

V. HONOR Y DESHONRA (8.48–59)

Dios honra a su Hijo, pero los hombres justos en su propia opinión lo deshonran. Le deshonran verbalmente al llamarle samaritano y al acusarle de tener un demonio. (Según los judíos, los samaritanos eran la escoria de la tierra.) Jesús les dijo que Abraham vio su día y se regocijó. ¿Cómo pudo Abraham ver el día de Cristo? Por fe (Heb 11.8–16). Vio un destello de su obra redentora cuando ofreció a Isaac sobre el altar (Gn 22). Dios le comunicó muchos secretos a su amigo Abraham debido a su fe y obediencia (Gn 18.16–22).
Cuando la brillante luz de la Palabra de Dios resplandece en los corazones, los hombres deben aceptarla y ser salvos o rechazarla y perderse. ¡Observe cuánto odiaban a Cristo estos religiosos judíos y procuraban matarle! Esto en verdad probaba que eran hijos de Satanás, el homicida. Jesús afirmó ser Jehová Dios cuando dijo: «Antes que Abraham fuese, YO SOY» (Véanse v. 58; también Éx 3.14). En el versículo 24 también dijo: «Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis». En el versículo 28 dijo: «Cuando hayáis levantado [en la cruz] al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy». La mentira de Satanás es que Jesucristo no es el Hijo de Dios (véanse 1 Jn 2.22; 4.1–3). Es imposible honrar a Dios y al mismo tiempo deshonrar al Hijo (5.23).

9

Este capítulo presenta el sexto de los siete milagros especiales registrados en el Evangelio de Juan, que testifican la deidad de Cristo (20.30–31). Las primeras tres señales muestran cómo se salva una persona: por medio de la Palabra (el agua convertida en vino), por la fe (la sanidad del hijo del noble) y por gracia (la curación del paralítico). Las cuatro señales restantes muestran los resultados de la salvación: satisfacción (la alimentación de los cinco mil), paz (aquieta la tempestad), luz (la  ración del ciego) y vida (la resurrección de Lázaro).

I. LA CURACIÓN (9.1–7)

A. EL HOMBRE TIENE LAS CARACTERÍSTICAS DEL PECADOR PERDIDO.
(1) Estaba ciego (Ef 4.18; Jn 3.3; 2 Co 4.3–6). El inconverso, aunque sea intelectual como Nicodemo, nunca puede ver o comprender las cosas espirituales. Véanse 1 Corintios 2.14–16.
(2) Estaba mendigando. El inconverso es pobre a la vista de Dios, aunque tal vez sea rico a los ojos del mundo. Mendiga por algo que satisfaga sus más profundas necesidades.
(3) Estaba impotente. No podía curarse a sí mismo; otros no podían curarlo.
B. LA CURACIÓN MUESTRA CÓMO JESÚS SALVA AL PECADOR.
(1) Se acerca por gracia al hombre. Cristo podía haber pasado de largo, porque era el sabbat y se suponía que debía descansar (v. 14). Mientras que los discípulos discutían acerca de la causa de la ceguera, Jesús hizo algo por el hombre.
(2) Irritó al hombre. Una pizca de tierra irrita el ojo; imagínese cómo deben haberse sentido las cataplasmas de lodo. Pero el lodo en los ojos le estimuló a ir a lavarse. Es lo mismo con la predicación de la Palabra: irrita a los pecadores haciéndolos que se sientan culpables, de modo que quieran hacer algo con respecto a sus pecados (Véanse Hch 2.37).
(3) Curó al hombre por su poder. El hombre probó su fe en Cristo al obedecer a su Palabra. La «religión» hoy en día quiere darle a los hombres sustitutos para la salvación, pero sólo Cristo puede librar de las tinieblas del pecado y del infierno.
(4) La curación glorificó a Dios. Todas las verdaderas conversiones son para la gloria de Dios únicamente. Véanse Efesios 1.6, 12, 14; 2.8–10.
(5) La sanidad fue notoria a otros. sus padres y vecinos vieron un cambio en su vida. Así es cuando una persona nace de nuevo, otros ven la diferencia que se manifiesta en ella (2 Co 5.17).

II. LA CONTROVERSIA (9.8–34)

Los líderes religiosos habían hecho saber que si alguno confesaba a Cristo abiertamente sería expulsado de la sinagoga (v. 22). Esto significaba, por supuesto, perder amigos, familia y todos los beneficios de la religión judía. Fue esta declaración la que forzó a los padres y a los vecinos del ciego a «andar con rodeos» cuando se les preguntó sobre la asombrosa curación. La simple confesión del hijo, en el versículo 11, glorificó a Cristo, aunque en ese tiempo todavía no comprendía a plenitud quién era realmente «aquel hombre que se llama Jesús». Los fariseos atacaron a Cristo diciendo que no procedía de Dios (v. 16) y le llamaron pecador (v. 24). El ciego curado dijo lo que sabía (v. 25) y les mostró a los fariseos qué necio era su razonamiento (vv. 30–33). El creyente de corazón sencillo sabe más verdad espiritual que los eruditos teólogos inconversos. (Véanse Sal 119.97–104.) El resultado final: expulsaron de la sinagoga al hombre.
Hubiera sido fácil para el hijo esconder su confesión y evitar de este modo la controversia, pero sin temor alguno se quedó firme en su posición. Conocía la diferencia que Cristo había hecho en su vida y no podía negarla. Cualquiera que ha conocido a Cristo y ha confiado en Él lo dirá abiertamente.

III. SU CONFESIÓN (9.35–41)

El hombre no se dio cuenta entonces, pero su lugar más seguro estaba fuera del redil de la religión judía. Los judíos lo expulsaron, pero ¡Cristo le recibió! Como Pablo (Véanse Flp 3.1–10), este hombre «perdió su religión», pero halló salvación y fue al cielo.
Nótese con cuidado cómo este hombre creció en el conocimiento de Cristo:
(1) «Un hombre que se llama Jesús» (v. 11) era todo lo que sabía cuando Cristo le sanó.
(2) «Un profeta» (v. 17), así llamó a Jesús cuando los fariseos le interrogaron.
(3) «Un varón de Dios» (vv. 31–33), fue su conclusión acerca de quién era Jesús.
(4) «El Hijo de Dios» (vv. 35–38), fue su confesión final y completa de fe. (Véanse 20.30–31.)
«La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto», afirma Proverbios 4.18, y el crecimiento en la «luz» de este hombre lo demuestra. Un cristiano es alguien que tiene la luz en su corazón (2 Co 4.6) y que es la luz del mundo (Mt 5.14). Anda en la luz (1 Jn 1) y da el fruto de la luz (Ef 5.8–9). El «creo, Señor», del hombre fue el punto en que su vida cambió.
La misma luz que guía a una persona puede cegar a otra (vv. 39–41). Los fariseos admitieron que podía ver y por consiguiente eran culpables debido a que rechazaron la evidencia y no querían recibir a Cristo. El evangelio trae diferentes reacciones de diferentes clases de corazones: el pecador ciego recibe la verdad y ve; la persona religiosa, justa en su propia opinión, rechaza la verdad y se enceguece más espiritualmente. Es peligroso rechazar la luz.

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Los sucesos de la primera mitad de este capítulo (vv. 1–21) ocurrieron después de la expulsión del hombre que se anota en 9.34; en tanto que la segunda mitad (vv. 22–42) tuvieron lugar dos o tres meses más tarde. El capítulo entero está ligado por el simbolismo del pastor y sus ovejas.

I. LA ILUSTRACIÓN (10.1–6)

Estos primeros seis versículos son un cuadro de la relación entre el pastor y sus ovejas. El versículo 6 llama a esto una «parábola», pero sería mejor llamarlo una alegoría. Cristo simplemente le recuerda a la gente la manera en que actuaban los pastores y las ovejas. Más tarde en este capítulo Él hace una aplicación más directa.
El redil en el Medio Oriente era muy simple: una pared de piedras, tal vez de tres metros de altura, y una abertura que servía de puerta. Los pastores de la aldea arreaban a sus ovejas al redil al anochecer y dejaban que el portero hiciera guardia. En la mañana cada pastor llamaba a sus ovejas, las cuales reconocían la voz de su pastor y salían del redil. El portero (o uno de los pastores) dormía a la entrada del redil y en realidad se convertía en «la puerta». Nada podía entrar o salir del redil sin pasar sobre el pastor.
Cristo destaca que el verdadero pastor entra por la puerta (v. 1), llama a sus ovejas por nombre, estas conocen su voz (v. 3), él las guía y ellas le siguen (vv. 4–5). Los pastores falsos y extraños, que son ladrones y salteadores, tratan de entrar al rebaño de alguna manera solapada, pero las ovejas no los reconocen ni les siguen.

II. LA EXPLICACIÓN (10.7–21)

A. LA PUERTA (VV. 7–10).
Jesucristo es la puerta y como tal guía a las ovejas «a entrar y a salir». El ciego del capítulo 9 fue «expulsado» (excomulgado) por los falsos pastores debido a que confió en Jesús, pero fue recibido por Cristo en el nuevo rebaño. El teólogo Arthur Pink destaca que en este capítulo en realidad se habla de tres puertas y que debemos hacer una distinción entre ellas para captar el significado completo de esta explicación:
(1) «La puerta en el redil» (v. 1). El redil aquí no es el cielo, sino la nación de Israel (Véanse Sal 100). Cristo vino a Israel a través del camino señalado en las Escrituras; el portero (Juan el Bautista) le abrió la puerta.
(2) «La puerta de las ovejas» (v. 7). Esta es la puerta que lleva a la gente fuera de su actual redil; en este caso, el judaísmo. Cristo abrió el camino para que las multitudes dejaran su antiguo sistema religioso y hallaran vida nueva.
(3) La puerta de la salvación (v. 9). Las ovejas que usan esta puerta entran y salen, lo cual habla de libertad, tienen vida eterna y disfrutan de los pastos de la Palabra de Dios. Satanás, a través de los falsos maestros (ladrones y salteadores), quiere robar, matar y destruir a las ovejas; pero Dios da vida abundante y cuida a las ovejas.
B. EL PASTOR (VV. 11–15).
Hay un contraste aquí entre los fariseos (asalariados), a quienes no les importan las ovejas, y Jesucristo el buen pastor. Los asalariados huyen y se auto-protegen cuando el enemigo viene; pero Cristo voluntariamente da su vida por las ovejas (Véanse también Hch 20.29). Cristo, como el buen pastor, da su vida en la cruz (Sal 22); como el gran pastor, cuida a las ovejas (Heb 13.20 y Sal 23); y como el pastor principal vendrá otra vez en gloria por sus ovejas (Sal 24; 1 P 5.4). En el versículo 18 habla tanto de su muerte como de su resurrección.
C. EL REBAÑO (VV. 16–21).
Las «otras ovejas» son los gentiles que no se hallaban dentro del redil judío. Jesús debe traerlas y lo hará mediante su voz, su Palabra. Esto vemos que ocurre en Hechos 10, cuando Pedro fue a los gentiles y les predicó la Palabra; creyeron y se salvaron. El versículo 16 dice: «y habrá un rebaño [la Iglesia], y un pastor [Cristo]». La Iglesia está compuesta de judíos y gentiles que han confiado en Cristo, y hay un cuerpo, un rebaño, y una vida espiritual común (véanse Ef 2.11–22; 3.1–13; 4.1–5).
Cristo es el buen pastor que muere por las ovejas. (¡En el AT las ovejas morían por el pastor!) Él llama por medio de su Palabra y los que creen entran por la puerta, salen de su redil religioso y entran en el verdadero redil de Cristo, la Iglesia.

III. LA APLICACIÓN (10.22–42)

Dos o tres meses más tarde los judíos todavía argüían con Jesús respecto a lo que Él había dicho. Cristo les recalcó que ellos no eran «de sus ovejas» y por consiguiente no podían creer. Él da aquí una hermosa descripción de los verdaderos cristianos, sus ovejas:
(1) Oyen su voz, lo que quiere decir que oyen su Palabra y responden a ella. Los inconversos tienen muy poco o ningún interés en la Biblia; las verdaderas ovejas viven en la Palabra.
(2) Conocen a Cristo y son conocidos (vv. 14, 27), de modo que no seguirán a un falso pastor. Los miembros de las iglesias que corren de un sistema religioso a otro, o de una secta a otra, demuestran con eso que no son verdaderas ovejas.
(3) Siguen a Cristo, lo cual habla de obediencia. Nadie tiene el derecho a reclamar ser una de las ovejas de Cristo si vive en voluntaria, persistente y abierta desobediencia, y rehúsa hacer algo al respecto. Así como hay falsos pastores, también hay cabritos que tratan de pasar por ovejas. Un día Cristo les dirá: «Nunca os conocí» (Mt 7.23).
(4) Tienen vida eterna y están seguros. Los versículos 28 y 29 declaran la maravillosa seguridad que los verdaderos creyentes tienen en Cristo. Tenemos vida eterna, no sólo vida «en tanto y en cuanto no pequemos».
Estamos al cuidado de Cristo y en las manos del Padre, una seguridad doble de preservación eterna para sus ovejas. Somos el regalo del Padre al Hijo, y el Padre no le quitará otra vez lo que ha regalado. Las ovejas son una ilustración hermosa de los cristianos. Las ovejas son animales limpios y los cristianos han sido limpiados de sus pecados. Las ovejas se junta en rebaños y también los verdaderos creyentes. Las ovejas son inofensivas y los cristianos deben ser inofensivos y sin culpa. Las ovejas son proclives a descarriarse ¡y también nosotros! Las ovejas necesitan un pastor para protección, guía y alimento; y nosotros necesitamos a Cristo para protección espiritual, dirección diaria y alimento espiritual. Las ovejas son útiles y productivas; asimismo los verdaderos cristianos. Finalmente, las ovejas se usaban en los sacrificios; y los cristianos están dispuestos a entregarse a sí mismos a Cristo como «sacrificios vivos» (Ro 12.1).
Los judíos demostraron su incredulidad al tratar de matar a Jesús. Él refutó su opinión citando el Salmo 82.6. Si Dios llamó «dioses» a jueces terrenos, con seguridad ¡Él podía llamarse a sí mismo Hijo de Dios! Cuidadoso al no ponerse en peligro innecesario, Cristo dejó la escena; y muchos vinieron a Él y depositaron su fe en Él. Por fe, salieron por la Puerta, abandonando el redil de la religión judía, y entraron en la libertad y vida eterna que sólo Cristo puede dar.

11

En este capítulo se halla el séptimo de los milagros que Juan registró. Aquí vemos la salvación descrita como la resurrección de los muertos, dar vida a los muertos. Use su concordancia para ver cuánto dice Juan acerca de la vida; él usa la palabra treinta y seis veces. Lázaro representa la salvación del pecador perdido en siete maneras. Miremos de cerca a cada una de estas.

I. ESTABA MUERTO (11.14)

La persona no salva no sólo está enferma; está muerta espiritualmente (Ef 2.1–3; Col 2.13). Cuando alguien está muerto físicamente, no responde a tales cosas como alimentos, temperatura o dolor.
Cuando alguien está espiritualmente muerto, no responde a las cosas espirituales. No tiene interés en Dios, ni en la Biblia, ni en los cristianos, ni en la iglesia, sino hasta cuando el Espíritu Santo empieza a obrar en su corazón. Dios le advirtió a Adán que la desobediencia traería muerte (Gn 2.15–17): muerte física (el alma se separa del cuerpo) y muerte espiritual (el alma se separa de Dios). Apocalipsis 20.14 llama al infierno la segunda muerte, que es la muerte eterna. Lo que necesitan los pecadores muertos a los caminos de Dios no es educación, medicina, moralidad o religión; lo que necesitan es nueva vida enJesucristo.

II. ESTABA PUTREFACTO (11.39)

Hay tres resurrecciones registradas en los Evangelios, aparte de la resurrección del mismo Señor Jesús. Cristo resucitó a una muchacha de doce años que había muerto (Lc 8.49–56), a un joven que había estado muerto algunas horas (Lc 7.11–17) y a un hombre maduro que había estado en la tumba por cuatro días (Jn 11). Estos presentan un cuadro de tres clases diferentes de pecadores:
(1) La muchacha. Los niños son pecadores, pero la corrupción abierta todavía no se ha afianzado en ellos.
(2) El joven. Los jóvenes son pecadores cuya corrupción externa empieza a dejarse ver.
(3) El hombre maduro. Los adultos son pecadores cuya corrupción externa definida se puede ver.
El punto es que los tres estaban muertos. Una persona no puede estar «más muerta» que otra. La única diferencia estriba en el grado de putrefacción. ¿No es esto cierto en los pecadores actualmente?
El miembro moral de la iglesia no está «putrefacto» como el vagabundo, pero de todas maneras está muerto.

III. LO RESUCITÓ Y DIO VIDA (11.41–44)

Los amigos judíos de las hermanas pudieron nada más que condolerse y llorar; se necesitó a Cristo para que le diera vida al hombre. ¿Cómo Cristo le dio vida? Por el poder de su Palabra. De esta manera Él levantó de los muertos a las personas mencionadas arriba (véanse Jn 5.24; Ef 2.1–10). ¿Por qué Cristo resucitó a Lázaro? Porque le amaba (vv. 5, 36) y porque le dio gloria a Dios (v. 4). Es por esto que nos salva. Merecemos morir e ir al infierno, pero por su gran amor nos rescató (léanse de nuevo Ef 1.3–14; 2.1–10).
Tenga presente que la salvación no es un conjunto fijo de reglas; es vida (Jn 3.14–21, 36; 5.24; 10.10; 1 Jn 5.10–13). Esta vida es una Persona: Jesucristo. Cuando los pecadores muertos oyen la voz del Hijo de Dios (la Palabra) y creen, reciben vida eterna (Jn 5.25). Rechazar la Palabra es quedarse muerto para siempre.

IV. LO DESATARON (11.44)

Lázaro estaba atado de pies y manos, y no podía librarse a sí mismo. El creyente no debe quedarse atado a los sudarios de la vida vieja, sino que debe andar en la libertad de la vida nueva. Léase cuidadosamente Colosenses 3.1–17 para ver cómo debe el cristiano «despojarse» del sudario y «vestirse las vestiduras de gracia» de la vida nueva. Es un pobre testimonio que el cristiano lleve consigo las cosas de la vida vieja.

V. TESTIFICÓ A OTROS (11.45)

En Juan 11.45 y 12.9–11, 17, vemos que Lázaro ¡causó gran conmoción en el área! ¡La gente le vio y creyó en Cristo! A decir verdad, era un milagro andante, así como debe ser cada cristiano (Ro 6.4).
La gran multitud que se reunió el domingo de ramos no vino sólo a causa de Jesús, sino también debido a Lázaro. En 12.11 se nos dice que por causa de Lázaro la gente confiaba en Cristo, pero esta clase de testimonio es el privilegio y deber de cada cristiano.

VI. TUVO COMUNIÓN CON CRISTO (12.1–2)

Mirando de antemano a 12.1–2 vemos a Lázaro sentado a la mesa con Cristo, teniendo un banquete con Él. Este es el lugar apropiado para el cristiano que ha recibido «vida» y se le ha hecho «sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Ef 2.5, 6). Al pasar tiempo con Cristo, Lázaro mostraba su gratitud por Su misericordia y amor. Aprendió las lecciones de su Palabra y recibió nuevo poder para andar con Cristo y para testificar. El milagro de la salvación nos da vida eterna, pero debemos estar en comunión diaria con Cristo para poder crecer en la vida espiritual.
Es interesante notar que la familia entera en Betania demuestra cómo debe ser la vida del cristiano.
A María siempre se le halla a los pies de Jesús, escuchando su Palabra (Lc 10.38–42; Jn 11.32; 12.3).
Marta es un cuadro del servicio; siempre se le halla atareada haciendo algo por Cristo. Lázaro habla de testimonio, un andar diario que lleva a otros a Cristo. Estas tres prácticas deben ser nuestra experiencia cristiana: adoración (María), trabajo (Marta) y caminar (Lázaro).

VII. LO PERSIGUIERON (12.10–11)

Los judíos odiaban a Lázaro porque convencía a otros de la deidad de Cristo (12.10–11). Muchos de los principales sacerdotes eran saduceos, quienes no creían en la resurrección, y Lázaro era una prueba viviente de que los saduceos estaban equivocados. Si Dios no hubiera estorbado los planes de los sacerdotes, hubieran puesto una cruz adicional en el Calvario para Lázaro. («Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución», 2 Ti 3.12.) Satanás siempre lucha contra un milagro viviente que testifica a favor de Dios.

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I. CRISTO Y SUS AMIGOS (12.1–11)

Mientras que los líderes judíos tramaban cómo matar a Cristo (11.53, 57), sus amigos le honraban con una fiesta en Betania. Marcos 14.3 indica que fue en la casa de Simón, al parecer un leproso al que Jesús había curado. Marta servía la comida, pero esta vez no tenía ni la distracción ni la frustración que había experimentado antes. (Véanse Lc 10.38–42.) Había aprendido el secreto de dejar que Cristo controlara su vida. Como ya se mencionó anteriormente, Marta representa el trabajo para Cristo; María habla de adoración (en los Evangelios siempre se le ve a los pies de Jesús); y Lázaro habla de nuestro andar y testimonio.
El ungüento que María usó hubiera costado un año de salario para un obrero común. María lo había guardado para ungir a Cristo y mostrarle su amor. ¡Cuánto mejor es mostrar el amor a las personas antes de que mueran! Ella podía haber usado el perfume en su propio hermano cuando murió, pero había guardado lo mejor para Cristo.
Dondequiera que se encuentra un creyente que muestra amor para Cristo, siempre hay un crítico que se queja. El corazón de Judas no andaba bien, y por eso sus labios pronunciaron las palabras equivocadas. Observe cómo Cristo (nuestro Abogado, 1 Jn 2.1) defiende a María. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Véanse también Zac 3, donde Satanás acusa a Josué y el Señor le defiende.)
El ejemplo de devoción de María de Betania es uno que debemos seguir. Ella dio lo mejor; lo dio con gran generosidad; lo dio a pesar de las críticas; lo dio con todo amor. Cristo la honró por su adoración (Véanse Mc 14.7) y la defendió de los ataques de Satanás.

II. JESÚS Y LOS GENTILES (12.12–36)

Cuando Jesús nació, vinieron gentiles del Oriente; ahora cuando su muerte se aproxima, los gentiles vienen de nuevo. ¿Por qué los menciona Juan en este punto? Debido a que ya Israel había desechado al Rey. Los judíos habían dicho: «¡Queremos ver señal!» (Mt 12.38); pero los gentiles dijeron: «¡quisiéramos ver a Jesús!» Felipe lleva un nombre griego, de modo que los visitantes que querían ver a Jesús vinieron a él; y él llevó el asunto a Andrés, quien también tenía un nombre griego. (Nótese: cada vez que usted halla a Andrés en el Evangelio de Juan, siempre es trayendo a alguien a Jesús; véanse 1.40–42; 6.8–9; 12.22. ¡Qué ejemplo de ganador de almas!)
Cristo menciona a los gentiles cuando habla de «ser levantado» en la cruz. En Mateo 10.5 y 15.24 Cristo les había dicho a sus discípulos que evitaran a los gentiles; pero ahora dice que los gentiles también serán salvos por medio de la cruz. Cristo es el grano de trigo que debe morir antes de que pueda haber fruto y el mundo pueda tener la oportunidad de ser salvo.
Cristo tenía que ser levantado para que «todos» (v. 32) (judíos y gentiles) pudieran ser atraídos a Él.
Esto no significa todas las personas sin excepción, sino a toda persona sin importar su raza. Cristo menciona de nuevo «su hora» (vv. 23, 27). Se refirió primero a esto en 2.5 y de nuevo lo menciona en 7.30; 13.1 y 17.1. Es la hora de su muerte a la que Él llama ¡la hora de su gloria! Observe que Cristo invita a todo el mundo (v. 26). El terreno al pie de la cruz está a nivel; ni judío ni gentiles tienen ninguna ventaja especial. «Todos pecaron, no hay justo ni aun uno» (Ro 3.23, 10). Dios ha condenado a todos a estar bajo pecado para que Él pudiera tener misericordia de todos (Ro 11.32).

III. CRISTO Y LOS JUDÍOS (12.37–50)

Las últimas palabras del ministerio público de Cristo (vv. 35–36) fueron una terrible advertencia en contra de dejar pasar la oportunidad para la salvación. Nótese el clímax: «Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos» (v. 36). En los versículos que siguen el apóstol Juan explica por qué Cristo se ocultó y por qué los judíos se condenaron.
Para empezar, habían rechazado la evidencia (v. 37). La luz había estado brillando, pero rehusaron creer y seguir la luz. Nótense los terribles resultados de rechazar continuamente la Palabra de Cristo (vv. 37–41):
(1) No creían (v. 37) a pesar de que veían la evidencia de su condición divina de Hijo.
(2) No podían creer (v. 39) debido a que sus corazones se endurecieron y su ojos se cegaron.
(3) Por consiguiente, Dios dijo que no creerían (v. 39) ¡porque habían desdeñado su gracia! Isaías 53.1 predijo su incredulidad, e Isaías 6.10 su endurecimiento de corazón.
Nótese que Juan 12.40, que cita a Isaías 6.10, afirma que Dios ciega los ojos y endurece los corazones de quienes persisten en rechazar a Cristo. Este versículo se halla siete veces en la Biblia y siempre habla de juicio: Isaías 6.10; Mateo 13.14; Marcos 4.12; Lucas 8.10; Juan 12.40; Hechos 28.26 y Romanos 11.8. Es una advertencia continua que le recuerda al inconverso a que no tome a la ligera las oportunidades espirituales. «Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz» (v. 36). «Buscad a Jehová mientras puede ser hallado» (Is 55.6).
Hemos notado antes que Juan presenta el conflicto entre la luz y las tinieblas. La luz simboliza la salvación, la santidad, la vida; las tinieblas representan condenación, pecado, muerte. Juan habla de cuatro clases diferentes de tinieblas:
(1) Tiniebla mental (Jn 1.5–8, 26). Satanás ha cegado la mente de los pecadores (2 Co 4.3–6) y no pueden ver las verdades espirituales.
(2) Tiniebla moral (Jn 3.18–21). El inconverso ama el pecado y detesta la luz.
(3) Tiniebla judicial (Jn 12.35–36). Si los hombres no obedecen a la luz, Dios envía tinieblas y Cristo se oculta de ellos.
(4) Tiniebla eterna (Jn 12.46). «Permanecer» en tinieblas es vivir en el infierno para siempre.
En los versículos 42–50 Juan cita a Cristo y muestra por qué muchas personas rechazan la luz.
Algunos lo rechazan por el temor al hombre (vv. 42–43). Apocalipsis 21.8 da una lista de la clase de personas que irán al infierno y dicha lista la encabeza los que tienen temor. En el versículo 48 Cristo afirma que rechazar la Palabra de Dios conduce a la condenación. La salvación viene a través de la Palabra (Jn 5.24); y la misma Biblia que los hombres rechazan hoy será una parte de la evidencia en su contra en el juicio.
Juan cierra este capítulo con el ministerio público de Cristo. Es un capítulo solemne. Nos recuerda una vez más que no tengamos en poco las oportunidades espirituales. La luz no siempre brillará; llegará el día cuando Cristo se ocultará de los que no se interesan en su salvación o su Palabra. Proverbios 1.20–33 es una buena advertencia que atender.

13

Contraste 1.11–12 y 12.36 con 13.1, y verá que hemos avanzado a una nueva sección del Evangelio de Juan. «A lo suyo [el mundo] vino, y los suyos [Su pueblo] no le recibieron». Ahora Él se aparta de su ministerio público a la nación y se reúne en privado con «los suyos», los discípulos. Los capítulos 13 al 16 registran el ministerio de Cristo en el «aposento alto» a los discípulos, mientras los preparaba para su muerte y la obra que harían después de su ascensión. El capítulo 13 contiene tres lecciones importantes para todos los cristianos.

I. UNA LECCIÓN DE HUMILDAD (13.1–5)

La acción de Jesús al lavar los pies fue un ejemplo de humildad y servicio (v. 15). En los países del Medio Oriente eran los esclavos los que lavaban los pies de los invitados; aquí Cristo ocupó el lugar de un esclavo. Dejó esto en claro para sus discípulos en los versículo 13–16: si su Señor y Maestro les había lavado los pies, deberían también lavarse los pies unos a otros y servirse en humildad. Esto debe haber sido un contundente reproche a los doce, porque esa misma noche ¡habían discutido quién sería el mayor! (Véanse Lc 22.24–27).
Las acciones de Cristo en los versículos 1–5 representan lo que hizo cuando dejó el cielo para venir a la tierra. Se levantó de su trono, dejó a un lado la expresión externa de su gloria, se hizo siervo y se humilló para morir en una cruz. Filipenses 2.5–11 delinea hermosamente estos pasos. Después de completar su obra de redención, se puso sus vestidos y se sentó (v. 12), describiendo como sombra anticipada su resurrección, ascensión a la gloria y su sentarse a la diestra del Padre.
Pedro debe haber recordado esta lección en humildad años más tarde cuando escribió 1 Pedro 5.5, 6. Lea esos versículos cuidadosamente. Hoy en día, demasiados cristianos están luchando por reconocimiento y posición, y necesitan recordar esta lección de humildad. Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.

II. UNA LECCIÓN EN SANTIDAD (13.6–17)

Las palabras de Cristo a Pedro en el versículo 8 son importantes: «Si no te lavare, no tendrás parte [comunión] conmigo». Hay una diferencia entre unión y comunión. Pedro estaba en unión con Cristo como uno de «los suyos» por medio de la fe, pero el pecado puede interrumpir nuestra comunión con el Señor. Hay una diferencia entre la condición de hijos y la comunión. Solamente en la medida en que permitimos que Cristo nos limpie podemos permanecer en comunión con Él y disfrutar de su presencia y poder.
En el versículo 10 Cristo hace una importante distinción entre lavar y limpieza. El versículo literalmente dice: «El que se ha limpiado de una vez por todas y por completo, no necesita hacer nada más que lavarse los pies». En tierra orientales la gente usaba baños públicos; mientras caminaban por las calles polvorientas los pies se ensuciaban. Al llegar a casa no necesitaban bañarse otra vez; necesitaban únicamente lavarse los pies. Así es con el creyente. Cuando somos salvados, se nos lava por completo (1 Co 6.9–11; Tit 3.5–6); cuando confesamos nuestros pecados diariamente al Señor, se nos lava nuestros pies y se limpia nuestro «andar» (1 Jn 1.7–9).
A los sacerdotes judíos se les ordenaba que se bañaran por completo (Éx 29.4), lo cual es un cuadro de nuestra limpieza de una vez por todas; pero Dios también proveyó el lavatorio (Éx 30.17–21) para que lo usaran diariamente para lavarse las manos y los pies. Hoy, Cristo limpia a su Iglesia mediante el agua de la Palabra (Ef 5.25–26; Jn 15.3). A medida que cada día leemos la Palabra, permitimos que el Espíritu escudriñe nuestros corazones (Heb 4.12) y luego confesamos nuestros pecados, mantenemos nuestros pies limpios y andamos en la luz (Véanse Sal 119.9). Es este lavamiento diario el que mantiene al creyente en comunión con Cristo. La lección aquí no tiene nada que ver con «conseguir» o «perder» la salvación. Es estrictamente una cuestión de comunión, de compañerismo con Cristo. Muchos creyentes cometen la misma equivocación de Pedro (v. 9); quieren ser salvos (lavados) de nuevo cuando todo lo que necesitan es solamente lavarse los pies.

III. UNA LECCIÓN EN HIPOCRESÍA (13.18–38)

Judas estaba en el aposento alto pretendiendo ser de Cristo. En los versículos 10–11 Cristo dejó en claro que Él sabía que uno de ellos no era salvo. De tanto éxito fue el engaño de Judas que incluso los demás discípulos no se dieron cuenta de que era falso.
Cristo citó primero el Salmo 41.9 (v. 18) para mostrar que Él sería traicionado. Acababa de lavarle los pies a Judas; ¡ahora Judas levantaría su calcañar contra Él! Sin embargo, la muerte de Cristo en la cruz derrotaría a Satanás, quien estaba usando a Judas como su instrumento (vv. 2, 27). Satanás primero planta el pensamiento en el corazón, luego entra en la persona para controlar su vida. Cristo les citó a los doce este versículo para evitar que tropezaran por la incredulidad (v. 19). El cristiano que sabe la Palabra no se desanimará con facilidad por las derrotas que aparecen en el camino.
En el versículo 21 Cristo les dijo abiertamente a los discípulos que uno de ellos le iba a traicionar.
En realidad, esta declaración fue una advertencia final a Judas. Cristo le había lavado los pies, le había citado de la Palabra y ahora le previene sin rodeos, dándole así la oportunidad para cambiar de opinión.
Juan, apoyado en el pecho de Jesús, descubrió el secreto y se lo dijo a Pedro, pero es evidente que ninguno de los hombres entendió claramente el significado de las palabras de Señor (v. 28). Es interesante notar que el cristiano que está más cerca del corazón de Cristo es el que descubre sus secretos. Cuando Judas aceptó el pan, se rindió a Satanás, el cual entró en él, haciéndolo un hijo del diablo (Véanse Jn 8.44). Como el Espíritu Santo, Satanás obra en y a través del cuerpo y la voluntad del ser humano que se rinden a él. «Era ya de noche» (v. 30), denota la oscuridad en el corazón de Judas, y además que esta era la hora del poder de las tinieblas (Lc 22.53).
Es peligroso que una persona sea como Judas. En Marcos 14.21 Jesús dijo: «¡Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido!» Judas pretendía ser cristiano; jugueteaba con el pecado; dilató la salvación; y cualquier persona que hace estas cosas terminará deseando nunca haber nacido. Hay algunos misterios que rodean a Judas, pero una cosa es clara: Judas tomó una decisión deliberada cuando traicionó a Cristo. En Juan 6.66–71 Cristo le advirtió a Judas y le llamó «un diablo». Pedro pensó que Judas era salvo, porque dijo: «¡Nosotros creímos!» Jesús sabía que Judas nunca había creído y por lo tanto no era salvo.
Después que Judas salió de la habitación, Jesús le advirtió a Pedro respecto a sus propias pruebas y fracasos que se avecinaban. Pedro había estado ansioso por descubrir el pecado de otros (v. 24); ahora tenía que enfrentar el suyo propio. «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7.1). La jactancia de Pedro mostró su falta de comprensión de su corazón. La autoconfianza es peligrosa en la vida cristiana.
«Me seguirás después» (v. 36), probablemente se refiere a la muerte de Pedro por causa de Jesús (Jn 21.18–19; 2 P 1.14).

14

¿Por qué se turbaron los corazones de los discípulos? Cristo les había dicho que les iba a dejar (13.33), que uno de ellos era un traidor y que Pedro le fallaría (13.36–38). Indudablemente esto los perturbó a todos, porque miraban a Pedro como su líder. Jesús mismo había revelado su carga interna (13.21), aunque es cierto que su espíritu angustiado no era de ninguna manera igual al de la turbación que ellos sentían en su corazón. En este capítulo Jesús procuró consolar a los doce y acallar la turbación de sus corazones. Les dio cinco razones por las cuales tenía que dejarlos e ir al Padre.

I. PARA PREPARAR UN LUGAR PARA ELLOS (14.1–6)

Cristo habla del cielo como un lugar real, no meramente un estado de la mente. Él describió al cielo como un hogar amante donde mora el Padre. «Mansiones» en el griego es en realidad «lugares de permanencia», lo cual habla de la permanencia de nuestro hogar celestial. El cielo es un lugar preparado para gente preparada. Cristo «el carpintero» (Mc 6.3) está construyendo un hogar celestial para todos los que confían en Él. Y Él regresará para recibir a los suyos. Pablo más tarde amplió esta promesa en 1 Tesalonicenses 4.13–18. «Ausente del cuerpo, presente con el Señor». Si Cristo hubiera permanecido en la tierra, no podría haber preparado el hogar celestial para los suyos.
¿Cómo pueden los pecadores esperar ir al cielo algún día? ¡Por medio de Cristo! Lea Lucas 15.11– 24, la historia del hijo pródigo, en conexión con Juan 14.6. Como el pecador, el hijo estaba perdido (Lc 15.24). Pero, ¡vino al Padre! (15.20). Estaba perdido, pero Cristo es el camino; era ignorante, pero Cristo es la verdad; y estaba muerto (espiritualmente), pero Cristo es la vida. Y llegó a la casa del Padre cuando se arrepintió y regresó.

II. PARA REVELARLES AL PADRE (14.7–11)

Felipe parecía tener problemas con sus ojos: quería ver. Casi sus primeras palabras en 1.46, fueron: «¡Ven y ve!» Vio la gran multitud de Juan 6 y decidió que Jesús no podría alimentarlos (6.7). Los griegos que vinieron a Felipe le dijeron: «Quisiéramos ver a Jesús» (12.21). Jesús dejó bien en claro que verle a Él es ver al Padre. «Desde ahora le conocéis, y le habéis visto» (v. 7). Es por fe que vemos al Padre, conforme llegamos a conocer mejor a Cristo.

III. PARA CONCEDERLES EL PRIVILEGIO DE ORAR (14.12–14)

Mientras Cristo estaba con los discípulos Él suplió para sus necesidades (Véanse 16.22–24); ahora que regresaba al cielo les da el privilegio de orar. Promete contestar la oración para que el Padre sea glorificado. Orar en «su Nombre» significa orar para su gloria, pidiendo cualquier cosa que Él mismo hubiera deseado. Las «más grandes obras» de las que se habla en el versículo 12 se refieren a los maravillosos milagros y bendiciones que los discípulos experimentarían, según se registran en el libro de los Hechos (véanse Mc 16.20; Heb 2.4). Las obras que Él hace a través de nosotros son todavía «más grandes», en el sentido de que somos simplemente instrumentos humanos, mientras que Él es Dios encarnado ministrando en la tierra.

IV. PARA ENVIAR AL ESPÍRITU SANTO (14.15–26)

Cristo tiene mucho que decir respecto al Espíritu en los próximos capítulos. Aquí le llama «el Consolador», literalmente «Uno que está a su lado para ayudarle». La palabra «otro» significa «otro de la misma clase», porque el Espíritu es Dios así como Cristo es Dios. El Espíritu viviendo en los discípulos tomaría el lugar del Salvador viviendo junto a los discípulos. También se le llama «el Espíritu de verdad». El Espíritu usa la Palabra para convencer a los pecadores y para dirigir a los santos, y la Palabra de Dios es verdad (17.17). El mundo no puede recibir al Espíritu porque Él viene en respuesta a la fe.
Se ha discutido considerablemente sobre lo que Cristo quiso decir con la expresión: «vendré a vosotros» (v. 18). De manera literal se lee: «En realidad vengo [tiempo presente] a ustedes». Esta declaración quizás incluye cosas: La venida de Cristo a los apóstoles después de su resurrección; su venida en la Persona del Espíritu; y su futura venida para llevarlos al cielo.
En los versículos 21–26 Cristo habla de una relación más profunda que los discípulos tendrían con el Padre y el Hijo por medio del Espíritu. Ellos pensaban que se quedarían «huérfanos» (lo que en sentido literal quiere decir «sin consolación» en el v. 18), cuando en realidad la ida de Jesús al Padre hacía posible una relación más profunda entre el santo y su Salvador. Esta relación involucra la obediencia a la Palabra (v. 21) y amor por la Palabra (v. 24). Incluye también el ministerio de enseñanza del Espíritu Santo (v. 26). El cristiano que pasa tiempo aprendiendo la Palabra y que luego va y vive la Palabra, disfrutará de una comunión íntima y satisfactoria con el Padre y el Hijo. El amor por Cristo no es una emoción superficial sobre la cual hablar; significa amar y obedecer su Palabra por el poder del Espíritu Santo. En 14.1–3 Jesús habló sobre el santo yendo al cielo para morar con el Padre y el Hijo; pero aquí Él habla del Padre y del Hijo que vienen a morar con el santo.

V. PARA DAR SU PAZ (14.27–31)

¡Cuánta paz necesitaban los discípulos! La paz que Cristo da no es la del mundo, ni tampoco la da de la manera en que el mundo la da. La paz del mundo es superficial y temporal; mientras que la paz de Cristo yace muy profundo en el corazón, satisface y permanecerá para siempre. El mundo ofrece paz a través de medios externos; Cristo da paz que mora en el corazón. Los sicólogos hablan de la «paz mental», pero Cristo, mediante su muerte, resurrección y ascensión, da «paz con Dios» (Ro 5.1).
Filipenses 4.4–9 bosqueja cómo el creyente puede tener la paz de Dios. «El Padre es mayor que yo» (v. 28) se refiere a los días de su vida terrenal. Como Hijo de Dios es igual al Padre; como Hijo del Hombre en un cuerpo humano, fue obediente al Padre que le dio sus palabras y obras (14.10, 24).
Al morir en la cruz y volver al cielo, Cristo derrotó a Satanás (v. 30), quien es el autor de la confusión e intranquilidad. Para que los discípulos no pensaran que su muerte fue una tragedia o un error, Cristo les asegura en el versículo 31 que la cruz es una prueba de su amor por el Padre. Él murió porque el Padre lo ordenó y por eso vino a hacer la voluntad del Padre.
Al revisar este capítulo, observe cuán tiernamente Cristo procura consolar a sus perplejos discípulos. Estas palabras reconfortantes son para nosotros hoy, de modo que pidámoslas por fe.

15

Juan 14 cierra con: «Levantaos, vamos de aquí», lo cual sugiere que los próximos dos capítulos tal vez se pronunciaron en camino al jardín. Es probable que Cristo y sus discípulos estaban atravesando algunos viñedos, o tal vez el templo con sus vides grabadas y enchapadas en oro, cuando Él hizo la analogía de la vid y los sarmientos. Este capítulo se divide en tres secciones: una parábola (vv. 1–11), un mandamiento (vv. 12–17) y una advertencia (vv. 18–27).

I. UNA PARÁBOLA (15.1–11)

Es importante recordar que todo en una parábola no debe significar algo. Una parábola enseña una verdad principal e intentar hacer que una parábola «se pare sobre sus cuatro patas» es a menudo el primer paso para interpretarla mal. La principal verdad que Cristo enseña en esta parábola es la importancia de permanecer en Él para poder llevar fruto. La palabra «fruto» se usa seis veces y «permanecer» por lo menos quince (pero no siempre se traduce «permanecer»). El principal punto aquí es la comunión, el compañerismo; no la condición de hijos.
Usar el versículo 6 para enseñar que el cristiano pierde su salvación y va a quemarse en el infierno si no lleva fruto es torcer el significado de la parábola. En primer lugar tal cosa contradice la clara enseñanza de otros versículos: Juan 6.27; 10.27–29; etc. Todavía más, nótese que la rama de la cual Cristo habla en el versículo 6 se seca ¡después que es arrojada fuera! Si esta rama describe al cristiano que resbala y cae y pierde su salvación, debería «secarse» primero y entonces fallar en cuanto a llevar fruto, y luego ser echado fuera. Permanecer en Cristo no significa mantenernos nosotros mismos salvos. Significa vivir en su Palabra y orar (v. 7), obedecer sus mandamientos (v. 10) y mantener nuestras vidas limpias mediante su Palabra (vv. 3–4). El cristiano que no permanece en Cristo se vuelve como un sarmiento inútil, como la sal que pierde su sabor y no sirve para nada. Primera Corintios 3.15 enseña que nuestras obras serán probadas por fuego. El cristiano que no usa sus dones y oportunidades que Dios le da las perderá (Lc 8.18; 2 Jn 8).
Ser un sarmiento en la Vid significa que estamos unidos a Cristo y tenemos su vida. Al permanecer en Él, su Vida fluye a través de nosotros y da fruto. Es posible que el cristiano carnal produzca «obras», pero sólo el cristiano espiritual puede llevar fruto que permanece. Nótese que los sarmientos fructíferos son «limpiados» (vv. 2–3) para que lleven más fruto. Dios nos limpia por medio de la Palabra, purificándonos para que seamos más fructíferos, lo cual ayuda a explicar por qué un cristiano dedicado a menudo tiene que atravesar sufrimiento. A medida que los creyentes avanzan de producir «fruto» a «más fruto» (v. 2) y a «mucho fruto» (v. 8), glorifican al Padre. Las evidencias de la vida que permanece son: un sentido del amor del Salvador (v. 9), obediencia a su Palabra (v. 10), oración contestada (v. 7) y gozo (v. 11).

II. UN MANDAMIENTO (15.12–17)

Este es el «undécimo mandamiento», que nos amemos unos a otros. Ciertamente el cristiano que permanece en Cristo ¡debe llevarse bien con otros creyentes! El amor por los hermanos es una marca del discípulo. Ahora Jesús llama «amigos» a sus discípulos. Su propia muerte en la cruz demostraría su amor por ellos; ahora ellos deben demostrar su amor por Él amando a sus hijos. Los amigos se quieren y ayudan los unos a los otros. La obediencia que Cristo nos pide no es la del esclavo, sino la del amigo.
Debido a que somos sus amigos y permanecemos en Él, conocemos su voluntad y tenemos sus secretos. Se nos recuerda que Abraham fue amigo de Dios y Él le comunicó sus planes para Sodoma.

III. UNA ADVERTENCIA (15.18–27)

Del amor a los hermanos Cristo se vuelve al odio del mundo. ¿Por qué el mundo aborrece a los cristianos?
(1) Porque primero aborreció a Cristo y nosotros le pertenecemos a Él (1 Jn 3.13);
(2) debido a que ya no pertenecemos al mundo (1 Jn 4.5; Jn 17.14);
(3) porque el mundo ha rechazado su Palabra (v. 20);
(4) porque el mundo no conoce al Padre (Véanse 16.1–3); y:
(5) debido a que Cristo ha expuesto el pecado del mundo.
Por supuesto, por «el mundo» Jesús quiere decir el sistema entero de la sociedad que se opone a Cristo y al Padre. Está compuesto de gente y organizaciones, filosofías y propósitos, que son anticristianos. «El mundo» tiene un príncipe en Satanás (Jn 14.30), el archienemigo de Cristo. Mientras que los cristianos están físicamente en el mundo, no son espiritualmente del mundo. La vieja ilustración del barco y el agua todavía se aplica: no es malo que el barco esté en el agua; pero cuando el agua se mete en el barco, ¡cuidado!
Los cristianos pueden volverse mundanos y lo hacen (como Lot) por grados. Primero está la amistad con el mundo (Stg 4.4); luego el amor por el mundo (1 Jn 2.15–17); y finalmente la conformidad con el mundo (Ro 12.2). Cualquier cosa en nuestras vidas que nos impida disfrutar del amor de Dios y de hacer su voluntad, es mundana y se debe desechar. Vivir para el mundo es negar la cruz de Cristo (Gl 6.14). El mundo aborrece a Cristo; ¿cómo puede el cristiano amar al mundo?
En los versículos 22–24 Cristo asienta el principio básico de que la revelación trae responsabilidad.
Sus palabras y obras revelaban la voluntad de Dios y la pecaminosidad de los hombres. La humanidad no tiene excusa. Debido a que judíos y gentiles por igual se unieron para aborrecer y crucificar a Cristo es prueba de que todos son pecadores y culpables delante de Dios.
Para animar a los discípulos Cristo citó el Salmo 69.4 (v. 25). La Palabra es la que nos fortalece y nos anima. Él también les promete el ministerio del Espíritu Santo. La obra del Espíritu es testificar de Cristo y señalar hacia Él. Lo hace por medio de la Palabra y por medio de las buenas obras que el cristiano realiza en el poder del Espíritu (Mt 5.16). El Espíritu testifica al cristiano, quien a su vez testifica a otros (vv. 26–27). Véanse Hechos 1.8.
En resumen, usted notará que en la primera sección de este capítulo (vv. 1–11) el Señor se refiere a la relación del creyente con Cristo. En los versículos 12–17 el enfoque está en la relación del creyente con otros cristianos; en tanto que en los versículos 18–27 Cristo habla de la relación del cristiano con el mundo. Nótese también que primero se presenta nuestra relación con el Salvador; porque si permanecemos en Cristo, amaremos al hermano y obtendremos la victoria sobre el odio del mundo.

16

Los discípulos no pudieron comprender por qué Cristo tenía que dejarlos, de modo que les mostró que su regreso al Padre haría posible mayores bendiciones debido a la venida del Espíritu. La vida cristiana no se puede vivir con la energía de la carne. Necesitamos al Espíritu de Dios si vamos a llevar vidas que glorifiquen a Cristo. Nuestro Señor describió cómo el Espíritu trabaja a través del creyente.

I. EL ESPÍRITU CONVENCE AL MUNDO (16.1–11)

El mundo no es amigo del cristiano. Cristo les advirtió a los suyos respecto a la persecución venidera, para que cuando suceda, no tropiecen y caigan. Pablo, en su estado inconverso, es un buen cuadro del tipo de personas del que se habla en el versículo 2. Cristo no les dijo este hecho antes porque Él estaba con ellos para protegerles. Ahora que iba a dejarlos les dio su Palabra para animarles.
Por supuesto, Cristo ya les había hablado respecto a la persecución (Mt 5.10–12), pero no les había explicado su fuente (los religiosos) y la razón (la ignorancia y el odio del mundo).
Ahora les explicó la obra que el Espíritu haría en el mundo mediante la Iglesia. El mismo hecho de que el Espíritu esté en el mundo es una acusación contra el mundo. En realidad, Cristo debería estar en el mundo, reinando como Rey; pero el mundo lo crucificó. Tenga presente que el Espíritu no viene a las personas del mundo perdido (14.17), sino al pueblo de Dios. Su Espíritu está aquí, recordándole a la humanidad su terrible pecado. El Espíritu le da al mundo una convicción triple:
A. DE PECADO (V. 9).
Y este es el pecado de la incredulidad. El Espíritu no convence al mundo de pecados individuales; la conciencia lo debe hacer (Véanse Hch 24.24–25). La presencia del Espíritu en el mundo es prueba de que el mundo no cree en Cristo; de otra manera Cristo estaría aquí en el mundo. El pecado que condena al alma es la incredulidad, el rechazo de Cristo (Véanse Jn 3.18–21).
B. DE JUSTICIA (V. 10).
Nótese que no es lo mismo que la injusticia, o sea, el pecado de las almas perdidas. Cristo habla de la convicción que produce el Espíritu en el mundo, no de los incrédulos como individuos, aun cuando hay una aplicación personal. La presencia del Espíritu en el mundo es prueba de la rectitud y justicia de Cristo, quien ahora ha regresado al Padre. Mientras estaba en la tierra, a Cristo lo acusaron de quebrantar la ley y de ser tanto un pecador como un impostor. Pero debido a que el Espíritu está en la tierra es prueba de que el Padre levantó al Hijo y le recibió de vuelta en el cielo.
C. DE JUICIO (V. 11).
No confunda esto con Hechos 24.25, «el juicio venidero». Cristo habla aquí del juicio pasado en la cruz, no del juicio futuro. Él ha hablado de juzgar a Satanás y al mundo (12.31, 32; Véanse también Col 2.15). La presencia del Espíritu en el mundo es evidencia de que Satanás ha sido juzgado y derrotado; de otra manera Satanás controlaría al mundo.
Usted puede aplicar estos tres juicios a los creyentes como individuos. El Espíritu usa a los cristianos que testifican y a la Palabra para convencer al inconverso de su pecado de incredulidad; de su necesidad de justicia; del hecho de que, puesto que pertenece a Satanás (Ef 2.1–3), las tiene todas para perder. No hay salvación sin una convicción guiada por el Espíritu, porque Él usa la Palabra para convencer a las almas perdidas.

II. EL ESPÍRITU INSTRUYE AL CRISTIANO (16.12–15)

Los discípulos deben haber sentido su ignorancia de la Palabra, de modo que Cristo los confirmó mediante la explicación del ministerio de enseñanza del Espíritu. Lo mencionó en 14.26 y 15.26. «No hablará por su propia cuenta» (v. 13) no significa que el Espíritu nunca habla de sí mismo o llama la atención a sí mismo. Él escribió la Biblia, ¡y en sus páginas hay centenares de referencias al Espíritu!
Esta frase significa que el Espíritu no enseñará lo que se le antoje, sino que recibirá la dirección del Padre y del Hijo. El Espíritu nos enseña la verdad desde la Palabra, y al hacerlo así, glorifica a Cristo.
Guy King sugiere tres maneras en las cuales el Espíritu glorifica a Cristo:
(1) Escribió un libro acerca de Él;
(2) Hace un creyente como Él;
(3) Halla una Esposa para Él.
El Espíritu puede enseñar a cualquier cristiano que se rinde a Cristo. Lea el Salmo 119.97–104 para ver cómo Dios enseña al cristiano humilde. No cuenta mucho la edad, experiencia o educación, sino una disposición de aprender y vivir la Palabra.

III. EL ESPÍRITU ESTIMULA AL CRISTIANO (16.16–22)

Los discípulos quedaron muy perturbados y desanimados porque Cristo los iba a dejar. El versículo 16 parece ser una paradoja: «Me veréis; porque yo voy al Padre». Parece que Cristo dice: «Debido a que me voy, ¡ustedes me verán de nuevo!» Aquí hay un significado doble. Primero, «le verán de nuevo» después de su resurrección de entre los muertos; pero también «le verán» cuando el Espíritu venga a morar con ellos. Cambiarían la vista física por la percepción espiritual. Hoy los creyentes «ven a Jesús» (Heb 2.9) por medio de la enseñanza del Espíritu de la Palabra de Dios. Cristo compara los acontecimientos de sus sufrimientos al nacimiento de un niño: al parto le sigue el gozo. Isaías 53.11 afirma: «Verá el fruto de la aflicción de su alma». Los discípulos en efecto lloraron y lamentaron, pero su aflicción se transformó en gozo. Hoy nosotros tenemos tristezas y sufrimientos; pero cuando Cristo vuelva se tornará en gozo. Cristo da la clase de gozo que el mundo no puede quitar.

IV. EL ESPÍRITU AYUDA AL CRISTIANO A ORAR (16.23–33)

«En aquel día» tal vez se refiere al día cuando vendría el Espíritu y empezaría su ministerio entre ellos. Mientras que Cristo estaba en la tierra, los discípulos estaban acostumbrados a llevarle sus preguntas y necesidades. Cuando Cristo regresó al cielo, envió el Espíritu para ayudarles en su oración (Ro 8.26, 27) y les instruyó a que oraran al Padre personalmente. La oración bíblica es al Padre, mediante el Hijo y en el Espíritu. No es necesario que el Hijo suplique al Padre a nuestro favor (v. 26), porque el Padre está deseoso de responder a nuestras peticiones (v. 27).
¡La oración es un tremendo privilegio! Considere estas otras palabras de Cristo acerca de la oración: Juan 14.13, 14; 15.7; 15.16. Conforme el creyente permite que el Espíritu le enseñe la Palabra, crece en su vida de oración, porque la oración y la Palabra van juntas. Judas 20 nos ordena a «orar en el Espíritu Santo». Demasiada oración de hoy es carnal, pidiendo por cosas que no están en la voluntad de Dios (Véanse Stg 4.1–10). Es maravilloso permitir que el Espíritu Santo nos agobie con peticiones de oración (Ro 9.1–3). El Espíritu conoce la mente del Padre y puede guiarnos a orar por lo que Dios quiere darnos. Bien se ha dicho que la oración no es vencer la renuencia de Dios; es aferrarnos a su buena disposición.
El testimonio de los discípulos debe haber alegrado el corazón de Cristo, pero les advirtió de su próximo fracaso (v. 32). Incluso, ¡el Padre finalmente abandonaría a Cristo en la cruz! ¡Qué bendición escuchar que el Señor dice: «Confiad» (v. 33). Estaba a punto de ser arrestado y crucificado, y sin embargo les da paz y gozo a sus seguidores. Les promete su victoria: «Yo he vencido al mundo» (v. 33).
El Espíritu tiene un ministerio especial en nuestras vidas. ¿Estamos permitiendo que lo haga a su manera?

17

Algunos han llamado acertadamente a este capítulo «El Lugar Santísimo del Evangelio de Juan».
Tenemos el privilegio de oír al Hijo conversando con el Padre. Usted pudiera pasar muchas semanas meditando en las verdades de este capítulo, pero aquí sólo podemos destacar los puntos más sobresalientes.

I. CRISTO ORA POR SÍ MISMO (17.1–5)

El gran tema de estos versículos es que Jesús ha concluido la obra de la salvación. Desde 2.4 Juan ha mencionado con frecuencia «la hora». Use su concordancia y trace el patrón de estos versículos.
«He acabado la obra» [la obra de la salvación] y, debido a esto, «te he glorificado en la tierra» (v. 4).
Cristo siempre miró a la cruz como un medio de glorificar a Dios (12.23). Pablo también siempre vio gloria en la cruz (Gl 6.14).
Cristo le pide al Padre que le dé nuevamente la gloria que Él dejó cuando vino a la tierra a morir (Flp 2.1–12). La única vez en que su gloria se reveló en la tierra fue en el monte de la transfiguración (Jn 1.14; 2 P 1.16–18). Nótese el verbo «dar» en el versículo 2:
(1) El Padre le ha dado al Hijo autoridad sobre toda la humanidad;
(2) el Hijo da vida eterna a.
(3) aquellos que el Padre le ha dado al Hijo.
Una de las preciosas verdades en Juan 17 es que ¡cada creyente es un regalo de amor de Dios al Hijo! (Jn 6.37). Esto es un misterio que no podemos explicar, pero ¡agradecemos a Dios por eso!
«Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Ro 11.29). Esto quiere decir que nuestra salvación es segura, porque el Padre no nos quitará del Hijo.
«He manifestado tu nombre» (v. 6), esta declaración debe estar relacionada a las declaraciones «YO SOY» de Cristo en el Evangelio de Juan. El nombre de Dios es YO SOY (Éx 3.13, 14) y Cristo revela que Dios es para nosotros lo que quiera que necesite ser. Para el que tiene hambre Cristo dice: «Yo soy el Pan de vida». Para el perdido le dice: «Yo soy el Camino». Para el ciego dice: «Yo soy la Luz del mundo».

II. CRISTO ORA POR SUS DISCÍPULOS (17.6–19)

La clave aquí es la santificación, o sea, la relación de los discípulos al mundo. Jesús dijo: «Yo les he dado tu palabra» (v. 14), y en el versículo 17 afirma que somos santificados (separados para Dios) por medio de la Palabra. La santificación no significa perfección sin pecado, de otra manera Cristo nunca pudiera haber dicho: «Yo me santifico a mí mismo» (v. 19), por cuanto nunca pecó. Un cristiano santificado es alguien que crece diariamente en la Palabra y como resultado se aparta cada vez más del mundo y para el Padre.
Cristo le pidió al Padre que guardara a los discípulos (v. 11). Esta petición no sugiere la posibilidad de que los discípulos pudieran perder su salvación. Nótese la petición completa: «Guárdalos en tu nombre, para que sean uno». El versículo 15 pide que sean guardados del malo. Cristo estaba físicamente con los discípulos y podía mantenerlos juntos, unidos en corazón y propósito, separados del mundo. Ahora que se iba de regreso al cielo, le pidió al Padre que los guardara.
Algunos usan el versículo 12 como «prueba» de que un creyente puede perder su salvación, pero una lectura cuidadosa del versículo ¡prueba precisamente lo opuesto! Jesús dijo: «Ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición». Esto muestra que Judas nunca fue parte del grupo de creyentes discípulos. «Sino» es una palabra de contraste, que muestra que Judas era de una clase diferente a la de los otros. En el versículo 11 Jesús afirma con claridad que Él guardó a todos los que el Padre le dio; puesto que Judas estaba perdido, no podía haber tenido nada entre los que se les dio. Mucha gente que hoy en día enseña que Judas «perdió su salvación» cometen la misma equivocación que Pedro hizo (6.66–71) al pensar que Judas tenía la salvación, ¡cuando no la tenía!
Los cristianos no son del mundo, pero están en el mundo para testificar de Cristo. Guardamos limpias nuestras vidas mediante su Palabra. Cristo en realidad nos ha enviado al mundo a tomar su lugar (v. 18). ¡Qué responsabilidad tenemos!

III. CRISTO ORA POR SU IGLESIA (17.20–26)

El tema principal aquí es la glorificación: «La gloria que me diste, yo les he dado» (v. 22). No dice: «les daré», por cuando en el plan de Dios el creyente ya ha sido glorificado (Ro 8.30). Esta es otra prueba de la seguridad eterna del creyente: ya somos glorificados en tanto y en cuanto a Dios concierne. Cristo ora que podamos estar con Él y ver su gloria. Colosenses 3.4 afirma que participaremos de su gloria; Romanos 8.18 promete ¡que manifestaremos su gloria!
Cristo también ora por la unidad de su Iglesia (v. 21). Hay una vasta diferencia entre unidad (de corazón y espíritu) y uniformidad (todo el mundo es exactamente igual). Cristo nunca oró que todos los cristianos pertenecieran a una iglesia mundial. Las fusiones denominacionales pueden producir uniformidad organizacional, mas la unidad no la pueden garantizar. La unidad procede de la vida interna, no de la presión externa. Si bien los verdaderos cristianos pertenecen a diferentes denominaciones, todos son parte de la verdadera Iglesia, el cuerpo de Cristo; es esta unidad espiritual en amor la que convence al mundo de la verdad del evangelio. Para los cristianos es posible diferir en cuestiones menores y todavía amarse unos a otros en Cristo.
Todo cristiano que muere va al cielo porque Cristo oró para que esto fuera así (v. 24) y el Padre siempre responde a sus oraciones (11.41, 42).
En el versículo 26 Cristo promete más revelaciones del Padre, las cuales Él dio a los apóstoles por el Espíritu. Pide que podamos disfrutar del amor del Padre en nuestra experiencia diaria (Véanse 14.21–24).
Podemos resumir las partes principales de su oración como sigue:
En los versículos 1–5 Jesús enfatizó la salvación y el don de la vida eterna (v. 2). En 6–19 se concentra en la santificación: «Yo les he dado tu palabra» (v. 14). Los versículos 20–26 enfocan la glorificación: «La gloria que me diste, yo les he dado» (v. 22). Estos dones abarcan el pasado, el presente y el futuro del creyente.
Nótese también en esta oración las maravillosas aseveraciones de la seguridad eterna del creyente:
(1) Los creyentes son el don del Padre al Hijo (v. 2), y Dios no pide que se le devuelva lo que Él regala por amor.
(2) Cristo concluyó su trabajo. Debido a que Cristo hizo su trabajo por completo, los creyentes no pueden perder su salvación.
(3) Cristo pudo cuidar a los suyos mientras estaba en la tierra y es capaz de seguir cuidándolos hoy, porque es el mismo Salvador.
 (4) Cristo sabe que finalmente estaremos en el cielo porque Él ya nos ha dado su gloria.
(5) Cristo oró que podamos estar en el cielo y el Padre siempre responde a las oraciones de su Hijo (11.41–42)

18

Jesús dejó el lugar de oración para encontrarse con sus enemigos. «El torrente de Cedrón» nos recuerda al rey David, quien estuvo en el exilio por la rebelión de sus amigos y familia, y atravesó el mismo caudal de agua (Véanse 2 S 15).

I. EL ARRESTO (18.1–14)

Jesús deliberadamente salió al encuentro de Judas y los que le acompañaban, porque sabía lo que iba a ocurrir. (Véanse 13.1–3; 6.6. Jesús siempre sabía lo que debía hacer, porque siempre sabía la voluntad del Padre.) Es interesante notar que el arresto tuvo lugar en un jardín. Cristo, el postrer Adán (1 Co 15.45), salió al encuentro del enemigo en un jardín y triunfó, en tanto que el primer Adán se encontró con el enemigo en un jardín y fracasó. Adán se escondió, pero Cristo se reveló abiertamente.
Al meditar en estas dos escenas de los dos jardines, vea qué otros contrastes puede hallar.
Judas estaba con el enemigo. «Y puestos en libertad, vinieron a los suyos» (Hch 4.23). La gente siempre se va adonde están sus corazones; Judas tenía a Satanás en su corazón y así estaba con la muchedumbre de Satanás. Triste es decirlo, ¡Pedro también se mezcló con la misma multitud! Nótese cómo Jesús los sorprendió cuando usó el nombre divino: «YO SOY». El mismo nombre que salva a los creyentes (17.6) condena a los perdidos.
En el versículo 8 Jesús le advirtió a sus discípulos que se fueran, para que no cayeran en problemas.
Ya les había dicho que serían esparcidos (16.32), pero Pedro prefirió quedarse y luchar, y se metió en peligro debido a eso. El pecado de Pedro no fue «seguirle de lejos», sino seguirle de todas maneras. Él debería haber obedecido a la Palabra y haberse ido.
El versículo 9 es una retrospectiva a 17.12, donde Cristo habló de la salvación de los discípulos.
Aquí está hablando respecto a su protección física. De este modo Cristo nos guarda de dos maneras: preserva nuestras almas en salvación y guarda nuestros cuerpos, sellándolos con su Espíritu, hasta el día de la redención (Ef 1.13, 14).
Al usar la espada Pedro estaba definitivamente desobedeciendo a Cristo. Él no necesita nuestra protección; las armas que debemos usar para luchar contra Satanás son las espirituales (2 Co 10.4–6; Ef 6). Pedro se equivocó al escoger el arma, se equivocó en el motivo, actuó bajo órdenes equivocadas ¡y consiguió los resultados equivocados! ¡Cuánta gracia mostró Jesús al curar a Malco (Lc 22.51) y proteger de esa manera a Pedro de cualquier daño. De otra manera, tal vez hubiera habido otra cruz en el Calvario y a Pedro lo hubieran crucificado antes de llegar el tiempo de Dios (Jn 21.18, 19).

II. LA NEGACIÓN (18.15–27)

La narración se enfoca ahora en Pedro, y vemos su triste declinación. En el aposento alto Pedro se jactó tres veces de que sería leal a Cristo (Mt 26.33, 35; Jn 13.37). En el jardín se quedó dormido tres veces (Mc 14.32–41) cuando debería haber estado orando. Luego negó tres veces al Señor y en Juan 21 tuvo que confesar tres veces su amor por Cristo. En el aposento alto Pedro cayó en las artimañas del diablo (Lc 22.31–34); en el jardín cedió a la debilidad de la carne; y ahora, en el patio de la casa del sumo sacerdote, se rendía ante las presiones del mundo. ¡Qué importante es velar y orar!
No sabemos el nombre del discípulo anónimo que se menciona en el versículo 15. Tal vez fue Nicodemo o José de Arimatea; no es muy probable que Juan (a menudo llamado «el otro discípulo», 20.3) hubiera estado en términos amistosos con el sumo sacerdote. Véanse Hechos 4.1–3. Quienquiera que fuera, este discípulo condujo a Pedro al pecado al abrirle la puerta. El versículo 18 dice que «hacía frío», de modo que Pedro se sentó cerca del fuego, pero Lucas 22.44 indica ¡que Cristo había estado sudando cuando oraba aquella noche! Pedro sentía frío tanto física como espiritualmente y tuvo que calentarse junto al fuego del enemigo. «Anduvo en consejo de malos» y ahora estaba «en camino de pecadores». Pronto se sentaría «en silla de escarnecedores» (Véanse el Sal 1). Mientras Cristo sufría, Pedro se calentaba y de ninguna manera participaba de sus sufrimientos.

III. EL RECHAZO (18.28–40)

Debido a que había dos hombres identificados como sumos sacerdotes muestra cuán corrupta estaba la nación en ese tiempo. Anás y Caifás eran socios en el comercio del templo y detestaban a Jesús porque había limpiado dos veces el templo.
Mucho se ha escrito respecto a los aspectos ilegales del juicio de Cristo. Se realizó de noche; al prisionero se le consideró culpable y como a tal lo trataron; la corte contrató testigos falsos; el juez permitió que se maltratara al prisionero mientras estaba atado; la corte no le permitió defensa al acusado. Después del juicio secreto de noche, los taimados líderes religiosos llegaron a Jesús ante Pilato para la sentencia final de muerte. No entraron en el recinto gentil «para no contaminarse», ¡pero no vacilaron en condenar a un inocente a la muerte!
Desde 18.33 hasta 19.15 leemos el triste relato de la cobarde indecisión de Pilato. Por lo menos siete veces salió Pilato de su pretorio a los judíos, tratando de lograr un compromiso. Pilato crucificó a Cristo porque fue un cobarde, «queriendo satisfacer a la gente» (Mc 15.15). ¡Cuántos pecadores estarán en el infierno porque temieron a la gente y trataron de complacerla!
Cristo le explicó a Pilato la naturaleza espiritual de su reino, pero no su declaración: «Mi reino no es de este mundo». Si los judíos le hubieran recibido, Él podía haber establecido su reino en la tierra.
Pero le rechazaron, porque su reino es de naturaleza espiritual, en los corazones de las personas. Un día, cuando Él regrese, establecerá su reino en la tierra. ¡Cuánto anhelamos ese bendito día!
La pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?», la han formulado por siglos los filósofos. En 14.6 Jesús dice: «Yo soy la verdad». Juan 17.17 dice: «Tu Palabra es verdad». Primera de Juan 5.6 afirma que «el Espíritu es verdad». El Espíritu y la Palabra apuntan a Cristo, la Verdad.
El mundo toma las decisiones erradas cuando se trata de asuntos espirituales. La chusma prefiere a un asesino antes que al Príncipe de la vida. Prefieren al que quebranta la ley antes que al dador de la ley. Los judíos rechazaron a su verdadero Mesías, pero un día aceptarán al falso mesías de Satanás, el anticristo (5.43).
Los hombres rechazan a Jesús por diferentes razones. Judas rechazó a Cristo porque atendió al diablo; Pilato escuchó al mundo; Herodes obedeció a la carne.
«Ustedes tienen una costumbre», dijo Pilato (18.39). ¡Qué triste que Pilato conociera las costumbres religiosas, pero no conociera a Cristo! Las personas son así, incluso hoy, se cuidan de observar las festividades y costumbres religiosas, pero ignoran al Salvador del mundo. El rechazo significa juicio eterno, pero la fe significa vida eterna. Todo el mundo tiene que tomar una decisión.

19

I. SE MOFAN DE CRISTO (19.1–22)

Pilato tal vez pensó que si azotaba a Jesús (lo cual era ilegal), conmovería los corazones de los judíos y que pedirían que lo dejara en libertad. Pero sus corazones estaban endurecidos (12.40) y decididos a destruirle. Pilato equivocadamente permitió que los soldados ridiculizaran a Cristo, presentándole con una corona, un manto y un cetro de mofa. Compare esta escena con Apocalipsis 19.1–21, cuando toda rodilla se doblará ante Él.
Los judíos acusaron a Cristo de quebrantar la ley debido a que afirmaba ser Dios (Véanse 10.33). Sin embargo, en sus mensajes y milagros Jesús demostró ser Dios. Pero los pecadores de corazón endurecido rehusaron considerar la evidencia; estaban obstinados en destruirle.
¿Por qué Cristo no contestó la pregunta de Pilato en el versículo 9? Por un lado Pilato no había obedecido la verdad que ya había recibido; y Dios no revela más verdad hasta que obedezcamos la que se nos ha dado. La jactancia de Pilato en el versículo 10 fue realmente su sentencia de condenación. Si tenía la autoridad para dejar en libertad a Cristo y sabía que Jesús era inocente (19.4), ¡debía haber dejado en libertad al prisionero! Cristo reprendió a Pilato al recordarle que toda autoridad viene de Dios (Véanse Ro 13.1; Pr 8.15, 16). Pilato estaba en las manos de Dios para cumplir un propósito especial, pero aun así era responsable por sus decisiones y culpable por su pecado (Véanse Lc 22.22). «El que a ti me ha entregado» (v. 11) se refiere a Caifás, no a Judas.
«No tenemos más rey que César» (v. 15) fue el clamor de los judíos. En 6.15 querían hacer rey a Jesús; y en 12.13 le vitorearon como rey; y ahora le rechazan. Esta es la tercera crisis del Evangelio de Juan (Véanse en el bosquejo sugerido del Evangelio de Juan la lista de estas crisis).
Pilato tuvo «la última palabra», porque escribió el título para la cruz: «JESUS NAZARENO, REY DE LOS JUDIOS». Se acostumbraba que el prisionero romano llevara la acusación escrita en un letrero que colgaba de su cuello y que luego se clavaba en la cruz encima de su cabeza. ¡El «crimen» de Cristo fue que se hizo Rey! El título en tres idiomas representa las tres grandes áreas de la vida humana: la religión (hebreo), la filosofía y la cultura (griego) y la ley (latín). El título habla del pecado universal, porque las tres grandes naciones del mundo participaron en su muerte. La religión, la filosofía y la ley no salvan a los pecadores.
El título también habla del amor universal: «Porque de tal manera amó Dios al mundo». El título además anuncia salvación para el mundo entero, porque Cristo es la sabiduría de Dios para el griego, poder de Dios para el judío y justicia de Dios que cumple su santa ley (1 Co 1.18). El ladrón arrepentido leyó este título, confió en Cristo y fue salvo.

II. CRISTO CRUCIFICADO (19.23–30)

Juan registra sólo tres declaraciones de Cristo en la cruz. Se tiene el cuidado de anotar el cumplimiento de la Escritura en el sorteo de su túnica sin costura (Sal 22.18), el vinagre que le dieron (Sal 69.21) y cómo traspasaron su costado sin quebrarle ningún hueso (Sal 34.20; Éx 12.46; Zac 12.10). Nótese, sin embargo, que el versículo 37 no dice que Zacarías 12.10 se cumplió; más bien que Él sería traspasado. Lo «mirarán» en el día futuro cuando Él venga en gloria (Ap 1.7). Todos los detalles respecto a la crucifixión fueron elaborados cuidadosamente por la mano de Dios.
Jesús, al entregar a Juan a María y viceversa, rompía finalmente los lazos terrenales de familia. Era Cristo el que controlaba la situación, no María. Admiramos la devoción de María al venir a la cruz (Lc 2.34–35). Su silencio es prueba de que Jesús es el Hijo de Dios, porque una palabra suya hubiera podido salvar a Jesús. Después de todo, ¿quién conoce a un hijo mejor que la madre que lo dio a luz?
«Tengo sed», habla por igual de agonía física y espiritual, porque Cristo sufrió el tormento del infierno por nuestros pecados. Tuvo sed para que nos fuera posible no tener sed jamás. «Consumado es» en el texto griego es una sola palabra: tetelestai. La palabra era común y usada por los mercaderes para decir: «¡El precio se ha pagado por completo!» Los pastores y los sacerdotes la usaban cuando hallaban la oveja perfecta, lista para el sacrificio; y Cristo murió como el Cordero perfecto de Dios. Los sirvientes, cuando habían terminado su trabajo, usaban esta palabra para informárselo a sus amos.
Cristo, el siervo obediente, había terminado la obra que el Padre le dio. Cristo, voluntaria y deliberadamente, dio su vida; la puso por sus amigos.

III. CRISTO SEPULTADO (19.31–42)

Los judíos no estaban interesados en la compasión o en lo terrible de su crimen; ¡sólo querían evitar que se violaran sus leyes respecto al sabbat! El hecho de que los soldados no le quebraron las piernas a Cristo para acelerar su muerte era prueba de que Él ya estaba muerto. La sangre y el agua ilustran dos aspectos de la salvación: la sangre expía la culpa del pecado y el agua lava la mancha del pecado. La sangre habla de justificación y el agua de santificación. Ambas deben ir siempre juntas, porque quienes han confiado en la sangre de Cristo para salvarles, deben tener vidas limpias delante de un mundo que observa.
Por el versículo 35 podemos inferir que Juan dejó a María en su casa y luego regresó a la cruz.
Estar con Jesús fue más importante que cuidar a María. Cuando hallamos a María por primera vez en el Evangelio de Juan, es asistiendo a una alegre fiesta de bodas (2.1–11); su última mención es al pie de la dolorosa ejecución de Jesús.
Dios había preparado a Nicodemo y a José, dos miembros del sanedrín, para que sepultaran el cuerpo de Jesús. De otra manera, su cuerpo probablemente hubiera sido arrojado al basurero fuera de Jerusalén. Isaías 53.9 prometía que su tumba estaría entre los ricos. Esta es la tercera y última mención de Nicodemo en Juan y al menos le vemos salir a la luz de la confesión con audacia (véanse las notas sobre Juan 3). Nicodemo y José sabían por sus estudios de las Escrituras cuándo, cómo y dónde moriría Cristo. Tenían la tumba preparada con las especias aromáticas y tal vez se escondieron en la tumba por un tiempo mientras Cristo estaba en la cruz. José no hizo esta tumba para sí mismo, porque a ningún rico le hubiera gustado que lo sepultaran cerca del lugar donde se ejecutaban a los criminales. Él compró la propiedad cerca al Calvario para poder cuidar del cuerpo de Jesús rápida y fácilmente.
No debemos criticar a José por ser «un discípulo en secreto», porque podemos ver cómo Dios le usó tanto a él como a Nicodemo para lograr sus propósitos. Si la fe de ellos hubiera sido conocida abiertamente, el concilio les hubiera impedido que se ocuparan del cuerpo de Jesús. Cuando José y Nicodemo tocaron el cuerpo muerto de Jesús se contaminaron ceremonialmente para la Pascua. Pero no les importó, ¡porque habían llegado a confiar en el mismo Cordero de Dios!
El Cordero de Dios había dado su vida por los pecados del mundo. Su trabajo en la tierra estaba terminado y descansó en el día de reposo.

20

Este capítulo registra tres de las apariciones de Cristo después de la resurrección. Cada aparición produjo un resultado diferente en las vidas de los que participaron.

I. MARÍA VIO AL SEÑOR (20.1–18)

Cristo había echado fuera de María Magdalena a siete demonios (Lc 8.2) y ella le amaba profundamente. En su confusión y desilusión María llegó a conclusiones y pensó que alguien se había robado el cuerpo de Cristo. Corrió a decírselo a Pedro y a Juan, quienes a su vez fueron a la tumba.
¿Por qué Juan corrió más rápido que Pedro? (v. 4). Puede haber habido razones físicas: tal vez Juan era más joven que Pedro. Pero también hay aquí una lección espiritual: Pedro todavía no había afirmado su entrega a Cristo y, por consiguiente, su «energía espiritual» estaba por los suelos.
Isaías 40.31 dice que los que esperan en el Señor «correrán, y no se fatigarán», pero Pedro había corrido adelantándose al Señor y le había desobedecido. Su pecado afectó a sus pies (Jn 20.4), sus ojos (21.7), sus labios (negó al Señor) e incluso la temperatura de su cuerpo (18.18; Véanse Lc 24.32).
¿Qué vieron los hombres en la tumba? Vieron los lienzos de la mortaja colocados como si cubrieran un cadáver, ¡pero el cadáver no estaba! La mortaja era como un capullo vacío. El sudario (lienzo que cubría el rostro) estaba cuidadosamente doblado, colocado aparte. No fue la escena de un robo de una tumba, porque ningún ladrón habría podido sacar el cadáver de la mortaja sin romper los lienzos o dejar las cosas desarregladas. Jesús regresó a la vida con poder y gloria, ¡y traspasó los lienzos y la misma tumba! El versículo 8 nos dice que los hombres creyeron en su resurrección debido a la evidencia que vieron. Más tarde se encontraron con Cristo personalmente y también llegaron a creer en el testimonio de las Escrituras.
Hay, entonces, tres tipos de pruebas sobre las cuales usted puede descansar cuando se trata de asuntos espirituales:
(1) la evidencia que Dios da en su Palabra,
(2) la Palabra de Dios, y:
(3) la experiencia personal.
¿Cómo puede un hombre saber que Cristo es real? Puede ver la evidencia en las vidas de otros; puede leer la Palabra; y, si confía en Cristo, puede tener con Él una experiencia personal. Nótese en el versículo 10 que ellos regresan a su casa sin proclamar el mensaje del Cristo resucitado. La evidencia intelectual por sí sola no cambia a la gente. Debemos encontrar a Cristo personalmente.
Eso fue lo que le ocurrió a María: se quedó en el lugar y se encontró con Cristo. ¡Cuánto nos recompensa a veces esperar! (Véanse Pr 8.17). María vio dos ángeles en la tumba (Lc 24.4 les llama «dos varones»), pero estaba demasiado absorta con su dolor que no dejaba que la consolaran. La descripción de los ángeles, en el versículo 12, nos recuerda el propiciatorio en el Lugar Santísimo (Éx 25.17–19); el Cristo resucitado es nuestro propiciatorio en el cielo. María se alejó de los ángeles, pues estaba buscando a Cristo; ¡hubiera preferido tener su cadáver antes que ver a los ángeles! La persona que vio era realmente Cristo, pero sus ojos estaban tan nublados que no le reconoció. La palabra «pensando» en el versículo 15 explica toda su aflicción. Hoy en día, muchos cristianos se sienten miserables «pensando» algo que de ninguna manera es verdad. Cuando Jesús la llamó por su nombre, le reconoció.
Él llama a los suyos por nombre (Jn 10.3, 4) y ellos conocen su voz. Véanse Isaías 43.1.
El versículo 17 sugiere que temprano en la mañana del día de resurrección Cristo ascendió al cielo para presentar al Padre su obra terminada. Esa ascensión secreta cumplió el tipo de sacrificio del que se habla en Levítico 23.1–14: la «ofrenda mecida de las primicias», el día que seguía al sabbat (Véanse 1 Co 15.23). ¡El encuentro de María con Cristo la transformó en una misionera!

II. LOS DISCÍPULOS VEN AL SEÑOR (20.19–25)

Dos veces se ha mencionado ya «el primer día de la semana» (20.1, 19). Este es el domingo, no el sábado (el sabbat judío, el séptimo día de la semana). El sabbat indica descanso después del trabajo y pertenece a la dispensación de la ley. El domingo es el día del Señor, el primer día de la semana, y habla de vida y descanso antes del trabajo. Nos recuerda de la gracia de Dios. Cristo atravesó puertas cerradas en su cuerpo glorificado y trajo paz a los hombres temerosos. Nótese que dos veces Él habla de la paz (vv. 19, 21). La primera «paz» es con Dios, basada en su sacrificio en la cruz. Por eso es que les mostró sus manos y su costado. La segunda paz es de Dios, que viene de su presencia con nosotros (Véanse Flp 4). Él los comisionó a que tomaran su lugar como embajadores del Padre en el mundo (Véanse Jn 17.15–18).
El soplo de nuestro Señor nos recuerda de Génesis 2.7, cuando el Señor sopló vida en Adán y también de 2 Timoteo 3.16, donde «inspiración» significa «exhalada por Dios». Esta acción fue personal e individual, dándoles el poder y discernimiento espiritual que necesitarían para cumplir su comisión. La venida del Espíritu en Pentecostés fue colectiva y les dio poder para el servicio y el testimonio. El poder de «remitir» que se les da en el versículo 23 no se aplica a los cristianos hoy, excepto en el sentido de que retenemos o remitimos pecados al darles el evangelio a los pecadores. No hay ninguna referencia en el Nuevo Testamento de ningún apóstol perdonando pecados. Tanto Pedro (Hch 10.43) como Pablo (Hch 13.38), hablaron de la autoridad de Cristo. No hay duda alguna de que los discípulos tuvieron privilegios especiales, pero estos no son derechos nuestros hoy en día.

III. TOMÁS VIO AL SEÑOR (20.26–31)

Tomás no estaba en la primera reunión. Cuántas cosas nos perdemos por ausentarnos de las reuniones locales. Nótese la declaración de Tomás: «Si no viere, no creeré» (v. 25). Se le apodaba «Dídimo», que significa «gemelo». ¡Él tiene muchos gemelos hoy en día!
El siguiente día del Señor, cuando los discípulos estaban reunidos, Jesús se les apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. ¡Qué amor perdonador le mostró Jesús! Tomás vio al Señor y ¡se le olvidaron todas sus exigencias de pruebas! Su testimonio nos emociona: «¡Señor mío, y Dios mío!» Las heridas de Cristo le ganaron el corazón. Cristo afirma aquí que usted y yo hoy podemos tener la misma seguridad y bendición, porque estamos entre los que creen y sin embargo no le hemos visto.
Al repasar estas tres apariciones de Cristo puede ver los diferentes resultados. Con María la cuestión fue su amor por Cristo. Le echaba de menos y quería cuidar su cadáver. Con los discípulos, se trataba de la esperanza. Toda su esperanza había desaparecido; estaban encerrados en un cuarto, ¡abrazándose en temor! Con Tomás el asunto era la fe; no creería a menos que viera pruebas. Debido a que Jesucristo vive hoy nuestra fe es segura. «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana» (1 Co 15.17).
Tenemos una esperanza viva mediante su resurrección de entre los muertos. Primera Corintios 15.19 dice: «Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres».
En los versículos 30–31 Juan indica el propósito de su Evangelio: que los pecadores crean y tengan vida eterna por Cristo. Al leer este Evangelio hallará muchas personas que creyeron y recibieron vida eterna:
(1) Natanael (1.50);
(2) sus discípulos (2.11);
(3) los samaritanos (4.39);
(4) el noble (4.50);
(5) el ciego (9.38);
(6) Marta (11.27);
(7) los judíos que vieron a Lázaro resucitado de entre los muertos (12.11); y:
(8) Tomás (20.28). Todos dieron el mismo testimonio: «Creo».

21

El capítulo final muestra a Cristo como el Maestro de nuestro servicio y el Amigo de pecadores. Si no fuera por este capítulo nos estaríamos preguntando qué ocurrió entre Pedro y el Señor y si finalmente se resolvió o no su desobediencia.

I. UNA NOCHE DE DERROTA (21.1–3)

Pedro actuó sin pensar cuando volvió a pescar. Lo había dejado todo para seguir a Cristo (Lc 5.1–11) y ahora volvía a su antigua vida. Todo en esta escena habla de derrota:
(1) había oscuridad, indicio de que no andaban en la luz;
(2) no tenían palabra directa del Señor;
(3) sus esfuerzos sólo resultaron en fracaso;
(4) no reconocieron a Cristo cuando apareció, mostrando que su visión espiritual estaba oscurecida.
Con su precipitada decisión Pedro hizo que otros seis hombres se descarriaran. ¡Qué trágica es una mala influencia! Necesitamos tener presente que Dios nos bendice solamente cuando permanecemos en Cristo y obedecemos la Palabra. «Sin mí, nada podéis hacer» (15.5).
Demasiados cristianos entran en actividades bien intencionadas, pero antibíblicas, para desperdiciar tiempo, dinero y energía en nada. Cuidémonos de la impaciencia. Es mejor esperar que el Señor nos dé direcciones y permitirle que nos bendiga, antes que meternos en actividades inútiles.

II. UNA MAÑANA DE DECISIÓN (21.4–17)

Cuando Cristo aparece en la escena la luz empieza a brillar. Les instruye desde la orilla ¡y ellos atraparon una gran cantidad de peces! ¡Unos pocos minutos de trabajo con Cristo en control logrará más que toda una noche de esfuerzos carnales! Es interesante comparar este milagro con el del principio de la carrera de Pedro, en Lucas 5:
LUCAS 5 JUAN 21
1. Siguió a una noche de fracaso 1. Siguió a una noche de fracaso
2. No se da el número exacto de peces
2. 153 pescados (v. 11)
3. Las redes empezaron a romperse
3. La red no se rompió
4. Cristo les dio instrucciones desde el barco.
4. Cristo les dio instrucciones desde la orilla
Algunos ven en estas escenas un cuadro de la iglesia de hoy (Lc 5) y de la iglesia al final de la edad, cuando Cristo regrese (Jn 21). Hoy estamos echando la red del evangelio, pero con frecuencia nuestras redes se rompen, nos parece que fracasamos y no sabemos cuántas almas en realidad se ganan.
Pero cuando Cristo vuelva se sabrá exactamente el número y ninguno se perderá. En la actualidad hay muchos barcos y pescadores trabajando, pero cuando Cristo regrese, veremos a una sola iglesia y todos los redimidos en la única red del evangelio.
En realidad, hay varios milagros en este capítulo aparte de la pesca. Pedro recibió una fuerza milagrosa al levantar una red que siete hombres juntos no podían con ella (vv. 6, 11).
El hecho de que la red no se rompiera es asombroso. Sin duda, que fue un milagro que se suplieran las brazas y el desayuno. La escena entera estaba creada para despertar la conciencia de Pedro y abrir sus ojos. La pesca le recordó de su decisión pasada de dejarlo todo y seguir a Cristo. Las brazas le llevarían de nuevo a su negación (Jn 18.18). El lugar, el mar de Galilea, le recordaría las múltiples experiencias pasadas con Cristo: la alimentación de los cinco mil, andar sobre las aguas, atrapar el pez con la moneda, la tempestad que calmó, etc.
Debido a que Pedro negó a Cristo tres veces públicamente, tenía también que enderezar las cosas públicamente. Nótese que Cristo alimentó a Pedro antes de analizar sus pecados. ¡Cómo le gusta al Señor bendecirnos primero, y entonces tratar con nosotros! La cuestión fue el amor de Pedro hacia Cristo. Si una persona realmente ama al Señor, su vida será dedicada y devota. Nótese que Cristo le da a Pedro una nueva comisión: ahora es un pastor, además de un pescador de hombre. (Véanse 1 P 5.)
Ahora es el pastor de los corderos y ovejas, y las alimenta con la Palabra de Dios. Se espera que todos los cristianos sean pescadores de hombres (ganadores de almas), pero algunos han sido llamados al ministerio especial de pastorear el rebaño. ¿De qué sirve ganar a los perdidos si no hay iglesia donde reciban alimentación y cuidado?

III. UN DÍA DE DEDICACIÓN (21.18–25)

Hay una gran diferencia entre la condición de hijos (ser salvos) y el discipulado (seguir al Señor).
No todos los cristianos son discípulos. Cuando Pedro pecó, no perdió su condición de hijo, pero se alejó de su discipulado. Por esta razón Cristo repitió su llamamiento: «Sígueme». Cristo también enfrenta a Pedro con la cruz (v. 18), indicando que el mismo Pedro un día sería crucificado (Véanse 2 P 1.12–14). Antes de que podamos seguir a Cristo debemos tomar nuestra cruz. Cuando usted recuerda que Pedro anteriormente trató de impedirle a Cristo que fuera a la cruz, este mandamiento cobra un nuevo significado (Mt 16.21–28).
Pedro ahora comete un error trágico: retira de nuevo sus ojos del Señor y empieza a mirar a otros, en este caso, a Juan. Si vamos a seguir a Cristo, debemos mantener nuestros ojos fijos nada más que en
Él (Heb 12.1–2). «No es asunto nuestro» cómo Jesús lidia con sus otros obreros; nuestra responsabilidad es seguir a Cristo y obedecerle. (Véanse en Ro 14 las instrucciones de cómo debemos relacionarnos con otros cristianos.)
Juan cierra su Evangelio asegurándonos que el mundo entero no podría contener todos los libros que se podrían escribir sobre la vida de Cristo. Los cuatro Evangelios no son «Vidas de Cristo», sino más bien cuatro retratos diferentes de Jesús, cada uno con un énfasis diferente. Sería imposible, dice Juan, escribir toda su vida.

Si Pedro no se hubiera encontrado con Cristo en el capítulo 21 de Juan, confesado su pecado y afirmado su amor, no hubiéramos leído nuevamente de Pedro en Hechos 1. Dios pudo usar a Pedro más tarde debido a que él arregló sus cuentas con el Señor. Cristo bendice y usa a los que le obedecen y le siguen.