El libro comprende cinco poemas que lamentan la desolación que había alcanzado a la santa ciudad en 586 a. de J.C. Las primeras cuatro composiciones consisten de acrósticos basados en el abecedario heb. Cada v. de los caps. 1 y 2 comienza con una palabra cuya primera consonante es sucesivamente una de las 22 letras del abecedario heb.
Una pequeña variación en el orden común ocurre en 2:16, 17;
3:47, 48; y 4:16, 17. La peculiaridad del cap. 3 consiste de un arreglo
alfabético triple, de modo que las tres líneas de cada estrofa comienzan con la
misma letra. El cap. 5 no es un acróstico, aunque igual que los otros caps.,
contiene 22 estrofas, y es una oración en vez de ser una elegía. Esta clase de
formas alfabéticas probablemente servía de estímulo, útil a la memoria en una
época cuando los manuscritos eran escasos y caros.
Aunque en heb. no había un nombre por el cual se conociera al
libro, su autoría fue atribuida a Jeremías por autoridades antiguas.
El libro lamenta el asedio y destrucción de Jerusalén y se apena
por los sufrimientos de los habitantes durante ese tiempo. Confiesa los pecados
para bien del pueblo y sus líderes en una manera conmovedora; reconoce una completa
sumisión a la voluntad divina y ruega a Dios mostrar su favor para con el
pueblo restaurándolo.
ANÁLISIS:
1. La ciudad caída admite su pecado y la justicia del juicio divino
(caps. 1—2).
2. Lamentación; reafirmación de la misericordia y del juicio divino;
oración por intervención divina (caps. 3—4).
3. Más confesión y oración por piedad (cap. 5).
Es
un cantico fúnebre (probablemente escrito por Jeremías) sobre la destrucción de
Jerusalén. Aunque lamentándose profundamente por la ciudad, el profeta sabía
que el juicio de Dios era el resultado del pecado del pueblo. Al llamar al
pueblo a arrepentirse, les recordó que la compasión de Dios nunca deja de ser.
Es evidente que
Jeremías fue el autor de las Lamentaciones, que lleva su nombre. El libro no
fue escrito sino después de la destrucción de Jerusalén por los caldeos.
Que seamos guiados
a considerar el pecado como la causa de todas nuestras calamidades, y estando
en pruebas, ejerzamos sumisión, arrepentimiento, fe y oración, con la esperanza
de la liberación prometida por medio de la misericordia de Dios.
Es una serie de “poemas fúnebres”
que marcan la destrucción de Jerusalén y del templo. Está escrito en forma de
acróstico: cada uno de los veintidós versículos de los capítulos 1, 2, 4 y 5
empieza con una letra consecutiva del alfabeto hebreo; en el capítulo 3 hay
tres versículos por cada letra. Ningún libro de la Biblia revela el corazón
sufriente de Dios por el pecado como lo hace este. Véanse Jeremías 13.17 y
Mateo 23.36–38.
AUTOR Y FECHA
Lamentaciones
en sí mismo es anónimo, pero generalmente ha sido atribuido a Jeremías. Así lo
hacen la Septuaginta y la Vulgata, siguiendo una tradición judía, tal vez basada
en 2 Cr 35.25. Pero este pasaje se refiere a la muerte de Josías y no da base
para atribuir Lamentaciones a Jeremías.
Los
eruditos han debatido la posibilidad aduciendo razones de estilo, ideas
dominantes y las circunstancias de la vida de Jeremías, pero han llegado a
conclusiones opuestas (NBD e IDB, Lamentaciones). En todo caso, se trata
de un testigo (o varios) de la caída de Jerusalén y no puede ser posterior al
regreso en 538 a.C.
NOMBRE
QUE LE DA A JESÚS. Lam: 3: 22, 23, 31-33. El Dios Fiel Y Compasivo.
1–5
Esta es una colección de cinco
«lamentaciones» o «endechas fúnebres» conmemorando la caída de Jerusalén ante
los babilonios en el 586 a.C. Jeremías presenció este trágico suceso. Se le
partió el corazón al ver a Jerusalén y el templo destruidos, el pueblo
masacrado y los prisioneros llevados cautivos a Babilonia. Podemos ver las
lágrimas del profeta a través de todo el libro. De este libro podemos aprender
cinco importantes lecciones acerca de Dios y su voluntad.
I. LO TERRIBLE DE LOS JUICIOS DE DIOS (1.1–6)
Estos versículos comparan a
Jerusalén con una rica princesa o reina que de repente la dejan sola y la
privan de toda su riqueza y hermosura. Antes estaba llena; ahora está vacía.
Antes la honraban; ahora está en desgracia. Su gozo se ha reemplazado con
lágrimas; sus grandes victorias ahora se pierden en la derrota. ¿Por qué?
Debido a que en lugar de amar a Jehová ha cortejado a muchos «amantes» (v. 2) y
a los dioses falsos de las naciones paganas. Ahora esas naciones paganas se han
convertido en sus enemigas.
El pecado siempre trae aflicción y
tragedia. En el capítulo 2 Jeremías explica que Dios no será más su amigo, sino
su enemigo. Antes Él peleaba las batallas de ellos, pero ahora era demasiado
tarde. Lea la triste descripción de los que por el hambre se comían a sus hijos
(2.20; 4.10; y Véanse Jeremías 19.9). Jerusalén no sólo perdió su gozo, riqueza
y hermosura, sino también su testimonio. Todos los paganos se ríen de ella
(2.15–16). Sin duda esto se aplica al creyente hoy: cuando Dios castiga al
rebelde la experiencia no es nada fácil. El pecado siempre hace que el pecador
pierda.
II. LA RECTITUD DE LA IRA DE DIOS (1.18–22)
«Estamos cosechando simplemente lo
que sembramos», es el clamor del profeta. Los terribles juicios que vinieron
eran sólo lo que la ciudad y la nación merecían. «Nos hemos rebelado contra su Palabra».
La rebelión siempre acarrea la disciplina; Véanse Hebreos 12.1–14. ¿Por qué
permitió Dios que su pueblo fuera al cautiverio? Para enseñarles a confiar en
Él y a obedecer su Palabra. En el versículo 19 Jeremías menciona los siguientes
buscapleitos: los «amantes», es decir, los falsos dioses y las naciones paganas
en quienes Judá confiaba cuando se veía en problemas; y los falsos profetas y sacerdotes
que enseñaban mentiras y le daban al pueblo una confianza falsa. Cuando una
nación no escucha la verdad de la Palabra de Dios, no hay esperanza para tal
nación.
¿Qué podía hacer el pueblo? Nada,
excepto someterse a la mano de disciplina de Dios y confiar en su misericordia
(1.22). La confesión de pecado es mejor que la rebelión continua contra Dios.
Era demasiado tarde para que Dios cancelara la invasión, pero Él vería el
arrepentimiento de su pueblo y empezaría a obrar a favor de ellos incluso mientras
estuvieran en el cautiverio.
III. LA VERACIDAD DE LA PALABRA DE DIOS (2.17)
«Ha cumplido su palabra». Durante
cuarenta años Jeremías le había advertido al pueblo que sus pecados traerían
juicio; sin embargo, la nación no escuchaba. El pueblo no quería oír la verdad;
preferían los «mensajes populares» de los falsos profetas (2.14). Jerusalén se
reía de Jeremías, lo persiguió y hasta trató de matarlo, pero al final Dios
honró a su siervo y sus palabras se hicieron realidad. Léase en Jeremías 4.5–10
el mensaje de advertencia dado por el profeta. Léase en Jeremías 5.30–31 su
descripción de la nación creyendo mentiras. Suena muy contemporáneo.
En Jeremías 6.13–14 compara a los
falsos profetas con los médicos que ocultan los síntomas, pero no curan la enfermedad.
Véanse 8.11, 21–22. En 23.9, Jeremías explica lo que ocurre a un pueblo cuando
rechaza la verdad de la Palabra de Dios y cree en las mentiras de los hombres.
Sin embargo, la verdad de la Palabra de Dios seguirá firme, así como lo hizo en
los días de Jeremías. El tiempo ha llegado cuando la gente no puede soportar la
«sana doctrina», sino que quiere en su lugar predicadores que le acaricien los
oídos y les entretengan con un mensaje de falsa seguridad (2 Ti 4.1–5). No cabe
duda que Dios juzgará a este mundo, a pesar de lo que digan los falsos
profetas.
IV. LA TERNURA DEL CORAZÓN DE DIOS (1.12–16)
Jeremías nos revela el corazón de
Jehová, destrozado por los pecados de su pueblo. El juicio es la «extraña obra»
de Dios (Is 28.21); no aflige porque quiere. E incluso cuando en efecto castiga
a su pueblo, está con ellos en su sufrimiento (Is 63.9). «El Señor al que ama castiga». Las lágrimas de Jeremías
nos recuerdan que Dios ama a los suyos, incluso cuando son rebeldes, y que su
amor hacia ellos jamás cambia. Al pasar la gente por las ruinas, Jeremías les
pregunta: «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino?» Podemos oír la voz
de Jesucristo aquí, cuando lo colgaron en la cruz por los pecados del mundo.
¿Recuerda cómo lloró sobre Jerusalén porque vio que se avecinaba el día del
juicio sobre la ciudad?
Dios, en su amor, ha advertido al
pueblo respecto a sus pecados y a su juicio inminente. Es más, desde el mismo
Moisés el Señor advirtió a Israel que no siguiera a los dioses falsos (véanse
Lv 26 y Dt 28). En amor envió profetas para que les previnieran (2 Cr
36.15–17), pero no querían escuchar. Ahora, en su amor, tenía que castigarlos
para enseñarles las lecciones que no querían aprender.
V. LA FIDELIDAD DE LA MISERICORDIA DE DIOS
(3.18–36)
Aquí, en el corazón de este libro,
hallamos una de las más grandes confesiones de fe que se hallan en toda la
Biblia. Jeremías se explayó en sus aflicciones y en el sufrimiento de su
pueblo, pero entonces alzó sus ojos al Señor… y este fue el punto decisivo. En
medio de la aflicción y la ruina recordó la misericordia de Dios. «Nunca
decayeron sus misericordias». Nosotros le fallamos, pero Él no nos falla. «Grande
es tu fidelidad».
La fidelidad de Dios es un
tremendo estímulo en días cuando los corazones de las personas desfallecen de
temor. Si usted edifica su vida sobre personas o cosas de este mundo, no tendrá
esperanza ni seguridad; pero si lo hace en Cristo, el Fiel, estará seguro para
siempre. Él es fiel para castigar (Sal 119.75); Lamentaciones
mismo enseña esta lección. Él quiere traernos al lugar de arrepentimiento y
confesión (Lm 3.39–41). Él es fiel
para perdonar cuando confesamos nuestros pecados (1 Jn 1.9). Es fiel para compadecerse cuando tenemos
cargas y problemas (Heb 2.17–18; 4.14–16). Nunca tenemos que temer de que esté
demasiado ocupado como para escuchar o demasiado cansado como para ayudar.
Él es fiel para librar cuando clamamos su ayuda en la tentación (1 Co 10.13).
Es fiel para guardarnos en esta
vida y para la vida eterna (1 Ti 1.15; 1 Ts 5.23–24). Podemos entregar nuestras
vidas y almas en las manos del fiel Creador (1 P 4.19) y saber que Él hará bien
todas las cosas.
Dios, en su misericordia, dejó un
remanente de Judá, los protegió y bendijo durante los años de cautiverio y
luego les permitió regresar a su tierra de nuevo. Les capacitó para que
reconstruyeran la ciudad y el templo; los protegió de las naciones paganas que
aborrecían a los judíos. Cuán misericordioso fue Dios con su pueblo. Cuán
misericordioso es con nosotros hoy.
En tiempos duros necesitamos
imitar a Jeremías, el cual dejó de mirarse para mirar al Señor y quien esperó
en Él con paciencia y fe (3.24–26). Demasiado a menudo nos miramos a nosotros
mismos y a nuestros problemas y llegamos a estar tan desanimados al punto de
darnos por vencidos. En lugar de eso debemos «mirar a Jesús» (Heb 12.1–2) y
permitirle que Él nos haga salir adelante. Es difícil esperar en el Señor.
Nuestra naturaleza caída anhela actividad y por lo general lo que hacemos sólo empeora
las cosas. Jeremías esperó en Dios, confió en su misericordia y dependió de su
fidelidad.
Conocía la verdad de Isaías 40.31:
«Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las
águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán».